Cuentiembre - Lola Pena Dovale. Lola Pena Dovale

Cuentiembre - Lola Pena Dovale Lola Pena Dovale Capítulo 1 SIEMPRE FUE UN TIPO CON SUERTE La oscuridad que le rodeaba era casi total. Tan sólo una p

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Cuentiembre - Lola Pena Dovale Lola Pena Dovale

Capítulo 1 SIEMPRE FUE UN TIPO CON SUERTE La oscuridad que le rodeaba era casi total. Tan sólo una pequeña rendija de luz se entreveía allí en donde debían de estar sus pies. Aunque estaba tumbado tenía espacio suficiente para poder mover un poco sus piernas. Así que tomó todo el impulso que le permitía el reducido espacio y empujó con sus piernas hacia la luz. Cuál no sería su sorpresa cuando notó que la tapa del cajón en el que estaba metido cedió y saltó hacia arriba. Ahora la luz de la luna llena le daba por completo en el rostro. Algo de tierra había caído sobre él, pero no tenía la más mínima importancia. Nunca había destacado mucho por ser una persona muy limpia. Al incorporarse y quedar sentado vio que estaba metido en un ataúd, rodeado por muchos más, con grandes crucifijos por aquí, por allí. Sobre su tumba no había nada: ni lápida, ni cruz, ni mármoles... Por eso le había sido tan sencillo quitarse de encima todo lo que sobre él estaba. Algo de tierra y una tapa de madera era todo lo que le separaba de estar otra vez a la luz de la luna. No sabía el tiempo que había estado metido bajo tierra. No podía recordar el día en que lo habían enterrado. Tenía la ropa algo comida por la polilla y la piel muy reseca. ¿Qué tiempo llevaría allí dentro? No debía de ser mucho. No estaba muy desfigurado todavía. Dejó sus pensamientos a un lado por un momento y se fijó otra vez en las otras tumbas y panteones que le rodeaban. Todo estaba muy adornado. Había flores de todos los tipos por todas partes. Pequeños cirios blancos y rojos iluminaban el recinto. No se podía creer la suerte que tenía. Debía de ser la fiesta de Todos los Santos. Así que nadie se extrañaría si lo vieran andar por la calle con la pinta que ahora tenía. Pensaría que iba disfrazado de zombi o de otra cosa similar. Lo único el olor que desprendía que era un poco vomitivo; y su cara que tampoco tenía un aspecto muy saludable. Los ojos metidos hacia el hondo de sus cuencas oculares; la mejilla derecha un poco carcomida por los insectos. Algo tendría que hacer si quería volver a disfrutar de un paseo por la ciudad. Se incorporó para ponerse de pie dentro de su ataúd. Pero desde ese lugar no tenía muy buena vista de lo que era todo el cementerio; así que dedició salir de la tumba. Daría un paseo por allí a ver si encontraba una posición mejor. Al final la encontró subiéndose encima de un panteón que había a unas tumbas de distancia de la suya. Así fue como encontró la solución a todos sus problemas. Alguien había dejado sobre el muro que cerraba el cementerio una de esas calabazas que los niños vacían dándoles forma de cabeza con una cara sonriente.

Dentro le ponen una vela para que se ilumine. Por eso la pudo ver tan bien. Estaba visto que era un tipo con suerte hasta de muerto. Se pondría la calabaza sobre la cabeza. Nadie vería su rostro putrefacto. Para su mal olor se pondría alguna de aquellas rosas que había por allí sobre la solapa de su traje gris. Y a pasear, ¡qué la ciudad le esperaba!.

Capítulo 2 ¡AL LADRÓN...! La primera frase que me dijiste el día que nos conocimos fue lo que me enamoró de ti. Me estrechaste la mano con suavidad mirándome a los ojos. Maite acababa de presentarnos: “Un beso legal nunca vale tanto como un beso robado”. Después ya me explicaste que la frase no era tuya. Se la habías tomada prestada a un escritor francés del XIX (*). Lo que no me explicaste es por qué fueron esas las primeras palabras que me dedicaste. Cierto que si hubieras comenzado con el clásico “Hola, ¿cómo estás?” de cualquier educada presentación al uso, yo te habría contestado de igual manera y probablemente ahí hubiera quedado todo. Pero me envolviste en una nube de la que no supe y no quise bajarme. Los besos que me robaste a partir de nuestra primera noche juntos nunca me habían sabido tan dulces. Jamás una boca me ha dado tanto placer con sólo apoyar sus labios en los míos. Lástima que después siempre vuelves al lado de tu esposa. Yo sé que los besos que a ella le das son distintos de los que me das a mí. Y prefiero quedarme con la ilusión de que los besos que me robas a mí tienen más valor que los besos legales que le das a ella.   (*): (Guy de Maupassant: Escritor francés del siglo XIX que escribió cientos de cuentos y alguna que otra novela y libros de viajes. http://guymaupassant.blogspot.com.es/ ; http://es.wikipedia.org/wiki/Guy_de_Maupassant )

Capítulo 3 PREPARANDO UN NUEVO VIAJE Una noche me despedí de ti guardando en una maleta los pedazos rotos de mi corazón. Los necesitaría en mi próximo viaje hacia el amor.

