GRANO DE CAFÉ DE PLATA 1999 AL MEJOR AUTOR RIOJANO («VII Premio «Café Breton-Pacharán La Navarra») EL DECATLÓN RIOJANO

“GRANO DE CAFÉ DE PLATA” 1999 AL MEJOR AUTOR RIOJANO («VII Premio «Café Breton-Pacharán La Navarra») EL DECATLÓN RIOJANO (Una expansión sobre el lado

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“GRANO DE CAFÉ DE PLATA” 1999 AL MEJOR AUTOR RIOJANO («VII Premio «Café Breton-Pacharán La Navarra»)

EL DECATLÓN RIOJANO (Una expansión sobre el lado oscuro de la riojanidad)

FERNANDO SÁEZ ALDANA

Ediciones SAL 2000

Fernando Sáez Aldana

A Finita Aldana, mi madre, que hubiera disfrutado de lo lindo con estas ocurrencias (aunque fingiese lo contrario)

El decatlón riojano

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Fernando Sáez Aldana

Índice de capítulos Pág. INTRODUCCIÓN…….………………………………………

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LANZAMIENTO DE GARGAJO……………………………

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SALTO DE SEMÁFORO…………………………………….

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LEVANTAMIENTO DE VIDRIO……………………………

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ARRASTRE DE PIMIENTOS……………………………….

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4 X 100 DECIBELIOS……………….………………………

25

TRIPLE TACO……………………………………………….

30

MIL METROS CHANDAL………………………………….

34

MARCHA…………………………………………………….

38

CHUPINAZO…………………………………………………

42

MUSÍN………………………………………………………..

46

EPÍLOGO……………………………………………………..

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El decatlón riojano

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Fernando Sáez Aldana

INTRODUCCIÓN La particular idiosincrasia de algunos pueblos ha moldeado ciertos tópicos en torno a supuestos modos de ser comunes a la mayoría de sus habitantes. Así, suele aceptarse que los escoceses son tacaños, los italianos mujeriegos, los portugueses melancólicos, los suizos metódicos, los franceses chauvinistas, etc. ¿Y los españoles? Parece que los demás países de nuestro famoso entorno también tienen acuñado su cliché sobre las características que definirían el carácter hispano: fogoso, temperamental, vividor y amante del jolgorio… Sin embargo, la vieja España es a su vez una especie de Europa condensada, un mosaico de pueblos tan diferentes que no admiten idénticos calificativos. En el viejo solar patrio, en efecto, hay de todo. Tenemos provincias, regiones y hasta nacionalidades enteras cuyos habitantes arrastran su particular sambenito: tacaños (los sorianos), emprendedores (los catalanes), tozudos (los aragoneses), perezosos (los canarios), jaraneros (los andaluces), laboriosos (los vascos), cerrados (los asturianos), etc. ¿Y los riojanos? Pues, naturalmente, también existe un retrato prototípico del riojano colgado en la galería de tópicos nacionales, según el cual los habitantes de esta bendita tierra somos hospitalarios, alegres, generosos, amantes del buen yantar y, por supuestísimo, del mejor beber. Estas características subraciales del riojano se consagraron en el primer folleto de Información y Turismo y se consolidaron en los rancios pregones de la Fiesta de la Vendimia, cuando era presidida por una reina de la buena sociedad logroñesa elevada al trono por el El decatlón riojano

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procedimiento de libre designación (y no como ahora, por una parejita de vendimiadores mayores democráticamente elegida). Sin embargo, algo de cierto habrá en la ristra de epítetos grabados para siempre en el marchamo de la riojanidad cuando tras el desmantelamiento de la Oprobiosa sobrevivió a la Transición y persiste, casi intacta, en el posmoderno panel informático de la Oficina de Información instalada en la Concha del Espolón. Asumiendo, pues, que el riojano de 1999 continúa gozando de la misma virtuosa cualificación temperamental que sus abuelos (simpatía, hospitalidad, desprendimiento, enología, etc.), no es menos cierto que lo riojano tiene también su lado oscuro. Buena parte de los doscientos sesenta y pico mil pobladores de la menor comunidad autónoma española solemos hacer gala de ciertas costumbres, comportamientos y aficiones impropias de una sociedad plenamente alfabetizada, industrializada y con un elevado nivel de renta per boinam. Si por cultura seguimos entendiendo el conjunto de usos y costumbres de un pueblo, valdrá más negar la existencia de una cultura riojana que admitirla caracterizada por tradiciones tales como el chupinazo, el chiquiteo o el asado de pimientos, festejos tales como el encierro o la degustación callejera, hábitos tales como escupir sobre la acera, la verbena de barrio o la blasfemia y comportamientos tales como el paso del semáforo en rojo, la micción colectiva en plena zona o el vermú dominical en chándal y riñonera. Volviendo a los tópicos sobre pretendidas idiosincrasias nacionalistas, es frecuente intentar definirlas utilizando un símil El decatlón riojano

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deportivo, según el cual el “deporte” nacional alemán, por ejemplo, consistiría en beber cerveza, el italiano en comer pasta, el español en dormir la siesta… Como se ve, aludiendo siempre a elevadas inclinaciones del espíritu. Ya en la vieja piel de toro, el catálogo deportivo del Estado De Las Autonomías es, cómo no, tan variada como sublime: la queimada, la fabada, el txiquiteo, la suelta de vaca, la paella, las sevillanas, la petardada… La siguiente pregunta es obligada: ¿cuál es, si es que hay alguno, el deporte riojano por excelencia? Difícil respuesta. No por que no exista (tenemos cosas muchísimo más difíciles de lograr, como un Gobierno, un Parlamento y hasta una bandera), sino porque hay tantos que resulta complicado decidirse por uno sólo de ellos. Tantos, que para aplicar la metáfora deportiva a la esencia del riojanismo sería preciso recurrir a una modalidad de actividad física multidisciplinaria, como es la prueba combinada de atletismo denominada decatlón: nada menos que diez deportes en uno solo. Y aunque, aún así, quedarán fuera otros deportes típicamente riojanos, esta argucia atlética (en el auténtico decatlón el mismo atleta participa en las diez pruebas) permite abordar la realidad social riojana de finales de este siglo, tan asombrosamente parecida a la de los principios del mismo, en toda su complejidad. Así pues, lo que sigue es una visión antropológica todo a 100 de nuestra sociedad finisecular a través de su deporte favorito: el decatlón riojano. Pero, antes de comenzar el paseo por nuestro estadio autonómico, aclaremos algo. Dado que buena parte de las disciplinas que componen el decatlón se practican preferentemente El decatlón riojano

