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ESTUDIO DE MERCADO NACIONAL E INTERNACIONAL DE AJI-MERKEN TEMUCO, NOVIEMBRE DE 2006 INDICE 1. INTRODUCCION.........................................

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VIDA SOeiflblSTH NUM. 76

MADRID, II DE JUNIO

AÑO 1911

IHI

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(!!>

it)

CÉNTIMOS

i ILJ I B E K; T Jk. D !

15 CÉNTIMOS

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:::: VIDA POLÍTICA ::;: :

El Gobierno democrático que preside el señor Canalejas ha aprobado la conducta observada el viernes de la anterior semana por las fuerzas de Policía y Seguridad con los albañiles huelguistas que se manifestaron en la Puerta del Sol y en varios otros puntos de la población. Las acometidas de dichas fuerzas contra los manifestantes inmediatamente de dar el primer toque de atención para que se disolvieran ó antes de darle, le parecieron bien al presidente del Consejo de ministros, siquiera las atenuara indicando que las tales fuerzas habían sido agredidas por los obreros, que, según él, iban provistos de revólvers, navajas, puñales, estiletes y garrotes. En apoyo de su afirmación ha dado cuenta de una lista de 25 heridos y contusos pertenecientes á la Policía y al Cuerpo de Seguridad. Para apreciar la importancia de este dato bastará tener en cuenta que no se hizo uso de revólvers, navajas, puñales y estiletes, según indica la referida lista de heridos y contusos, sino, cuando más, y para repeler las agresiones de que fueron victimas los albañiles, de algún palo y alguna piedra. Entre los obreros, hubo tres ó cuatro heridos y un gran número de contusos, pues los sablazos y palos dados por los policías y por los guardias de Seguridad en casi todos los sitios donde se manifestaron los albañiles fueron muchísimos. Al aprobar el jefe del Gobierno el proceder bárbaro de los «mantenedores del orden>, no sólo muestra su conformidad con que así se debe tratar á los obreros cuando pacíficamente se manifiestan sin notificárselo á la autoridad, sino que da aliento á muchos guardias de Orden público para que sigan perpetrando las tropelías que en ellos son usuales. Ni los obreros, ni los que, sin tener este carácter, son verdaderamente liberales, echarán en olvido la conducta tolerante y humana observada en esta ocasión por el Sr. Canalejas, y juzgarán que entre él y los que han demostrado francamente sus antipatías por los elementos populares no hay apenas diferencia. No sólo por ser injusta la intervención armada en Marruecos, á la vez que perjudicial para los intereses de España, sino también por exponer á nuestro país á un conflicto internacional, hemos combatido los socialistas toda acción belicosa en aquel Imperio. A consecuencia de esta acción, llevada por el Gobierno español más allá de donde le parece conveniente al Gobierno francés, nótase ya cierta tirantez entre ambos Gobiernos, y la prensa burguesa de ambos países se hace cargos recíprocos sobre quien cumple mejor el Acta de Algeciras

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y quien se propasa más en el Imperio de Marruecos. Y no solamente ocurre esto, sino que hay periódicos españoles que, con motivo de esa tirantez, escriben cosas muy parecidas á las que escribieron cuando empujaron al Gobierno deSagasta á declarar la guerra á los Estados Unidos. El más exaltado de ellos. Heraldo de Madrid, llega á decir lo siguiente en un artículo titulado «Veto impertinente>: «España hará lo que quiera respecto á Tetuán, porque no querrá hacer más que lo que debe, y aunque Le Temps sople la trompeta de Jericó y aunque el Gobierno francés amenace, no se retrocederá en el camino que se emprenda, si se emprende, porque afrontar todos los riesgos que llevará tras sí la contestación á una insolencia, no sólo no sería ir á la aventura, sino hacer efectiva nuestra personalidad en el mundo, buscando á la defensa de la dignidad española una nueva pública, y solemne consagración, cualquiera que fuese su precio. Para eso no habría división ninguna de opiniones. Nuestra política de vecindad en Marruecos nos per» tenece por entero. No podemos ser intervenidos per nadie. Ni el Gobierno lo sufriría, ni lo vería España con resignación. La bofetada de Fachoda no resonará en nuestra mejilla sin que nosotros la devolvamos. Agravios de manos confiadas no se repelen aquí con raudales de tinta.»

¡Lucha con los moros! ¡Lucha con los franceses (eso piden ahora los que quieren que vayamos á Tetuán)! ¿Tenemos ó no tenemos razón los socialistas para llamar av/spero á la intervención española en Marruecos? ¿Estamos ó no en lo cierto al reclamar que se abandone toda idea de conquista y de intervención en dicho país? Nos parece que una respuesta afirmativa no ofrece duda. Los que niegan nuestro interés por el territorio en que hemos nacido y en que vivimos, nos llaman y seguirán llamándonos antipatriotas. Que nos lo llamen. Procediendo como nosotros procedemos, clamando contra la guerra en general y en estos momentos contra la acción que en Marruecos efectúan nuestros gobernantes miramos más por España, nos interesamos más por este desdichado país que los que, cerrando los ojos á la razón y olvidando las lecciones que la Historia nos ha dado recientemente, nos quieren llevar no ya á una larga lucha con los marroquíes, sino á una desastrosa contienda con uno de los pueblos más poderosos del mundo. Seguros, segurísimos estamos de que al lado de estos antipatriotas está hoy la inmensa mayoría de los españoles. Pablo Iglesias. Himnos socialistas; La Marsellesa de la Fas.— La Commune.—La Internacional.—El Primero de Mayo.—De venta en esta Administración. Precio: 50 céntimos. —Descuento á los corresponsales.

