EDITORIAL. Estimados lectores de la revista Terral:

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EDITORIAL Estimados lectores de la revista Terral: Ya está en la red el número 10 de la revista Terral. A través de ella, de sus excelentes colaboraciones, queremos transmitiros nuestra esperanza, nuestro sueño de que otro mundo mejor es posible. Un país debe apostar por la educación y la cultura para que sus ciudadanos tengan argumentos sólidos en qué apoyar sus opiniones y decisiones. La historia está llena de grandes creaciones aún en las peores épocas. “Cuando ya nada se espera personalmente exaltante…”, así comienza el poema de Gabriel Celaya: “La poesía es una arma cargada de futuro”, que es todo un grito de reivindicación del papel que la poesía o las artes, deben tener en una sociedad libre. Como novedad presentamos una nueva sección: ”Cómo ser escritora y perseverar en el intento”. El primer capítulo “De cero a cien en la escritura”, trata de mis primeras experiencias como tal. Os animo a que nos enviéis las vuestras para que sirvan de ayuda y empuje a los escritores que empiezan. El día 20 de Abril celebraremos las II jornadas literarias en Alcaudete (Jaén). Este evento está organizado por Felisa Moreno y también colabora Terral. En la portada de la web podéis encontrar más información. La portada de este número está dedicada a Felipe Orlando, pintor, escritor y director del Museo Precolombino de Benalmádena, hasta su muerte. Agradezco la aportación económica que algunos habéis hecho para que la revista Terral continúe editándose. Igualmente damos las gracias a los que con vuestro trabajo hacéis posible esta publicación. Os dejo este correo para los que quieran hacer su aportación voluntaria. [email protected] Lola Buendía Directora de la Revista Terral www.revistaterral.com Larga vida a terral, el viento que modela las nubes

Revista Terral N. 10 ©Todos los derechos reservados ISSN 2253-9018

Edición: Lola Buendía López _ Enrique Bodero Moral Equipo de redacción: Enrique Bodero_Lola Buendía_Ramón Alcaraz_Erena Burattini

Colaboradores en este número: (Página 1) Cuadro de portada: “ Cauce Silencioso”. Felipe Orlando Diseño de portada: Enrique Bodero Editorial: Lola Buendía López Cine: Ramón Alcaraz _Ángel Silvelo Opinión: Erena B. Burattini_Jose Luis Casado Toro Crítica literaria: Ricardo Guadalupe_ Silvia Gallego

Revista Terral N. 10 ©Todos los derechos reservados

ISSN 2253-9018 Colaboradores en este número: (Pagina 2) Poesía: Remedios Álvarez_Mercedes Ridocci_Gustavo M. Galliano_Abel Santos_Erena B. Burattini_Encarna Gómez_Ángel Silvelo_Juan Disante Relatos: Carlos A. Gutierrez_Emy Luna_Esperanza Liñán_ Saturnino Rodriguez_Claudia Valeria Andrade_Juan José Roque Infantil: María Barrionuevo_ Mar Solana Flamenco: Rafael Silva Martínez_ Lola Buendía Trazos: Felipe Orlando

Revista Terral N. 10 ©Todos los derechos reservados

ISSN 2253-9018 Colaboradores en este número: (Pagina 3)

El viajero: Lola Buendía_Pepa J. Calero La otra realidad: Mariano Vázquez Alonso Diseño digital : Lola Buendía_Carmen Guerrero_M. José Moreno Maquetación: Lola Buendía López Diseño Web: Ana García ~ 644 262 880

CINE

CINEXPLICABLE (Ramón Alcaraz García. www.tallerliterario.net)

¿Sabías que los famosos Hermanos Marx fueron en realidad cinco?

Tres de ellos, los mayores, Chico, Harpo y Groucho se hicieron mundialmente famosos. Los otros dos, Gummo y Zeppo, actuaron con ellos en obras teatrales o en algunas de sus películas. Curiosamente, jamás actuaron los cinco juntos en un escenario, y los dos pequeños abandonaron pronto el oficio de actor para dedicarse a otros trabajos. Zeppo, por ejemplo, tenía especial habilidad por la mecánica y creó una empresa de armamento militar. Fue diseño suyo el sistema de argollas desde el que se lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima. También inventó un reloj que controlaba las constantes vitales y daba alarma en caso de riesgo cardiaco. Pero lo que de verdad dio fama a los Hermanos Marx fue el gran éxito cinematográfico de sus películas, interpretando papeles con los que se caracterizaron cada uno de los actores. Las dotes para la comedia y la improvisación les dieron primero notable fama en los teatros estadounidenses, lo que les llevó a convertirse en estrellas del teatro musical de Broadway. El paso del cine mudo al sonoro les supuso el salto a la gran pantalla, a la que primero llevaron dos de sus espectáculos de Broadway: Los cuatro cocos y El conflicto de los Marx, hasta llegar a un total de 15 películas juntos, entre 1921 y 1957. Después cada hermano se dedicó a actuar puntualmente como actores, presentadores, animadores, locutores y dobladores de sonido en radio, televisión, o en espectáculos ocasionales en casinos y locales nocturnos, ya fuera juntos o por separado.

Actores desde muy jóvenes, aportaron originalidad a la escena y al humor. Algunas de sus costumbres resultaban muy curiosas; Groucho, por ejemplo, llevaba puro porque lo aprendió como truco de un viejo comediante: si se olvidaba del texto o se quedaba “en blanco”, bastaba ponerse el puro en la boca y hacer como si fumara para ganar tiempo, a lo cual él añadió caminar a grandes zancadas de un lado para otro. Y es que tretas y astucias del oficio no les faltaban, porque antes de ponerse por primera vez delante de una cámara, se habían recorrido varias veces los Estados Unidos como comediantes. Al principio se formaron con grupo musical, con un nombre tan poco original como “Los cuatro ruiseñores”. Y quizá no habrían pasado de eso sin un incidente casual ocurrido en Tejas, en un pueblo llamado Nacogdoches. Una mula que se escapó por sus calles hizo tanto ruido fuera de la sala que los asistentes comenzaron a marcharse. Los hermanos Marx, molestos con aquel motivo, ajeno a ellos, empezaron a meterse con los rancheros y con el pueblo, mofándose de ellos e incluso insultándolos. Pero la forma de hacerlo resultó tan curiosa y divertida que a aquellas gentes, en lugar de pensar en lincharlos, les dio por reírse tanto que la actuación fue un éxito mucho mayor que cuando tocaban. Eso hizo reflexionar a los hermanos sobre sus capacidades cómicas y a partir de entonces decidieron explotar sus dotes para la improvisación. De ahí fueron creando sus personalidades: la del agudo e incisivo charlatán Groucho, la del “italiano” mujeriego Chico y la del estrambótico mudo (que realmente no lo era) Harpo; con un humor absurdo, caótico y cercano al surrealismo, ingenioso y reflexivo en sus disparatados diálogos, y sin renunciar a seguir mostrando sus habilidades musicales. Su influencia fue innegable para otros grandes cómicos del siglo XX; son, por ejemplo, innumerables los guiños de Woody Allen en sus películas. E Incluso para otros artistas, como el grupo Queen, que tituló dos de sus álbumes: Una noche en la Ópera y Un día en las carreras (pidiendo permiso a los Marx, por supuesto, y regalando posteriormente a Groucho uno de sus discos de oro).

Como homenaje, nada mejor que terminar con algunas de sus grandes frases: – ¿A quién va usted a creer, a mí o a su propios ojos? –El matrimonio es la principal causa de divorcio. –Bebo para hacer interesantes a las demás personas. –Jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera como miembro a alguien como yo. –Nunca olvido una cara, pero con la suya voy a hacer una excepción. –Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.

CINE AMOR, DE MICHAEL HANEKE: LA MIRADA EN LAS TINIEBLAS DE LA VIDA Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.

La luz que se refleja en la mirada de un atónito Jean-Louis Trintignant, no es sólo la muestra de la determinación de una persona que sabe que se enfrente al final. Quizá no el suyo propio, pero sí el de su vida. Una vida sin la persona que ha estado a tu lado a lo largo de los años, es como un café frío o el sexo sin amor, meras apariencias o sombras que sólo satisfacen al cuerpo, pero no al alma. Esa luz que entra por el ventanal del salón y que de una forma tan potente se refleja en su rostro, enseguida se torna turbia como una especie de tiniebla que poco a poco se posa sobre sus días y los de Emmanuelle Riva; en una sucesión de acontecimientos vitales, que por sí mismos son inofensivos, pero que concatenados se convierten en letales. Pero quizá, esa mirada, también se interrogue el porqué de su final. La luz de la música, del ingenio, del amor… se pierde en la oscuridad del tiempo y de los días; acabar así... ¿es obligado acabar así? Michael Haneke una vez más deposita en la cotidianeidad del día a día, y en su inofensiva presencia, el terror del paso del tiempo y sus consecuencias. Actos en apariencia impunes se convierten en letales ante los ojos de Haneke que, rodea de silencios y espacios vacíos, las preguntas que nos van surgiendo a medida que el film va avanzando; lento, pero seguro hacia un final trágico. Nada es fútil en el manejo de los tiempos del cineasta austriaco, ni la luz, ni la perseverancia de los sentimientos últimos del amor, pues todo está al servicio de la mirada en las tinieblas de la vida. Nuestra llama se extingue y ahí está su cámara para captarlo todo y dejarle al espectador que saque sus conclusiones. Nada sabemos del pasado de los protagonistas, ni por qué su hija no les visita más a menudo, o no se impone a la hora de trasladar a su madre a un hospital. Todo está impostado y a la libre elección del espectador que, a medida que avanza la narración, se da cuenta que eso es lo menos importante, porque lo que de verdad importa es lo que sucede en un lento devenir que se convierte en trascendente, vital, único y nada caprichoso, porque cuando la luz de nuestra mirada se apaga, también lo hacen los sentimientos, el recuerdo y la vida.

Para traspasar todas esas fronteras, asistimos al levantamiento más íntimo y egoísta del ser humano; el de su privacidad y el de ser uno mismo ante la mayor de las adversidades. Sin experiencia o con ella, la dignidad y humanidad de Trintignant es conmovedora. Su mirada, sus silencios y esos porqués sin respuesta, le convierten en un héroe ante la muerte y el final de él y de ella. Soberbio en sus movimientos, matices y en esa mirada suya que se pierde en el infinito de sus recuerdos. Es con todos esos elementos interpretativos, con lo que nos hace revivir su tragedia a unos niveles majestuosos, como si un tsunami se apoderada de nosotros. A su lado, una no menos soberbia Emmanuelle Riva, digna de los mayores elogios, pues las muestras de sus discapacidades, no son suficientes para que su mirada se apodere de nuestros corazones. Dignidad y valentía para dar y tomar, como la más auténtica de las lecciones de la vida. La vida es larga, dice Riva, cuando le pide a su marido que le acerque los álbumes de fotos, en un último intento por recordar quién fue y cómo amó en su juventud. Un brillo, el de entonces, que todavía permanece en esa expresión que no termina de presentar el armisticio final a su existencia. La vida es larga, parece recordarnos con el brillo de su mirada, y a pesar de su trágico final, merece la pena vivirla.

Opinión ¿Fumar o no fumar? Esa es otra cuestión. Erena B. Burattini

Después de aquella primera ley que prohibía fumar en locales abiertos al público, con ciertas salvedades, se aprobó la llamada nueva ley antitabaco más restrictiva, que anulaba las excepciones. La salud ante todo. Sin embargo, hoy sorprende que el gobierno de Madrid esté dispuesto a adecuar la ley antitabaco para el complejo turístico y de ocio (vaya definición para el macro complejo de…), llamado EuroVegas que se instalará en Alcorcón. Allí se podrá fumar (es lo que se afirma de momento) por solicitud o imposición

del

señor

inversionista

Adelson). ¿La razón?,

(Sheldon

el resultado de una

estadística efectuada en los casinos españoles que reflejó una reducción de ingresos a partir de 2011, fecha en que entró en vigor esa nueva ley. Resulta más que curiosa esta preponderancia de la rentabilidad en menoscabo de la salud ante un inversor de peso pesado. En cambio ante inversores de peso pluma o escasa pluma nadie pierde el sueño, ni siquiera si estos empresarios se enfrentan al cierre de sus negocios. Los pesos pesados flotan, y con ello rompen… las leyes físicas. Olvidaba comentar que esta nueva ley antitabaco (Ley 42/2010 de 30.12.2010) no puede ser modificada en sentidos menos restrictivos por las comunidades, sino al contrario, por ser una ley de bases. Me pregunto cómo arreglarán el entuerto. Lo que me queda claro es que el poder del lucro influye hasta en la salud, puesto que donde el dinero corre a raudales, el humo no hace asco ni tampoco mata.

Opinión EL NUEVO I.V.A, QUE PENALIZA AL CINE EN ESPAÑA. José L. CASADO TORO

Parece una situación surrealista o un tenso relato de misterio o intriga. Me refiero a la experiencia de ser el único espectador en una sala cinematográfica. Y ha ocurrido alguna vez. Y sigue ocurriendo. Pero tal vez lo más preocupante sea asistir a una película de estreno acompañado, un día tras otro, por muy escasas personas en las abandonadas butacas. Ello provoca un ambiente curiosamente frío y desangelado, cuya única ventaja es poder sentarte en aquella localidad que más te agrade, sin nadie que moleste en tu necesaria concentración. De todas formas, el coste de proyección es el mismo para una decena de personas que para ochenta o ciento cincuenta. Viendo ese panorama desolador de los asientos vacíos, imagen cada día más frecuente, llegas a plantearte, una y otra vez, el mismo raciocinio. ¿Por qué las empresas no establecen unos precios superreducidos (un par de euros, por ejm. o incluso menos) a determinadas horas y días de la semana, a fin de que los pensionistas, los escolares o las personas que sufren el paro laboral, vayan llenado estas localidades desiertas y desoladas en la orfandad de los cines? Los beneficios que reportaría esta inteligente actitud sería, a no dudar, importantes en su heterogénea significación. Mejoraría la recaudación; habría más acceso a la cultura; la industria del cine se dinamizaría al incrementar sus recursos y, especialmente, no tendrían que echar el cierre definitivo tantas salas, en el centro y el extrarradio de las ciudades. Y, sin embargo, en esta muy grave etapa de contracción económica, la desacertada política gubernamental que padecemos decide incrementar del precio del I.V.A. en el cine, pasándolo del 8 al 21 % desde principios de septiembre del pasado año. Subir un 13 % el coste de la asistencia a un espectáculo cultural supone, por término medio, que la entrada incremente su costo un euros más, como mínimo. En este sentido, ir al cine los fines de semana, festivos y vísperas, supone ya, como media, 8 euros. Podemos hacer cuentas. Una familia, con dos hijos, pasa por taquilla. Adquiere cuatro entradas y algunas palomitas y refrescos en el ambigú correspondiente. Ha tenido que desembolsar por todo ello una cifra que supera los cuarenta euros. Si asiste al cine entre lunes y jueves, el costo se reduciría entre cuatro y seis euros. Aquí en Málaga resulta muy difícil encontrar un precio de entrada que baje de los 5.50 euros. En consecuencia, la escasa inteligencia empresarial, junto a la “salvaje” voracidad gubernamental, provoca

que muchas personas vayan abandonando su asistencia a las salas donde aún se proyecta cine. Como consecuencia, sufre la importantísima difusión de este importante producto cultural sobre la ciudadanía; las propias empresas venden sus locales para levantar en ellos viviendas y todo tipo de comercios; la profesión de actor entra en la tenebrosa senda del paro laboral, pues se ruedan menos películas; y, no pocos, han de acudir a la solidaria fuente on line de Internet, a fin de usar sus materiales de forma gratuita. Consultando los datos, precisamente en las redes de Internet, nos damos cuenta que España, en estos momentos, es uno de los países que más elevado tiene el precio del IVA sobre el cine. (Suiza 2%; Luxemburgo, 3%; Holanda y Bélgica, 6%; Francia y Alemania, 7%; Irlanda, el 9% al igual que Gracia y Finlandia; Italia y Austria, 10 %, Portugal, el 13 %; España (hay que repetirlo, el 21 %). Es evidente que a nuestro actual Gobierno le preocupa más salvar y estimular otros sectores empresariales, como esa banca traicionera, que facilitar el acceso de la ciudanía a esa mágica “maquinaria” para la cultura democrática (reflexión, distracción, imaginación, educación, documentación, lectura visual, diálogo, narrativa, y, por supuesto, trabajo) que es, para nuestra fortuna, el muy bien denominado “séptimo arte”. Verdaderamente no se entiende que un Ministro dinamizador de la Cultura, acepte firmar un encarecimiento tan elevado para un medio generador (está en su más íntima naturaleza) precisamente de cultura. ¿Es que molesta el cine, por su irrenunciable denuncia de tantos desafueros, desde la óptica democrática de la formación ciudadana? Desde luego, el criticismo progresista de los actores es mayoritario y difícilmente controlable, aunque en el sector hay también, lógicamente, posicionamientos ideológicos muy alejados de ese progresismo social. Hay que lamentarlo, y denunciarlo. Nos hallamos ante una demencial y absurda decisión (una más, y van….) de un gobierno obsesionado ante las cifras del déficit público, dejando en el camino testigos para el infortunio, como es el empleo, la sanidad, la educación, las infraestructuras, el comercio ….. y, ahora también, el cine. Siempre es bueno que exista el romanticismo para la utopía. Por ello, desde estas líneas se reclama a esos gestores que rectifiquen. Se están, patéticamente, equivocando. Analícense los resultados. De todas formas, muchas utopías fueron el inicio esperanzado de fructíferas realidades. A pesar del IVA, yo iba y pienso seguir disfrutando con mi filial asistencia al cine.-

