EL COACHING QUE ENFERMA, ESCLAVIZA Y PERPETÚA 1

EL COACHING QUE ENFERMA, ESCLAVIZA Y PERPETÚA1 JUAN PALACIOS GIL Pensamos que perder el ego es perder la identidad, y es todo lo contrario. Lou Marin

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EL COACHING QUE ENFERMA, ESCLAVIZA Y PERPETÚA1 JUAN PALACIOS GIL

Pensamos que perder el ego es perder la identidad, y es todo lo contrario. Lou Marinoff

De un tiempo a esta parte estamos asistiendo en las organizaciones a una enorme eclosión del coaching como herramienta para el desarrollo directivo. Por doquier, podemos encontrar múltiples manifestaciones respecto a sus excelsitudes y encendidas loas acerca de sus magnificencias. Sin embargo, muy poco se habla de “la sombra del coaching”. De sus aspectos perversos, de su dimensión connivente con la perpetuación de la neurosis, de su efecto multiplicador del ego, de su pábulo a la inautenticidad y de sus aportaciones al mantenimiento de un “falso yo” defensivamente autoconstruido. Justo acerca de esa sombra, en las líneas subsiguientes, trataré de hilvanar algunas reflexiones. Antes de entrar en harina, exploremos un par de cuestiones previas. Diferenciemos, primero, ser humano y persona. El carácter no es otra cosa que un mecanismo de defensa. Una coraza adaptativa que construimos, de forma defensiva, para sobrevivir emocional y psicológicamente en los primeros años de nuestra vida. En esos años en los que nuestro nivel de conciencia no puede manejar ciertas situaciones críticas y solo es capaz de introyectar conductas, creencias y valores. En esos años, en definitiva, en los que generamos nuestra identidad prestada, secuestrada y alienada por nuestras figuras paternas, por nuestro núcleo familiar y por el influjo de la cultura en la que hemos sido inmersos. Dicho de otra forma, ese ser humano lleno de posibilidades, concreta su carácter de forma adaptativa, en una persona específica, con una personalidad definida, y con unos modelos mentales, emocionales y conductuales determinados, que generan unos patrones de conducta significativamente inducidos por su identidad introyectada. La personalidad es pues la coraza defensiva que un ser humano construye en función de las experiencias que le han tocado vivir. Por tanto, la persona elabora su identidad desde una máscara (su significado etimológico) generada como respuesta adaptativa. Diferenciemos ahora consciente e inconsciente. A lo largo de la autoconstrucción de nuestra estructura de personalidad, todos aquellos aspectos que negamos de nosotros mismos, los hacemos desaparecer de nuestro espectro consciente. Es decir, todo aquello que no soportamos de nosotros, que no nos gusta, que nos incomoda profundamente, que somos incapaces de asumir y de elaborar, lo hacemos desaparece de la conciencia. Hacemos como si no existiera. Lo