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en medio urbano y, dado que en esta Comunidad lo más parecido a una ciudad que tenemos es Logroño, en las páginas que siguen se hace extensivo el comportamiento logroñés al resto de la provincia. Que nadie se moleste por ello, pues en Logroño todos procedemos de algún pueblo de la región. O lo que es lo mismo, ¿qué riojano periférico no hace de las suyas en la capital de vez en cuando? No solo no hay dos variedades de decatlón riojano, rural y urbano, sino una sola, válida para todos los habitantes de esta tierra que aclara, probablemente como ninguna otra en el planeta, qué es eso de la aldea global. Finalmente, una advertencia. En las páginas siguientes las referencias a la Rioja se harán de esta manera, con el artículo en minúscula. La razón es que el ámbito social y geográfico de lo riojano rebasa los límites de la hoy Comunidad Autónoma de La Rioja, ayer provincia de Logroño (y antes ni eso) y mañana ya dirán. Mal que les pese a algunos. &&&&&&&&&&&&&&&&&&

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LANZAMIENTO DE GARGAJO Una muestra de lo poco que efectivamente hemos cambiado en los últimos cien años es la descripción que Doña Emilia Pardo Bazán, en pleno siglo XIX, hizo en una de sus novelas de cierto suelo "sembrado de gargajos y colillas". A punto de entrar en el XXI, estas dos muestras de guarrería urbana, junto con papeles, envoltorios, cáscaras y cagarrutas de perro (algunas auténticos zurullos), constituyen la repugnante siembra que el riojano nunca acostumbrado ha de ir sorteando entre náuseas cuando se aventura a deambular por cualquiera de las calles de la capital o de cualquier otra localidad de la comunidad autónoma uniprovincial. Entre este muestrario de guarrería urbana, el lapo se destaca como la más inmunda y repulsiva expresión de conducta incívica que puede observarse en nuestros días, una vez erradicada la espantosa costumbre de mocarse sin más medios que los dedos propios, con caída libre del velamen al borde de la acera, y dado que a nadie en sus cabales le ha dado todavía por ponerse a obrar en plena calle, seguramente más por no enseñar las vergüenzas que por otra cosa. De hecho, lo que en ocasiones parecen inocentes gallos expulsados por su productor debido a un simple exceso de insalivación no son otra cosa que esputos cargados de los más variados microorganismos, hecho que convierte una aparente muestra más de incivilidad en un verdadero atentado contra la salud pública. El de escupir libremente en la vía pública es un deporte casi exclusivamente varonil que suele iniciarse en la adolescencia, como El decatlón riojano

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mero gesto chulesco, y alcanza su apogeo en la llamada tercera edad, ya más por la necesidad de liberarse de esas incómodas flemas bronquiales nicotínicas. Pues, efectivamente, su práctica está íntimamente relacionada con el hábito de fumar, por lo que dentro de pocos años el salivazo gozará también de amplia aceptación por parte de las señoras, ya que la bronquitis crónica del tabaquismo no entiende de galantes cortesías. La correcta práctica de este repugnante deporte requiere una técnica muy depurada y peculiarmente sonora. En efecto, el infame escupitajo viene precedido de una ruidosa fase preparatoria (pronunciar la palabra gargajo prolongando el sonido de la jota constituye una onomatopeya perfecta) en la que el escupidor procede a arrancar la flema de su mucosa respiratoria para colocarla en la rampa de lanzamiento (este ruidoso preludio del salivazo lo es al mismo tiempo de la arcada producida en quien lo oye tras sus pasos). Una vez instalado correctamente el viscoso proyectil en su recámara, esto es, en las fauces del lanzador, éste puede optar entre dos variedades técnicas: el palante y el mediolao. Esta última, propia de jubilados o gente muy mayor, consiste en lanzar el gargajo oblicuamente por la boca torcida como si tuviera paralís, no se sabe si para obtener un impacto lateral sobre la acera, más discreto, o para tratar de disimular con el gesto un acto que en el fondo reprueba pero no puede evitar. En la otra variedad, practicada fundamentalmente entre el quinto y sexto decenios, se opta por apuntar directamente al frente, sin remilgos. Con la punta de la lengua asomando tímidamente entre los labios fuertemente sellados, para evitar que escape el aire El decatlón riojano

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comprimido entre los papos insuflados, la sin hueso se introduce rápidamente, a la vez que se expulsa violentamente el aire atrapado en la boca, el cual arrastra al gargajo. Como puede suponerse, las mejores marcas de longitud se obtienen precisamente con esta modalidad, en la que la fase de expulsión es, lógicamente también, más ruidosa. Con todo, la obtención de grandes marcas no depende exclusivamente de la técnica utilizada en el lanzamiento. Otros factores como el tamaño o el contenido de la secreción son determinantes de la distancia que podrá recorrer entre el garganchón del lanzador y el suelo. La simple inspección de algunos ejemplares de gargajo estampados en la acera, operación fácil por cuanto en una calle céntrica puede haber varios por metro cuadrado, nos mostrará que los hay desde pequeñitos y casi traslúcidos, con diminutas burbujas apenas perceptibles, hasta soberbias gorgozadas, típicamente verduscas y del tamaño de una galleta maría. Mientras que el primero procede, sin duda alguna, de un jovenzuelo simplemente mal educado, el segundo constituye una flema infestada de bacilos y restos de nicotina. O lo que es lo mismo, una buena marca y un mediocre resultado, respectivamente. Como en todo deporte basado en el lanzamiento de algo, en éste del salivajo son frecuentes los intentos fallidos. Estos se producen cuando la fase preparatoria u onomatopéyica, plenamente percibida por el involuntario auditorio, no se continúa con la de expulsión. El suspense resultante, lejos de aliviar la basca ya en curso del peatón más cercano al despegue abortado, termina agravándola al obligarle a imaginar el destino que el asqueroso ha decidido finalmente para su espumarajo. El decatlón riojano