de las Cortes de Cádiz, desaparece misteriosamente sin haber llegado á la isla de León; Fernandito Weyler, Avelinito Montero y demás niños góticos de la prohombría democrática se Canalejas, ya lo sabemos todos, es un demócra- meriendan los altos cargos, siendo como son unas ta. Pero, como cualquier vulgar tiranuelo de Re- perfectas nulidades los tales bebés; sus papas, en pública americana, tiene la manía de la sedición. amigable consorcio, se fuman las grandes brevas ' Los recientes desórdenes que la barbarie policía- á costa de la nación... Y todo ello, magnánimo y ca originó, han sido el chispazo de una sedición triunfador, lo preside el elocuente Canalejas. Si preparada por los albañiles en huelga. Así lo su- el pueblo se alzara contra esa merienda gubernapone Canalejas, ese pobre señor que, no siendo mental, ¿quién le habría empujado á la sedición? más que una caricatura de Combes, se empeña en El clamor de la conciencia pública lleva á las que le tomemos por silueta de Narváez. Pero él Cortes la demanda de que se revisione el proceso vive así, tan contento: frustrando tremendas sedi- Ferrer. Queda hecha trizas una iniquidad vestida ciones y cantando en Palacio sus bravuras. No con los augustos ropajes de la justicia; pero se vaya á ser que se eche de menos al férreo Maura, interpone el pretorianismo, la sedición—aquí sí tan suspirado en ciertas cámaras y camarillas. que la hubo—llama con sus aceros á las puertas En cierto modo, no le falta razón al fonógrafo del Poder, y sobre un torbellino de frases declapresidencial, mejor dicho, no le debiera faltar. matorias y latiguillos oratorios, quedan flotando Porque—vamos á cuentas—¿qué hace el radica- aquellas palabras: «Si yo estuviera convencido de lismo gobernante sino fomentar toda sedición? que debiera revisarse el proceso, mil veces negaA modo de Maura, que se propuso hacer la revo- ría la pretensión...» Si la España radical se hubielución desde arriba, y tanto invitó á ella, que le se levantado contra ese pensamiento, ¿dónde harespondieron desde abajo, Canalejas es un gran bría germinado la sedición? propulsor de sediciones. Con mayor saña que en los tiempos de Maura, Liberal hasta la medula de los huesos, él tiene se persigue á los escritores que no templan gaitas que respetar profundamente la libertad del traba- aduladoras y serviles, se coarta la libertad del jo, y en cuanto unos trabajadores no pueden pensamiento que no está al servicio de la trapería aguantar más el régimen á que les someten sus monárquica; se encarcela á los propagandistas, se patronos y se declaran en huelga, Canalejas pone denuncian los periódicos por cualquier motivo. en pie de guerra un ejército. No para que los pa- Ya no se puede ni dibujar un tío narigudo en tratronos tengan más fuerza robustecidos por la de je de caza; llegará á ser peligroso el hablar del los fusiles, no; nada más que para mantener incó- crédito que tiene el doctor Moore, de Burdeos, lume la sacrosanta libertad de marras y desba- para curar las narices averiadas. Si un día se acaratar la revolución que se venía acercando, la ba la paciencia de quienes así se ven oprimidos, consabida sedición. Supongamos que ante esa ¿quién les habrá llevado á la sedición? previsión, ante el apoyo indirecto que sus enemiHay hambre, hay miseria, hay ignorancia, hay gos reciben, los trabajadores se insurreccionan. atraso en España. La nación pide á gritos pan, ¿Quién habría alentado el movimiento sedicioso? cultura, prosperidad, vida, civilización, pero nada Pero ya vería todo el mundo cómo nuestro demó- se le da; tenemos que civilizar á Marruecos. Allí crata descubría el inevitable manejo de los agita- hay minas, hay negocios en flor, hay una enorme dores que él ha inventado para estas ocasiones. cantera de dividendos crecidos; afilan sus largas Enamorado de la regeneración del país, Cana- uñas los capitalistas; eso sí, parapetados tras las lejas impone unos presupuestos como los en vi- huestes de infelices que por no tener 1.500 pesegor. Las contribuciones aumentan en proporción tas están obligados á conquistar con su saná regalos tan excelentes como el de 15.000 pese- gre 1.500 millones para los patriotas de cuenta cotillas al jefe de los palatinos del chuzo; en la no- rriente en el Banco. La nación no quiere guerra, che del 31 de Diciembre al 1." de Enero, una llu- pero Canalejas sigue amparando las operaciones via de credenciales cae sobre las falanges del de policía; se continúan clavando alfileres en el parlanchín presidente; los momios, las direccio- cuerpo del león marroquí; habrá guerra, sangre, nes generales, las jefaturas de negociado, etc., lágrimas, ruina. Si el pueblo se levantara contra etcétera, le desparraman á granel para que los esa política, ¿quién le habría provocado á la sedichicos radicales se las disputen á la rebata. Si el ción? país se hubiera levantado contra ese modo de Los bravos mamelucos de Fernández Llano, hosdescuartizar el dinero nacional, ¿quién habría fo- tigados por quien ó por quienes desean hundir lo mentado la sedición? que amenaza hundirles á ellos, se dedican á atreTal proyecto de Hacienda es reconocido como pellar ciudadanos, á acuchillar obreros, á hacer un obsequio—valga el eufemismo—á los Panta- de rompehuelgas. Como la coacción [del Poder grueles capitalistas más caracterizados; tal crédi- público no bastaba, como era insuficiente el amto, por ejemplo, el destinado para el centenario paro á los burgueses, como el hambre no llegaba

