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EL MUNDO COMO REPRESENTACION. HISTORIA CULTURAL: ENTRE PRACTICA Y REPRESENTACION. Roger Chartier. Gedisa Editorial, Barcelona, 1992, 276 pp. El libro que presenta Roger Chartier, director de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París, es una recopilación de artículos publicados durante los últimos diez años. La especial importancia del volumen radica en que se trata del primero que este autor publica en España a pesar de su fecunda e imprescindible producción. Incluso uno de ellos, "Introducción a las prácticas de la lectura", es inédito. De los nueve artículos contenidos en la siguiente edición tan solo "El mundo como representación" es sobradamente conocido en España ya que fue publicado en el número 10 de la revista Historia Social. Del resto, algunos eran difíciles de localizar, con lo cual, la siguiente edición facilita al lector español el conocimiento de las tesis de uno de los más importantes historiadores de la recepción cultural canalizada especialmente a través del mundo del libro y la lectura. Los artículos han sido divididos en tres partes temáticas: los cuatro primeros establecen un balance historiográfico y una propuesta metodológica (los "Debates e interpretaciones" de la historia cultural francesa a través de la tradición de los "Annales"); los tres siguientes se refieren a temas relacionados con la "Historia del libro e historia de la lectura" (las prácticas de la lectura, la lectura en voz alta y la fórmula editorial de la "Biblioteca Azul") y los dos últimos describen las representaciones colectivas del mundo social a través de dos ejemplos, los intelectuales frustrados del siglo XVII y la literatura picaresca. A lo largo de los dos últimos apartados, el autor recurre frecuentemente, además de a los libros de la "Biblioteca Azul", a textos castellanos tan "populares" como El Quijote, La Celestina, El Buscón y El Lazarillo. A través de ellos trata de establecer un paralelismo que intenta reflejar las vicisitudes de las prácticas sociales: las representaciones. El título del libro proviene de un artículo publicado en 1989 en Annales, por el propio Chartier: "Le monde come représentation", en donde se propone una nueva definición de historia cultural. Representación es una palabra que se puso de moda a partir de los años ochenta. La alternativa a la historia de las mentalidades se presenta mediatizada por este concepto un tanto ambiguo e impreciso que recientemente ha tratado de definir Carlo Ginzburg en "Représentation: le mot, l'idée, la chose" (Annales, 1991). La noción de representación, para Chartier, sigue las pautas de la definición dada por el Dictionnaire Universel de Furetikre (en su edición de 1727) que relaciona una imagen presente con un objeto ausente, es decir, la reflexión sobre las sociedades del Antiguo Régimen sólo puede caracterizarse a través de "imágenes" comtemporáneas, que han llegado hasta nosotros y que estaban presentes, reproductoras de los objetos, las situaciones y las personas ausentes. Los
materiales con los cuales Chartier representa las imágenes del pasado son los lectores, los escritores, los libros y los textos. La recepción del texto, más teorizado que practicado, plantea dos cuestiones previas: los usos del material impreso por un lado y las prácticas de la lectura por el otro. Según muestra Chartier, la historia de la lectura no se puede basar en la historia de los libros importantes. Existe una enorme variedad de impresos en forma de libelos, gacetillas y hojas volantes que tuvieron un peso decisivo en los lectores del Antiguo Régimen. Tampoco se puede privar a los analfabetos o a los que no poseían un biblioteca de las delicias de los textos. Sabemos que la lectura en voz alta fue una práctica muy difundida y que durante el siglo XVIII los gabinetes de lectura se desarrollaron en Francia y en Inglaterra. Las apropiaciones de los textos, sin embargo, nos pueden llevar a formular un mundo del pasado subjetivizado a través de las ilusiones de discursos apartados de lo real. La subjetividad de las representaciones y la objetividad de las estructuras tradicionales han sido entendidas a manera de extrañamiento. Roger Chartier, en este sentido, plantea algunas críticas a la teoría de la recepción que prefiere integrar dentro de lo que llama "una historia cultural de lo social". Para superar esta división Chartier propone "considerar los esquemas generadores de los sistemas de clasificación y percepción como verdaderas 'instituciones sociales', incorporando bajo la forma de representaciones colectivas las divisiones de la organización social", teniendo presente que esas representaciones colectivas pueden ser las matrices de prácticas constructoras del propio mundo social. La diversidad de lecturas, por tanto, ha de ser englobada dentro de un marco social, cultural e institucional y el análisis no debe abandonar las prácticas específicas que las producen. A pesar de que las propuestas de Chartier amplian considerablemente el panorama teórico de la historia cultural, las posibilidades de aplicación de este nuevo método son ciertamente reducidas y las fuentes que Chartier utiliza para representar el mundo social son limitadas: determinadas ediciones de libros, diarios personales y comentarios entresacados de correspondencias. Por otro lado, La utilización de ejemplos extraídos del conjunto europeo enriquecen la unidad del discurso pero uniformizan excesivamente el territorio y empobrecen las especificidades regionales. La propuesta de Chartier se inscribe dentro de lo que se puede llamar utopía de lo excepcional pero no por ello deja de ser un reto.