Crítica literaria El El viajero viajero del del siglo, siglo, de de Andrés Andrés Neuman Neuman Ricardo Ricardo Guadalupe Guadalupe

¿Recordáis ese cuadro, icono del Romanticismo, de un hombre de espaldas en lo alto de una montaña? Se llama “El viajero contemplando un mar de nubes”. Y bien podría haber sido la portada del libro del que os quiero hablar: El viajero del siglo. Se trata de una novela romántica. Pero no exclusivamente en el sentido amoroso del término, sino en toda su amplitud. La historia que nos cuenta rinde homenaje y reivindica todos los principios y valores del movimiento cultural y político que significó el Romanticismo: Ruptura de moldes, búsqueda de la libertad, exaltación de la naturaleza, protagonismo del yo, independencia, liberalismo político, atención a los desfavorecidos, arte instintivo, primacía de la obra abierta e inacabada frente a la concluida y cerrada, revolución de los sentimientos, amor libre,… Y para ello la narración se sitúa en Alemania, cuna del Romanticismo, en pleno auge del movimiento, que se desarrolló durante la primera mitad del siglo XIX. Así que, por ese lado, podría considerarse una especie de novela histórica. En cambio, por otro lado, la novela coquetea con la fantasía, se hace rodear por un halo de cuento de hadas. Y no es que aparezcan animales que hablan o brujas pronunciando conjuros, pero sí varios elementos que remiten a la morfología de dicho género. Por ejemplo, y para empezar a enumerarlos, la historia transcurre en un lugar que no existe, Wandernburgo, que además es una ciudad que se desplaza y de la que nadie se va. Los personajes son paradigmáticos, universalmente reconocibles: el rico, el pobre, “la princesa”, el pretendiente foráneo, el amigo,… El famoso “Érase una vez” sería aplicable, puesto que no se definen las fechas concretas de la acción. Y el marco espacio-temporal en el que se mueven los personajes es prácticamente inmune a lo que pudiera ocurrir fuera de él, no hay una influencia directa del exterior, ni siquiera del pasado del personaje principal. Es un relato endogámico. Particularmente curioso es el último de los elementos mencionados; que el protagonista sea un hombre sin pasado (al menos para el lector), le es muy útil al autor para empezar de cero el relato, aunque ello le vaya a costar que el inicio sea lento. Además, esa falta de pasado del protagonista la va a suplir con otro pasado, el de todos nosotros, el de los cambios que vive Europa a raíz sobre todo de la revolución francesa. Pero esta mirada atrás y revisión del pasado no impide a la novela transmitir a la vez un espíritu joven e incluso optimista. El tono del libro está dotado de una vitalidad que es de agradecer dado el panorama literario, mayoritariamente

agorero. Por otra parte, el pasado siempre aporta la solidez de lo ya ocurrido, y si lo ya ocurrido es el Romanticismo, la referida solidez va a venir acompañada de la distinción y estética de aquella época. Otra ventaja es que un culto traductor como es Hans, el personaje principal, va a destacar antes en aquel entonces que en nuestros tiempos, en los que afortunadamente la cultura está democratizada, algo que, por cierto, hay quienes intentan ahora que no sea así. Decía que Hans es traductor, como lo es Andrés Neuman, quien justamente el mismo año que comenzó a escribir El viajero del siglo publicó la traducción de un poemario titulado “Viaje de invierno”, obra de un poeta romántico alemán. Blanco y en botella, ¿no? Parece claro que la traducción participó en la gestación de la novela. Y puede que por ese motivo viera adecuado corresponder y servirse de Hans para celebrar el oficio de traductor. De veras que es contagioso el entusiasmo que vuelca el protagonista en su trabajo. Ni que decir tiene que todas las traducciones que van apareciendo a lo largo de la novela son del propio Neuman. Y con la excusa de las traducciones, de paso el autor nos está brindando la lectura de una selección de poetas europeos, del Romanticismo y anteriores. Y si para ofrecernos la selección poética se vale de las traducciones, para ofrecernos sus reflexiones se vale principalmente de un fenómeno que caracterizaba los encuentros de los intelectuales románticos: la tertulia. Hans es un contertulio extraordinario. En realidad casi todo lo que hace se le da igual de bien. Ese sería precisamente su único defecto. Entre las cosas que se le dan bien no podía faltar el amor, porque no olvidemos que estamos ante una novela romántica, y no hay novela romántica que se precie como tal que no contenga una gran historia de amor. El nombre de su amada es Sophie, ella sería la princesa de los cuentos de hadas. Hans su pretendiente, armado no con espada y lanza sino con algo más poderoso: la palabra. Y lo que en nada va a tener que ver con el casto beso de los cuentos de hadas será su unión sexual, una relación muy real, de carne y hueso y mucho placer. Y de indudable valor literario. El conflicto más importante vendrá dado por la propia idiosincrasia de Hans, que, como buen romántico, es puro viento. Él mismo lo explica muy bien con la siguiente frase: «Cuando estoy mucho tiempo en un mismo lugar noto que veo peor, como si empezara a quedarme ciego». Por favor, volved a leerla, tiene sabiduría la frase. El viajero del siglo fue Premio Alfaguara de novela 2009. Y su mayor premio está en sí mismo. Este libro es un cofre.

Reseña literaria

ANTONIO SOLER: UN MAESTRO.

Silvia Gallego

Este escritor malagueño, nacido en 1956, también ha sido guionista de cine y televisión y colabora habitualmente en la prensa. Otro proyecto interesante en el que ha colaborado ha sido el volumen colectivo titulado Dieciocho relatos móviles, en ellos aparece el teléfono como canal de comunicación habitual y parte integrante de la literatura. Esta edición limitada reúne firmas tan singulares como Espido Freire, Soledad Puértolas, Juan Manuel de Prada, Rosa Regás, Ana María Moix, Luisa Castro… Su vertiente más pública es controvertida, algunos críticos consideran que está más preocupado por mantener la tensión en su escritura que por el número de ejemplares vendidos. Sus obras han recibido buenas críticas... sin embargo ha pasado desapercibido para el público. En la presentación del Espiritista melancólico afirmó “La literatura poco tiene que ver con los números”. En una entrevista destaca en el panorama de la narrativa actual a Marsé, Caballero Bonald, Luis Mateo Díez… en general. Entre sus favoritos Shakespeare, Dostoiewski, Faulkner y Ana María Matute. En 1992 escribió un libro de relatos, Extranjeros en la noche, y al año siguiente la novela Modelo de pasión (que obtuvo el Premio Andalucía). En 1995 escribió Los héroes de la frontera, un itinerario por el lado salvaje de la vida y de la literatura. Un ciego obsesionado por su vecina descubre un asesinato y la chantajea. Su confidente es un curiosísimo personaje, un escritor fracasado. Su siguiente libro, Las bailarinas muertas, de 1996 consiguió el Premio Herralde y Premio de la Crítica. Un adolescente recibe cartas del hermano que se ha ido a bailar a un cabaret de Barcelona. Percibe esa vida intensa cargada de falsedades. En palabras de Caballero Bonald se consagra como uno de los mejores escritores de su generación. En 1999 presentó El nombre que ahora digo y en el 2001 El espiritista melancólico. El siguiente libro, El camino de los ingleses, obtuvo el Premio Nadal en 2004 y fue llevada al cine por Antonio Banderas, con el guión de Antonio Soler. Combina con maestría diversos registros lingüísticos, equilibra los momentos de violencia con los de mayor ternura y erotismo (tríos, la sugerencia de unas uñas pintadas, un olor…).

Su voz narrativa se inserta en la tradición cervantina y quevedesca (sus juegos dialógicos, sus contrastes, su dominio lingüístico). La predilección por personajes con dificultades físicas o psíquicas (enanos que aparecen en distintas novelas, enfermos mentales…) o la caracterización marcada por un rasgo o comportamiento muy particular nos recuerdan la prosa galdosiana. Rasgos románticos son el enfrentamiento con el mundo, el cumplimiento del “fatum” y el hastío vital (“tedio amargo” que acuñó Meléndez Valdés). La descripción de ambientes sórdidos, canallescos… están en la línea de Valle-Inclán, Cela… Antonio Soler humaniza personajes degenerados, nos muestra sus angustias. Destacan las descripciones costumbristas: “volvía a mirar al Balito y a las paredes, el almanaque, el altillo con la bicicleta desguazada y las cajas apiladas”, una tienda denominada “El sol sale para todos”… La influencia de Marsé es muy marcada en cuestiones de identidad y la importancia del nacimiento…. También en personajes relacionados con Últimas tardes con Teresa: María José la Pija que se va a Barcelona y deja una foto en El camino de los ingleses, y el señorito con dinero, Bielsa, en El sueño del caimán. La recreación de su Málaga natal (aquel “Territorio Soler” que acuñó el periodista José Castro) tiene que ver con la Barcelona mítica recreada por Marsé, un marco adecuado para un universo narrativo propio. El camino de los ingleses contiene fragmentos de gran lirismo, la poesía adquiere un poder similar a la catarsis, salva el recuerdo a pesar del dolor y la melancolía. Dulcifica comportamientos, salva del tedio. Incluso a esa función de la literatura en general parece aludir el narrador: “Al recordar aquel tiempo voy resucitando una parte de mí mismo”. Destaca la visión particular de ese narrador que conoce por lo que se decía en el pueblo, por lo que le han contado muchos años después. Se permite avanzar algunas sensaciones y cuestionar algunas de sus fuentes. Nos conmueve ese “poeta que no escribió ningún verso” que identifica la poesía con la Divina Comedia de Dante, un libro que le regaló un señor antes de morir. Por supuesto, enamorado locamente de su “beatrice”. La intertextualidad es muy marcada en ciertos pasajes, inserta por ejemplo: “Mi deseo estaría satisfecho sabiendo la fortuna que me aguarda”. En muchas ocasiones aparece la venganza por la propia intrahistoria de la vida, la pasión a la huida, la reconciliación con el pasado, la marca indeleble de ciertos episodios de nuestra vida, la rebeldía de mantener la libertad… Sobresale, en ocasiones, la Metalepsis o alusión a la propia labor de escritura: “quizá entonces empezara a fraguarse el propósito de vencer aquellas desapariciones y sacar a la luz algún día, más de veinte años después, aquel paisaje del cual empezaba a retirarse el sol… para no volver hasta mucho tiempo después”. Nos llama la atención su cuidada selección léxica: “realidad líquida”, “auscultando los silencios de la noche”, “olor salado”, “pechos rozando, tenues,

contra la camisa blanca –seda, flum-flum, flum, flum, seda-, “amasijo de camisetas”. La plasticidad de sus imágenes resulta llamativa: “llevando plomo y miedo en los bolsillos” En mi opinión, consigue un universo narrativo diferenciado, una voz peculiar –entre cálida y dura- que cautiva al lector. Tiene conciencia del valor estético que maneja, domina una prosa cuidada, sensorial, sugerente… con muchos contrapuntos tragicómicos de la mejor raigambre. Ha sido calificada por algunos críticos como intensa, exuberante, controlada… Antonio Soler identifica escribir con respirar, señala que con sus libros quiere aportar una mirada personal sobre el mundo, hacer pensar, vivir otras vidas, conmover… Ojala, no nos ocurra como a su último protagonista, ojala podamos seguir creyendo en las palabras.

http://bosquemarlunado.blogspot.com

Poesía Hay que suponer Juan Disante .

Supongamos que usted una mañana se despierte, se siente en el borde de la cama, se mire el cuerpo, se estire como un gato y apretándose el riñón con su índice diga bueeéh...! Supongamos que una mañana usted se despierte... poeta. Supongamos. Que deposite una gota de esternón sublingual, confine el regreso de un deseo y frente al ingreso ventanal del sol se hamaque. Que levante las cuatro sotas que dejó tiradas anoche, le recorte los tacones y al periódico del día lo salpique con mate cocido y porfía. Que le den ganas de dibujar bocas y zapatillas, dejar escapar todos los adjetivos por las mirillas, perseguir en paños menores a la metáfora menor por toda la casa. Supongamos que de repente se le aparezca la letra jota ¡minúscula! y aquella vieja historia de la música secrete. Que los sedimentos sedimenten, los nutrientes refrigeren, los amores platonicen, los perdedores ironicen. Digamos... que a usted no le interese más otra cosa que la semilla, el desentono, quebrar el semen. Querrá fatigar el suburbio si devino poesía, resoplar su potrillo, destemplar. Vamos a suponer que sale a la calle en puntas de pié, que salude cortésmente a una señora con sombrero. "Buon giorno" y en vez de una flor le obsequie un soliloquio.

Por un momento, supongamos que al doblar la esquina del buzón vienen a su encuentro Alejandra Pizarnik del brazo de Julio Cortázar, lo besen como a un viejo cómplice y se vayan los tres abrazados hasta la última mesa de un bodegón malhablado a describir, muertos de risa, el rechinar de los pecados que pasan en fila india... uno a uno... sin demudarse. Piénselo. Una mañana desatinada usted debería suponer.

Prosa poética LUCES DETRÁS DE TI Ángel Silvelo

Los planetas giran en un eje que se parece mucho a ti. Te mueves con tanta soltura sobre el escenario que apenas te reconozco. Recuerdo cuando soñábamos con el infinito, y bebíamos en todas las fuentes, y vaciábamos nuestros bolsillos sin saber que estaban rotos. Los planetas marcan la distancia que existe entre nosotros, y tú te conformas con soltar un millón de cometas con forma de soles estrellados. Las teclas del piano suenan huecas y sus acordes se alejan de nuestras vidas. Todos te miran mientras corren a tu alrededor. Hay muchas luces detrás de ti. Emiten destellos que ciegan mis ojos y detienen el tiempo. Los soles se convierten en estrellas y se pierden en un incierto infinito. Miro al escenario y está vacío. Los planetas son verdes y tus ojos se convierten en lagos. Hay azul por todas partes y ciudades sin colores.

Poesía LOS DIENTES DEL INFIERNO Mercedes Ridocci.

Te fuiste al mediodía atravesado por la sombra vertical del tiempo, llevándote mi sangre llorando en tus labios, olvidando que en mi cuello blanco dejabas marcada para siempre la huella de los dientes del infierno

NUNCA PASIÓN NUNCA Gustavo M. Galliano

Se rebeló a creer en un Dios, omnipotente y jactancioso, y su hoy pagano se arrodilla, ante una cruz, una equis, una esfera. Deseó llegar a ser inmortal, y se tatuó el rostro de Dorian Gray… hoy gime sus lamentos, marcando en el fango su desliz. Se rebeló a creer, creyendo, bebió de su propia bilis candente, se arrepintió y gimió, titubeante, más no hubo ángeles insurgentes. Se despertó y encontró despojos de Sol cocinando una aurora pretérita y ausente, pidió perdón, masculló disculpas, pero era tarde para creyentes o augures. Se lamentó por no creer en algún Dios, se lamentó por deambular en solitario, solo y cansado se entumeció, masticando gusanos, en sombra peñasco, cima hosca de montaña.

Poesía LO DIFÍCIL ES SALIR ENTERO DE UNA HISTORIA DE AMOR Abel Santos

-He conocido a una mujer. De esas compañías que te hacen pensar. -¿Y cómo es? -Es inteligente, sana, algo melancólica. Pero de una belleza a todas luces cautivadora. -Creo que la conozco. -No. Pero la conocerás. -¿La conoceré?... ¿Y cómo se llama? -Soledad.