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Aunque el escupitajo, como se ha señalado, es la variedad de lanzamiento más practicada, no es más que una entre las muchas que pueden ejercitarse en calles, parques u otros espacios públicos. El logroñés (o sea, el riojano), que como sabemos tiene reconocida fama de desprendido, lo demuestra continuamente desprendiéndose de todo aquello que ya no le sirve por el procedimiento de arrojarlo al suelo en marcha: cajetillas de tabaco, colillas encendidas, envoltorios de dulces, cáscaras de pipas, bolsitas de aperitivos, papeles, plásticos, etc. Sin embargo, el deporte que amenaza con desbancar al lanzamiento de gargajo de su primer puesto en el podium de la guarrada urbana no es otro que la tenencia de chuchos de compañía. Los excrementos caninos están comiéndole el terreno al rey de la acera. ¿Acabará el perro imponiéndose al pollo? No parece probable. A pesar del auge canino de nuestros días, el censo de escupidores profesionales todavía es mucho más numeroso que el de criadores aficionados de perro. Y, por si fuera poco, un alto porcentaje de estos, por pura estadística, escupen a la vez que pasean a su animal. Para dejar zanjado el tema, piénsese que, mientras que algunos poseedores de perro civilizados recogen los excrementos de éste en una bolsita de plástico (que también son ganas), no se conoce absolutamente ningún caso, en la dilatada historia de la expectoración riojana, de recogida de flema por parte de su expulsor.

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FICHA Modalidad: Lanzamiento libre Objetivo: Arrojar secreciones buco-bronquiales en la vía pública lo más lejos posible Edad y sexo: exclusivamente varonil, sobre todo en fase nicotínica incurable Requisitos: pésima educación, bronquitis crónica, puntería. Variantes (en orden creciente de asquerosidad): salivazo, espumarajo, flema, expectoración y esputo. Récord: el señor Julián, de Cuzcurrita, envió un esputo numular desde una orilla del Tirón a la contraria el 14 de febrero de 1983, en plena crecida del río. &&&&&&&&&&&&&&&&&&

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SALTO DE SEMÁFORO ¿En qué se diferencia un automovilista español de otro francés, alemán o sueco? En que, ante un semáforo en ámbar, estos frenan y aquél acelera. Pero, si a la vez que pisa a fondo el acelerador, hace sonar el claxon hasta que el peatón destinatario de la pitada reconoce al energúmeno y le devuelve el saludo, nos encontraremos ante un ejemplar típico de conductor logroñés. Antaño se decía que “en la mesa y en el juego se conoce al caballero”. En nuestros días, sin embargo, uno de los mejores indicadores del grado de educación y civismo de una persona es su comportamiento al volante, sobre todo en el medio urbano. Parafraseando el venerable dicho, podríamos afirmar que en el paso de cebra y el semáforo se conoce al burro. Pues bien, en la capital de la Rioja el salto de semáforo es un deporte que se practica en reata. Aunque puede ejercitarse en cualquier calle, es en las llamadas “vía rápidas” donde hace verdadero furor. Dado que la luz ámbar de los semáforos permanece encendida escasos segundos, el resultado de ese acelerón para eludir la obligatoria parada suele ser el paso en rojo, es decir, la burrada. El fanático de este deporte suele mostrarse intolerante con quienes no lo practican, ya que acostumbra a insultar y/o pitar al conductor que le precede cuando éste se comporta como un suizo y frena nada más iluminarse el disco anaranjado. Como curiosidad científica, el tiempo transcurrido entre el encendido de la luz verde y la pitada del cafre exigiendo la reanudación de la marcha por parte El decatlón riojano

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del automovilista civilizado (por lo general un señor mayor, una mujer o un extranjero despistado) es conocido en física como milésima de segundo. Con todo, los mayores éxitos en la práctica de este deporte los cosechan habitualmente los pilotos de vehículos provistos de sirena. Estos entusiastas practicantes del salto de semáforo son verdaderos especialistas en simultanear esta práctica con la del 4 x 100 decibelios (ver este deporte), particularmente los domingos a primera hora y durante la siesta en los días de labor. Esta escandalosa combinación e velocidad, infracción y barahúnda proporciona a la mayoría de los espectadores emoción y espectáculo, aunque para otros puede (y suele, de hecho) resultar bastante chocante. Continuando esta escalada progresiva de irrespetuosidad hacia las señales de tráfico luminosas, es preciso destacar a los amigos del ciclomotor pero, sobre todo, de la bici. Para los ciclistas no es que no existan semáforos en rojo: es que no existen los semáforos, a secas. Junto a esta modalidad, que podríamos denominar chachi, del salto de semáforo (la que practican los que van montados en algo), no debe olvidarse que existe otra, más cutre pero mucho más popular: el salto peatonal. Considerada de menor riesgo, es una variedad de este deporte absolutamente generalizada entre la población, sin distinción de edad, sexo o condición. En esta bendita ciudad no respeta los semáforos ni Dios. Es más, la gente cruza las calles, incluso las más transitadas por vehículos (no lo olvidemos, en su mayor parte conducidos a su vez por saltadores de disco El decatlón riojano

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profesionales) por donde le da la gana. Es un auténtico milagro que el número anual de bajas, que las hay, sea tan reducido en proporción al incontable número de ocasiones diarias propicias al atropello. Por último, la afición a este temerario deporte es tal en esta parte del mundo que es frecuente la práctica habitual de las dos modalidades descritas por parte del mismo sujeto. Así, no será nada raro que, tras media docena de saltos de semáforo al volante, un conductor consiga aparcar el bólido (generalmente en doble fila) y se dedique a violar sistemáticamente la ley de los postes luminosos, en esta ocasión por el lado de los peatones, camino de la ferretería, la caja de ahorros o el estanco. Eso sí, como un automovilista se atreva a saltarse (o intentarlo siquiera, que se les ve venir) el rojo recién alumbrado e invadir el paso de peatones que se dispone a atravesar y que está en verde sólo por pura casualidad (lo hubiera cruzado igual en rojo), que se prepare. Nuestro campeón de saltos, además de incapacidad congénita para ejercer la autocrítica, posee excelentes cualidades para la práctica de otro deporte regional típico (ver Triple taco). Está claro que lo suyo, vaya a pie o montado en algo, es atropellar en un paso de cebra, sin duda uno de los lugares más peligrosos del mundo.

