Avances en el tratamiento nutricional e influencia del estilo de vida en insulinorresistencia

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Avances en el tratamiento nutricional e influencia del estilo de vida en insulinorresistencia

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En el marco de la Jornada Fisiopatología, avances en el tratamiento nutricional e influencia del estilo de vida en la resistencia a la insulina, organizada por el Instituto Tomás Pascual Sanz en colaboración con el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Madrid y la Real Academia Nacional de Farmacia, el Dr. José Carlos Enrique Serrano Casasola pronunció la ponencia Avances en el tratamiento nutricional e influencia del estilo de vida en insulinorresistencia.

Si miramos nuestra vida actual y sobre todo el desarrollo de la tecnología en los últimos 50 años podríamos decir que la evolución que tenemos genéticamente va a un ritmo mucho más lento que la mayoría de los cambios de los estilos de vida. Hace 50 años probablemente la disponibilidad de alimentos no era tan elevada como la que tenemos actualmente.

Dr. José Carlos Enrique Serrano Casasola, Profesor Lector, Departamento de Medicina Experimental, Facultad de Medicina, Universidad de Lleida Parque Científico y Tecnológico Agroalimentario de Lleida

También existe un aumento de las facilidades tecnológicas y un exceso de comodidades que inciden en nuestra actividad física reduciendo considerablemente el gasto energético que una persona podría llevar a cabo a diario (por ejemplo el mando de la televisión evita que nos levantemos, la existencia de edredón evita la brazada de poner la sábana, hay lavavajillas, lavadora, ordenadores que hacen casi todo el trabajo mental, etc.) de forma que la actividad física ha ido disminuyendo. Además se vive una vida acelerada de forma que existen niveles elevados de estrés. Estos niveles de estrés tan elevados inciden tanto en la ingesta de alimentos como en el tipo de actividad física que vamos a tener. Teorías de evolución: genotipo "ahorrativo" Una de las más aceptadas es el "genotipo ahorrativo" descrito en 1998. Esta teoría dice que el ser humano está adaptado a un tipo ahorrativo de energía. Es decir, si viviéramos en la época de las cavernas no dispondríamos de suficientes alimentos y con la poca disponibilidad tendríamos que tener un máximo aprovechamiento de los mismos para las épocas en las que no existiera tal

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disponibilidad. Actualmente, con una mayor disponibilidad de alimentos si nuestro genotipo no se ha adaptado a esta mayor disponibilidad lo que tendería a suceder es que nuestro adipocito pensaría que en un futuro no existiría alta disponibilidad de alimentos y tendería a almacenar el máximo de energía posible en previsión de la falta de alimentos en épocas futuras. Esto desde el punto de vista de evolución del genotipo. Estudios realizados en Guatemala indican que si tenemos una madre desnutrida probablemente nacerá un niño desnutrido. Este hijo desnutrido tendrá una adaptación mayor a un ambiente en el que no habrá alta disponibilidad de alimentos puesto que durante su desarrollo fetal ha tenido menor disponibilidad de nutrientes y para poder sobrevivir tiene que tener un adipocito con mayor capacidad de almacenamiento de energía. Este niño desnutrido será un adulto desnutrido y posible madre desnutrida en un futuro y se dará el mismo círculo vicioso. En Guatemala observamos que si este hijo desnutrido emigraba a la periferia y tenía mayor disponibilidad de alimentos se convertía en el futuro en un adulto obeso porque tenía mayor facilidad de almacenamiento de energía y al existir una mayor disponibilidad de alimentos (no de alto valor energético pero si rico en carbohidratos y grasas) tendía a almacenar dando un fenómeno de transición epidemiológica en el cual existía en el mismo individuo obesidad con deficits nutricionales bastante marcados (falta de vitamina A y hierro) y con desarrollo de insulino resistencia y diabetes tipo 2 en la vida adulta. Esto indica que, probablemente, estemos más preparados para vivir en las cavernas que para ser oficinista de 8 horas con la taza de café y el donuts al lado sin realizar ningún tipo de actividad física. Desde un punto de vista nutricional este exceso de ingesta de energía y este bajo gasto energético que se desarrolla por el tipo de vida tienden a desequilibrar la balanza hacia una mayor incorporación de energía en nuestro sistema, de tal forma que podría desarrollar cualquier forma de insulino resistencia. Si tenemos un exceso de consumo de energía se acumulará en el tejido adiposo hasta que llegue un momento en que, por falta de vascularización, el adipocito se podría atrofiar perdiendo la capacidad de almacenamiento, empezando a derivar grasas hacia el músculo, de forma que el músculo al tener alta disponibilidad energética impedirá la incorporación de otro tipo de nutrientes hacia el interior del músculo dándose el fenómeno de insulino resistencia. Es decir, el músculo diría: "no me envíes más nutrientes o energía puesto que ya tengo disponibles y cierro la vía de insulino resistencia". Papel de la obesidad La obesidad parece que es un eje central en la predisposición a la

