CENTRO DE CULTURA CASA LAMM

CENTRO DE CULTURA CASA LAMM CON RECONOCIMIENTO DE VALIDEZ OFICIAL DE ESTUDIOS DE LA SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA, SEGÚN ACUERDO No. 962173 DE FECHA

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CENTRO DE CULTURA CASA LAMM CON RECONOCIMIENTO DE VALIDEZ OFICIAL DE ESTUDIOS DE LA SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA, SEGÚN ACUERDO No. 962173 DE FECHA 21 DE OCTUBRE DE 1996

VECINDADES EN LA CIUDAD DE MÉXICO: LA ESTÉTICA DE HABITAR

TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE

LICENCIADA EN HISTORIA DEL ARTE P R E S E N T A

ANA VALERIA HERNÁNDEZ LOZANO

DIRECTORA: MTRA. EN ARQUITECTURA MARÍA ISABEL ARENILLAS CUETARA

MÉXICO, D.F. 2013

Agradecimientos

Agradezco a Casa Lamm por el apoyo en la realización de la presente tesis, al profesor Alejandro Ugalde por su paciencia y constancia. Pero sobre todo, y de manera especial deseo expresar mi más profundo agradecimiento a Isabel Arenillas, gracias por ser mi guía y crítica más exigente, por darme empujones cuando veía las cosas perdidas, pero sobre todo, por haber inspirado en gran medida todo este trabajo, sin ti, esta tesis no habría sido ésta tesis. A Javier por acompañarme con amor y paciencia durante el tiempo que tomó la realización de éste trabajo. Gracias Javi por recorrer conmigo la ciudad en busca de vecindades por conocer. A los habitantes de las vecindades de ésta ciudad debo infinitos agradecimientos por haberme permitido conocer de cerca su espacio y sus vidas, por hacerme comprender de manera tan nítida que las vecindades cuentan historias, y sobre todo, por preservarlas. Agradezco del mismo modo a todas aquellas personas con las que me crucé en este camino y que indirectamente participaron en él, en algún párrafo de ésta tesis todos ustedes están presentes.

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Y finalmente, pero de todo corazón, a mis padres. A Antonio por el amor incondicional. A Carmen por haber sido parte de ésta historia y enseñarme a amar las vecindades. Gracias.

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Índice

Agradecimientos........................................................................................ 2 Sinopsis/Abstract ....................................................................................... 5 Introducción............................................................................................... 6 I. La vecindad: fenómeno social y estético ............................................ 12 II. La producción del espacio estético en la vecindad............................. 20 II.I La posibilidad del espacio arquitectónico como experiencia estética a partir de la apropiación .......................................................... 22 II.II La vecindad como experiencia estética ........................................... 28 II.III Ciudad y vecindad ........................................................................ 39 III. Los elementos de la vecindad ........................................................... 47 III.I Arquitectura diversificada................................................................ 47 III.II El patio ............................................................................................ 58 Registro fotográfico................................................................................. 63 Conclusiones ........................................................................................... 88 Bibliografía.............................................................................................. 92

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Sinopsis La vecindad ha estado presente en la Ciudad de México desde hace unos cien años, siendo parte fundamental de la estética urbana, espacio clave para comprender el orden de la sociedad citadina y clara evidencia del ejercicio de habitar un espacio como una práctica estética cotidiana. Éste trabajo pretende indagar sobre la relevancia de todas éstas implicaciones en torno a la vecindad contemporánea a partir de un discurso que incluya igual el dato histórico que el estético; el literario que el sociológico. Y así comenzar a definirla como un espacio invaluable que relata el constante proceso de transición y metamorfosis que implica lo urbano, la arquitectura, el habitar, y el propio ser.

Abstract The vecindad has been in Mexico City for about one houndred years as a fundamental part of urban aesthetics, a basic space to understand the order of urban society and clear evidence of the exercise of occupy a place as a daily aesthetic practice. This paper aims to investigate the relevance of these implications all around the vecindad from a contemporary discourse that includes not only the historical fact, but the aesthetic, literary and sociological ones. And thus begin to define it as an invaluable space that relates the ongoing process of transition and metamorphosis involving at the same urbanism and architecture, than the process of inhabiting, and the being itself.

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Introducción

La vecindad como un registro de lo comunitario y urbano, supone un fenómeno donde el espacio mismo –a través de la apropiación que sobre él ejercen

sus habitantes –

nos relata una intimidad por medio de

arquitectura y espacio tan diverso como caótico y adaptable, donde quien habita el lugar crea un discurso a través de su propio lenguaje y estética; sus patios parecen seguir su propio ritmo obedeciendo a prácticas y rituales colectivos -pero también cotidianos- , sus espacios adaptables su propio discurso. Así, entre el espacio público-urbano e individual-privado, las vecindades de la Ciudad de México nos hablan no sólo del espacio colectivo dentro del urbano, sino de conceptos tales como la simbiosis entre ciudad y arquitectura, la apropiación absoluta del espacio y la construcción comunitaria del mismo a través del nexo emocional que los individuos ejercen sobre su territorio. Y aunque la arquitectura de la modernidad imperante en la ciudad, tienda a eliminar los espacios públicos

y

comunitarios dentro de la vivienda, la vecindad se mantiene viva y aún adaptable dentro de la urbe de la que es parte fundamental, aunque ésta, a su vez también caótica y en constante crecimiento, tienda a limitarla y reducirla. Sin embargo, la vecindad se las ha arreglado para tomar elementos de su periferia y así continuar con su desarrollo, es por ello que 6

esta tesis se centra en un espacio relativamente delimitado dentro de la Ciudad de México, tomando en cuenta los cambios en las zonas en las cuales la vecindad ha sido un fenómeno constante, pero sobre todo, teniendo en cuenta que la vecindad es un espacio que sea crea dentro y a partir de una comunidad, por lo tanto, se toman en cuenta únicamente los territorios que siguen rigiéndose y existiendo bajo el marco social en el cual se generó como este fenómeno totalmente paralelo a la vida de sus habitantes, puesto que incontables vecindades han sido alteradas desde su arquitectura

para

ser

incluidas

a

nuevas

formas

arquitectónicas

originalmente ajenas a ella. Por lo general, los sectores en los que la vecindad no ha alterado sus parámetros son barrios constantes a su dogma fundador, poseedores de imágenes arquetípicas del transcurso del tiempo por la ciudad y de los vestigios de la herencia prehispánica y novohispana que recaen directamente sobre las formas de la vecindad y su estética, y por supuesto, sobre cómo la vecindad es percibida por la propia ciudad y sus habitantes entre el cúmulo situaciones contradictorias y una urbe que pospone y alienta simultáneamente la modernidad. Sin embargo, esta tesis no restringe su análisis a zonas determinadas, porque si bien las vecindades son más fácilmente localizables en el centro de la ciudad, la difusión de este fenómeno social y arquitectónico aún está presente en muchos otros sectores urbanos.

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A pesar del relativo interés que ha suscitado la vecindad desde diversos puntos de estudio, sobre todo en el campo de la sociología o la crónica urbana, son nulos los estudios desde la estética o la teoría de la arquitectura, que son necesarios para comprender a la vecindad en su totalidad como un fenómeno que va más allá de lo marginal y la desigualdad social; para, en cambio, entenderlo como

un vector de

creación y subjetividad ligadas totalmente a una sensibilidad urbana y colectiva que está empapada de todos los fenómenos que de hecho sí interesan a numerosos estudios contemporáneos como la apropiación del espacio, la creación de territorios, la estética de lo cotidiano fuera del ámbito artístico, la problemática de la identidad e identificación o la capacidad que tienen las comunidades de crear sociedades complejas. Algunos de los textos que abordan a la vecindad, dentro de ellos unos cuantos

de

carácter

narrativo,

aunque

en

su

momento

fueron

importantísimos para comenzar a crear pensamiento sobre estos fenómenos urbanos, hoy se antojan un tanto obsoletos si se piensa en la capacidad del objeto de estudio para ir más allá de los estudios sobre marginalidad1. El autor más fecundo al respecto, es sin duda Carlos Monsiváis, que se dedicó a lo largo de diversos textos a mitad de camino entre el ensayo y la 1

Me refiero en específico a Los Hijos de Sánchez de Oscar Lewis, texto que impulsó el surgimiento de los estudios e investigación de los sectores sociales más bajos. Y que en México, tuvo preponderancia sobre la concepción general de la vecindad y su carácter de marginalidad. Cf. Oscar Lewis, Los Hijos de Sánchez, México, 1961.

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narrativa, a insistir sobre la preponderancia de la vecindad en la historia de la Ciudad de México como un registro y síntesis inmejorable de lo urbanopopular a partir de todos los paradigmas que suponía su sociedad integrada en un pequeño microcosmos dedicado a archivar y cultivar arquetipos sociales y urbanos2. Como los principios de este estudio se enfocan en la vecindad como productora de estética, son los textos que abordan la imagen, el espacio y la producción de estética de una forma totalmente teórica los que han resultado verdaderamente fructíferos para la proyección y desarrollo de esta tesis. Primero, La Poética del Espacio de Gastón Bachelard3, que se enfoca en un tratamiento del espacio a partir una revisión fenomenológica desde el punto de vista totalmente personal y subjetivo, estudiando el fenómeno de la imagen poética, desde el juego de símbolos que implica la creación de un espacio personal, que para el caso de la tesis, resulta absolutamente imprescindible. Por otro lado, en el marco de nuestro planteamiento, uno de los teóricos contemporáneos que más se ha ocupado de los efervescentes fenómenos contemporáneos colectivos y sociales, es Michel Maffesoli, quien postula en El Crisol de las Apariencias4, la existencia de una

2

Carlos Monsiváis, A Ustedes les Consta: antología de la crónica en la ciudad de México, 1980. 3

Gaston Bachelard, La Poética del Espacio, 1965. Michel Maffesoli, En el crisol de las apariencias: para una ética de la estética. Editorial siglo XXI, México, 2007. 4

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creatividad popular, que sirve de sustrato a las diversas creaciones sociales, y que aplicado a la tesis, determina y sustenta en buena medida el concepto de vecindad como una forma de cohesión colectiva, ideológica, de identificación y estética capaz de crear una unicidad a partir del entrecruce de sus propios valores y parámetros, pues de la infinitud de imágenes a su disposición, la vecindad elige las cercanas a la esencial descripción de sí misma. No niega su pasado y herencia prehispánica o colonial, hace las veces de refugio para el paso del tiempo en la ciudad y se mantiene en resistencia frente al embate y acoso de los nuevos arquetipos dominantes, estéticos y arquitectónicos. El primer capítulo desarrolla precisamente la problemática entre una ciudad en muchos sentidos pujante y opresora y la vecindad empecinada en mantenerse presente en el panorama urbano ¿cuáles son pues los motivos por los cuales estos espacios siguen vigentes a pesar de mantenerse distantes de los grandes proyectos de modernización y por qué son parte esencial de la cambiante imagen de la Ciudad de México? Para comprenderlo, nos conviene deslizar el concepto de estética al campo infinito y un tanto azaroso (en el sentido de la selección de parámetros para llamar a un hecho o fenómeno, estético, o estudiarlo desde dicho punto de vista) de la vida cotidiana y de los fenómenos colectivos o comunitarios, en este caso, la vecindad se estructura desde valores específicos generados

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desde la misma comunidad que la construye y su estética está dada por una sensibilidad al mismo tiempo personal-subjetiva e ideológica-identitaria, dentro de la cual el proceso que la genera es igualmente necesario para comprender su estética en su totalidad. El capítulo segundo, titulado La producción del espacio estético en la vecindad, se centra en estos procesos que generan el lenguaje propio de estos espacios, cuáles son las formas que exige para dar lectura a su estética y cómo participan de ella la ciudad, el propio habitante y el espectador ajeno. La vecindad es, además de una tradición persistente, identidad barrial, imágenes citadinas y gustos colectivos; también contenedor de formas concretas y objetuales, evidencia de su carácter tangible, tanto en su arquitectura como en las formas que son originadas y contenidas por sus espacios, las cuales son tratadas en el último capítulo: El lenguaje de la vecindad, que aborda los elementos que son experimentados en conjunto como la propia arquitectura, el patio - que es el punto central y centro casi ritual de toda vecindad- y el habitante mismo como primera visión y hacedor del conjunto y unidad estética de la vecindad. La apropiación, la permanencia y la modificación, se alojan en la vecindad y quedan registrados en sus muros como capas de estancias y momentos arquitectónicos previos que se convierten en el umbral de las siguientes, pues entrar en la vecindad implica experimentar el acontecimiento de la

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intimidad concretada por una estancia previa que hace al habitante una presencia

imperecedera

a

partir

del

espacio,

que

es

infinito,

transgrediéndolo en el momento que evidencia su estancia a través de su estética.

