Ventanilla de patentes
Por Charo González Casas Email:
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Ventanilla de patentes, de Ch. González Casas Instrucciones de uso (sólo para directores) Esto es una comedia. Repito: una co-me-dia. El ritmo ha de ser rápido y el tono muy ligero, como si los personajes hablaran todo el tiempo de algo que carece de importancia. La escena del dibujante puede suprimirse.
Personajes: Inventor Funcionario Mario Césped Alfredo joven Alfredo viejo Sisita Roberto Carcelero Preso Minerva Dibujante El otro Mario Césped
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Ventanilla de patentes, de Ch. González Casas
(Tras la ventanilla duerme el funcionario. Merodeando, hay un hombre-anuncio, con un cartel enorme colgado del cuello. Entra el inventor dispuesto a comerse el mundo.) INVENTOR- (Golpeando el cristal) ¡Que no es lunes! (El funcionario se despereza.) ¿Es esta la ventanilla de patentes? FUNCIONARIO- Sí. INVENTOR- Quiero patentar un invento revolucionario. FUNCIONARIO- La tasa asciende a… INVENTOR- Sí, sí, los cuartos. (Saca un puñado de billetes y los arroja sobre el mostrador.) FUNCIONARIO- ¿Qué quiere patentar? INVENTOR- (Saca un par de zapatos negros de una caja.) Estos zapatos. FUNCIONARIO- ¿Y para eso me despierta? ¿Es que no se ha enterado de que eso se inventó hace siglos? INVENTOR- No. Estos zapatos son especiales. FUNCIONARIO-¿Qué tienen de especial? INVENTOR- Que una vez que te los calzas, te llevan a tu destino con una facilidad asombrosa: sin distracciones y sin obstáculos y sin dudas de ninguna clase. FUNCIONARIO- (Indiferente.) ¿Ah sí? INVENTOR- Sí, pero lo mejor no es eso. Lo mejor es el tiempo que ahorras. Estos zapatos te orientan en tu dirección, que es única. Cuando te los calzas, enfilan tu atajo, aceleran y ya no hay barranco, ni cuesta, ni túnel que se les resista. Nunca se detienen y nunca vacilan, ni ante las encrucijadas más difíciles. Y jamás tropiezan: aquel que los calce ya no se caerá ni malgastará sus fuerzas tratando de levantarse. Con estos zapatos, uno no camina; se desliza. FUNCIONARIO- ¿Funcionan por tracción mecánica? INVENTOR- No. No llevan pilas, ni motor, ni ruedas, pero si los llevas puestos, ya no te despistas. Y como no te confundes, ni das marcha atrás, ni das vueltas inútiles, te encuentras con tu propio destino de bruces. ¡Ah, qué descanso, enfrentarte a tu sino lo antes posible! Una vez que lo cumples, te lo quitas de encima y descansas. Vamos, que
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te puedes pasar el resto de tus días de vacaciones. (Silencio.) ¿No le parece que es impresionante? FUNCIONARIO- Pse. INVENTOR- ¿Por qué no se los prueba? FUNCIONARIO- Porque no soy un hámster; soy un funcionario de patentes. INVENTOR- Pues por eso. Cálceselos, verá qué bien le sientan. FUNCIONARIO- Que no. INVENTOR- ¿No quiere saber cual es su destino? FUNCIONARIO- En absoluto. ¿Qué aplicaciones industriales tienen? INVENTOR- (Ofendido.) ¿Que qué aplicaciones industriales tienen unos zapatos que te conducen a tu destino en un tiempo récord y sin equivocarse? FUNCIONARIO- Sí. Qué aplicaciones industriales tienen. INVENTOR- ¡Estos zapatos trascienden la industria, para que se entere! Están diseñados para cambiar el rumbo de la especie humana. FUNCIONARIO- Pues se ha confundido usted de ventanilla. INVENTOR- ¡Es usted quien se confunde! ¿Cuántos años calza? FUNCIONARIO- Cuarenta. INVENTOR- En la flor de la vida y rellenando impresos. ¡Qué destino es ese! Una ventanilla de patentes... Eso no es un destino, es una desgracia. ¿Por qué trabaja aquí? FUNCIONARIO- Porque me da la gana. INVENTOR- De eso nada. Usted trabaja aquí porque en lugar del camino, del suyo, ha tomado un desvío equivocado que no lleva a ninguna parte... salvo a la desesperación. ¿O es que acaso no siente un ligero malestar al despertarse? ¿A que cuando suena el despertador desearía seguir durmiendo? ¿Y a que mientras duerme, algunas noches, tiene pesadillas? FUNCIONARIO- Pues ahora que lo dice... INVENTOR- ¿Lo ve? Va por muy mal camino. Pero tengo que darle una buena noticia. Hoy es su día de suerte, si se calza estos zapatos, naturalmente. FUNCIONARIO- Y dale. INVENTOR- Si lo está deseando... ¿Por qué disimula?
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FUNCIONARIO- Firme aquí y márchese. Hay gente esperando. INVENTOR- (Al hombre-anuncio, que sigue merodeando.) ¿Está usted en la cola de patentes? HOMBRE-ANUNCIO- No, pero anuncio un refresco. ¿Quiere probarlo? INVENTOR- No. (Al funcionario.) ¿Es que no lo comprende? Su destino es único. ¿Por qué se conforma con mirar el mundo por una ventanilla de 1x50? ¡Usted está llamado a desempeñar una misión más alta! FUNCIONARIO- ¿Y por qué lo sabe? INVENTOR- Porque se le nota. A cada paso que da, el universo le observa. ¿Y sabe por qué? FUNCIONARIO- No, francamente. INVENTOR- Porque lleva usted dentro el alma de un héroe. No es un pobre hombre, aunque lo parezca. FUNCIONARIO- Sin insultar, oiga. INVENTOR- No es un insulto; es una advertencia. Si se calza estos zapatos... FUNCIONARIO- Si me calzo estos zapatos, ¿me dejará usted en paz y se marchará a su casa? INVENTOR- ¡Sí! (El funcionario sale del cubículo para calzarse los zapatos.) FUNCIONARIO- Oiga, que no son simétricos; son idénticos. INVENTOR- ¿Y qué? FUNCIONARIO- ¿Cómo que y qué? ¿Cuál es el derecho? INVENTOR- Da lo mismo. FUNCIONARIO- ¿Cuál me calzo primero? INVENTOR- El que prefiera. (Se los calza.) ¿Qué, cómo se siente? FUNCIONARIO- Raro... rarísimo. INVENTOR- Pero ¿cómo es la sensación? FUNCIONARIO- No está nada, pero que nada mal, oiga.
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INVENTOR- ¿No se lo dije? No, no se los quite. Volveré dentro de una semana, a la misma hora.
(El mismo día y a la misma hora, una semana más tarde. Tras la ventanilla, hay otro funcionario. Se llama Mario Césped. Entra el inventor, mientras el hombre-anuncio sigue merodeando.) INVENTOR- ¿Dónde está el señor que estaba aquí el martes pasado? MARIO CÉSPED- Se ha muerto. INVENTOR- Vaya por Dios, qué desgracia. Si estaba sanísimo. Pobre hombre. ¿Y de qué se ha muerto? MARIO CÉSPED- Le atropelló un camión cuando salía de aquí. El martes, precisamente. INVENTOR- ¡Lo sabía! MARIO CÉSPED-¿Es usted vidente? INVENTOR- No. Soy inventor de objetos inútiles, pero trascendentes. (Silencio. Consternado.) Yo lo maté. MARIO CÉSPED- ¿Conducía usted el vehículo? INVENTOR- No. Le calcé los zapatos que llevaba puestos. Esos zapatos tenían un defecto. Un defecto gravísimo: eran demasiado rápidos. Te llevaban a tu destino, sí, pero a tu destino último, ¿y sabe por qué? Porque eran fatalmente idénticos. ¿Sabe qué es esto? (Saca un zapato negro de una caja.) MARIO CÉSPED- Parece un zapato. INVENTOR- Sí, pero no es un zapato cualquiera. Es un zapato fatal. Te lo calzas, acelera y te lleva rumbo directo y sin contemplaciones hacia tu fatalidad más certera. ¿Y cual es esa fatalidad, esa de la que nadie se ha librado nunca? MARIO CÉSPED- No caigo, así de repente.. INVENTOR- ¿Cuál va a ser? La muerte. Los zapatos que calzaba el difunto eran iguales a este y para encontrar el destino uno de los dos tenía que ser diferente. Porque, ¿qué es el destino, eh? MARIO CÉSPED- Ni idea, oiga. INVENTOR- ¿Es, acaso, la fatalidad a secas, esa que nos conduce a tientas por un túnel sin luz hasta desembocar en la muerte? ¡No! He aquí el quid del asunto. Además de la
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fatalidad, el Destino se compone de un segundo elemento, mucho más cachondo, ¿entiende? MARIO CÉSPED- Entiendo. INVENTOR- Y ese elemento es el azar, ni más ni menos. ¿Sabe qué es esto? (Saca un zapato de colores.) MARIO CÉSPED- ¿Qué va a ser? Un zapato. INVENTOR- Sí, pero no es un zapato cualquiera. Es un zapato casual. Te lo calzas y enfila rumbo directo y sin contemplaciones hacia el azar más imprevisto. Es decir, hacia la casualidad, la fortuna y todas sus oportunidades, que son infinitas. ¿Qué le parece? MARIO CÉSPED- ¿Qué quiere que me parezca? INVENTOR- Para encontrar el destino, el modelo fatalidad no basta y, además, es peligroso. Mire lo que le ha pasado a ese pobre hombre por llevarlo puesto. Para encontrar el destino se necesita la combinación de ambos: (se calza los zapatos en las manos y camina con los brazos.) fatalidad, azar, fatalidad, azar, fatalidad azar. ¿Ve como no son iguales? MARIO CÉSPED- Desde luego, no se parecen en nada. INVENTOR - El zapato fatal acelera mientras que el casual retarda y así, paso a paso... ¿por qué no se los prueba? MARIO CÉSPED-¿Por qué tengo que probármelos? INVENTOR- Porque su destino es único. ¿Cuántos años calza? MARIO CÉSPED-Veintisiete. INVENTOR- En la flor de la vida y rellenando impresos. ¡Qué destino es ese! Una ventanilla de patentes... Eso no es un destino, es una mierda. ¿Va a pasarse la vida detrás de una ventanilla con derecho a vistas a una cola? MARIO CÉSPED -No, yo estoy aquí de suplente... hasta que venga el fijo. INVENTOR- ¿Y a qué aspira usted?, si puede saberse. MARIO CÉSPED -A aprobar las oposiciones para que no me echen. INVENTOR -Amigo mío, tengo que darle una mala noticia: usted no está muerto; usted está muertísimo. Si parece un retrato... Pero si se calza estos zapatos, verá cómo resucita. MARIO CÉSPED –(Señalando al hombre-anuncio.) ¿Por qué no resucita a ese señor? Lleva mirándonos un rato.
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INVENTOR -Porque ese no resucita ni con un milagro. Usted, sin embargo, tiene remedio... si se calza estos zapatos, naturalmente. MARIO CÉSPED -Déjese de historias. INVENTOR -Hoy es el día más triste de mi vida. Nadie me cree y he matado a un hombre. He fracasado, tengo que admitirlo. Tomaré mi propia medicina: me calzaré los zapatos fatales, expiaré mi error y moriré esta tarde. Pero estos zapatos que tiene delante me inmortalizarán. El Futuro me rendirá homenaje. MARIO CÉSPED -No se ponga usted así... INVENTOR -Si se los calza, me pondré contentísimo. MARIO CÉSPED -¿Qué me da si me los pongo? INVENTOR -(Ofendido.) ¿Que qué le doy si se los pone? ¿Que qué le doy si se pone unos zapatos por los que pasará a la historia como el primer homo sapiens que se los puso? Estos zapatos cambiarán el talante de la humanidad. Son el siguiente eslabón en la evolución de la especie, para que lo sepa. MARIO CÉSPED -A mí me parece que no son para tanto. INVENTOR -Eso lo dice porque no se los ha puesto. ¿Sabe lo que le digo? Que no los merece. Me marcho. MARIO CÉSPED -¡Un momento! Me los pongo, pero sólo un ratito. INVENTOR -¡Estupendo! MARIO CÉSPED -¿Y si no son mi número? INVENTOR -Se ajustan a todas las tallas, se amoldan a todas las hormas. ¡Son universales! MARIO CÉSPED -¿Cuál me calzo primero, el casual o el fatal? INVENTOR -Da lo mismo. MARIO CÉSPED -Deme el del azar primero; es más alegre. (Con el zapato de colores en la mano.) ¿En qué pie me lo pongo? INVENTOR -No sé... ¿es usted zurdo? MARIO CÉSPED -No. INVENTOR -Póngaselo en el izquierdo. ¿Qué tal? MARIO CÉSPED -Es... muy flexible.