LE SEDIGlIili EH EL FODEB

tan pronto como se creía, lánzase á modo de agentes provocadores los cosacos de la Policía, para que haya lugar á imponer la paz después de hacer hablar á la bestial razón de la fuerza. Si á esa provocación respondiera un grito de rebeldía, ¿á quién achacar la sedición? Canalejas sueña con la sedición, pero la sedición está en el Poder. Desde las alturas guberna mentales, la sedición hace señas al pueblo para que se entregue en sus brazos. ¡Peligroso juego! ¡Quién sabe si al fln...! Juan Salvador. I » » » % ^ » » » i M^i^l^^^^lNl IIWMM^^/I^W • • • • ^ » ^ ^ ñ A ^ I ^ W » » ^ ^ % % V » ^ W

LOS SUCESOS DEL DÍA 2 Siento, por un lado, tratar de este asunto, porque en él, por la mala fe de ciertos policías, estoy encartado y tengo que hablar de mí. Pero la defensa es justa, y creo se me haya de perdonar el propósito. No he de repetir aquí lo que manifesté en carta á la Prensa, en la cual justificaba queyo fui ajeno en absoluto á los sucesos, por la sencilla razón de que no sabía nada absolutamente de que iba á realizarse aquella manifestación. Fui allí para informar á España Libre de lo que ocurriera, y cuando llegué á la Puerta del Sol, ya hacía un gran rato que había empezado el despejo de la plaza, y ya habían detenido á otro compañero en la Prensa, al Sr. Arpe. Lo que ocurrió fué, que cuando ya no quedaban casi grupos y sí sólo algunos rezagados, la Policía, con malos modos, empujando violentamente á éstos, los hacían caminar en dirección á las calles inmediatas, y lo que es natural en cualquier ciudadano digno hice yo, y es que al ver el proceder de los policías, protesté de la forma en que conminaban á los obreros, que pacíficamente ya á esa hora se paseaban, para que abandonaran rápidamente la Puerta del Sol. Como mi actitud les molestó y no podían hacerme nada porque no hubo ni aun siquiera desacato, inventaron lo de que yo iba capitaneando grupos, agregando que venía con el grupo de manifestantes por la caile de Alcalá, y que al llegar á la Puerta del Sol saqué un pañuelo, que flameó, diciendo; d ellos. Los que me conozcan y los que conozcan al Partido Socialista se darán cuenta de lo burdo de la patraña. ¡Capitanear grupos con un paraguas al brazo! ¿Se ha visto cosa más,absurda? Primeramente, yo no estaba en la Puerta del Sol cuando empezaron los sucesos, ni cuando llegaron grupos, ni sabía, como ya he manifestado, que los albañiles se hubieran ¡congregado para manifestarse. Además, en la Puerta del Sol no vi yo que nadie hiciera frente á la fuerza pública y sí á ésta cargar para dispersar los grupos. ¿Si allí nadie atacó? ¿Para qué se iba á capitanear?

Yo, en cumplimiento de mi misión periodística, preguntaba detalles á unos y á otros, á compañeros de la Prensa, á obreros y hasta á los mismos policías que estaban al lado de varios periodistas en Gobernación. Pero protesté de lo indicado, les molestó á los policías, me detuvieron por esta protesta, y como resulta que yo soy socialista y los socialistas no tenemos derecho á hacer información de sucesos, por lo visto; como por las ideas se nos tiene ganas, se aprovechó la ocasión de mi detención y quisieron cargar la mano, acusándome de jefe de grupos, nada menos que de un movimiento sedicioso. Excuso decir que si conforme no ocurrieron, por suerte para todos, desgracias mayores en la Puerta del Sol, llega á haber muertos y heridos, no sé lo que hubieran hecho conmigo por el simple testimonio de algún policía. Y si por una de esas casualidades ocurren estos sucesos con Jas garantías constitucionales suspendidas, hasta hubiera sido posible que por ese falso testimonio, en juicio sumarísimo, me hubieran fusilado antes de las veinticuatro horas, como primera providencia, y luego vaya usted á apelar. ¿Podemos los ciudadanos estar á merced de la mala fe de media docena de esbirros? ¿Ño está reconocido el Partido Socialista dentro de la legalidad, no se desenv,uelve dentro de ella? Pues entonces, ¿por qué se procede contra mí, por qué se me acumulan esos cargos, sin ser ciertos? Solamente por las ganas que nos tienen á los socialistas. Creemos que tanto para el caso mío como para los demás, se impondrá la rectitud del juez encargado de los sumarios y no prevalecerán las calumnias de los policías que hicieron acusaciones tan gratuitas. Al fin y al cabo, por estos accidentes no hemos de dejar de ser tan socialistas como antes. T. Alvarez Ángulo.