I.

La vecindad: fenómeno social y estético

En el encuentro de edificios, construcciones y plataformas habitadas aún hoy, en la Ciudad de México, nos enfrentamos con construcciones extrañas, si acaso eclécticas, que dejarán

a su paso la desigualdad

económica, el centralismo y la sobrepoblación características de las grandes metrópolis, pero también la vida colectiva y el sentido comunitario del estar y habitar juntos. Adaptadas

o

construidas

sin

ningún

parámetro

u

ordenamiento

arquitectónico salvo la conservación de un patio central, las vecindades, desde hace más de un siglo son un referente para entender el significado de la vida urbana como un conglomerado de elementos e imágenes que comprenden lo mismo un urbanismo ordenado hasta el hacinamiento y el caos de los sectores más marginados. Bajo este parámetro incluso, la

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vecindad se mantiene como un fenómeno legible a partir de diversos fenómenos urbanos y sociales, entre de los cuales sigue siendo un espacio singular y único por la forma en que se habita pues crea parámetros a partir de sí misma, transformándose bajo las pulsiones de la vida urbana y de las condiciones e ideologías generacionales. Más allá del lugar habitado como objeto, y de una arquitectura socialmente dominante, la vecindad, por el contrario, alejada del “deber ser“ social y espacial, valora lo sensible, la comunicación y la emoción colectiva5; lo que la convierte en un espacio completamente marginal a la estructura urbana moderna y racional, haciendo partícipe de su existencia a cada fenómeno que ocurra dentro de ella o en su periferia, sea cual sea su geografía. En su interior persiste un microcosmos distinto al del resto de la ciudad, pues su memoria visual se empeña en preservar las imágenes del dejo y el deterioro, que involuntariamente resumen el paso del tiempo por la ciudad, que a menudo intenta borrar los resabios más evidentes del pasado marginal, frecuentemente considerado anquilosado y totalmente prescindible. ¿Puede hablarse entonces de la vecindad como un espacio a la vez ajeno y partícipe de lo urbano? Sí, en efecto, pero no en el sentido de que la

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Maffesoli afirma que el estar juntos (Zusammensein) crea formas de resistencia ante los modos de vivir preestablecidos. Nuevas formas donde dominan valores reales para una pequeña comunidad al margen del orden social dominante. 13

realidad dentro de ella constituya un mundo aislado sino en razón de su diversidad extraordinaria y sus características propias. Realidad que por cierto, ignorada y dominada por la realidad citadina, con su urbanismo e ideologías modernizadoras, no sólo ha sabido sobrevivir, sino se ha reinventado

constantemente

a

partir

del

propio

crecimiento

y

transformaciones urbanas, tomando como propias las características estéticas y sociales de su periferia. Sin embargo, la herencia de la vecindad se encuentra precisamente en aquellos episodios y espacios de la identidad popular que pasan inadvertidos aunque paradójicamente estén profundamente arraigados a la cotidianidad social. Desde estos lugares y momentos la vecindad se construye constantemente desde la persistencia de los modos de habitar que a fuerza una de adaptación social, diseñan hasta el día de hoy las estructuras urbanas y sociales; no es coincidencia que la casa prehispánica y el convento novohispano compartan características indispensables con la vecindad, que perviven en las formas en que se habitan estos espacios urbanos. Tanto la vivienda prehispánica como la vida conventual generan la unidad y creación de identidades conjuntas de sus habitantes en torno al espacio físico que responde a la condición social de sus individuos, es por eso que incluso algunas vecindades fueron adaptadas a partir de las formas más básicas de un convento u otro tipo de arquitectura novohispana como

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la casa señorial, en las que el patio cumple una función indispensable para la vida cotidiana, porque en él se llevan a cabo la mayoría de las actividades. Por otra parte la casa prehispánica heredó a la vecindad el concepto de cihuacalli6, espacio comunitario central dentro de la casa familiar en el que se realizaban las más cotidianas actividades, y que era también un espacio con una fuerte carga simbólica y religiosa, pues en él se ubicaba el altar familiar, y a su alrededor se construían las habitaciones en relación a los cambios sufridos en cuanto a dimensión y composición de cada uno de los grupos familiares. No muy distinto a lo que ocurre no sólo en las vecindades actuales, sino también en la casa familiar provinciana que, desde finales del siglo XIX y a lo largo de todo el posterior siglo, con la llegada de grupos familiares e incluso comunidades enteras de migrantes provenientes de toda la república, principalmente del sector campesino, heredó a la vecindad no sólo la tipología arquitectónica del patio como centro comunitario y religioso sino, en sus múltiples acepciones, toda la carga simbólica que implica depositar la identidad familiar y comunitaria en un espacio en el que la estética, que corresponde más bien a un orden

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El cihuacalli se describe normalmente como una de las estructuras más importantes dentro del conjunto residencial prehispánico o bien, espacio comunal central, en ocasiones tenía diferentes usos, como sala de recibimiento de visitas y a menudo también espacio religioso, que perfectamente puede corresponder al patio de las vecindades como las conocemos el día de hoy, cf. Francisco Javier López Morales, Arquitectura vernácula en México, México, 1989. 15

visual aleatorio, incluso azaroso o desordenado, manifiesta un carácter enteramente personal o familiar, dentro del cual cada objeto tiene su propio significado o incluso simbología, y cualquier actividad por vana que pueda considerarse, dentro del espacio deviene en ritual. Sin embargo, la casa provinciana continúa en su interior las imágenes de su entorno y su geografía particular; la serenidad de la vida dentro de la casa semeja una ilustración de la calma vida campesina, y si bien la vecindad se apropia y reinterpreta las imágenes y la estética urbanas, muy distintas a las provincianas, tiene esa misma cualidad de aprehender su exterior con una gesto de intemporalidad. En estas viviendas provincianas, fuera del alcance de la vorágine citadina y de los grandes proyectos de modernización, el patio o espacio central suele ser el punto desde el que se jerarquizan y se disponen prácticamente todas las actividades cotidianas, así como el crecimiento o adaptaciones

al

espacio arquitectónico según las necesidades familiares, sin mencionar que hace las veces también de centro y espacio sagrado, pues son frecuentes los altares patronales. Todas estas características aprendidas por la vecindad moderna. Sin embargo, la única constante de todas estas arquitecturas sigue siendo el patio y su peculiar característica: ser un espacio que se aboca a sí mismo y se nutre de la vida interior, íntima y cotidiana. Resultando a menudo el lugar con mayor significado de todo el recinto.

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La única arquitectura no vernácula que heredó características significativas a la vecindad fue precisamente el convento. No sólo debido a su primera acepción como arquitectura dispuesta para la vida comunitaria, sino debido a la posibilidad, desde sus espacios más básicos, de la integración de sus habitantes en un modo de vivir en conjunto, que, más allá de los idearios religiosos que le dan sentido a su propósito, promulga y promueve dentro de su comunidad una legítima relación con el otro. En este sentido, la experiencia estética que resulta dentro del espacio puede servir de cimiento para advertir la intimidad de la propia vecindad. En ambos casos, el espacio privado deja de ser el centro de la vida cotidiana, característica que sin duda heredó la vecindad tal como la conocemos hoy en día, ésta diferencia, respecto a otros espacios, la ha convertido en un fenómeno social y estético; ambas acepciones en conjunto, que insisten en permanecer y adaptarse al tiempo y a las circunstancias de la ciudad, que en su obstinación de medirlo todo bajo la irrefutable mirada de la eficiencia racionalista apuntan a hacerla desaparecer, pues lo que la vecindad valora; inmaterial e intangible, no pertenece a la lógica urbana moderna, por lo general homogeneizada. La esencia misma de la vecindad, que no son sino las pulsiones colectivas que la generan, se empeña en aprender lo cotidiano de la ciudad y usarlo para generar nuevas formas que posibiliten su persistencia y su integración

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con ella sin alterar en absoluto su estética y ordenamiento. Este fenómeno sin duda se vuelve una paradoja; las vecindades , y en general la arquitectura vernácula y colectiva, son diversas en sus formas ya que son aprehendidas y generadas desde la cotidianidad de quien las habita, lo cual no impide que las caracterice un ambiente y una estética específica, y que, siendo así, no haya una clara distinción entre lo que ocurre dentro y fuera de ella, y menos aún entre sus espacios colectivos y privados, únicamente pequeños cuartos que circundan al patio central, siempre insuficientes para contener la vida cotidiana aunado al uso compartido de los servicios que convierte al patio en el centro de la convivencia y vertedero de la experiencia social y estética del habitar colectivo “…las habitaciones de las vecindades no pueden ser comprendidas aisladamente, sino como células o miembros de un conjunto o unidad superior de la que forman parte…“7. Fuera de la vecindad, la ciudad y la identidad barrial suponen también un elemento que construye a la vecindad pues ésta no sólo se diversifica a la par de sus habitantes, también lo hace a partir de las necesidades y la cotidianidad urbana. La vecindad se extiende más allá de sus límites físicos manteniendo una constante relación con la ciudad que la contiene, lo que se refleja social y estéticamente en la metrópoli generando paisajes híbridos, 7

Ma. Angeles Garay Soberón y Ma. De los Milagros Miranda Alonso. Tesis Profesional. Vecindades: Tradición y Legado. Universidad Iberoamericana. México. 1994. 18

pues los límites de la vecindad son ambiguos, su entrada principal nunca está cerrada, siempre se abre hacia la ciudad compartiendo con ésta el modus vivendi de sus habitantes, al tiempo que se nutre de los fenómenos y prácticas citadinas. Como parte de la identidad urbana y barrial, la vecindad es puesta en escena como rasgo social tanto para la conservación de lo colectivo como para la transformación de un determinado orden social y estético dentro de la ciudad. Así, mientras la apelación de la identidad de ciertas zonas de la ciudad ha enfatizado su necesidad de preservar la vecindad como un rasgo de identificación común, en otras, el desinterés y las necesidades específicas de la zona han descontextualizado o incluso hecho desaparecer a las vecindades. Quizá cada vez menos localizable, aún en adaptación y pleno desarrollo, la vecindad sigue presente en el ambiente urbano, en constante resistencia, en perfecta relación con sus habitantes y en permanente contradicción con los parámetros de la ciudad moderna. Siempre como una posibilidad de experiencia estética y social tanto para el habitante como para el observador.

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II.

