Gramáticos y gramáticas: España en Francia ( )

Gramáticos y gramáticas: España en Francia (1600-1650) Sabina Collet Sedóla Universidad de Córcega La didáctica del español, lengua extranjera, había

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Gramáticos y gramáticas: España en Francia (1600-1650) Sabina Collet Sedóla Universidad de Córcega

La didáctica del español, lengua extranjera, había empezado a afirmarse en Flandes, en Italia y en Inglaterra ya durante la segunda parte del siglo XVI. En estos países, los primeros intentos de sistematización del castellano en vista de su enseñanza se identifican con la labor de algunos gramáticos españoles residentes en el extranjero, completada por el aporte de lexicógrafos y profesores de lenguas de aquellas naciones. En Flandes, recordamos a Juan Martín Cordero, Cristóbal de Villalón, Gabriel Meurier, Heinrich Hornkens. En Italia, obraron Francisco Delicado, Alfonso de Ulloa, Giovanni Mario Alessandri d'Urbino, Giovanni Miranda. En Inglaterra, el interés por la lengua castellana fue más tardío y se relaciona con los trabajos del fraile Jerónimo Antonio de Corro, de Richard Percyvall y de William Stepney. Por razones históricas bien conocidas, Francia había quedado al margen de la nueva corriente hispanófila, pues sus intereses culturales se dirigían exclusivamente hacia Italia, actitud que perduró hasta bien entrado el siglo XVII. Empero, en 1615, el matrimonio de Luis XIII con la infanta Ana de Austria puso fin a la enemistad entre Francia y España, abriendo el paso a la entrada de la literatura castellana en nuestro país. Se trató de un interés repentino, consecuencia de una moda que surgió, se impuso y declinó en el plazo de un lustro. Al apagarse la curiosidad por «les choses de lüspagne», los franceses reanudaron casi naturalmente aquella atávica antipatía que había caracterizado las relaciones entre los dos países durante el reinado de Enrique IV de Francia, y la cultura italiana triunfó de nuevo. La moda del españolismo, a pesar de haber sido relativamente breve, tuvo sin embargo un impacto cuantioso, determinante y, como veremos, irreversible. Pues la labor de los gramáticos españoles y franceses de la época de Luis XIII, llevada a cabo en un clima de diatribas y de rivalidades personales y doctrinales, se halló encerrada en el marco de aquella luminosa toma de conciencia lingüística supranacional que Studia Áurea. Actas del III Congreso de la AISO, I, Toulouse-Pamplona, 1996

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consideramos una de las más nobles herencias del humanismo renacentista. Es lo que vamos a ver con estas notas, en que nos proponemos poner de relieve los hitos fundamentales de la progresiva afirmación del estudio del español en Francia durante la primera mitad del siglo XVII1. En las postrimerías del siglo XVI y al empezar la centuria siguiente, tres gramáticos —N. Charpentier, Jean Saulnier y César Oudin— y un lexicógrafo —Jean Pallet— elaboraron las primeras obras destinadas a la didáctica de la lengua castellana en nuestro país. Su interés iba avivado por el conocimiento que ya tenían del italiano, idioma entonces realmente internacional. Consta que, por aquellas fechas, el público francés iba experimentando un interés creciente por las obras castellanas que salían de las prensas de Venecia, Roma, Florencia y Ñapóles2. En el dominio meramente lingüístico intervenía también el renombre alcanzado por las obras de los gramáticos y lexicógrafos extranjeros: Antonio de Nebrija, Cristóbal de las Casas, Giovanni Miranda, Heinrich Hornekens. La primera gramática española publicada en Francia y especialmente concebida para el publico francés es la Parfaicte méthode povr entendre escrire et parler la langue espagnole, editada anónimamente en Paris en 1596. Su autor, N. Charpentier, fue un erudito insigne y, tal vez, el primer verdadero hispanista francés. Sabemos que había participado en un complot a favor de España destinado a fomentar la destabilización del nuevo gobierno de Enrique IV. Descubierta la conspiración, el rebelde fue condenado a sufrir el tormento de la rueda y públicamente ejecutado en 15973. Dadas las circunstancias particularmente desfavorables a la difusión de la cultura española, no ha de extrañarnos que la gramática de Charpentier haya sido inmediatamente olvidada. Se trata sin embargo de un libro valioso, que debe poco a los lingüistas del siglo XVI, pese a que no pudo evitar la influencia de Nebrija y de Giovanni Miranda. El tratado de Charpentier se funda en un sistema eminentemente comparatístico, que obliga al lector a referirse a las lenguas italiana, española, portuguesa, latina y griega. El autor subraya incansablemente la importancia de comprender la estructura del idioma mediante el cotejo de sentencias sacadas de las obras de los autores más selectos. También preconiza el conocimiento sistemático de la etimología para facilitar el proceso de memorización de