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insulino resistencia. Si comparamos un estudio hecho en España que relaciona el IMC con la predisposición a insulino resistencia, podemos ver que cuando se habla en valores de obesidad casi un 60 por ciento de las personas con obesidad tipo 3 son insulino resistentes. Esta obesidad también está relacionada con otros factores de riesgo del síndrome metabólico como la hipertensión. Casi un 48 por ciento de la población con obesidad tipo 3 sufre hipertensión. Esto haría pensar que la ingesta de la población española podría ser elevada y que lo que se observa es que se consume mucha energía en relación a la actividad física que se hace y por este motivo la población tiende a engordar cada vez más. Los datos recogidos (consumo de calorías) desde 1964 hasta 2003 indican que el consumo de energía en el promedio español no ha aumentado, ha disminuido y ¿cómo se puede explicar existiendo alta disponibilidad de alimentos, aumento de obesidad en la población y un menor consumo de energía? La explicación está en la diferente distribución en el porcentaje de kilocalorías que consume cada individuo. A lo largo del tiempo se ha visto que ha habido un aumento en el consumo de proteínas (cada vez se consumen más lácteos), una disminución en el consumo de hidratos de carbono (se consumen menos pan, menos legumbres), se consumen más frutas pero menos verduras y ha existido un incremento en el consumo de grasas. El incremento en la tasa de obesidad se debe, no tanto al consumo de energía ingerida sino a la distribución de macronutrientes de la dieta. La dieta actual es rica en grasas, rica en proteínas y baja en hidratos de carbono, lo más alejado de las recomendaciones adecuadas con una ingesta de grasa alrededor del 45 por ciento. Influencia del estilo de vida, del estrés y de la depresión En un estudio en niños extremeños se puede ver que, a pesar de consumir la misma cantidad de energía con unas distribuciones similares de macronutrientes, existe obesidad en cierto tipo de la población. Esto se explica por el tipo de actividad física que se realiza hoy en día (demasiadas horas de ocio frente al ordenador y videoconsolas que limitan la cantidad de ejercicio). También existen efectos directos de un incremento del estrés en el eje del hipotálamo-pituitaria-adrenal. Cuando tenemos una estimulación crónica, aunque sean niveles muy bajos de estrés, puede existir una hipercortisolemia que incidirá en diferentes factores hormonales como hormona del crecimiento, luteinizante, testosterona o estrógenos que tienden a influir también en otros tejidos como el adipocito, incrementándose la obesidad incluso observándose niveles elevados de TG, LDL y disminución de HDL. Si observamos un metanálisis publicado en 2008 sobre prevalencia al estrés e incidencia a la insulino resistencia vemos que la mayoría de personas que tienen una depresión crónica manifiestan insulino resistencia. Está claramente establecido por varios metanálisis que cuando existe un nivel de vida mucho más