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FICHA Modalidad: Se trata de una variedad de automovilismo híbrida entre el rallye y la fórmula 1. Objetivo: eludir la detención obligada por un semáforo atravesándolo a toda pastilla antes de que vire del ámbar al rojo. Edad: montado, a partir de los 18 años; peatonal, a todas las edades. Sexo:

mayormente

masculino,

aunque

con

creciente

incorporación femenina Requisitos: agresividad, impaciencia, desprecio a la propia integridad física y, sobre todo, a la ajena. Variantes: salto de stop, salto de ceda el paso y triple salto mortal (semáforo, stop y paso de cebra). Récord: J.M.F.S., Fiti, formado en la escudería Mayra, en la madrugada del 24 de Septiembre de 1992 se saltó el semáforo de entrada a Logroño por la Avda. de Burgos y fue enganchando en rojo, uno tras otro, todos los discos de Murrieta, Gran Vía y Jorge Vigón (trece de una tacada) para acabar estrellándose contra una casa barata. &&&&&&&&&&&&&&&&

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LEVANTAMIENTO DE VIDRIO Se trata del deporte rey de la comunidad riojana, tanto por el número de adictos, prácticamente toda la población comprendida entre los quince y los noventa años, como por el de instalaciones destinadas a su práctica: centenares de bares, mesones, bodeguillas, cafeterías y tabernas repartidas por toda la geografía riojana. Allá donde exista un asentamiento humano, por reducido que sea, existirá una tasca. Si en la aldea más perdida de la sierra no viviesen más que dos personas, es seguro que una de las dos regentaría el bar al que acudiría la otra, una o dos veces al día, a practicar el deporte nacional: el levantamiento de vidrio (tabernero incluido). Al igual que en el dilema del huevo y la gallina, cabe preguntarse si en el solar riojano fue antes el vino o la tasca. No parece que el hecho histórico de tratarse de una comarca vitivinícola por excelencia sea la causa de que en esta tierra se beba tanto y en tantos sitios distintos. Siguiendo este razonamiento simplista podría pensarse que los gallegos se pasan el día atracándose de marisco, los jiennenses untando en aceite de oliva o los valencianos inflándose a paella. Por otra parte, nuestros entrañables vecinos del Norte practican el levantamiento de vidrio con mayor entusiasmo y abundancia aún que nosotros, y no tienen más que cuatro tristes viñejas de las que extraen un vinillo agrio con el que se consuelan el fin de semana que no pueden bajar a soplar a la Rioja. Es posible, por tanto, que el consumo masivo de vino a pequeñas dosis (esencia de este deporte) en esta tierra sea independiente de su merecido prestigio internacional en la El decatlón riojano

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elaboración de un producto, el rioja, con el que tópica e inevitablemente se establece una ecuación: Rioja es igual a vino como tres más dos son igual a cinco. Sin embargo, esto no parece probable. Es más lógico suponer que en una sociedad con una cultura empapada en vino, al que se adora como a un dios pagano dador de la fuerza necesaria para seguir existiendo, ha de acabar empinando el codo hasta el juez de guardia. Lo del vino en esta Comunidad es a la vez cultura y culto, merced a lo cual hasta el más ignorante y descreído, a fuerza de vaciar chatos, acaba convirtiéndose a la vez en catedrático y beato, respectivamente. El levantamiento de vidrio es un deporte que suele practicarse en grupo, aunque su modelo de comportamiento es menos propio de un equipo que de una manada, pues más que una suma de esfuerzos para el logro de un objetivo común (eso es un equipo), se trata de una agrupamiento de individuos en pos de la satisfacción de una misma necesidad (eso es la manada). Al igual que sucede con las Olimpíadas, existe un levantamiento de vidrio de la antigüedad y otro de la edad moderna. La primera modalidad, el clásico chiquiteo de varones adultos en sus dos horarios, diurno o vespertino, se practica desde tiempo inmemorial. La segunda, más conocida como “marcha”, enteramente nocturna y propia de la juventud, ha adquirido tal difusión e importancia en los últimos tiempos que ha acabado

desgajándose

del

tronco

común

independiente (ver capítulo correspondiente).

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como

deporte

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Como se ha señalado, el chiquiteo (serie de tragos de vino servidos en pequeña cantidad o chiquitos) o chateo (de chato, vaso para vino más bien bajo y ancho) es el vehículo de relación social más importante de los riojanos adultos. Es un deporte tan popular que no existe población riojana en la que no se celebren dos competiciones diarias, la primera antes de comer y la segunda antes de cenar. El porcentaje de participación es altísimo y los levantadores se agrupan en equipos de un mínimo de dos (beber solo, aparte de triste, da la impresión de vicio) y un máximo de cinco (ni cuando le va a uno mejor en la vida llega a tener más de cuatro amigos). Se trata de un deporte de los denominados por etapas, como el ciclismo o el golf, en el que los participantes han de completar un recorrido predeterminado sin posibilidad de eludir ninguna de ellas. La ronda comienza en el bar de siempre (la salida) y, tras visitar al menos media docena más, se acaba en la misma tasca (la meta). Y así un día y otro día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Abrase el sol o esté helando. No perdonan ni en la Nochebuena. Los levantadores de vidrio son, sin lugar a dudas, los más fieles y recalcitrantes cultivadores del decatlón riojano. Esta modalidad se denomina también cien metros tasca porque en ocasiones no se necesita una distancia mayor para meterse diez manos de vino, pues tal es la abundancia de tabernas en nuestros pueblos (incluída la capital). En la Rioja hay más bares que en toda esa tristeza de la Unión Europea. Pero existen otras variantes de la mojadura sistemática de gañote, propias de la gimnasia deportiva, como la barra fija, que como su nombre indica, El decatlón riojano

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al contrario que el chiquiteo itinerante, es practicada más bien por individuos sedentarios y, por lo general, solitarios. Dedicados a matar las horas entablando conversación con el tabernero y contemplando el trasiego de congéneres trashumantes, acostumbran a castigarse el cuerpo con varias series de levantamientos sin menearse del sitio. Dependiendo del entusiasmo del atleta, de la barra fija podrá pasarse a las barras paralelas e, incluso, a la temible barra de equilibrios. Este deporte es tan representativo de la identidad riojanista que, en el cuartel central de un hipotético emblema simbolizador de la Comunidad, debería figurar un bebedor rampante, vaso en mano, frente a una barra de bar y sobre campo de vides, bajo la leyenda Quid chorram plus donat (Qué chorra más da), sabia sentencia riojana que resume a la perfección el modo de ser y estar de los habitantes de esta tierra pródiga de filósofos de barra fija. FICHA Modalidad: gimnasia rítmica Objetivo: comprobar diaria y personalmente que en las tascas del barrio continúan sirviendo chatos de vino Edad y sexo: adultos entre la quinta y la octava décadas de la vida Requisitos: buen funcionamiento de hombro y codo, hígado de primera clase, gregarismo. Variantes: barra fija; barra móvil; cien metros tasca.