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aparcamos en el inconsciente y luego bloqueamos los circuitos de acceso desde nuestro control cortical. Nos defendemos de lo que nos duele profundamente haciéndolo desaparecer de nuestra racionalidad, negando su existencia. Sin embargo, aquello que habita en nuestro inconsciente, aunque esté recluido y olvidado, sigue actuando. Sigue interfiriendo nuestro devenir psico-conductual y sigue reflejándose en nuestros comportamientos, escapando al completo control de nuestro cortex racional. Vayamos entrando en harina… Recuerdo una reflexión de Fredy Kofman2 en la que apuntaba al entorno organizacional como uno de los ámbitos en los que más amargamente se reproducía la primera noble verdad del budismo: “el sufrimiento existe”. Ese sufrimiento lleno de dolor estéril, de incomprensión, de mentira, de apariencia, de coraza, de frialdad. Una apreciación que no me sorprendió por coincidir plenamente con mi experiencia como asiduo dinamizador de proyectos en múltiples organizaciones. Un hecho, el del sufrimiento en las empresas, que, según mi punto de vista, ha contribuido significativamente a la tremenda eclosión del coaching organizacional. Coaching que debía servir, supuestamente, para aliviar ese sufrimiento, para desarrollar los niveles de conciencia, para profundizar en la autenticidad, para buscar significados desde lo esencial, para transitar los encuentros con la sombra… Digo que debía servir, porque, según mi parecer, la mayoría del coaching que se está realizando en las organizaciones, no solo no está sirviendo a los propósitos antes referenciados, sino que, muy al contrario, está promoviendo la neurosis, está perpetuando la inautenticidad y está consolidando la esclavitud al ensalzar los aspectos más egoicos de las personas. Veamos, paso a paso, el porqué de lo que enuncio en el párrafo anterior. La neurosis se caracteriza básicamente por huir del dolor. Por aferrarse a los aspectos más inauténticos e introyectados de nuestro carácter: aquellos que nos hacen actuar mediante patrones defensivos, incontrolados e inconscientes. Iniciamos nuestro camino neurótico cuando respondemos con automatismos y frases hechas; cuando, independientemente de cuál es nuestro estado, actuamos tal y como se espera que debiéramos actuar; cuando el personaje se apodera de la persona; cuando esta confunde su identidad auténtica con su identidad autoconstruida desde una personalidad defensiva e introyectada. En la organización ese triángulo: personaje, persona y ser humano, está especialmente disociado y tergiversado. Seguimos llamando a los seres humanos recursos y seguimos actuando con ellos como si de recursos materiales o financieros se tratara: los gestionamos, los planificamos, los organizamos, los amortizamos… La mayoría de las acciones de formación y de desarrollo que realizamos las dirigimos al personaje (director financiero, jefe de producción), en contadas ocasiones la persona alcanza un protagonismo central, y el ser humano, como ser esencial, más allá de la máscara que representa la persona, sigue siendo ese gran desconocido en las organizaciones. Mucho del coaching que se está realizando se dirige, con demasiada frecuencia, estrictamente al personaje. Se inician procesos de coaching para alcanzar objetivos que tienen que ver exclusivamente con las metas de la organización, disociadas de las metas profundas de la persona que participa en el proceso, y por supuesto, sin llegar siquiera a considerar los aspectos esenciales relacionados con el ser humano que hay detrás de la persona que desempeña un determinado rol en la empresa.

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En otras ocasiones el proceso de coaching sí aborda aspectos críticos relacionados con la persona que participa en él: sus metas, sus preguntas esenciales, sus porqués profundos. Pero casi siempre se pasa por alto el hecho de que la dimensión persona no es más que una dimensión máscara, una dimensión secuestrada, adaptativa e introyectada. Se olvida que, en la mayoría de las ocasiones, la resolución de las cuestiones planteadas en ese nivel no hace más que consolidar la coraza inauténtica y egoica, el yo autoconstruido e irreal, y el carácter secuestrado y autodefensivo. Se da la paradoja de que el coach, acompañando y facilitando la consecución de ciertos objetivos planteados desde el ego, lo que en realidad facilita, en último extremo, es la exacerbación, la consolidación y la perpetuación de la neurosis. En la mayoría de los procesos de coaching en los que intervengo, en un momento crítico, que dejo emerger, y que varía significativamente según el caso, realizo lo que yo llamo “la madre de todas las preguntas láser”. Los pormenores de la misma, suelen desarrollarse mediante un diálogo prototípicamente semejante al siguiente: —Dime una cosa… esa meta que me planteas que te acompañe a conseguir… ¿es una meta que ha definido tu personaje, tu persona o tu ser esencial? —Bueno… pues… no sé… ¿que diferencia hay entre esos tres? ¿No son lo mismo? —No, no son lo mismo. —Pues no tengo ni idea. Supongo que mi persona… O mi personaje… Oye… ¿qué es eso del ser esencial? —Bueno, hagamos una cosa. Como es crucial que demos respuesta a esa pregunta antes de seguir, si te parece trabajamos para aclarar ese triángulo y luego, de vuelta, ya abordaremos lo de las metas. ¿Te parece? —Vale, como quieras… Lo que el coachee no suele ser capaz de ponderar en esa fase inicial del proceso, es que la resolución de lo planteado en este aparentemente inocente diálogo, implica el inicio de un profundo, intenso, crucial y necesariamente doloroso viaje hacia el despertar de la conciencia… Al hilo de lo descrito en los párrafos anteriores, podría pensarse que tampoco es tan malo centrarse en un nivel determinado, el del personaje por ejemplo, y trabajar desde ese ámbito acotado. En realidad es justamente lo contrario. Si aíslas el trabajo de crecimiento en un nivel superficial como el descrito, acabas bloqueando toda posibilidad de profundizar en la autoconciencia y en el autoconocimiento primal. Ese abordaje, lo que consigue, en última instancia, es facilitar la desconexión con lo auténtico, con lo ontológico y con lo esencial; y por tanto, lo que verdaderamente acaba generando es la exacerbación de la neurosis. Ese abordaje localizado, superficial y no integrado, es algo así como tratar de mejorar el tejado de una casa ignorando por completo que este se asienta sobre las paredes maestras, y que estas, a su vez, descansan sobre los cimientos. Por tanto, necesitamos procesos de coaching que integren esos tres niveles: personaje, persona y ser humano. Procesos de coaching dispuestos a abordar el inconsciente negado. Que trabajen con la luz y también con la sombra. Procesos que diseñen el crecimiento de la autoconciencia desde el direccionamiento hacia lo auténtico, hacia lo no secuestrado. Procesos que sean capaces de desplazarse hacia los estados más liberadores de cada ser humano; más allá de las creencias y de los