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estresado, independientemente del tipo de vida y actividad que se realice, podemos manifestar resistencia a la insulina. Otro metanálisis analizó la depresión en pacientes con diabetes tipo 2. Se observó que la mayoría de pacientes con diabetes tipo 2 muestran niveles mayores de depresión que la población normal. Un 28 por ciento de las mujeres con diabetes tipo 2 pueden presentar depresión tipo crónico que podría afectar a su metabolismo de glúcidos. Con depresión se ve que podría existir un incremento de insulino resistencia. Si a estas personas les diésemos un tratamiento antidepresivo se observa, en un estudio del año 2002, como con una terapia anti-estrés (sucesivas sesiones de contracción -relajación de músculos escuchando música chill-out dos veces al día) los valores de Hb glicosilada disminuyen considerablemente sin afectar el peso corporal de las personas y la actividad física. Recomendaciones nutricionales y cambios en el estilo de vida La insulino resistencia está englobada dentro del síndrome metabólico pero también existe otro tipo de sintomatologías asociadas dentro de este síndrome como podría ser un estado protrombótico, inflamación, dislipidemia, obesidad, incluso incremento de la presión arterial. Obviamente el tratamiento nutricional no debería estar enfocado solamente a curar o tratar la insulino resistencia, debería ser combinado en el cual se pudiera incidir en todas las facetas del síndrome metabólico. Es decir, que tenemos que aplicar tanto recomendaciones nutricionales como cambios de estilos de vida que puedan influenciar en cada uno de estos factores. Los objetivos que deberíamos plantearnos son: 1. Antropométricos: obtener reducción de peso corporal gradual y prolongado. Tiene que existir un cambio en los hábitos alimentarios si queremos tener éxito. Si no es así se fracasa. Hay que mejorar la relación cintura-cadera y disminuir el porcentaje de grasa corporal. 2. Modificación de factores bioquímicos: disminuir niveles de colesterol, disminuir TG, disminuir glucemia (prepandrial y postpandrial) a niveles normales mejorando de esta forma la sensibilidad a la insulina, disminuir los marcadores de inflamación y reducir la hipertensión arterial. 3. Modificar el estilo de vida: tratar de incrementar la actividad física diaria. Consejo nutricional Nos vamos a basar en modificar la ingesta y gasto energético teniendo en cuenta siempre el estrés. Desde el punto de vista nutricional hay varias vías en las que se pueden modificar los desbalances entre ingesta y gasto energético. Por ejemplo

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modificar la distribución de los alimentos: disminuir el consumo de grasas (principalmente saturadas), disminuir los carbohidratos simples o que la industria alimentaria ofreciera productos con menor densidad energética. También se podría incidir en la regulación del apetito, interferir en la biodisponibilidad de nutrientes específicos para que la cantidad de energía que entre en nuestro sistema sea menor, aumentar la sensibilidad o secreción de insulina de forma que se logren normalizar los niveles de glucemia o modificar la termogénesis u oxidación de las grasas de forma que, aunque no se realice gasto energético, el consumo de estos nutrientes sea elevado y también aumentar la actividad física. El tratamiento debería englobar recomendaciones nutricionales, incluyendo alimentos funcionales como ayuda, y cambios en el estilo de vida. Distribución de nutrientes La mayoría de las asociaciones recomiendan una ingesta de grasa menor de un 35% (entre 25%-35%) y que las grasas saturadas no superen el 10% del valor energético total (entre 7-10%); 200-300 mg diarios de colesterol en la dieta; 25-30 gramos diarios de fibra; y que los carbohidratos deberían ser el principal componente en nuestra dieta. En relación con las grasas saturadas existe una alta correlación entre la ingesta de grasas saturadas y el incremento de colesterol total, dislipidemias e hipertrigliceridemias. Si evaluamos a poblaciones insulino resistentes con los controles se observa que con una ingesta mucho más grande de ácidos grasos saturados se observan niveles de triglicéridos circulantes mucho mayores. No es sólo el hecho de presentar niveles más elevados de hipertrigliceridemia sino que el nivel de incorporación de estos triglicéridos a la célula es retardado, como si fuera una intolerancia a la glucosa. Es decir, los pacientes que consumen un elevado porcentaje de grasas en forma de grasas saturadas tienen más dificultad en incorporar estos triglicéridos dentro de los adipocitos, por lo que tienen a los triglicéridos circulando durante más tiempo. Según esto la mayoría de las personas trataría de reducir el consumo de grasas saturadas lo más posible, ya que a mayor grasa saturada consumida existe un incremento tanto de colesterol como de triglicéridos, pero hasta cierto punto. Comparando el consumo de grasa de una dieta americana promedia con las recomendaciones del NCEP (National Cholesterol Education Program) que en el paso 1 recomienda una ingesta menor del 10% y en el paso 2 una ingesta menor del 7%. Efectivamente, si se disminuye la ingesta de grasas saturadas tienden a disminuir los niveles de colesterol, no obstante al reducir drásticamente la cantidad de grasas saturadas observamos que los niveles de TG tienden a aumentar sobre todo cuando se reduce por debajo de