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INVENTOR -Ahora, el fatal, en el derecho, para que lleve el mando. (Le da el zapato negro.) MARIO CÉSPED -Ay, es un poco más duro, ay. INVENTOR -Sí, se resiste. (Al hombre-anuncio.) Oiga, ¿no llevará un calzador? HOMBRE-ANUNCIO -(Se mira los bolsillos.) No, pero tengo un refresco buenísimo, ¿no quieren probarlo? INVENTOR -No, muchas gracias. (A Mario Césped, mientras le ayuda a calzarse.) Venga, venga. Así, ya está. Camine, camine un poco. No tan deprisa. ¿Cómo se siente? MARIO CÉSPED -Es una sensación tan rara que no sé cómo se llama. INVENTOR -¿Pero es buena? MARIO CÉSPED -¡Buenísima! Creo... creo... creo que son los zapatos de mi vida, oiga. INVENTOR -¿No se lo dije? MARIO CÉSPED -Me siento mucho más fuerte. Es como si flotara, con el viento a mi favor y con un rumbo fijo. ¡Qué intensidad! ¡Qué holgura! ¡Qué horizonte! Y ahora, me va a disculpar, pero tengo una cita urgentísima. INVENTOR -¿Con quién? MARIO CÉSPED -¿Con quién va a ser? ¡Con mi destino inminente! INVENTOR -Le veré aquí dentro de una semana, a la misma hora. ¡Suerte!
(El mismo día, a la misma hora, una semana más tarde. Ya no hay oficina de patentes, sino un bosque de escombros. Acurrucado, entre los restos, se esconde Mario Césped. El hombre-anuncio sigue merodeando. Entra el inventor.) INVENTOR -¿Dónde está el edificio que estaba aquí el martes pasado? MARIO CÉSPED -(Saliendo de su escondrijo y chistándole.) Stse, stse, ¡Eh, soy yo! ¿Es que no me reconoce? INVENTOR -Está cambiadísimo. No parece usted el mismo. ¿Por qué va vestido con esos andrajos? MARIO CÉSPED -Tenemos que irnos de aquí. Puede que me estén buscando. INVENTOR -¿Por qué? MARIO CÉSPED -Porque he volado la oficina de patentes.
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INVENTOR -¡¿Cómo?! MARIO CÉSPED -Con dinamita casera. INVENTOR -¡Ay va, qué fuerte! ¿Y por qué? MARIO CÉSPED -¿Y usted me lo pregunta? Debería partirle la cara, pero me voy a aguantar por no agravar las cosas. INVENTOR –Oiga, usted tiene que tranquilizarse. MARIO CÉSPED -¿Tranquilizarme? ¿Ha dicho “tranquilizarme”? INVENTOR -Sí, le noto un poco alterado. Con lo contento que estaba cuando se calzó mis zapatos. MARIO CÉSPED -No me hable de sus zapatos... INVENTOR -Pero si los lleva puestos. MARIO CÉSPED -¡Pues por eso! Escuche: yo era un hombre de bien, un hombre de paz, un hombre sin revoluciones, ¿sabe qué es eso? INVENTOR -Lo sé. MARIO CÉSPED -Que vivía tranquilamente con su mujer, con su perro, con su fútbol los domingos y con su trabajito de suplente los días laborales, ¿entiende? INVENTOR -Perfectamente. MARIO CÉSPED -Hasta que me calcé sus zapatos, que son un invento satánico, porque, ¿sabe qué me ocurrió entonces? INVENTOR -No. MARIO CÉSPED -Que abandoné a mi mujer, envenené a mi perro, dinamité este edificio y ahora vivo en la calle, sin techo, sin calor de hogar, sin oficio ni beneficio ni perrito que me ladre, ¿qué le parece? INVENTOR -Lamentable. MARIO CÉSPED -¡Y en menos de una semana! INVENTOR -¡Lo sabía! Mis zapatos ahorran tiempo. MARIO CÉSPED -Pero lo peor no es eso. INVENTOR -¿Ah no?
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MARIO CÉSPED -¡No! Lo peor es que no me los puedo sacar ni con ventosas, ni con palancas, ni rajándolos con bisturís, ni con una sierra eléctrica, que ya he probado de todo y no hay manera. ¡Ay, qué desgracia! ¡Y todo por su culpa! (Silencio.) ¿Por qué toma notas? INVENTOR .-Es parte de mi oficio. Siga. MARIO CÉSPED -¿Qué siga? (Silencio. Se sobrepone a la rabia.) Es curioso... antes de que apareciera, estaba dispuesto a matarle, pero lo que son las cosas, ahora me resulta usted hasta simpático. INVENTOR -Lógico. MARIO CÉSPED -¿Cómo que lógico? INVENTOR -¿No ve que le he hecho un favor? MARIO CÉSPED -¿Favor se les llama ahora a la traición, al abandono, al homicidio, a dinamitar edificios, al desempleo, a la mendicidad y a la lampancia? ¡Míreme bien! Estoy hecho un miserable. INVENTOR -Vamos por partes. ¿Amaba usted a su mujer? MARIO CÉSPED -Pues... INVENTOR -¿Lo ve? ¿Y a su perro? MARIO CÉSPED -Hay que reconocer que lo llenaba todo de pelos, pero... INVENTOR -¿Lo está viendo? ¿Le gustaba su trabajo? MARIO CÉSPED -No, como a todo el mundo. INVENTOR -¡Falso! Yo trabajo por placer y como yo hay mucha más gente. MARIOCÉSPED-¿Ahsí? INVENTOR -¡Sí! ¡Estos zapatos funcionan! ¡Deje que le de un abrazo! MARIO CÉSPED -¡No me toque! Si quiere hacerme un favor, sáqueme estos zapatos, se lo pido por su madre. INVENTOR -¿Es que no lo comprende? Usted era un hombre muerto. Al calzarse estos zapatos, ha resucitado y lo primero que ha hecho ha sido enterrar su cadáver. Ahora es un hombre nuevo. Ahora empieza su vida. Ahora emprenderá, por fin y de una vez por todas, el camino que le aguarda. Verá como en poco tiempo su nombre saldrá en titulares, en primera página. ¿Cómo se llama? MARIO CÉSPED -Mario Césped.
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INVENTOR -El césped que pisará, a partir de ahora, no volverá a crecer, como el de Atila. Será usted protagonista de hazañas increíbles. MARIO CÉSPED -Sáqueme estos zapatos si no quiere que mi hazaña sea un asesinato. INVENTOR -Qué agresivo. MARIO CÉSPED -¡Que me los saque, he dicho! INVENTOR -¿Cuál le saco primero? MARIO CÉSPED -Los dos a la vez, ¡cuánto antes! INVENTOR -Vale. Empecemos por el fatal. Déme el pie y tire, tire. MARIO CÉSPED -Ay, ay. INVENTOR -Tire, tire. Parece que se resiste. Venga, venga. Pues no sale. MARIO CÉSPED -¡Ay qué desgracia! INVENTOR -Déme el otro. Como es el de la casualidad, puede que salga más fácil. A ver... tire, tire. Pues tampoco sale. MARIO CÉSPED -Yo me quiero morir. INVENTOR -Déme el fatal otra vez, a ver si ahora hay más suerte. MARIO CÉSPED –(Al hombre-anuncio.) ¿Se puede saber qué mira? HOMBRE-ANUNCIO -Nada. Yo sólo anuncio un refresco. ¿Quieren probarlo? MARIO CÉSPED -No estoy para refresquitos... INVENTOR -Pues no sale y no lo entiendo. (Toma notas.) Es una prestación con la que yo no contaba. MARIO CÉSPED -¿Qué voy a hacer ahora? ¡Me ha arruinado usted la vida! INVENTOR -Pero al menos la conserva. (Mario Césped intenta quemar los zapatos con un mechero.) INVENTOR -¿Qué hace? ¿Es que se ha vuelto loco? MARIO CÉSPED -¡No arden! INVENTOR -¡Si hasta son incombustibles! ¡Son una obra maestra! ¡Superan a su creador! ¡Hasta a mí me sorprenden!
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MARIO CÉSPED -Tiene que inventarse algo que me los saque del cuerpo. ¿Por qué no diseña usted unos zapatos contrarios? INVENTOR -Qué idea más interesante. MARIO CÉSPED -Para que pueda volver a ser el hombre que era. INVENTOR -Unos zapatos contrarios a los que lleva puestos... qué idea más interesante... MARIO CÉSPED -Para recuperar a mi esposa, resucitar a mi perro, levantar este edificio y volver a mi suplencia en la ventanilla de patentes. INVENTOR -Me temo que son demasiadas cosas para remediarlas, pero unos zapatos contrarios... contrarios al destino compuesto por el azar imprevisto y la fatalidad certera serían.... serían... veremos lo que puedo hacer... serían... ¡eureka! ¡Lo tengo! Le espero aquí dentro de una semana, a la misma hora.
(El mismo día, a la misma hora, una semana más tarde. El hombre-anuncio sigue merodeando.) MARIO CÉSPED –(Con un traje nuevo y carísimo.) Muy buenas. INVENTOR -Por lo que veo, le han ido mejor las cosas. MARIO CÉSPED -¡Estupendamente! Al día siguiente de nuestra cita, miércoles, heredé unas tierras y mientras lo celebraba me eché una novia, viuda y muy cariñosa. El jueves vendí la herencia y con las ganancias, compré un negocio de ultramarinos, una ganga. Trabajé todo el día, despachando a la clientela. Suficiente para comprobar que un mostrador es lo que una ventanilla: salvoconductos hacia una muerte en vida. Por eso el viernes le traspasé la tienda a uno que entró para llevarse un kilo de garbanzos. El sábado descansé, pero el destino, tan laborioso como una abeja, siguió trabajando y me encontré un boleto de la ONCE para el sorteo del día siguiente, ¿a que no adivina lo que pasó? INVENTOR -¡Le tocó la lotería! MARIO CÉSPED -¡Efectivamente! INVENTOR -¡Increíble! MARIO CÉSPED -¡Pero cierto! Como soy un hombre rico, ayer invertí gran parte de mi capital en bolsa y con el resto me he comprado un barco. Mañana zarpo rumbo a Cancún con mi novia. INVENTOR -No sabe cuánto me alegro. MARIO CÉSPED -Hace siete días no tenía nada. ¡Era un mendigo! Ahora soy rico. Tengo acciones, tengo novia ¡y tengo un barco!
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INVENTOR -Pues no ha hecho más que empezar. MARIO CÉSPED -¡Soy tan afortunado! INVENTOR -(Señalándole los zapatos.) Lo mejor no es la fortuna que traen, sino el descanso al que llevan. MARIO CÉSPED -¿Cómo dice? INVENTOR -Que como van tan deprisa –mire todo lo que le ha pasado en menos de dos semanas- va usted a cumplir su destino rapidísimamente. Y una vez que lo cumpla, verá qué liviano se siente porque sin esa carga, uno no camina; flota. Será usted un hombre libre. Con el tiempo que le quede, podrá hacer lo que le dé la gana. Un hombre sin destino es un hombre en vacaciones perpetuas. MARIO CÉSPED -¡Es usted mi padre! Y pensar que no quería calzármelos... INVENTOR -Se lo dije: son revolucionarios. MARIO CÉSPED -Tienen un inconveniente. INVENTOR -¿Cuál? MARIO CÉSPED -Que tengo que dormir con ellos. Como no me los puedo quitar... INVENTOR -¿Quiere que volvamos a intentarlo? MARIO CÉSPED -No, no, si son muy cómodos. (Silencio.) Y usted, ¿qué ha estado haciendo? INVENTOR –(Saca un zapato blanco y un zapato de colores de una caja.) He inventado estos zapatos. Son lo contrario a los que lleva puestos. ¿Por qué no se los prueba? MARIO CÉSPED -Porque tendría que quitarme estos y como no puedo... INVENTOR -¿Y si se los calza encima? MARIO CÉSPED -Ah no, no, no. ¿Por qué no se los prueba a ese que anuncia refrescos? Oiga, ¿no será un espía industrial? No hace más que vigilarnos. INVENTOR -Voy a comprobarlo. MARIO CÉSPED- Nos vemos dentro de un mes, el mismo día, a la misma hora. Le contaré los detalles del crucero. INVENTOR -¡Buen viaje! (Mario Césped sale. El inventor se acerca al hombre-anuncio.)
