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Fábula
El león y el ratón, la tortuga y la liebre, el zorro y la cigüeña, la cigarra y la hormiga son algunas de las fábulas más conocidas. No olvidemos el hombre que mató a la gallina de los huevos de oro, fábula de La Fontaine de la cual se extra la lección: ‘Quien todo quiere todo pierde’. La fábula es una narrativa alegórica en prosa o en verso, cuyos personajes, generalmente animales, concluye con una lección moralista. Su peculiaridad reside fundamentalmente en la presentación directa de las virtudes y defectos de carácter humano, ilustrado por el comportamiento antropomórfico de los animales. El espíritu es realista e irónico y la temática es variada: la victoria de la bondad sobre la astucia y de la inteligencia sobre la fuerza, la derrota de los orgullosos y egoístas y la transformación del villano en héroe. La fábula se constituye de dos partes: la narrativa y la moralidad. La primera trabaja las imagenes, que definen la forma sensible, el cuerpo dinámico y figurativo de la acción.
La otra opera con conceptos o nociones generales, que pretenden ser la verdad hablando a los hombres. Cabe señalar que el elemento dominante para los gustos modernos, a menudo es la narrativa. La moralidad o significación alegórica, preferiblemente entendible entre líneas, de forma velada. Los antiguos tenían un punto de vista diferente. Para una época como la clásica, la parte filosófica resultaba esencial. Para alcanzar de modo más directo el objeto moral, sacrificaban la acción, la vivacidad de las imagenes y el drama. De esta manera, la progresión de la fábula puede ser cifrada en la inversión del papel de ambos elementos, primando uno sobre otro. Así, a medida que avanza nuestra historia, más decrece o toma formas sentenciosas en provecho de la acción. La presencia moral, sin embargo, nunca ha desaparecido por completo de la fábula. Explicitada en el comienzo o en el fin, o implícita en el cuerpo de la narrativa, es la moralidad que diferencia la fábula de las formas narrativas próximas, como el mito, la leyenda y la canción popular. Situadas por algunos entre el poema y el proverbio, la fábula estaría a medio camino en el viaje de lo concreto hacia lo abstracto. La afinidad con el proverbio se encuentra en el nivel mediano –lugares comunes proverbiales– donde generalmente se reduce la lección extraída de la narrativa. Sobre ese punto, la fábula también se diferencia de la parábola, que busca mayor elevación en el plano poético, además de lidiar con situaciones humanas más reales.
Primera etapa: fábula oriental y Esopo En la evolución de este género, el primero de los tres periodos de la fábula, aquel donde la moralidad es parte fundamental, nos encontramos con las fábulas orientales. La difusión de la fábula oriental recorre India, China, Tíbet,
Persia y termina en la antigua Grecia con Esopo. En Oriente, la fábula fue utilizada como vehículo de adoctrinamiento budista. El Pantchatantra, obra india escrita en sanscrito, llegó a Occidente por medio de una traducción árabe del siglo VIII, conocida por el título de Fábulas de Bidpay, después retraducida del árabe a varios idiomas. Esopo, fabulista griego de existencia dudosa y a quien se atribuyen las fábulas reunidas por Demetrio de Falero en el siglo IV a.C., habría sido una especie de orador popular que contaba historias para convencer a los oyentes a actuar de acuerdo al buen sentido y la defensa de sus propios intereses. De acuerdo con Aristóteles, la fábula esópica es una de las formas de arte de persuadir y no la poesía.
Segunda etapa: Fedro y la fábula medieval El segundo período de la fábula comienza con las innovaciones formales de Fedro. Al fabulista latino se le atribuye el mérito de haber establecido la forma literaria del género, lo que le garantizaría un lugar en la poesía. Escrito en verso, la historia de Fedro se acerca a sátiras amargas, bien cercanas al sabor del gusto latino, en oposición a costumbres y personas de su tiempo. Tanto como Fedro como Babrio –o Valerius Babrius– (III d.C.) partieron de los modelos esópicos, que se reinventaron poética. La Edad Media creció cultivando con insistencia la tradición de Esopo. Entre las muchas versiones de la época, sobre el nombre de Ysopets (Esopetes), la más famosa quedó siendo la de Marie de France, del siglo XII. Los fabliaux (breves poemas narrativos franceses), aunque no sean propiamente fábulas, guardan algunas analogías. Por medio de personajes animales, los poetas hacen críticas y pretenden instruir divirtiendo.
Tercera etapa: La Fontaine y los fabulistas modernos El tercer período incluye todos los fabulistas modernos, de los que Jean de La Fontaine es considerado el maestro. Sus Fables choisies (Fábulas escogidas), en 12 volúmenes, aparecieron entre 1668 y 1694. La gran aportación original del fabulista francés fue haber hecho de la fábula un pequeño teatro: ‘una comedia en cien actos’ y ‘una pintura donde cada uno de nosotros puede encontrar su retrato’, según sus propias palabras. En el siglo XVIII, La Fontaine encontró muchos seguidores de su obra, como Jean Pierre de Florian, en Francia, y Tomás de Iriarte, en España. En Portugal, Bocage escribió fábulas originales, además de traducir a La Fontaine en versos. En Inglaterra, la fábula cogió una forma de sátira política. En Fables, de John Gay, la hormiga representa el Lord del Tesoro. The Fable of the Bees (La Fábula de las Abejas), de Bernard Mandeville, es una extensa alegoría política, mientras que las colecciones Fables for the Female Sex (Fábulas para el sexo femenino, de 1744, y Fables for Youth (Fábulas para jóvenes), de 1777, descienden al nivel de sátira panfletaria. En Alemania, Gotthold Ephraim Lessing reaccionó contra lo que consideraba ser una excesiva literaturización de imitadores de La Fontaine. En Fabeln (1759; Fábulas), presenta una monografía introductoria donde rechaza como perversiones del género las elaboraciones literarias adoptadas a partir de Fedro. Sin embargo, el fabulista más popular en Alemania fue su contemporáneo Christian Gellert, que usó la fábula como vehículo prototipo. La gloria del mejor fabulista del siglo XIX pertenece al ruso Ivan Krilov que supo adaptar el género a su genio de poeta artístico. El hombre rústico es su héroe favorito. Krilov usó la fábula como medio de protesta contra la rigidez de la coerción estatal.
En lengua portuguesa, la práctica del género fue esporádica y no se reconocen grandes fabulistas. Después de Bocage, Garrett publicó un volumen de Fábulas y cuentos (1853) y, en el siglo XX, surgieron las Fábulas (1955) de Cabral do Nascimento. En Brasil, las mejores realizaciones se inspirarían en el folclore y en la literatura oral.