VIOLENCIA E INSEGURIDAD EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS. JOVENES EN LA MIRA DE UNA SOCIEDAD DEL MIEDO: Leonel Farías Estudiante del último Grado de la Especialidad Sociología. Instituto de Profesores Artigas. Ejerce la Docencia en la Enseñanza Media a nivel público y privado. Montevideo, Uruguay. Correo:
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RESUMEN:
Este articulo no pretende ahondar en profundidad acerca de la violencia como problemática, sino un mero esbozo reflexivo sobre una temática que es menester complejizar desde el contexto educativo en los jóvenes adolescentes. Estos jóvenes se ven presionados por una sociedad de consumo que pretende integrarlos a su propia lógica, sin tomar en cuenta la diversidad cultural como fenómeno que requiere de una apertura y una disposición que, por lo pronto, muchos de nosotros no hemos logrado desarrollar en tanto mentalidad etnocentrista de la cultura. Por ende, aquellos jóvenes considerados diferentes en un espacio social, se ven excluidos por el simple hecho de ser diferentes, y esto sin duda, se manifiesta en el ámbito educativo, un ámbito que aun no esta preparado para atender la diversidad, buscando ocultar las diferencias sociales como se plantea desde la política educativa de José Pedro Varela y traída desde Europa, ejerciendo sobre ellos una violencia simbólica que termina produciendo por parte de los adolescentes, en muchas ocasiones, violencia física y de diversa índole hacia la institución educativa por el simple hecho de no orientarlos e incluirlos, y a su vez, no respetando sus diferencias sociales, económicas, culturales y políticas. El objetivo de este articulo no es brindar recetas de como erradicar este fenómeno, sino arrojar luz a partir de lineamientos teóricos para reflexionar y darnos la posibilidad, aquellos que nos vemos involucrados de alguna u otra manera con la educación, de poder proponer estrategias para lograr una inclusión y una orientación hacia estos jóvenes, evitando así una gran consecuencia que se produce, la deserción en la educación.
Palabras claves: violencia, estigmatización, educación, adolescencia, inclusión
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En primer lugar conceptualizaré a la adolescencia desde una mirada que en muchas oportunidades nuestra sociedad busca solapar, Diego Silva Balerio y Luis Pedernera1 tratan este concepto desentrañando o develando que éste, es construido socialmente desde la carencia, algo que la sociedad de consumo no quiere revelar. El concepto de adolescencia, propio de la modernidad, en
muchas ocasiones se ve cargado de
connotación negativa, utilizando sinónimos que definen a la infancia por la carencia, Ej.: “infanto juvenil” o “menor”. Ahora bien, la reorganización de la identidad que busca el adolescente, le impone la urgencia de sentirse alguien, como una manera de autodefensa debido a situaciones que le crean incertidumbre, en una etapa en la que requiere de certezas, algo que en la sociedad moderna no es posible hallar, pues la modernidad se caracteriza por su contingencia. Los jóvenes adolescentes se vuelven sometidos a una especie de socialización forzada, donde tienen necesariamente que integrarse a una sociedad de consumo excluyente y disfrazada de integradora, siendo la educación uno de los factores que el teórico social funcionalista Émile Durkheim ha desarrollado, viendo a la misma como homogeneizadora e integradora, ocultando la idea de diversidad socio-cultural que de alguna manera esta presente en las instituciones educativas, y mas particularmente, en las aulas. Ahora bien, aquellos que no logran acceder a esta sociedad de consumo, y sobre todo, del conocimiento y la información, son considerados “desviados”2. Le Breton3, alude que la imposición de la ley como un simple ejercicio del poder autoritario, es el que produce un encuentro violento entre dos generaciones, los adultos y los jóvenes, afianzándose la denominada brecha generacional. La rebeldía hacia la autoridad, la disconformidad, la trasgresión, etc., conformarán una imagen estigmatizada en términos de Goffman por parte del mundo adulto respecto al adolescente, construyendo en el una identidad deteriorada que afecta su propia personalidad social, algo que por supuesto, influirá en sus practicas sociales, como puede ser en cuanto a su rendimiento escolar, etc. Esta concepción etnocéntrica que es pasible de vulnerar Derechos, se opone claramente a la Convención de los 1 Publicado en “Revista Nosotros” Nº 13. Año 2004. Editada por el Centro de Formación y Estudios del INAU. Montevideo.