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INVENTOR -¿Puedo hacerle una pregunta? HOMBRE-ANUNCIO -Sí, si se toma un refresco. (Se lo toma.) INVENTOR -Cuántas burbujas. ¿Es usted espía industrial? HOMBRE-ANUNCIO -¿Se me nota? INVENTOR -No, disimula muy bien... pero dispongo de información privilegiada. Yo soy inventor. HOMBRE-ANUNCIO -Lo sé. Hace tiempo que le espío. INVENTOR -He inventado estos zapatos y necesito un experimentador fiable. Para ver cómo funcionan. ¿Le gustaría probárselos? HOMBRE-ANUNCIO -Ah no, no, no. Ya sé que esos zapatos te hacen abandonar mujeres, envenenar perros, dinamitar edificios... INVENTOR -¡No! Ese es el otro par, el que calza el señor que se ha ido y que conduce, sin desviación posible, hacia el destino certero, pero estos, no. Estos, precisamente estos, son lo contrario de aquellos. Lo con-tra-rio, ¿entiende? HOMBRE-ANUNCIO -No. INVENTOR -Es muy sencillo. Si aquellos, quieras o no, te llevan a tu destino, estos se lo saltan. HOMBRE-ANUNCIO -¿Quiere decir que se libran, que se escaquean, que se burlan del destino verdadero, del destino que te toca? INVENTOR -Exacto. Una vez que te los calzas, enfilan tu dirección, pero en vez de acelerar, se dan media vuelta y emprenden justo el camino contrario. HOMBRE-ANUNCIO -No me lo creo. INVENTOR -¿Por qué no lo comprueba? HOMBRE-ANUNCIO -¿Y si me muero? INVENTOR -¡Eso es imposible! HOMBRE-ANUNCIO -Pues ya se le ha muerto uno. INVENTOR -¡Por eso precisamente! Para inventar, primero se ensaya y después, se corrige. Yo, si en un ensayo compruebo que he cometido un error, lo corrijo para siempre. En los siguientes ensayos compruebo si hay más errores, pero ese que he corregido, ese, ya no vuelve a repetirse. Si se calza estos zapatos, le puede ocurrir
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cualquier cosa, cualquiera menos morirse. Además, ¿cómo va a morirse usted si estos son los zapatos contrarios a aquellos? HOMBRE-ANUNCIO -¿Y si no me muero nunca? INVENTOR -¡Olvídese de la muerte! ¡Estos zapatos son para vivir el doble! ¿Cuántos años calza? HOMBRE-ANUNCIO -Veinticinco. INVENTOR -En la flor de la vida y anunciando un refresco. Eso no es un destino, por muchas burbujas que tenga. (Saca un espejo.) Mírese y dígame, ¿qué ve? HOMBRE-ANUNCIO -Nada. No veo nada. INVENTOR -Cierto. Este espejo sólo refleja a los triunfadores. (Saca otro espejo.) Ahora, mírese en este. Refleja a los perdedores. ¿Qué ve? HOMBRE-ANUNCIO -Prefiero no hacer comentarios. INVENTOR -¿No va a decirme qué ve? HOMBRE-ANUNCIO -No. INVENTOR -¡Usted no es un espía industrial! No es más que un hombre-anuncio. HOMBRE-ANUNCIO -Sí... le he mentido. INVENTOR -Si hasta apesta a sardinas en lata. HOMBRE-ANUNCIO -Es lo que meriendo todas las tardes. INVENTOR -¿No le da vergüenza? HOMBRE-ANUNCIO -(Avergonzado.) Psé. INVENTOR -¿No daría lo que fuera por librarse de su sino, por emprender otra vida, por escapar de su estrella que, remitámonos a las pruebas, es una mierda de estrella? HOMBRE-ANUNCIO -Pues... INVENTOR -Amigo mío, su Contradestino es único. ¿Por qué se resiste a encontrarlo? HOMBRE-ANUNCIO -Porque más vale destino en mano que cien contradestinos volando. INVENTOR -¿Le llama destino a llevar un cartel colgado del cuello? Usted es idiota. ¿Por qué no se ahorca? Entre colgar un cartel o colgarse de una cuerda no hay mucha diferencia.
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HOMBRE-ANUNCIO -A lo mejor, con el tiempo, progreso. INVENTOR -Con el tiempo, envejecerá, que no es lo mismo. Seguirá siendo un perdedor, pero un perdedor viejo. HOMBRE-ANUNCIO -Qué dureza. INVENTOR -Es realismo. Le estoy dando una oportunidad, la oportunidad, ¿comprende? Y los perdedores natos no disponen de muchas. Si se calza estos zapatos, cambiará de suerte. Dejará de ser un hombre anuncio, un perdedor, un pusilánime, un pobre hombre. Usted elige. O un destino miserable o un contradestino insigne. HOMBRE-ANUNCIO -¿Está usted seguro? INVENTOR -(Entusiasmado.) ¡Sí! HOMBRE-ANUNCIO -¿Completamente seguro? INVENTOR -(Muy entusiasmado.) ¡Sí! HOMBRE-ANUNCIO -Cálcemelos. INVENTOR -(Entusiasmadísimo.) ¡Ahora mismo! HOMBRE-ANUNCIO -Oiga, ¿por qué son tan diferentes? INVENTOR –(Señala el zapato blanco.) Este es el contrafatal. Una vez que te lo calzas, detecta tu sino y huye en dirección contraria. Y este es el casual. (Señala el de colorines.) Conduce hacia la casualidad, la fortuna y todas sus posibilidades, que son infinitas. (Se los calza en las manos y camina con los brazos.) Contrafatalidad, azar, contrafatalidad, azar, contrafatalidad, azar... HOMBRE-ANUNCIO -¿Y por qué no azar, azar, azar, azar...? INVENTOR -Porque serían casualmente idénticos y como con los fatalmente idénticos ya hemos tenido un disgusto, prefiero no repetirlo. (El hombre-anuncio, por fin, se calza los zapatos.) INVENTOR -¿Qué, cómo se siente? (El hombre-anuncio se quita el cartel y lo reduce a astillas propinándole patadas, mordiscos y puñetazos.) INVENTOR -¡Funcionan! ¿Adónde va tan deprisa? HOMBRE-ANUNCIO -¡A saltarme mi destino! ¡Era un destino de mierda! INVENTOR -Le espero aquí dentro de un mes, a la misma hora.
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HOMBRE-ANUNCIO -De acuerdo. INVENTOR -¡Suerte! (El mismo lugar, un mes más tarde. El inventor ha acudido a la cita. Lleva horas esperando pero no ha acudido nadie.) INVENTOR- ¿Qué les habrá pasado? ¿No se habrán muerto?
(Treinta años más tarde.)
(Despacho de Alfredo en Fred&Freda. La señora de la limpieza termina su faena y sale. Entra Alfredo escoltado por Sisita, su secretaria, y Roberto, su hombre de confianza.) SISITA –Su zumo, señor. Su pastilla. A las nueve y media, tiene cita con un inventor. ALFREDO -¿Qué quiere? SISITA –No lo sé. Lleva pidiendo audiencia desde hace cinco años, siete meses, y catorce días, todas las tardes, incluidos los sábados. A las diez, el consejo de ministros-accionistas. Se requiere un informe completo sobre nuestros centros comerciales en América, Europa, Asia y Oceanía. La reunión durará todo el día. Su mujer ha llamado para preguntar… ALFREDO -¿Tenemos el informe, Roberto? ROBERTO -Lo tenemos. Y con buenas noticias. ¿Recuerda que hace un mes, en Nueva York, incorporamos salas de partos en nuestros almacenes? por si alguna cliente rompía aguas comprando. ALFREDO-Lo recuerdo. ROBERTO -¡Ha nacido un niño! Varón. Tres kilos y medio. ALFREDO -¡Un parto en nuestros almacenes! ¡Eso es un milagro! ROBERTO- No. Era una falsa alarma, pero le provocaron el parto. ALFREDO -¿Quién tomó la decisión? ROBERTO -El departamento de marketing. ALFREDO -¡Que les suban el sueldo!
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ROBERTO -Sí señor. ALFREDO -La madre ¿es fotogénica? ROBERTO -Pse. ALFREDO -Que se encarguen los de estética. Que la operen, si es preciso. La vamos a nombrar mujer del año. Quiero ver su foto en todos los escaparates de Asia, América y Europa. ROBERTO -Sí señor. ALFREDO -Voy a proponer en el consejo que se abran paritorios en nuestros almacenes de Pekín, Bruselas y Toronto. ROBERTO -Pero señor, en Toronto la tasa de natalidad es muy baja. ALFREDO -Pero la tasa de compradoras compulsivas es altísima. Hay que conseguir que a las primeras contracciones, se vayan de compras. Sí, Roberto, sí, hay que conseguir que nos nazcan más niños ROBERTO -Sí señor. ALFREDO -Más cosas. ROBERTO -En Shangai, hemos colocado una mampara Sheisixú en el 90% de todos los hogares. ALFREDO -¿Para qué sirven? ROBERTO -Para nada, pero les hemos convencido de que mirarlas, relaja. Y en Sidney, uno de cada tres ciudadanos es adicto a nuestra salsa de tapioca. ALFREDO -¿Y qué pasa con los otros dos? ROBERTO –Les da alergia. Y una novedad: desde el mes pasado, nuestros almacenes en Tokio ofrecen un seguro completo de servicios fúnebres. La oferta es la siguiente: por cada artículo que compra, el cliente acumula una serie de puntos que se van sumando. Al final de su vida, si la suma es cuantiosa, el cliente consigue un seguro de entierro gratuito que cubre funeral, féretro, lápida y tumba. Con césped y con pájaros. La idea se está experimentando y ha gustado mucho al perfil del cliente: comprador jubilado, viudo o soltero, sin hijos. De momento, un 25% del target ya adquirido artículos con vistas a su muerte. ALFREDO -Brillante. ¿Algo más? ROBERTO -Eso es todo. Seguiremos trabajando hasta el próximo consejo. ALFREDO -Buen trabajo.
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ROBERTO -Gracias. ALFREDO -(A Sisita.) ¿Has tomado nota? SISITA -Sí señor. ALFREDO -Puedes irte. ALFREDO -(Mirando por la ventana.) ¿Sabes qué es esto, Roberto? ROBERTO- Sí señor. Una ventana. ALFREDO -Sí, pero no es una ventana normal y corriente. Es mi ventana, Roberto, y mi ventana es la gloria. ¿Y sabes por qué? ROBERTO -No señor. ALFREDO -Porque desde aquí siento que me pertenecen. Míralos, son como insectos. Podría aplastarlos solo con esto. ¿Sabes qué es esto, Roberto? ROBERTO -Sí señor, su dedo índice. ALFREDO -Sí, pero no es un índice normal y corriente. Es mi índice, Roberto. Y mi índice es la hostia. Tú sí, tú no, tú ven, tú vete, tú aquí, tú allí ¡y obedecen! ¿A que te impresiona? ROBERTO -Sí señor, muchísimo. ALFREDO -¿Y sabes cómo empezó este dedo a ser la hostia? ROBERTO -Sí, señor, me lo ha contado muchas veces. Usted era ALFREDO Y ROBERTO, A DÚO- Un hombre anuncio, un perdedor, un pusilánime, un pobre hombre. ALFREDO -¡Sí Roberto, sí! Hace 30 años era ¡un hombre-anuncio! Pero un día decidí cambiar de sino y me di la vuelta. Y mírame ahora: de aquel hombre-anuncio ya no queda nada. ¡Nada! Todo es cuestión de aprovechar la Oportunidad, que llega, Roberto, llega, sólo hay que esperar y saber detectarla. (Sisita por el interfono.) VOZ DE SISITA -Señor, el inventor. ALFREDO -Que entre. (Roberto sale y entra el inventor con una caja.)
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ALFREDO -Lleva usted tratando de que le reciba cinco años, siete meses y catorce días, todas las tardes, incluidos los sábados. Espero que el motivo de su visita justifique su insistencia. INVENTOR -No me lo puedo creer. No me recuerda. ALFREDO -¿Por qué tengo que recordarle? INVENTOR -Míreme bien, haga el favor. ALFREDO -No caigo y no tengo tiempo, así que dese prisa. INVENTOR -¿Podría ver sus zapatos? ¿Qué le pasa? Le he refrescado la memoria. ALFREDO –(Al interfono.) Sisita, ven. INVENTOR -(Desembala la caja.) Le he traído un nuevo invento. Es muy sencillo y tan simple que un niño podría manejarlo. Tiene la ventaja de que no necesita calzárselo... (Sisita entra.) ALFREDO -El señor se marcha. INVENTOR -Tanta brevedad me desconcierta. Está diseñado pensando en usted, es ligero, irrompible y contiene ... ALFREDO -Acompaña al señor a la salida. INVENTOR -¿Sin probar mi nuevo invento? Es lo que necesita, después de tanto tiempo. ALFREDO -¿Quiere que llame a los guardias? INVENTOR -No. Quiero que le eche un vistazo. Si lo prueba, no querrá soltarlo, como aquellos zapatos... Apostaría cualquier cosa a que los lleva puestos. ¿A que son muy cómodos? ¿Y qué me dice de lo que ha conseguido gracias a ellos? No le han ido mal las cosas… ALFREDO -No, Sisita, el señor no se marcha. Anula todas mis citas. SISITA -Pero señor, el consejo. ALFREDO -¿Qué consejo? SISITA -El de ministros-accionistas. ALFREDO -Diles que me ha dado un cólico. SISITA -Sí señor.