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7% la grasa saturada. Con esto queremos decir que reducir la cantidad de grasa saturada es bueno hasta cierto punto ya que pasado este punto el consumo elevado de grasas se puede sustituir por consumo elevado de carbohidratos de los cuales la mayoría podrían ser carbohidratos simples que podrían incidir en una síntesis de novo de TG observando niveles circulantes de TG. La recomendación más acertada sería entre un 7% -10% de las kilocalorías en forma de grasa saturada. En animales de experimentación se ha visto que si reciben dietas elevadas en fructosa (30% del total) tienden a experimentar insulino resistencia. ¿Qué pasa cuando elevamos el consumo de carbohidratos simples? Se incrementa la producción de insulina por las células beta del páncreas debido a que hay una mayor cantidad de carbohidratos a incorporar dentro de nuestras células. Este incremento en la señalización de insulina en el hígado tendería a aumentar el glucógeno hepático así como una mayor producción de ácidos grasos libres. Estos ácidos grasos libres si no son utilizados como forma de energía tenderán a ser almacenados en el tejido adiposo. De forma que con una dieta rica en carbohidratos simples, que podría inducir a una hiperinsulinemia, estamos aumentando la concentración de grasas disponibles en el adipocito. Esto ocurre con carbohidratos simples (sacarosa y glucosa). La fructosa, que no necesita insulina para ser incorporada dentro de las células, es utilizada como forma de energía hacia Acetil coA. Cuando se acumula en cantidades exageradas y no se consume a través del ciclo de krebs y la fosforilación oxidativa, este exceso de Acetil coA se puede convertir en palmitato que puede almacenarse tanto en tejido adiposo como muscular. Y si obtenemos un exceso de palmitato en tejido muscular bloquearía la entrada de carbohidratos dentro del músculo induciendo cierto tipo de insulino resistencia. Algunos artículos indican como la fructosa, al entrar directamente dentro de la célula, no necesita insulina y al no necesitar insulina no se produce liberación de los péptidos de saciedad (como GLP1 o leptina), tienden a aumentar las cantidades de grelina, lo cual indica que cuando se consume exceso de fructosa no sólo incorporaríamos más grasa en nuestro sistema (por síntesis de novo de lípidos) sino que, además, no produciría saciedad en las personas, incrementando la ingesta posterior. La recomendación de azúcares simples es de menos del 10 por ciento de la energía. En 2005 el consumo en la dieta española era de 113 gr/día. Los productos que más proveían de azúcares simples eran los lácteos, pastelería o bollería, bebidas azucaradas y frutas. El total de 113 gramos corresponde a un 18 por ciento de las kilocalorías consumidas en forma de azúcares simples. Esto supone un 8 por ciento más de la energía que se considera adecuada. ¿Qué pasaría si se fomentase un consumo de frutas exagerado, como son 5 frutas al día? Por ejemplo, una pera en el desayuno,