La producción del espacio estético en la vecindad

Un lugar como la vecindad, que se construye y se inventa invariable y constantemente a partir de una comunidad, no puede desligarse de su contexto social, espacial o geográfico para ser comprendida, ya que a diferencia de la

mayoría de los espacios y

arquitecturas urbanas, la

vecindad no precede al habitante, y su estética, valores y significados, serán, por tanto relativos, completamente dependientes de la comunidad que la estructura y la crea como tal. Sin embargo, la construcción constante y permanente de un espacio no implica que no existan códigos específicos pues construirlo exige una noción, una conciencia innata de quien lo habita para valorar y significar su propio espacio y así delimitarlo en el sentido más puro como un hábitat8, en el que sus elementos y fenómenos se generen y respondan, a partir de sí mismos, dentro de su propio contexto, un espacio perfectamente sincronizado con la vida cotidiana de quien lo habita; donde la aparente divagación de los trayectos y estéticas personales y comunitarias, en realidad relaten códigos, reglas, costumbres y rituales que integran la vida en la vecindad, anulando la significación obvia de los espacios e incluso los 8

“En un sentido amplio –hábitat – se aplica al conjunto de condiciones naturales que inciden sobre una especie. En este sentido es sinónimo de medio. En una acepción humana, se aplica a los modos y lugares de agrupación de las viviendas humanas“. En Parra, Fernando. Diccionario de ecología, ecologismo y medio ambiente. Alianza Editorial, Madrid. 1984. 20

objetos, referencias a la vida personal y colectiva de sus habitantes, desde su lenguaje, a partir de colores, texturas, fetiches y necesidades reales o inventadas. Todo eso distingue al espacio de la vecindad del resto de los lugares habitados. El espacio que nunca fue habitado, en cambio, padece de una vacuidad inherente a la falta de experiencia aprehendida a partir de la cotidianidad, anodino y vacío existe sin relatar, sin persistir. Agazapar, en cambio, responde a la ontología de habitar, que implica usar y ser en un espacio a todas sus escalas y significados posibles; reales e imaginarios. Las prácticas sociales y estéticas llevadas a cabo en espacios donde priman los instintos creadores colectivos9, como la vecindad; al margen de las obras calificadas en general de culturales, exigen extender la estética al conjunto de la vida social. No es posible reducirla –en el caso de la vecindad –a la apreciación de las formas y la arquitectura. La totalidad de la vida cotidiana debe ser considerada como una práctica estética al menos potencial, pues todas las situaciones y prácticas minúsculas constituyen el espacio sobre el que se crea el espacio mismo. La vecindad se convierte en la evidencia más tangible de la estancia de una comunidad específica en sus espacios, de lo que dentro de ella se vive cotidianamente. La generación de una estética, en sus diversas formas, 9

En un sentido los instintos creadores colectivos se refieren a la potencia de un grupo o comunidad para crear en conjunto. Teniendo en cuenta el marco social siempre a partir de las necesidades y las características colectivas, y así experimentar en común según sus propios valores. 21

surgirá a partir de una cotidianidad siempre renovada y diversa. Las situaciones sociales, los modos de habitar, las experiencias, serán parte de sus diversas imágenes.

II.I La posibilidad del espacio arquitectónico como experiencia estética a partir de la apropiación La noción de espacio –y a partir de él la construcción de un lugar –exige del cuerpo que lo habita una conciencia de sí mismo, en la que se entrecrucen de forma simultánea el habitar como una necesidad ontológica y la conceptualización no necesariamente consciente del propio espacio. Así el lugar se convierte en acontecimiento, mientras el habitante se construye perpetua y cotidianamente dentro de él. Sin embargo, es difícil encontrar en la ciudad, espacios que nos remitan a una intimidad concreta; el espacio colectivo, vernáculo10, apartado de la arquitectura racional, se encuentra cada día más marginado. La arquitectura que produce espacios como mercancía – prácticamente en serie –invade el

10

Paul Oliver, en su libro Encyclopaedia of Vernácular Architecture, es el primero en definir la arquitectura vernácula y popular como: “Aquella que comprende las viviendas y cualquier otra edificación popular. Se circunscribe al contexto medioambiental y a los recursos disponibles, y tiene un carácter de autoconstrucción o de construcción comunitaria, por lo que se emplean tecnologías tradicionales. Todas las manifestaciones de la arquitectura popular responden a las necesidades completas y a los valores, formas de vida y economías propias de las culturas que las generan. Con el tiempo pueden readaptarse o ampliarse en función de las nuevas necesidades o circunstancias. 22

paisaje urbano en pos y pretexto del desarrollo bajo modos de habitar que no concuerdan con las diversas realidades específicas y que, si se les analiza con precaución, se antojan absurdos y no dejan de ser criticables; pues esa impuesta arquitectura racionalista es un claro indicio de la búsqueda e importación de estéticas arquitectónicas y, más aún, desliga al ser humano de su espacio básico que es el lugar habitable, procurando una arquitectura a priori de su propia identidad, que afecta de modo importante la producción de estéticas comunitarias y personales. Por supuesto, tal proceso implica, o mejor dicho, implicó un cambio absoluto de los valores dominantes y generales aceptados y compartidos de manera casi automática por la gran mayoría; cada vez más, la casa ha perdido su carácter de refugio y de espacio relator de una intimidad para convertirse en el lugar al que se dedican actividades exclusivamente necesarias y bajo sus techos se pueden encontrar los objetos más impersonales, síntoma también de nuestra época rendida ante la producción serial que nos arrebata bruscamente cualquier objeto o situación para reemplazarlos por uno nuevo, cuando apenas comenzábamos a adherirnos al anterior. Lo usado y lo hecho a mano se han visto excluidos de los modos de vivir convencionales y mayormente difundidos entre la población, asociados ahora a la marginalidad de la vivienda precaria. Se ha dejado de lado, como si la ciudad hubiera querido olvidarse de sus raíces, la creatividad innata

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que bajo la necesidad primera de habitar produce arquitecturas híbridas que escapan a toda descripción, y que preservan además numerosas tradiciones y modos de vivir de arquitecturas ancestrales, hoy ya desparecidas o a punto de hacerlo, estas ¨nuevas¨ arquitecturas son espacios verdadero

de un

flujo y sincretismo multicultural propio de las grandes

metrópolis, que han sabido absorberlo y reinterpretarlo al margen de la imparable carrera hacia la modernización y la planificación urbanística que nunca cesa. Sin embargo, estos espacios a menudo suelen ser juzgados como simple rasgo del dejo urbano, la marginalidad señalada o, en el peor y más subestimado de los casos, rasgo del pintoresquismo local pero en realidad, si se les analiza fuera del juicio insustancial, relatan cómo existimos en nuestro espacio vital más inmediato, sin todos los elementos que puedan conformar una estética prefabricada, en cambio, los recursos que se tienen a mano, objetos de usos agotados y de tiempos diversos, son usados y reutilizados en la creación constante de un espacio propio, construido por uno mismo; objetos que dan al espacio ese ambiente atemporal o de un tiempo ambiguo característico de la imagen construida gradualmente, a los que Bachelard llama, con un tono ontológico “fósiles“: Es por el espacio, es en el espacio donde encontramos esos bellos fósiles de duración, concretados por largas estancias (…) en ellos, los recuerdos son

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inmóviles,

y en su espacio la intimidad es más urgente que la

determinación de las fechas11. Esa intimidad, que podría designarse como la estética del espacio bajo la filosofía bachelardiana, se configura como la reminiscencia de quien ha vivido en él, de quien se ha apropiado de un espacio invadiendo sus muros para definir sus alrededores marcando límites e instaurando territorios. Sólo entonces este espacio será realmente habitado, porque lleva como esencia la noción de una estética personal e íntima y es capaz de integrar todos sus valores en un valor fundamental que es la apropiación, que exige, de forma casi innata, una primera identificación con el espacio a la que no se llega si no es generando una relación entre el individuo y su entorno de la manera más directa posible. La apropiación -hacer algo propio-, más aún tratándose de un espacio, puede tener diversas implicaciones; la transgresión, la repetición del propio cuerpo en el espacio, o incluso la imitación de otros espacios y lugares dentro de él, son todas formas de habitar que implican ya una acción o efecto de propiedad, no en el sentido de dominio o posesión, sino en el sentido más ancestral y atávico de territorialidad, que sólo reconocerá como límites la experiencia personal en el ámbito de la expresión de un discurso sobre lo cotidiano. Por lo tanto la existencia de una estética dentro del espacio ha de ser consciente de su raíz social y contexto vivo, a la par de la 11

Gaston Bachelard, La Poética del Espacio, México, FCE, 1975 p. 39-40. 25

forma y la función, pues ambas se articulan generando un lenguaje propio más allá de la arquitectura construida a priori del habitante. La relación generada entre el individuo y su espacio físico-arquitectónico desde la apropiación será el origen de la experiencia estética dentro del espacio creado como hábitat y territorio, donde cada uno de los elementos que lo conforman participan de la vida cotidiana de sus habitantes. El espacio habitado tiene esta característica en su lectura que testimonia el ambiente que dentro de él ha sido creado paulatinamente a partir de la apropiación, de inmediato evidencia y refleja de la forma más profunda al otro; una reminiscencia, que aunque tal vez ajena a nosotros, si el espacio es realmente habitado en toda su extensión, nos acoge, porque refleja la intimidad de quien lo construye. En palabras de Bachelard “Ninguna intimidad auténtica rechaza. Todos los espacios de intimidad se designan por una atracción“12, pero ésta atracción no será más que un pretexto para legitimar la relación con el otro, materia prima para nombrar como manifestación estética a uno de los actos más primordiales y pulsantes del ser humano: dar identidad al propio cuerpo a partir del espacio que lo rodea. Habitar. Apropiarse de. Así en la apropiación, como una inclusión del propio cuerpo en la construcción del espacio, se interviene en la hechura directa, se construye a

12

Gastón Bachelard, La poética del Espacio, ed. FCE, p. 42. 26

mano, se conocen los objetos y materiales, se le da nuevos –y personales – significados y se le adhieren valores emocionales, identitarios o incluso rituales aunque del espacio más cotidiano estemos hablando. Lo cual ocurre a menudo entre comunidades en efecto marginales o minorías sociales, en las cuales la necesidad de conformación de territorios las transfigura en centro de solidaridades y autenticidades preservadas a través de lo único que poseen: su espacio. No en vano el fuerte anclaje que tienen estos espacios, llámense vecindades, favelas, o cualquier otro tipo de arquitectura popular o vernácula no sólo contemporánea, a su territorio físico como recordatorio y conmemoración de su identidad como paulatina y perpetua construcción, no necesariamente consciente, pero siempre ligada a la estética de su arquitectura como metonimia del tiempo. El cuerpo que habita vive su espacio no sólo a partir de su sentido de protección sino a partir –y mayormente – de valores agregados de identidad y necesidades personales. Es así como cada espacio habitado posee un profundo sentido de reminiscencia y evocación al habitante en su estética, que no debe ser interpretado en un sentido nostálgico, sino más bien hermenéutico, porque

cada

rincón, forma

y objeto

resume

un

acontecimiento concreto que suscita una interpretación a partir de su contexto. Y en el particular caso de la vecindad, el espacio estético está conformado no sólo por el individuo, sino por la colectividad, la identidad

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barrial, la improvisación y la arquitectura construida en capas que evidencia las adaptaciones al tiempo.