1 A. Morel-Faüo estudió a los gramáticos españoles y franceses de la primera mitad del siglo XVII en su admirable ensayo Ambrosio de Solazar ou I 'étude de I 'espagnol en France sous Louis XIII, Paris, A. Picard, 1901. Nuestras notas se fundan también en nuestra tesis doctoral de III ciclo intitulada La connaissance de l'espagnol en France et les premieres grammaires hispano-frangaises (1550-1700) (sin publicar). 2 Venecia fue sin duda el máximo centro editorial durante la segunda parte del siglo XVI y a principios de la centuria siguiente. A menudo salían de sus prensas obras que la Inquisición no había consentido que se publicaran en España. Por lo general, la traducción italiana de las obras de la literatura española precede a la hecha en otras idiomas. Las traducciones en lenguas extranjeras se fundan generalmente en la edición en lengua italiana y no en el texto castellano original. Véase A. Palau y Dulcet, Manual del librero hispano-americano, 2* ed., Barcelona, Librería Palau, 1948-1971, ad voces Fray Luis de Granada, San Juan de la Cruz, Antonio de Guevara, Pero Mexía, Antonio de Torquemada. 3 Pierre de l"Estoile, Mémoires-Journaux, Paris, 1879, t. VIII (1595-1601), p. 91.

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las palabras. Particular interés revisten sus notas sobre las alteraciones fonéticas acarreadas por las inflexiones regionales. Jean Pallet, médico personal de Enrique II de Borbón, es el autor del primer vocabulario español y francés importante. Su Diccionario muy copioso de la lengua española y francesa fue editado en París en 1604. A pesar de que aproveche ampliamente el Vocabulario español-latino de Nebrija y el Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana de Cristóbal de las Casas, la obra de Pallet no es una traducción mecánica de repertorios ajenos, sino un meritorio compromiso en el que los términos franceses y españoles se traducen sin interferencias con el italiano y el latín, que eran las lenguas intermediarias. Charpentier y Pallet encarnan todavía el ideal humanista, pues escriben movidos por el afán meramente cultural de sistematizar, en una obra nueva, sus propios intereses lingüísticos, que, en realidad, rebasaban considerablemente el ámbito precipuo del castellano. Contrariamente a los autores mencionados, César Oudin era un lingüista profesional. Intérprete oficial del rey en las lenguas italiana, alemana y española, pedagogo y traductor, Oudin consagró buena parte de su vida a la didáctica del castellano, llegando a alcanzar un merecido renombre que obscureció a todos los profesores contemporáneos. Sus primeras obras, la Grammaire et observations de la langue espagnole (París, 1597), los Refranes o Proverbios españoles (París, 1605), el Tesoro de las dos lenguas francesa y española (París, 1607) y los Diálogos muy apacibles (París, 1608) fueron editados en un momento desfavorable, es decir en un clima político todavía hostil a España. Corregidas y aumentadas, fueron publicadas nuevamente a lo largo de las décadas siguientes, conociendo un éxito extraordinario y durable. Jean Saulnier, contemporáneo de César Oudin y también intérprete y profesor de lenguas, no tuvo la suerte de imponer su talento frente al célebre colega que ya había publicado sus obras más valiosas. Saulnier había escrito la Introduction en la langue espagnole par le moyen de la frangaise, con el propósito de rectificar algunos errores encontrados en la Grammaire de Oudin y, sobretodo, de ampliar el capítulo de los verbos, insuficientemente tratados. Al salir de las prensas en 1608, la Introduction no gozó del éxito esperado, tal vez a causa de la simultánea publicación de los Diálogos de Oudin. Momentáneamente vencido, Jean Saulnier publicará en 1635 un tratado más amplio y más elaborado, fundado en el estudio comparado del italiano, del español y del francés e intitulado Nouvelle grammaire italienne et espagnole déclarée par nostre langue francoise. Consta pues que, a principios del siglo XVII, sólo César Oudin había dejado huellas que iban a ser durables en el dominio del hispanismo francés. Debido al antiespañolismo dominante y a la supremacía personal de Oudin, tan hábilmente defendida, los nombres de Charpentier, Pallet, Saulnier cayeron inexorablemente en el olvido. Su doctrina, sin embargo, fue ampliamente aprovechada, inclusive por el propio Oudin, aunque nadie confiese los despojos perpetrados. Los rasgos que mejor caracterizan a los primeros gramáticos franceses son su cultura clásica e internacional, el poliglotismo y el empeño que se manifiesta en los manuales didácticos que nos dejaron. Les faltó indudablemente el conocimiento práctico del