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valores introyectados, más allá de los pensamientos y de los sentimientos prestados, y más allá de las conductas automáticamente mimetizadas. Necesitamos procesos de coaching valientes y realmente transgresores que apuesten por trascender a la identidad alienada y por direccionarse hacia la autorrealización. Procesos que aborden abierta y decididamente la desidentidad y que, en última instancia, se comprometan con la vacuidad y con el vacío fértil. Solo si son honesta y profundamente fieles a esos principios, acabarán siendo sanadores, liberadores y subvertidores. Según mi punto de vista, esa eclosión del coaching en las organizaciones a la que antes me refería, está perdiendo su gran oportunidad de convertirse en un movimiento auténticamente liberador. En la mayoría de los entornos en los que el coaching está emergiendo suele apreciarse una desproporcionada preocupación por la búsqueda de autodefiniciones (y por tanto, de autolimitaciones) que consoliden su existencia. Se percibe un extremado atenazamiento, derivado de la necesidad de buscar una identidad propia a partir de la estricta diferenciación. De esa forma, estamos asistiendo a una nueva metástasis de la desafortunada disociación aislacionista impulsada por el racionalismo cartesiano. El posibilismo operativista nos está llevando a creernos nuestros propios distingos, a considerar como estrictamente reales las metáforas ontológicas3 que estamos construyendo en torno a “eso que llamamos coaching”. Así, hasta hemos acabado por convencernos de que el coaching organizacional existe más allá de nuestro constructo simbólico. De que hay muchos tipos de coaching: el ontológico, el “PeNeLiano”, el estratégico, el transformacional, el sistémico… Y de que, evidentemente, el coaching no es terapia, ni es formación, ni es asesoramiento, ni es consultoría, ni es mentoring, ni es counselling… Estamos asistiendo (algunos, entre los que me encuentro, atónitos) a una densa diáspora de definiciones, a cuál más reduccionista, más aislacionista, más inútil y más absurda. ¡Qué paradoja! justo cuando estamos empezando a comprender que todo está conectado, resulta que al intentar definir “qué es eso del coaching”, vamos y lo separamos, lo disociamos y lo aislamos de casi todo. Vamos y escribimos detallados artículos para determinar qué es coaching y qué nos es coaching. Qué diferencia el coaching de todas esas cosas que pudieran parecérsele pero que no lo son. Quién puede ser un coach y quién no puede serlo. Si lo hacemos en tu casa o en la mía. Si lo hacemos durar poco o lo prolongamos. Si… ¡baya cháchara absurda! Siguiendo por esos derroteros, lo único que conseguiremos es una insípida actividad más, llamada coaching (eso sí, muy acotada y definida, y generadora de interesantes dividendos) que, a la postre, en lo profundo, lo que acaba consiguiendo no es más que enfermar, esclavizar y perpetuar. Visto lo visto, mi opción es ubicarme en algo así como “un no-coaching confusión”4. Un no-coaching con vocación integral, holística y transpersonal. Un no-coaching que trata de incorporar todo aquello que pudiera resultarle útil: Los referentes del paradigma holográfico y del cuántico relativista. Los principios de la visión ontológico-constructivista (versus la metafísico-racionalista). La perspectiva del metamanagement estratégico. El enfoque sistémico. La Teoría del caos y la de la complejidad. La biología del conocimiento… La aproximación fenomenológica, la existencial y la trascendental… La gestalt. La perspectiva reichiana. La logoterapia. La PNL. La psicología humanista. La ciencia cognitiva. La psicología transpersonal. La visión psicoespiritual (transracional, por supuesto5). La ontología del lenguaje. La semántica general. El enfoque breve estratégico… El darse cuenta. El responsabilizarse. El aquí y ahora. El patrón que conecta. La trama que nos une. La indiferencia creativa. El vacío fértil. El no-apego. La no-mente. El