II.II La vecindad como experiencia estética

La vecindad – con su estética, sus habitantes y las tradiciones en ella preservadas–, se convierte a menudo en el núcleo de la definición voluntaria e involuntaria de lo urbano y lo capitalino. Pero no como nos lo ha enseñado el significado que a la ciudad ha impuesto la modernidad; de algún modo, los grandes proyectos de modernización que por antonomasia definen a la metrópoli, han sido sustituidos por una idea colectiva que en el cúmulo de épocas históricas y situaciones contradictorias, poco a poco se han infiltrado en la memoria colectiva de los habitantes de la ciudad ahora definida por la interpretación inmejorable de quien ha vivido en ella. Con todo esto, la vecindad ha sido en muchos sentidos la síntesis de lo que se entiende por Ciudad de México13; el cúmulo de tradiciones enraizadas y situaciones contradictorias que persisten dentro de un territorio que alienta al tiempo que pospone su propia modernización. Definición y resultado no

13

Ya Carlos Monsiváis ha hecho constante referencia a la vecindad como ¨el núcleo de la ciudad¨ a partir de los modos de vida y la vida social que genera. Cf. Carlos Monsiváis, Salvador Novo: Lo marginal en el centro, Editorial Era, Ciudad de México, 2000. 28

oficial de toda ciudad que pretende imponer parámetros y arquetipos ajenos a su o sus propias realidades. Sin embargo, éste fenómeno no pasa inadvertido por quien lo transita, a menudo se toma conciencia de la difracción de los fenómenos que son marginados por la imposición de los grandes sistemas donde todo lo que salga de sus límites es excluido y relegado a la periferia aunque se encuentre en el centro mismo de la urbe y a vista de todos. La vecindad es uno de estos grandes fenómenos. Y la incapacidad de la utopía que supone la ciudad de cumplir sus propias premisas y su obstinación por negar este hecho, no ha contribuido más que a seguir generando hechos, fenómenos, manifestaciones y estéticas fuera de sus propios límites. En cambio, la conciencia sobre la multiplicidad de fenómenos que se dan fuera del territorio y del discurso oficial sí se ha interesado por definirlas – al menos vagamente – e incluirlas en el panorama de la representación de lo propio. Por ello quizá, es que la vecindad tuvo múltiples representaciones en el cine y en la narrativa literaria a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y escasas o acaso nulas, en el terreno de la teoría hasta el día de hoy. Lo que suscitó verdadero interés por las vecindades para ese cine y esa literatura eran los peculiares fenómenos que ocurrían dentro de la vecindad; para empezar el papel que siempre jugó de resaltar todas las situaciones, todas las experiencias, por mínimas que sean,

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en la participación de un ambiente general desde el que se podía dar rienda suelta a la definición de arquetipos sociales que persisten y que, de algún modo definen a la vecindad hasta el día de hoy. Su estética, que fijada en la imagen cinematográfica y el texto narrativo, se desvela como un acontecimiento más o menos definido por la clase social, el barrio popular e invariablemente la comunidad definida, nunca se ha dejado ver claramente. Sin embargo, se sospecha bajo el cauteloso análisis de la lectura entre líneas, que esas imágenes del deterioro y la marginación delatan algo más que una urgente necesidad de identidad a partir del retrato de lo que ocurre cotidianamente en cada barrio de la Ciudad de México. La estética de la vecindad, esa parte intangible dentro de un espacio enteramente cosificado, donde cada cosa se puede nombrar y sin embargo, cada cosa ha perdido su significado específico para poder seguir siendo útil al espacio –la lata que se convierte en maceta y la maceta como pata de una mesa –. Ésta ambigüedad en su construcción, se puede a caso vislumbrar bajo el hecho concreto de generaciones ambulantes, todas acotadas en un mismo espacio, que dejan su registro en un cúmulo de imágenes igualmente dispersas entre la arquitectura diversificada, la disposición de las cosas y los objetos, y la cotidianidad que difracta la imagen misma de la vecindad; una reelaboración constante del espacio que absorbe al mismo tiempo arquitectura, comunidad y experiencia en la obtención de imágenes

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únicas. El hecho de experimentar en común, incrementa la experiencia estética en la vecindad, y es que desde la más mínima experiencia que se incluya en la comunidad –aquel hecho ínfimo–, se conforman los vectores que impulsan la creación constante en el espacio. Es así como la estética, en sus diversas formas, se origina a partir de un movimiento siempre renovado y plural consagrado a las diversas situaciones sociales, los modos de vida y la experiencia cotidiana. La arquitectura, superficies de la vecindad, es donde se revela y se muestra hacia la ciudad, pero también el espacio en que se revelan sus lugares más íntimos, rincones inasequibles para quien es ajeno a ella. En sus espacios construidos se propicia un aumento exponencial de los fenómenos de apropiación y producción estética dados a partir del habitar, es gracias a esta arquitectura que los pequeños rituales cotidianos, que en la casa común se harían sin el menor indicio de permanencia, ya no en el espacio, sino en la conciencia de quien los lleva a cabo, en la vecindad adquieren un tono de trascendencia cotidiana y estética, que de algún modo configura su entidad a merced de las circunstancias y los ánimos colectivos, que adquieren formas diversas gracias al espacio que los contiene, fundado y configurado para la actividad y el tránsito colectivo, pero también ocurre al revés, su entidad cotidiana e inmaterial le da forma a su arquitectura que poco a poco adquiere la forma perfecta de su comunidad, la de el patio central, los

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cuartos que lo circundan, los lavaderos alineados. Esta idea fundacional saca provecho a todo cuanto siga resultando útil para la creación del espacio y pone en primer plano a la colectividad, al tanto de las formas surgidas de la cotidianidad comunitaria que sugieren una unidad estética constantemente renovada. La genealogía del espacio habitado en la vecindad es clara, se origina en el espacio compartido entre los individuos que se encuentran, generan acontecimientos y

se entrelazan tejiendo una unidad visual y estética

conformada por cuerpos y objetos, que independiente de la insistencia del acontecimiento para acotarse dentro de un espacio y tiempo determinados, se aferra a permanecer atemporal y descarta la transitoriedad de cualquier hecho, cuerpo u objeto que ocurra dentro de su espacio, sobre su superficie, o incluso en su periferia. Al contrario del dictado que rige la acostumbrada fugacidad de los espacios arquitectónicos domésticos, la vecindad aprehende y luego la vecindad relata, porque en ella no hay causas ni efectos en los que se conciba a sí misma, sino un entramado que se teje constante y perpetuo hasta el punto de re-conocer su propia capacidad de permanencia y de transfiguración del espacio.

Desde la óptica del

pensamiento deleuziano se podría trazar un paralelismo entre su concepción del tiempo, como carencia de causas y consecuencias, y la construcción del espacio:

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Porque el presente vivo es la extensión temporal que acompaña al acto. Pero a la medida de la unidad de los cuerpos entre sí, un presente cósmico abarca el universo entero: únicamente los cuerpos existen en el espacio y sólo el presente en el tiempo. No hay causas y efectos: todos los cuerpos son causas, causas en relación con los otros cuerpos.14 El tiempo se da, según Deleuze, en torno a la eterna interacción entre los cuerpos, tal como en la vecindad la construcción perpetua de sí misma, que es una con su estética, se genera desde el contenido de la experiencia atemporal – acontecimientos, formas, color, sonido, objeto, cuerpo, etc. – que experimentan una descontextualización constante y dejan de significar por sí mismos para volverse causa y efecto de la totalidad. En obediencia a su legado y al paisaje ancestral al que pertenece, la vecindad convierte al cuerpo y al objeto en un fragmento de su historia remota y presente llevándolos más allá del significado aislado; es la forma que tiene de significar y revelar al habitante, a las formas, al espacio. De acuerdo a la lógica de la vecindad, espacio donde la modificación es sinónimo de permanencia, la alteración en sus espacios no supone ninguna novedad para su estética. La determinación de inventarse adhiriéndose a lo cotidiano, implica que su génesis y su lógica misma estén inscritas al cambio y a la adaptación como formas naturales no sólo de supervivencia, sino como vectores de creación. Así, pasadas inevitables y determinantes transformaciones y catástrofes que bajo las pulsiones de la vida urbana son 14

Gilles Deleuze, La Lógica del Sentido, Ediciones Paidós Ibérica, España, 2005, pp. 9. 33

inevitables – un terremoto que recuerda a la ciudad su fragilidad, más contradicciones sociales, nuevas y pulidas versiones de la arquitectura modernizadora15– aún con todo lo que pudo suprimir los modos en que se habita la vecindad, su estética o incluso su comunidad, cada vez que su circunstancia le impuso nuevas formas de prevalecer, la vecindad integró cualquier fenómeno social, estético y generacional, a su propio ser. La consciencia que tiene de sí misma y de su continuidad colectiva, apela a la interioridad que prevalece en su estética, sin embargo se completa esencialmente por una noción de exterioridad que aboca al fenómeno y al cuerpo que transitan y circundan su superficie y su exterior. Mientras en su interior todos los rituales y necesidades domésticas se extrapolan hacia el patio, espacio colectivo por definición, lo exterior y foráneo ( la periferia, el barrio, la geografía) es incorporado y proyectado hacia la vecindad. Se vuelve así una construcción del espacio cotidianamente aprendida, que acoge en su patio lo mismo elementos íntimos que ajenos, que en la cotidianidad del ser en conjunto se vuelven colectivos, con significados comunes; objetos totalmente ordinarios que sin embargo, adquieren significados diversos, ambiguos o aparentemente descontextualizados, pues aunque estética y visualmente se integran a su entorno, su significación en sí misma, se pierde para totalizar y completar a la vecindad, conformado 15

Tan sólo en el barrio de Tepito, el terremoto ocurrido el 19 de septiembre de 1985, derrumbó cerca de 600 vecindades de un total aproximado de 1200. Cf. Carlos Monsiváis, No Sin Nosotros: los días del terremoto 1985-2005, ediciones Era, México, 2005, pp. 114. 34

así una estética que relata a sus habitantes a partir de todos los objetos y elementos que revelan su existencia. En la estética de la vecindad, los símbolos16 –necesarios e inevitables significantes de su espacio –brotan al por mayor; los que se quieran, como versiones resumidas o pequeñas ruinas de los más variados fenómenos: sociales, espaciales y personales. Desentrañar el símbolo, exige una lectura del espacio urbano donde la apariencia se obstina en no ser remodelable; el símbolo se ha integrado a esta apariencia perfeccionándola, característica que hace al espacio atemporal, sin embargo, no por ello sus significados y lecturas serán inamovibles. Esta capacidad del espacio colectivo de crear símbolos a partir del objeto, cuerpo y acontecimientos más comunes, tiene la peculiar característica de referir a otros. El símbolo sólo llegará a serlo si conduce hacia otros acontecimientos todavía en proceso o ya ausentes, –el cuerpo que habita, el ser que transita, el objeto descontextualizado, etc. –. En este sentido, la vecindad se convierte en un espacio con posibilidad de ser leído desde distintos estratos o capas: la personal, la ajena o manifiesta, y la colectiva, pues si bien es cierto que su territorio está delimitado por fenómenos generados desde su propia comunidad, o a caso su barrio, su estética no es más que una interpretación que se gesta desde el ser, quienquiera que sea, esto, sumado a la ambigüedad de las imágenes que se 16

Símbolo entendido como un ‘portador de significado‘ que transmite algo que va más allá de su mera forma de expresión trivial. En la vecindad, lo simbólico entra a formar parte de su lenguaje y estética impregnando cada una de las imágenes que genera. 35

crean en su interior, permite que sus símbolos se desentrañen desde la subjetividad certera del propio habitante, la interpretación desprendida del espectador, o el sentido de identificación de la comunidad. El habitante lee y entiende su espacio necesariamente desde una capa que apela a la experiencia personal, en ella los elementos de la vecindad, su lógica, retórica17, etc., se disponen a ser interpretados por el cuerpo que se integra a ellos, el hacedor del espacio crea nuevos significados y sigue generando símbolos dentro de su cuerpo arquitectónico al tiempo que lee su espacio desde lo individual y lo colectivo, pues únicamente el ser que es parte de la vecindad, conoce el espacio, sus símbolos y significados, es parte de su vida cotidiana, de su construcción y sus rituales, sabe leerla tal cual es, en y para sí misma. Aunque sólo sea brevemente, el espectador de la vecindad, durante su tránsito por ella, adhiere su cuerpo al espacio y aunque lo lee desde otro estrato, ajeno o manifiesto, tiene la potencial capacidad de evocar tanto al contexto social y a la intimidad del habitante, como al propio espectador a partir de la reinterpretación de sus elementos como símbolos personales. En este sentido, ser un espectador de la vecindad implica leerla desde fuera, pero aún siendo parte de ella, pues se genera una lectura distinta, donde el 17