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(Sisita sale. Alfredo baja las persianas y apaga las cámaras.) ALFREDO -(Se sienta y pone los pies sobre la mesa.) Sus zapatos. INVENTOR -No han envejecido apenas. ALFREDO -Nosotros estamos más viejos. INVENTOR -¿Por qué los lleva atados a los tobillos con cadenas? ALFREDO -Porque mientras duermo, me los quito. INVENTOR -Qué interesante. (Apunta en su libreta.) ALFREDO -¿Qué es lo que quiere, dinero? INVENTOR -No. Sólo quiero que lo pruebe. Es el complemento a los zapatos que se calzó hace 30 años. (Saca de la caja el nuevo invento.) ALFREDO -¿Un catalejo? INVENTOR –Sí, pero no es para ver lo que ocurre a lo lejos. Es para ver lo que le habría ocurrido si no llevara esos zapatos. ALFREDO -¿Quiere decir que si miro a través de este invento me veré a mí mismo en mi destino verdadero? INVENTOR -Exacto. Si mira, verá al hombre-anuncio que fue siguiendo sus propios pasos. (Silencio.) ¿Por qué no se mira? Venga, échese un vistazo. ALFREDO -¿Por qué no mira usted primero? INVENTOR -Porque esto es como sus zapatos: personal e intransferible, pero voy a mirar... ¡Ay bah! ALFREDO -¿Qué está viendo? INVENTOR -¡Tiene que verlo usted mismo! Mire, mire.. ¿pero de qué tiene miedo? ¿No ve que no pasa nada? ¿Lo ve? Miro por el catalejo y... ¡Pero qué fuerte es esto! ALFREDO -¿Qué está viendo? INVENTOR -Tendrá que mirarlo usted mismo. Y ahora, con su permiso, me marcho. (Sale.) ALFREDO -(Al interfono.) Sisita, que detengan a ese hombre. VOZ DE SISITA -Sí señor.
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(Alfredo duda, pero la curiosidad le vence y mira por el catalejo. Entonces se ve a sí mismo 30 años más joven, portando el cartel-anuncio y llegando al banco del parque en el que merendaba todas las tardes. Alfredo joven se quita el cartel, se sienta, saca del bolsillo una lata de sardinas, la abre y se la merienda chupándose los dedos mientras Alfredo viejo le observa por el catalejo.) ALFREDO VIEJO- ¡Soy yo! ¡Yo! ¡Yo! Con más pelo y más flaco. ¡Qué joven era! ¡Y qué hambre tenía! Y ese es mi banco. Me sentaba a merendar todas las tardes sardinas “Sea Queen”. ¡Qué ricas! ¿Cuánto hace que no me como una lata de sardinas? (Al interfono.) Sisita, tráeme una lata de sardinas “Sea Queen”. VOZ DE SISITA- Esa marca ya no se fabrica. ALFREDO VIEJO- Qué lástima. Tráeme la lata de sardinas más barata que haya. VOZ DE SISITA- Sí señor. ALFRESO VIEJO- Y con mucho aceite, para que me manche al abrirla. VOZ DE SISITA –Sí señor. ALFREDO VIEJO- Y que huela fuerte, para que me apeste el aliento. VOZ DE SISITA- Sí señor. ALFREDO VIEJO- Y que se repita, para que pueda eructar, porque si no, no tiene gracia. Y date prisa. VOZ DE SISITA- Sí señor. (Sisita entra con una lata de sardinas en una bandeja y le observa.) ALFREDO VIEJO- Puedes irte. (Ella se marcha. El abre la lata y come con las manos. Mira por el catalejo.) ALFREDO VIEJO- ¡Ah, qué placer más inhumano! (Alfredo Viejo y Alfredo joven se chupan los dedos y eructan al mismo tiempo.)
(Prisión de Fred&Freda. Tres celdas. En una, un preso sin nombre. En otra, cumple condena Mario Césped. El carcelero encierra al inventor en la tercera celda y sale.) MARIO -¡Me cago en mi suerte! INVENTOR -Vaya recibimiento.
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MARIO -¡Que lo tenga, por fin, delante y no pueda estrangularlo! ¡Me cago en mi suerte! PRESO -¿Le conoces? MARIO -¿Qué si le conozco? ¡Es Satanás! ¡Satanás en persona! ¡Carcelero! INVENTOR -¿Por qué está tan alterado? PRESO -Carácter. MARIO -¿Pero es que ya no te acuerdas? (Se señala los zapatos.)¿Y de estos tampoco, eh? Fatalidad, azar, fatalidad, azar, fatalidad… INVENTOR -¡Mario Césped! MARIO -¡No! ¡Mario Césped me parió mi madre pero el día que nos encontramos quedó muerto para siempre! ¡Soy su espectro! INVENTOR -¡Qué alegría más grande! No sabe cómo le he buscado. ¿Dónde se ha metido todos estos años? MARIO -¿Qué dónde me he…? ¡Carcelero! ¡Carcelero! ¿Es que no me oye? CARCELERO -¡Ya va! (Entra.) ¿Qué pasa? MARIO -Exijo que me cambie de celda. CARCELERO -Ja. MARIO -Si no me cambia ahora mismo, me rajo las venas. CARCELERO -¿Y con qué te las vas a rajar? MARIO -¡Con los dientes! CARCELERO -Qué miedo. (Sale.) MARIO -¿Pero adónde va? ¡Carcelero! INVENTOR -¿No le parece que exagera? MARIO -¿Qué exagero? ¡Míreme! ¡Y todo por su culpa! ¡Treinta años sin poder sacármelos! INVENTOR -Pero si están como nuevos… MARIO -Me dijo que sería un héroe. “Ahora es un hombre nuevo. Ahora empieza su vida. Ahora emprenderá, por fin y de una vez por todas, el camino que le espera.”
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PRESO -101 pasos de la celda al patio y otros 101 pasos del patio a la celda… eso, si no está lloviendo. MARIO -“Será usted un hombre libre porque un hombre sin destino es un hombre en vacaciones perpetuas.” PRESO -Y de vacaciones estás. Y, además, indefinidas. MARIO -¡Carcelero! CARCELERO -(Desde fuera.) Como no te calles, te doy unas hostias. MARIO -Me cago en mi suerte.
(Despacho de Fred&Freda. Alfredo viejo mira por el catalejo. Ve al Alfredo que fue hace 30 años. Alfredo viejo, sin querer, tira al suelo un objeto pesado y Alfredo joven lo oye y se sobresalta. Alfredo viejo tira al suelo un objeto más pesado a propósito y Alfredo joven se sobresalta de nuevo.) ALFREDO VIEJO -¡Puede oírme! (Mirando por el catalejo y chistando) ¡eh, stste, tsts! ALFREDO JOVEN -¿Es a mí? VIEJO -¡Sí! ¡Puedes verme! (Los dos Alfredos se miran, se husmean, se observan.) ¿Sabes quién soy? JOVEN -No... pero su cara me suena. VIEJO -Mírame bien. JOVEN -Si ya le miro, pero no caigo. . . deje que haga memoria... VIEJO -¡No! No hagas memoria. Mírame de arriba abajo. ¿Qué? ¿Me reconoces ahora? JOVEN -No, francamente. VIEJO -Pero ¿qué piensas de mí? ¿Te caigo simpático? ¿Te gusta mi aspecto? JOVEN -Pse. No está mal. VIEJO -¿Te gustaría parecerte a mí, ser como yo el día de mañana? JOVEN -No sé... qué preguntas más raras. VIEJO -¿Cuántos años tienes, hijo? JOVEN -Veinticinco.
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VIEJO -Tengo que darte una gran noticia, ¿estás preparado? JOVEN -Pse.
VIEJO - Mi querido Alfredo, tú eres yo hace treinta años. JOVEN –(Indiferente) Ah. VIEJO -Quiero decir que tú eres el Alfredo que yo fui, que eres mi pasado, ¡mi pasado! ¿entiendes? JOVEN -Entiendo VIEJO -¿Y qué te parece? JOVEN -Pues... VIEJO -¿Es que no te impresiona? JOVEN -No, pero ya decía yo que me sonaba su cara. VIEJO -¡Deja que te abrace! (Se abrazan.) ¿Qué? ¿Te reconoces?, ¿me reconoces ahora? JOVEN -Pues no. He cambiado mucho. VIEJO -Eso, desde luego. ¿Pero te alegras de verme? JOVEN -Depende. ¿A qué se dedica? VIEJO -No me llames de usted, que hay confianza. JOVEN -¿A qué te dedicas? VIEJO -Soy un hombre rico. Y muy poderoso. Con decirte que soy el presidente de la multinacional más poderosa de todo el planeta… JOVEN -Ahora sí que me impresiona. (Se emociona.) Encantado, Alfredo, qué alegría más grande. (Le da otro abrazo.) Pero qué bien hueles. VIEJO -Tú, sin embargo, hueles a sardinas. ¿Por qué estás llorando? JOVEN -Nunca imaginé que llegaría tan lejos. VIEJO -No me extraña. Sigues siendo el mismo imbécil que yo recordaba, pero no te preocupes que nunca llegarás a ser el hombre poderoso que tienes delante. JOVEN -¿Cómo que no? Si soy tu pasado, tú eres mi futuro.
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VIEJO -Es que ha habido un cambio en el programa. (Suena el interfono.) VOZ DE SISITA -Señor, su mujer por la uno. (Alfredo viejo suelta el catalejo y Alfredo joven se esfuma como conejo en chistera.)
(Cárcel de Fred&Freda) INVENTOR -¿Se acuerda del tipo que merodeaba en la cola de patentes? Llevaba un anuncio colgado del cuello. MARIO -El de los refrescos. INVENTOR -Ese. Es el presidente de Fred&Freda MARIO -Amos anda. INVENTOR -(Le arroja un periódico.) Mire. MARIO –(Mira la fotografía de portada.) ¡Hostias! ¿Desde cuándo? INVENTOR -Desde hace 25 años. MARIO -¡Me cago en mi suerte! Los mismos que llevo aquí dentro. INVENTOR -¿Y sabe por qué? Porque le calcé los zapatos contrarios a los que usted lleva puestos. MARIO -Me cago en mi suerte. PRESO -¿Es que no sabes decir otra cosa? MARIO -¡Me cago en mi suerte y me vuelvo a cagar y me recago mil veces! ¿Se puede saber por qué no me calzó a mí aquellos zapatos en lugar de estos? INVENTOR -Buena pregunta. (Silencio.) Tal vez por destino, tal vez por azar… ¿Quién sabe? Pero aunque le hubiera calzado aquellos zapatos, no habría usted seguido ese mismo camino. MARIO -¡Pero no estaría en la cárcel! PRESO -Vete tú a saber… INVENTOR -¿Qué delito cometió? MARIO -Ser pobre. PRESO -Ja. Ese es el delito padre.
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INVENTOR -La última vez que le vi era un hombre muy rico. Iba a hacer un crucero con su novia. MARIO -Naufragamos. Nos rescató un mercante. Cuando llegué a tierra, había perdido todo el dinero invertido en bolsa. Me quedé sin novia. Busqué trabajo y como no encontré, me vi abocado al comercio independiente. INVENTOR -¡Un top manta! ¡Qué valiente! ¿Cuántos años le cayeron? MARIO -Cadena perpetua. PRESO -Lo dicho: vacaciones indefinidas. (Silencio.) Yo también quiero unos zapatos. INVENTOR -¿Cómo los del compañero, que te llevan a tu destino, o como los del presidente, que se lo saltan? PRESO -Me da lo mismo. MARIO -Fabrícale los dos pares. Para que alterne: “me someto a mi destino los lunes, martes y miércoles y me lo salto los jueves, viernes y sábados. Y los domingos, libro, es decir, me descalzo. INVENTOR -¡Qué idea más interesante! Destino, contradestino, destino, contradestino… Sí, qué interesante. Tiene usted mucho talento. ¡Sí, qué gran idea la suya!
(Despacho de Fred&Freda. Alfredo viejo mira por el catalejo y ve a Alfredo joven.) ALFREDO VIEJO -¡Eh!, Tsté, tsé. ALFREDO JOVEN -¡Usted otra vez! ¡Qué alegría más grande! VIEJO -Que no me llames de usted, que hay confianza. (Se abrazan.) JOVEN -¿Dónde te has metido? VIEJO -He estado ocupado. No te creas que es fácil llevar el destino de la multinacional más poderosa. JOVEN -Sí, ya sé que me espera un futuro insigne, lleno de aventuras y emociones fuertes. VIEJO -No estés tan seguro… JOVEN -Pero hasta que llegue, tienes que ayudarme. ¿Sabes cuánto me pagan por llevar este anuncio? VIEJO -Claro que lo sé.
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JOVEN -Y además, sufro mucho. No me sale novia, por las noches tengo poluciones y me da miedo el mundo. VIEJO -Lo recuerdo perfectamente. JOVEN -Soy muy desgraciado. No tengo autoestima, ni ambición, ni coraje. Así no hay quien medre. ¿Vas a decirme qué tengo que hacer para dejar de ser un pobre hombre? VIEJO -Hijo mío, sé como te sientes. Yo mismo lo sufrí en mis propias carnes. Pero tengo que darte una mala noticia: no puedo ayudarte. Aunque tú seas el joven que yo fui hace tiempo, no vas a seguir mi mismo camino. Yo tuve más suerte. Encontré un desvío, lo tome, aceleré y mira qué lejos he llegado. Pero tú, pequeño, seguirás tu rumbo sin desvio posible. Y tu rumbo, hijo, es ese cartel de pobre hombre que te anuncia. Y para eso vengo: para ver cómo caminas por tu propio infortunio, cómo tropiezas, cómo resbalas, cómo te caes y cómo fracasas. (Silencio.) Lo siento mucho. JOVEN -¿Quieres decir que nunca llegaré a ser el presidente de la multinacional más poderosa? VIEJO -Exacto. JOVEN -¿Y qué va a ser de mí? VIEJO -Eso, dependerá de tus pasos. JOVEN -No, no puede ser. Debo de estar soñando.