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BECKER, H. “Los extraños”. Buenos Aires. Ed. Tiempo Contemporáneo. 1971.
LE BRETON, D. “Adolescencia bajo riesgo”. Ediciones Trilce. 2003
Derechos del Niño y del Adolescente aprobada en América Latina a fines del siglo XX, ya que le niega al adolescente el carácter inherente de ciudadano que implica la calidad de persona humana4. Pero al mismo tiempo, dicha concepción actúa de manera diferencial según sean adolescentes integrados a la sociedad o excluidos, y esa diferencia se visualiza en las políticas públicas, políticas que convierten al adolescente en el enemigo, centrando la acción en prevenir conductas delictivas, desechando un proyecto colectivo de inserción laboral y educativa, haciendo que la sociedad se fragmente mas promoviendo el miedo y la desconfianza5. En otras palabras, mano dura con quienes no encuentran un espacio de integración social, es decir, individuos que viven en zonas marginales y simbólicas de la sociedad, y mano blanda por parte del Estado democrático para quienes tienen sus derechos garantizados. Esta idea, sin duda, esta cargada por variables de clase social, que como afirma Zaffaroni, la discriminación de clase que realiza el sistema penal es una “afrenta a la dignidad humana”6. Ahora bien, el sistema de control penal se muestra selectivo respecto al impacto que genera en los jóvenes excluidos, y al mismo tiempo, causando mayor distancia social rompiendo los vínculos comunitarios y propiciando la construcción del “monstruo”. En otros términos, la primacía que antes era del espacio público, ahora se la lleva el espacio privado, de manera tal que se da la dinámica de la fragmentación social, y esto nos hace pensar como la sociedad actual quiere disipar u ocultar las diferencias y las divisiones entre las clases, buscando una integración globalizada queriéndonos hacer pensar que “el mundo es uno”, pero respecto a este planteo considero que existen varios espacios estratificados, que en el discurso se pretenden incluir pero que hasta ahora no lo han logrado, sino todo lo contrario, los han excluido o segregado. 4 “Con mayor autonomía moral que los niños, pero sin la autonomía material de los adultos, los adolescentes forman un conjunto etario con funciones sociales y patrones culturales específicos, constituyéndose simultáneamente como sujeto en la sociedad y objeto de políticas”. HOPENHAYN, Martín.“La juventud desgarrada en América Latina”, en Revista Relaciones Nº 277. Junio 2007 p. 16. 5 “La escenificación de la situación de los suburbios pobres como abscesos donde está fijada la inseguridad, a la cual colaboran el poder político, los medios y una amplia parte de la opinión pública, es de alguna manera el retorno de las clases peligrosas, es decir, la cristalización en grupos particulares, situados en los márgenes, de todas las amenazas que entraña en sí una sociedad”. CASTEL, R. “La inseguridad social”. Ed. Manantial. 2001. p.70.
6 ZAFFARONI, E. “Sistemas Penales y Derechos Humanos en América Latina (informe final)”. Buenos Aires. Ediciones Depalma. 1984. p.430
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La perspectiva de seguridad ciudadana7 se ve anclada muchas veces en no verse expuestos a la delincuencia, en vez de ver su anclaje en la vigencia y ejercicio de los derechos económicos, sociales y culturales, en éstos últimos, podría mencionarse el derecho a la diferencia, algo que consideramos importante destacar a partir del autor mexicano Ramírez Saiz (1995)8, quien resalta este derecho a la diferencia como clave en un contexto globalizante, homogeneizador y anulador de las diferencias, sirviendo para reconocer la existencia y demandas de las minorías, no viéndolas entonces como una amenaza, sino todo lo contrario, por ende, se debe trascender la dialéctica de “mi derecho termina donde empieza el derecho del otro”, para así poder construir una concepción colectiva de los derechos. Los jóvenes adolescentes entonces, se ven expuestos a necesidades básicas que ponen en tela de juicio su supervivencia, pues a estas necesidades, hay que añadirles las que son impuestas por la sociedad de consumo, actuando de forma perversa, ofreciendo todo a los que no pueden tener casi nada, pero si estos intentan satisfacer las necesidades utilizando medios ilegítimos o no institucionalizados socialmente, dicho en un lenguaje mertoniano, la sociedad no dudará en castigarlos. Los medios de comunicación son agentes transmisores de socialización, y por tanto, su mensaje llega a moldear o modificar las conductas sociales, siendo a su vez, formadores de opinión9, aquí entonces es donde escuchamos los discursos sociales acerca de la mirada que se percibe del joven adolescente, aun de aquellos que si bien estando insertos en una institución educativa, al momento de reivindicar un derecho o al estar en una situación de conflicto, se ven igualmente estigmatizados por la sociedad a través de prejuicios, que muchos de ellos, si los contextualizáramos en la realidad de cada joven, tal vez no sería lo que realmente se dice de ellos. 7 “La inseguridad se presenta actualmente como uno de los problemas que aquejan a la ciudadanía en general. Confluyen para ello distintos factores; si bien uno es el aumento de los delitos callejeros, otro -que creemos más relevante- proviene de la política económica neoliberal, en especial por la desregulación y precariedad que genera en el trabajo y la desprotección estatal en áreas como la salud y la educación”. PEGORARO, Juan. “Las políticas de seguridad y la participación comunitaria en el marco de la violencia social” en Briceño-León, Roberto (comp.) Violencia, sociedad y justicia en América Latina. CLACSO. B.A. 2002 p. 29.