La retórica del espacio se refiere a los sistemas de composición de un espacio, lugar o arquitectura determinada. Remito aquí al análisis que Joseph Muntañola hace en específico sobre la relación retórica-arquitectura. Joseph Muntañola, Topogénesis: fundamentos de una nueva arquitectura, Edición de la Universidad Politécnica de Cataluña, España, 2000. 36

individuo inventa y recrea sus propios significados a partir de la experiencia personal. Sin embargo, no es una segunda interpretación, es más bien parte esencial de su lenguaje y estética, porque contribuirá al significado de la vecindad dentro otra capa, evidenciando que no se crea únicamente a partir de sí misma, ni siquiera a partir de quien la habita, sino como un organismo en constante interacción con su entorno, se descubre hacia la ciudad, al barrio, y al cuerpo que lo transita. Cuando el sentido común declara la necesidad de un espacio para reconocerse a sí mismo, recuerda que la consciencia del cuerpo urge un lugar para identificarse y construirse en él. El ser y el espacio están indisolublemente ligados. Es en este sentido en el que la forma hace cuerpo. La forma en que se construye la vecindad, adhiriendo la cotidianidad de los cuerpos al propio espacio, permite que pueda ser leído y generado desde estas diversas capas, sólo parcialmente desde el habitante, pues define a la vecindad como territorio a partir del cual el individuo se reconoce. Trasponer sus fronteras como extranjero, como cuerpo ajeno, implica, sí, entrar en otro espacio, del cual no obstante, podemos ser parte fundamental. El ser –habitante o no –es capaz de involucrarse con el espacio y cargarlo de un profundo sentido de pertenencia, leerlo para sí mismo, reinterpretando sus capas para generar así una poética personal, que no es sino un juego simbólico repleto de remembranzas empíricas, pues

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cada elemento y objeto, independientemente de su significación social, adquiere dentro de la vecindad una nueva implicación y significado, evocando tal vez una ficción bajo el símbolo de hábitat, pues es en este punto cuando el espacio se transfigura sincronizándose con el individuo, deja de ser ajeno y su ordenamiento adquiere lógica y estética para el espectador. Para el habitante, la vecindad adquiere en términos estéticos, no sólo un sentido personal sino su punto más inmediato de identificación y pertenencia, su lugar de origen y comunidad; pues los objetos y elementos que la conforman (barrio, arquitectura, casa) no hacen única referencia a su vida cotidiana, sino – y en mayor medida –a sus símbolos familiares, comunitarios y sociales, materializados en una unidad visual dentro del mismo juego de operaciones simbólicas18 que supone la conformación de su estética, la cual ubica sus contenidos e instaura límites – a partir del habitar cotidiano – que nunca han de ser los mismos, pues el continuo flujo de cotidianidad entre ciudad y vecindad determina los límites de su estética como ambiguos o a caso personales. Desde la óptica del paisaje urbano, la presencia de la vecindad ha enraizado a tal grado las capas de la ciudad, que sus límites visuales y estéticos se

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Armando Silva, Imaginarios Urbanos, 1992, p. 33. Silva se refiere con el concepto de operaciones simbólicas al modo en el que un territorio o lugar es configurado socialmente, con respecto a quien lo habita. 38

funden y desdibujan entre sus múltiples imágenes y particulares arquitecturas; a diferencia del urbanismo como supuesto conductor de las formas de la ciudad, el entramado tejido urbano, por sí mismo, sin presupuestas y pretenciosas innovaciones, integra y completa sus formas sin rechazar a la vecindad, que se extiende sobre la ciudad casi literalmente como un acontecimiento.

II.III Ciudad y vecindad La ciudad es un fenómeno social que participa de la colectividad como su lugar de desarrollo y escenario; comparte características con la vecindad que las configuran como territorio principal de todo tipo de contradicciones sociales, y más allá de la existencia de una dentro de la otra, la ciudad y la vecindad suponen espacios ajenos a toda prédica limitante, no hay conclusiones, hay elaboración persistente que nos lleva a integrarnos al espacio si pretendemos comprender sus territorios. Caminar a través de la vecindad no implica internarse en un espacio ajeno a la ciudad, y viceversa, pues se exponen mutuamente en formas algunas tan sutiles como otras evidentes. Sin premura, el espacio marginal se construye con el reverso de la ciudad, lo que no es evidente en el paisaje urbano, se tiende en su totalidad sobre la vecindad, la memoria y la estructura social son aquí tangibles y se encuentran en un estado de pausa casi inmutable. 39

Conservando los acontecimientos que la ciudad deja atrás, la vecindad se convierte en una suerte de concentrado del mundo urbano, un microcosmos autónomo. Hay en esta independencia, sin embargo, cierta dimensión trágica para la ciudad como idealización del espacio todo planeado y plenamente funcional que recuerda la génesis del espacio marginal como la secuela del arquetipo forzado, la utopía centralista y la desigualdad persistente; frecuente interpretación dada a la vecindad bajo el lugar común de la moderna metrópoli al que la Ciudad de México aplaza a la vez que alienta su llegada. Efectivamente, la vecindad es una breve disolución del acontecimiento citadino, porque conjunta sus efectos, sus imágenes y sus fenómenos a la vez que los disuelve en un territorio que abrevia todo lo que podemos llamar urbano, pero esta pausa inmutable en que condensa todas las sensaciones, no es de ningún modo sinónimo de inmovilidad, al contrario, es un movimiento constante, permanente incluso, paralelo a la ciudad, que capta de ésta no su dinamismo mecánico, sino más bien su flujo y formas orgánicas orientado por la intuición que abraza todo lo que corresponda y funcione a la vida comunitaria y que la ciudad sea capaz de proveer. De algún modo, este flujo constante es causa y efecto de una visión social estética, de imágenes, sentidos y emociones compartidas entre el espacio íntimo de la vecindad y la ciudad.

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Una lectura estética y visual de la ciudad revela el innegable y profundo enraizamiento y fijación que tiene por el espacio y el lugar. Una y otra vez, las imágenes hacen prescindible la descripción de su territorio, sin necesidad de inventariar cada arquitectura de cada periodo histórico y social y todas sus posibles deformaciones, la ciudad no sólo hace innecesaria su descripción, también la imposibilita, la sustituye por la imagen persistente de sus espacios, la solidaridad agazapada entre sus capas. Es lo que la liga tan inexorablemente con la vecindad, que la colectividad no construye en el vacío, se cimienta siempre sobre una estancia previa. No sólo permanece la evocación del cuerpo y la imagen previa cuando la arquitectura de la vecindad se adapta a una edificación anterior –como si la metamorfosis del espacio se revistiera con una nueva estancia – sino que la vecindad prolonga el orden de su espacio contiguo, así por ejemplo la topografía urbana insiste en conservar los restos del espacio prehispánico como la vecindad redunda sobre el territorio usado, esa expresión que describe la adherencia a la memoria del espacio, la apología del orden alguna vez conocido y la amalgama de lo viejo y lo nuevo en un microcosmos sin edad. Esta permanente relación entre las formas en que se construye la urbe y los símbolos que conservan sus espacios, constituye de diversas maneras una forma de resistencia ante los procesos de urbanización que implican el

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derrumbe de las formas urbanas, que si bien no es del todo consciente, sí representa un nexo e identificación que liga al habitante con su espacio a través la inclusión del propio cuerpo en las capas de la ciudad, “desde el momento en que el otro me mira, yo soy responsable de él sin ni siquiera tener que tomar responsabilidades en relación con él; su responsabilidad me incumbe“, dice Emmanuel Lévinas, “El acceso al rostro es de entrada ético“19. La experiencia entonces lleva a ese contacto que se establece a través de la mirada y el tránsito cotidiano entre el cuerpo y el entorno que refiere al otro, el habitante de la ciudad convierte el hallazgo de las formas y las imágenes a su descripción esencial de lo urbano. La ciudad como un paisaje que se distribuye y unifica democráticamente tanto al fósil y a la arquitectura ruinosa, como al edificio inédito y la nueva arquitectura, esta innata elección de imágenes urbanas que totaliza la imagen de la ciudad, la integra bajo una estética que probablemente no tenga mejor evidencia que la propia vecindad ¿cómo si no es que el barrio y con él la vecindad se ha convertido en el espacio obligatoriamente referencial de lo urbano? Si las tradiciones persisten en ambos espacios, que de hecho no están separados, es porque sus practicantes saben de un modo u otro que cada lugar de la urbe evoca y resume ya sea la necesidad de una identidad, la construcción de sí mismos a partir del espacio o incluso la rutina del lugar aprendido.

19

Emmanuel Lévinas, Ética e Inifinito. Ed. A. Machado Libros, col. La Balsa de la Medusa, España, 2008, pp. 71. 42

Las capas que se leen en el paisaje urbano son las mismas que hay en la arquitectura de la vecindad, pues las dos están configuradas del mismo modo: como un espacio que se desarrolla al mismo tiempo que los individuos que lo habitan, muta y se adapta espacial y temporalmente para configurar una idea de lugar, generando relatos simultáneos a partir de capas; arquitectónicas, espaciales, sociales, estéticas. Así los lugares se construyen a partir de sentidos compartidos de una colectividad que define el espacio que habita modificándolo. Como la ciudad, la vecindad es una construcción fragmentaria; los restos, las ruinas y las evidencias de quienes la han habitado están presentes en sus espacios, que nunca terminan de transformarse y cambiar, cubriendo las necesidades y registrando la existencia de cada uno de sus habitantes. En cada espacio, sin embargo, se combinan fenómenos de índole colectiva e interpretaciones simbólicas, en el caso de la ciudad, colectivas, con significados socialmente dados en su mayoría muy específicos, mientras en el espacio de la vecindad, la configuración de sus significados atiende a un orden distinto, pues sus símbolos apelan sí, a lo colectivo, pero dentro de una comunidad determinada fuera de la heterogénea multitud citadina, que aunque innegablemente participa de ella, tiene a la vez rituales, tradiciones y sentidos de identificación propios y muy arraigados que se despliegan en

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la construcción colectiva de su arquitectura, tal como ocurre en la construcción cotidiana de la ciudad. En medio de su abigarramiento, ambos entes parecen caóticos e ilegibles, sin embargo, las formas e imágenes que de ellos surgen, son producto de una sensibilidad particular generada en el tránsito y contacto entre el individuo y su espacio personal, colectivo y finalmente urbano. En ambos casos, lo que interesa tratar no es un espacio concebido a priori o independiente del habitante, porque simplemente no existen como tal, pues en su configuración es evidente la presencia del ser humano como ente colectivo en cada uno de sus espacios, necesariamente dados por su significado social, los cuales se construyen únicamente a partir del individuo, en ambos casos, en el ámbito de lo colectivo. Considerando que no son espacios finitos porque se construyen, se expanden y se modifican tanto como quienes los habitan y que además se contienen el uno al otro, es inevitable la generación de una fuerte relación entre ambos, sin embargo, esta relación se ha dado en muchos sentidos de un modo contradictorio, pues los nuevos espacios arquitectónicos y urbanos, específicamente a partir de la modernidad, han proclamado el espacio privado como sinónimo de bienestar social y generado, o al menos en gran medida propiciado, modos de vida y de habitar homogeneizantes, de ahí que paulatinamente se haya establecido un modo uniforme de habitar y la experiencia urbana

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contemporánea colectiva sea hoy limitada y restringida, al igual que la vecindad que, aunque ha sido considerada desde siempre como un espacio marginal, recientemente se ha convertido en una máxima representante del dejo social urbano característico de los barrios dónde son más fácilmente localizables estos fenómenos arquitectónicos y sociales. Según Albergo Saldarriaga Roa “ la influencia del mundo moderno que se transmite –o inocula – a través de diversos medios, altera gradual o violentamente esos modos de habitar, los hibrida, los hace incluso desaparecer. La polaridad entre modernización y tradición se resuelve usualmente a favor de la primera. El mundo entero parece orientado a asumir una modernidad globalizadora como modo único y legítimo de vida“20. Debido a todo esto, la ciudad poco a poco ha segregado a las vecindades casi al punto de negarlas en provecho de nuevos espacios privados, sin embargo, este fenómeno es parte también de la relación simbiótica que se ha generado entre ambas, que aunque conflictiva y contradictoria en muchos sentidos, ha derivado en la transfiguración del espacio a ambas escalas, pues el sentido de la vecindad no está completo sin la ciudad que la contiene y diversifica, y la ciudad perdería mucho de sí sin la vecindad que contenga, registre y despliegue una tradición tan arraigada como la del espacio colectivo.