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Récord: la cuadrilla del Feo, de Haro, logró la inigualable hazaña de meterse en el cuerpo tres herraduras un mismo día, el 25 de junio de 1976, festividad de San Felices de Bilibio. &&&&&&&&&&&&&&&

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ARRASTRE DE PIMIENTOS Allende el Ebro (por utilizar una referencia geográfica inmutable frente a las sucesivas denominaciones de Provincias Vascongadas, País Vasco, Euskadi, Euskal-Herría y mañana ya dirán) sobrevive una primitiva cultura física cuya influencia aquende el mencionado río es notable. Deportes tales como el chiquiteo, el mus o la pelota a mano (todas ellas, como se ve, de acendrada espiritualidad) están tan enraizados aquí como allá, hasta el punto de que podría llegar a cuestionarse cuál fue el origen de las mismas y cuál el destino de su exportación. Otras actividades deportivas, en cambio, permanecen como exclusivas del país vecino:

el

levantamiento de piedras, el corte de troncos, la sokatira y otras de parecida índole no han calado nunca, incomprensiblemente, entre las gentes riojanas. Un tercer grupo de pruebas de competición propias de nuestros vecinos del Norte, en fin, han sufrido cierto proceso de transformación hasta lograr adaptarse a los gustos de nuestra sociedad; el ejemplo más característico es el arrastre de pimientos, clara reminiscencia del arrastre de piedras por reses ayuntadas, competición tan del gusto vascongado o euskaldún. El arrastre de pimientos es una disciplina deportiva típicamente estacional cuya temporada comienza a finales del verano y se prolonga hasta bien entrado el otoño. Puede ejercitarse individualmente (amas de casa con más de diez trienios, generalmente) o por parejas (las mismas amas de casa arrastrando, además de la pimentada, a la maula del marido prematuramente El decatlón riojano

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jubilado). La salida de la prueba se ubica en cualquiera de los puestos callejeros de venta de los fantásticos pimientos de la huerta riojana (morrones, cuerno de cabra y, fundamentalmente, los míticos del piquillo), uno de los pilares gastronómicos en los que se cimentó el prestigio de esta región antes incluso de que fuera reconocida como provincia de Castilla la Vieja. Tras la adquisición de las preciadas bayas (por docenas o por cientos) y su introducción en el saco se inicia un penoso arrastre hasta la meta, situada en el lugar donde los pimientos habrán de ser lavados, asados, pelados, vaciados de semillas, cortados en tiras e introducidos en botes de cristal para su conserva. Durante la primera mitad del otoño, la Rioja entera es un pimientódromo, una gigantesca pista de arrastre de estas maravillosas hortalizas. En realidad, el arrastre de grandes bolsas repletas de pimientos constituye sólo la primera fase de este inefable deporte, pues la segunda será su consumo durante el resto del año. Bien rociados con ajo picado y aceite crudo sobre el plato, bien rehogados en la sartén, los pimientos asados del piquillo constituyen un manjar exquisito cuya degustación, bien mirado, más que un deporte es un rito. De este modo, el originario arrastre de piedras por bueyes vascones ayuntados adquiere en su transformación riojana una utilidad que da sentido al esfuerzo físico que la prueba requiere. El arrastre del pimiento es la única disciplina del decatlón que se beneficia de una clara recompensa, que es merecedor de un premio nada desdeñable: la posibilidad de paladear un año entero una delicia culinaria de primer orden. Transcurrido ese tiempo, al final del El decatlón riojano

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siguiente verano, la particular carrera de sacos volverá a celebrarse en cada rincón de esa piel de pimiento que es la Rioja. El de pimientos no es la única modalidad de este peculiar, primitivo y simpático deporte consistente en llevar a una persona o cosa tras por el suelo, tras de sí, tirando de ella. Existen otras, como el tute y la brisca, en la que es obligatorio arrastrar, es decir, obligar uno de los jugadores a los demás a echar una carta del mismo palo, si la tienen, o del que es triunfo si no la tienen. Mientras que las nuevas generaciones de riojanos continúan practicando el tute en cualquiera de sus variantes (subastao, cabrón y, precisamente, arrastrao), la brisca va quedando más y más relegada al olvido y sólo continúa haciendo furor en hogares del jubilado y residencias para la tercera edad. Es probable que la expresión darse un tute que no veas, o sea, realizar un esfuerzo excesivo o extraordinario, la inventara una riojana arrastrando medio quintal de pimientos del piquillo camino del asador. FICHA Modalidad: halterofilia Objetivo: acarrear el mayor número posible de pimientos desde el punto de venta hasta el lugar donde habrán de ser asados, llevando del brazo al mismo tiempo al maula del marido. Edad y sexo: mujeres de mediana y tercera edad Requisitos: brazos recios, marido jubilado de los bronquios, un buen saco. Variantes: morrón, piquillo y cuerno de cabra El decatlón riojano

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Récord: la Juli la de los Falsos, de Ausejo, arrastró en una ocasión dos sacos con dos cientos de morrón cada uno desde la gasolinera hasta su casa, situada enfrente de la iglesia (hay que conocer este pueblo para hacerse idea de la hazaña). &&&&&&&&&&&&&&&