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una manzana, una naranja en la comida, un plátano para la merienda y melón para cenar. Si sumamos, la cantidad de azúcares simples son 118 gramos al día. Todo esto sin tener en cuenta bollería y otros tipos de alimentos que contribuirían a la ingesta total de azúcares simples de la dieta. Dieta mediterránea Si se comparan los efectos de la dieta mediterránea con una dieta prudente (distribución de carbohidratos entre 50-60%, 15-20% de proteínas y grasas inferior a 30%) observamos que las personas que siguen un patrón de dieta mediterránea (consumo de frutas y verduras moderado, grasas magras, legumbres, cereales no refinados y práctica de ejercicio) obtienen mayores reducciones en el peso corporal y circunferencia de cintura, disminuyen los marcadores de inflamación, la glucosa basal, los niveles de colesterol y TG basales y mejoras en la insulino resistencia. Parece ser que las dietas basadas en "tipos de alimentos", más que en "recomendaciones de macronutrientes específicos", tienen un mayor efecto en relación con pautas dietéticas dirigidas a disminuir o incidir en nutrientes específicos. Esto quiere decir que es más fácil llevar un patrón alimentario de dieta mediterránea que seguir recomendaciones en cuanto a ingesta de nutrientes determinados. Alimentos funcionales Respecto a estos alimentos podemos: -Disminuir la densidad energética de alimentos. En el caso de la bollería si se sustituyera el azúcar simple por edulcorantes artificiales se podrían ahorrar alrededor de 300 kilocalorías diarias de promedio en la dieta española. Esto incidiría en la disminución de peso corporal. -Interferir en la absorción de nutrientes aumentando la sensibilidad o secreción de insulina, o con algunos compuestos que podrían aumentar la termogénesis como algunos compuestos del té que junto con la cafeína tenderían a incidir en una mayor tasa de metabolismo. Actualmente existen una gran variedad de alimentos funcionales en el mercado, la mayoría están enfocados en modificaciones de nutrientes específicos como aumento de fibra, disminución o sustitución de carbohidratos. Respecto a la inhibición de absorción de nutrientes llama la atención que algunos polifenoles del té pueden inhibir la absorción intestinal de glucosa por medio de la inhibición de transportadores específicos de la glucosa. Esto lo hemos comprobado también en laboratorio. Por ejemplo, a ratones normales les hemos dado una bebida de sacarosa y en otra

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incorporamos polifenoles del té. Observamos que la absorción y disponibilidad de glucosa a nivel postpandrial era menor que en los ratones que no habíamos incorporado flavonoides en esta prueba de tolerancia. Lo que más nos llamó la atención es que estos efectos también se pueden observar a nivel sistémico. Por ejemplo, en curvas de tolerancia subcutánea a la glucosa donde en el control dimos glucosa y en el grupo experimental glucosa más polifenoles (en cantidades que se podrían encontrar de forma fisiológica, dos microgramos) y se puede ver que la incorporación de glucosa en el tejido tiende a disminuir porque observamos niveles de glicemia mucho mayores en los animales a los que se les ha suministrado flavonoides. Esto desde un punto de vista de insulino resistencia no sería adecuado puesto que estamos impidiendo que entre la glucosa dentro de nuestro tejido. No obstante, si lo vemos desde el punto de vista del tejido (estrés oxidativo), esta disminución de la incorporación de la energía, por ejemplo en el músculo, activa la proteína kinasa (proteína que se activa durante los déficit energéticos), de forma que los ratones alimentados con la bebida de té tienen niveles más elevados de proteína kinasa. Esto diría que han tenido déficit energético y probablemente debido al déficit energético hayan utilizado menos maquinaria metabólica y, de hecho, lo que se observó en estos ratones es que tenían un menor daño oxidativo tisular. En una población sana, o no obesa, este mecanismo podría ser deseable para contrarrestar los efectos prolongados de ingestas elevadas de nutrientes. En relación con la sensibilidad a insulina, la enzima DPP-IV (dipeptidilpeptidasa IV), está localizada en el hígado, riñón y circulante, tiene una función específica de eliminar o inactivar las hormonas de saciedad secretadas por el intestino delgado cuando existe una ingesta de nutrientes. De manera que cuando entra la comida en el intestino delgado se secretan ciertas hormonas que dan unos mensajes al páncreas para que secrete insulina para incorporar los nutrientes. El trabajo de la DPP-IV sería inhibir los nutrientes de forma que el páncreas no produzca insulina. De forma terapéutica, para la insulino resistencia, interesaría inhibir la actividad del enzima de forma que podamos observar niveles elevados de GIP (péptido insulinotrópico glucosadependiente o glucose-dependent insulinotropic peptide) y GLP1 (péptido glucagón simil - 1 o glucagon-like peptide - 1) y se de una mayor secreción de insulina. Actualmente existen varios fármacos que podrían inducir esta inhibición enzimática (KR 62436). Desde el punto de vista nutricional, como inhibidor competitivo de este enzima, podríamos utilizar péptidos bioactivos en los cuales en el extremo penúltimo terminal N tuvieran prolina o alanina, porque la dipeptidilpeptidasa corta específicamente en esos aminoácidos. Si incorporamos en nuestra dieta péptidos bioactivos que en el N-terminal (en el penúltimo) tengan prolina y