20

Alberto Saldarriaga Roa, La arquitectura como experiencia: espacio, cuerpo y sensibilidad. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, Colombia. 2001. p. 37. 45

Actos en apariencia tan simples como la ausencia de puerta en la entrada principal de las vecindades ha generado que la ciudad penetre en ella y viceversa, ambas se han convertido en una extensión de la otra. El quehacer colectivo en la vecindad es empujado fuera de ella, participando e incluso siendo el centro de la identidad barrial, así mismo, el tránsito citadino, el constante ir y venir de personas propias y ajenas característico de la ciudad ha permeado la cotidianidad de las vecindades. En ambos casos se nota, es evidente en el enraizamiento y yuxtaposición de sus arquitecturas, una sobre otra, ciudad y vecindad, parecen una sola, al punto que en el paisaje urbano la vecindad puede pasar totalmente desapercibida, como si siempre hubiera estado presente y, en cierto modo, así ha sido, pues registra en sus formas y rarezas arquitectónicas el paso del tiempo al igual que en la ciudad. Por mucho que se pretendan olvidar o borrar sus capas, sus estéticas y generaciones pasadas, el registro está presente a través de sus espacios, a veces como un acto totalmente consciente del pasado, otras como un hecho totalmente casual, del abandono de un espacio o del simple desinterés. Finalmente ciudad y vecindad terminan siendo un registro de la otra, la vecindad como un microcosmos dentro de la ciudad a la que habita y la urbe como un espejo de la vecindad, que refleja sus rituales más arraigados con todo y sus contradicciones, pues ambas se construyen a partir de lo infinito: el espacio.

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III. Los elementos de la vecindad

III.I Arquitectura diversificada La experiencia de habitar es la base fundamental y primera en la experiencia de la arquitectura, en la que interviene la representación del mundo no sólo en el plano de lo físico, sino también en el plano de lo simbólico y cultural. La vecindad, dado su origen de autoconstrucción y apropiación, incrementa la relación entre arquitectura y habitante al significar un espacio que responde por completo a las necesidades individuales, colectivas y urbanas. Y aunque en la vecindad la experiencia estética de la arquitectura se encuentra presente en todo momento, su significación es distinta dependiendo no sólo del estrato desde el que sea leída, sino de las características de su barrio y el origen de su construcción, pues aunque toda vecindad conserva su naturaleza de arquitectura adaptable y colectiva, el origen del espacio físico determina las características en el manejo del lenguaje de su arquitectura y la experiencia del ser humano en su territorio construido. Algunas vecindades hasta el día de hoy conservan remanentes de memorias previas, pues no siempre fueron una casa comunitaria; sus muros fueron

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conventos, casas señoriales, escuelas u hospitales, que al construirse nuevas colonias debido al crecimiento demográfico y la afluencia de migrantes rurales, se mudaron a nuevos barrios y colonias que prometían el estilo de vida y confort de la vida moderna. Olvidadas así las edificaciones, al poco tiempo alojarían a un sector social más o menos homogéneo que a la larga construiría una nueva forma de habitar el espacio, pues como todo lenguaje, el de la vecindad se fue produciendo paulatinamente. Fue así como ‘vecindad‘ comenzó a llamarse al conjunto de cuartos que hacinaban a numerosas familias en torno a un patio que de inmediato se convirtió en el centro de la vida diaria de una comunidad en perpetua adaptación a la ciudad que les había negado un espacio para vivir, tan arraigada a su barrio como al paisaje urbano que crecía alrededor y sobre ella. Al principio, los recursos arquitectónicos, en ese momento poco coherentes con la nueva clase social que los habitaba, necesitaron unos cuantos cambios; de un solo cuarto

se podían hacer hasta cuatro o cinco, divididos por una pared

ladrillos, lámina o cartón, y aunque las modificaciones en las vecindades nunca cesan, siempre queda un registro de la construcción original, su ordenamiento denota en cierta medida su función primera tras años de modificaciones en el espacio arquitectónico y nuevos significados a partir de estas capas arquitectónicas que se sobreponen unas sobre otras y legibles desde los imaginarios y simbologías personales y colectivas que se generan alrededor de la vecindad; el patio es un buen ejemplo, pues aunque 48

nunca se modificó su arquitectura, su función de punto de convergencia se incrementó, y su estética cambió radicalmente a partir de la necesidad de extender el espacio y compartir los servicios básicos, que fueron las únicas adhesiones inmediatas que se le hicieron al patio; los baños, los lavaderos y en ocasiones una cisterna, se repartían en los patios, únicos espacios de la vecindad que hasta hoy conservan su estructura arquitectónica original y dictan el ordenamiento de la vecindad entera, los cuartos se construyeron en torno a él y los servicios se disponen según sus espacios. Tiempo después, cierto tipo de viviendas comenzaron a verse por doquier en los barrios del centro y norte de la ciudad, en las que numerosas familias habitaban cuartos en torno a un patio. Sin embargo, estas nuevas vecindades ya no eran adaptaciones de edificios en desuso y decadencia. Tomando como modelo las existentes adaptaciones del centro y los barrios aledaños, se construían habitaciones en torno a uno o varios patios – hasta cinco- , donde posteriormente se situaron los lavaderos. Las permanentes adhesiones y modificaciones arquitectónicas, sin embargo, siguieron presentes en estos nuevos espacios que nunca cesaron de adaptarse a la ciudad y a sus propios habitantes, pues ambas tipologías, que con el tiempo disolvieron sus diferencias, funcionan desde su construcción como un organismo que se produce a sí mismo desde las formas en que sus habitantes ocupan y viven su espacio creando una fuerte relación entre el

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lenguaje de su arquitectura y la experiencia del ser humano en su vida cotidiana tanto colectiva como privada. En ambos casos, la arquitectura se diversifica a la par de las necesidades del ser humano que habita el espacio. La apropiación, la permanencia y la modificación, se alojan en la vecindad y quedan registrados en sus muros como capas de estancias y momentos arquitectónicos previos que se convierten en el umbral de las siguientes; por ello, entrar en la vecindad implica experimentar el acontecimiento de la intimidad concretada por una estancia previa que hace al habitante una presencia imperecedera a partir del espacio, pues este lo transgrede en el momento que a partir de su arquitectura evidencia su estancia. De modo que la articulación de sus espacios no es fortuita ni azarosa, aunque sí inconciente de la construcción y diversificación permanente y paulatina de su arquitectura, marcada no sólo por la naturaleza propia de la vecindad como un espacio en constante construcción, sino por las relaciones a menudo contradictorias con el voraz crecimiento de un modo de vida que frecuentemente exige la desvinculación con el espacio doméstico como refugio y construcción personal, proyectada a partir de las necesidades de quien la habita, y no como arquitectura desprendida de su propia cotidianidad. La tradición de espacios habitables que permitan esta interacción permanente entre espacio e individuo es una de las principales

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características que la vecindad heredó de la arquitectura vernácula; sus hábitos y prácticas más ordinarias incluyen atavismos que remiten a una idea primordial de habitabilidad, transmitida no sólo a partir de las prácticas sociales, individuales o colectivas que constituyen cotidianamente el ser de la vecindad, esta noción esencial del espacio que se habita también es tangible desde

las formas de su arquitectura, tan

extraordinariamente diversa y con el paso del tiempo tan constante en la renovación de su hechura, que transgrede la temporalidad de la materia que la modela, porque ésta diversificación en su arquitectura no derriba el cuerpo que sostiene sus formas, ni se deshace de los cimientos que constituyen sus muros, al contrario de la arquitectura moderna, que a menudo pretende reemplazar una estructura reduciendo a polvo la materia que estorba a su nuevo propósito, la vecindad (y el espacio marginal en general) tiende a adherir la novedad arquitectónica y espacial a la forma y la intimidad pasada, aunque no se le haya conocido, sin construir sobre ella eliminándola, sino en afinidad al sentido innato de incorporar las imágenes y formas

que por proximidad y cotidianidad contienen una carga

identitaria, física y emocional al espacio. A lo largo de la mayor parte siglo XX, la vecindad se mantiene distante de los grandes proyectos de modernización y no es hasta mediados de siglo que la novedad en las intenciones urbanas y sociales pretendieron dar

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solución –al fin – al problema del tumulto en crecimiento que habitaba la ciudad. La modernidad llegaba finalmente de la mano de una nueva clase social que el discurso oficial insistía en llamar ‘trabajadora‘ y que había que acomodar en algún sitio. Entre todo, la vecindad pasó inadvertida a pesar de que el edificio multifamiliar, nuevo tipo de vivienda que alojó a ésta clase media en exponencial aumento, supuso en muchos sentidos el desarrollo de nuevas formas para habitar y pensar el espacio doméstico, sin tomar en cuenta que de hecho la vecindad ya había resuelto en gran medida el problema no sólo del principio de la afluencia de población a la ciudad, sino que había desarrollado modos de habitar el espacio que alentaban la persistencia de las tradiciones sociales y estéticas populares a la vez que creaban formas arquitectónicas híbridas en conjunto con la urbanización constante de su periferia, fenómeno que pasó inadvertido en el momento en que la solución fue importar y crear nuevos modelos en la arquitectura. El paisaje urbano, su estética y arquitectura, se fue modernizando así a partir de la década de los años cincuenta, la vecindad, por supuesto, seguía presente en el ecosistema de la ciudad como uno de los pocos espacios que aún se remitía a su origen, haciendo las veces de principio regenerativo de sí misma, no por nostalgia, sino porque cada cambio y fenómeno suscitado en la periferia, el barrio y en general sobre la urbe, trasciende directamente en ella, en su cotidianidad inmaterial, pero más evidentemente, en sus

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formas tangibles. La ciudad actúa como uno de los principios que diversifican la arquitectura en la vecindad, pero lo hace desde fuera; generando formas específicas que responden a la perpetua interacción entre ambos organismos, aunque en realidad su cotidianidad entera es intervenida en el proceso de ésta interacción –y por tanto únicamente perceptible desde una dimensión sensible21 – hay definitivamente formas arquitectónicas que han dejado un rastro material tanto de la simbiosis ciudad-vecindad, como de la autonomía de ésta. La doble configuración en su arquitectura –una parte desde el tránsito de su exterioridad, otra desde la intimidad de su interior –es

parte esencial de su diversificación, que

permite que esa dimensión sensible, carente de materialidad, se convierta en algo concreto y perceptible. En la experiencia cotidiana el espacio se capta a través de los elementos materiales que lo configuran, su entendimiento como territorio físico requiere complejos procesos que parten de la experiencia corporal, llegan a la geometría, entendida no como una ciencia de la forma exacta, sino como una percepción personal y subjetiva de las formas y el espacio, y finalmente alcanzan niveles que apelan a la sensación en un plano de lo corpóreo y lo conceptual. Es por esto que las formas arquitectónicas de la

21

Hago énfasis en la sensibilidad como referencia a la capacidad humana de advertir cualidades intangibles en el espacio y la arquitectura. Sobre la sensibilidad en la arquitectura cf. Alberto Saldarriaga Roa, La Arquitectura como Experiencia: espacio, cuerpo y sensibilidad, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2001. 53

vecindad, que se generan desde el proceso de su propia configuración, rebasan cualquier intento de estudio de sus propiedades materiales concretas, y se trasladan al plano no sólo de lo conceptual, sino de lo estético.