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castellano: la pronunciación, los verbos irregulares, las locuciones idiomáticas constituían obstáculos con los que, cuando era posible, evitaban medirse. El mérito de haber sistematizado tales aspectos del idioma corresponderá a los profesores españoles que vivieron en Francia entre 1614 y 1620 aproximadamente. En 1615, las bodas de Luis XIII con Ana de Austria y las de Isabel de Borbón con Felipe IV, al reunir las cortes de París y de Madrid, estimularon el interés de los franceses para con los seres, las cosas, las costumbres de España. Los trámites diplomáticos que precedieron a los eventos, los cambios que acarrearon en la corte de Francia, constituyen los elementos fundamentales para comprender el sucesivo desarrollo de la didáctica del castellano en nuestro país. Consta efectivamente que, entre 1615 y 1620, la sociedad de la capital se guiaba por modelos madrileños. En los círculos más selectos todos empezaron a hablar, a vestirse, a escribir «espagnolesquement», llegando a excesos que dieron lugar a sátiras abundantemente documentadas4. Los libros castellanos seguían interesando al público francés. Las obras que más éxito tuvieron fueron las novelas de caballerías, moriscas, pastoriles y picarescas. Desafortunadamente, aquella prosa recelaba dificultades insuperables para los franceses, poco acostumbrados al uso cotidiano de la lengua y aún menos a los giros de la jerigonza. Los libreros acudieron a los traductores. A este propósito escribe Morel-Fatio: Ces traductions pullulent. II y a á París une véritable agence de traducteurs de castillan. Tout ce qui paraít de nouveau á Madrid, les romans surtout, est immédiatement expédié en France.5 A pesar de que había entonces en Francia excelentes traductores —el propio César Oudin, Arnaud d'Andilly, G. Chappuys, Nicoleas Herberay, Sébastien Hardy, Nicolás Baudouin, Francois de Rosset, Vitgal d'Audiguier, Amelot de la Houssaye, Jean Chaplain— el conocimiento de la lengua española era un privilegio que pocos compartían. Los gramáticos franceses y castellanos se esforzaron por facilitar el aprendizaje del idioma a la moda elaborando numerosos manuales bilingües, paremiológicos, conversacionales, lexicográficos. A partir de 1614, César Oudin, que sin duda debía considerarse la máxima autoridad en materia de enseñanza del español a los franceses, tuvo que enfrentarse con inopinados rivales procedentes de España. Recién llegados a la capital, éstos formaban un grupo heteróclito, marginado, de soldados licenciados, aventureros, hombres de negocios, heterodoxos. Desprovistos de medios de subsistencia aunque no de cultura, los españoles emigrados vivían generalmente al amparo de algún noble, dedicándose a la enseñanza del 4