JAVIER ANTON PELAYO
LLETRATS 1 ILLETRATS A UNA CIUTAT DE LA CATALUNYA MODERNA. MATARO, 1750-1800. Montserrat Ventura i Munné, Caixa dYEstalvisLaietana, Mataró, 1991.
La alfabetización, desde la conocida encuesta Maggiolo realizada en Francia entre 1877 y 1880, ha sido cuantificada a través de las firmas de los individuos. Numerosos historiadores han criticado la validez de este tipo de recuentos, sin embargo, una abundante bibliografía europea, con trabajos importantes como los de Cipolla, Chartier o Graff, ha construido o utilizado series estadísticas de individuos firmantes para explicar las etapas del proceso de difusión de la escritura y de la lectura en la Europa Occidental. La historiografía catalana, orientada hacia otros ámbitos, presentaba, hasta la publicación de este libro, un alarmante vacío en el conocimiento de los niveles de desarrollo cultural de la Cataluña moderna. Mientras la enseñanza superior ha sido objeto de diversas monografías, la enseñanza secundaria y primaria adolece aún de un tratamiento amplio, serio y riguroso. Resulta extraño que, en uno de los períodos que ha atraido más la atención de los historiadores como es la Cataluña del siglo XVIII, hayan sido también olvidados los aspectos culturales básicos de la sociedad catalana, incluso en Barcelona. Es comprensible, pues, que los historiadores de la Cataluña moderna hayan advertido la gran utilidad del excelente estudio de Montserrat Ventura. En primer lugar, porque aporta información muy valiosa del apenas conocido mundo de la enseñanza primaria; de este modo, es posible conocer las condiciones de acceso de la población mataronina al aprendizaje de la lectura y la escritura a través de la institución escolar local. Por otra parte, los niveles de alfabetización obtenidos ofrecen, por su evolución y distribución, unas importantes referencias comparativas para captar el ritmo de crecimiento y desarrollo de una de las poblaciones de mayor peso en la corona de ciudades que rodeaba Barcelona, y que participaba de manera interrelacionada en la expansión catalana del siglo XVIII. Las fuentes notariales consultadas -testamentos y capítulos matrimoniales- son objeto de un tratamiento metodológico impecable. La base de los resultados es el análisis de dos muestras documentales, la primera ofrece los niveles de alfabetización de la población mataronina de mediados del siglo XVIII y la segunda corresponde al final de la centuria, ello le permite captar la evolución de los distintos grupos socio-profesionales y sexos ante el conocimiento de la escritura. El proceso de alfabetización que presenta Mataró es contrastado con otros ámbitos españoles; y dentro del contexto europeo, los niveles
obtenidos son comparables a los de la Francia meridional, aunque distantes de las áreas más cultas del norte de Europa, son a su vez superiores a las máximas cotas de analfabetismo de la Europa central y oriental. Esta obra abre, por fin, una esperanzadora línea de investigación de la historia de la enseñanza elemental en Cataluña. El libro de Montserrat Ventura es el primer paso, firme y seguro, para la elaboración de una parte fundamental de la historia socio-cultural de la Cataluña del Antiguo Régimen, de cuyo edificio sólo conocíamos las estancias superiores.