En el acercamiento a su arquitectura resulta imposible no

percatarse de la constante en ciertos elementos arquitectónicos que si bien son cambiantes según las exigencias comunitarias y geográficas, son formas insistentes en toda vecindad. El zaguán, por ejemplo, oscila a menudo como intermediario entre la masiva configuración urbana y la intimidad del patio, es en muchos sentidos el espacio primordial de la vecindad, pues aunque en realidad es un elemento de paso, sin carácter habitacional, se concibe como un lugar que recibe tanto al habitante como al extranjero, el punto intermedio que nunca se cierra a la ciudad, y hacer énfasis en la ausencia de puerta en la entrada de cada vecindad no bastaría para desentrañar la trascendencia de éste elemento arquitectónico como interludio entre ambas lógicas. El zaguán, como ningún otro elemento arquitectónico, participa de lo central y de lo superficial como elementos tan combinados como indisolubles; cubierto, nunca al aire libre, contiene cierta sensación de protección –porque funciona como la dilatación de algún espacio de la casa que conserva en perpetuo resguardo al cuerpo – y a la vez de incertidumbre sobre el espacio fuera de él, de un lado la vecindad, y del otro la ciudad. Dice Alessandro Baricco sobre el zaguán como concepto arquitectónico: 54

Es una zona franca en que la idea del lugar protegido, que toda casa testimonia y realiza, se asoma más allá de su propia definición, y se propugna, casi indefensa como póstuma resistencia a las pretensiones de lo abierto. En este sentido, pudiera parecer espacio débil por excelencia, mundo en precario equilibrio, idea en exilio. Y no hay que descartar que sea esta identidad débil suya la que provoque su fascinación, dada la inclinación del hombre a amar los lugares que parecen encarnar su propia precariedad, su propia condición de criatura a la intemperie, y de confín.22

Se vuelve así el zaguán –ese lugar de paso y tan pequeño en comparación con el resto de la edificación – esencial en la experiencia de la vecindad como estética y de la diversificación de su arquitectura, pues en él comienza la estetización del espacio. El resto de la construcción, la habitación, las escaleras, y por supuesto el patio (que se tratará en el siguiente capítulo) son asimismo lugares

que tienen cargas sociales,

emocionales y simbólicas específicas, sin embargo el zaguán hace las veces no sólo de conexión inmediata con la ciudad, sino de obertura hacia el resto de la arquitectura, en la que su configuración y estética se dispersan según el grado de intimidad en el espacio como zonas o capas que van del individuo aislado (la consciencia del cuerpo en su singularidad), a la del sujeto colectivo (la consciencia del cuerpo en su colectividad); dentro de esta lógica cada espacio en la vecindad corresponde a un tipo específico de intimidad, delimitada por barreras ya sea físicas o simbólicas, que ordenan 22

Alessandro Baricco, City, Anagrama, Barcelona, 2002, pp. 184. 55

y mantienen el flujo de la cotidianidad dentro de un territorio específico según la capa espacial apele a lo individual o a lo comunitario. La habitación, el espacio más celosamente resguardado de la vecindad, es sin duda el registro primero del cuerpo, es desde este sitio que se genera y se dispersa la intimidad, la organicidad como evidencia del cuerpo, para difractase al resto de los espacios. No es sino el entorno más inmediato al cuerpo el que genera la organicidad que ocupa el espacio y construye la intimidad, dando forma a la arquitectura desde dentro; es lo orgánico lo que impone la forma y con ella construye su entorno inmediato, “todo es intimidad físicamente dominadora“23. Jules Michelet, citado por el propio Bachelard en su Poética del Espacio sugiere la casa concebida por el organismo como un necesario en la construcción de la consciencia del ser. “Por dentro, el instrumento que impone al nido la forma circular no es otra cosa que el cuerpo del pájaro (…) La casa es al persona misma, su forma y su esfuerzo más inmediato; yo diría su padecimiento.“24 La huella del habitante en el espacio de la vecindad es la arquitectura en sí misma, como restos de formas algunas tan inmemoriales como otras novedosas, ya sea el patio en su contexto más tribal y comunitario, el cuarto como habitación primordial, o las accesorias, recientes formas

23

Gastón Bachelard, La Poética del Espacio, Fondo de Cultura Económica, México, 1965. 24 Jules Michelet, El Pájaro, Ed. Americalee, Buenos Aires, 1944, pp. 208. 56

adheridas a la vecindad que funcionan como una reconsideración de la lógica, función y estética urbanas, y que comparten con la ciudad la necesidad de conservar, a su modo, los territorios que siempre pertenecieron a lo autónomo, porque la accesoria, esta construcción contigua y secundaria, preserva la actividad subterránea e informal del comercio, tan ancestral en su función y dinamismo como moderna y nueva en las formas que se inventa para persistir autónoma en un hábitat tan pujante como la Ciudad de México. La arquitectura, por su parte, también toca al habitante y deja rastro en él. Esas marcas son un acto de reciprocidad y circulan en doble dirección. Las imágenes de la función de habitar surgen de la forma construida tanto como de los objetos y los cuerpos que contiene; es sin embargo la arquitectura en sí misma, el contenedor primigenio, el génesis material que se estetiza a partir de valores tangibles e intangibles, el que deja rastro tanto en el espacio físico como en el simbólico de una continuidad cotidiana casi rítmica, sin embargo, la arquitectura en la vecindad no sólo contiene al espacio y hace al lugar, también se transfigura a la par de su contenido; de todas las arquitecturas posibles en la ciudad, de todas las construcciones, de todos los espacios que al habitarlos se transfiguran en lugares, sólo la vecindad posee la cualidad arquitectónica y estética de mutar extrayendo de su propia cotidianidad los elementos para hacerlo, y es en este sentido que

57

la función de la arquitectura se invierte, San Agustín habla del concepto de “pertenencia recíproca“25 entre la casa y el habitante. “La casa que en mí habita“ dice el santo, contemplando la suya desde un huerto cercano. Habitamos y somos habitados por la arquitectura. Pertenecemos a ella y la dotamos de sentido en cuanto es receptáculo y presencia activa de nuestro ser. Toda arquitectura posee por definición esta cualidad, sin embargo, es tal vez el carácter arquitectónico indefinido de la vecindad un persistente recordatorio de esta ambivalencia.

III.II El patio La experiencia urbana suele manifestarse en contraposición a la naturaleza, sin embargo, habitar el espacio exige algún tipo de relación con la organicidad del mundo natural; en esta experiencia el cuerpo encuentra un sentido espacial distinto al del mundo construido, prefigurado por la coordenada y la materia artificial. La identificación cuerpo-naturaleza en la vecindad, se manifiesta conjuntamente con el ejercicio cotidiano del habitar comunitario centrado en el patio, que contiene un carácter tan práctico y utilitario como simbólico y estético.

25

San Agustín de Hipona, Confesiones, Ed. Porrúa, 17ª edición, México, 2007, pp. 283. 58

Descubierto y cerrado, se dispone en el centro espacial de la vecindad, encuadrando un vacío flanqueado por las habitaciones, a la vez que orienta y dispone el resto de la arquitectura ("si hay un centro désele curso a la periferia"26). El patio es el centro de la vecindad no por su ubicación nuclear, sino por su dogma fundador: aunque lo que da sentido a la vecindad es su función habitable, el patio apenas depende de la presencia del resto de la arquitectura, se podría afirmar que es en cierto sentido autónomo, porque posee una coherencia visual que no depende del espacio habitable, aunque esté determinado por el cuerpo que lo transita y por los sucesivos acontecimientos que dejan huella: las legiones de habitantes y paseantes, años de adhesiones y modificaciones en su espacio. Con todo esto, el patio ha sido la síntesis inmejorable de lo que se entiende por vecindad; el cúmulo de tradiciones todas arraigadas en un mismo espacio, que persisten aunque a menudo compartir los servicios básicos ya no sea una necesidad, sino una insistencia por parte de los practicantes del habitar comunitario, que encuentran en la ocupación del patio un lugar donde lo necesario y lo prescindible son una misma cosa, pues todos los objetos que no encuentran un lugar en el espacio habitable, ya sea por carencia de espacio o por la precariedad en su función, encuentran un contenedor ideal en el patio, donde casi cualquier objeto es partícipe de la configuración del

26

Carlos Monsiváis, El Centro Histórico de La Ciudad de México, ed. Turner, España, 2006, pp. 11. 59

mismo espacio que alberga a lo sagrado (el altar), a lo festivo, y a lo cotidiano. En el ámbito en que el patio concede igual importancia a la experiencia ritual que a la cotidiana, su función se define como la culminación visual y estética de la crónica de todas las costumbres de la vecindad, incluyendo a menudo la complacencia en el deterioro, no como una señal de la marginalidad o incluso de la desidia comunitaria, sino como parte de la integración de todos los fenómenos y elementos que convergen en el patio, en esta singular característica coinciden por ejemplo, los motivos ornamentales de alguna fiesta ya caducos que adornan el patio un año después de la celebración, con los muros despintados que lo rodean. Así el patio se distingue por su vocación para resguardar cualquier elemento sin insistir en el contraste entre uno y otro, lo nuevo y lo viejo, lo artificial y lo orgánico, porque su estética tiende a igualar las apariencias. De igual modo, lo que no se manifiesta tangiblemente en el espacio, el patio de algún modo lo cosifica y lo integra a su estética. El acto comunitario en sí mismo, por ejemplo, aunque no suela exhibirse al paseante urbano, se expresa como un hallazgo de las formas y las imágenes de la vecindad – cualquiera que se elija – en reconsideración de la estética comunitaria y del habitante. Aunque el cuerpo no se presente físicamente, el cumplimiento de su presencia y su persistencia en el espacio está en la contraposición de

60

elementos e imágenes tan disímiles como democráticamente unificadas en una coincidencia visual. En el patio, los elementos vegetales suelen ser el recordatorio más inmediato del habitante, porque se identifican con la materia orgánica del cuerpo en el presente, pero contribuyen, al mismo tiempo, a crear un paisaje atemporal, proveniente de las visiones panorámicas

del

pasado

que

ofrecen

sus

capas

arquitectónicas,

desprendidas del creciente urbanismo y la modernización exterior, que sin siquiera quererlo convierten al patio en almacén de un tiempo ambiguo, y en conjunto con las plantas completan el entorno como un paisaje bucólico en contraposición con el creciente urbanismo exterior. La herencia manifiesta del patio, evidentemente colonial por su cercanía cronológica, y más tangiblemente por las construcciones novohispanas que cedieron sus muros a muchas vecindades, no impide advertir sutiles remanentes de una diversidad cultural27 que conjunta

permanencia y

apropiación de elementos, rituales y significados útiles a la vida comunitaria que han disuelto sus límites en el continuo proceso de la configuración del significado de la vecindad, decididamente diverso. La disolución del carácter más trascendental del patio –sus prácticas sagradas

27

La diversidad cultural del patio de la vecindad, además de ser herencia directa –tanto en sus formas arquitectónicas como en sus significados culturales– del patio novohispano; sus implicaciones como centro de la actividad comunitaria tienen remanentes de la casa prehispánica, donde dicho espacio se denominaba cihuacalli, y por último, del patio árabe como espacio sagrado y de punto de conjunción con el mundo vegetal. 61

y rituales como el altar y las festividades comunitarias – en conjunto con sus significados más cotidianos y corrientes, han encontrado en la vecindad un resguardo ideal donde ninguna de las dos nociones se sobrepone a la otra. Unidad de contrastes: el patio, como contenedor de las formas más trascendentales del habitar, aísla y preserva todas las prácticas y costumbres que de no ser por la vecindad, probablemente se diluirían entre las prácticas dominantes de la megalópolis, y al mismo tiempo, por su condición accesible, sus usos múltiples, su renovación continua y persistente del gregarismo, es democrático en el sentido más diáfano, porque admite e incluye todos los ajetreos reales y alegóricos, propios y ajenos. En este sentido, nunca deja fuera a sus espectadores.