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alanina, probablemente, competirá directamente con GIP y con GLP1, de forma que tendríamos incrementados los niveles de estos dos incrementando la cantidad de insulina circulante en el plasma. Nutrigenómica: receptor de la vitamina D Varios estudios epidemiológicos relacionan que en las poblaciones que viven en el norte, quizás por tener menor exposición a los rayos solares, tienen menores niveles de vitamina D y esta población registra también niveles mucho más elevados de insulino resistencia en comparación con poblaciones que viven en el sur, que tienen una mayor exposición a la luz del sol. En principio parece descabellado relacionar la vitamina D con la insulino resistencia pero se ha descubierto que existen receptores específicos de la vitamina D en las células beta del páncreas. Este receptor podría incrementar la secreción de insulina de forma que podría facilitar que estas personas controlaran mejor sus niveles de insulina. De hecho se observan diferencias en los diferentes polimorfismos de la vitamina D con los niveles de TG, HDL y secreción de insulina. Analizamos específicamente el polimorfismo en el área del receptor de la vitamina D y la población que tenía el polimorfismo CC muestra niveles más elevados de colesterol LDL, reducidos niveles de HDL y elevados niveles de trigliceridemia, un perfil lipídico más desfavorable que los que tenían el polimorfismo CT que tienen niveles mucho más bajos de colesterol, tanto total como LDL, y de triglicéridos. Estudios con bebida de soja ¿Qué pasaría si se diese un tratamiento específico a este tipo de población y observamos las diferencias entre las respuestas de los polimorfismos CT y CC? Para esto dimos una bebida de soja enriquecida en isoflavonas, fibra, omega 3 y vitamina D durante 2 meses en 108 voluntarios. Llamó la atención que no todos los parámetros que se analizaron se modificaron con los diferentes polimorfismos. Si se modificó drásticamente en personas que tenían el polimorfismo "malo" (CC) que mostraban niveles elevados de colesterol y trigliceridemia. Es decir, si a una persona con polimorfismo CC se le da una bebida de soja la respuesta que va a tener al tratamiento será mucho mayor que la persona con el polimorfismo CT. Los parámetros significativos de disminución fueron colesterol total, LDL y ácidos grasos libres circulantes. Otro ejemplo sería un tratamiento que hicimos con ratones con la misma bebida a los cuales les provocamos insulino resistencia mediante dieta rica en grasas, tratando de disimular el fenómeno de insulino resistencia que se da de forma normal. Lo comparamos con un grupo control negativo (con dieta normocalórica), un grupo control con dieta hipergrasa y dos grupos con alto y bajo contenido en la bebida de soja durante 16 semanas. El simple

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hecho de introducir grasa en la alimentación de los ratones induce insulino resistencia, no obstante la cantidad de dieta que consumieron estos ratones fue mucho menor que la de los ratones control con dieta normocalórica. Los resultados indican que con una misma cantidad energética la diferencia en la distribución de nutrientes, es decir, a un incremento del porcentaje de grasa en la dieta tiende a inducir insulino resistencia en comparación con una dieta en la que se consume igual cantidad de kilocalorías pero con mayor cantidad de carbohidratos. Con estos resultados hicimos curvas de tolerancia subcutánea a la glucosa y se vio que la incorporación de la bebida de soja tiende a simular las curvas de glicemia de los ratones control que no eran insulino resistentes. Incluso las áreas de la curva de los ratones que consumieron bebida de soja a bajas dosis tendían a ser igual que en los ratones controles. Lo mismo sucedía con las curvas de tolerancia subcutánea a la insulina (se mide la sensibilidad a la insulina). Si suministramos insulina a estos ratones a mayor sensibilidad a insulina existirá una menor disminución en los niveles de glicemia, que es lo que se observa en el grupo control negativo (dieta normocalórica). Si evaluamos el perfil de lípidos de estos ratones (control dieta normocalórica, dieta hipercalórica y los dos experimentales) observamos que los perfiles de lípidos serían más adecuados desde el punto de vista de insulino resistencia. Por ejemplo, un insulino resistente tenía un colesterol total de 185 frente a 177 de un ratón tratado con una bebida de soja. Además, los niveles de TG y de ácidos grasos libres también disminuyeron considerablemente. Esto indica que a pesar de consumir dieta rica en grasa la bioquímica mostrada era la de una persona normal no insulino resistente. También la hemoglobina glicosilada estaba disminuida al igual que la actividad de la dipeptidilpeptidasa por lo que se podría pensar que tenía niveles elevados de insulina. Los ratones con dieta baja en soja al tener bajo nivel de dipeptidilpeptidasa mostraron niveles elevados de insulina. Asimismo determinamos si en realidad existía o no esa mayor sensibilidad a insulina y analizamos varias proteínas implicadas en la señalización de la insulina (AKT o MAP kinasas). Los ratones que tomaron bebida de soja mostraron un mayor contenido de AKT y de MAP kinasas, y también mayor cantidad de transportador de glucosa, mostrando valores similares al grupo control. Como hipótesis de lo que podría estar pasando observamos que los ratones que seguían dieta hipergrasa mostraron todos los parámetros de personas sin insulino resistencia (menor aumento de peso, mejoraban el perfil de lípidos) y esto se podría atribuir a un aumento en la sensibilidad a la insulina que observamos por una mayor cantidad de las proteínas señalizadoras de la insulina, así como un aumento de la secreción de insulina que podría ser debido a una disminución en la actividad de la DPP-IV y a un mayor