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4 x 100 DECIBELIOS Dicen que la España actual es el país con menor índice de natalidad y el país más ruidoso del mundo mundial. Se desconoce si entre ambos títulos existe o no una relación de causalidad, aunque no deja de ser una sugestiva hipótesis de trabajo: ¿el ruido estresa hasta el punto de inhibir la libido y, en consecuencia, dificultar la procreación?, o por el contrario, ¿la escasez de niños permite a los adultos habitar un mundo cada vez más ruidoso? Este asunto tiene para los riojanos más importancia de la que parece, dado que su comunidad autónoma es la que presenta el índice de natalidad más bajo de todo el Estado, como dicen los locutores de la ETB. Es decir, del planeta. Este dato obra a favor de la presunta relación causa-efecto entre escasez de nacimientos y ambiente ruidoso, ya que vivimos inmersos en una babel de sonidos estridentes o inoportunos casi permanente. Este gusto por el decibelio se manifiesta a través de gritos, músicas a toda pastilla, motos a escape libre, sirenas, bocinazos, camiones de la basura, obras, televisores de vecinos, semáforos canoros, adictos al bricolage y aullidos de perro, por citar sólo algunos ejemplos. Parece como si la compañía del ruido fuese necesaria para la supervivencia del riojano. Como si éste temiera al silencio. Comencemos por el más natural de los sonidos: la propia voz humana. La mayoría de la gente de estos lugares no habla. Grita. Vocifera. El volumen de voz empleado habitualmente en las conversaciones supuestamente privadas es tal que siempre acaba enterándose quien no debiera. Cuando se escucha involuntariamente El decatlón riojano

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lo que alguien situado a decenas de metros le está contando a otra persona, uno no puede dejar de admirarse de lo bien que la susodicha se estará enterando de la copla. Esto, al aire libre. Si la conversación se celebra bajo techo, el nivel deberá aumentar necesariamente, ya que será absolutamente inevitable la proximidad de cualquier aparato capaz de dar el coñazo, fundamentalmente un televisor que nadie mira o una música ambiente que nadie escucha pero que todos han de soportar. En los establecimientos donde se puede comer y beber, es decir, en la mayoría de los establecimientos de esta comunidad autónoma, la música de fondo es inevitable. Desde la tasca más sórdida y tenebrosa hasta la más elegante de las cafeterías, pasando por restaurantes de todos los tenedores, terrazas al aire libre, heladerías, quioscos y, por supuesto, bares de copas y marcha (ver este deporte), un inmisericorde chunchún torturará a los pobres clientes que se refugian en el local para tomar algo, hojear la prensa o, simplemente, conversar. Ya sabemos que en este país la barra es el escenario de las relaciones sociales por antonomasia. Todos los días, frente al café o la bebida alcohólica preferida, los seres humanos se reencuentran casualmente o se entrevistan tras cita previa. El taburete es a la vez despacho en el que se negocian y se cierran tratos, confesonario donde se absuelve o condena, banco de enamorados, puesto de guardia, atracadero de soledades o, simplemente, privilegiada atalaya de observación de la condición humana. Es una lástima que esta importante función social de la barra se vea entorpecida casi siempre por la manía ruidosa.

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El fenómeno no es exclusivo del sector de la hostelería. Negocios tan dispares como el taller de reparaciones, el colmado, la tienda de ropa, el tiovivo o la floristería tienen en común su constante empeño de amenizar a los clientes con los 40 principales a toda caña, ante la inaudita impasibilidad de sus dueños, encargados o empleados, a quien es lícito suponer o estoicos o sordos. Sin embargo, la cancha idónea para el ejercicio del 4 x 100 db continúa siendo, sin duda alguna, la sala de banquetes. Da igual el acontecimiento que se celebre: boda, bautizo o comunión, mitin político o empresarial, cena o comida de hermandad, etc. En una tierra donde el juntarse para comer y beber fuera de casa es casi una religión, cualquier pretexto es válido y, para el tema que os ocupa, indiferente. El caso es que varias decenas de personas (incluso centenares en las grandes ocasiones) se disponen a dar cuenta de un pantagruélico menú durante dos o tres horas. Durante los primeros minutos, la gente, que está muerta de hambre, se dedica a comerse los bollos de pan, por lo que casi nadie habla salvo las mujeres que guardan dieta, generalmente para increpar a sus voraces maridos cuando tratan de zamparse el pan de ellas. Aproximadamente al cuarto de hora los camareros comienzan a llenar las primeras copas de vino, momento en que los levantadores de vidrio, muy numerosos entre los invitados, comenzarán sus ejercicios de calentamiento. Esto supone la inmediata elevación del tono de las conversaciones de todo el mundo hasta un nivel ya considerable, que cede momentáneamente con el devorado de los entrantes o del primer plato. Entre éste y el segundo, coincidiendo con los primeros humos y la tercera o cuarta copa, el alboroto arrecia y ya no deja de El decatlón riojano

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experimentar un crescendo que conducirá indefectiblemente a la apoteosis, tras los postres, cuando ya no queda nada por comer y todo por gritar. El ruido producido por cien personas vociferando a la vez impide a cualquiera de ellas entenderse con el comensal que tiene enfrente, y más aún si, como suele ser la regla, por encima del jaleo infernal flota la inevitable música ambiente. Sin embargo, el origen de la barahúnda reside siempre en una imperceptible elevación del tono de cada conversación entablada en la sala; la suma de todas ellas multiplica al menos por cuatro el tono de la conversación aislada, el cual se ven obligados a elevar sus participantes si desean continuar comunicándose verbalmente. Esta espiral de la vocinglería, que tanto fascina a los extranjeros que nos visitan, es al deporte del decibelio lo que la maratón a la carrera: una fiesta de participación popular. Los centroeuropeos, que son tan raros, han desarrollado un sistema revolucionario y aparentemente paradójico para solucionar el problema de la comunicación oral entre humanos participantes en un banquete multitudinario: hablar en voz baja. Cuando se entra en un restaurante de estos países, aunque se encuentren comiendo más personas que en una de nuestras bodas de pueblo, no será posible escuchar más ruido que el de los cubiertos chocando contra la loza. Hablan tan bajito que ni se les oye, y lo hacen porque si elevasen la voz otras personas podrían escuchar lo que dicen. Es decir, que para poder comunicarse, cuchichean. Ahora que, todo hay que decirlo, cuando estos forasteros aterrizan por aquí, hay que ver lo pronto que se les olvidan sus melindrosos modales. Lo fácilmente que se adaptan

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aquí a lo que allá abominan. Lo que les va la juerga, el ruido, el trasnoche, el cachondeo: lo que les gusta España, vamos. Para finalizar, el perfil del campeón del decibelio local es el siguiente: amante de las barracas durante la niñez, de las discotecas en la adolescencia y del autorradio atronador en la juventud. Cuando alcanza cierta edad, el único sonido que es capaz de captar su agotado oído es el pitio del audífono.