(Cárcel de Fred&Freda.) INVENTOR- Listos. Sus zapatos. (Le enseña al preso un zapato negro y otro blanco.) PRESO- ¿Son como los de éste o como los del presidente? INVENTOR- Ni lo uno ni lo otro. Los del compañero son fatalidad, azar, fatalidad, azar; los del presidente son contrafatalidad, azar, contrafatalidad, azar. Y estos son fatalidad, contrafatalidad, fatalidad, contrafatalidad, fatalidad, contrafatalidad. Un modelo mixto. PRESO- ¿Y qué pasa con el azar? INVENTOR- Como sólo tiene usted dos pies, no he podido incluirlo. MARIO- ¡Será un hombre sin azar! Y un hombre sin azar ¿qué es un hombre sin azar? ¿Un hombre sin vacaciones? (Entra el carcelero pero los presos no se percatan. Desde un rincón, los observa en silencio.)
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INVENTOR- ¡Destino! (Le arroja el zapato negro.) ¡Contradestino! (Le arroja el zapato blanco.) Verá qué bien le sientan. ¡Vamos, cálceselos! ¿A qué espera? (El preso se los calza.) ¿Qué? ¿Qué tal? PRESO- El destino parece que aprieta. INVENTOR- Es normal al principio. MARIO- Para lo que vas a andar… INVENTOR-La distancia más larga puede recorrerse sin salirse de una celda. MARIO- Además de inventor, filósofo. Vaya prenda. “Ahora eres un hombre nuevo. Ahora empieza tu vida. Ahora emprenderás, por fin y de una vez por todas, el camino que te aguarda” (El carcelero saca un manojo de llaves y abre la celda del preso.) CARCELERO- Puedes irte. PRESO- ¿Adónde? CARCELERO- (Dándole el petate.) Tus cosas. ¡Vamos! ¡A volar! PRESO- Pero si me quedan nueve años, siete meses, doce días y unas horas. CARCELERO- Orden de indulto. MARIO- ¡Me cago en mi suerte! CARCELERO- ¿Vas a salir o te saco yo a hostias? PRESO- ¡Esto es un milagro! INVENTOR- ¡No! ¡Es ciencia! PRESO- (Emocionadísimo.) Señor inventor, no sé cómo agradecérselo. CARCELERO- (Empujando al preso.) Vamos, no vaya a ser que se arrepientan. (Se encara con el inventor.) Quiero unos zapatos idénticos. INVENTOR- Sí señor. CARCELERO- I-dén-ti-cos. ¿Entendido? INVENTOR. Perfectamente.
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(Despacho de Fred&Freda. Alfredo viejo mira por el catalejo: Alfredo joven merienda en su banco. Entra Minerva, una joven que anuncia sardinas con un cartel colgado al cuello pero Alfredo joven está tan concentrado en su manjar que no repara en que ella se quita el cartel y se sienta a su lado.) MINERVA- Qué casualidad. Las sardinas que yo anuncio. ALFREDO JOVEN- Pues sí, qué casualidad. (Ella saca de su bolso una lata de refresco.) ALFREDO JOVEN– Qué casualidad. El refresco que yo anuncio. MINERVA- Pues sí. MINERVA Y ALFREDO JOVEN –Qué casualidad. Pero qué casualidad más grande. (El le ofrece sardinas y ella come. Ella le ofrece refresco y él bebe.) ALFREDO JOVEN –Mi refresco y sus sardinas son una combinación muy buena. MINERVA – Sí, su refresco y mis sardinas son una combinación perfecta. (Cantan los pájaros.) Qué tarde más bonita hace, ¿no le parece? ALFREDO JOVEN- Y además, cantan los pájaros. ALFREDO VIEJO- (Mirando por el catalejo.) ¡Voy a enamorarme! Pero ¿quién es ella? MINERVA –Y usted, ¿cómo se llama? ALFREDO JOVEN –Alfredo. MINERVA -¡Qué casualidad! ¡Como mi padre! LOS DOS ALFREDOS, A DÚO– ¡Qué casualidad! ¡Pero qué casualidad más grande! ALFREDO JOVEN- ¿Y es un buen hombre, su padre? MINERVA- No lo sé, porque se murió. ALFREDO JOVEN– Cuánto lo siento. ¿Hace mucho? MINERVA –Más de dos décadas. Ahora que lo pienso... a lo mejor no era un buen hombre... ¿A quién se le ocurre morirse tan joven y dejarme tan huérfana? ALFREDO JOVEN -Lleva usted razón. (Silencio.) ¿Y de qué murió su padre? MINERVA –De un repente.
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ALFREDO JOVEN –Qué desgracia más grande. MINEVA –Fue un despropósito. Una catástrofe. Pero él se lo perdió. Da gusto estar viva en tardes como esta. ALFREDO JOVEN– Desde luego. ¿No le parece que a veces la vida merece la pena? MINERVA –Sí, hoy me lo parece. ALFREDO JOVEN-Y usted, ¿cómo se llama? MINERVA –Minerva. LOS DOS ALFREDOS, A DÚO -¡Qué nombre más bonito! ALFREDO JOVEN –¿Se lo puso su padre? MINERVA- No lo sé. No me dio tiempo a preguntárselo. ALFREDO JOVEN- Comprendo. (Cantan los pájaros.) ¿Está usted soltera? MINERVA –Por supuesto. ALFREDO JOVEN -¿Está comprometida? MINERVA- En absoluto. ALFREDO JOVEN- Qué casualidad. Yo también estoy soltero y sin compromiso. MINERVA –Cuánto me alegro. ALFREDO JOVEN-¿Y por qué anuncia sardinas? MINERVA –Por pasar el rato. ALFREDO JOVEN- Qué casualidad. Yo anuncio un refresco por lo mismo. (Cantan los pájaros.) ¿Quiere que le cuente el secreto de mi vida? MINERVA- Sí, quiero. ALFREDO JOVEN- Yo soy un romántico. Me gustan los parques y el canto de los pájaros y las jóvenes huérfanas que anuncian sardinas por pasar el rato. MINERVA- Ah qué interesante. ALFREDO JOVEN- Y a usted, ¿qué le gusta? MINERVA- Conocer a hombres que se llaman Alfredo. ALFREDO JOVEN- ¿Y conoce usted a muchos?
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MINERVA- Usted el primero, después de mi padre, que no cuenta. ALFREDO VIEJO- Qué buena pareja hacemos. ALFREDO JOVEN-¿No le parece que hacemos muy buena pareja? MINERVA –Sí, Alfredo, sí, me lo está pareciendo. ALFREDO JOVEN –¿Quiere que la lleve a algún merendero donde den champagne y ostras y caviar en lugar sardinas y botes de refrescos? MINERVA- Pues así... de pronto... ALFREDO JOVEN-¿Quiere que la lleve a la felicidad completa? MINERVA- Le ha cagado un pájaro. ALFREDO JOVEN- Pero no me importa. ¿Quiere que la bese, que la bese en la boca? MINERVA – ¿No le parece que se precipita? ALFREDO JOVEN- ¡La vida es hermosa! Piense usted en su padre. Piense usted en la muerte. ¿Es que va a perdérselo? ¡Sería un desperdicio! Tiene usted unas tetas tan hermosas... MINERVA –¿Y por qué lo sabe? ALFREDO JOVEN- Porque tiene usted las tetas de mi vida. MINERVA -¡Oh, qué atrevimiento! ALFREDO VIEJO- ¡Me he enamorado1 Pero ¿quién es ella? ¡No la he visto nunca! ALFREDO JOVEN- Este es el encuentro que he estado esperando toda mi vida. No seamos naipes, ni dados, ni estrellas. Seamos nosotros, señorita Minerva. ¿A que me desea? (El trata de abrazarla; ella se resiste.) No es casualidad que yo siempre meriende las sardinas que usted anuncia. No es casualidad que usted beba siempre el refresco que yo anuncio. ¿Es que no se da cuenta? Era la señal que anunciaba este encuentro. ¿Por qué no follamos? (Ella le da una bofetada.) ¿Por qué disimulas? ¡Lo estás deseando! MINERVA -¿Tanto se me nota? ALFREDO JOVEN- ¡Sí, Minerva, sí! (Se besan con pasión.) ALFREDO VIEJO- (Derrotado.) ¡La mujer de mi vida y yo sin conocerla! (Suelta el catalejo. Los dos jóvenes se esfuman. Entra Roberto.) ROBERTO- Señor, el informe de...
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ALFREDO- ¡Roberto, la he encontrado! ¡Es ella! ROBERTO- ¿Quién? ALFREDO- La mujer de mi vida. ROBERTO- ¿Está usted seguro? ALFREDO- No había estado nunca tan seguro de nada. Aunque yo mismo la hubiera creado, no me habría salido tan exacta. Oh, Dios mío. ¡Es ella! La miré, me miró y mi vida encajó de repente como un puzzle de mil piezas. ROBERTO- Pues a buenas horas… ALFREDO- ¿Crees en las almas gemelas? ROBERTO- Pse. ALFREDO-Y ahora ¿qué hago? ROBERTO- Concierte una cita. ALFREDO- Eso es imposible. ROBERTO- No hay nada imposible para el presidente de la multinacional más poderosa. ALFREDO-Tengo que pensar, Roberto, tengo que pensar. Déjame solo. ROBERTO- Sí señor. (Sale.) VOZ DE SISITA- Señor, su mujer por la uno. ALFREDO- Dile a mi mujer que me he muerto. No voy a volver a casa. VOZ DE SISITA- Sí señor.
(Cárcel de Fred&Freda. Entra el carcelero. ) INVENTOR -Sus zapatos. (Le da un zapato blanco y otro negro.) CARCELERO -Qué hermosos. Y qué limpios. Y qué relucientes. Para un pobre carcelero, este momento es muy fuerte. Uno negro y otro blanco, ¡qué originalidad más grande! (Se los calza.) INVENTOR -¿Qué, qué tal le sientan? CARCELERO -El negro me aprieta un poco, pero el blanco se me sale.
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MARIO -Qué suerte. INVENTOR -Con un poco de algodón en la punta, se arregla. CARCELERO –Pero yo no lo comprendo. Si tengo los pies iguales y los zapatos son idénticos … INVENTOR -Digamos que la fatalidad se le ajusta como un calcetín de látex porque es la prolongación de su propia esencia. CARCELERO – Qué bonito. INVENTOR -Mientras que la contrafatalidad es lo contrario; lo que nunca le ocurriría si no llevara el zapato. CARCELERO -Ah. Debe de ser por eso. Me voy a dar una vuelta, para estrenarlos. MARIO -Pues ten mucho cuidadito, no vayas a resbalarte. CARCELERO -¿A que te doy con la porra? MARIO -Te lo digo por tu bien. INVENTOR -¡Suerte! (El carcelero sale.) MARIO -Sí, suerte para cagarte en ella. Verás cuando te des cuenta de que no puedes descalzarte.
(Despacho. Alfredo viejo mira por el catalejo: Alfredo joven está en su banco.) ALFREDO VIEJO- ¡Eh! stse, stse. ¿Es que no me ves? ALFREDO JOVEN - Claro que te veo, pero paso de mirarte. ¡Me he enamorado! Estoy muy ocupado pensando en mi novia. ¡Vamos a casarnos! VIEJO -¡Ay, qué desgracia! JOVEN -Con que el presidente de la multinacional más poderosa… Buah… Yo también seré presidente. Sí, el jefe y el amo, el dueño y el rey, pero de mi propia casa. (Silencio.) ¿Con quién te casaste? VIEJO -¿A tí qué te importa? JOVEN -Esas no son formas. Como se te nota lo infeliz que eres. VIEJO -Escucha, hijo mío, quiero hacerte una oferta.
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JOVEN -¡No me llames hijo! Si soy tu pasado y tú, mi futuro, el hijo eres tú. Así que un respeto. Y no me tutees. ¡Soy tu padre!
VIEJO -Aunque seas mi padre, eres mucho más joven. ¡Qué paradoja! Así que hazme caso: dame ese cartel y toma el catalejo. JOVEN -Que no me tutees. VIEJO -Disculpe. ¿Sería tan amable de darme el cartel? JOVEN -¿Para qué lo quieres? VIEJO -Tengo que volver a ser el joven que fui. ¡Tengo que encontrarla! Yo también quiero casarme con ella. JOVEN -Si te casas con ella, perderás tu imperio. Nunca llegarás a dirigir el destino de millares de hombres. VIEJO -A la mierda mi imperio. ¡Mi destino es ella! JOVEN -Serás un perdedor, un facasado, un don nadie. VIEJO -¡No me importa! Anda, dejamé que vuelva a ser como tú, dame ese cartel, deja que lo intente. JOVEN -No. VIEJO -¿Por qué? JOVEN -Porque no me da la gana y además, es imposible. Yo estoy aquí y tú estás allí. Ya no hay moviola. Son tiempos incompatibles.Y ahora, esfúmate. Tengo que seguir pensando en mi novia. (Alfredo viejo suelta el catalejo. Alfredo joven se evapora.) AFREDO –(Al interfono.) Sisita, tráeme una botella de bourbon. VOZ DE SISITA- Sí señor.