—¡Señor, Señor! ¡En estos tiempos de pornografia, protégeme y haz que no se enamore de mi la Chelito ni ninguna otra desgraciada sicaliptica!

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II «Los obreros fueron los primeros en sufrir las consecuencias lógicas de la participación de la mujer en la producción social, y han tenido que reemplazar su ideal de artesanos — la mujer casera —por el nuevo ideal de la mujer compañera del hombre, en sus luchas económicas y políticas, para el mejoramiento del trabajo y su emancipación total.» LAFARQUE. — ¿a question de la femme.

Una de las preocupaciones de los qu3 se llaman antifeministas es la probabilidad de que se masculinice la mujer si se lanza á esa vida activa en la que hasta el presente sólo intervinieron los hombres. Ocurre esto porque se observan algunos efectos sin pararse á considerar las causas que los producen, ó por exageraciones que nada tienen que ver en lo que de justo y razonable tiene este asunto de la' emancipación femenina. No puede negarse que hay mujeres que interpretan mal estas aspiraciones emancipadoras, y entonces ocurre un caso parecido al que se observa en lo que se refiere á los actos de los que dirigen la marcha social y política en nuestro país. Los hombres y mujeres que se precian de muy religiosos, producen con su intolerancia y sus intransigencias el ateísmo. Los políticos que se llaman muy ufanos personas de orden, provocan con sus despotismos el desorden. Las exageraciones y extravagancias en el vestir, y la de algunas mujeres que se precian de feministas pose, hacen antipáticas á algunos las aspiraciones justísimas de la mujer. Estas paradojas son constantes cuando se rebasan los límites del justo medio y acompañan siempre á todos los movimientos sociales de verdadera transcendencia. ¿No han sido todos estos grandes movimientos, en su aparición, objeto de críticas exageradas por sus contrarios y de no menos exageradas actitudes por sus entusiastas defensores? No obstante, existen casos en los que el masoulinizarse la mujer es por motivos que nada tienen que ver con dichas extravagancias, y tiene por causa esta injusticia de la explotación humana, que la obliga á vivir en un medio social que las exige trabajos verdaderamente depresivos. Quien estas líneas escribe, hace algún tiempo

que, con toda la candidez de la ignorancia, escribía las siguientes palabras: «El ser socialista no ha de ser obstáculo para que la mujer sea bien mujer, esto es, tener aptitudes, gustos y aficiones puramente femeninas.» Pues bien; para tener esos gustos femeninos y poder exteriorizarlos, aparte de la delicadeza de sentimientos, han de ir en consonancia la educación, el trato de gentes, el vestido y la actitud fina y amable. Ahora figurémonos que allá, entre las obreras que en los puertos del Cantábrico descargan mineral, hubiera alguna socialista y fueran á decirla que la mujer debe cuidar de su actitud y de su toilette, y que resulte todo esto bien femenino, bien fino, bien agradable. ¿No tendría razón para mandar enhoramala á quien le aconseja todo esto y se queda tan fresco, mientras á ella la obliga la necesidad á continuar en su trabajo extenuante, sucio y horriblemente embrutecedor? Ni en la intimidad de la vida, ni en sociedad, ni aun tomando parte en las luchas socialss para redimirse de su injusta posición social, debe la mujer olvidar que es mujer; pero esto no obsta para que se reconozca que entre muchas mujeres, que cual las descargadoras antes citadas, tengan aptitudes—por el medio en que viven—poco femeninas, existan mujeres de sentimientos mucho más tiernos y más sublimes que los de muchas damiselas que se presentan ante el mundo acicaladas y compuestas con la más refinada y dulce coquetería femenina, y son unos monstruos por su dureza de corazón y por sus extraviadas é impuras inclinaciones. Por otra parte, las contingencias, cada vez más duras, de la vida de quien subsiste de un salario, no es posible compaginarlas completamente con esa dulzura y feminidad que preconizan los contrarios del avance de la mujer. Son muchos los que, con malicia ó sin ella, interpretan mal las teorías de su emancipación. Si la mujer ha de ser factor de la riqueza social; si ha de compartir con el hombre un vivir, en el que los medios económicos que conservan nuestra vida desaparecen en ocasiones, por esa ley fatal del mundo burgués que á nadie asegura estos medios de subsistencia; si ha de ser luchadora, valiente y brava, y á esa lucha ha de aportar su actividad y sus energías, toda aquella dulzura y debilidad femenina están de sobra. Resulta verdaderamente demodé citar hoy lo que dijeron escritores y poetas respecto á lo que ha de hacer ó no hacer la mujer. Por ser de otros tiempos, sus opiniones y teorías