FICHA Modalidad: resistencia Objetivo: llegar a morirse sin conocer el silencio Edad y sexo: universal Requisitos: tímpanos de acero al cromo-vanadio y ruido, mucho ruido. Variantes: tecno-disco, bacalao, coral y autorradio. Récord: el 92% de los clientes que frecuentaban Brainless (discopub que operó en la zona entre 1987 y 1994) padecen hipoacusia grave irreversible (traducido, sordera cual tapia para siempre). El 8% restante ya estaban tenientes cuando lo pisaron por vez primera. &&&&&&&&&&&&&&&

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TRIPLE TACO Si proferir blasfemias es habitual en toda España, estas interjecciones contra las cosas sagradas se conocen a nivel nacional como “jaculatorias riojanas”. La de jurar es una costumbre tan extendida y arraigada entre las gentes de esta tierra que merece un puesto de honor en nuestro particular elenco deportivo regional. Algunos especímenes lo practican tan intensamente que su coprolálico lenguaje no es más que un rosario de palabrotas ligadas con el mínimo de artículos y preposiciones necesario para otorgar a la retahíla de juramentos la apariencia de un discurso. Este deporte tan típicamente riojano, al que denominaremos triple taco para ilustrar su frecuencia en un mismo enunciado, constituye un raro ejemplo de supervivencia de los atavismos en las nuevas generaciones. En una región históricamente agrícola y ganadera, y con una población rural todavía superior a la urbana, la mayoría de los jóvenes han vuelto la espalda al campo. Hoy en día nadie quiere seguir los pasos de sus padres o sus abuelos (manos encallecidas, boina calada, morisca al hombro) por huertos, caballones y venajos. Sin embargo, hay algo en lo que las últimas hornadas de riojanitos no dejan de homenajear a sus mayores: hay que ver (oír más bien) cómo juran. Como auténticos carreteros. Que un labriego se cague en Dios cuando cocea el macho, descarga el granizo o da la cara el mildiu es algo no sólo comprensible sino hasta inevitable. Pero no, desde luego, que lo hagan esos niñatos cuya mayor contrariedad reside en que para engullir la sopa boba El decatlón riojano

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han de levantar el culo del banco del parque en el que fuman, comen pipas y vocean ordinarieces sin substancia. El caso es que se ciscan en Dios bendito, la hostia, el copón, la Virgen y el plenario de la Corte Celestial con la misma naturalidad que si hablaran del tiempo. El riojano adulto urbano de clase media y cierto nivel cultural no acostumbra a soltar un ¡cagüendiosss! más que en situaciones extremas que podrían justificar el sacrílego exabrupto (el martillazo en el dedo, por ejemplo). Su ilimitado potencial escatológico, no obstante, suele descargarse habitualmente en el lenguaje coloquial sobre la leche, la puta o el número diez, taco éste último aparentemente light pero que es en realidad el eufemismo urbano de Dios, como diorobaco es el rural. Ahora bien, el perfil de campeón del triple taco es un individuo varón de edad media, bajo nivel cultural y tomador de chatos que utiliza el juramento, y sobre todo la blasfemia, como muletilla omnipresente en su empobrecido vocabulario. Al menos la mitad de los sonidos que emite son palabras malsonantes. Se pasa el día entero cagándose en todo, mandando a todo el mundo a tomar po’l culo, importándole todo tres cojones, considerando que todo es una puta mierda, exclamando ¡no te jode!, enviando a todo Dios a hacer hostias e invocando a la madre que parió a la humanidad entera. A propósito de la divinidad, hay quien sostiene que, en el fondo, la blasfemia no deja de ser una manifestación de fe religiosa, una especie de antiplegaria: en cuanto ofensa al Creador, supone una plena aceptación de su existencia. Esta curiosa teoría del blasfemo como creyente explicaría lo de la jaculatoria riojana. El decatlón riojano

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Como todo en esta vida, el deporte exige moderación. Cualquier deporte, incluido éste. Hombre, en principio, un taco aislado y soltado en el momento oportuno puede tener hasta su gracia. A quién no se le escapa alguno de vez en cuando, aunque no vaya precedido del correspondiente revés que lo justifique. Lo que ocurre es que algunas personas se pasan. Una palabrota, bien. Dos, bueno; tres, vaya. Pero a partir de la cuarta ya te empieza a tocar los cojones. La verdad es que no hay dios que soporte a los jodidos malhablados. Son más bastos que la hostia y más desagradables que el coño de su madre. Cuando se tiene la puta desgracia de tropezarse con uno de estos cabrones de lenguaje procaz, lo mejor es mandarle a tomar por culo cagando leches. Por hijoputa. FICHA Modalidad: lanzamiento Objetivo:

ciscarse

de

palabra

sobre

cualquier

cosa,

preferentemente en las más sagradas. Edad y sexo: sobre todo varones en edad productiva; también niñatos-as sin substancia. Requisitos: bajo nivel cultural o ser más mal hablado que el copón Variantes: blasfemia, insulto, grosería, simple ordinariez Récord: En la mañana del 21 de noviembre de 1967 A.R.M., Bocanegra, albañil oriundo de San Asensio, lanzó desde el andamio catorce mecagüendios y siete en la virgen seguidos (todos ellos por la leche que mamó) con motivo del derramamiento de la masa que otro peón trataba de hacerle El decatlón riojano

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llegar en un balde colgado de una soga. A fecha de hoy, la legendaria plusmarca permanece imbatida. &&&&&&&&&&&&&&&&