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inconsciente colectivo. El desaprender a pensar6, a sentir y a actuar. El reaprender a ser… Las constelaciones. La cuadrinidad. El eneagrama. La bionergética. El movimiento auténtico… El arte. La ciencia. La filosofía. El sufismo. El zen. La meditación… Niels Borg. Wermer Heisemberg. Erwin Schrödinger. Fritjof Capra. David Bohm. Ken Wilber. Karl Pribram. Geoffrey Chew. Krishnamurti. Alan Watts. Jean Piaget. Seymour Papert. Martin Heidegger. Humberto Maturana. Francisco Varela. Fernando Flores. Rafael Echeverría. Julio Olalla. Carlos Vignolo. Peter Senge. Fredy Kofman. Joseph Jaworski. Arie de Geus. Chris Argyris. Peter Drucker. Henry Mintzberg. Stephen Covey. Carlos Herreros. Jay W. Forrester. Donella Meadow. Russell L. Ackoff. Stuart Kauffman. Fritz Perls. Claudio Naranjo. William Reich. Victor Franklin. Robert Dilts. Carl Rogers. Abraham Maslow. Johnson-Laird. Stanislav Grof. Alfred Korzybsky. Gregory Bateson. Paul Watzlawick. Milton Erikson. Sigmund Friedlander. Bob Hoffman. Carl Jung. Johann Sebastian Bach. Joaquin Sabina. Jorge Luis Borges. Shunryu Suzuki. Dhiravamsa… Procuro habitar un “no-coaching confusión” que es y no es ontológico, que es y no es “PeNeLiano”, que es y no es estratégico, que es y no es transformacional, que es y no es sistémico, que es y no es terapia, que es y no es formación, que es y no es asesoramiento, que es y no es consultoría, que es y no es mentoring, que es y no es counselling... Que lo hacemos en tu casa o en la mía, o en la del vecino o donde queremos o podemos; y que lo hacemos durar poco o lo prolongamos lo que nos da la gana… En definitiva “un no-coaching confusión” que viene a ser algo así como “un misterio que se desvela en compañía”7… El hombre se realiza cuando convierte su identidad en una elección y deja de aceptarla como un destino. Georges Moustaki 1

Utilizo los adjetivos enferma, esclaviza y perpetúa como antitéticos a los utilizados por Carlos Herreros en su libro: El Coaching: cura, libera y subvierte. Granica, Barcelona 2004. 2

Fredy Kofman. Metamangement, Granica, Barcelona 2001.

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Para un conocimiento exhaustivo del concepto: “metáfora ontológica”, consultar el libro de George Lakoff y Mark Johnson: metáforas de la vida cotidiana. Cátedra, Madrid 2004. 4

Utilizo en concepto “no-coaching” apoyándome en la idea Zen de vacuidad. Prefiero hacerlo así antes que inventarme un nuevo término que abunde en la especificidad reduccionista. Añado también el término “confusión” entendiéndolo como “con-fusión” (que fusiona, que une, que junta, que integra), en su sentido prístino, anterior a las connotaciones negativas que el paradigma analítico-racionalista proyectó sobre ese concepto. Lo utilizo en los términos en los que lo hace el físico David Bohm. 5

Hago referencia a la espiritualidad transracional ampliamente definida y detallada por Ken Wilber en muchas de sus numerosas obras. 6

Para una descripción exhaustiva de mi punto de vista acerca de ese concepto, ver mi libro: El Crucigrama: retos es ideas para desaprender a pensar. Díaz de Santos, Madrid 2005. 7

Concepto inspirado en la definición de Gestalt que hace Alejandro Spangenberg en su libro: Gestalt, Zen y la inversión de la caída. Roca Viva. Montevideo 1993.

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