MUSA DE TEMPORADA Erena B. Burattini

En un rincón De mi mes Floreces, Musa de temporada. Sin pausa, sin prisas, Del verde al azul Escalando vamos. De tus rizos floridos, Jacinto, Desgránanse mis versos

Poesía

¿Qué haré contigo? Remedios Álvarez

No sé si mutilar el “ti” y quedarme con el “congo” que aunque cambió el nombre sigue siendo una tierra de embrujos para los que viven la esencia. O dejar a un lado el “con” para disfrutar con “ tigo”, abandonando los lazos . Podríamos probar sólo “con” pero me sentiría atada, y de ninguna manera obviaría el “go” porque sin él no podría ir a ninguna parte. Dime, pues, ¿qué haré contigo?

Poesía LA DELICADA LUZ DE LA ROSA ENCARNA GÓMEZ VALENZUELA

Me sumergiré en el verde febril de los pinos para sentir la delicada luz de la rosa, anclada en el rosal de los sueños y para beber su dulce néctar en el cuenco de tu mano.

Dibujaré pájaros en tu pecho para soñar primaveras y nubes surcando el espacio de tus infantiles sueños. Soñar para recordar el tiempo de nuestros deseos o soñar para vivir el futuro que anhelamos.

Duerme el viento, atrapado, en tu ensortijada cabellera negra y allí, como un alondra, detiene su grácil vuelo. La blanca luna te deparará la hermosura de una plácida noche de sueño y de luz de plata en los valles del amor profundo.

No te precipites corazón, la noche prolongará tus sueños y dibujará los luceros de la aurora en el quicio de tu puerta

Relato Inocencia Perdida Carlos A. Gutierrez

Lo que recuerdo de ella son sus pantalones arremangados hasta la rodilla. Sus pantorrillas y pies desnudos eran exclusivamente para mí, y sólo para mí, aunque fueran por unos momentos, míos y de nadie más. Siempre sucedía a la misma hora, por ahí de medio día, una o dos veces a la semana, mi madre ya me había bañado y dado el desayuno. Yo hacía tiempo, tirado en el suelo del salón de casa jugando con carritos o aviones, atento, esperando el ruido de las cubetas de plástico, el chirriar de la llave del agua, las cubetas estrellando contra el agua de la pileta de piedra roja de cantera. La radio sonaba de fondo, era ella quien la encendía, y yo quiero creer que disfrutaba lavando el patio porque cantaba. Cuando lanzaba las primeras cubetadas y éstas hacían splash contra el suelo, también de piedra roja, yo ya estaba instalado y guarecido en mi secreto rincón, con los ojos bien abiertos entre las rendijas del hueco de la lavadora. Ella esparcía un poco de jabón en polvo y comenzaba a fregar con la escoba, la espuma crecía entre sus pies y yo apretaba las piernas al verlos, no tenía más ojos que para los pies de Yolanda, sus pies eran mi todo, quería besarlos, acariciarlos. No sabía qué día de la semana era porque aún yo no conocía los días de la semana pero lo esperaba con devoción. La señal para dejar absolutamente cualquier juego o pasatiempo era el ruido de las cubetas y la radio. Supongo que Yolanda era una joven ama de casa, no lo sé. Cuando platicaba con mi madre por el vecindario, en el mercado o en la calle, yo veía para arriba sus caras y de forma discreta bajaba la mirada para buscar y concentrarme en sus zapatos y el secreto que guardaban, intentar traspasarlos con la mirada, eran momentos de gran ilusión y placer. Un placer que era culminado hasta la siguiente lavada de patio. Dicen y todo mundo habla de la pérdida de la inocencia como un momento puntual en nuestras vidas. Yo no creo que sea así. Al menos en mi caso la he ido perdiendo a cachos, y aún la sigo perdiendo. Quizá los pies de Yolanda fueron el primero de ellos. Nos mudamos muy pronto de esa vecindad con patio común, yo lloré y lloré. Mi madre, mis tías y mi yaya decían que era normal, que me había encaprichado con esa casa y temía una nueva, pero yo era el único que conocía la verdadera razón.

Relato

VECINO DE BANCO Esperanza Liñán Gálvez

La tarde empezó a caer y las sombras fueron ocupando poco a poco el lugar de los últimos rayos de sol, mientras sus pasos lo llevaron en busca de un sitio hacia el único banco de la plaza que estaba casi vacío. En una de las esquinas había sentado un señor mayor, más o menos de su edad. Le echó un vistazo antes de darle las buenas tardes; su aspecto era serio y taciturno, con la mirada perdida. No le respondió y sus ojos tampoco pestañearon. Tomás no tenía muchas ganas de hablar, solo quería evadirse de la algarabía juvenil de los alrededores. Su vecino de banco seguía en silencio, a pesar de que le hizo un comentario sobre el frío invierno que estaban padeciendo. Miró sus pies y vio que calzaba sandalias. Enseguida pensó que debía ser extranjero; porque eran los únicos capaces de llevarlas como algo habitual en el mes de Enero, pero no usaba calcetines. Ante el pertinaz mutismo de aquel hombre, siguió recorriendo con la mirada su indumentaria: pantalón ligero, camisa de manga larga, puños vueltos y desabrochada hasta el segundo botón; rodeando un cuello ancho, como cincelado a propósito para sostener aquella inhiesta y calva cabeza. La expresión de su rostro demostraba carácter y a la vez una profunda tristeza. Miró sus manos, grandes y fuertes, surcadas por los caminos del tiempo; pero no eran como las suyas, callosas por el duro trabajo del campo. Sostenía con desgana un cuaderno en la mano izquierda y un lápiz en la derecha. Tomás le preguntó que si llevaba allí mucho tiempo, y no le contestó. Sacó su paquete de cigarrillos, hizo el gesto de ofrecerle uno y tampoco obtuvo respuesta. Pasados unos minutos escuchó una voz grave y algo lejana. Era de quién estaba al otro extremo del banco, que al fin había decidido hablarle. —Estoy harto de estar aquí sentado mirando como un lelo la plaza y el obelisco de Torrijos. Nací en este barrio hace mucho tiempo. He sido ciudadano del mundo. No

conocí el aburrimiento en mi vida. Fueron muchas las mujeres que amé y me amaron; todo para terminar igual que tantos viejos, dando de comer a las palomas. Tomás volvió la cabeza sorprendido por la larga parrafada de su hasta entonces silencioso vecino de banco y le contestó: —Eso tiene solución, pues márchese usted si no le gusta este lugar. Personalmente creo que esta plaza tiene un encanto especial. Es alegre y me trae maravillosos recuerdos del pasado, a la vez que llena de vida mi presente. —Para un rato está bien, pero ya hace mucho tiempo que estoy aquí. Mi sitio no es éste, yo debería estar en mi estudio rodeado de lienzos, oleos y pinceles. Echo de menos el olor a trementina, como tantas otras cosas... — ¿Es usted pintor? —Lo fui, pero he tenido que abandonar mi profesión por adversidades del destino. Mi familia parece estar conforme con esta nueva etapa que han resuelto para mí. —Tenga en cuenta que con los años ya no podemos hacer nuestra vida normal, nos falta fuerza y vitalidad. —le dijo Tomás a media voz, como queriendo endulzar con sus palabras la amargura que desprendía aquella queja. — ¿Me ayudaría usted a cruzar la calle? Quiero llegar a la puerta de ese museo y a partir de ahí, puedo ir solo hasta mi casa. —Por supuesto, pero si vienen a buscarlo y no lo encuentran, su familia se alarmará. —No se preocupe por eso, ya le dije que mi casa está cerca, pero necesito caminar un poco para desentumecer este viejo cuerpo. Tomás le ayudó a cruzar la calle. El trayecto era corto e iba notando a cada paso que su acompañante mejoraba la rigidez de sus piernas. Apoyó torpemente su recio brazo derecho, y a medida que adquiría seguridad empezó a soltarlo. —Ya hemos llegado vecino, ¿quiere que le acompañe hasta su casa? Por cierto, me llamo Tomás. —No hace falta, ha sido mucho más fácil de lo que esperaba. Le agradezco enormemente el favor y me gustaría que recibiera esta libreta y el lápiz, como un presente de Pa..., Paco es mi nombre.

—De nada por la ayuda y no es necesario que me haga ningún regalo, aunque veo por su cara que no aceptará una negativa; de modo que gracias por el detalle. Quizá nos veamos otro día por la plaza y hablemos de nuestros tiempos. Se estrecharon la mano y Tomás sintió ese apretón como uno de los más sinceros y enérgicos que recordaba. Siguió su camino meditando sobre la suerte que tenía de sentirse útil todavía y estar rodeado de su familia; con el regalo de aquel enigmático hombre bajo el brazo. Al día siguiente y en primera página, se publicaba esta noticia en los periódicos locales: «La pasada noche desapareció la estatua en bronce de Picasso que estaba sentada en un banco de la Plaza de la Merced, frente a su casa natal, desde principios de Diciembre de 2.011. Las autoridades malagueñas solicitan a los ciudadanos toda la información que puedan aportar para su hallazgo».

Después de leerlo y con una amplia sonrisa, Tomás dobló el periódico y lo colocó debajo de su nuevo pisapapeles: era de bronce y tenía la forma de una libreta con un lápiz encima, mientras susurraba al aire estos pensamientos: —Bien por ti, Pa..., Pablo. Una cosa es estar un rato en la plaza tomando el sol cuando te apetezca y otra muy distinta seguir ahí inmóvil hasta la nueva remodelación urbanística o para la eternidad. Además, siempre tuviste fama de ser «culillo de mal asiento».

* Este relato es, y espero que siga siendo ficción. Me lo inspiró el semblante melancólico de la estatua de nuestro malagueño y universal pintor, que no parece estar contento sentado en su banco. Seguro que si pudiera, y haciendo honor a su reputación, pondría los pies en polvorosa.

Relato Remordimiento Emy Luna

Todo comenzó con la sospecha de que el mosquito que llevaba tantas noches martirizándome era, ni más ni menos, el espíritu de nuestro perro. Copy había muerto hacía un año y faltaría a la verdad si dijese que fue por causas naturales. Decidimos, más por mi parte que por la de mi marido, que sus días habían terminado cuando, a la edad de catorce años, la ceguera, la sordera y la imposibilidad del animal de contener sus desechos naturales comenzó a hacerse patente a todas horas sobre la alfombra del cuarto de estar y junto a la pata de mi sillón preferido. En un acto de caridad y de manera unilateral, opté por aliviarle el dolor que el deterioro le ocasionaba. Para cuando llegué a tan extraña conclusión con el mosquito, ya llevaba varias noches sin pegar ojo. Al principio achaqué la presencia de mosquitos en pleno invierno al cambio climático. Las temperaturas eran inusualmente altas para la época y, al igual que me extrañó la presencia de campanillas blancas sobre la tapia del cementerio viejo en pleno mes de noviembre, la aparición de estos insectos en esta época del año bien podría responder a las mismas causas. Aparté de mi mente estos pensamientos, pero según avanzaban los días y mis ojeras aumentaban –además del recuerdo de Copy y la picazón que los ataques del insecto dejaban en mis brazos –todo se fue relacionando. Descubrí que mis hábitos iban cambiando a marchas forzadas. Durante el día, el mosquito permanecía escondido, a salvo de mis inquisitivas miradas. Me dediqué en cuerpo y alma a revisar las cortinas de mi dormitorio, a mirar debajo del sillón descalzador, la cómoda del abuelo y las mesillas de noche. Una especie de fiebre de limpieza me obligó a pasar la aspiradora bajo la cama más veces de lo normal. La obsesión llegó al punto de fumigar varias veces la habitación y a cerrar las persianas y la puerta a cal y canto para impedir al insecto que alcanzase el aire limpio y, con él, su salvación. Colocaba una toalla húmeda bajo la puerta en un intento desesperado de limitar sus posibilidades de huida y me marchaba a continuar con el resto del trabajo doméstico.

Mientras pelaba las patatas o fregaba los platos, mi mente imaginaba todo tipo de escenas macabras en las que el mosquito perdía sus alas o caía sin conocimiento sobre mi colcha blanca de algodón. A veces, sin poder soportar más la incertidumbre, caminaba de puntillas hasta mi habitación y pegaba el oído a la puerta con la vana ilusión de oír sus estertores agónicos. Pasaron semanas sin que la situación cambiase excepto en mi ánimo. Cuando mis hijos, ya independizados, o mis padres, me preguntaban, en las escasas visitas que les hacía, por mi delgadez y mi mala cara, les contestaba que no dormía bien o que tenía la digestión pesada. Lo cierto es que cada vez salía menos a la calle, salvo para comprar en la droguería envases y más envases de antimosquitos, a tal punto de suscitar la curiosidad de la cajera del supermercado, que se tragó la historia de que eran para una ONG que los mandaba al África tropical. La estrategia del mosquito también se fue adecuando a mis cambios, y él iba haciéndose más fuerte a medida que yo me debilitaba. Ya no sólo me molestaba durante la noche, sino que hizo su aparición durante la siesta, momento que yo aprovechaba para resarcirme del insomnio a que me sometían sus molestos zumbidos. Tuve que trasladarme al sofá del cuarto de estar, buscando el necesario descanso; pero el insecto se atrevió a ampliar el límite de sus dominios persiguiéndome hasta allí y mirándome amenazante desde la tulipa de pergamino de la lámpara. Si, haciéndome la valiente, simulaba cerrar los ojos rendida por el cansancio, en cuestión de segundos lanzaba su ofensiva contra mí zafándose de mis temerosos manotazos. Sentía sobre mí la caída de la tarde como la peor de las amenazas y retardaba varias horas el momento de acostarme, amparada en mis labores. Llegaba al dormitorio de puntillas y con la cara oculta por la bata, esperando que no me reconociese. Incluso nos cambiábamos a oscuras de un lado a otro de la cama mi marido y yo, pero nada conseguía engañarlo. A él nunca le atacaba, sólo a mi. Poco a poco se fue adueñando de toda la casa. No había un solo rincón donde me encontrase a salvo de su trompa amenazante y su batir de alas, como preparándose para el combate. Si estaba haciendo la comida, se posaba intermitentemente y con descaro sobre las patatas peladas haciendo que las lavara una y otra vez, o sobre el caldo de verduras obligándome a tirarlo.

Mi marido desconocía la pesadilla en que me encontraba y no entendía el motivo de mi temor. Para mí, cada vez estaba más claro que el espíritu de mi perro bien podía haberse adueñado del cuerpo del mosquito para aparecer. La pista que me hizo aceptar de una vez por todas mis presentimientos, fue lo que ocurrió hace dos semanas mientras hacía crochet en mi sillón preferido del cuarto de estar. El mosquito, como todas las tardes en que a falta de poder dormir la siesta me dedicaba a otros menesteres, se posó sobre el ovillo de hilo y me miró fijamente. De pronto, un hedor que me recordó al difunto Copy subió desde la pata del sillón hasta mi nariz, recordándome la incontinencia de los últimos días de vida de mi perro. Acto seguido, el mosquito levantó el vuelo y se colocó sostenido en el aire frente a mí, como ordenándome que le siguiera. Le obedecí, igual que haría el condenado a muerte con su carcelero. Llegó al otro extremo de la habitación y se posó con delicadeza en una de las fotografías que había sobre el piano. Hubiese sido el momento de matarlo, nunca antes lo había tenido tan cerca, pero lo que vi a continuación hizo imposible cualquier actuación de esa índole por mi parte. Cerró sus alas y me miró, como esperando que lo reconociese. Se había colocado sobre una fotografía de mis hijos con Copy en el campo. En ese momento lo comprendí todo y, tras derramar dos lágrimas le pedí perdón. Le confesé que había sido injusta con él y que tendría que haber pensado en que quizás él hubiese preferido seguir viviendo entre nosotros aún sin oír, sin ver y sin contener sus necesidades hasta que el fin le llegara de una manera natural. Me costó, pero al final me reconocí culpable de haber mentido delante de mi marido para acelerar el final de la situación y hacerle desaparecer cuanto antes. Tomé la fotografía, la llevé a mi dormitorio, insecto incluido, y la coloqué sobre la mesilla de noche. Desde entonces, el mosquito durmió plácidamente junto a mí hasta que hace poco la chica de la limpieza, a pesar de mis advertencias y mis amenazas de despido, lo fumigó sin mi permiso con uno de los espráis que tenía escondidos en la alacena. Y así fue cómo desapareció de mi vida, de mis patatas y de mi puré de verduras.