Capítulo 4 SONRÍE Llenó de agua la bañera. ¡Total...! Iban a pagar lo mismo gastara más o menos agua, así que, ¿por qué no hacer un exceso?. Otra cosa sería ponerse a comer y beber todo lo que hubiera en la mini nevera. Hasta ahí sí que no podía llegar. No podían subir más los gastos de hotel. Echó un poco de gel espumoso dentro de la bañera y agitó el agua con la mano. Se quitó el albornoz e introdujo su cuerpo en la cálida espuma. Una sensación muy agradable le recorrió toda la espalda. Deslizó despacio su mano sobre el tatuaje que se había hecho hacía quince días en el muslo de la pierna derecha. Otro exceso más que se escapó de su control. Escuchó como Raúl abría la puerta de la habitación: .- "Cariño, estoy aquí, en el baño... Vente, que el agua todavía está caliente". Raúl se acercó a la entrada del baño y apoyándose en el lateral de la puerta se quedó mirando hacia Laura. .- "¡Qué hermosa estás! No me puedo creer la suerte que tengo de estar contigo". .- "Ni yo que tú me hayas hecho renacer. Estaba muerta en vida antes de conocerte" - dijo Laura al tiempo que estiraba el brazo hacia Raúl invitándole a meterse con ella en la bañera. Desde que Raúl había entrado en su vida todo era distinto. Ya no se reconocía ni ella misma. Sus amigas le decían que no iba por buen camino;  su familia estaba preocupada por ella. No actuaba como siempre lo había hecho; no vestía ni hablaba como ella acostumbraba a hacer. Lo que sí que hacía ahora era sonreír.

Capítulo 5 ¿QUÉ HAY PARA CENAR? Todo el público que había en el auditorio se quedó en silencio a la espera de oír las primeras notas musicales. Un imponente piano de cola ocupaba la parte central del escenario. La tenue luz sólo iluminaba las manos del pianista. Entonces el sonido de un móvil surgió del fondo oscuro de la platea. El pianista se levantó de su taburete, bajó del escenario y anduvo hasta el lugar del que provenía la estridente música. Mirando con cara de pocos amigos al dueño del móvil extendió la mano hacia él como pidiéndole que le entregara el teléfono. .- “¿Y bien? ¿Cuál es la excusa esta vez?” - preguntó el pianista. .- “Lo siento, Santi, pero tenía que contestar. Era mamá que quería saber si nos esperaba para cenar. Ha hecho croquetas. Le he dicho que dentro de un rato iríamos”.

Capítulo 6 EL PRÍNCIPE ROSA Perdí un zapato mientras salían huyendo de la fiesta. Después de las doce de la noche toda la magia desaparecería. Una semana después todavía no he recuperado mi zapato. Se lo ha quedado el príncipe para vestirse de princesa en sus ratos libres.

Capítulo 7 NADA ES LO QUE PARECE Las campanas de la iglesia han dado las seis de la tarde. La soledad de la habitación me lleva a pensar en ti. El sol que entra por la ventana me quema la piel del brazo derecho, y así y todo no lo quito del sol. Desde aquí puedo ver el ambiente que hay en la plazuela. Los niños corretean entre los árboles. Las madres charlan y esperan en los bancos que hay debajo de los árboles. La fuente del centro de la plaza da algo de frescor al conjunto empedrado de edificios y suelos. Y yo sigo pensando en ti. Con mi mano izquierda sostengo el vaso de ginebra que me estoy bebiendo. Le he puesto mucho hielo, sino no soy capaz de bebérmelo. El alcohol me quema en la garganta. Sólo así, rebajado con agua, es como soy capaz de tomármelo. Llaman a la puerta y pienso en ti. Pero tú no eres; no voy ir a abrir. Si fueras tú ya habrías abierto con tu llave y habrías entrado en casa. Insisten llamando a la puerta. No se darán cuenta de que no hay nadie en casa. Yo sin ti, en esta casa, no soy nadie. Dejo el vaso sucio en el suelo. Ya lo recogeré después. ¡Ahora el teléfono!. Que dejen el recado en el contestador. Luego lo oiré. Estoy intentando dejar la mente en blanco para sólo pensar en ti, pero está visto que no me dejan. Ni que les molestase a los demás que tú y yo nos quisiéramos. Dirijo mi mirada a la plazuela. Poso mis ojos sobre la gente que hay en ella. Prácticamente la misma que hace un rato. Sólo dos o tres personas se fueron; una o dos llegaron. Ahora veo que tú estás sentada en uno de los bancos; el que da casi enfrente al portal de nuestra casa. “Laura!, Laura!”. Miras hacia un lado y hacia otro, buscando la voz que te llama, pero no se te ocurre mirar a nuestra ventana. “Laura, sube!”. Ahora sí me has visto. Te levantas del banco. Coges las bolsas con la compra que tenías en el suelo y diriges tus pasos hacia nuestra casa. Llamas al timbre y yo voy a abrirte la puerta. - “¿Se puede saber que hacías sentada en ese banco, sola?”. - “Estaba esperando a que llegaras para que me abrieras la puerta. Cuando salí a hacer la compra se me olvidaron las llaves. Llamé a la puerta antes, pero no habías llegado todavía del trabajo. Incluso te llamé por teléfono, pero no debías de estar por que no me cogiste el teléfono” me contestó Laura.

- “¡Esta mujer siempre tan inútil! No voy hacer carrera de ti. Pasa para la cocina a prepararme la cena, que tengo hambre”. Como no te movías de enfrente de mí, tuve que pegarte el primer bofetón de la tarde. Tú no dijiste nada; tampoco soltaste la más mínima lágrima. Bajaste la cabeza y encaminaste los pasos hacia la cocina. “Toda la tarde pensando en ella, y ahora se hace la remolona para prepararme la cena. Sólo sabe andar a base de golpes… ¡Con lo que nos queremos…!"