resultan hoy horriblemente arcaicas. No son lágrimas, quejas y debilidades el arma más propia para luchar la mujer que no vive en elegante boudonir; el odio á un sistema social, que la exige sus energías y actividad y la trata injustamente, lo que ha de inspirar á toda asalariada es el enérgico y viril fa ira pa ira de las revolucionarias lavanderas francesas. Si á conocimiento de las mujeres condenadas á trabajos rudos y deprimentes llegaran las doctrinas de Darwin acerca de la selección ó depauperización y transformación de las razas por causa del medio en que viven y se desarrollan, posible les fuera, por la experiencia adquirida á costa suya» contestar á quien les echara en cara el ser hombrunas:—Que traigan aquí á trabajar con nosotras una de aquellas huríes del séptimo cielo, yjya veremos si al cabo de algún tiempo es tal hurí deseable ni inspiradora de ensueños. La Mesología, hija de las teorías del ilustre autor de Origen de las especies, no tendría más remedio que darlas la razón; mas también por esta misma teoría, la mujer que vive de su trabajo, generalmente, es más valiente y animosa que la que vive en dependencia, que ha de doblegar en muchas ocasiones su voluntad á la voluntad de los demás. Por otra parte, las costumbres de hoy distan mucho de ser las de otros tiempos, en que á las mujeres se las recluía en el hogar siguiendo aquella máxima tradicional: la mujer honrada, la pierna quebrada y en casa. Las mujeres de la alta burguesía y de la aristocracia han echado por la borda esta tradición oriental. Los deportes, las visitas, los viajes, las excursiones, las modas, las compras, las diversiones y los entretenimientos del flirt y de las prácticas religiosas las tienen en constante movimiento. Entre las mujeres de la clase profesional y pequeña burguesía quedan algunos pájaros bobos, que dijo ligarte; pero esto sólo es en los países de poca expansión industrial, y ya trataremos de exponer cuál es su situación allí donde las condiciones de vida son muy otras. En cuanto á las asalariadas, ya es sabido que las obliga el trabajo á no cesar en su actividad para ganarse la vida. Esta mayor independencia de la mujer es lo que permite hoy que, acompañada ó sin compañía, en las ciudades verdaderamente á la moderna, frecuente teatros, cafés y otros sitios de recreo; y si se trata de una obrera y va á un Centro ó Casa del Pueblo á distraerse ó á tomar café, en primer lugar está en su perfecto derecho para hacerlo; si tiene hijos y el objeto que la guía es el de orientarse é instruirse para guiarlos convenientemente, acudir á esos Centros es cumplir un fin altamente social. Si la mujer, aparte de ser la compañera del asalariado, alentadora de sus aspiraciones liber6

tadoras, ha de cumplir su misión personal de brava luchadora contra todas las injusticias sociales; si es un deber fomentar las Sociedades de oficio ó ingresar en ellas; si ha de organizar mítines, reuniones y manifestaciones; si ha de manifestarse resuelta enemiga de la guerra y de todos los despotismos que perjudiquen á la sociedad en general, ¿cómo no asociarse y hacer una vida activa para lograr estas justísimas y civilizadoras aspiraciones? Ya en este caso, la mujer que tenga hijos necesariamente habrá de dejar su cuidado momentáneamente y acudir á dar cumplimiento á las obligaciones que generosa y voluntariamente se impuso. Todos sabemos que son las horas de la noche, después de la jornada de trabajo, las que los trabajadores pueden dedicar á cuanto se relaciona con la organización obrera. Si la madre proletaria, con igual fin, deja en este intervalo de tiempo á sus hijos, bien dejados están, si gozan salud, pues en esas horas su quehacer es dormir, y no porque la mamá los abandone tres ó cuatro horas á la semana irán los angelitos al cielo, sino por las penosas circunstancias que abruman la vida de los trabajadores, y tanto el hombre como la mujer proletarios estamos en el deber y tenemos el derecho de combatir. La dulzura y los tiernos sentimientos, bien profundos, debe la mujer relegarlos al terreno de la afectividad, sin que Jos ensombrezca una pizca de egoísmo; pero la voluntad, bien firme y bien educada la necesita para echarse de encima todo ese fardo de preocupaciones, que cual losa de plomo la oprimen, allí donde el espíritu de los tiempos modernos sólo envía débiles sus corrientes emancipadoras, hijas de los efectos bienhechores de la civilización. Amparo Martí. Barcelona. 1-1.11. 'Lii.n.n.'i-i'ir'r'i'iOr " - " i " !•"

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UNIVERSAL

Cesen sus fieros cantos de guerrero y borren los semblantes belicosos, todos los que por ser muy poderosos pretenden dominar al mundo entero. Ábranse escuelas, donde á todo obrero se le extraigan, con textos amorosos, todos aquellos vicios perniciosos, que le hacen presentarse adusto y fiero. Y una vez los cerebros bien pulidos, trabaje el débil con potente brazo y considere el fuerte á los caídos. Logrado esto, en un solo regazo cobijémonos todos siempre unidos, por cariñoso y fraternal abrazo. Francisco Yust.