G. Lanson, «Étude sur les rapports de la littérature francaise et de la littérature espagnole au XVIF siécle», Revue d'Histoire de la France, 3, 1896, pp. 47-70. S. Bertiére, «La guerre en images: gravures satiriques anti-espagnoles», en L'Age d'Or de l'influence espagnole, Mont-de-Marsan, Ed. Interuniversitaires, 1991, pp. 147-184. 5 Cit. p. 39. Véase también C. Péligry, «L'accueil reservé au livre espagnol par les traducteurs parisiens dans la premiére moitié du XVIP siécle», Mélanges de la Casa de Velázquez, 11, 1975, pp. 163165.

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castellano, siendo este oficio el único que estuviese a su alcance. Con indudable osadía se metieron a intérpretes y maestros de lenguas, aprovechando la demanda de los cortesanos deseosos de ponerse «á la page». Cada profesor se forjó su propio método, adaptando la pedagogía a las circunstancias del momento. Faltos de doctrina en el sentido humanístico del término, los españoles tenían sin embargo un conocimiento del idioma que cualquier maestro francés les envidiaría. Presentaban a sus almunos el aprendizaje de la lengua extranjera como cosa fácil, asequible a todos. Sabían destilar la gramática muy progresivamente y, para evitar el cansancio, alternaban la teoría con la práctica dialogada. Admitían regirse por «la composición del humor y entendimiento e inclinación natural» de sus almunos, empeñándose en enseñar el español sin sufrimiento. De alguna manera, lo lograron. Sus manuales, elaborados apresuradamente, pro pane lucrando, o para obsequiar a algún protector, eran generalmente breves; pero contenían el español básico. Atestiguan además la progresiva superación de aquellos obstáculos lingüísticos que ya hemos recordado. Los gramáticos españoles residentes en París entre 1614 y 1620 fueron Ambrosio de Salazar, Marcos Fernández, Lorenzo de Robles, Juan de Luna y Jerónimo de Texeda. Ambrosio de Salazar fue el pedagogo que más obras produjo y que más larga e incansablemente enseñó —treinta años según él mismo declara6. Había venido a Francia durante el reinado de Enrique IV de Navarra. Desempeñó el encargo de secretario e intérprete de la reina y dio clases de español al joven Luis XIII en vísperas de sus nupcias. Durante su larga estancia en París y en Rouen, Salazar vivió modestamente del oficio de maestro de lenguas, explotando también su talento de heráldico. Entre la abundante, aunque mediocre y desordenada, producción de Salazar hay que recordar el extenso Espexo general de la gramática en diálogos (Rouen, 1614), que ofrece varias consideraciones lingüísticas totalmente nuevas. La presencia de Marcos Fernández, aventurero y gramático con pretensiones de innovador, está atestiguada por varias alusiones de sus colegas Oudin y Salazar, aunque el tratado que escribió, intitulado Olla podrida a la española, fue publicado en Amberes en 16557. El heterodoxo toledano Juan de Luna tuvo que desterrarse para huir de la Inquisición. Halló amparo en Francia en dos familias de antigua tradición protestante. En 1620, se trasladó a Londres donde acabó su vida como predicador evangélico. Las obras más conocidas de Juan de Luna son el Arte breve (París, 1616), los Diálogos familiares (París, 1619) y la tan discutida continuación del Lazarillo de Tormes, publicada en París en 1620. El impresor de libros Lorenzo de Robles había venido a la capital por negocios. Mientras los concluía y «por no andar ocioso», empezó, solicitado por el tresorero del rey, a enseñar el español a algunos cortesanos. Su protector se encargó luego de dar a la

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A. de Salazar, Thesoro de diversa lición, París, L. Boullanger, 1636; Prél. f. IV. Marcos Fernández, probablemente heterodoxo, se propuso revolucionar la pedagogía no sólo del castellano sino también de las «demás lenguas que tienen cinco vocales», proponiendo una ortografía estrictamente fonética. Véase Olla podrida a la española, Amberes, Felipe Van Eyck, 1655. 7