Relato

EL BARREÑO DEL MONGOL Rafael Borrás

Ahí, sobre el banco de la cocina, tengo el cuenco que mi amigo Federico nos trajo hace años al regresar de un viaje a China. Un objeto con una historia insólita. En él anidan ahora melocotones, granadas, ciruelas, higos, naranjas y otros frutos en sazón. O sea, algunas de las mejores cosas de la vida. Frutos siempre de temporada, hasta el punto de que bastaría con echarle un ojo al cuenco para saber en qué mes estamos. Con el tiempo toda esa fruta ha ido depositando minúsculas moléculas de su piel como poso en el fondo cóncavo del frutero, de forma que éste exhala permanentemente una mezcolanza exquisita de fragancias; y, por mucho que se lave, tal fondo aromático resiste el ataque del detergente e identifica al frutero. Una delicia sencilla e inmediata. Seguro que se la imaginan. Sin embargo, su máximo valor se halla sobre todo en la arcaica energía que a buen seguro transmite. Les contaré por qué. Según Federico, poseemos una pieza exclusiva de porcelana fría china, un pequeño tesoro, un ejemplar extraordinario de los que solo existen cuatro en el mundo y que alberga una leyenda antiquísima. Me la detalló. Tal y como puede leerse en los libros de Historia medieval, al sentirse cercano a la muerte, el último emperador de la dinastía Yuan, un vejestorio mongol canijo y reseco, regaló siete siglos atrás a su fiel mayordomo de cámara los cuatro barreños, uno por cada estación del año, que utilizaba para sus abluciones diarias de pies en una ceremonia de purificación budista que siguió de por vida. Aquellos barreños sagrados se heredaron de generación en generación y sobrevivieron a guerras, terremotos y pestes. Hasta que, fíjense

ustedes qué suerte, uno de ellos llegó a las manos de Federico y de ahí a mi cocina. Así pues, según ese testimonio en principio absolutamente fiable, los melocotones de nuestras cenas poseen un efluvio que incluye un rescoldo añejo de olor a pies de emperador mongol; y, cuando los traslado solemnemente a la mesa dentro del frutero con ambas manos y los ojos entornados, disfruto del placer de su delicado tacto y me imagino como el lacayo del soberano que ofrece a su señor agua tibia para sus fatigadas extremidades, tal vez perfumada con pétalos de rosa. Ante mi familia y los amigos que nos visitan sostengo la leyenda del barreño tal y como me la transmitió Federico, porque en el fondo soy buena persona y me resisto a robarle la magia a una historia tan bonita. Incluso a mis hijos les hizo ilusión contarla en el colegio. Pero, en confianza, debo reconocer que a ellos solo les he revelado parte de la verdad. Me callo el resto: la de cómo y dónde lo consiguió. Verán, Federico me dijo que compró esa joya oriental en un puesto callejero de toda confianza a los pies de la Gran Muralla. Y, aunque de primeras no quería, ante mi insistencia confesó, con un punto de orgullo mal disimulado, que tras regatear más que un chamarilero pagó por ella el equivalente a quince euros más el bolígrafo de cuatro colores que llevaba encima. Un chollo, una operación parece ser que sólo al alcance de olfatos finos. Añadió que, como suplemento sin cargo, el chinito del tenderete le apuntó gratis el árbol genealógico del barreño en un pedazo de cartón de embalar. Comprendan, por esa época Federico había salido todavía muy poco de casa y desde que jugábamos en el patio del instituto ha pecado de infeliz. Pero que conste que yo se lo he agradecido siempre de todo corazón, lo mismo que si realmente hubiera pertenecido al mongol aquel y fabricado con la más costosa porcelana china. Faltaría más. Un amigo sí que es un tesoro.

Espacio Mundo Palabras: Donde la gente disfruta del lenguaje

Sección Relatos

Un proscrito Saturnino Rodríguez Riverón (Cuba)

- Por aquí. En esta puerta. Puede sentarse, si lo desea. Solamente tenemos un empleado y ese soy yo. - ¿Esta es la Oficina de Prórrogas y Anulaciones? - Ciertamente; puede confiarme su encargo. Yo me comprometo a tramitarlo. - El caso es que he decidido abandonar la literatura. - Usted es escritor. Nada más sencillo. Le llenaré varios documentos... Formalidades, ¿sabe? Es el Modelo de Prohibición. - ¿Sólo eso? Así, ¿simplemente? - ¿Y qué esperaba? ¿Qué le cortara las manos? ¿Qué le amputara la circunvolución cerebral que le dicta sus escritos? Esto es algo serio, amigo. Después de refrendado este documento, usted no podrá escribir nada más, es intolerable. Habrá agentes insobornables que le harán cumplir lo pactado. - ¿Entonces?... Es algo decidido. - Muy bien. Elogio su entereza y compostura. Si lo recriminé de esa forma, es porque hemos topado con cada cliente, para los cuales los modelos eran cosa de risa, un juego. - No es mi caso. - Perfecto. No hay más que hablar. Las planillas salieron de sus gavetas y el empleado de la Oficina de Prórrogas y Anulaciones las llenó concienzudamente, procurando los datos necesarios. Por último, el escritor tomó los papeles y salió a la calle, más ligero, como desembarazado de pronto del gran fardo que

pesaba sobre sus hombros. Apenas abrió los ojos al día siguiente, molesto por la claridad viva proveniente de los ventanales, tuvo aquella única idea. Había soñado el esbozo magistral para una novela breve, bien delineada en todos sus pormenores. Y recordó, entonces, el terrible paso dado la víspera; le saltó a la cara como una fiera presente. Todavía estaba fresca la tinta en aquellos documentos, de los cuales guardaba copias. Bah, se animó, restándole importancia. Se encerró en el estudio, desnudo como se había levantado de la cama, y se zambulló de lleno en la narración, hilvanando el relato, paso a paso según le surgían las ideas. Era algo bueno en verdad, muy conciso aunque no lacónico, de estructura sólidamente construida, de personajes atractivos y complejos. Lo que siempre había esperado que saliera de sus manos, cuartillas limpias en su trazo y de un vigor a toda prueba. Que después dijeran los críticos esto o aquello no le importaba, presentía haber logrado algo grandioso. Es lo mejor que he escrito en mucho tiempo, le confesó a Idalia, su esposa, cuando vino a traerle el desayuno, ya entrada la mañana No le confesó, claro está, que lo escribía ilícitamente, en la más absoluta clandestinidad. Eso de la escritura es una costumbre demasiado posesiva.

LA VICTIMA Claudia Valeria Andrade (Chile)

Dobló la esquina de la calle siguiendo los pasos inestables del sujeto a media noche. La soledad del lugar y la hora era la adecuada para efectuar la tarea. Sería simple, como tantas otras veces. Lo alcanzó con facilidad, sin emitir sonido alguno, con pasos leves, con movimientos sigilosos. Grácil, como una pelusa mecida por el viento. Lo atrapó con delicadeza, pareciendo una brisa. En cuestión de segundos, sujetó su frente y su abdomen en un abrazo fatal, atrayéndolo a su boca, manejó la altura, rozó su piel con los labios absorbiendo el aroma de alcohol y noche que emanaba, hambrienta por tenerlo, se apegó a su espalda sintiendo las formas de su musculatura y encajó los colmillos en el pulso hirviente de su cuello para beber de su espesa sangre hasta saciarse. El cuerpo Juan José Roque Acevedo (Mérida, España)

Me he acercado al cuerpo mutilado. El salvaje que lo ha atropellado se ha dado a la fuga. Me arrodillo junto a él. Compruebo su respiración. Le busco el pulso. Nada. Ha muerto. Un cínico pensamiento acude a mi mente. Pensándolo fríamente, la humanidad tampoco ha perdido gran cosa con esta muerte. Es una de las personas más horribles que he visto en mi vida. Una enorme cara redonda, abotargada, escondida tras una mugrosa barba sin cuidar y coronada por una gran calva. Bajo ella, y sin la habitual separación del cuello, un cuerpo totalmente en desacuerdo con las proporciones normales de la especie humana. Dos enormes cinturones de grasa circunvalan el pecho y la cintura. La sucia camiseta apenas logra contenerlos y se asoman por debajo de ella. El raído pantalón, roto por el accidente, muestras sus vergüenzas. Al final de sus ridículas piernas, los pies dan la impresión de estar próximos a la explosión, contenida únicamente por las tiras de sus chanclas. Ciertamente, es un cuerpo repulsivo. La pena es que es el único que tengo.

Cuento infantil Mami: ¿La ropa baila? Por Mar Solana. Ilustrado por: Mª Estefanía López Gay.

«La infancia es un territorio de magia. Un lugar donde podemos ver infinitos globos de colores que nunca explotan. Una comarca llena de sueños de papel y lápices de colores. Un bosque encantado con árboles que dan manzanas de caramelo, un arcoíris con amigos invisibles y nubes de algodón de azúcar. El sol, un enorme balón amarillo, las estrellas chispeantes esperanzas de chocolate y la ilusión una bengala siempre encendida…». Elsa se despertó con el «pi-pi-ri-pí» de los pájaros. Le gustaba escuchar cómo se contaban sus cosas. Se sentía muy bien, sus trinos le recordaban a las fiestas del pueblo. Faltaba muy poco para las próximas vacaciones. A Elsa le ilusionaba mucho volver a los largos días de sol, de chapuzones en el río y de horas jugando en la calle entre risas y un montón de helados. También estaba muy contenta porque aquella mañana, con tantos pajaritos revoloteando por el cielo de su barrio, Elsa hacía su Primera Comunión. Pese al insistente piar de las aves, en su casa reinaba el silencio. Aún no entraba mucha luz por entre las rendijas de la persiana, pero Elsa se sentó en su cama y se recostó sobre la almohada. Se quedó muy quietita, temblando de miedo, alegría y nerviosismo, todo junto. Miró su ropa y le pareció que una de sus sandalias se había movido. Abrió los ojos como platos y sin pestañear ni respirar fijó su mirada en aquel zapato pillín. Elsa se quedó boquiabierta cuando, de pronto, las dos comenzaron a trotar delante de ella. ¡Sus sandalias de Primera Comunión estaban bailando al compás de unos pies invisibles! Elsa sintió miedo y corrió a

esconderse debajo de las sábanas. Quizás al destaparse otra vez, todo seguiría en su sitio igual que cuando se despertó. Acurrucada bajo la colcha y para sentirse mejor, pensó en sus regalos. En esa muñeca de sus sueños que le había prometido la tita Merche. Pero no le hacía gracia eso de desfilar con un cirio en la mano delante de tanta gente. O tener que leer una cosa que llevaba escrita en un papel azulado. Elsa era una niña muy tímida, sus padres decían que era un poco especial. Se inventaba muchas historias mágicas sobre cepillos de barrer que tenían un reinado o hadas que jugaban con ella a indios y vaqueros. Elsa no sabía aún que la ropa pudiera bailar. La niña no hacía caso a los que pensaban que era un bicho raro, al fin y al cabo ellos no creían en la… ¿magia? De pronto, Elsa recordó sus sandalias saltarinas y apartó muy despacio las sábanas de su cara… Volvió a

mirar.

Colgado del perchero de la

puerta,

entre

las

sombras burlonas

y

perezosas de

los

primeros rayos de sol, estaba su radiante traje de comunión. Parecía el vestido de una princesa, con sus margaritas, volantes y encajes blancos. Debajo de él, apoyadas en su caja, estaban las sandalias bailarinas. Como si se encontrara dentro de un sueño, Elsa recorría de arriba abajo y de abajo a arriba aquel extraño conjunto. Y de repente… ¡comenzaron a danzar todos a la vez! Además de las sandalias, ahora el vestido también bailaba, vivaracho y animado, igual que si un cuerpo invisible se moviera dentro de él. Desde luego, ¡ay qué ver lo bien que marcaba

el ritmo! La niña observaba el espectáculo fascinada. Intentó llamar a su madre, pero la boca no le hacía caso. Al poco rato, la puerta de su habitación se abrió y apareció la cara sonriente de su madre. Por fin, Elsa pudo articular algunas palabras: —Mami… ¿la ropa puede bailar? —Pero Elsita, nena, ¿ya estás otra vez con tus cosas? La niña seguía en su cama, sin moverse. Su dedo índice señalaba hacia el perchero, el lugar donde unos minutos antes sus zapatos y su vestido de comunión habían bailoteado y brincando como en los dibujos animados. —Qué… ¿es bonito tu traje?, ¿verdad, reina? ¡Claro que sí! Mi niña, la ropa baila solo si nosotros lo hacemos dentro de ella. ¡Qué cosas tienes! Ea, deja de hacer el tonto y levanta ya de una vez. Tienes que vestirte, que no se haga tarde… En la capilla del colegio, todavía nerviosa e inquieta, Elsa miró de reojo a las demás niñas y a todos los familiares allí congregados. Mientras caminaba hacia el altar junto a su compañera, con una vela blanca que abultaba más que ella, soltó una divertida carcajada al recordar los bailes de su habitación. Elsa sintió que la magia de sus historias le ayudaba a sentirse menos rara y solitaria. Algunas personas le miraban extrañados, —estará contenta, es el día de su Primera Comunión— pensarían… Elsa, sin parar de reír, sabía que era la única niña que, en aquellos momentos, se encontraba dentro de un poderoso traje mágico. ¿Cuál sería la siguiente aventura?

Cuento infantil

DO: UN EXTRATERRESTRE EN BUSCA DE MÚSICA María Barrionuevo

Muy lejos de aquí, en algún lugar del remoto espacio y envuelto entre nebulosas galácticas está Algamar, un planeta compuesto solo de agua. Los algamarinos son un pueblo pacífico, su principal fuente de alimento son las algas. Bajo el mar que cubre y sostiene a partes iguales la ciudad de Algamar, viven más de un millón de especies diferentes de plantas marinas. Con ellas los algamarinos se alimentan, se visten e incluso la utilizan de material para sus construcciones después de un largo y complejo proceso de conversión. En este planeta vive Do, el único algamarino musical de su especie. Do nació con una reluciente guitarra de metal sostenida a la altura de su pecho... GUAMMMUMMM... Le pusieron de nombre Do porque esa fue la primera nota que salió de su cuerpo. Y es que, mucho antes de que aprendiese el lenguaje de su pueblo, Do ya se comunicaba a través de su guitarra. Se acostumbró a expresarse con melodías... Mi DO SI FA MI Mi... Do DO Do... Re RE MI DO SOL... ¡Y todos le entendían!, a pesar de que en Algamar, no conocían el lenguaje de la música antes de que llegase Do.

Do pasó los primeros cien años de su vida galáctica lanzando notas al espacio y perfeccionándose en su arte. Al compás de las olas y del sonido del mar, Do se inspiraba. Dedicó tanto tiempo a experimentar con sus sonsonetes y sus soniquetes que, en poco menos de quinientos años, se convirtió en un excelente compositor. Empezaron a llamarle de todos los confines de su galaxia para que animase fiestas con sus partituras siderales y los Dimunguis, Do ofrecía un concierto en la plaza estelar de su pequeño planeta. Una noche (pues en este planeta no existe el día, ya que no hay más luz que la de las estrellas que ya es bastante) Do se cansó de ser el único músico de su pueblo y quiso formar una banda musical. — Seguro ...MI MI MI... que en todo el vasto infinito... SI SI SI MI... tiene que haber alguien más que sepa hacer música... RE RE DO FA— pensó Do. Y así, partió en busca de otras sinfonías diferentes a las suyas. A la velocidad de la luz , Do recorrió todas las constelaciones de su alrededor, pero no encontró a nadie que supiese sacar dos notas seguidas. Después de mucho intentarlo, abandonó su búsqueda dándose por vencido. Lo triste fue que, cansado de estar solo, Do fue perdiendo armonía musical y las cuerdas de su guitarra ya no sonaban tan alegres y afinadas… HII...SHIL... HIFAAA...REHIII... Los habitantes de Algamar intentaron animarle, pero no comprendieron que lo que Do tenía era la enfermedad del artista solitario, un voraz virus que atacaba sin contemplaciones. Las noches se continuaban una tras otra en el ininterrumpido espacio mientras Do se debilitaba sin remedio. Si continuaba así, pronto quedaría reducido a un montón de chatarra inservible... — Qué triste final el mío... —se lamentó Do— pensar que mis días de gloria terminarán en el fondo de un agujero negro o entre escombros para reciclar. Parecía que estaba todo perdido cuando las antenas del extraterrestre empezaron a pitar desaforadas ... ¡ Alguien trataba de comunicarse con él ! Se trataba de una alienígena venusiana que, enterada de su mal de artista, trataba de hacerle llegar un mensaje. Etra, que así se llamaba la desconocido amiga, le hizo saber que a mil constelaciones retiradas de la suya existía un cúmulo estelar donde se encontraban ¡Chiiist! y Sinfonía, dos planetas a los que debía recurrir en busca de ayuda. Acto seguido pasó por allí un cometa de Venus y con su flamante cola cargó las baterías de Do, que andaban en las últimas. Do se colocó a los mandos de su Astroespiral, que era más rápida que cualquier astronave, más rápida que los meteoritos; y siguiendo las indicaciones de Etra, llegó hasta el cúmulo estelar donde se encontraban ¡Chiiist! y Sinfonín. El primer planeta en el que aterrizó debió de ser ¡Chiiist!, pues el silencio que lo invadía solo era roto por el susurro de la Vía Láctea. Do caminó con sigilo por miedo a alterar aquella sobrecogedora calma. Esperaba encontrarse algún chiiistense propio del lugar, pero aquel planeta parecía deshabitado. Sin