Con este título acaba de publicarse un tomo de comedias de nuestro compañero Meliá, que nos excusamos de elogiar reproduciendo el siguiente Comentario q^ue al rolumen pone el gran literato Manuel Ugar i" e: «El autor de estos dramas ásperos y elocuentes que nos hablan de la vida ruda' y dolorosa del arrabal, ha querido que yo escriba cuatro párrafos para cerrar e\ volumen, y accedo al pedido amable con el mayor placer. La estimación intelectual que tengo por Juan A. Meliá y las digresiones tentadoras á que se presta el asunto me llevarían á emborronar largas páginas si no me ciñeran otros trabajos urgentes y si no abrigáramos todos la- convicción de que el mejor mérito de estas presentaciones consiste en la serena brevedad. Sinteticemos, pues, en el menor espacio posible algunas de las reflexiones generales que sugiere la obra. Todos saben que el teatro fué, hasta hace poco tiempo, un arte de lujo, destinado á las clases más altas de la sociedad. Yerto servidor de la belleza pura ó flexible cortesano de las debilidades y las preocupaciones de un grupo, sólo atendía á cultivar idealismos ó á servir intereses transitorios, al margen casi siempre de las inquietudes generales y á menudo en pugna con la verdad y con la vida. El mismo espíritu nuevo no logró cambiar sus direcciones. En vano las victorias de la Democracia empezaron á hacer un lugar á las multitudes; en vano el bienestar creciente y la «ducación más honda dieron acceso á las salas de espectáculo á los que antes se hacinaban á la puerta de ellas; en vano hubo una metamorfosis ©n la meníalidad y la composición del público. Escudado en pretextos do tradicionalismo ó de estética, el teatro siguió siendo un arte cerrado y unilateral. La escena estaba monopolizada por los nobles espadachines, por las damas linajudas, por los opulentos burgueses, por los beatíficos prelados, por los guerreros inverosímiles, por toda la fauna triunfante de una sociedad aristocrática y exclusivista que quería verse representada en sus situaciones más salientes. Durante muchos años asistimos así auna contradicción curiosa. Los grandes coliseos elegantes donde, más ó menos separados por la distancia y por la altura, coexisten los dos públicos; las salas menos lujosas, donde se equilibra el elemento popular y la clase media y hasta los tinglados y los corrales de suburbio, sostenidos por la más auténtica representación del pueblo, ofrecieron invariablemente, sin más diferencia que la del decorado y los actores, un espectáculo único. Los personajes, las pasiones y la moral de los grupos directores que habían hecho un teatro á imagen de sí mismos, sirvieron en bloque para todas las clases de la sociedad, y la nación entera se vio atada á la concepción artística, intelectual y económica de un núcleo exiguo y numéricamente insignificante que afirmaba hasta en los recreos y los goces su instinto de dominación. Pero toda fuerza consciente de su poder acaba por influir sobre lo que la rodea, y la masa empezó á imponer gradualmente sus concepciones, sus conflictos y su atmósfera especial. Cansada de asistir á la vida de los otros, quiso verse vivir olla misma. Al conjuro de la necesidad nacieron los dramaturgos que dieron forma al deseo co-

mún. El drama de inspiración democrática halló la acogida más halagüeña, no sólo por parte del público, al cual parecía dirigirse, sino por parte de los que, cansados de cultivar su propio jardín, ansiaban perspectivas y sensaciones inéditas. La belleza se escapó de los salones para ensanchar sus dominios; los pajes, los escuderos y los villanos fueron á su vez héroes de tragedia, y los autores dramáticos, según su temperamento, unos en sátiras sutiles, otros en comedias de combate, determinaron una reacción contra la manera antigua, demostrando que es posible cultivar dentro del teatro todos ios temas y amparar todas las opiniones, hasta transformarlo en síntesis de la vida universal. A esta nueva manera de ver, ya aclimatada en todas partes, pertenecen los dramas reunidos en el presente volumen. El autor ha forzado acaso el matiz para dar un contrapeso á las tendencias de antes, y ha hecho, en vez de drama social, drama socialista. Pero la localización y la tesis no impiden que asome en las escenas tumultuosas la palpitación y el ímpetu de la Naturaleza. El ataque rudo é ininterrumpido que las anima es un grito estridente lanzado desde el valle. No hay desafinación, no hay choque, no hay sermón extemporáneo. El anatema que se desprende del conjunto contra la opresión política y económica tiene cierta amplitud que alcanza á todas las fuerzas del mal. Yo no sé si hubiera sido preferible dejar que la moral se desprendiera sola de las situaciones y de los diálogos, en vez de hacerla brillar á manera de incitación ó consejo. Lo único que puedo afirmar es que La leona, El dia de manaiia y Los predilectos, son jirones de vida que me impresionan hondamente. Todo esto desde el punto de vista puramente literario. Desde el punto de vista social, este libro tiene mayor alcance. Fué escrito, según dice Meliá, con el propósito de ofrecer una serie de comedias fáciles á los actores aficionados que se hacen aplaudir á menudo en los Centros obreros, y no cabe duda de que va mucho más allá del fin que el autor se propuso. Lo que el lector tiene á la vista no es un haz de dramas ocasionales y reducidos, sino un gran fresco viviente que puede ser exhibido ante un vasto público. Cuando exista una escena consagrada á la clase social más numerosa, las obras de Juan A. Meliá ocuparán en ella un lugar preeminente, porque rara vez se ha puesto en evidencia con tanta sinceridad y tanto tino el problema de la injusticia social. Entre las obras especiales de propaganda que conozco, pocas pueden competir con ésta. La claridad de la exposición, el escalonamiento lógico de la intriga, la sencillez del lenguaje y el noble espíritu de robellón que campea en todas las páginas, le dan un alcance superior y una eficacia concluyente. El empuje es hermoso, la intención es pura y el autor merece, á mi juicio, un doble aplauso: por la honradez mental de que hace gala y por el idealismo reconfortante con que fustiga los errores y los crímenes de la sociedad actual. Manuel Ugarte.

