DE DELAWARE ATIBÚ ® ffl H fliililF 11$" na desvencijada lápida en mármol blanco grabada con el nombre Martín Seay Júnior en el viejo cementerio de Tibú es la
única referencia de lo que fue la llegada >0» de estadounidenses a las selvas colom !´ ´• bianas del Catatumbo, cuando seducidos t^v por la riqueza petrolera dieron inicio a
, casi medio siglo en el que fueron amos fl s y señores de aquella región fronteriza
. con Venezuela. S´íí´.l Las corroídas letras negras y doradas de la tumba de Martin no responden,
sin embargo, a la de ninguno de los cientos de ingenieros que entre 1931 y 1975 convirtieron el Catatumbo en una especie de protectorado de la
South American Gulf Oil Company (Gulf), el nombre que en un perfecto inglés pronuncian muchos
acá cada vez que echan mano de la catarsis, como paliativo a sus males del siglo XXI, los mismos por los cuales estos días el pueblo sale cada noche en los noticieros de TV
De hecho, que se sepa, no hay en el vetusto camposanto de Tibú ninguna bóveda marcada con
apellidos anglosajones, pese a que no menos de una decena de técnicos estadounidenses murieron en aquella colonia foijada al amparo de la fiebre del oro negro que se apoderó de la Sagoc, la sigla de la multinacional que sigue esculpida en la mente de los tibuyenses.
Al igual que el resto del pueblo, el cementerio no es ajeno a la decadencia que brota por doquier. A punto de ser devoradas por las grietas, las marmoleas placas mortuorias apenas dan pie para comprobar que muy cerca de allí, 1931 fue 12
hombres, 5 estadounidenses y 7 colombianos parte del ejército
que en 1939 masacró a la tribu de Martin. el áño cero del imperio de riqu por y para la Colombian Petrolei Delaware, en la costa este dé 10.000 kilómetros de Tibú.
Tamaña distancia era sor> ñía cada vez que enviaba los re] para que sus técnicos en el Ga taladrando la selva. No hay du