saber muy bien qué hacer, Do afinó su guitarra y comenzó a improvisar ensordecedoras melodías. Entonces ocurrió que todos los chiiistenses se manifestaron a la vez. Y es que estos extraños seres eran duendes, elfos y ninfas galácticas que con la vibración de la música aumentaban la potencia de su luz. Al compás de la música de Do, Chiiist! se convirtió en una feria de luces alborotadas girando en torno a él. Do se encontraba tan ensimismado en su música que no podía parar de tocar. A su alrededor, los chiiistenses lanzaban rayos y estelas doradas siguiendo el ritmo con frenesí. Finalmente, Do consiguió detener el alocado tiovivo de sonidos y luces que había formado. Al detener su música, volvió el silencio; y con el silencio desaparecieron los duendes, ninfas y elfos de luz. Do se encontró con un dilema, ¿cómo comunicarse con los chiiistenses?... En esta ocasión, Do decidió tocar la balada más suave y melodiosa que tenía en su repertorio. Los duendes, ninfas y elfos siderales aparecieron ahora como pequeños farolillos de luz tenue y vibrante. Así, Do consiguió hablar con ellos.Bueno, no exactamente hablar. Fue a través de una marea de sonido y color como Do se enteró que aquél era ¡Chiiist!, el Planeta del Silencio, de donde nacía Sinfonín, el Planeta de la Música. Impaciente, Do quiso saber cómo llegar a Sinfonín y por respuesta obtuvo que ya se encontraba en él. —¿Cómo puede ser? — se preguntó Do lanzando un desconcertante acorde de guitarra. Estos chiiistenses son unos chistosos que solo tratan de liarme los circuitos- pensó Do. Y llevaba razón, eran duendes espaciales, ¿qué más se les podía pedir? En aquel instante, sus antenas comenzaron a pitar, Etra trataba de comunicarse con él nuevamente... Do Do DO Do... IMAGINA IMAGINA... era el único mensaje que Do logró descifrar. Así que Do, tomó su guitarra y comenzó a interpretar las piezas que siempre había imaginado......GUIUMMMMM...CHIM...PAMMM... VIIUUUU... Y a medida que imaginaba, los mismos duendes y hadas, ninfas y elfos que habitaban el silencio comenzaron a crear sonidos y a tomar formas con sus cuerpos de luz. Del mismo fondo del vacío comenzaron a surgir entre resplandores flautas y oboes, trombones ,clarinetes, tubas y pianos... Do seguía imaginando sonidos y música que se reflejaban en el espacio en forma de clavicordios y órganos de vivos colores, violoncelos, violines y violas... oh!, violas de amor, muchas violas de amor salpicando notas como gotas de agua se salpican de las olas. Do se dio cuenta en seguida de que ¡Ya estaba en Sinfonín!. Había salido para formar una banda y se encontró con toda una orquesta. Su corazón latía como una sardinalga. De esta forma, continuó tocando, rodeado de mandolinas, clarinetes y platillos como estrellas, fascinado por la cantidad de

sonidos e instrumentos musicales que los sinfonianos eran capaces de adoptar. Do se detuvo un momento para retomar aliento espacial, y para su sorpresa, ¡la música siguió sonando! Y es que la música está en todas partes, solo es cuestión de imaginarla, y eso es lo que hacían ahora los sinfonianos, imaginar y crear su propia música. El Eco Orquestal se expandió por todo el universo y comenzaron a llegar todo tipo de seres intergalácticos, con Etra a la cabeza, atraídos por la algarabía de sonidos orquestales. Por supuesto, los algamarinos acudieron todos, orgullosos de tener un vecino tan genial.

Entre acordes, melodías y mucho ritmo se produjo una explosión de color y la Aurora Boreal salió para cubrir de luz todo el infinito con su manto de suaves formas. Cuentan que aquella fiesta se prolongó por toda la eternidad. Y que, a veces, Sinfonín descansa para ser ¡Chiiist!; y otras, ¡Chiiist! despierta para convertirse en Sinfonín. Los chiiistonianos como los sinfonianos saben bien que sin Música no hay Silencio, y que sin Silencio ninguna Música se puede crear, pues ambos son grandes en belleza y se requieren por igual, como notas de una misma y dulce canción.

Ilustraciones: María Barrionuevo

Nueva Sección Cómo ser escritora y perseverar en el intento De los gozos y las sombras en la escritura creativa Por Lola Buendía

Capítulo I De cero a cien en la escritura Si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin amor, sin divertirse, únicamente es escritor a medias. Significa que tiene un ojo tan ocupado en el mercado comercial, o una oreja tan puesta en los círculos de vanguardia, que no está siendo uno mismo. Ni siquiera se conoce. Pues el primer deber de un escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos. Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase melocotones o cavara zanjas; Dios sabe que viviría más sano. Ray Bradbury

¿Se puede ser feliz escribiendo? Lo afirmo. Yo lo estoy consiguiendo. Y os quiero contar los gozos que me aporta día a día la escritura. Al poco tiempo de comenzar mi andadura como escritora, encontré este fragmento de Ray Bradbury. En él se condensa gran parte del placer que produce la escritura, y que podría aplicarse a cualquier obra de arte o trabajo creativo. Tanto los que empezáis a escribir, como los que sois veteranos, habréis experimentado frustración, pasos adelante y marcha atrás, pero también ¡cuánto gozo, satisfacciones, amigos, os habrá aportado la escritura! ¿No os habéis despertado algunas noches de insomnio con una historia bullendo en vuestra cabeza, no os habéis levantado, y hasta que no ha explotado en el papel, no descansáis? ¿Acaso no es un placer volverse a dormir con una historia recién nacida, y unos personajes que tú has dotado de vida? Se puede ser feliz escribiendo, pero es una felicidad nada cómoda. Se consigue después de haber mantenido una pelea, a veces larga y dura: tu cuerpo sobrexcitado, el cerebro bullendo con mil ideas a punto de estallar (tormenta de ideas le llaman los maestros de escritura), vives con la atención fija en una historia y cómo conducirla; en ocasiones obsesionada por la primera frase para dar comienzo a tu relato de manera que enganche al lector, angustiada por la hoja inmaculada. Buscas mil escusas para ponerte a la tarea,

el rincón más adecuado, la hora idónea, en ocasiones te sirves una copa, desconectas el móvil…y pactas con tu pareja el respeto a tu espacio y tiempo. Haces un esquema, repasas tus ejercicios de estilo, los que aprendiste en el taller de escritura, perfilas tus personajes, escribes fichas, estrujas desesperadamente tu mente para hallar el tono a tu relato o novela…,y después de tanto esfuerzo mental y físico ( no olvidemos que estamos empleando una gran energía al escribir, en especial de los sentidos), encuentras el hilo de la madeja y fluyen las primeras frases, dando la mano a las siguientes, para formar el armazón de los párrafos, y ya no puedes parar porque la musa ha tenido compasión de ti, y escribes hojas y hojas sin acordarte del tiempo, ni de ir a la nevera a picar algo, ni de echar mano al móvil para ver si tienes un mensaje… Ya vendrá el tiempo de corregir, de pulir, de estructurar, de adornar, de enamorarse de las palabras. Porque creo que el acto de escribir se parece bastante al enamoramiento. Imaginad la primera vez que nos enamoramos: qué fijación, inseguridades, tanteos, miedos, obsesiones, cómo dar con las palabras precisas para seducir…Y cuando al fin nos sentimos correspondidos ¡Qué gozo, qué orgía de los sentidos! A veces se consigue en seguida y no precisa preámbulo, otras hay que utilizar tácticas y desplegar mucha imaginación, pero el resultado es el mismo: el gozo y la felicidad que te produce. Ambos, el amor y la escritura, tienen: arte, sentimiento, pasión, y reto. A lo largo de estos años como escritora, he iniciado una carrera en la que conocía la salida pero no la meta. Al principio partí de cero y como un galgo llegué a casi cien. Mi primer relato Atrapada en las palabras, salió de un tirón, y tuvo premio; su temática aún sigue vigente porque representa el tesón y la lucha a la hora de crear, cuando pones pasión en ello. Después me quedé vacía, como si hubiera soltado todo lo que tenía que decir. La velocidad de la carrera se ralentizaba; iba describiendo altibajos como un gráfico de la Bolsa. Más tarde, entendí que este camino lo ha recorrido todo escritor, hasta los más famosos, y los pintores, y los cineastas, y todos los que se embarcan en una obra creativa. Después compré libros de ayuda a la escritura y leí mucho. Leía cuantos relatos caían en mis manos. Leer a los clásicos me ayudó a mejorar. Con estas herramientas continué rellenando cuadernos. Había llegado a la media en el arte de escribir. Ahora había que conquistar el cien. En próximos capítulos: “lo que se espera como escritor… y lo que se recibe”.

Sección Flamenco

EL FLAMENCO COMO MEMORIA COLECTIVA DE UN PUEBLO (I) Rafael Silva Martínez

En este número y en los siguientes nos detendremos en la proyección del Flamenco como memoria colectiva, en la dimensión de nuestro Arte entendido no como algo individual, sino como la plasmación del carácter de todo un pueblo. Si repasamos los números anteriores, veremos que esta dimensión es una consecuencia lógica del origen y del desarrollo del Flamenco, y de su dimensión como un significado cultural andaluz, es decir, como algo que

sobrepasa

artística,

para

la

esfera

pasar

a

identificarse con los valores culturales de todo un pueblo. Algunos artistas flamencos lo han expresado muy bien. Manolito el de María, el viejo cantaor de Alcalá de Guadaira, especialista en los estilos por soleá de su tierra, cuando le preguntaron por qué cantaba, respondió: “porque me acuerdo de lo que he vivido”. Por su parte, la vieja cantaora jerezana Tía Anica la Piriñaca, afirmaba que cuando cantaba bien “le sabía la boca a sangre”. La poesía flamenca ha recogido también en diversas ocasiones esta dimensión de nuestro universal arte. Federico García Lorca afirmaba que el duende se encontraba “en las últimas habitaciones de la sangre”.

Creo que estos ejemplos nos dan una muy buena idea de lo que decimos. El Flamenco, como manifestación ancestral de lo andaluz, ha de ser entendido en una dimensión colectiva, como una proyección cultural de todo un pueblo. Vale

la pena que recordemos los escenarios iniciales de este arte. Cultivado inicialmente en la intimidad de los hogares, de las familias bajo andaluzas, de ahí que existan multitud de familias que han cultivado el cante de generación en generación, el Flamenco se fue abriendo a escenarios más amplios durante su historia, escenarios que fueron al principio camperos y rústicos, a la vez que marineros, en los centros históricos de población representados por los pueblos y los barrios andaluces. Pero con el paso del tiempo, el Flamenco dejó de cultivarse en sus primitivos escenarios, tales como la fragua, el cortijo, la taberna, la venta, el patio de vecinos, etc., que pueden ser sus escenarios más naturales, para pasar a los escenarios más grandiosos que marcaron su evolución, tales como los Cafés Cantantes, los Colmaos, los Tablaos, las Plazas de Toros, los Teatros, los Festivales, etc.

De aquí la carga emocional, colectiva, inmemorial de nuestro Arte, y la explicación de que su cultivo venga muy relacionado

con

el

legado

generacional,

con

los

antepasados, con la familia. Afirma una letra flamenca:

“Abuelos, padres y tíos, De los buenos manantiales, Se forman los buenos ríos”

Y en efecto, así debemos entender la dimensión histórica, social y cultural del Flamenco. El magnífico poeta y escritor Félix Grande realiza una estupenda semblanza en su libro “Memoria del Flamenco”, quizá uno de los textos que mejor retrata esta dimensión colectiva de nuestro Arte. Porque aunque los escenarios hayan evolucionado, el auténtico Flamenco no será nunca un arte de masas, de grandes escenarios, de grandes multitudes, porque su carácter intimista lo relaciona y expresa mejor en la pequeña reunión, en el pequeño escenario, en la intimidad de la fiesta, de la reunión familiar, de amigos, de aficionados, etc. Esto explica porqué grandes artistas se han visto deslucidos en actuaciones ante enormes auditorios, como Juan Talega o Camarón de la Isla. Hoy en día se reconoce como una estupenda fuente de documentación e investigación flamenca el estudio de las grandes familias del cante, de las

grandes

dinastías

cantaoras,

de

las

sagas

artísticas

donde

varias

generaciones, algunas de las cuales llegan hasta nuestros días, han representado un inmemorial venero de arte desde sus más remotos antepasados.

En palabras de Luis Suárez Ávila, gran investigador de estos temas: “Una escasa veintena de escogidos individuos, y una cincuentena de apellidos, afincados secularmente en esta zona [se refiere a las provincias de la Baja Andalucía], forman el grupo fundacional del cante. No irrumpen en la historia flamenca de improviso, sino escalonada y progresivamente, y desde luego, con desigual fortuna y protagonismo. Éstos son sus apellidos: Antúnez, Barea, Bermúdez, Boneo (o Moneo), Canales, Cantoral, Carpio, Carrasco, Cortés, Cruz, Díaz, Ezpeleta, Fernández, Flores, Gallardo, Garcés, García, Heredia, Herrera, Hidalgo, Jiménez, Junquera, Leria (o Lérida), Loreto, López, La O, Lara, Medrano, Molina, Monge, Montoya, Moreno, Morón, Moya, Niño, Núñez, Ortega, Pantoja, Pastor, Pavón, Peña, Piña, Ramos, Reyes, Rodríguez, Santos, de la Seda (o de la Cera), Serrano, Soto, Suárez, Valencia, Vega, Vargas, Villar”. Hasta aquí la relación de Suárez Ávila, que no está cerrada, pero nos da un buen enfoque y buenas pistas para su rastreo.

Evidentemente, no tenemos pruebas categóricas de que esto sea así, pero el cúmulo de evidencias, testimonios y avales, además del propio sentido común, hacen de esta tesis una muy sugerente línea de investigación. Sobre todo, los testimonios de miembros todavía vivos de algunas de dichas dinastías nos confirman el cultivo desde siempre del flamenco en su familia, y lo hacen de forma abrumadora y relevante. Otra prueba fundamental es el cultivo de ciertos estilos de cante adheridos a su tierra natal, donde es casi imposible deslindar la aportación vernácula de la aportación personal. Ejemplo de ello son los cantes por Soleá de Alcalá, donde la dinastía de los Paula-Talega representa un inmemorial legado. El ya citado autor Félix Grande nos resume

la hipótesis: “El flamenco, fabuloso y último resultado de un acarreo de materiales del orientalismo musical andaluz, no fue una creación en cuya etapa postrera participase toda Andalucía, ni todos los moriscos andaluces, ni todos los gitanos andaluces; fue un esfuerzo creador en cuya etapa final trabajaron, solitaria y emocionantemente, unas pocas, escasas, familias de gitanos asentados – y marginados – en un pequeño, escaso, territorio bajo andaluz”.

Bajo un lento e inconsciente proceso, en el seno de unas cuantas familias bajo andaluzas, se iría produciendo la gestación de ese nuevo arte, de esa nueva expresión musical, enigmática, extraña, revolucionaria y fascinante. Los miembros de aquéllas familias, sin darse cuenta de ello, estaban haciendo historia de Andalucía, siendo protagonistas de primer orden de un fenómeno musical único en el mundo. A todos ellos, a esos nombres inscritos en nuestra memoria colectiva, les debemos mucho, les debemos el habernos dejado para la posteridad quizá el mejor legado que se le puede hacer a las venideras generaciones: la herencia expresiva, sonora, estética y cultural de todo un pueblo. Se dice que cuantas más raíces tenga, más fuerte será un árbol. Ellos nos dejaron las raíces, la plasmación de ese todo antropológico que nos conecta al pasado, nos une en el presente y nos proyecta al futuro. (Continuaremos en el siguiente número).

Sección Flamenco EL FATAL CLARO-OSCURO DEL AMOR EN LA COPLA FLAMENCA

A través de sus letras ( I ) Lola Buendía En la conocida letra de Frijones de Jerez: Que yo soy Curro Frijones Y no me caso con la Farota P’a no echarme obligasiones ya se vislumbra que el varón español, en la tradición erótica española, “concebía el amor como una pasión al margen de la institución matrimonial”. (A. Mairena y R. Molina, en su libro “Mundo y formas del cante flamenco”). Estos autores recogen varias coplas flamencas donde las maldiciones y amenazas a la mujer son abundantes. Hay tal odio latente en ellas, tal deseo, a veces homicida, de hacer una barbaridad, que uno se pregunta cuál sería el motivo de este sentimiento destructivo y violento. El interés por el tema me llevó a consultar otros libros que abordaran la temática del amor en las letras flamencas. La mayoría de ellas son de temática masculina, están escritas por hombrespocas mujeres eran letristas hace un siglo- y abordan el amor desde la perspectiva amor-esposa, amor- madre. Siempre ha habido violencia en los hogares, tanto física como sicológica, que más tarde pasó a llamarse violencia doméstica. Lo que ocurría era que antes no había los medios de comunicación de ahora. Entonces el hilo conductor era la voz del pueblo, el boca a boca de la calle, expresada en la tremenda fuerza del cante flamenco:

A mi mujer en la lengua Le mordió un perro rabioso; En seguía busqu’al perro Y lo jarté de biscochos.

