El verano en que Iveta aprendió a bailar

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Otros títulos de la colección: 2ª edición

+10 años

Miguel çngel Mendo

En busca de la flor negra

En busca de la flor negra Miguel Ángel Mendo

Ilustraciones de

Nivio L—pez Vigil

+10 años Fernando Almena

La risa dormida

La risa dormida Fernando Almena

Ilustraciones de

Chema Ben’tez

2ª edición

Iveta tiene que pasar el verano lejos de sus padres, en casa de su tía Clota. Allí descubre la mentira y la crueldad de algunos adultos. Pero también conoce a don Abraham, un anciano bondadoso e imaginativo. La autora nos presenta una obra escrita de forma vivaz, pero sin concesiones infraliterarias, en la que recuerda que en la infancia, además de reír mucho, también se sufre.

+10 años serie

Ilustraciones de la autora

2ª edición

Hugo en el castillo del terror Cornelia Funke

Ilustraciones de la autora

Hugo y la columna de fuego Cornelia Funke

Hugo… …tras una pista helada …en el castillo del terror

Ilustraciones de la autora

Hugo atrapado en la ciénaga Cornelia Funke

+10 años

PEARSON ALHAMBRA

Hugo tras una pista helada Cornelia Funke

Carmen Gómez Ojea

El verano en que Iveta aprendió a bailar · Carmen Gómez Ojea

Recomendado a partir de 10 años

…y la columna de fuego

Ilustraciones de la autora

…atrapado en la ciénaga Cornelia Funke www.pearsoneducacion.com

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El verano en que Iveta aprendió a bailar Ilustraciones de

Tesa González

Carmen Gómez Ojea Aunque nunca quiso ser escritora, escribe con el fervor y la emoción de los días en que rellenaba sus cuadernos escolares de tapas azules con versos ripiosos y relatos de media docena de líneas. Algunas de sus obras han obtenido importantes premios como el Nadal o el Carmen Conde de Poesía. El verano en que Iveta aprendió a bailar es uno de sus libros preferidos, porque a lo largo de su redacción, un niño muy gracioso y divertido le enseñó a ella a bailar el xiringüelu, una danza asturiana muy movida que hace sudar, pero te deja el cuerpo muy alegre.

Tesa González nació en Bilbao. Estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo, donde se especializó en Diseño e Ilustración. Desde 1993 se dedica profesionalmente a la ilustración infantil. Trabaja con las más reconocidas editoriales españolas, donde cuenta con numerosa obra publicada. También colabora activamente en talleres de animación a la lectura, lo que le permite estar en contacto continuo con el niño y conocer su

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Todos los derechos reservados. Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal).

© 2003 respecto a la primera edición en español por: Pearson Educación S.A. Ribera del Loira, 28 28042 Madrid © del texto: Carmen Gómez Ojea © de las ilustraciones: Tesa González Editora: Ana M.a Maestre Casas Alhambra es un sello editorial autorizado de Pearson Educación

ISBN: 84-205-4035-8 Depósito Legal: M-

Impreso en España – Printed in Spain

Este libro ha sido impreso con papel y tintas ecológicos

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Pegote Muchas personas mayores creen que los niños y niñas son una pandilla de corchos insensibles, capaces de soportar humillaciones, insultos e incluso golpes sin sentir dolor. Eso fue lo que descubrió Iveta en el verano de sus nueve años, cuando sus padres tuvieron que dejarla en casa de sus tíos. En seguida se dio cuenta de que su tío Álvaro pensaba que era sorda y que no le oía cuando le decía a tía Clota que sus padres tenían la cara más dura que una piedra por no volver a buscarla de una vez, pues la habían dejado allí, por una semana a lo sumo, y ya había pasado cerca de un mes sin que, los muy frescos, hubieran dado señales de vida. Iveta se dijo extrañada y con cierta inquietud que ni mamá ni