Capítulo 8 VUELTA A LA VIDA Dentro de poco se dejarían de ver peces muertos en las orillas del río. O al menos eso era lo que Bonny esperaba que pasara de ahora en adelante. El último derrame de crudo había sido tan grande que casi todos los peces del río se habían muerto. Las reservas de agua potable también se habían visto contaminadas y la salud de toda su familia se había deteriorado. Claire, la más pequeña, no había podido aguantar más. La falta de alimentos frescos y la falta de dinero con el que comprar las medicinas que necesitaba la niña para sanarse nunca llegaron. Bonny no podía ir a trabajar. La pesca era el medio con el sustentaba a toda su familia. Con casi todos los peces muertos no podía hacer otra cosa que esperar a que poco a poco se le muriera toda su familia. Y ahora era cuando la justicia les había dado la razón a él y a todo su pueblo. La gran multinacional extranjera tendría que pagar por lo que habían hecho en sus territorios. Tendrían que limpiar todo lo que habían contaminado y construirles hospitales y escuelas. La indemnización que cada familia afectada iba a recibir les serviría para comenzar de nuevo con sus vidas. Sin embargo, para Claire ya era tarde. La semana pasada la había enterrado en el cementerio del pueblo, dentro de su cajita blanca. Los tres años que había durado el proceso judicial había sido mucho tiempo para ella. Bonny no podía regresar a la vida a su hija. Esa pena nunca dejaría de acompañarlo. Ahora sólo le quedaba esperar que los peces volvieran a la vida.

Capítulo 9 HOY TENGO ALGO QUE DECIRTE   Amor, no esperes que te diga palabras bonitas. Ya sabes que yo no soy de esas cosas. Yo no sé decirte te quiero ni quedarme abrazado a ti mirando una puesta de sol. Para mí la belleza eres tú y cuando no estás la tristeza lo invade todo. Juntos descubrimos lo que se puede llegar a sentir con un beso sincero. Nunca nadie me había hecho sentir así hasta que te conocí. Y es que cuando estoy contigo me siento fuerte, único... Cualquier problema me parece una nimiedad a tu lado. Mi hogar y mi paz están donde estás tú. No cambio por nada en el mundo los momentos que hemos pasado juntos. ¡Vaya! Pues parece que por una vez en mi vida me estoy poniendo ñoño y cursi; romántico, como dirías tú. Lo que pasa, cariño mío, es que hoy tengo algo que decirte. Me falta el valor para poder decírtelo en persona, por eso te escribo esta carta. Ya sé que te prometí que siempre iba a estar ahí, a tu lado. Y te juro que hasta el último segundo de mi vida así será. Aunque ese segundo, por desgracia, está más cerca que lo que hubiéramos podido desear. Los resultados médicos que he ido a buscar hoy al hospital le han puesto cara a la muerte. No te dije nada porque no quería preocuparte. Tan sólo nos quedan unos meses; en el mejor de los casos, medio año. No te tomes esta carta como una despedida; es un hasta luego. Me aferraré a los últimos minutos que podamos vivir juntos. Seguro que serán tan hermosos como todos los que hemos vivido hasta ahora. Te dejaré que me pidas todos los besos que tú quieras y te diré te quiero todos los días que me quedan de vida. Mi pena es que no puedo dejar de amarte. Tu pena será verme partir hacia un viaje sin retorno. Ojalá hoy no hubiera tenido nada que decirte, mi amor.

Capítulo 10 VERANO DE 1962 El silencio lo envolvía todo pero Eva María era muy pequeña para percatarse. Una vez que caía rendida sobre el jergón de su cama se quedaba dormida casi al instante. Un colchón relleno de hojas de maíz secas envolvía su diminuto cuerpo durante las noches de verano en casa de sus abuelos. En la cama de al lado dormía su hermano. Y más allá, sus tías solteras. Solamente los abuelos tenían una habitación propia. El resto de la familia dormía en aquel cuarto grande y cuadrado. Las camas quedaban separadas por unas largas cortinas blancas hechas con sábanas viejas que se desplegaban durante la noche. En el piso de abajo también reinaba el silencio. Sólo se habían acostado los dos niños. Los adultos permanecían en la cocina sentados en los bancos a los lados del fuego. La tristeza y la preocupación que reflejaban sus ojos les impedían articular palabra. Otras noches permanecían también en silencio sentados entorno a la lareira atentos a los sonidos que emitía la radio. Sin embargo aquella noche era distinta. Al sonar las doce campanadas del reloj de pared tía Petra metió la mano en el bolsillo del mandilón y sacó de él un rosario. Al verla abuela Palmira y tía Vicenta la imitaron. El resto bajaron sus cabezas y juntaron sus manos en señal de oración. "Vamos a rezar para que la Virgen ayude a Pepe a tener un buen viaje hasta Buenos Aires. Que el Señor le proteja y le ayude"- dijo tía Petra al tiempo que besaba la cruz del final del rosario. Esa fue la señal para comenzar la oración aquella noche de finales de julio de 1962. América estaba muy lejos y Pepe necesitaría toda la ayuda posible.