MANUEL PENA DIAZ
PODER Y PENURIA. GOBIERNO, TECNOLOGIA Y CIENCIA EN LA ESPANA DE FELIPE 11. David Goodman. Alianza Editorial, Madrid, 1990, 305 pp. La política científica del Gobierno de Felipe 11 es una de las parcelas más desconocida del monarca, de modo que su estudio puede aportar nuevas luces al conocimiento del siglo XVI español. Este es el propósito de la obra de D. Goodman; obra que, ante todo, trata de "deshacer la imagen tradicional de los castellanos desinteresados de la ciencia y la tecnología" (p. 291). Toda la documentación reunida por el autor, así como las interpretaciones y conclusiones que se derivan de ella, ha sido estructurada en cinco áreas temáticas bien definidas: ciencias esotéricas, cosmografía, tecnología militar, tecnología minera y medicina. A continuación se hará referencia a cada una de ellas, exponiendo las ideas de mayor relevancia. para que el lector adquiera una visión global de la política científica de la época. En el capítulo dedicado a las ciencias esotéricas, Goodman aborda distintas cuestiones. En primer lugar, la actitud de Felipe 11 ante la astrología, definiéndola como ambigua y difícil de precisar a través de unas iniciativas legislativas muy escasas. No obstante, es evidente un gran interés por la alquimia, a la que el monarca accede gracias a las obras de Ramón Llull. Por otra parte, ante el esoterismo, la Iglesia influida por la Corona- se limita a realizar un cierto control con la intención de corregir desviaciones y no con un fin estrictamente prohibitivo. El segundo bloque temático lo conforma la cosmografa, una ciencia sólidamente potenciada por el Gobierno español de la época. Goodman argumenta el auge de la cosmografía desde diversos frentes, entre los que destaca el copernicanismo, la geografía y la navegación. El pensamiento de Copérnico no sólo fue permitido en España -Felipe 11 conserva una copia del "De Revo1utionibus"-, sino que, además, en Salamanca se estudiaba dicha astronomía, hecho insólito en toda Europa. La geografía, por su parte, fue incorporada como un nuevo instrumento válido para la política. El autor se refiere pormenorizadamente a un proyecto de la Corona que consistió en la recopilación de informes acerca de cuestiones muy diversas, incluyéndose la geografía física, la geografía económica y humana y aportacionas cartográficas, náuticas y naturalísticas. Pese a que nunca se realizó la reunión global de los diferentes informes, el Gobierno pudo disponer de un volumen de conocimientos tan extraordinario que Goodman lo considera "una de las fuentes más ricas sobre la América del siglo XVI" (p. 94). Respecto a la navegación -instrumento fundamental en el control de la expansión territorial-, la monarquía creó nuevos centros de enseñanza para navegantes y reformó otros, aunque no con gran brillantez.
El tercer capítulo, bajo el título "Tecnología para la Guerra", contiene las iniciativas científicas con vistas a su aplicación militar. Acciones como la guerra de expansión contra los turcos, la lucha frente a corsarios franceses e ingleses, la anexión de Portugal o el control de los Países Bajos requerían, según Goodman, de una potente industria naval, de una artillería a gran nivel, de ingenieros especializados y de ciertos inventos de calidad. El impulso de la industria naval se evidencia con claridad en la legislación acerca de los recursos forestales; su posible fracaso no debe achacarse a un "conservadurismo tecnológico" -en palabras del autor-, sino a unas dificultades de orden económico que, en general, obstaculizaron grandes proyectos. La artillería tampoco despegó con normalidad, aunque no por una carencia tecnológica o emprendedora -reitera Goodman- sino por deficiencias económicas que impedían la explotación de las propias fuentes de cobre o la importación de pólvora que, al parecer, siempre escaseó. En cuanto al tercer aspecto, la Corona se preocupó por la formación de técnicos militares con el fin de no depender del exterior; al mismo tiempo que trataba de especializarlos en funciones determinadas. Finalmente, pese al interés de Felipe 11 por inventos militares, éstos aportaron poco en los conflictos de la época. El cuarto tema de estudio se refiere a la producción de plata. Goodman lo inicia con un profundo análisis de la historia de las minas de plata de Guadalcanal, en el que trata aspectos como las inversiones, los beneficios, las iniciativas de la Corona, las repercusiones en la economía y la política, los proyectos realizados, las técnicas empleadas o la vida de los mineros, entre otros. El autor incide en la contratación