8 RAMÍREZ SÁIZ, J. “Las dimensiones de la ciudadanía”. Espiral. Estudios sobre Estado y sociedad. Universidad de Guadalajara, núm. 2, enero-abril. 1995. p.95.
9 “La sensación de inseguridad no es exactamente proporcional a los peligros reales que amenazan a una población. Es más bien el efecto de un desfase entre una expectativa socialmente construida de protecciones y las capacidades efectivas de una sociedad dada para ponerlas en funcionamiento.” CASTEL, Robert. “La inseguridad social”. Ed. Manantial. 2001. p.13
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El desafío que tenemos como sociedad es dejar de visualizar al niño o joven en contexto crítico como una situación irregular o anormal socialmente, pasándoselo a ver inmerso en una situación de omisión de las responsabilidades del propio Estado. Ahora bien, brevemente me centraré en lo que refiere a la violencia escolar, tan presente en la actualidad donde se requiere ahondar en un abordaje mucho mas profundo.
Hasta ahora me he remitido a conceptualizar la violencia en términos
delictivos, algo que no necesariamente puede ocurrir en un local escolar, puesto que también existe otra conceptualización de la violencia, una violencia ejercida desde la cotidianidad y que se ve reflejada en la mala comunicación entre los actores educativos, afectando las relaciones interpersonales y llegando a producir un clivaje en la cultura integradora de una institución educativa. Esta conceptualización, entonces, al no restringirse al ámbito delictivo y criminal, logra ampliar aún mas el fenómeno de la violencia en los espacios educativos, irrumpiendo de alguna manera la convivencia social. Esta violencia de carácter institucional, también podemos definirla como simbólica en palabras de Pierre Bourdieu, donde la idea de dominación y poder en las practicas educativas están implícitas. Aquí están muy presentes relaciones de interacción simbólica como plantean Mead, Blummer y otros, ya que el intercambio de gestos, miradas, es decir, de símbolos en los vínculos sociales, generan muchas veces actos violentos de carácter cotidiano. Por consiguiente, si hablamos de practicas que se ejercen simbólicamente en la cotidiana, vemos la necesidad de problematizar la violencia dentro de las aulas como un tema a resolver entre el colectivo educativo, y no simplemente verlo como algo que ya esta instituido naturalmente y con lo que hay que convivir irremediablemente. En los últimos años, las instituciones educativas han crecido en otro tipo de alumnado, donde los docentes no han estado preparados para enfrentarse a una realidad diferente, debido a la idea de la homogeneidad de la educación, una educación basada simplemente en una relación de saber académico, que al parecer no toma en cuenta lo que plantea Charlot, en cuanto a que la relación docente-alumno con un saber disciplinar, es también una relación con el mundo, consigo mismo y con otros individuos. Este nuevo alumnado entonces, esta compuesto por aquellos que, como mencione al principio de este trabajo, son los excluidos, los que no han alcanzado las metas o expectativas de la sociedad y por tanto, se ven marginados y estigmatizados, afianzándose aún mas la desigualdad social y estructural, teniendo una sensación interna de rechazo que recibe de su entorno social, algo que bien podría caracterizarse como violencia simbólica, y que ha configurado parte de su identidad,
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llevándolo a objetivar dicha sensación interna en un acto externo de violencia. La sensación de frustración y de incertidumbre en una sociedad caracterizada por la ausencia de certezas futuras donde todo parece ser impredecible como lo plantea el carácter contingente de la sociedad moderna, hace que se produzcan reacciones violentas. Como bien plantea Zygmunt Bauman en su obra “Miedo Líquido”, la modernidad iba a ser aquel período histórico en el que olvidaríamos los temores que dominaron nuestro pasado social, para tomar el control de nuestras vidas. Y, sin embargo, volvemos a vivir una época de miedo. En la actualidad, el globo atraviesa un estado de ansiedad por los peligros que pueden venir sin previo aviso y en cualquier