Capítulo 11 NUBE DE FUEGO Cupido no tuvo la culpa. Prefiero echársela al destino o a la diosa Fortuna. Coincidió que era el día de los enamorados… pues era… pero ya se estaba acabando. Fue al atardecer del día. Los dos nos paramos a un tiempo, en plena calle. Miramos a la misma nube. Yo hice una foto; tú sólo la observabas. Esa coincidencia nos hizo mirarnos y sonreírnos. Tuviste el valor de hablarme. Yo no lo hubiera tenido: - "Hermosa nube. Parece que está ardiendo”. - "Lástima que pronto desaparecerá” – te dije. - “Ya no, mientras tu foto exista. No la destruyas nunca. Será un momento único en tu vida”. Entonces saqué valor no sé de dónde. Lo normal es que mi timidez me impida hablar a las mujeres: -      “Si quieres te la mando por correo. ¿Cuál es tu e-mail?”. No me lo podía creer. Le estaba pidiendo su correo electrónico a una mujer. Y ella lo estaba escribiendo en un papel. Después de eso vino nuestra correspondencia casi diaria durante meses. Nos fuimos conociendo poco a poco. Con miedo por mi parte, con precaución por la tuya. Hasta que llegó nuestra primera cena. Y ahí sí que terminó por surgir algo entre nosotros. Tú dices que fue trabajo de Cupido, que fueron las flechas del amor que atinaron en nuestros corazones. Yo soy un poco más prosaico, menos poético y prefiero pensar que nuestro destino estaba marcado para que acabáramos juntos.  

Capítulo 12 EN TINIEBLAS Aquella mañana no amaneció. El sol no salió a su hora. Estaba muy ocupado besando a la luna. El eclipse dejó todo a oscuras para que nada molestara a los amantes. 

Capítulo 13 TRAS LA TORTILLA DE PATATAS A mi padre le gustaba salir temprano camino del inmenso pinar que había a las afueras de la ciudad. Decía que no quería pillar el atasco de coches que se formaba a partir de las diez y media de la mañana. Así que ahí nos tenías a toda la familia madrugando un domingo de verano más como si de un día de diario se tratara con tal de no encontrar ni un solo coche en la carretera. Mientras mi madre terminaba de preparar la comida que nos ibámos a llevar a la excursión al campo, mi padre nos azuzaba a todos nosotros de modo que estuviéramos listos para cuando ella acabara. Las peleas que se montaban en el cuarto baño que todos compartíamos eran épicas: al tiempo que uno se enguajaba los dientes, otro se lavaba la cara y otro se peinaba. Una hora y media de viaje nos separaba del paraíso terranal conformado por unos cientos de pinos a las orillas de un río poco profundo en el que nos podíamos bañar todos sin temor a que nos pasara nada malo. Pero el tema era llegar a dicho paraíso. La familia había ido aumentando. Ya éramos cinco: mi padre, mi madre, mis dos hermanas y yo. Si a todo eso le sumanos que siempre nos acompañaba a nuestras excursiones campestres otra familia había un total de nueve personas metiéndonos como podíamos en el Renault 12 Ranchera que mi padre tenía para ir a trabajar. A los niños casi siempre nos metían en el maletero del coche junto con las bolsas de la comida. Sacaban la bandeja que cubría la parte de atrás del coche y allí ibámos tan contentos. Aquel domingo en particular, durante el viaje, rocé sin querer con mi mano la piel de la pierna de Laura, la niña de la otra familia. Un cosquilleo me recorrió toda la espalda. Nunca había sentido nada igual. Al llegar al pinar no bajamos todos del coche y comenzamos a instalar nuestro campamento dominguero compuesto por un par de mesas y unas cuantas sillas pegables de camping. Mi padre encendía entonces la radio y buscaba una emisora que pusiera música para que nos acompañara durante la comida. El despliege de manjares que las dos madres preparaban incluía siempre unas tortillas de patatas, unos filetes empanados, fiambres y quesos varios y una ensalada de tomates. Varios tipos de frutas y yogures constituían el postre. Los mayores bebían vino y cervezas. A los niños nos dejaban beber refrescos y gaseosas los

domingos de excursión. Tras la comida llegaba el ritual de la siesta para los adultos. Mi padre bajaba el volumen de la radio y se la pegaba al oído para poder escuchar los partidos de fútbol sin molestar a nadie. Los más jóvenes nos perdíamos paseando a la orilla del río. Las tres horas que había que esperar antes de poder bañarnos eran un verdadero suplicio interminable. Poco a poco Laura y yo nos fuimos quedando rezagados. Mis hermanas y el hermano de Laura iban delante jugando a pillarse los unos a los otros. Eran más pequeños y todavía les gustaban aquel tipo de juegos. Entonces Laura se detuvo en medio del camino y se encaminó hacia unas rocas que estaban justo en el borde del agua. Yo vi como se alejaba de mí. Entonces ella me llamó: “Andrés, ven por aquí...”. Sujeté con cuidado la mano que tenía estirada hacia mí y la acompañé hacia donde ella me llevaba. Al sentarnos sobre una de las rocas Laura se giró hacia mí para hablarme y su rostro quedó al lado del mío. No sabía muy bien lo que estaba haciendo pero sin pensármelo dos veces la besé en los labios. Era la primera vez que me atrevía a hacer algo así. Las piernas me temblaban. El corazón se me aceleró a más no poder. Parecía que se me iba a salir del pecho. Y sin embargo era una sensación muy agradable. Pero lo que más me gustó fue el sabor de aquel beso. Tiempo después supe que no todos los besos saben igual. Yo antes pensaba que sí. ¡Lo que es la inexperiencia de la vida! Con el tiempo aprendí que hay besos que saben muy dulces. También los hay que te dejan un regusto amargo en la boca. Aunque ninguno me supo nunca tan rico como aquel primer beso que me dí con Laura un domingo de verano después de comer la tortilla de patatas de mi madre.