Te den un tiro y te maten Como sepa que diviertes A otro gachó con tu cante.

Yo te lo tengo jurao: Donde quiera que t’encuentre Tienes l’entierro pagao.

Tu cuerpo tenga mal fin: los cordeles del verdugo te sirvan de corbatín.

Sargo de mi casa sargo mardisiendo Jasta las santas que están en los cuadros La tierra y el cielo.

Te casaste, te enterraste ¿no te lo desía yo? El que se casa s’entierra Com’a mi me sucedió.

Estas letras y muchas otras, no recogidas aquí, muestran la carga de resentimiento hacia la mujer por parte del varón, Igualmente hay implícito en ellas unos celos enfermizos y una opinión miserable acerca de la mujer. Es lo que se ha llamado la otra cara del amor, su reverso terrible.” El flamenco tiene una tendencia de pesimismo erótico. En el fondo del amor hay dolor: la amargura y la desesperación constituyen el hueso de la tentadora fruta. El amor flamenco, pasión desencadenada y libérrima, no entiende de convenciones sociales ni, casi de sacramentos. Es una ciega fuerza instintiva que todo lo arrolla con furia huracanada”. (Mundo y formas del cante flamenco). Respeto las opiniones de estos autores, pero me parecen enmarcadas en una idea demasiado romántica. Yo me sigo preguntando de dónde procedía tanto odio hacia la mujer esposa, tanta misoginia. El hombre, una vez casado, se veía en una situación de la que no era capaz de salir y, a mi entender, para la que no estaba preparado. Además, pronto ha de vérselas con una esposa y la injerencia de su madre, que no siempre vendrá a aportar paz al hogar. El varón ha sido educado tradicionalmente por su madre desde la infancia- la crianza era cosa de mujeres. Los sentimientos del varón estarán controlados por la madre, desde un matriarcado ejercido en el seno del hogar, único reducto al que pudo acceder la mujer, en una sociedad machista que la anuló como persona. Esta mujer-madre, decepcionada, despreciada y maltratada por su compañero-esposo, se refugia en el hogar, y todo el torrente de sus sentimientos se vuelca en sus hijos: lo único que realmente “son suyos”, y es ahí donde estará su dominio. La madre se hace imprescindible para el hijo, sus sentimientos controlados por ella y para ella. Por eso cuando se ve amenazada por otra mujer: la novia o la esposa, aquella reacciona frente al peligro que su intuición le anuncia: para la madre, la esposa nunca podrá cuidar a su hijo como ella. En las siguientes letras la novia o la esposa se comparan siempre con la madre: deben ser limpias, deben mantener su honra, cuidar a su hombre y mimarle, es decir ser una segunda madre: Ya se me murió mi mare Una camisa que tengo No encuentro quién me la lave

Mi madre a mi me decía que me tenia que ver en la cárcel de Almería Por causa de una mujer.

De mi madre yo aprendí A ser bueno y a rezar Pero otra mujer me enseñó A ser malo y a llorar Siendo mujeres las dos.

Por allí viene mi novio míralo que serio viene si le habrá dicho su madre que pa nuera no me quiere.

Analizando estas letras, la novia no va a estar a la altura de la madre y el hijo se verá ante el dilema del amor- esposa, amor- madre. El drama está servido. El fatal claroscuro, la otra cara del amor – que es tan propio del mundo flamenco-, se hace patente y a la vez se

le incorpora el ingrediente fatalista del hombre ante el drama que se cuece entre las cuatro paredes de su hogar. En este triángulo de pasiones reprimidas, de sentimientos mal encauzados, donde tanto el hombre como la mujer son víctimas y verdugos, el varón, educado en este sistema de valores, y reforzado por una sociedad machista, se ve envuelto en un callejón sin salida, en ocasiones desencadenante de dramas muy violentos. La problemática de la violencia de género – como se le llama ahora-, también fue planteada en la literatura: recordemos los dramas lorquianos o la novela “La familia de Pascual Duarte” de Camilo José Cela, donde el protagonista abandona a su mujer después de haber asesinado a su propia madre. Igualmente lo encontramos en el cine de la época franquista con la película “Furtivos” del director José Luis Borau, donde la madre mantiene relaciones incestuosas con el hijo hasta que éste conoce a una mujer de la que se enamora. El drama se va a desencadenar y acaba trágicamente con la muerte de ambas mujeres. No obstante, en las coplas flamencas, la madre siempre será un objeto de veneración mucho más fuerte y atávico, del que no le es posible librarse al varón y, si ha de sacrificar a alguien, será a la esposa. He aquí una muestra del cancionero popular andaluz:

Me pediste que escogiera Entre mi mare y tu amó Yo te dije compañera Ya puedes irte con Dios Que mi mare es la primera. (F. Almagro Herrera)

Cómo quieres que una luz alumbre dos aposento; cómo quieres que yo quiera dos corazones a un tiempo.

De lo que pasa en el mundo Son culpables las mujeres Pues los pobrecitos hombres Hacen lo que ellas quieren. (Habrá una segunda parte en el próximo número)

Bibliografía: -A. Mairena y R. Molina: Mundo y formas del cante flamenco. -F. Álvarez Curiel: Cancionero andaluz popular -F. Almagro: Nuevas letras para el cante flamenco. -A. Machado y Álvarez: Las coplas, expresión del mundo gitano – andaluz.

Sección El viajero UNA VIAJERA ROMÁNTICA EN LA MÁLAGA DE HOY Lola Buendía

Después de más de una década de vivir en Málaga, la ciudad que me acogió y me ofreció tierra, brisa, mar, cielo…”, salgo a las calles en esta Semana Santa –a mí me gusta llamarla de Pasión– a la manera de una viajera romántica. Recorro sus calles y plazas, visito sus templos, sus museos, sus renovados rincones y su preciosa bahía. Me aproximo a sus gentes en las ganas de vivir en armonía y la afición por sus símbolos religiosos. Ciudad del paraíso la llamó el poeta Vicente Alexandre, que pasó parte de su infancia en Málaga: “Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos”. Ciudad abierta a culturas y civilizaciones. Abiertos mis sentidos, y con el espíritu de algunos de los viajeros románticos que llegaron a Málaga en pasados siglos desde diferentes lugares de Europa, Inglaterra y Francia sobre todo, y encarando lo popular y sus manifestaciones como verdaderas señas de identidad de esta tierra, lo más genuino y enriquecedor, pese a sus contradicciones, convoco a sus espíritus para que me acompañen –cicerones mutuos de la Málaga de ayer y de hoy–. Escribo con el alma aún repleta de sensaciones y emociones vividas. Estoy embriagada de noche de Jueves Santo. Me invitan mis amigos viajeros a dirigirme a Calle Carretería, en el pasado principal tráfico de carretas de acceso a la ciudad, de ahí su nombre, donde el río de los rumores de las gentes se detiene en la “Tribuna de los pobres”. Es una amplia escalinata de peldaños curvos que asciende hacia el río, y ahora el pueblo la ha convertido en alternativa para ver los desfiles procesionales. Hay quien dice que hasta los legionarios desfilan con su mejor marcialidad por esta calle. En esta ciudad hay dos maneras de vivir las procesiones: la oficialista, organizada y orquestada cada vez más para la propaganda turística, y la del pueblo, como la vivían los abuelos y los bisa, y los tatarabuelos. Son las ocho de la tarde. Ambas aceras están llenas de sillas, bancos y hasta sofás, el hogar en la calle. La calzada, abarrotada de gente, sube y baja, come, bebe y aguarda. Enormes limones que atesoran el sol en su piel, aderezados con sal, son productos típicos de estos días y se exhiben en

diversos puestos callejeros. Los niños preparan grandes bolas de papel de aluminio para cubrirla con la cera de los velones nazarenos. Todo el mundo porta bolsas de comida y bebidas. La espera es larga, pero la gente no se impacienta. Hacia las diez de la noche, los tambores y el himno de la legión, “Soy un novio de la muerte”, acallan el rumor. Nos apresuramos para buscar un trocito de acera donde ver el desfile procesional –no cabe un alfiler–. Unos barrenderos pasan recogiendo las basuras de la calzada. Es el anuncio de la procesión del Cristo de la Buena Muerte y de Ánimas. Los ojos se elevan al cielo, que por fin se ha despejado obediente a las plegarias. No me parece que haya espíritu de recogimiento en el ambiente, pero sí de expectación. Cuando el Cristo crucificado, magnífica talla de Mena, desfila ante nosotros, el gentío lo reviste de dimensión humana: muerte y vida por y para los hombres. Pero son los legionarios que lo custodian los que entusiasman a la gente. El pueblo malagueño necesita las imágenes y todo el barroquismo que sus procesiones ponen en escena. Las procesiones son espectáculos a cielo abierto que vive toda la población, y cuyo centro es la imagen escultórica. El pueblo se encarga de la escenografía a través de símbolos: cruces, estandartes, mantos ricamente bordados, tronos bruñidos de oro, recargados de flores, candelabros, luces, angelitos, velones, nazarenos, legionarios, bandas de música, el incienso compitiendo con el azahar, el sentimiento de una saeta..., teatralidad que haga posible la catarsis de las gentes; que otra vez más una a las personas en una sola identidad, aunque sólo sea momentánea. Termina la procesión, la noche no ha hecho más que empezar. Las calles son una fiesta. Atajamos por callejones estrechos con la luna lamiendo la blancura de fachadas y balcones. Desembocamos en la Plaza de la Constitución; aquí estaría “el Café de la loba”, el Imperial, el España, el Munich. Hoy, el Café Central –frente a la Tribuna oficial–, no cierra hasta que los malagueños hayamos tomado los últimos churros y el chocolate caliente haya caldeado y estimulado nuestros cuerpos para seguir callejeando y disfrutando la noche malagueña. Porque no hay tristeza en este Jueves Santo. Nos mezclamos con gentes de muchos lugares, que abarrotan las calles, con infinita paciencia esperando la imagen o la cofradía deseada, algunas sentadas en terrazas y bares, comiendo y bebiendo. Y otros vagando de acá para allá. . (...) Cantares lejanos alegraban la oscuridad, y el gemido de las guitarras subía de todas partes en esta ciudad despierta para la diversión y aletargada para

los negocios. Los acordes de los instrumentos llegaban hasta mí como suspiros de amor, y los armónicos rasgueos de las cuerdas complacían el pensamiento más que el oído. De tal modo la noche embellece estas tierras, que en el sur de España cada velada es una fiesta (Astolphe Custine, 1839 –me cuenta este aristócrata francés cronista de viajes–). Continuamos nuestro recorrido por barriadas –El Perchel, La Trinidad– de una Málaga que se empeñó en dejar caer gran parte de sus casas para sustituirlas por otras más modernas, pero de dudoso gusto estético: predomina una mezcla de estilos bastante caótica. Por Santa María vamos a salir a la Catedral –la manquita, popularmente–. Francis Carter –viajero inglés que estuvo en Málaga en 1772, la imaginó y proyectó con las dos torres gemelas, como aparece en sus dibujos antiguos. Y apostilla: (...) con el mediterráneo en Puerta del Mar, la Catedral mojándose de espumas y el trajín de pescadores, costaleros, arrumbadores y plebe de sospechosa catadura que va al Perchel pasando por los baratillos y tenderetes a orillas del Guadalmedina. En tiempo de los moros el mar bañaba los pies de Gibralfaro, las murallas de la ciudad, y rodeaba el espigón que se inicia en las Atarazanas. Enfilamos hacia el parque, que hoy no tiene tráfico. Es un placer caminar pausadamente por la calzada o por cualquiera de sus dos avenidas laterales. Los jardines, parterres, fuentes, estatuas que pueblan el parque fueron plantados en una época en que Málaga mantenía un espléndido comercio exterior. Poco a poco fue cubriéndose de una flora tropical rara y exótica, de enorme interés botánico: los plátanos orientales, las palmeras, los ficus, dragos, pándanos...; el mejor oasis para los días asfixiantes del verano. Lugar de encuentro para gentes muy diversas que los domingos y festivos se suelen reunir, agrupados por etnias o países de origen, en La Plaza de la Marina. Nos adentramos en la vía oriental y nos detenemos en La Fuente de las Tres Ninfas o Gracias, protectoras de las aguas dulces. Es un grupo escultórico inspirado en la mitología clásica. Las tres figuras llevan un ramo de guirnaldas, una hoz y un remo como atributo de la reproducción y fecundidad. La taza del agua tiene unos delfines y en el borde exterior doce cabezas de leones que simbolizan los signos del Zodíaco. El poeta Rafael Pérez Estrada nos dijo: ¡Las

tres Gracias del Parque son Ángeles que vuelan su misterio de hierro colado, de palmera en palmera, y se alimentan con la flor del hibisco! En la glorieta del poeta Salvador Rueda, gloso a mis viajeros el poema que le dedicó a su ciudad natal: Málaga es inglesa y mora, A la vez que es andaluza; Guadalmedina la cruza, Y el puerto la condecora; Gibralfaro la avalora Y la Caleta sin par; La emblanquece su azahar, Y la dora su alegría;

En su torre se abre el día Y a sus pies se rompe el mar. Esa es Málaga la bella, Paraíso en que nací; Entre sus luces, viví, Y mi ser formóse en ella...

El parque nos abandona, dejando tras de nosotros su aire perfumado de azahares y de rosas. Si tuviera que quedarme con un color de Málaga sería con el Jacaranda, los hay bellísimos frente a La Aduana. Al final del Parque, la Alcazaba y jardines de Puerta Oscura, que se ocultan en la penumbra desparramada de la colina. Más arriba, el vigilante Gibralfaro, ajeno a los incesantes trajines portuarios, aunque nada escapa a su control. Astolphe Custine,1790-1857,viajero y aristócrata francés, nos dice cómo lo vio: “Hay que subir al viejo castillo. Desde esta altura se contempla una amplia vista, sobre un mar de una luz y una alegría maravillosa, por la multitud de velas de un blanco resplandeciente que se destacan sobre el fondo azul; pero las tierras que rodean el mar son de una magnífica desnudez: ni un solo árbol, pocas casas, grandes líneas de costa bordeadas de espuma, inmensos horizontes y montañas.”(...)

“EXTRAORDINARIA CORRIDA DE TOROS PICASSIANA…, leemos en un cartel junto a la Malagueta, y de nuevo me abro a los conjuros. Mis acompañantes me hacen una semblanza de la fiesta, que antiguamente se celebraba en la actual Plaza de La Constitución.

Theophile Gautier, poeta francés y periodista del siglo XIX, se adelanta: (...) Rebosaba en las calles la multitud, que se amontonaba cerca de la plaza: los aguadores, los vendedores de agua de cebada y de abanicos y los caleseros armando alboroto. Hans Christian Andersen, famoso escritor danés de cuentos que embellecieron nuestra niñez, y cuya estatua hemos dejado atrás, le interrumpe: (...) Señoras con vestidos de seda negra y mantillas iban andando por las calles con sus pies diminutos y elegantes, por ser aquellas demasiado estrechas para los carruajes. Mujeres y muchachas con chales de seda y alegres colores se apresuraban; campesinos en sus mejores ropas (chaqueta y pantalón de terciopelo, sobre las piernas lujosas polainas de piel cosidas a mano, y sobre la cabeza sombrero de ala ancha) iban pavoneándose con puros en la boca. Alrededor de la plaza estaba la caballería con las espadas desenvainadas; los caballos estaban inquietos, bufaban y retrechaban. Vendedores de refrescos y frutas, y mendigos harapientos se unían a la multitud. El sol abrasaba sobre las paredes blancas. Con mejor decisión que voz, entonamos esta letrilla popular: “Málaga la hechicera –La de eternal primavera– la que baña dulce el mar Entre jazmín y azahar”. Y hacia el mar nos dirigimos. La luna trazaba senderos sobre las aguas, decididos de nuevo a transportar viajeros. Las barcas añoraban ser chalupas con sus senos repletos de uvas, pasas y vinos dispuestas a zarpar para complacer los paladares de otros pueblos. (Mucho trabajo para tan poco salario).