de ingenieros alemanes, en el interés del Gobierno por subsanar las deudas a través de la plata, en la aplicación de nuevas técnicas en los hornos, en la expresa consulta a expertos en economizar gastos y en las dificultades climáticas y sanitarias. Aunque se practicó una política de gran producción y rendimiento, no fue posible mantener unos niveles productivos constantes y, hacia 1580, los trabajos cesaron, influyendo en ello una insuficiente tecnología. La plata de las Indias, a diferencia de Guadalcanal, llegó constantemente a los puertos de la península, adquiriendo su extracción y comercio mayor importancia que la del oro. En América, los virreyes de Felipe 11 asumían como objetivo primordial la extracción de plata. Goodman expone el gran interés por las minas americanas y, a la vez, recoge los problemas que surgieron: localización de las minas en lugares montañosos y lejanos de la costa, ataques de indígenas y corsarios, etc. Ello amenazaba el rendimiento, presagiándose un desenlace similar al de Guadalcanal. Pero en el caso americano, la tecnología "salvó" las
minas; se trata de la amalgamación en frío, un proceso que rentabilizó la extracción de plata y que -dice Goodman- "los historiadores de la minería americana reconocen que ocasionó una revolución en la producción" (p. 204). Esta nueva técnica exigía mercurio, con lo que el autor se lanza a estudiar la dinámica política que provocó este mineral. Por otra parte, Goodman esboza una cuestión de interés: el trabajo forzoso de los indios en las minas. La Corona -consecuente con la anterior política de Carlos V- no aprobó oficialmente estas prácticas; pero con el tiempo se tomaron decisiones que las imponían. Al Gobierno llegaron noticias del trato inhumano que recibían los mineros, pero la necesidad de plata cegó cualquier acción. Las voces críticas, como la de los jesuitas, no evitaron que lo económico privase sobre la dignidad humana, una lacra de la historia aún no superada. El último capítulo de esta obra presta atención a la medicina. En primer lugar, Goodman se refiere a los hospitales, que se sometieron a la jurisdicción directa de Felipe 11. No obstante, la administración de los centros sanitarios fue realizada en la práctica por clérigos -en áreas rurales- y por las autoridades municipales -en las ciudades-; mientras que la participación de la Corona se limitó a la financiación. Otra cuestión de interés tratada por Goodman hace referencia a la legislación de las diversas etapas de formación de médicos, cirujanos y farmacéuticos. A petición de los ayuntamientos, la Corona velaba por la calidad del personal y prohibía el acceso al oficio de la medicina a conversos, moriscos y sucesores de judíos en previsión de conspiraciones raciales. En tercer lugar cabe referirse a las plantas medicinales, que merecieron diversas iniciativas gubernamentales de cara a su adquisición y cultivo. La expedición de F. Hemández resalta entre las demás y puede considerarse la empresa científica de mayor envergadura del reinado de Felipe 11, fruto de la cual se publicó un tratado de la flora de Nueva España difícilmente igualable. Como último punto de interés, una alusión a las condiciones sanitarias en las fuerzas armadas. La importancia de lo militar para el Gobierno -anteriormente ya ha sido comentada- exigió una adecuada atención sanitaria, tal vez la mejor de los ejércitos europeos de la época. En sus conclusiones, Goodman vuelve sobre una tesis contínuamente esbozada en su trabajo: la política científico-tecnológica del Gobierno de Felipe 11 respondió a una necesidad esencial en un imperio como es su control mediante la inversión en lo militar (preparación técnica de artilleros y pilotos, impulso de la industria naval, organización de los recursos médicos). Pero no es justo ignorar otras iniciativas tales como la formación de médicos, la recopilación de información científica acerca de las Indias -a destacar la obra de
Hemández- y la explotación de minas. Realmente impresiona "la audacia y magnitud de algunas de esas empresas" (pág. 291), piensa Goodman. No obstante, si se analiza la ciencia y tecnología en esa parte del siglo XVI puede objetarse que no presentó el peso que aparenta en este comentario monográfico, y ello es cierto. En definitiva, las crisis económicas limitaron un buen desarrollo científico-tecnológico, lo que no significa que no lo hubiera. Con lo que esta obra de Goodman -como decíamos inicialmente- revela una de las parcelas más desconocidas del gobierno de Felipe 11, por lo que puede resultar de interés adentrarse en su conocimiento.