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nivel de GLP1 y de GIB circulantes. Desde un punto de vista clínico parece que el resultado es adecuado. No obstante, desde un punto de vista nutricional ¿qué está pasando con toda esta grasa que están consumiendo los ratones? Si consumen una elevada ingesta de grasa y no empeoran sus niveles de insulino resistencia y no aumentan de peso, se podría pensar que estos ratones tienden a metabolizar más energía en comparación con los otros ratones que no tenían aumento en secreción de insulina o de sensibilidad a la insulina. Y aquí es donde nos encontramos con uno de los efectos no tan deseables del efecto de la suplementación o cuando se sobrepasa mucho la maquinaria para la utilización de energía. Es decir, si damos una dieta elevada en energía y ponemos todos nuestros mecanismos para que exista una mayor utilización de energía el resultado será una mayor tasa de daño oxidativo: si se metaboliza más energía existirá una mayor utilización mitocondrial y una mayor tasa de metabolismo energético. También observamos cambios en los complejos mitocondriales, donde podríamos observar que, por ejemplo, existían modificaciones en el contenido del complejo I en relación con el complejo II debido a que estos animales estaban más adaptados a un consumo de grasa, porque cuando se consume más grasa se tiende a producir más FADH2 que tiende a ser metabolizado por el complejo 2, de tal forma que existe una adaptación metabólica hacia un mayor gasto energético proveniente de grasas. Es decir, que el alimento funcional en sí no es malo, no obstante no quiere decir que podamos empezar a consumir dietas elevadas en grasas o llevar una vida sedentaria pensando que la alimentación funcional nos va a resolver todos los problemas de insulino resistencia. Si consumimos más energía, aunque existen alimentos funcionales que podrían ayudar a mejorar la insulino resistencia, no implica que el exceso de energía consumida se vaya a disipar como si nada hubiera pasado. Si nosotros la metabolizamos va a crear un aumento del estrés y un aumento del daño oxidativo que podría ser perjudicial o no. Recomendaciones de estilos de vida Cuando incrementamos la actividad física existe una activación de los transportadores de glucosa del tejido muscular puesto que existe una mayor demanda energética. También se da una disminución de la deposición de glucógeno, tanto en el músculo como en el hígado; mayor sensibilización a la insulina para una mayor incorporación del glucógeno en el músculo; aumento en el flujo sanguíneo del músculo; así como una mejora en la señalización de las proteínas. La Asociación Americana de Diabetes recomienda 150 minutos a la semana de ejercicio moderado aeróbico; y/o 90 minutos de ejercicio aeróbico intenso distribuido en 3 días; y que no pasen más de 2 días sin hacer ejercicio.

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Estas recomendaciones están muy alejadas de la población normal y sobre todo del tipo de vida de los insulino resistentes o de personas con estrés. Las recomendaciones deben ser más individualizadas. Hay varios factores que podríamos modificar: los ejercicios de fuerza/resistencia y los ejercicios de intensidad/duración.

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