(Tras beberse la botella, Alfredo se ha quedado dormido sobre la mesa de su despacho. Entra la señora de la limpieza. Al verlo, se asusta y huye. Alfredo se despierta. Saca un espejo de un cajón y se mira.) ALFREDO -Mírate, Alfredo. Hete aquí, convertido en un tonto que parece listo. Eso es el poder, Alfredo, vivir todos los días como si fueran un lunes pero con traje de
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domingo. Es decir, una mierda. ¿Qué has perdido de tu vida? Te diré lo que has perdido. (Sin soltar el espejo, mira por el catalejo y ve a Alfredo joven retozando con Minerva en el banco.) Los mejores momentos. ¡Ay Alfredo, Alfredito! Seguiste un destino erróneo. Creíste que lo burlaste pero, mira tú por dónde, él te ha burlado a ti. ¿Quién es más miserable, el destino que has burlado o el destino que has seguido? ¿Tu destino verdadero o tu destino falsario? Si hubieras seguido el tuyo, te la habrías encontrado. ¡Serías un hombre feliz! No, no puedo seguir mirando. Ya no puedo soportarlo. Ahora soy sólo el voyeur de lo que pude haber sido. Soy un presente fallido, un pasado equivocado y un futuro condenado a saber lo que me he perdido. ¡Ay! La desgracia del hombre no es haber nacido, no, la desgracia del hombre es querer saber y sufrir porque no sabe, ¡sí! pero más desgracia aun es enterarse de todo. Ahora que ya lo sé, sólo sé que lo que quiero es no haber sabido nunca lo que pude haber sido. ¡Me cago en estos zapatos! (Se los quita, pero como los lleva atados a los tobillos con cadenas, los arrastra.) ¡Pero más me cago aun en el puto catalejo! (Lo arroja al suelo. Se mira al espejo.) Qué hijo de puta es el tiempo. Hay que ver lo que termina haciendo con nosotros.
(Cárcel de Fred&Freda. En sus celdas, el inventor y Mario Césped. Entra el preso, con traje de carcelero.) MARIO- ¡Hostias! (EX)PRESO- ¿Qué?, ¿Qué os parezco? (Luciendo el uniforme.) De mi talla, no como el otro. MARIO- ¿Has alquilado el traje? (EX)PRESO- No, que me han dado el puesto. MARIO- Me cago en mi suerte. (EX)PRESO- ¿Es que no os alegráis? INVENTOR- No ha llegado usted muy lejos. (EX)PRESO- Echaba de menos esto. La celda, la comida, el patio… Ya me había acostumbrado. MARIO- Ja. “Ahora eres un hombre nuevo. Ahora empieza tu vida. Ahora emprenderás, por fin y de una vez por todas, el camino que te espera.” 101 pasos de la celda al patio y 101 un pasos del patio a la celda… eso, si no está lloviendo. (EX)PRESO- Pero ahora los doy cuando quiero y no cuando me lo ordenan. INVENTOR- ¿Dónde está el otro carcelero? (EX)PRESO -Ha desaparecido.
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MARIO -¿Que ha desaparecido? (EX)PRESO -Sí, se ha esfumado, de repente y sin aviso y yo aproveché la vacante. Y, oye, me la dieron rápido. Por currículum. Ha sido… como un ascenso. INVENTOR -¿Y cómo van sus zapatos? (EX)PRESO- Este no hay quien me lo saque (señala el negro), y este (señala el blanco) cuando me distraigo, se me sale solo. Si quiero estirar los dedos, me quito el que me puedo sacar y entonces el negro tira, me arrastra y lo tengo que seguir saltando a la pata coja. Yo creo que tiene ideas propias. INVENTOR- Es la fatalidad. (EX)PRESO- Pues parece que está obsesionada con la muerte. Siempre que me saco el otro, me lleva hasta el cementerio. Cuando llego a la puerta, me calzo el blanco y entonces, para. Así que me doy la vuelta y salgo corriendo en dirección contraria. Es muy entretenido. MARIO -Desde luego. (EX)PRESO -Mire, cómo relucen. Por muchos charcos que pise, por mucho barro que cojan, están siempre como nuevos. Ni betún necesitan. INVENTOR -Soy un genio. MARIO -No te sobres.
(Despacho de Fred&Freda. Frente a Alfredo, un dibujante traza un retrato.) ALFREDO -Pelo oscuro, cara ancha, cejas rectas, ojos grandes. DIBUJANTE -¿De qué color? ALFREDO -Oscuros. Pelo negro, nariz recta, el mentón más afilado, las cejas más arqueadas, y los ojos y las tetas más grandes. (Observa el retrato.) Bien. Ahora, vuelve a dibujarla treinta años más tarde. DIBUJANTE -¿Qué? ALFREDO -Sí, la misma cara, treinta años más vieja. DIBUJANTE -Eso depende de muchos factores. ¿Fuma? ¿Tiene alguna enfermedad? ¿Se ha operado? ¿Ha sufrido alguna amputación? ¿Es carnívora o vegetariana? ALFREDO -¿Cómo quieres que lo sepa? ¡Llevo toda mi vida buscándola y no la he visto nunca!
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DIBUJANTE -¿Y si se ha muerto? ALFREDO -¡Fuera! ¡Fuera de aquí, idiota! (Alfredo echa al dibujante a empujones. Al interfono.) Sisita. (Sisita entra.) Que empapelen todo el orbe con este retrato. Que aparezca en los escaparates de todas nuestras tiendas. Y que pongan debajo: “Se busca desde hace treinta años. A quien la encuentre, se le dará lo que pida. ¡Lo que pida!” ¿Entendido? SISITA -Sí señor. ALFREDO -¡Pues date prisa!
(Despacho de Fred&Freda.) ALFREDO -¿Quiere usted seguir viviendo? INVENTOR –Pues hombre... ALFREDO -¡Sí o no! INVENTOR -(Hincando la cerviz.) Sí, sí, sí. ALFREDO -Pues invente una máquina del tiempo. ¡Y rápido! INVENTOR -¡¿Ha dicho… una máquina del tiempo?! ALFREDO -Sí. Quiero volver a ser joven para anunciar un refresco. Quiero sentarme en mi banco, que ella me aborde y me diga que es huérfana. Quiero decirle que tiene unas tetas que me vuelven loco y que quiero invitarla a champán y a ostras. Quiero besarla. Quiero ser libre. Quiero seguir mi destino descalzo, sin estos zapatos que han sido mi muerte. INVENTOR- Pero ¿cómo voy a inventar una máquina del tiempo? ¿Es que se cree que soy Dios? ALFREDO- ¡No! ¡Usted es el diablo! INVENTOR- ¿Y cree que el diablo sería capaz de inventar una máquina del tiempo? ALFREDO – (Al interfono.) Sisita, que fusilen a este hombre. VOZ DE SISITA- Sí, señor. INVENTOR- ¡Un momento! Para encontrar lo que busca, no le hace falta una máquina. Si sigue mis instrucciones, lo encontrará antes de lo que piensa. Y sin moverse de ese asiento.
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ALFREDO -¿Cómo? INVENTOR -Muy fácil. Devuélvame el catalejo. (Se lo devuelve.) Arránquese los zapatos. ALFREDO- Necesito las tenazas. (Las saca de un cajón y corta las cadenas.) INVENTOR- Tírelos por la ventana. (Los tira.) Ahora es un hombre descalzo. ¡Enhorabuena! En cuanto cruce esa puerta, empezará a sucederle todo lo que le tocaba. ALFREDO- ¿Se está quedando conmigo? INVENTOR- ¡En absoluto! ALFREDO- Que se me ha pasado el turno. ¿No ve que no puedo esperar más? ¡Tengo que encontrarla ahora! ¡AHORA! INVENTOR- En ese caso, habrá que forzar las cosas. Le fabrico unos zapatos contrarios a los que acaba de tirar por la ventana, se los calza y verá cómo la encuentra. ALFREDO- Ah no, no, no, no, no. Yo no me calzo nada. INVENTOR- Pues entonces, habrá que calzarla a ella. ALFREDO- ¿Y cómo?, si no sé ni dónde vive. INVENTOR- Eso no es ningún problema. Fabricaremos millones de pares, los distribuiremos por todo el planeta y verá como en poco tiempo no habrá ni una sola mujer, ¡ni una!, que no lleve los zapatos que conducen al destino verdadero. Si es la mujer de su vida, no tendrá que ir a buscarla. Siguiendo sus propios pasos, ella misma cruzará esa puerta. ALFREDO- (Al interfono) Roberto. (Roberto entra.) Llama a todas las centrales. Quiero que todas las mujeres del mundo, todas sin excepción, se calcen los zapatos que va a diseñar este hombre. ROBERTO -Sí señor. ALFREDO- (Al interfono) Sisita, que no fusilen a este hombre. Al menos, de momento.
(En la cárcel, Mario Césped y el inventor trabajan.) MARIO- Hay que joderse. Que acabe en la cárcel por unos zapatos y que, encima, me obliguen a fabricarlos. Mi vida se ríe de mí.
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INVENTOR- No se queje, que le dan un sueldo. MARIO- ¿Y para qué lo quiero? (EX)PRESO- (Entrando.) Vengo a haceros compañía. (Se sienta en el suelo, saca suelas, material, martillo y clavos y trabaja.) Nunca en la historia de Fred&Freda se había fabricado tanto surtido de un solo artículo. Han contratado a millares solo para fabricarlos y aun así, no dan abasto. ¡Arrasan! Hay colas de varios días para conseguirlos. Y hay que escoltar los camiones, porque si no, los asaltan. Ni diez segundos duran en las tiendas. Las vuelven locas. MARIO –Apuesto a que a ti no te pagan por hacer de zapatero. (EX)PRESO –Tengo derecho a quedarme con el par que quiera. Seré el dueño de la vida de la mujer que elija. Mirad qué fino: puntera en raso, hebilla púrpura, tacón de aguja. MARIO- Los zapatos que conducen al destino verdadero: ¿un grillete o una argolla? (EX)PRESO- ¿No te da gusto fabricar para otros el mismo cepo que te aprieta? MARIO- No soy tan sádico.
(Despacho de Fred&Freda. Alfredo duerme. Entra la mujer de la limpieza. Al oírla, Alfredo se despierta. Al descubrirla, se sobresalta. Al mirarla, la reconoce, la recuerda.) ALFREDO- ¡Ay! qué deja vú, ¡ay! ¡qué deja vú más fuerte! MINERVA- ¿Se encuentra bien? ALFREDO- Sí... no... ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? ¿De dónde sale después de tanto tiempo? MINERVA- Trabajo aquí. ALFREDO- ¿Y en qué trabaja? MINERVA- Soy… la mujer… de la limpieza. ALFREDO- No puede ser, no es posible. ¿Desde cuándo limpia el edificio? MINERVA- En junio va a hacer veinte años. ALFREDO- ¡Veinte años! MINERVA- Sí señor, pero en su despacho, solamente 15.
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ALFREDO- ¡Quince años! Qué broma tan pesada es esta. Sisita. Sisita. MINERVA- Son las seis de la mañana, y Sisita entra a las 9. No hay nadie en el edificio, salvo los guardias. Y ahora, señor, con su permiso, me marcho. ALFREDO- ¡No, no se vaya! ¿Cómo se llama? No, no me lo diga. Se llama LOS DOS -Minerva. ALFREDO- ¡Es usted! MINERVA- ¿Yo? (Suena una sirena.) MINERVA -El cambio de guardia. Tengo que marcharme. ALFREDO -¿Volverá algún día? MINERVA -Esta misma noche, Como siempre, de lunes a viernes, desde las doce hasta las ocho de la mañana. (Sale azorada y precipitadamente.) ALFREDO -¡Espere un momento! (Minerva ya se ha ido.) Tengo que decirle... tengo que decirle... lo que no le he dicho en... Veinte años limpiando este edificio. Quince años limpiando mi despacho. No, no puede ser, no es posible. Debo de estar soñando (En su despacho, Alfredo se ha quedado medio en trance. Roberto irrumpe, alteradísimo.) ROBERTO- ¡Señor! ¡Tenemos un problema! ALFREDO- Ahora sí que la he encontrado. La he encontrado de verdad. ROBERTO- ¡Las mujeres! ¡Se han vuelto locas! No nos quedan operarias, ni oficinistas, ni dependientas. Han huido de sus puestos. Han quemado sus contratos. Y están formando piquetes para destruirnos las sedes. ALFREDO- ¡Es ella! Treinta años más vieja. ROBERTO- Pero lo peor, señor, es que ya no hay clientas. Dicen que se han despertado de su condición de consumidoras sometidas y explotadas ¡y se niegan a seguir comprando! ¡No hay ventas! Han formado comités y han firmado manifiestos en los que juran no seguir consumiendo. ¡Es el fin, señor! ¡El comercio ha muerto! ALFREDO- Es real, ¿entiendes? ROBERTO- Entiendo, pero ¿qué va a ser de nosotros? ALFREDO- Y ahora que no es un sueño me da más miedo que antes.