Antigua lonja de Málaga El Puerto está siempre rebosante de navíos ingleses, franceses y americanos; en otoño se exportan grandes cantidades de uvas a Rusia, Inglaterra y América. Una muchedumbre de mercaderes extranjeros atraídos por negocios ventajosos se establece en Málaga sin parar, y la ciudad se muestra constantemente animada –nos aclara Vasili Petrovich Botkin, 1845, nuestro escritor y viajero ruso–.

(...) Aproximémonos a esta barca varada en la playa, y a cuya sombra algunos hombres del pueblo están sentados y juegan a las cartas con aire picaresco; son charranes, nativos de Málaga, y en ella morirán, a no ser que vayan a acabar sus días en el presidio de Ceuta o el de Melilla. Van por las calles vendiendo boquerones; otras veces ofrecen sus servicios a las amas de casa que acuden a comprar al mercado el avío del día, para llevarles por unos cuartos la carne o el pescado, pero su oficio verdadero es el de no hacer nada: viven de la Industria, en el mal sentido de la palabra, de tomar el sol en la playa, o de estar sentados a la sombra en la explanada del muelle… –es el turno de Charles Davillier, 1823, viajero francés que junto a su amigo Gustavo Doré, dibujante y pintor, nos dejaron hermosos libros de viajes–. Buscando silencio y abrigo en el muelle, junto a la farola, que a pesar de las reformas recientes, sigue cumpliendo fielmente su vocación de alumbrar a barcos perdidos y viajeros sin rumbo, invito a sentarse a mis viajeros. Francis Carter, el inglés que tanto amaba esta ciudad y que tan formidables dibujos nos dejó de ella, nos explica algo de su historia antigua: “En la época de su conquista Málaga tenía cuatro castillos: el de Gibralfaro, la Alcazaba o palacio del gobernador, las Atarazanas y el castillo de los Genoveses. Podemos deducir por su nombre que estaba cerca del mar, pues los genoveses fueron en aquella época, y después, los dueños del comercio en todo el mediterráneo. Las murallas de la ciudad llegaban desde la Alcazaba hasta las Atarazanas, en línea recta; alcanzaba una milla su longitud; el agua mojaba sus piedras, y tenía dos torres que se adentraban en el mar. Este recinto se abría con varias puertas, la principal era la puerta de Granada que mira hacia los montes; la de Antequera y el Postigo de Arance, hacia la Vega; y, hacia el mar, Puerta del Mar. Otra de las más famosas, pequeña, de hierro, es la del Arsenal de la Alcazaba, que es conocida por todos como puerta de La Cava, en referencia a la hija del conde D. Julián, que salió por ella para embarcar hacia África”. Como la noche es larga y me encanta escuchar historias, les animo a mis viajeros a que me las cuenten. Siento que a mis lectores no se las pueda narrar, la aurora está levantándose y con prisas viene ya; mis viajeros ponen rumbo y se adentran en el mar; me quedo sola en el muelle, entregada al perfume de su sal.

El viajero

TRIESTRE, CIUDAD DE ESCRITORES Pepa J. Calero

Cuando llegué a Trieste, las farolas movían inquietas la luz sobre el asfalto. A la salida de la estación, una intensa cortina de lluvia y viento cubría de gris la ciudad. La pequeña y fronteriza ciudad más literaria de Europa, la mitteleuropa de Claudio Magris, el antiguo puerto del imperio austro-húngaro. El sol lucía implacable por la mañana sobre esta urbe situada entre la montaña, el Carso, y el mar. Un autobús me acercó al castillo de Duino, donde Rilke creó su famosa elegía. Desde lo alto de este espectacular acantilado que observa al mar como una amante indulgente, es fácil sentir ese primer verso del poeta romántico escrito aquí: ¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes angélicas?

Dejé las alturas para pisar el centro, donde conviven palacios neoclásicos, barrocos, restos románicos, austriacos y altos edificios eclécticos cargados de historias y rebeliones de la ciudad más oriental de Italia desde 1919.

En el puente de la iglesia de Sant`Antonio Taumaturgo, junto al gran canal de estilo veneciano, un japonés fotografiaba sin descanso la estatua de bronce de Joyce: su sombrero, su pajarita y su libro bajo el brazo. La efigie parece andar camino del café Stella Pollare, el café testigo del profesor de inglés, el irlandés que creó en estas tierras la mayor parte de su obra, incluido el primer capítulo de Ulises, personaje inspirado en un marinero triestino. A pocos metros, la inmensa Piazza Unita d'Italia comienza a llenarse de obreros y gentes que preparan el escenario de su gran fiesta marítima anual. Una hermosa plaza, llamada la sala de estar de Trieste, engalanada de banderas y

colores y abierta como un abrazo maternal al Adriático. Un dulce e intenso aroma a café inunda todos los rincones de esta ciudad, donde el café es una religión, con su liturgia de apodos triestinos: goccia, capo, nero, deca, capo in b, junto a los italianos conocidos como macchiato, lungo, expresso, nocciola, ristretto. Intento llegar a la librería anticuaría cuyo dueño era el poeta Umberto Saba. Imposible. Apenas puedo caminar, un viento frio, seco, bravo inunda sus calles, sus sillas atadas con cadenas y sus gentes, resguardadas en soportales. No sé si es el Bora o el Siroco. Stendhal decía: “Sopla la bora dos veces por semana y el gran viento (sirocco) cinco veces. Lo llamo gran viento cuando uno está constantemente ocupado en sujetarse el sombrero, y bora cuando uno teme romperse un brazo”. Horas más tarde, el viento amainó y aproveché para ascender por sus calles empedradas hasta alcanzar los restos de la antigua ciudad medieval y los árboles que flanquean la catedral de San Giusto. Huele a pino y a ciprés. El templo, sencillo y entrañable, me recordó a San Marcos de Venecia, con sus mosaicos bizantinos, su luz dorada, sus frescos medievales y esas lámparas sacadas de una pintura mural de palacio. Desde aquí arriba las vistas que se contemplan enmudecen hasta el aire. Un encanto. Anochece, cerca del lujoso Caffè degli Specchi una mujer rubia con un gorro negro toca el violín junto a la fuente de los cuatro continentes. A su lado, un señor con abrigo y bufanda blanca escucha extasiado la canción.

Al día siguiente visité el Café San Marcos, inmortalizado en Microcosmos por Magris. Una babel de almas pululaban entre sus mesas, cerca del piano o pegadas a la barra del famoso lugar. A pocos metros, el jardín público con su sinfonía de voces infantiles, sus bustos de personajes ilustres y sus palomas pusieron la nota literaria a los textos queridos que viajaban conmigo.

“En el jardín público me senté en un banco y con el bastón escribí distraído en la arena la fecha de aquel día”, La Conciencia de Zeno.

Alcancé

la Piazza Hortis, la acera donde se encuentra la estatua de Italo

Svevo, con su sombrero en la mano, detenido, como si alguien lo hubiera llamado y se hubiera girado para repetir que “No logro prescindir de esa cosa ridícula y dañina llamada literatura”. Anochecía y las calles se llenaban de música y fiesta, cientos de almas reían y charlaban animados en los puestos de comida, contemplando los barcos, las casetas, el vino, los abrazos…, empezaba la Barcolana.

Horas más tarde en la Piazza Della Libertá, frente a la estación, con la maleta en la mano, contemplé el monumento a la emperatriz Elisabetta, Sisi, en el centro de un pequeño jardín con hojas caídas, donde unas gaviotas picaban los restos de un pastel.

Dejé Trieste de noche, igual que llegué, recordando las palabras de Cosini: “Era una noche rica en estrellas y carente de luna, una de esas noches en que se ve a mucha distancia y que, por esa razón, calma y aquieta” La conciencia de Zeno. Italo Svevo

Sección Trazos Felipe Orlando El artista viajero que se quedó en Benalmádena Por Lola Buendía

Sus biógrafos nos cuentan

Felipe Orlando fue un hombre peregrino del arte, de cuya obra el prestigioso crítico Guy Pérez Cisneros dijo: “Su pintura es una expresión muy depurada y muy sinceramente ingenua de su mundo interior. Nunca se quiso engañar a sí mismo, y su obra ofrece una pureza muy rara en nuestro arte moderno (…) Orlando supo ver con provecho el mono cromatismo manuelino seguido por la orgía del color de Mariano. Conservó siempre su personalidad intacta a través de tales viajes. Sus temas son lo mágico cotidiano: las afueras del circo, los juegos de los niños, las peceras, los juguetes. Buen ejemplo de que no se necesita recurrir a un literario surrealismo para hallar la más fina y la más rara poesía.”

“Felipe solía volar con un taladrador de ideas en su cintura, a cada paso que daba taladraba la ignorancia de cuantos se acercaban a él, sin importarle que fuera gente de irregular ralea: política, artística u oficios varios. Felipe les hablaba dulcemente, era como una anestesia. No hacía falta ron cubano ni música tántrica…Felipe, el cuate, es memoria poderosa”… ” Yo no sé hablar de muertos porque para mí la muerte no existe…Felipe vive en aquellas historias, en cada verso, en cada trazo… (Salvador López Becerra).

Y él mismo «Si el arte no llega a quien lo mira, no tiene demasiado sentido». La frase, pronunciada en su día por el pintor, escritor y antropólogo mexicano Felipe Orlando (Tenosique, México, 1911; Benalmádena, 2001), fue una de las máximas que marcaron la vida y obra del que está considerado uno de los principales renovadores del arte en Málaga al acercar las vanguardias estadounidenses y europeas a la cultura malagueña. Esa misma inquietud fue la que le llevó a donar a Benalmádena su valiosa colección de piezas precolombinas en señal de agradecimiento al pueblo que le acogió en 1968 y del que nunca se marcharía.

Trazos de su biografía En la segunda mitad de los años 40 del pasado siglo, Felipe Orlando vive y crea En Estados Unidos, pero sin perder sus vínculos con el arte y la cultura cubanos, organiza y participa tanto en muestras personales y colectivas de La Habana y Washington y Nueva York. En 1951 se traslada a México donde abre un nuevo taller en la capital del país azteca y se sumerge con brío en el panorama de la pintura mexicana de los años 50 y 60, integrándose a la cultura artística de la nación. En

1965

se

traslada

a

tierra

española y allí sus raíces fecundan de nuevo, instalándose en Mojácar, Almería. A partir de 1970 establece su residencia

en

Benalmádena,

Málaga. Su pintura evoluciona hacia la

abstracción,

en

particular

la

pintura informalista, aunque siempre con algún referente figurativo. En estas

pinturas

Felipe

Orlando

nuevamente cambia su morfología. Predomina la serenidad y el lirismo en las texturas. Tal como afirmara José Emilio Pacheco acerca de su pintura “…un artista no está hecho jamás. Se hace a sí mismo a medida que pinta.” En su texto, Cobas reitera el carácter viajero en la personalidad del artista, condición

que

se

asocia,

definitiva” con su nítida

“de

forma

imagen “como

pintor, escritor y antropólogo tenemos que asociarlo, con el artista viajero”.

El 5 de mayo de 1970, abría sus puertas el Museo de Arte Precolombino, un espacio cultural único en Andalucía que alberga una de las más importantes colecciones de piezas de la América precolombina existentes en España y procedentes de México, Perú, Nicaragua, Costa Rica y Ecuador. Felipe fue el director y conservador vitalicio del museo.

Una muestra de su pintura está expuesta permanentemente, en el Museo de Arte Precolombino de Benalmádena. [email protected] Nuestro agradecimiento a su viuda: Marina Lara, por habernos facilitado las fotos de algunas de las obras que ilustran estas páginas.

Detrás del sonido

Textos de su obra escrita

El canto de la tierra era tan ancho como el mar cuando venía el viento. Los pájaros se arremolinaban sobre los uveros y chillaban durante toda la noche. Por encima de la arena, al amanecer, los pasos de los niños dejaban pequeños agujeros que borraban las olas. Con las manos sobre los sombreros y los listones culebreando al aire, llegaban hasta el farallón y allí tomaban el angosto sendero blanco para bajar al pueblo. Torciendo, después de la tercera casa, la máquina que encendía las luces falsas echaba sus músicas tentadoras y, aún con las manos apretadas sobre los oídos, pasaba incitante y turbadora sus secretos instintos. (Ese extraño animal humano)

Magia y misterio no constituyen la misma cosa. Magia es un acto que implica un proceso de trabajo hasta llegar a un fin en el que permanece fijando su historia. Misterio es lo que no abarca esa condición en sí misma y puede encontrarse en las cosas más simples. La pintura es, pues, un acto de magia a través de un trabajo que conduce más que ser conducido y termina en un acto de entrega. (Cartas de Felipe Orlando a Rafael Franquelo)

Arte para recomendar José Manuel Velasco.

Acabada la Semana Santa y en este recién estrenado comienzo del mes de Abril en donde el dicho “Abril aguas mil” está siendo más verdad que nunca me dispongo cómo siempre a recomendar algunas exposiciones, en donde espero que la gran mayoría de ellas coincida con el cómplice gusto del lector, y ayude un poco a apaciguar esa crispación, derivada de la crisis tanto política, económica y social que tiene en estos momentos nuestro país, por lo menos esa es mi humilde intención. Empezare por Madrid y en este caso por la extraordinaria exposición de dibujos “El trazo español en el British Museum. Dibujos del Renacimiento a Goya”. Son dibujos de los grandes artistas españoles que pertenecen al Museo Británico. En este caso el centro inglés ha cedido para la ocasión este conjunto de obras, procedente de su departamento de dibujo: uno de los más importantes del mundo y de una calidad excepcional. Comprende cerca de doscientas obras e incluye muestras de artistas que van desde mediados del siglo XVI hasta el siglo XX.Las adquisiciones, de mediados del siglo XIX, reflejan el creciente interés que había en Gran Bretaña por el arte español, impulsado, entre otros factores, por la publicación de los dos volúmenes el Handbook for Travellers in Spain, de Richard Ford (1845) y los Annals of the Artists of Spain, de William Stirling Maxwell (1848). Ambos escritores fueron asimismo coleccionistas. Se podrá ver hasta el 16 de Junio. En el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía no se pierdan la muestra de la escultora Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956). La exposición llamada “Metonimia” la conforman más de cincuenta piezas y supone la mayor retrospectiva que se haya realizado de esta artista hasta la fecha. Ha participado en eventos tan importantes como la Bienal de Venecia, en la que es seleccionada para representar a España en los años 1986 y 1993. Posteriormente, la exposición individual que le organizó el Guggenheim Museum de Nueva York en 1997 supuso su definitiva consagración en el ámbito internacional. Sus trabajos están en colecciones de algunos de los principales museos del mundo. Sus esculturas se integran con la arquitectura del lugar en el que se ubican, estableciendo un juego en el que la realidad y la apariencia se entrelazan. Creaciones que generan de este modo sugerentes mundos ficticios y abandonan sus fines utilitarios para convertirse

en escenografías que propician una observación reflexiva. Intersecciones entre lo natural y lo cultural, sombras, cascadas, remolinos y follajes, en las que la idea de refugio resulta la metáfora más recurrente. La propuesta expositiva se completa con una panorámica de sus serigrafías en cobre y tela, para mí de lo más interesante de la muestra. Se podrá ver en el Edificio Sabatini, Planta 1, hasta el 13 de mayo de 2013. Continuando en Madrid, en el espacio Promoción del Arte de Tabacalera, el gran artista José Manuel Ballester (Madrid 1960), a través de medio centenar de fotografías, nos presenta: “Bosques de Luz”, que es una muestra de los últimos ocho años de trabajo de este artista madrileño, pintor y fotógrafo, distinguido con el Premio Nacional de Fotografía 2010. Con una trayectoria impecable, en este caso nos hace una singular interpretación del espacio arquitectónico y de la luz. El trabajo de Ballester gravita siempre en torno a tres claves fundamentales: el tiempo, la luz y el espacio. En palabras de las comisarias: “el artista no se propone desarrollar un lenguaje fotográfico específico, sino utilizar el objetivo como testigo para justificar, registrar, matizar e interrogar la actualidad y el progreso”. En esta exposición aparecen los temas que más ha frecuentado el autor en estos últimos años: paisajes urbanos, temas industriales, la serie de espacios ocultos y por último paisajes naturales que en cierto modo, reviven sus primeros paisajes neorrománticos pintados allá por los años ochenta y que afloran en clave fotográfica. El artista, encuentra el motivo de su obra en los espacios de fricción que se dan entre la arquitectura y la ciudad, la pintura y la fotografía o entre lo artificial y lo natural. Su obra refleja a menudo la complejidad de la experiencia urbana a través de un nuevo punto de choque, el que confronta al individuo con la globalización. Podemos verla hasta al 28 de abril. Y para terminar nuestra visita a Madrid, la Galería Emma nos presenta la obra del artista plástico Eduardo Mezquida en una muestra titulada “Realidad y ensoñación” donde se incluyen las líneas pictóricas del artista denominadas: Materia y Vida, Mundo Actual, Paisaje Urbano y Vida Urbana. El artista refleja en sus obras la alegría de vivir, trascendiendo lo difícil que es a menudo la realidad, además de paisajes e individuos que ha podido captar en el transcurso de sus viajes por ciudades como Paris, Madrid, Lima, Bogotá, La Paz y Valparaíso. Su intención es destacar lo que es digno de ser elevado a través de su obra de arte pulcramente realizada. Hasta mediados de abril. Nos vamos ahora al sur y en Sevilla, en el Museo de Bellas Artes:” Rubens, Brueghel, Lorena. El paisaje nórdico en el Prado” , una exposición de gran importancia, tanto por la