CUENTOS DE LA GUERRA: LO HORRIBLE •^D*^

9 La noche, tibia, descendió lentamente. Las mujeres habían quedado en el salón de la ville. Los hombres, sentados ó á caballo sobre las sillas del jardín, fumaban, ante la puerta, en círculo, alrededor de una mesa redonda llena de tazas y copitas. Sus cigarros brillaban como pupilas en la sombra que, de minuto en minuto, se hacía más espesa. Se había hablado de un terrible accidente ocurrido la víspera: dos hombres y tres mujeres ahogados allí, enfrente, en el río, ante la vista de los invitados. El general G. pronunció: —Sí, esas cosas son conmovedoras, pero no son horribles. Lo horrible, esa antigua palabra, quiere decir mucho más que terrible. Un accidente como ese conmueve, trastorna, aterra; pero no horroriza. Para experimentar el horror se precisa más que la emoción del alma y más que el espectáculo de un muerto: es preciso un estremecimiento de misterio, una sensación de espanto anormal, fuera de lo natural. Un hombre que muere, aun en las condiciones más dramáticas, no despierta el horror; un campo de batalla no es horrible; la sangre no es horrible; los crímenes más viles raras veces son horribles. Escuchen ustedes un ejemplo personal que me hizo comprender qué cosa puede entenderse por horrible. Fué durante la guerra de 1870. Nos retirábamos hacia Pont-Audemer, después de atravesar Eouen. El ejército, unos 20.000 hombres, 20.000 hombres derrotados, desbandados, desmoralizados, agotados, iba á reconstituirse en el Havre. La tierra estaba cubierta de nieve. La noche caía. Desde el día anterior no se había comido nada. Se huía á prisa, porque los prusianos no andaban lejos. Toda la campiña normanda, lívida, manchada por las sombras de los árboles que rodeaban las granjas, se extendía bajo un cielo negro, pesado y siniestro. En medio del tenue resplandor del crepúsculo, no se sentía otra cosa que un rumor confuso, blando, y sin embargo desmesurado, de rebaño en marcha, un pataleo infinito, mezclado con un vago tintineo de gabetas y de armas. Los hombres encorvados, sucios, andrajosos, se arrastraban presurosos sobre la nieve con grandes pasos de fatiga. La piel de las manos pegábase al acero de las

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culatas porque helaba cruelmente aquella noche A menudo veía yo á un mozo quitarse las botas para andar con los pies desnudos por lo mucho que le hacía sufrir el calzado; en cada huella quedaba una mancha de sangre. Después, al cabo de algunos minutos, caía y no se levantaba. Cada hombre que se sentaba era un hombre muerto. ¡Y cuántos de estos pobres soldados dejamos atrás, agotados, que pensaban seguir andando cuando hubiesen dado descanso á sus piernas rígidas! Pero apenas habían dejado de moverse, de hacer circular por su carne helada la sangre casi inerte, un entorpecimiento les inmovilizaba, les clavaba en tierra, cerraba sus ojos, paralizaba en un segundo la máquina humana rendida. Y caían, con la frente sobre las rodillas, sin rodar, sin embargo, porque la columna vertebral y los miembros estaban inmóviles, duros como madera, imposibilitados para doblarse ó enderezarse. Y nosotros, más robustos, andábamos siempre, helados hasta el tuétano, avanzando por la fuerza del impulso tomado, en esta noche, sobre esta nieve, por esta campiña fría y mortal, aplastados por la tristeza, por la derrota, por la desesperación, y más que nada, ahogados por la abominable sensación del abandono, del ñn, de la muerte, de la nada... Apercibí ádos gendarmes que sujetaban por los brazos á un hombrecillo singular, viejo, sin pelo en la cara, de aspecto verdaderamente extraño. Buscaban un oficial creyendo haber prendido á un espía. La palabra «espía» corrió en seguida por entre los soldados y se formó un círculo en torno del prisionero. Una voz gritó: —¡Hay que fusilarle! Y todos aquellos soldados que caían de agotamiento, que se sostenían en pie porque se apoya ban en sus fusiles, sintieron de pronto un estrecimiento de cólera furiosa y bestial que impulsa á las muchedumbres á la matanza. Quise hablar; yo era entonces jefe de batallón; pero ya no se reconocían jefes y me hubieran fusilado á mí mismo. Uno de los gendarmes me dijo: —Hace tres días que nos sigue. Á todo el mundo pide noticias sobre la artillería. Quise interrogar á aquel ser: —¿Qué hace usted? ¿Qué quiere? ¿Por qué sigue usted á las tropas? Murmuró algunas palabras en su ininteligible dialecto.