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ROBERTO- ¡La culpa es de esos zapatos! Como se los han calzado, quieren salirse del mundo para construir uno nuevo. Pero ¿qué tienen esos zapatos que las vuelve majaretas? ALFREDO- ¿Tú qué harías para conquistar lo que, por destino, te pertenece? ROBERTO- ¡Nada! ALFREDO- ¿Nada? ¿ No harías nada para recobrar lo que no has tenido nunca pero ha sido tuyo siempre? ROBERTO- ¡Salga a la calle! Verá como no hay mujeres: ni niñas, ni jóvenes, ni viejas. Abandonan las aldeas, los pueblos, las ciudades en caravanas larguísimas hacia no se sabe dónde. Si les preguntas: Pero ¿adónde vais?, responden: “A encontrarnos con nuestro destino.” ¡Qué desastre! ALFREDO- Roberto, ¿cuántos años tienes? ROBERTO- Treinta ALFREDO- ¡¿Treinta?! ROBERTO- ¡Sí!, Escúcheme, por favor, que la situación es muy grave. ALFREDO- ¿Esto son treinta años? ¿Cuánto tiempo son treinta años ? ROBERTO- ¡No lo sé!, pero si no hacemos algo, nos vamos a ir la mierda. ¡Asómese a la ventana! ¿Lo ve? Sólo hay hombres. Mire qué desorientados, qué sucios, qué tristes. ALFREDO- ¿Crees que podrías vivir estos treinta años que tienes en una sola tarde? ROBERTO- Pero tengo la solución. Escúcheme atentamente: si fabricamos millones de esos zapatos para los hombres y conseguimos que se los calcen, todo volverá a ser como antes. ALFREDO- Déjame solo, Roberto. Tengo fiebre. (Roberto sale.)
(En la cárcel, el ex preso, que ahora es carcelero, entra con el ex carcelero, que ahora es un tullido: en lugar de pie, luce un muñón con vendas. Lo mete en la celda vacía.) (EX)PRESO -Mirad qué regalito os traigo. MARIO -Me cago en mi suerte.
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INVENTOR -¿Qué le ha pasado en el pie? (EX)CARCELERO -Me lo he amputado con un hacha, ¿qué pasa? INVENTOR -¡Oh Dios mío! ¡Qué desastre! ¿Dónde están sus zapatos? (EX)PRESO -Aquí, junto con sus restos. (Les enseña un frasco con formol.) MARIO -Pero ¿qué has hecho? (EX)PRESO -Trataron de implantarle el pie, con el zapato incluido, como no podían sacárselo… Apuñaló al anestesista y estranguló al cirujano.
(EX)CARCELERO -¡Defensa propia! A mí nadie me pone un cepo. Mira que se lo advertí: que no me implantéis esa cosa, que me estoy cabreando… (EX)PRESO -Convaleciente y sangrando, y con el pie en un frasco, dentro del zapato… Hay que ser animal. (EX)CARCELERO -A que te doy unas hostias. (EX)PRESO -Eh, que el carcelero, soy yo. (EX)CARCELERO -Ni el hábito hace al monje, ni el castillo al rey, ni la celda al preso. Soy más libre qué vosotros. Mirad qué precio (Se señala el muñón.) Aunque os parezca cojo, corro más rápido y vuelo más alto que vosotros. Un zapatito a mí… MARIO -¿Por qué no le fabrica un pie ortopédico? INVENTOR -Una idea interesante. (EX)CARCELERO -Eso, si sale con vida. (EX)PRESO-¿Es que vas a matarlo? (EX)CARCELERO -Veremos. INVENTOR -Tal vez sea lo que merezco. MARIO -Ahora que lo pienso… si me amputo los dos pies, yo también podría sacármelos. INVENTOR -¡No, por favor, no lo haga! Se lo pido por su padre. (EX)CARCELERO -No tiene valor para eso. Le echas alpiste y trina. ¡Cómo este! (Señala al ex preso.) ¡Jilgueritos! (EX)PRESO -A que te calzo una hostia.
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(EX)CARCELERO -¡Ay qué miedo! ¡Jilgueritos! ¡Jilgueritos de jaula! ¡Anda, jilguerito, guapo, súbete al columpio!
(En el despacho, Alfredo, hundido; Roberto, histérico; el inventor, tristísimo.) ROBERTO -Va usted a inventar los zapatos que las vuelven locas pero en versión masculina. Tenemos que conseguir que todos los hombres, todos, sin excepción, se los calcen. INVENTOR -No inventaré nada más. ROBERTO -Creo que no me ha entendido: he dicho que los va a inventar. INVENTOR -Es usted el que no entiende. Mis zapatos son el mal. Han matado a tres hombres y han dejado a uno cojo. ROBERTO -No diga tonterías y póngase a trabajar. INVENTOR -Hay quien se ha amputado un pie. ¿Quiere usted una humanidad lisiada? ¿Una humanidad de cojos? ROBERTO -¡No! Quiero una humanidad como la de antes. INVENTOR -Pues dejémoslo como está. Si calzamos a los hombres, las consecuencias pueden ser más graves. La humanidad es imprevisible. ROBERTO -¡Pero que ya no hay mujeres! ¡Han huido de sus vidas! INVENTOR -¿Y quiere que huyan también los hombres? ¿Cuántas se amputarán los dos pies? ROBERTO -¡Pero si están encantadas! INVENTOR -Eso es sólo por ahora. Verá cuando se den cuenta de que no pueden descalzarse. (Silencio) Usted, ¿qué preferiría: ser libre con dos muñones o caminar con grilletes? ROBERTO -Ni lo uno ni lo otro. INVENTOR -¿Lo ve? Ande, váyase a su casa y olvídese del invento. ROBERTO -¿Y qué hacemos para que ellas vuelvan? INVENTOR -Por muy lejos que hayan ido, los hombres correrán tras ellas, acabarán encontrándolas y todo volverá a empezar. Es la historia. ROBERTO -¡Invente un descalzador!
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INVENTOR -Tal vez sea la solución, pero no le juro nada.
(Cárcel de Fred&Freda. Cada recluso en su celda. El carcelero que fue preso se pasea muy ufano observando atentamente al preso que fue carcelero.) (EX)CARCELERO -¿Se puede saber qué miras? (EX)PRESO -Es que me voy a vengar y estoy calculando por qué lado de la cara voy a empezar a rompértela. MARIO -El preso, carcelero y el carcelero, preso. Vaya parejita. (EX)PRESO -No. El preso, libre y el carcelero, preso. MARIO -No. El preso, preso y el carcelero, cojo. (EX)PRESO -¿”Preso”, me has dicho? MARIO -Prueba a sacarte el zapato. (EX)PRESO-El pie me lo amputo yo cuando me dé la gana. INVENTOR -¡No, por favor, no lo haga! (EX)CARCELERO -Si no se lo va a amputar… (EX)PRESO -Aunque no me ampute el pie porque no me venga en gana, de todos los aquí presentes, yo soy el único libre. MARIO –No. El más libre es el inventor, que para eso se descalza. INVENTOR - Mi cárcel es mi fracaso. He matado a tres hombres y he dejado a uno cojo. (EX)CARCELERO -Qué sensible. (EX)PRESO-Mira, hombre preso: te habrás amputado el pie, pero estás entre rejas. Te han jodido dos veces. (EX)CARCELERO -Mira, hombre libre: por cada paso que das, voy y vuelvo yo un kilómetro. Llevo mi libertad a cuestas. (EX)PRESO -Pues ¿sabes lo que te digo? Que ahora mismo me voy de putas, para celebrarlo. (EX)CARCELERO -¿Y no te va a dar vergüenza follar con el zapato puesto?
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(EX)PRESO-¿A que te calzo una hostia?
(En su despacho, Alfredo espera a Minerva, señora de la limpieza. Para recrear el encuentro que se perdió por culpa de los zapatos, ha instalado el banco de un parque, varios árboles en macetas y un aparato de música que reproduce el canto de los pájaros. Sobre el banco, ha dejado dos botes de refresco y una lata de sardinas. Es un hombre enamorado. Ésta es su primera cita. Y como ella se retrasa, él la alucina.) ALFREDO- Señora mía de mi alma, lo que tengo que decirle se lo he dicho tantas veces, en tan diferentes lenguas, con tan diferentes voces, que no sé como he podido vivir sin saberlo. En realidad, lo sabía, lo he sabido siempre pero sólo en sueños y lo que sabe en sueños se ignora despierto. (Silencio.) Aunque tiemble como un niño soy un viejo de mil años. He vivido ya cien vidas y la he conocido en todas. Yo ya he sido su maestro y antes de eso, su discípulo. También he sido su padre y su madre y su marido y su amante y su rival y su amigo y su traidor… si por ser yo creo que ya he sido, señora mía, hasta su perro. ¿No recuerda mis ladridos? La he encontrado, la he perdido, la he buscado y este encuentro es esa cita que acordamos al principio de los tiempos. No, no diga que no se acuerda: también vivió en esta vida dentro de su propia madre y esa vida la ha olvidado, pues el amor, es lo mismo: un instante de memoria. Antes de nacer, ya fuimos. Después de morir, seremos. Desde que he vuelto a encontrarla sé que la muerte es mentira. (Llaman a la puerta. El sueño se esfuma. Es Minerva real, señora de la limpieza.) MINERVA -Un banco. Qué exótico. MARIO -(Enciende el aparato de música. Los pájaros cantan.) Para dar ambiente. ¿Le gustan los parques y el canto de los pájaros? MINERVA -Me encantan… si son naturales. ALFREDO -La cena es auténtica. MINERVA -¡Sardinas… en lata! ALFREDO -(Abre la lata.) ¿Le apetecen? MINERVA -Demasiado aceite. No puedo probarlas. ALFREDO -¿Es que está usted enferma? MINERVA -No, es que ya soy vieja. ALFREDO -Pues qué contratiempo. MINERVA -No es un contratiempo; es la consecuencia. ALFREDO -Pues qué consecuencia más desagradable. (Los pájaros cantan.) ¿Casada?
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MINERVA -Soltera. ALFREDO -¡Qué alegría más grande! Yo soy viudo casi: he imaginado el funeral de mi esposa muchas veces. MINERVA -¿Es que va a matarla? ALFREDO -No, no, no… no, no. Sólo son sueños. (Silencio.) Ahora no me la imagino ni viva, ni muerta, así que haga lo que quiera. MINERVA -Comprendo. (Los pájaros cantan.) Yo no tengo sueños. ALFREDO -¿Es que está usted muerta? MINERVA -Todo lo contrario. Desde que no sueño, vivo más que nunca. Eso de los sueños es un despilfarro. ALFREDO -No diga sandeces. MINERVA -No digo sandeces. ALFREDO -Disculpe. (Los pájaros cantan.) MINERVA -¿Por qué está descalzo? ALFREDO -Una larga historia. MINERVA -¿Por qué no se calza? ALFREDO -¿Es que huelo a pies? MINERVA -No, pero da usted lástima. ALFREDO -No tengo zapatos. Arrojé los que tenía por esa ventana. MINERVA -¿Tanto le apretaban? ALFREDO -No sabe usted cuánto. (Los pájaros cantan.) Y usted ¿cómo es que no lleva los zapatos de moda? MINERVA -No estoy para trotes. ALFREDO -¿Es que le da miedo encontrarse a su destino de frente? MINERVA -Huy no, no, señor, pero si el destino quiere, que venga. ALFREDO -¿Y si le dijera que lo tiene delante? MINERVA -¿A quién?
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ALFREDO -¡Pues a quién va a ser, Minerva! ¡Mírame a los ojos! ¡Yo soy tu destino! ¿No me reconoces? MINERVA –Huy, qué cosas dice. ALFREDO -¿Recuerdas aquel tiempo en que anunciabas sardinas? MINERVA -¿Y por qué lo sabe? ¿Me ha estado espiando? ALFREDO -Tenías unas tetas tan hermosas… MINERVA -¿Y ahora, no, señor? ALFREDO -No lo sé, Minerva, tendría que vértelas. MINERVA -¡Cómo se atreve! ALFREDO -Ya va siendo hora de recuperar lo que nos pertenece. Ha llegado el día de que al fin tengamos lo que nos perdimos, Minerva. MINERVA -Eso es imposible. Lo que nunca se tuvo, nunca se pierde. ALFREDO -¿Es una ley de la física? MINERVA -Es una ley de la lógica. ALFREDO -Si es una ley de la lógica, no es aplicable a la vida: la vida es ilógica. MINERVA -¿Quiere decir que es absurda? ALFREDO -A veces. Y como a veces la vida es absurda pudiera ser que perdiéramos lo que no tuvimos nunca. En ese caso la vida, además de absurda e ilógica es un desperdicio. ¡Pero aun estamos a tiempo! ¿Quieres que te lleve a algún restaurante donde den champán y ostras y caviar? MINERVA -Huy no, no, señor. ALFREDO -¿Quieres que te bese, que te bese en la boca? MINERVA -¿Es que se ha vuelto loco? ¡Soy su subalterna! ALFREDO -¡Qué horrible palabra! ¿Quieres que te lleve a la felicidad completa? (Los pájaros cantan.) MINERVA -Quiero que se calce y que apague ese trasto. Me pone nerviosa. ALFREDO -¿Por qué no follamos? (Ella le da un bofetón. Los pájaros cantan.) MINERVA -Disculpe.