momento. “Miedo” es la palabra que utilizamos para hacer hincapié a la incertidumbre que conforma nuestra era moderna y a nuestra incapacidad para determinar qué se puede hacer y que no para contrarrestarla. La educación en su momento, parecía ser un canal de acceso hacia un empleo digno para los jóvenes, cosa que hoy en día es discutible y que genera, además de incertidumbre por el futuro personal, una sensación de inmadurez, jóvenes que siguen dependiendo de sus familias o de su entorno mas cercano y que no logran independizarse, estancándose en esa etapa y generando el fenómeno cultural de la adolescentización de la sociedad. Esta exposición o exteriorización de la violencia a la que hacia mención, en muchos jóvenes estudiantes impacta en lo que tiene que ver con situaciones de pobreza, generándose espacios más excluidos y marginales impidiendo su propio desarrollo. Por otra parte, cabe mencionar a un pensador liberal contemporáneo, Ralf Dahrendorf, quien ha señalado que la obsesión competitiva en la sociedad hace crecer la violencia. Esta idea la podemos ver plasmada en las practicas cotidianas del aula entre docentes y alumnos, donde la competencia por alcanzar el reconocimiento del otro y de lograr en muchos casos, una meta por parte de los jóvenes, aún ejerciendo medios ilegítimos, lleva a una violencia simbólica muy fuerte, por ende, el error aquí sería tomar como objetivo de la educación la construcción de ciudadanos competitivos.
Mejor sería tomar como objetivo la construcción de ciudadanos
competentes, que tengan ciertas habilidades y capacidades para convivir socialmente en espacios de conflicto y a su vez, ser agentes de transformación de esos espacios donde se ve enmarcada la violencia, como por ejemplo, en los barrios mas marginales o en las grandes ciudades, pues la violencia no es cuestión de estratos sociales, como muchas veces el imaginario colectivo cree que lo es. Para finalizar esta breve reflexión, considero relevante algunas consideraciones prácticas abordadas por Antonio Petrus respecto a la problemática de la violencia, una 6
de ellas es tratar de complejizar el fenómeno, siendo necesario tener una mínima información científica respecto al mismo, por otro lado, también sería importante producir cambios en la organización institucional llevando a cabo nuevas estrategias, crear nuevas practicas escolares desechando las que no son productivas, es por ello que se requiere repensar la propia cultura institucional. Otras consideraciones a las que alude el autor son: adaptar las normas escolares a la cultura actual evitando la severidad y rigidez; respetar y aceptar la diversidad conociendo y desarrollando las subculturas escolares que existen dentro de las instituciones; mejorar la autoestima de los estudiantes fomentando proyectos comunes de trabajo, así como actividades grupales; capacitar y formar al cuerpo docente acerca de los problemas vinculados con la violencia; invitar a los alumnos a participar en la creación de las propias normas de convivencia dentro del aula y de la institución en general; propiciar actividades que busquen resultados a corto plazo para aquellos alumnos con comportamientos conflictivos, planteando objetivos concretos y de fácil realización pensando en llegar a ellos con estrategias y actividades atractivas; generar un grupo de mediadores que negocien ante los conflictos, sustituyendo el término “problemas de disciplina” por “problemas de convivencia”; interactuar con otros centros, ya sea de la salud, deportivos, etc. para así poder integrar a estudiantes con dificultades sociales, trabajando en carácter cooperativo rompiendo de alguna forma con una cultura balcanizada e individualista, tan presente en la realidad educativa; y por último y muy importante, conocer las condiciones de cada estudiante desde el primer encuentro docente-alumno, sabiendo que esta inserto en un contexto socioeconómico y cultural que como docentes no podremos evadir y desde el cual deberemos comenzar a ejercer nuestra tarea educativa, modificando si es necesario nuestras planificaciones y objetivos, para ser agentes preventores de la violencia en las aulas.
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