Capítulo 14 APARENTANDO ESTAR VIVOS Marga bajaba por la empinada calle escondíendose debajo de su negro paragüas. Mantenía la cabeza agachada. Su campo de visión se reducía a sus propios zapatos y al espacio que abarcaba con cada paso que daba. La discusión ocurrida la noche anterior con Antonio la tenía todavía muy alterada y triste. Pero ella era de la opinión que era mucho mejor ponerse colorada un día que no aguantarse siempre con algo que a una le disgusta. Así que, después de cenar, se lo había dicho. .- "Antonio, tenemos que hablar..." .- "¡Uy!, me suena a bronca. ¿Qué he hecho mal ahora?" .- "No, no has hecho nada malo. Es que yo así no puedo seguir". Antonio miró hacia Marga con cara de asombro, empezando a preocuparse por el cariz que estaba tomando la conversación. .- "¿Cómo que así no puedes seguir? ¿Qué significa eso?" .- "Lo siento, mi amor, pero así no podemos seguir". .- "Pero, bueno, ¿es que me vas a dejar? Así, de repente... Claro, has conocido a otro y me vas a dejar. ¿Es eso lo que pasa, no?" .- "Que no, Antonio, que no es nada de eso" – replicó Marga intentando calmar los ánimos de su pareja. Antonio se levantó del butacón y comenzó a pasear de un lado para otro la habitación en la que ambos estaban. Marga continuó sentada mirando hacia la televisión. .- "Tendrás que elegir, Antonio: o tiras a la basura todos tus bichos o me voy yo. No puedo soportar ni un día más sintiéndome observada en mi propia casa. Me gire hacia donde me gire, haga lo que haga, me encuentro a un par de ojos mirándome fijamente. Hasta cuando estoy en el baño me siento vigilada. Ese dichoso zorro disecado no me quita el ojo cuando me ducho".

Capítulo 15 NUESTRA ÚLTIMA SESIÓN DE CINE Escuchando la banda sonora de la última película que habíamos visto juntos me sentí como si nosotros fuéramos los protagonistas. No puedo perdonarte que me hayas engañado. No sé si podré vivir sin tenerte a mi lado porque necesito tu presencia casi tanto como el oxígeno que respiro. Sin embargo, te miro a la cara y te veo en sus brazos. Tus labios besando los suyos en lugar de los míos. No lo puedo soportar. Por eso creo que es mejor que te vayas, que busques en su casa el cariño que yo no he sabido darte en nuestro hogar. Y, por favor, cierra con llave la puerta al salir. No quiero que se me vuelva a colar en mi vida ningún nuevo amor. No lo necesito.

Capítulo 16 AL FINAL DEL TÚNEL Muy pocas veces en mi vida he sentido una felicidad igual. Mira que han pasado años; treinta para ser exactos. Y cuántas cosas se sucedieron en mi vida: mi boda con Luisa; el nacimiento de Vanesa; y, sin embargo, no he vuelto a sentir lo que sentí aquella tarde. Sería la inocencia de mis cinco años; sería mi descubrimiento de un nuevo mundo lleno de magia, colores, música… no lo sé. Fuera lo que fuese, fue algo único. Yo iba andando de la mano de mi madre cuando entramos en aquel túnel oscuro. Recuerdo que me puse muy nervioso. A mí no me gustaba nada la oscuridad cuando era pequeño. Incluso hoy en día siguen sin gustarme los sitios con poca luz. Luisa dice que soy un poco maniático. Yo creo que es que tengo un poco de claustrofobia. Pero aquella tarde iba de la mano de mi madre y eso me daba la confianza suficiente como para enfrentarme a lo que fuera. Al final del túnel se podía ver una luz. Era amarillenta como si fuera un sol al atardecer. También se oía un griterío. Las voces de otros niños llegaban a mí con nitidez. No me podía explicar qué estaría pasando allí para que hubiera tantas niñas y niños gritando. A cada paso que daba por el túnel me entraba más miedo. Llegué a pensar que igual no había sido buena idea haberle hecho caso a mi madre. Ella me había prometido que aquello me iba a gustar, pero yo, en aquel momento, ya no estaba tan seguro. Cinco pasos más y el túnel se habría acabado. En ese instante cerré los ojos y agarré con fuerza la mano de mi madre. Entonces mi madre se paró y yo a su lado. Tardé unos segundos en tener el valor suficiente para abrir los ojos de nuevo y ver lo que allí había. Era como si un arco iris se hubiera metido en aquel enorme espacio. Rojos, amarillos, verdes, dorados… estaban por todas partes. Mi madre y yo buscamos nuestros asientos. Nos había tocado en una fila que era de color azul. Enfrente de nosotros había un gran círculo repleto de arena. Detrás de él había una gran cortina roja y dorada. De repente todo se quedó a oscuras. Tan sólo un punto de luz iluminaba el centro de la gran cortina. Era como si una luna llena hubiera bajado del cielo para ponerse allí. Todas las niñas y niños nos habíamos quedado mudos a la espera de lo que pudiera suceder. En aquel momento la roja cortina se abrió por la mitad y salió andando un hombre vestido con un traje azul y un sombrero muy alto. Se encaminó

hacia la mitad del círculo de arena donde nos hizo a todos una reverencia a modo de saludo: “Buenas tardes a todas las niñas y niños, a todas las mamás y papás, a todas las abuelas y abuelos, que han venido esta tarde a ver el espectáculo del Circo Magic. Sean bienvenidos”. Todos empezamos a aplaudir a rabiar, a sonreír. Me sentía pletórico, feliz. Estaba deseando ver a los payasos, a los equilibristas, a los leones… Y entonces fue cuando los tambores comenzaron a sonar.