En verdad, era un extraño personaje, de hombros estrechos, mirada astuta, y tan turbado ante mi presencia, que no puse en duda fuese un espía. Parecía muy viejo y débil. Me contemplaba con aire de humildad, estupidez y astucia. Los hombres que nos rodeaban daban gritos: —¡Á la tapia! ¡Á la tapia! Yo pregunté á los gendarmes: —¿Me responden ustedes del prisionero? . No había acabado de hablar.cuando un pelotón me arrolló, y en un segundo vi al hombre cogido por los soldados furiosos, tirado en tierra, golpeado, arrastrado á la cuneta de la carretera y arrojado contra un árbol. Inmediatamente se le fusiló. Los soldados tiraban sobre él, recargaban sus armas, tiraban de nuevo con un encarnizamiento de bestias. Se empujaban por tirar, desfilaban ante el cadáver y tiraban siempre sobre él, como se desfila ante un ataúd para arrojar agua bendita. Mas de pronto, se oyó un grito: —¡Los prusianos! ¡Los prusianos! Y por toda la campiña sentí el rumor inmenso del ejército aterrado que corría. El pánico, nacido de los disparos contra el vagabundo, había enloquecido á los propios ejecutores, que, sin comprender que el espanto venía de ellos mismos, lanzáronse á la carrera y desaparecieron en la sombra. Yo quedé solo ante el cuerpo con los dos gendarmes, á quienes el deber había hecho permanecer cerca de mí. .Levantaron aquella carne triturada, molida y sanguinolenta. —Hay que registrarle—les dije. Y les di una caja de cerillas largas que llevaba en el bolsillo. Uno de los gendarmes alumbraba al otro. Yo me hallaba en pie entre los dos. El que registraba el cuerpo declaró: —Vestido con una blusa azul, una camisa blanca, un pantalón y un par de zapatos. La primera cerilla se extinguió; se encendió la segunda. El hombre siguió registrando los bolsillos: —Una navaja, un pañuelo á cuadros, una caja de rapé, un pedazo de cinta, un mendrugo... La segunda cerilla se apagó. Se encendió la tercera. El gendarme, después de haber palpado mucho el cadáver, declaró: —No hay más. Yo dije: —Desnúdele. Quizás encontraremos algo pegado al cuerpo. Y para que los dos pudiesen acabar antes, me puse á alumbrarles. A la luz rápida y pronto extinguida de la cerilla, les veía quitar los vestidos, uno á-uno, dejando desnudo aquel fardo sangriento de carne muerta y aun caliente. Súbitamente, uno de ellos balbució: —¡Por Dios, mi comandante, si es una mujer!

No sabría decir á ustedes que extraña y conmovedora sensación de angustia me oprimió el corazón. No podía creerlo, y me arrodillé en la nieve, ante aquella papilla informe para ver: ¡era. una mujer! Los dos gendarmes, desconcertados, esperaban que yo emitiese mi opinión. Pero yo no sabía qué pensar, qué suponer. Entonces el cabo dijo lentamente: —Puede ser que viniese en busca de su hijo,, que será soldado de artillería. No tendría noticias de él... Y el otro respondió: —Puede ser que sí. Y yo, que había visto cosas muy terribles, me puse á llorar. Yo sentí, ante aquella muerta, en aquella noche helada, en medio de aquella Uanu-

UN MONARCA DESTRONADO Y TRONADO

MANOLITO DE PORTUGAL

ra negra, ante aquel misterio, ante aquella desconocida asesinada, lo que quiere decir la palabra «Horror». Esto es lo que el general G. nos contó la otra noche... Guy de Maupassant.

nomía en las patatas, menos de un céntimo en kilo. En el bacalao, ninguna. ¿Judías? Tres céntimos en kilo. ¿Lentejas? Tres céntimos kilo. Y así por este orden en todos los artículos que constituyen las excedencias de nuestra mesa. ¿Dudáis aún de que Canalejas, Non plus ultra del radicalismo monárquico, trabaja sólo para los ricos? Pues vayan números. ün burgués que pague 5.000 pesetas de casa, que ya no será ningún pobrecito, tendrá que pagar algo menos de dos pesetas diarias por impuesto al inquilinato. Pero en cambio sa encontrará, 5i(2n)pi"

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