62

Registro Fotográfico

63

Granaditas 65 col. Morelos, 1958. (derrumbada)

El espacio no es ni estancamiento ni cierre . Es inquietante, activo y generativo, se abre al surgimiento de nuevas narrativas, a un futuro que se inscribe de manera menos predecible en el pasado. Doreen Massey, Los Espacios de la Política.

Primero fue el centro, el patio, y parecía que la vecindad se generaba desde este sitio de coexistencia colectiva desde el cual el espacio teje su perpetuidad, sin importar mucho si la edificación, con el tiempo, deja de existir, porque la vecindad se comprende no en su permanencia material, sino en su transfiguración infinita.

64

Perú 32, colonia Centro Histórico.

Las ciudades se están transformando en una sola ciudad, una ciudad ininterrumpida donde se pierden las diferencias. Italo Calvino

65

Allende 94, colonia Centro Histórico

Visitar un espacio es primeramente encerrarse, es dar la vuelta a un interior, en cierto modo, como un propietario: toda exploración es una apropiación. Roland Barthes, La Torre Eiffel.

66

Honduras s/n, colonia Centro Histórico.

No cabe duda. Ésta es mi casa, aquí sucedo, aquí me engaño inmensamente. Ésta es mi casa detenida en el tiempo. Mario Benedetti, Ésta es mi casa.

67

Allende 78, colonia Centro Histórico.

Las sombras son ya muros, un mueble es una barrera, una cortina es un techo, pero todas estas imágenes imaginan demasiado. Ya hay que designar el espacio de la inmovilidad, convirtiéndolo en el espacio del ser. Gaston Bachelard, La Poética del Espacio.

68

Regina 43, colonia Centro Histórico.

Lo más común, lo único que importa. Anónimo.

69

Honduras s/n, colonia Centro Histórico.

Crece el yeso de un cielo mil veces lastimado, mil veces blanqueado. Se borra el mundo y se vuelve a escribir hasta el último aliento. Blanca Varela, Es Fría la Luz.

70

Regina 27, colonia Centro Histórico.

En este ladrillo trazo las letras iniciales, el alfabeto con que me apropio del mundo al simbolizarlo. José Emilio Pacheco, Prehistoria.

71

Honduras s/n, colonia Centro Histórico.

Mi casa, río noctámbulo y sedentario, a pesar de sus piedras de infortunio. Alberto Guerra Gutiérrez, Mi Casa.

72

Perú 40, colonia Centro Histórico.

Patio, cielo encauzado. Jorge Luis Borges, Un Patio.

73

Isabel la Católica 82, colonia Centro Hisrórico.

Goethe decía que la Arquitectura es música congelada, pero yo creo que es música petrificada. Homero Aridjis, Goethe decía que la Arquitectura.

74

Regina 23, colonia Centro Histórico.

La eternidad ignora las costumbres, le da lo mismo rojo que azul cielo. Eliseo Alberto, La Eternidad por fin comienza un lunes.

75

Isabel la Católica 86, colonia Centro Histórico. Queda por escribir una historia completa de los espacios, que al mismo tiempo sea la historia de los poderes. Michel Foucault, La Arqueología del Conocimiento.

76

Regina 43, colonia Centro Histórico.

“… la construcción, las paredes que parcelan el espacio sin anularlo.“ Julio Cortázar, Diario de Andrés Fava.

77

Perú s/n, colonia Centro Histórico.

Y en el preciso instante de entrar en una casa, descubro que ya estaba antes de haber llegado. Oliverio Girondo, Dicotomía Incruenta.

78

Regina 23, colonia Centro Histórico.

El espacio es un producto literalmente lleno de ideologías. Henri Lefebvre, Reflexiones sobre la Política del Espacio.

79

Regina 27, colonia Centro Histórico.

Los valores de la intimidad son tan absorbentes que el lector no lee ya nuestro cuarto: vuelve a leer el suyo. Gaston Bachelard, La Poética del Espacio.

80

Toribio Medina s/n, colonia Algarín.

Llego aquí después de cruzar el mar abierto del bosque, el mar vegetal que habitas y la luz que lo cruza a hurtadillas. Carmen Boullosa, Carta al Lobo.

81

Honduras 35, colonia Centro Histórico.

82

Regina 27, colonia Centro Histórico.

He aquí la regla de oro, el secreto del orden: tener un sitio para cada cosa y tener cada cosa en su sitio. Y retazos de tiempo perdido en cualquier parte. Así arreglé mi casa. Rosario Castellanos, Economía Doméstica.

83

Regina 43, colonia Centro Histórico. Pues me impongo al espacio. Ese muro sin fin que compone mi muerte. Ese muro diario huyendo de mi memoria. Paul Eluard, El Muro.

84

Toribio Medina s/n, colonia Algarín.

¿Es la casa éste techo, es ésta viga que sale afuera como un hueso puro, es la ventana para aguardar el tiempo de su vidrio? Braulio Arenas, La Casa Fantasma. 85

Honduras s/n, colonia Centro Histórico.

Novedad de hoy y ruina de pasado mañana, enterrada y resucitada cada día. Octavio Paz, Hablo de la Ciudad. 86

Llegaremos un día, y tanta ruina de la fantasmal casa será esplendor, puesto que el hombre entonces vendrá a morarla. Braulio Arenas, La Casa Fantasma.

87

Conclusiones

Después de todo este trabajo, del paseo por las vecindades, y por supuesto la compilación de sus imágenes en memoria y papel, definitivamente no podría cerrar esta tesis pretendiendo definir certeramente las conclusiones a las que he llegado. Porque la vecindad nunca está enteramente definida, ni siquiera frente a sí misma. Sí podría, en cambio, reflexionar sobre algunos aspectos que en particular me parecen esenciales en el tema de la vecindad como espacio, arquitectura y estética. Si bien la vecindad es materia sólida

y concreta, por las formas de

pensamiento que se han generado en torno a ella, me parece de suma importancia, y así lo ha dejado claro la intención de esta tesis desde su primera página, indagar sobre los aspectos trascendentales que habitan en estos espacios, y para ello recurrir a su imagen como significado estético tanto para el habitante como para el espectador, en un intento por desentrañar sus implicaciones ontológicas sin la pretensión de esclarecerlas –lo cual sería de hecho, bastante improbable – y para ello me he acercado a lo largo del texto más a un lenguaje que apele a lo poético y lo metafórico que a lo estrictamente académico; a ratos totalmente subjetivo, coherente con mi interés inicial de no reducir a la vecindad a cualquier discurso

88

absoluto, y mucho menos a una mera descripción pues eso equivaldría a especificar sus características, a mostrarlas como si se tratara de un objeto asequible a partir de la simple descripción de sus particularidades físicas y espaciales; y pretender comprender la vecindad a partir de un solo discurso, sea el arquitectónico o incluso el sociológico, -que comienza ya a trazar la perspectiva de la vecindad como una antología de imágenes que bien podrían resumir ciertos aspectos de la ciudad en su totalidad- resultaría en una ficción; ninguno de estos discursos satisfacen la necesidad del cuerpo por capturar la naturaleza del espacio habitado cuándo éste es quien lo ocupa ¿por qué se sigue visitando la vecindad? ¿por qué el cuerpo, la historia, la ciudad, la ruina, el orden impredecible, siguen reconociéndose en la imagen de éste espacio del que poco se habla aunque su presencia se nos antoje imperecedera? Ya sea porque no hay ninguna mirada citadina que no reconozca en la vecindad su propio lugar en la urbe, o porque independientemente de su condición arraigada a ésta ciudad, la vecindad, en su forma simple y su intimidad, afecta al imaginario humano más ordinario, sucesivamente y según los impulsos de nuestra imaginación, es símbolo de la Ciudad de México, pero también de la modernidad y del tiempo detenido como una forma que el habitar encuentra para arraigar en el espacio.

89

Tal vez esa sería la única conclusión al respecto de este trabajo, que por supuesto no es un ensayo definitivo sobre lo que significa la vecindad, ni sobre sus implicaciones contemporáneas, porque para entenderla y aprehender un poco sobre lo que es, es necesario que el cuerpo la transite, que la enriquezca con su materia y su imagen. Cuando el cuerpo que habita, aunque sea por un instante la vecindad, sea paseante o inquilino, ha hecho el esfuerzo de advertir cómo influyen las formas, la cotidianidad, y su propia materia sobre el espacio; entonces se puede aprehender un fragmento del significado de la vecindad, permeado de referencias personales. De otro modo, extraer algo verdaderamente trascendente sobre la vecindad, más allá del discurso que encuentra su lugar reiterando los puntos ya sabidos sobre lo urbano, lo marginal y lo popular, sería imposible, no porque sean falsos, sino porque tratar de explicar a la vecindad hoy, bajo esos medios, carecería de la experiencia estética que implica transitar el espacio en toda su extensión y sus múltiples implicaciones ¿de qué otro modo si no experimentando corporalmente el espacio para interpretarlo por medio de la remanencia, la memoria, la metáfora y la poética, podría entenderse un espacio tan vasto como la vecindad? Un espacio que ha sido todo, desde la arquitectura de la marginalidad superada y el protagonista de los cuentos sobre la identidad del ser urbano en México, hasta la reivindicación por excelencia de lo popular, pero sobre todo ha sido una constante irrupción como metáfora de 90

lo comunitario, desafiando arquetipos que apuntaron a la vida privada y lo individual como modos de vida dominantes, y a la urbanización como forma de arrasar con los espacios y las construcciones por considerarlas obsoletas. De acuerdo a la lógica urbana, las vecindades pueden o no ser un símbolo de un espacio donde la apariencia se obstina en no ser remodelable pero, inequívocamente, son elementos de la Ciudad que existen antes que el significado de lo metropolitano terminara de asentarse, predecesoras de lo urbano en el sentido de que muchas de sus tradiciones ancestrales se integran a la imagen citadina perfeccionándola. Son también un hecho estético, sin el cual es difícil entender cómo lo marginal, lo minoritario, e incluso el deterioro, se resiste a la desaparición, acaso porque la vecindad es algo más que la suma de sus habitantes, su arquitectura y sus viajeros, y no admite verse regida por el culto al progreso o a las formas de vida impuestas por la modernidad. Aferrada al perpetuo devaneo con la sucesión de lo que acontece en la ciudad y dentro de sus propios muros, en la vecindad no hay conclusiones, hay producción imperecedera que nos empuja a pensar el espacio, el cuerpo, la arquitectura y la estética por medio de un análisis sensible, reclamando como territorio todo lo que alcanza a afectarnos en nuestra corporalidad y sentidos.

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Bibliografía

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