Capítulo 17 ¿FUERA O DENTRO DE TU VIDA? Se miró en el espejo que había en el portal y vio que era feliz. La lección que le regalara su abuelo un mes antes de morir le había transformado en el ser amable y agradecido que ahora era. Con la verdad por delante estaba consiguiendo que le abrieran todas las puertas de nuevo. Lograr que le abrieran también la puerta ante la que estaba en aquel instante sería su mayor éxito. Sabía que no lo tendría nada fácil. Habían sido muchos años de trampas, de robos, de verdades a medias. Se armó de valor y tocó el timbre. El sonido de ruidos dentro del piso lo puso en alerta: - “¿Quién es?”. - “Soy Ernesto”. Transcurrieron unos segundos que se convirtieron en una eternidad para Ernesto antes de que la puerta se abriera. En el umbral apareció un hombre de mediana edad con el pelo canoso: - “Papá, ¿podemos hablar?”. Ernesto confiaba que en algún rincón del corazón de su padre todavía permaneciera el amor que por él había sentido en el pasado. Entonces el hombre se hizo a un lado y dejó pasar a su hijo dentro de la casa. Ernesto vio a su padre sonreír y sintió que volvía a estar dentro de su vida. 

Capítulo 18 FIN DE TRAYECTO El Señor Lápiz y la Señora Goma se fueron, cogidos de la mano, de paseo por la hoja hasta que llegaron a un punto. Por suerte era un punto y seguido. Así que decidieron hacer un paréntesis y descansar durante unos minutos. Un poco más tarde dieron la vuelta a la hoja y siguieron andando juntos, paseando su amor. Lo malo fue que al llegar a la última línea de la hoja se encontraron de frente con un punto y final. Y fue en aquel lugar donde tuvieron que acabar su historia de amor el Señor Lápiz y la Señora Goma. Ya no había más papel por el que seguir andando.

Capítulo 19 EL POSTRE “Cada día que pasa Lucía tiene mejor mano para la repostería. ¡Qué sabor tan rico tiene esta tarta!. Cuando entré por esa puerta y la conocí fue como si volviera a nacer. Nunca más pude abandonarla”. Salí de la cocina con el gusto en la boca del dulce todavía caliente que reposaba en el alféizar de la ventana. Recorrí todo el pasillo hasta que llegué a la sala de estar. Allí me quedé sobre el respaldo del sillón azul, el favorito de Lucía. En la televisión dos tipos muy trajeados discutían a gritos cada vez más altos. Lucía también se acercó hasta la sala para ver lo que sucedía en la televisión. Venía secándose con un trapo de cocina las manos recién lavadas. Entonces levantó el trapo muy despacio por encima de su cabeza para después dejarlo caer con un golpe rápido y seco sobre mí, sobre el respaldo del sillón azul. “Suerte que mi madre me enseñó a esquivar con rapidez los golpes. Si Lucía me llega a pilar con el trapo seguro que sería una mosca muerta. Y hubiera sido una pena no poder comer un poco más del postre que acaba de hacer”.

Capítulo 20 HORARIO DE VISITAS - "Hoy he escrito mi carta para los Reyes Magos". - "¡Estupendo! Pero, ¿qué hago con la carta que me diste ayer? También era para ellos". - "Esa puedes tirarla. Estaba incompleta". Con resignación, Enrique se guardó una vez más otra carta repetida en el bolsillo de su chaqueta y besó a su madre en la frente. Enrique ya se sabía de memoria cada juguete que ella pedía. - "¿Y cómo vas a mandar la carta?" - preguntó su madre. - "En cuanto salga de aquí voy a ver al Cartero Real y se la doy". - "¡Vale! ¡Guay!"

Capítulo 21 LA ÚLTIMA EXCURSIÓN El médico le había dicho a Gérard que evitara salir a la calle en las horas centrales del día. Eran las más calurosas y él ya no tenía la agilidad de antes. Llegar al asilo de Saint-Michel a visitar a su amiga y antigua vecina Cloé le iba a llevar un buen rato. A él no le convenía estar tanto tiempo bajo el implacable sol. Podría suavizar sus efectos si se ponía la gorra que le habían regalado sus nietos y si llevaba consigo una botella de agua para ir bebiéndosela por el camino. Lo que le faltaba eran manos para sujetar todo lo que tenía que llevar. Los hijos de Cloé la internaron en el asilo después del susto que se habían llevado el verano anterior, durante la última ola de calor. Cloé no hacía nunca caso a lo que su médico le decía y había estado arreglando el jardín al mediodía, después de comer. Un golpe de calor casi se la lleva para el otro mundo. Gérard se la había encontrado desmayada al lado del rosal de flores amarillas, el favorito de Cloé. Cuando la vio pensó que estaba muerta. Se llevó un buen susto. Ahora en el asilo estaba más atendida pero él estaba más solo desde que Cloé se había ido. Siempre que podía iba a verla un día a la semana. Aquella era una tarde muy especial. Gérard no podía fallarle a Cloé. Era el día de su cumpleaños. Aunque Gérard no sabía cómo iba a hacer para llevar todo lo que tenía que transportar con él. Se vio en el espejo del aparador de la entrada de su casa y se sonrió. El bastón en una mano, la botella de agua en la otra y el regalo para Cloé debajo de un brazo. Así no iba a llegar muy lejos y menos con el calor que hacía. Necesitaba dejar una mano libre para poder sujetarse si tropezaba mientras andaba por la calle. Entonces tuvo una idea que le pareció genial. Hacía muchos años que había dejado de practicar el montañismo. En aquella época no había pico de montaña que se le resistiera. Ahora las piernas ya no le respondían como antes. Sin embargo había guardado en el garaje el equipamiento que utilizaba en aquellos hermosos viajes. Guardó el regalo para Cloé y la botella de agua en su vieja mochila y se la puso a la espalda. Después agarró con fuerza los dos bastones para la marcha que había en una esquina, cerró la puerta del garaje tras de sí y comenzó su marcha dispuesto a realizar su última excursión. —Préparate, Mirador del Monte Saint-Michel, voy a por tí —se dijo Gérard

mientras se encaminaba alegre hacia el asilo. A Cloé le iba a gustar la sorpresa de verlo llegar de esta guisa.