JOSE A. GARI DE BARBARA.
MENTALIDAD JUSTICIERA DE LOS IRMANDINOS, SIGLO XV. Carlos Barros. Siglo XXI, Madrid, 1990, 298 pp.
La novedad de esta investigación sobre la "revolución irmandiña" va más allá de lo que su título puede llegar a hacer suponer. Se trata de explicar desde una perspectiva múltiple, situada en la larga, media y corta duración, un acontecimiento muchas veces descrito por la historiografía tradicional: el levantamiento, en 1467, de la Santa Hermandad del reino de Galicia, contra las fortalezas señoriales. Bajo su polvo y sus ruinas se encubre uno de esos sucesos que tienen valor de umbral; si puede hablarse de "revolución" en este caso es precisamente porque en el curso de este movimiento de multitudes contra los agravios nobili&os se configura un tipo de sensibilidad colectiva, una "mentalidad justiciera" que es sin duda un elemento capital de las mentalidades modernas. La emergencia de la Galicia moderna no puede ser comprendida sin tener en cuenta esta alteración esencial simbolizada por el episodio de 1467. Sin embargo, a pesar de esta relevancia, la "revolución irmandiña" nunca había sido abordada hasta la fecha desde el ángulo de una historia de las mentalidades. Emprender esta tarea es uno de los méritos innegables del texto de Barros; probablemente no es el mayor. El éxito de la investigación en el terreno empírico (se profundiza desde una nueva dimensión en la explicación de un proceso histórico fundamental, no abarcado hasta ahora por los medievalistas en toda su amplitud) no es ajeno a un trabajo bien armado conceptualmente y sometido desde el principio a un detenido control epistemológico. En primer lugar, el modo de pensar la relación entre "larga duración" y "tiempo corto", y a la vez, entre estructura y acontecimiento. Con cierta frecuencia se suele emplazar a la historia de las mentalidades en el tiempo largo (resistencias, "cárceles" de longue durée), olvidando así que la multiplicidad de cadencias temporales afecta también -como señaló Duby hace años e ilustra el libro a la perfección- a este nivel de análisis histórico. Tiempo corto de la revuelta de 1467, fases medias de la acumulación de agravios y larga duración (ofensiva señorial, crisis bajomedieval desde 1369, oscilaciones de la justicia señorial y real desde el siglo XII). El suceso se inserta así en un cruce de temporalidades diversas. Por otra parte, frente a la tendencia a contraponer historia estructural e historia episódica, o a explicar el acontecimiento exclusivamente a partir de la estructura, el libro destaca la capacidad del acontecimiento para alterar e incluso crear rasgos estructurales. La mentalidad justiciera irmandiña, asociada a las actitudes antiseñorial y
antifortaleza -temor, temblor y odio suscitado en la imaginación ante la sombra criminal de los castillos-, que se desplaza del "sentimiento de agravios" a la "mentalidad de revuelta", compone un cuadro psicológico estable, una estructura que da cuenta de la revuelta de 1467. A su vez, este acontecimiento y sus éxitos consecuentes van a modificar la intensidad (radicalización) y el alcance social de la estructura (expansión por el conjunto del cuerpo social). Por otra parte, la eficacia de la justicia irmandiña mostrada en el acontecimiento de 1467, va a propiciar como consecuencia no intencionada -al modo de esas acciones de efectos no deseados tan comentadas por los sociólogos- la aparición en Galicia de una justicia distanciada de los intereses señoriales, dando lugar así a una de las estructuras definitorias de la "modernización" en el sentido de Weber: la emergencia de un aparato judicial, una burocracia del derecho que se presenta como independiente de los intereses en conflicto. Finalmente, incorporada a la memoria colectiva a través del acontecimiento -mediante un mecanismo análogo al descrito por Duby en Le Dimanche de Bouvines-, la mentalidad justiciera se convertirá en una estructura psicológica de resistencia antiseñorial que se prolonga hasta el siglo XVII. La estructura se modifica para adaptarse o transformarse por completo ante las sacudidas del acontecimiento. En segundo lugar se rompe la escisión, bastante común, entre explicación por causas (condiciones externas a los sujetos, constreñimientos materiales, campo de oportunidades para la acción) y explicación teleológica (a