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papá tenían la cara de piedra, sino como todo el mundo, porque, en ese caso, serían estatuas y estarían en las plazas y en los parques. En cambio, lo que estaba de verdad duro, igual que un pedrusco, era el pan del bocadillo que su tía Clo le daba para merendar. Por eso lo tiraba, y se comía sólo la mortadela. Como no se escondía para hacerlo, la tía le gritaba que el pan era sagrado y que echarlo a la basura era como escupir en un templo. Qué tendría que ver una cosa con la otra... Bueno, su tía decía cosas muy raras. Por eso procuraba no darle demasiadas vueltas a cuanto le salía por la boca. Sin embargo, Iveta estaba continuamente desconcertada por el modo de tratarla que tenían su tía y su tío, muy distinto al de antes, cuando sus padres y ella vivían no en la casa de entonces, adonde se habían mudado poco después de que a su padre le hubiera dado por encerrarse a oscuras sin querer ver a nadie

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porque lo habían echado de su trabajo, sino en otra, mucho más grande y bonita, con una terraza llena de hortensias y con dos naranjitos enanos, donde había una mesa de cristal, sillas de lona y un columpio. Allí, tía Clota y tío Álvaro iban a pasar las tardes de los domingos de otros veranos con Gabi, su primo, en los tiempos en que eran cariñosos con ella y decían que era un primor y que ya les gustaría, ya, tener una niña tan espabilada y tan lista. Por eso, por si no lo sabía bien, un día le explicó a su tío Álvaro que, aunque ni papá ni mamá daban señales de vida, eso no significaba que estuvieran muertos o que fuesen unos frescos, ni que se hubiesen transformado en unas esculturas negras como las que había en el parque, sino que estaban muy ocupados en el sitio al que habían tenido que irse para ver si a papá lo cogían para trabajar en una fábrica de hacer cigarrillos.

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A Iveta ese trabajo no le gustaba mucho, porque tenía miedo de que su padre fumara todavía más y volviera a atragantarse tosiendo, como la vez en que por poco se le habían saltado los ojos de la cara, poniéndosele tan llenos de venitas rojas que daban grima. Del otro trabajo, donde se hacían coches, lo habían echado porque sobraba, y eso le había sentado tan fatal que estuvo mucho tiempo metido en la cama con las persianas bajadas, sin hablar y sin casi querer comer, y por ese motivo mamá también debió quedarse en casa, para cuidarlo, sin poder ir a dar clase al colegio para niños ciegos donde era profesora. Iveta comprendía muy bien que a papá le hubiera dado mucha rabia lo que le habían hecho en la fábrica de coches, la misma rabia que sentía ella cuando en el re creo se ponían a jugar por parejas, a correr y a cogerse, y Miriam, que era la que man-

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daba, le decía siempre que sobraba. Pero, bueno, la rabia se le pasaba en seguida, porque se iba al final del patio, donde vi vían los lagartos y las hormigas, a quienes les contaba miles de cosas y de historias, verdaderas e inventadas, que los bichos le escuchaban, como hacía mamá, sin parar un minuto de trabajar. Además, en seguida llegaba Pupé a hacerle compañía, porque corría muy poco y Miriam la echaba del juego. Pupé era su amiga. Le había contado que ese nombre se lo había puesto una tía suya francesa porque de pequeña era igual que una muñeca, que en francés se decía de esa manera. Pero su nombre de verdad era Eneida. Lo pasaban muy bien juntas. Pupé era muy divertida. Inventaba unos cuentos preciosos. Iveta le había recomendado que los escribiera en un cuaderno, pues podían olvidársele, aunque ella le decía que tenía

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memoria de elefanta y que, además, no le importaba, porque no paraban de ocurrírsele historias. Pero, a pesar de ser tan fantástica, de mayor no iba a ser escritora, sino acomodadora de un cine para ver sin parar películas. Iveta quería estudiar lo que hiciera falta para pilotar un avión, porque le hubiera encantado ser pájaro y volar, aunque últimamente estaba pensando en que quizá le gustase más hacerse bibliotecaria para poder leer montañas de libros. Llegaron las vacaciones de verano y Pupé se marchó a una playa del sur con sus padres. Al despedirse, le dio una libreta con las hojas en forma de barquillo, porque era bastante descuidada. Allí había escrito los cuentos inventados por ella que más le gustaban a Iveta. Después le había preguntado si iba a ir también a algún sitio de sol y calor, a bañarse en un mar que no estuviera tan