Capítulo 22 UNA SONRISA INFANTIL Aquella mañana, lejos de su país, se quedó en blanco observando la sonrisa de su hija. Al final había valido la pena escapar de la guerra. Por ella.

Capítulo 23 EL PRIMER GUISO DEL AÑO Lo primero que hay que hacer es buscar los ingredientes adecuados sino el guiso no tendrá un buen sabor y después no nos gustará o quizás nos dé ardores en el estómago. Habrá que poner un mucho de felicidad y optimismo en el fondo de la cazuela. Los tiempos que corren son de pesimismo y eso hay que combatirlo construyendo una buena base para nuestro plato. También habrá que añadir la cantidad suficiente de salud y de trabajo. Estos ingredientes harán que el caldo del guiso sea más consistente y que soporte mejor el resto de ingredientes. No tenemos que olvidar poner unos cuantos gramos de esperanza y otros tantos de sueños. Esfuerzo, constancia y lealtad son los últimos ingredientes que tenemos que agregar al guiso. Una vez que tenemos todo dentro de la cazuela la pondremos al fuego, y dejaremos que todo se cueza lentamente. Todos los ingredientes tienen que ir mezclándose poco a poco. El sabor que cada ingrediente suelto es bueno pero todos juntos, en su punto de cocción exacto, hacen que el sabor del guiso sea perfecto. Cuando lleve unos minutos hirviendo la comida debemos probar su sabor para saber cómo está de sal y de pimienta. Estos condimentos son los que dan el ritmo que el guiso necesita, que tanto necesitamos. Sin esa sal y esa pimienta el guiso queda sin ninguna gracia, y aunque nos alimenta, no nos da las fuerzas para seguir día a día. Ya tenemos el guiso calentito y listo para tomar. Sólo nos queda acompañarlo de la bebida que más nos guste; quizás un vaso de alegría le vendría muy bien.  Sentarnos a una mesa bien dispuesta, con un hermoso mantel, nuestra mejor porcelana  y una buena compañía es lo único que nos resta para comer un buen plato de nuestro guiso especial. Nos reconfortará el cuerpo y el espíritu y nos dará fuerzas para continuar luchando. Hagamos este guiso siempre que lo necesitemos. Es el único plato de nuestra gastronomía que nos puede ayudar en los momentos difíciles. Se lo recomiendo a todo el mundo y todas las veces que les sea necesario. Sólo me resta desearos buen provecho.

Capítulo 24 MI MAMÁ El hada miró a los ojos a la niña y le sonrió: —¿Eres un hada? —Soy —respondió el hada. —¿Puedes volar? —Puedo. —¿Y hasta dónde puedes volar? —preguntó la niña. —Hasta el cielo y más allá. —Pues llévame hasta allí que tengo que hablar con mi mamá. Es sobre mi papá que me ha buscado una mamá nueva que no me gusta. El hada volvió a mirar a los ojos a la niña pero ya no sonreía.  

Capítulo 25 SIN EDAD Descendió del autobús poniendo por delante el bastón en el que se apoyó para bajar los tres escalones. En cuanto tuvo los dos pies en el suelo enderezó la espalda, se recolocó la chaqueta y la gorra, y dirigió sus pasos hacia el gran portalón metálico. Desde la misma entrada del parque ya se podía ver la explosión de colores. Las plantas recubiertas de flores desprendían un aroma dulce. Un paseo tranquilo y soleado parecía lo mejor que se podía hacer en aquel momento. Así lo hizo Ramiro. Todavía tenía tiempo para llegar puntual a su cita. Su paso ligero ya le había abandonado por eso siempre salía de casa con tiempo de sobra para llegar a los sitios. Poco a poco se fue adentrando entre los árboles. Sus zapatos se fueron manchando con el polvo que levantaba al andar sobre la arena. Continúo andando hasta llegar a su rincón favorito del parque. Un banco frente a un pequeño estanque a la fresca sombra de un castaño de Indias constituía para él todo un paraíso en aquella inhóspita ciudad. Allí se sentó. Se sacó la gorra y se secó el sudor de su pelada cabeza con un pañuelo que llevaba en el bolsillo de atrás del pantalón. Intentó tranquilizar su agitada respiración. El esfuerzo que había hecho para llegar puntual a su cita le hizo apurar un poco el paso y ahora se encontraba fatigado. Pero el esfuerzo había merecido la pena. Ramiro estaba contento. No sólo había llegado puntual sino que incluso se había adelantado unos minutos de la hora prevista. Tenía tiempo para recuperarse. La visión del pequeño lago y la soledad del entorno le daban paz. Poca gente llegaba a aquel rincón escondido del parque. Para Ramiro aquel espacio se había convertido en su pequeño descubrimiento. Sólo había dos o tres personas que sabían que podían encontrarlo por allí en cuanto el sol salía de entre las nubes. Una sonrisa comenzó a dibujarse en el rostro de Ramiro. Por el camino de la derecha que daba acceso al lago se estaba acercando Daniela. El corazón de Ramiro comenzó a acelerarse. Esperaba que los nervios no lo traicionaran. Hacía tantos años que se había quedado viudo que jamás pensó que pudiera volver a sentirse tal y como se sentía. Era de nuevo un chiquillo de veinte años citándose con su novia en el lago del parque. Así se sentía y no lo podía remediar. —Buenos días Ramiro —dijo Daniela según se iba acercando al banco en el que se había sentado Ramiro.