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prensa las notas de Robles, reunidas bajo el título Advertencias y breve método para saber leer, escribir y pronunciar la lengua castellana (París, 1615). Jerónimo de Tejeda desempeñó el encargo de intérprete de lenguas en París entre 1615 y 1629. Sabemos que era castellano, pero desconocemos el lugar de donde era oriundo y los motivos de su traslado a la capital. Posiblemente se relacionen con alguna forma de heterodoxia del autor. Adentrándose peligrosamente en el terreno dominado por Oudin y Salazar, en el cual también rondaba Juan de Luna, Tejeda se propuso llenar las deficiencias halladas en las gramáticas anteriores y elaboró un tratado que intituló Gramática de la lengua española (París, 1619). Diez años después, publicó la Méthode pour entendre facilement les phrases et difficultez de la langue espagnole, novedoso intento de reunir, en un texto bilingüe, las locuciones idiomáticas del castellano contemporáneo. Consta que todos los pedagogos mencionados, nacionales y extranjeros, se conocían. Plagios y ambiciones frustradas de todo tipo provocaban rivalidades entre ambos grupos e inclusive entre profesores de la misma nación. Ambrosio de Salazar y César Oudin se enfrentaron en una violenta polémica que duró de 1614 a 1619, en la cual se quedó envuelto también Marcos Fernández8. Tampoco faltaron antagonismos entre Oudin y Luna y entre Luna y Tejeda a raíz de expolios que eran muy comunes en la época. En estas contiendas, los profesores de español, naturales de España, hacían valer aquella superioridad natural con respecto a sus colegas franceses, tratando así de minimizar el insuficiente conocimiento que tenían del francés y de las lenguas extranjeras en general. Los pedagogos franceses achacaban a sus colegas españoles la falta de coherencia, método, doctrina y profundidad. Heridos en carne viva, éstos ponían de relieve las incorreciones fonéticas y léxicas de sus rivales, subrayando su incompetencia con respecto a los verbos, sector en el cual, evidentemente, se llevaban la palma. También importa recordar que los cortesanos franceses preferían utilizar a los pedagogos españoles, más dóciles, menos exigentes, y que enseñaban el «castellano nuevo», es decir, el uso moderno de la lengua. Éstos se expresaban preferentemente en la lengua materna, empleando giros que sorprendían y divertían a la vez, inaugurando por lo tanto aquella tradición didáctica del «español sin lágrimas», de la cual fueron sin duda los iniciadores. Frente a esto, las pulidas oraciones repertoriadas por Saulnier y la tan rigurosamente dispuesta doctrina de Oudin resultaban desabridas, fastidiosas y sus resultados arduos de lograr. La dinámica misma de tales rivalidades llevó a cada bando a tomar paulatinamente clara conciencia de sus propios méritos, a reconocer sus deficiencias, a medir las cualidades y defectos de sus adversarios. En semejante contexto, franceses y españoles obraron vigorosamente para superar las críticas y confirmar su orginalidad. En 1614, Ambrosio de Salazar había advertido la importancia de considerar los distintos registros de la lengua y las frases idiomáticas. En 1619, Jerónimo de Tejeda hizo el primer intento de clasificación de 196 verbos irregulares, agrupándolos de acuerdo con su irregularidad, lo que permitió una comprensión lógica, y no sólo mnemónica de este espinoso aspecto 8 A. de Salazar, Réponse apologétique au libelle d'vn nommé Oudin, Paris, 1615; y C. Oudin, Grammaire espagnole, 5" ed., Paris, A. Tiffaire, 1619, prel. f. (aiiij).