extraordinaria calidad de las obras que la componen y la categoría de los maestros que las realizaron, como por la aproximación que plantea a las diferentes tipologías del paisaje que surgieron a lo largo del siglo XVII en Flandes y Holanda. Es una oportunidad excepcional para disfrutar de un recorrido por el paisaje nórdico apreciando así la maestría con la que los pintores representaron con fidelidad montañas, bosques, campiñas, ríos, mares, parajes cubiertos de nieve o canales helados, inmersos en una luz naturalista. Está comisariada por Teresa Posada Kubissa, Conservadora de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte (hasta 1700), la muestra está compuesta por 36 obras y entre los pintores que integran esta exposición figuran los más destacados maestros del género, con obras tan representativas como Paisaje alpino de Tobias Verhaecht, uno de los maestros de Rubens; La vida campesina y Boda campestre de Jan Brueghel el Viejo, además de La Abundancia y los Cuatro Elementos que pintó en colaboración con Hendrick van Balen o Mercado y lavadero en Flandes en colaboración con Joos de Momper el Joven; Paisaje con gitanos y Tiro con arco de David Teniers o los dramáticos Asedio de Aire-sur-a-Lys de Peeter Snayers y Bosque con una laguna de Jan Brueghel el Joven.Se podrá ver hasta el día 2 de junio de 2013. Continuamos en Sevilla. La Galería La Caja China nos presenta la obra de Concha Ybarra: “De la tierra y el aire”. Nacida en Sevilla donde reside y trabaja. Su obra se desarrolla en el terreno de la pintura, aunque interesada también en los procesos cerámicos y la fotografía. Busca la sensualidad, el misterio y el mundo intimista. Le interesa el dialogo entre abstracción y figuración. Se podrá ver hasta el 17 de mayo de 2013. Saltamos al norte y en Bilbao, organizada por el Musée d'Art moderne de la Ville de Paris,Paris-Musées y el Museo Guggenheim Bilbao, podemos disfrutar de L'Art en guerre. Francia, 1938-1947: de Picasso a Dubuffet. Muestra cómo, ante el amenazador contexto de opresión vivido en Francia durante la II Guerra Mundial y la Ocupación nazi, los artistas de la época se rebelaron frente a las consignas oficiales mediante novedosas respuestas estéticas que modificaron el contenido del arte.

Más de 500 obras de un centenar de artistas, incluyendo documentos, fotografías y películas inéditas, se reúnen en esta exposición única. En donde se muestra la forma en la que estos creadores resistieron y reaccionaron, "haciendo la guerra a la guerra" con formas y materiales casuales impuestos por la penuria, incluso en los lugares más hostiles a toda expresión de libertad.

Trabajos de grandes artistas como Alexander Calder, Salvador Dalí, Óscar Domínguez, Jean Dubuffet, Marcel Duchamp, Raoul Dufy, Max Ernst, Jean Fautrier, Alberto Giacometti, Julio González, Vasily Kandinsky, Paul Klee, Fernand Léger, René Magritte, André Masson, Henri Matisse, Henri Michaux, Joan Miró, Picabia, Picasso o Yves Tanguy entre otros. Podemos disfrutarla hasta el 8 de septiembre, 2013. Saltamos a las Baleares y en el Museo Fundación Juan March, de Palma de Mallorca, os recomiendo la exposición Eduardo Arroyo: retratos y retratos, que ofrece más de un centenar de obras, entre pinturas, dibujos, esculturas y fotografías del artista procedentes de distintas colecciones públicas y privadas, españolas e internacionales y 70 fotografías, en su mayoría inéditas que pertenecen a la colección del autor. Arroyo ha sido, desde sus inicios, un pintor de retratos (y autorretratos), done se mezclan los personajes de ficción con personajes históricos y reales. Las 33 pinturas y dibujos y las 8 esculturas que se pueden ver conforman una galería de retratos de personajes de la historia nacional e internacional: figuras históricas como Isabel la Católica; figuras de la vida pública, que van desde Napoleón a la Reina de Inglaterra pasando por Carmen Amaya. La muestra se podrá ver hasta el 18 de mayo de 2013. Estas son mis recomendaciones para esta primavera que comienza. No quiero acabar sin agradecer a la Diputación de Málaga la magnífica exposición “RUPTURA Y CAMBIO” que me hicieron, durante el pasado mes de diciembre y enero, y que durante el mes de abril ha estado expuesta en la Galería Emma de Madrid. Agradezco también a la revista Terral el haber sido su portada del número 9 de 2013.

La otra realidad ALQUIMIA ( I ) ALQUIMIA ( I ) Mariano Vázquez Alonso Mariano Vázquez Alonso

La palabra alquimia procede, según las teorías más extendidas, del término árabe Al-kimiya que, a su vez, derivaría de la voz egipcia Kême. Esta última quiere decir “tierra negra”. Dicha expresión puede hacer referencia tanto al país de Egipto, en donde se practicó durante mucho tiempo este arte hermético, como al elemento primordial, a la base de todo el proceso alquímico. Todavía hay otros tratadistas que consideran que el término procede de la voz griega chyma que significa “fundir” o “derretir”, operación que resulta imprescindible en todo el proceso alquímico. Tanto los autores de la Antigüedad como ciertas corrientes esotéricas hacen remontar los orígenes de la alquimia a épocas históricas tan poco precisas como pueda serlo el Egipto prefaraónico. Tal aseveración, sin embargo, carece de bases comprobables. Es más lógico admitir que la alquimia tuvo sus orígenes en tierras mesopotámicas, cuna de todas las ciencias que han dado en llamarse “ocultas”. En apoyo de esta teoría R. Eisler, en la década de 1930, publicó una serie de trabajos en los que manifestaba que se podían identificar ciertas creencias babilónicas con el origen mesopotámico de la alquimia. Esgrimía como prueba un texto perteneciente a la biblioteca del rey Asurbanipal I. Este monarca creo en Nínive, allá por el siglo VII a. C., una gran biblioteca de más de 22.000 tablillas en la que había tratados científicos de toda índole, entre los que figuraban obras dedicadas a la metalurgia y a una incipiente alquimia. En la China taoísta y en la India védica encontramos también importantes escuelas alquímicas, si bien más interesadas por su aspecto filosóficoesotérico que por el operativo. Pero es en el mundo árabe en

donde la

alquimia, o Arte Real, adquiere una importancia inmensa, siendo muchos y de gran fama los alquimistas árabes surgidos en el transcurso de la Edad Media.

Hecha esta breve referencia a los orígenes de la alquimia, se hace muy importante aclarar cuál es el verdadero plano en el que se desarrolla la obra alquímica. Desde tiempos remotos los alquimistas sabían muy bien que al procurar la perfección de los metales, estaban procurando su propia perfección personal. En un texto alquímico clásico, el LiberPlatonis, se habla de este sincronismo entre la “obra” y la propia experiencia interior del alquimista, de forma que no quede duda alguna: “Las cosas se hacen perfectas por sus semejantes; y por eso el operador debe participar en la operación”. Tanto

el

alquimista

occidental como el oriental “trabajaban”

sobre



mismos; es decir, sobre su plano físico y psicológico, al igual que sobre el espiritual y el

moral.

Muchos

textos

alquímicos están de acuerdo en ensalzar las virtudes que debe tener el alquimista a la hora de iniciar su obra: ha de sentirse en plena

sintonía

con lo que está haciendo; ha de

mostrarse

inteligente,

sabio y

entregarse a la meditación y a la oración. Así pues, la alquimia no

e

debe es

simplemente un conjunto de manipulaciones de laboratorio, aunque éstas sean imprescindibles. Es el propio adepto el que ha de transformarse en la piedra filosofal: “Transformaos vosotros mismos de piedras muertas en piedras vivas”, escribe muy acertadamente un alquimista. Aunque el proceso alquímico, es decir, el desarrollo de las distintas etapas de la obra, es algo que está bien descrito en los textos alquímicos – si bien el orden en que se desarrolla varía de unos alquimistas a otros-, resulta muy difícil conocer la naturaleza exacta de la experiencia crucial; o sea, de la obtención por parte del alquimista de la piedra filosofal.

Mircea Eliade, al referirse a este punto, escribe: “La literatura alquímica, que se muestra extremadamente prolija en lo que concierne a los preliminares y primeras etapas de la obra, no hace sino alusiones crípticas, la mayor parte de las veces de manera incomprensible, al “mysterium magnum”. Eliade establece también una comparación entre la obra alquímica y la iniciación de los Misterios, basándose en que ambos procesos existe una especie de pasión, muerte y resurrección. Sabemos que el sentido y finalidad de los Misterios era la transmutación del hombre, para hacerlo –en cierto modo- inmortal. Y el objetivo del Arte Real consiste en algo sumamente parecido. (En próximos números continuaremos hablando de este singular proceso de transformación).

Entrevista a Fernando Savater Un lector comprometido

Cuando un lector es voraz pueden pasar una serie de hechos: que se convierta en escritor, que se haga filósofo y hasta que termine desarrollando algún activismo político. En el caso de Fernando Savater se cumplen las tres cosas. Al principió descubrió la literatura y tiempo después la filosofía, actividad de la que nunca se arrepintió. La literatura viajó junto a él en su aventura vital al mismo tiempo que lo hicieron las influencias de Nietzsche, Cioran, Spinoza; mientras se desarrollaba en su interior una tendencia socialdemócrata, laica y antinacionalista. Sobre todo, la literatura le acompañó a la vez que su vitalismo desembocaba en un interés por la didáctica a través de las palabras. Con sesenta y cuatro años tiene una trayectoria amplia y prolífica. Ha sido catedrático de filosofía de la universidad complutense de Madrid, de la universidad del país vasco, de la Uned y de algunas más. Siempre colaboró con el diario “El País” y con la revista “Claves”. Ha desarrollado un público activismo contra el terrorismo de E.T.A. mostrando sus ideas, entre otros, en el Foro de Ermua. Los premios que tiene son muchos: el “Nacional de Ensayo” 1982, el “Anagrama”, también el “Planeta” 2008 y el “Ortega y Gasset” 2008. Además es Doctor Honoris Causa de varias universidades, labor que no se separa de sus innumerables apariciones en televisión encabezando debates de toda índole. Su última obra: “Los invitados de la princesa” ha sido galardonada con el premio “Primavera de Novela” 2012. Es un libro donde se cultivan varios géneros (a través de relatos) y donde, de manera subterránea, el diálogo de los personajes termina en diversas reflexiones filosóficas. En cierta forma es un homenaje a la literatura, cuando esta tiene la virtud de narrar experiencias que transmiten conocimientos. Han dicho de ella, en su corte metaliterario, que la isla donde trascurren los hechos es una metáfora del mundo real. Y es que..., como dice el mismo autor, tuvo un antecedente biográfico que desencadenó el libro. Cuando se encontraba en Milán, esperando un medio de trasporte, un

volcán islandés comenzó a arrogar cenizas y tuvo que quedarse aislado hasta que las condiciones fueron distintas. Entonces comenzó un dialogo múltiple con las personas que se encontraban en idéntica situación. De ahí... que el argumento del libro pase por una isla en la que su presidenta (llamada princesa) invita a un grupo de congresistas que terminan incomunicados a consecuencia de un volcán y que... irremediablemente intercambian palabras, experiencias y literaturas. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------A.G. Sr. Savater... debo confesarle que de todas las entrevistas que he hecho esta era la más esperada. La unión entre filosofía y literatura es algo que me seduce por circunstancias personales. El lenguaje literario, propio, es un vehículo más asequible para las ulterioridades. ¿Está de acuerdo? F.S. A mí también me seduce mucho ese modelo. Mis escritores favoritos en todas las categorías son quienes están a caballo entre esos géneros: Voltaire, Santayana, y sobre todo Borges. Los que convierten la reflexión filosófica y metafísica en género literario. A.G. Porque la filosofía es necesaria, ¿verdad? Aún no ha muerto, por mucho que Jean– Fraçois Lyotartad y Gianni Vattimo lo pretendan. F.S. Más que necesaria, yo diría que es inevitable. La ciencia explica y la poesía expresa, pero la filosofía -al menos tal como yo la entiendo- pretende juntamente explicar el mundo y expresar la vivencia del yo que lo comprende. Queremos saber no sólo que son las cosas sino también que significan para nosotros, cómo nos corresponden y que destino nos aportan. A.G. Su última obra: “Los invitados de la princesa” fué fruto de una situación real en Milán: usted se quedó atrapado en una isla a expensas de un medio de trasporte, al igual que los personajes del libro. A mi me gustaría saber si ese patrón se repite o si sus novelas son consecuencia de diferentes causas. F.S. Mi ficción parte de pretextos reales y concretos, pero nunca es naturalista ni aún menos costumbrista. Cuando escribo ficción soy real, pero nunca "realista"... A.G. En este libro la genialidad está en la trasmisión de experiencias y de ideas a través de los diálogos de los personajes. Está en coincidencia con Deleuze: ¿el diálogo termina o deber terminar siendo un producto más importante que los interlocutores?

F.S. A mi entender, el diálogo no es un intercambio de conclusiones; -o no es sólo eso- sino una indagación sobre lo que ocultan, hasta para nosotros mismos, las conclusiones a las que hemos llegado previamente. En el diálogo perfecto, el socrático, los intervinientes tienen al final menos claro lo que piensan pero más claro lo que son como seres pensantes. A.G. Ese diálogo, el de su nueva obra, nos conduce a un viaje sin destino. En ese navegar ¿cuál sería un hombre sabio hoy en día? F.S. El sabio, a mi juicio, es quien mejor comprende su relativa minusvalía entre dos magnitudes abrumadoras, la naturaleza y la sociedad. Con las cuales debemos vérnoslas, con humildad pero sin humillación... A.G. La política también surge en el libro y con ella el problema Vasco. ¿Por alguna razón, cree que los cimientos de ese nacionalismo pueden volver a resurgir o que, por suerte, ese problema se ha acabado? F.S. En el mejor de los casos, lo que se ha acabado es la amenaza permanente de la violencia terrorista...que no

es

poco.

Pero

el debate

nacionalista continúa, así como la necesidad de seguir luchando por una España plural pero unida. A.G. Este además es un momento, como sabe, crítico en España y fuera de ella. Estamos sometidos a una crisis global.

¿Debería ser

efectiva la idea de sanciones por delitos económicos contra la humanidad? ¿Qué opina al respecto? F.S. Siempre he pensado que los dos adversarios peores de la democracia son la miseria y la ignorancia. Y que debería estar fuera de la ley, con todo lo que ello significa, quienes las fomentan, se aprovechan de ellas o incluso quienes no las remedian diligentemente. A.G. ¿Es necesario algún tipo de revolución para salir de esto? ¿El pueblo - la ciudadanía - debe ser activa? F.S. El "pueblo" puede ser -suele ser- una instancia retórica, pero en cambio los ciudadanos no son nada si no son activos, es decir si no reflexionan permanente y colectivamente sobre sus derechos y sus deberes. Y sobre lo que les impide atender unos y otros.

A .G. Me detendré en la ética ahora, presente no solo en este nuevo libro si no en todas sus obras en las que se predica un compromiso final. ¿Cómo podríamos adquirirlo hoy en día? F.S. La ética no es un compromiso, sino la perspectiva racional siempre abierta sobre los motivos, exigencias y responsabilidades de nuestra libertad. Añado que nunca ha sido tarea fácil. A.G. Creo que ya hemos llegado al final. Y la pregunta despedida no podía ser otra. Es una cuestión que le hago a todos los entrevistados y que hace referencia al título de la sección que dirijo en una revista y a mi propio blog. ¿Podría esbozar una definición de “La mirada zurda”? FS: A mí me gusta mirar por recto y por derecho (aunque no por derechas...). Me gustaría saber ser como el caballo, que tiene una visión periférica de casi trescientos sesenta grados, salvo un punto al frente y otro justo detrás.

Entrevista realizada por Antonio Guerrero para Terral http://antonioguerreroruiz.blogspot.com.es/

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