—Buenos días Daniela. —¡Pues sí que es usted puntual! No esperaba encontrarle ya aquí. —Pues ya ve. Salí con tiempo esta mañana de casa y llegué antes de lo pensado —contestó Ramiro a modo de excusa. Daniela se sentó entonces al lado de Ramiro y agarrándole del brazo se acercó a su mejilla para darle un beso. El corazón de Ramiro iba a mil por hora. La vieja maquinaria respondía alegre a la nueva emoción, a los nuevos sentimientos. Hacía tiempo que Ramiro no se sentía tan feliz. Volvía a ser joven; volvía a sentirse sin edad.  

Capítulo 26 TRANSFORMACIÓN TOTAL El día que ejecutó su primer desahucio se convirtió en otro ser. De nada les sirvió a sus clientes que negociaran mejores condiciones económicas para poder continuar con el pago de las letras de su hipoteca. Tampoco sirvió de mucho que le pidieran la dación en pago de la vivienda. Tendrían que seguir pagando las letras pero el desahucio no se podía parar. Ahora que el banco le había enseñado cómo se podía chupar la sangre a los clientes; ahora que conocía cómo sabía la sangre cuando se mordía la vena yugural de una persona; ahora no podía dejarlo... Después de todo, chupar la sangre a los clientes del banco no era tan mal trabajo. Pero le había transformado, sin quererlo él, en un vampiro sin escrúpulos.

Capítulo 27 CLASES DE DIBUJO Tomó mi cuerpo como un lienzo en el que plasmar todas las tonalidades de nuestro amor.

Capítulo 28 SECRETOS DE FAMILIA El corazón se le quedó helado, aterrado por el miedo, cuando escondida detrás de las cortinas del salón sorprendió a su madre besando a su tío. Ahora ya sabía, sin duda alguna, que su verdugo había venido a casa para quedarse. Nadie iba a poder defenderla salvo que le contara a su padre lo que ocurría las noches en que quedaba al cuidado de su tío.  

Capítulo 29 EL MÁS PRECIADO DE LOS TESOROS Revolviendo entre la ropa que mi abuelo guardaba en un cajón de su armario encontré un libro muy ajado, pegado con cinta adhesiva. Su tapa delantera estaba rota. Se notaba que era un libro mil veces leído, que había pasado de mano en mano... Pero me sorprendió verlo metido en aquel cajón en particular. Mi abuelo nunca había podido ir a la escuela. No había aprendido a leer ni a escribir. Tan sólo sabía sumar y restar un poco. Lo justo necesario para que en la vida no le fueran timando los dineros los días de plaza. Había tenido que comenzar a trabajar desde muy niño ayudando a su familia en las tareas de la granja. No había tiempo que perder en la escuela. Por eso me resultaba especialmente sorprendente encontrar un libro guardado entre sus pertenencias. Nunca le había visto con un libro entre las manos, ni un periódico, nada que tuviera una letra impresa... Siempre sentí su respeto y admiración cuando le descubría observándome a lo lejos, sin decirme ni una sola palabra, mientras yo leía bajo la sombra de algún árbol durante las tardes de verano, que era cuando nos juntábamos la familia. La emigración nos había llevado por todos los rincones del mundo. Hacía años que yo había leído aquel libro que mi abuelo tenía escondido: "Gabriela, clavo y canela" de Jorge Amado. Recuerdo que fue una novela  que en el momento en que la leí me causó una especial sensación de bienestar. Mis ojos pasaban sobre las letras con avidez buscando la continuación de la historia de aquella hermosa mujer, Gabriela, una mulata analfabeta brasileña, que huye del campo y de la miseria hacia la ciudad buscando una vida mejor. Mi abuelo también había buscado esa mejora en su vida. No se había ido a la ciudad (como la protagonista de la novela; como habían hecho también sus hijos) pero había dejado de ser granjero para aprender el oficio de ebanista y convertirse así en un artesano de la madera. A lo mejor por eso conservaba el libro escrito por Jorge Amado. Como recuerdo de su propia vida, de su espíritu de superación. Pero ¡qué tonterías estaba pensando…! Mi abuelo era menos complicado que todo esto. Decía las cosas claras y no se andaba con rodeos. ¿Para qué iba a querer él un libro si no sabía leer? Tenía que haber otra razón. El armario que contenía el libro lo había hecho mi propio abuelo. Se sentía muy orgulloso de él. Había sido el primer trabajo que había realizado él sólo por completo. Hasta aquel momento, su maestro

ebanista, Salvador, le había ayudado siempre a terminar los muebles que había tallado. Comencé a hojear el libro. Buscaba dentro de él algo: una foto antigua, un papel doblado… Y la verdad es que no tuve que buscar mucho. En la primera hoja del libro, debajo de la tapa pegada con cinta adhesiva me encontré con una dedicatoria:  “Para mi más atento oyente y compañero de lecturas. Tuya siempre, Paula”. Ahora lo entendía todo. Mi abuelo había guardado durante años el más preciado recuerdo que tenía de mi abuela. Era igual que no pudiera leer. Él sabía que aquel libro había estado entre las manos de su amada esposa, y eso le era más que suficiente para guardarlo como su más preciado tesoro.

Capítulo 30 LA AVENTURA DE VIVIR El bebé cerró los ojos. El sol le daba de frente mientras iba sentado en la silla de ruedas que empujaba su mamá. Durante unos segundos tuvo que dejar de observar ese mundo que le rodeaba y que tanto le fascinaba. Cada día descubría una cosa nueva. Estaba comenzando a gustarle aquella aventura. No sabía cómo había llegado a ella, pero le estaba gustando.

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