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ALFREDO -¿Por qué disimulas? ¡Lo estás deseando! MINERVA-(Le da otro bofetón.) Esta escena es ridícula. ALFREDO -¡No Minerva, no! Un enamorado no hace el ridículo nunca. (Los pájaros cantan.) MINERVA -Su deseo es más falso que esos gorgoritos. ALFREDO -¡Te amo, Minerva! (Los pájaros cantan.) MINERVA -¡Apague ese trasto! ALFREDO -¡Te amo! (Los pájaros cantan.) MINERVA -(Apaga el aparato.) Ah, qué descanso. Y ahora, cálcese, haga usted el favor. Ya no tiene edad. Y va a coger un enfriamiento. (Sale.)
(Han pasado varias horas. Entra Roberto, alterado, y tropieza con el banco) ROBERTO- ¡Me cago en…! ¿Pero qué hace aquí un banco? ¡Señor, ahora el problema es más grave! ¡Los hombres! ¡Están huyendo! ¡Se están yendo detrás de ellas! ALFREDO- No ha funcionado, Roberto. Mi sueño más deseado se me acaba de colar por el desagüe. ROBERTO- ¡No! ¡Aun estamos a tiempo! ¡Conseguiremos que vuelvan! ¡No sé cómo, pero encontraremos la forma de superar esta crisis! ¡Sí! Y todo volverá a ser como siempre. ALFREDO- (Derrotado.) He llegado a lo más alto pero me he perdido el viaje. Y ya no tiene remedio. Espero poder perdonármelo. ROBERTO- Tiene que convocar un consejo. ¡Inmediatamente! ALFREDO- Sí, llama a todas las centrales y di que dimito del cargo. ROBERTO- Pero ¿qué dice? ¡Estamos perdiendo millones! ¡Mire! ¡No hay nadie! Los almacenes, las fábricas, las oficinas, las tiendas ¡están desiertos! ¡Los hombres están huyendo! ¿Cómo va a marcharse ahora? ¡No puede abandonar el barco! ALFREDO- ¿Te interesa el puesto? (Silencio.) ROBERTO- (Cuadrándose.) Sí señor, muchísimo. ALFREDO- Es tuyo. Liquida todas mis cuentas. Y libera a todos los presos.
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ROBERTO- Sí señor, esta misma tarde. ALFREDO- ¿Has sentido alguna vez nostalgia de algo que no te ha ocurrido? ROBERTO- Pues… no… sé… ALFREDO- Nos perdemos nuestras vidas anhelando algo que no ha sucedido y cuando nos damos cuenta… Es de tontos. (Silencio.) Tú ¿cuántos sueños recuerdas? (Silencio) No, tú eres joven. ROBERTO- ¿Se encuentra bien? ALFREDO- Perfectamente. ¿La has encontrado ya? ROBERTO- ¿A quién? ALFREDO- Pues a quien va a ser, Roberto, a la mujer de tu vida. ROBERTO- Sí... creo… que sí. ALFREDO- ¿Y por qué no te vas tras ella? Como no te espabiles, va a escapar, como las otras. ROBERTO- Ahora no puedo, señor. Fred&Freda me necesita. ALFREDO- Mira que eres ignorante. Entonces ¿aceptas el cargo? ROBERTO- Lo acepto. Prometo no defraudarle. ALFREDO- No defraudes a tu viejo. Es el único que importa. ROBERTO- ¿A qué viejo? ¿A mi padre? ALFREDO- (Suspira.) No, Roberto, no. (Le da una palmada en la cara.) Buena suerte, hijo. ROBERTO- Gracias, señor. (Sale.) ALFREDO- (Al interfono) Sisita (Sisita entra con una caja en la mano.) ¿Sabes si mi mujer se ha calzado esos zapatos? SISITA- Ayer por la tarde. Yo misma se los envié con un mensajero. ALFREDO- ¿Sabes si sigue en casa? SISITA- Se ha marchado esta mañana. ALFREDO- ¿Adónde? SISITA- Pues… no sé…. Adonde se van todas, supongo.
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ALFREDO- Prepárame la maleta. Me voy a buscarla. SISITA- Ahora mismo. (Silencio.) ¿Es que va a viajar descalzo? ALFREDO- Sí. No pienso volver a calzarme. SISITA- (Saca los zapatos de la caja.) Me los encontré en la calle. Desde que le conozco, no le he visto a usted con otros… y como están como nuevos… ALFREDO- Mételos en la maleta. Que me los calcen, sí, pero cuando me amortajen. SISITA- Huy señor, qué cosas dice. ALFREDO- ¿A qué esperas? ¡La maleta! ¡Venga! SISITA- Si señor. (Sale.) ALFREDO- (Con pena.) Adiós, guapa.
(Cárcel de Fred&Freda. El (ex)preso entra con un manojo de llaves. Abre la celda del (ex)carcelero.) (EX)PRESO -A volar. Sois libres. MARIO -Pero ¿qué dices? (EX)PRESO -¡Amnistía! MARIO- (Golpea los barrotes) ¡Abre la puerta ahora mismo! (EX)PRESO -Eh, que va por turnos. (Al (ex)carcelero, ya fuera de la jaula) Ahora, ni presos, ni carceleros. (EX)CARCELERO -No, ni carceleros, ni presos. Ese es el orden correcto. Y ahora ¿qué vas a hacer sin tu jaula, pajarito? (EX)PRESO -Pues lo mismo que tú, gilipollas. Irme a buscarme el alpiste adonde quiera que caiga. (Abre la celda del inventor.) MARIO -¡Qué me abras la puerta, hostias! (EX)CARCELERO –(Al inventor.) ¿Dónde está mi pie ortopédico? (El inventor se lo da.) Así me gusta. Joder, con pelos. Qué auténtico. (Se lo ajusta.) Si hasta parece que pica. MARIO -Prueba a sacártelo, anda, no vaya a ser que se atasque y sea peor el remedio. (EX)CARCELERO-Ah, sale y entra. Y con una facilidad…
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MARIO -¿Es que no vas a matarlo? (EX)CARCELERO -Me está dando pena. MARIO -Me cago en mi puta suerte. ¡Que abras la puerta! (EX)PRESO -Ya va, fiera. (Le abre la celda.) MARIO -¿De verdad somos libres? (EX)PRESO -¡Venga, a la calle todo el mundo! (Mario Césped y el inventor salen.) (EX)CACELERO- -Después de ti, compañero. (EX)PRESO -¿Has dicho ”compañero”? (EX)CARCELERO -¿Cuántos años llevamos juntos? (EX)PRESO -He perdido la cuenta. (EX)CARCELERO -¿Cuántas hostias te he dado? (EX)PRESO -De eso sí que me acuerdo: patadas, trescientas trece; puñetazos, ciento veinte; hostias propiamente dichas, cincuenta y siete más una; empujones, unos quinientos y una patada en los huevos. (EX)CARCELERO -Tú a mí no me has dado ninguna. Ya es tarde. (EX)PRESO -El carcelero y el preso libres. (EX)CARCELERO -No. El preso, libre y el carcelero, sin preso. (Silencio.) Oye, ¿qué es un preso sin carcelero? (EX)PRESO -Un hombre libre. (EX)CARCELERO -¿Y un carcelero sin preso? (EX)PRESO -Nada. (EX)CARCELERO -A ver si va a ser mejor ser preso que carcelero… (EX)PRESO -Ni carceleros, ni presos. No vamos a discutir por eso. Venga, ¡a la calle! (EX)CARCELERO -Me voy porque me da la gana, no porque me lo ordenes. Y además, detrás de ti. (EX)PRESO -Mejor al unísono.
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(EX)CARCELERO -Hecho. (Salen.)
(Mario Césped y el inventor, con el catalejo, en la calle, completamente desierta.) MARIO- ¿Dónde está todo el mundo? INVENTOR- Ha habido una estampida. Las mujeres han huido y los hombres han corrido detrás de ellas. MARIO- Hay que ver, qué cosas pasan. INVENTOR- (Mira por el catalejo.) ¿Quiere divertirse un rato? Mire, mire. Échese un vistazo. (Le da el catalejo.) MARIO- (Mira a través del invento. Ve a un señor en una ventanilla.) ¿Quién es ese? INVENTOR- ¿Es que no se reconoce? ¡Es usted! MARIO- ¿Yo? INVENTOR- Sí, usted en este mismo instante, pero sin esos zapatos. MARIO- ¡Joder, qué gordo! INVENTOR- La vida del funcionario. MARIO- ¡Estoy en mi ventanilla! ¡Habría aprobado las oposiciones! INVENTOR- Sí, se le ha puesto cara de fijo. MARIO- ¡Ay, qué feliz parezco! INVENTOR- No diga tonterías. Seguro que tiene reuma y colesterol y azúcar y, además, mala leche. ¿No ve qué gesto de cejas? Eso es la amargura, amigo. MARIO- No, es la serenidad que da una vida sin problemas. INVENTOR- Tome. (Le da un espejo.) Mírele, mírese y compare. Verá como sale ganando. MARIO- (Le mira, se mira y compara.) Pues ahora que lo dice… Pero yo he sufrido más que él. INVENTOR- También ha gozado el doble. Además, usted ha sido muy rico y ése sólo tiene un sueldo.
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MARIO- También he sido muy pobre. INVENTOR- La pobreza es una dimensión vastísima que pone a prueba el espíritu y que, además, espabila. Es la mejor escuela y ese, se la ha perdido. ¿Y qué me dice de sus aventuras? Ha navegado en su barco, un lujo al alcance de pocos, ha naufragado y ha sobrevivido. Ese de ahí no ha movido su culo fondón de esa silla en treinta años, salvo los sábados y los domingos, que lo posa sobre un sillón de su casa hipotecada. MARIO- Le pagan las vacaciones. INVENTOR- Treinta días de verano, cuatro de navidad y tres de semana santa: total: 37 días pensando que hay que volver al tajo, es decir, una mierda. Usted ha mordido el polvo porque voló y se estrelló pero él ni siquiera sabe que dispone de dos alas. Ha sido usted una escoria, un top manta, un miserable, hasta ha sido presidiario, pero un presidiario inocente, condenado a cadena perpetua simplemente por ser pobre. ¡Es un héroe! Ahora es un hombre libre. ¿Sabe lo que significa? Ese no sabe nada. Sólo piensa en jubilarse. MARIO- Visto así… INVENTOR- Escriba usted sus memorias. Seguro que triunfa. MARIO- Pero si no sé escribir… INVENTOR- Pues contrate a un negro. Usted me gusta. Me ha inspirado siempre. Es un hombre de talento. Tiene muy buenas ideas y yo tengo grandes proyectos. Vamos a asociarnos. “Yo y Mario Césped. Invenciones trascendentes”. ¿A que suena bien? MARIO- Ah no, no, no, más inventitos no. INVENTOR- Es una gran ocasión. Sólo tiene que inspirarme. MARIO- Asociarme con usted… Es lo que me faltaba. INVENTOR- (Sacándolo de un bolsillo.) Tome, el antídoto. Es un descalzador. Se lo mete por el talón, hace palanca y verá cómo se lo saca. ¿Es que no va a probarlo? Le aseguro que funciona. MARIO -(Se mete el descalzador y se saca el zapato negro. Estira los dedos.) ¡Ah! (Vuelve a mirar por el catalejo. Mira el zapato que le queda. Se mira al espejo. Vuelve a mirar por el catalejo.) Si me descalzo completamente, ¿me voy a poner como ese? INVENTOR -Pues seguramente. MARIO -No, gracias. (Se calza el zapato negro.) INVENTOR -¡Lo sabía! Sabía que no iba a fallarme. ¡Sí! ¡Vamos a asociarnos! “Yo y Mario Césped. Invenciones trascendentes” ¡Vamos a patentarlo! Como la mitad de la población lleva esos zapatos puestos, nos haremos ricos.
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MARIO -¿Y si no quieren descalzarse? INVENTOR -¿Cómo no van a querer? MARIO -Pues yo no he querido. INVENTOR -Usted es un caso aparte. Si ellas no quieren comprárnoslo, se los vendemos a ellos. Para poder descalzarlas, no tendrán más remedio que acudir a nosotros. Sí, mi querido amigo, vamos a ser muy ricos. MARIO –A buenas horas… INVENTOR -Nunca es tarde (Salen.)
Fin
Terminada en marzo de 2008
Charo González Casas
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