partir de motivos internos del sujeto, consicentes o inconscientes, intenciones, razones aducidas para emprender la acción, dominio de significados compartidos por los agentes). La revuelta irmandiña no consta de dos niveles, de manera que el primero explicaría causal o funcionalmente al segundo: lucha de clases en el ámbito de las relaciones feudales de producción e ideología legitimadora de las distintas posiciones en esa lucha. La "mentalidad" no es una superestructura respecto a las relaciones sociales y a las dominaciones de clase; no hay acción social sin conceptos, sin mediación simbólica; nada de conductismo o fisicalismo social (frente a la idea de que las multitudes, identificadas con un empuje irracional, sólo se mueven en la historia a golpe de puras coacciones físicas: hambre, escasez, enfermedad). Por ello, sólo por razones de delimitación académica, puede distinguirse la historia social y la de las mentalidades. Explicar la "revuelta irmandiña" es dilucidar a la vez las razones (motivos más o menos conscientes que configuran un cuadro mental) y las causas (función de esta revuelta en la estructura social y en el sistema económico y coyuntura material en la que se inscribe). Esto se realiza en el libro combinando fuentes diversas y delimitando estrictamente el
alcance de la investigación. Por último, el texto destierra, de un modo efectivo, mucha palabrería común en torno a la oposición entre enfoques cuantitativo y cualitativo, análisis y narración. La verificación de las hipótesis se realiza combinando el tratamiento estadístico de los hechos masivos y la tipología cualitativa a partir del análisis de "casos" (v.g. el caso descrito de la "mujer preñada", lo múltiples casos de violación). La valoración del libro desde esta perspectiva epistemológica que es la que se pretende resaltar aquí- no puede ser sino positiva. Tal vez en ciertos momentos se aprecie que la descripción, siempre necesaria, pesa en exceso sobre la explicación, especialmente en la segunda parte. ¿Por qué se pasa de la experiencia particular del agravio a su expresión multitudinaria y a su articulación en medidas justicieras?; ¿de qué manera los éxitos de la acción emprendida refuerzan las expectativas milenaristas de la mentalidad justiciera?; ¿qué formas de autocontrol psicológico -en esto pueden ayudar los análisis de N. Eliastienen que surgir para que la venganza salvaje se troque en acción de justicia? Tal vez, aunque no se puede estar seguro de ello, el recurso a otras ciencias sociales podría ayudar a ampliar la explicación sugerida en el libro, esto sin duda exigiría revisar críticamente las nociones de esas ciencias para ajustarlas a un campo tan singular como el de las mentalidades medievales, eliminando el demonio del anacronismo o la proyección a ese período de los conceptos utilizados para describir las "sociedades frías" estudiadas por los antropólogos. Barros tiene éxito en conjurar estos obstáculos principales en el quehacer de un historiador de las mentalidades, poniendo atención en la textura lingüística de las fuentes, atendiendo a la peculiaridad del vocabulario, las sintaxis, los dichos populares, sabiendo leer las ausencias, el sintomático rumor de los silencios. A pesar de estas cautelas tal vez se escape algún descuido; por ejemplo, ¿puede utilizarse la noción de "atentado a la libertad sexual" (pág. 203) para definir unas conductas (violación) cuyo horizonte cultural -donde imperan los lazos de parentesco- es totalmente ajeno a la "democracia sexual", a la naturaleza contractual y casi kantiana de nuestra ética en relación con el sexo? Estas consideraciones son "peccata minuta" ante un texto profundamente innovador en el campo de las mentalidades, de suma importancia para el historiador de los conflictos sociales en la Baja Edad Media peninsular, pero no menos atrayente para el especialista en historia de la criminalidad, de la condición femenina o infantil, del imaginario medieval en tomo a ciertos espacios sombríos (el bosque, la fortaleza). El largo resentimiento por los agravios mil veces recibidos, el delirio vengativo de la revuelta antiseñorial, la efigie de los bastiones en llamas, la sangre vertida y el clamor justiciero, tanto
furor y tanto ruido ahogados en los campos de Galicia, encuentran en Barros a su más justo relator.
F. VAZQUEZ GARCIA.