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frío como el Cantábrico. Iveta entonces le había contado muy entusiasmada que pasaría unos días en casa de sus tíos, con su primo Gabi. Cuando recordaba lo contenta que estaba con semejante perspectiva, sus ojos se llenaban de lágrimas de pena y de furia. Había sido mamá quien la había llevado a aquel lugar horrible, pues papá había subido las persianas de su cuarto y se había levantado de la cama nada más que unos amigos le dijeron que debía ir a una ciudad muy próxima, donde podía encontrar trabajo en la fábrica de pitillos. Y mamá, a partir de ese momento, ya no tuvo más aquella cara tan triste, de la que Iveta no podía quitarle la pena, para que volviera a ser tan guapa y alegre como antes, por mucho que la acariciara y la besase. Por ese motivo, una mañana, la había dejado durante un tiempo en casa de tía Clo y de tío Álvaro con su

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primo Gabi, que tenía seis años, o sea, tres menos que ella. Gabi era muy guapo y bueno, aunque a Iveta le daba miedo que sus padres llegaran a hacer que se volviese tan malo como ellos, porque él a veces los imitaba y repetía muchas de las cosas que les oía. Por ejemplo, si se enfadaba, la llamaba Pegote, porque tía Clota, siempre que hablaba con su marido de ella, decía cosas así: —No se sabe nada de mi hermana ni del padre de la Pegote. —Ya me dio muy mala espina que la Pegote se presentase con una maleta en lugar de traer una simple mochila... Mi hermana sabía de sobra que no iba a enjaretárnosla sólo por unos días... —La Pegote se zampó hoy tres yogures, como si crecieran en la nevera. —Ya podía, ya, la Pegote ayudar un poco, porque, caray, no es tan pequeña. Va a hacer diez años en otoño.

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—Hoy la Pegote no fregó su taza del desayuno. Debe pensar que nació para princesa real. No solamente le habían puesto a ella un mote tan feo. También a un viejo que casi nunca salía de su cuarto, sólo para ir al baño, le había caído el suyo: lo llamaban don Cuernos, y se reían de él porque a veces confundía a tía Clota con otra mujer y la llamaba Manolita. Entonces, tío Álvaro le decía atragantado por las carcajadas: —Manolita se fue, te dejó plantado para casarse con otro, un argentino joven y forrado de plata, ¿no te acuerdas, tío? Don Cuernos, que se llamaba en realidad Abraham, era tío de tío Álvaro, tal como le había explicado a Iveta su madre antes de marcharse, recomendándole también que fuera amable y cariñosa con él. Pero no podía serlo, porque apenas lo veía.

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Índice Pegote . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Don Cuernos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Los cuentos de Pupé . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Iveta y don Abraham . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Tarquí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

49

El baile . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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No nos diremos adiós . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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La última noche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Mamá es una cama, no una colchoneta de playa . . . . . . . . . . . . .

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En busca de la flor negra

En busca de la flor negra Miguel Ángel Mendo

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Hugo y la columna de fuego Cornelia Funke

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El verano en que Iveta aprendió a bailar Ilustraciones de

Tesa González

Carmen Gómez Ojea Aunque nunca quiso ser escritora, escribe con el fervor y la emoción de los días en que rellenaba sus cuadernos escolares de tapas azules con versos ripiosos y relatos de media docena de líneas. Algunas de sus obras han obtenido importantes premios como el Nadal o el Carmen Conde de Poesía. El verano en que Iveta aprendió a bailar es uno de sus libros preferidos, porque a lo largo de su redacción, un niño muy gracioso y divertido le enseñó a ella a bailar el xiringüelu, una danza asturiana muy movida que hace sudar, pero te deja el cuerpo muy alegre.

Tesa González nació en Bilbao. Estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo, donde se especializó en Diseño e Ilustración. Desde 1993 se dedica profesionalmente a la ilustración infantil. Trabaja con las más reconocidas editoriales españolas, donde cuenta con numerosa obra publicada. También colabora activamente en talleres de animación a la lectura, lo que le permite estar en contacto continuo con el niño y conocer su

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