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de la lengua. El mismo publicó, en 1629, el primer repertorio importante de frases idiomáticas en francés y en español. En 1923, Juan de Luna, en su edición de Londres del Arte breve, ordenó alfabéticamente 281 verbos irregulares de las tres conjugaciones, continuando así la tarea de Tejeda y reanudando la tradición empezada, en el siglo XVI, en Italia, por Giovanni Miranda. La Grammaire de César Oudin, corregida y aumentada, fue editada seis veces entre 1597 y 1630, viniendo a ser el corpus doctrinal más completo y estimable de la época. También el Tesoro de las dos lenguas, en el que Oudin había ampliado, merced una conspicua aportación personal, el Diccionario de Jean Pallet, quedó insuperado y alcanzó un reconocimiento general, no sólo en Francia, sino también en el extranjero. Así, a partir de la tercera década del siglo XVII, ya se había operado la fecunda fusión del doble aporte nacional y castellano. Entre 1620 y 1630 el número de los españoles en Francia disminuyó considerablemente y los cortesanos volvieron a su antigua afición por la lengua italiana. Quines deseaban aprender el castellano ya no lo hacían por capricho o por ocupar sus ocios, sino porque el idioma les interesaba. Se trataba pues de una cuestión de libre opción cultural, igual que ocurría con la lengua italiana. Empezó por consiguiente a delinease una forma de didáctica fundada en exigencias sociales y científicas nuevas. En 1625 falleció César Oudin. Su hijo Antoine, también profesor de lenguas y poligloto, heredó el cargo de secretario e intérprete en la corte. Aunque sus competencias se ilustrasen mejor en el dominio del italiano, este continuó la tradición paterna. Siguió editando las obras del ilustre gramático, revisándolas y poniéndolas al día. Entre los escritos de su cosecha, recordamos el Recueil de phrases adverbiales (París, 1647), tratadillo de concepción muy distinta con respecto al de Tejeda. Aquí las formas repertoriadas excluyen ostensiblemente los giros plebeyos o pertenecientes a la lengua de gemianía. Durante la cuarta década del siglo XVII el lingüista francés que parece encarnar la síntesis de todos los aportes considerados es sin duda Jean Doujat. Miembro de la Académie Francaise, historiador, jurista y talentoso polígloto —sabemos que hablaba el español, el italiano, el alemán, el inglés y el ruso además de conocer el griego y el latín— Doujat hizo alarde de su competencia en la Grammaire espagnole abrégée (París, 1644). La doctrina de este tratado arraiga en la Grammaire de Oudin y en los trabajos de los profesores españoles residentes en París en el momento cumbre del españolismo. Su contenido resulta dispuesto de manera más racional y va acompañado de observaciones nuevas y pertinentes que sin duda influyeron en la sucesiva evolución de la didáctica del castellano en Francia. Notamos por fin que, inclusive para Jean Doujat, la enseñanza del español suponía el previo conocimiento del latín y del italiano. En la Grammaire espagnole abrégée, el autor acude constantemente a ejemplos sacados de estas lenguas. Así, pues, la tradición del hispanismo francés, empezada por Charpentier, humanista inmerecidamente olvidado y a quien le tocó abrir la brecha, coronó la primera etapa de su desarrollo con el aporte de otro humanista de quien nadie se acuerda hoy día. En 1660, las bodas de Luis XIV con María Teresa de Austria avivaron de nuevo el fuego del españolismo. Esta vez la llamarada fue menos violenta, la moda efímera, su impacto superficial. Los cambios observados a lo largo de las décadas anteriores ya habían acrecentado considerablemente la competencia lingüística de los franceses.

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Cuando, en 1660, Claude Lancelot publicó en París la Nouvelle méthode pour apprendre facilement et en peu de temps la langue espagnole, nos damos cuenta del formidable paso dado por la didáctica del castellano en nuestro país. Pues en la obra del célebre solitario de Port-Royal, la gramática normativa resulta elaborada según concepciones y estructuras que quedarán fundamentalmente sin cambiar hasta bien entrado el siglo XX. El soporte cultural renacentista, la progresiva toma de conciencia de los valores culturales europeos, la lengua italiana, la presencia en Francia de naturales españoles, la afición a las novelas castellanas: bastó con el encuentro de tales elementos en la capital francesa durante aquel lustro que duró la moda traída de Madrid por al infanta Ana de Austria para que la tradición de los estudios hispano-franceses quedase definitivamente establecida. Al cabo de tres décadas, la Nouvelle méthode de Claude Lancelot lo confirmó admirablemente.

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