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MIL METROS CHÁNDAL Hasta no hace mucho tiempo la gente usaba dos clases de ropa, de diario y de fiesta, y los días festivos se endomingaba. Antaño, la mañana del domingo consistía en oír misa, pasear en familia, tomar el vermú, comprar el pan, el diario y los pasteles, y a casita para dar cuenta del pollo asado en paz y en servicio de Dios. A lo largo y ancho de este itinerario invariable y necesario para la relación social, las personas se cruzaban, observaban y saludaban ataviadas con sus mejores galas. La ropa del domingo era algo así como el desquite de la modestia estética impuesta por el trabajo durante la semana. En los pueblos (y entonces Logroño lo era también), el domingo por la mañana, incluso los más humildes del lugar se transfiguraban en señores gracias a los trajes de boda cuidadosamente preservados del paso del tiempo. De este modo, el banco de la parroquia, la barra de la tasca, el despacho de pan o el quiosco constituían una especie de ágora pueblerina y entrañable en el que las buenas y peores gentes se entremezclaban en un democrático mare mágnum de hombres trajeados, señoras acicaladas y niños repeinados que respiraban la misma atmósfera, una opresiva mezcla

de

emanaciones

de

alcanfor,

incienso

y

fritanga,

intercambiando chismes, saludos obligados y recelosas miradas. En la actualidad, el rito dominical ha cambiado bastante en algunas cosas. Permanecen inalterables el aprovisionamiento del pan, la prensa e incluso los pasteles. Pero se oye poco misa, se compran platos precocinados, se pasean perros incontinentes en El decatlón riojano

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lugar de niños y… se viste chándal. Esto del chándal sí que es un deporte merecedor de tal nombre, aunque solo sea por la teórica razón de ser de la prenda. El domingo por la mañana, la Rioja entera practica el deporte de colocarse la multicolor indumentaria. Abuelos y abuelas, papás y mamás, novios y novias, familias enteras de chandalios pululan por doquier. El fenómeno de la transformación del vestuario dominical del traje de boda al chándal ha culminado con tal éxito en esta sociedad que se ha terminado instaurando, ¡cómo no! el multicolor uniforme de los domingos y fiestas de guardar: chándal, zapatillas deportivas y riñonera. Esta última es un accesorio fundamental para el ejercicio de este deporte y su función es doble. En primer lugar sirve, como es lógico, para transportar durante la prueba todo lo necesario para observar el ritual: las llaves del coche aparcado no muy lejos, el dinero (para el pan, la rioja y el aperitivo), el tabaco y el mechero, pues parece demostrado por la ciencia que fumar, beber y engullir calamares fritos en chandal es muchísimo más sano que hacerlo de paisano. Además, la riñonera es un imprescindible elemento de sostén del soberbio barrigón que muchos (y muchas) chandalios ocultan bajo la chaqueta de su flamante prenda de festivo. El chándal lleva camino de convertirse en el traje regional típico riojano del siglo XXI. Al atardecer, después de la siesta y la película televisada, la familia chandaliana acostumbra a rematar la jornada arrastrando el mortal aburrimiento característico de las tardes dominicales por las calles del barrio. Mientras que él escucha los partidos a través del auricular, ella riñe al niño (o al perro) por no parar quieto y ambos El decatlón riojano

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siembran las aceras de cáscaras de pipas que consumen de modo compulsivo mientras reflexionan amargamente acerca de lo que les espera el inminente e innombrable lunes por la mañana. Todo ello, al igual que en la sesión matutina, en chándal y sin sobrepasar el kilómetro de paseo; de ahí el nombre del deporte. Decididamente, esta prenda, paradigma de la estética uniformadora y hortera, pero también utilitaria y práctica, que caracteriza a nuestra sociedad actual, es como la muerte que a todos, absolutamente todos (viejos y jóvenes, de pueblo y de capital, deportistas de verdad y sedentarios, varones y mujeres, ricos y pobres) iguala. A propósito de óbitos, no andará lejano el día en amortajen al primer ciudadano con su mejor ropa, pero no la de los domingos o el traje de boda, como antaño, sino la de los nuevos tiempos: el chándal. Cuando esto suceda no habría que olvidar la riñonera, para que el difunto disponga de lo necesario para valerse en la otra vida. No sea que en el más allá también haya calamares fritos, prensa, tabaco y domingos por la mañana. FICHA Modalidad: carrera de obstáculos Objetivo: hacer las cosas que se hacen un domingo por la mañana, toma de vermú incluida, vistiendo un llamativo traje de punto y calzado diseñados en realidad para practicar deporte. Edad y sexo: en pleno proceso de universalización Requisitos: desprecio por la estética, desparpajo, una riñonera El decatlón riojano

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buena

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Variantes: 500, 200, 100 metros chándal Récord: la familia L.E., de Logroño, integrada por los padres, tres hijos de entre cuatro y doce años, abuelos maternos y perro, fue avistada a mediodía del domingo 18 de abril de 1998 abandonando el adosado de la carretera de Soria uniformados con chándal. Perro incluido. &&&&&&&&&&&&&&&&&

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MARCHA La marcha , como el maratón, es un deporte atlético de carrera que se desarrolla en circuitos urbanos. Su característica principal es la obligatoriedad de mantener siempre en contacto con el suelo uno de los pies. Como se cubren distancias muy largas, exige que a lo largo del recorrido existan frecuentes controles o estaciones de avituallamiento y refresco con el fin de evitar el desfallecimiento y la deshidratación de los participantes. En la capital de la Rioja, la marcha presenta unas particularidades bien distintas de las propias de esta disciplina atlética, aunque seguramente muy parecidas a la de otras ciudades españolas que también gozan de mucha marcha. No estamos hablando, precisamente, de la valvanerada, peregrinación pedestre nocturna que anualmente se celebra entre Logroño y el monasterio de Valvanera (copia, seguramente, de la javierada navarra, como una expresión más de la colonización cultural procedente de esta provincia hermana). La marcha logroñesa es un deporte que la más tierna juventud riojana practica los fines de semana de modo noctambular en determinados distritos de la ciudad llamados zonas. Los participantes, muchos de ellos todavía en plena dentición, participan formando equipos que van congregándose en las inmediaciones de las zonas a unas horas en las que el resto de los ciudadanos ya están acostados o se disponen a hacerlo. La actividad de las zonas se inicia en torno a la medianoche y finaliza al alba, si bien la hora de retirada de los participantes es libre, dependiendo de su resistencia o de la posible descalificación por El decatlón riojano

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aquello de la incapacidad de mantener al menos un pie en contacto con el suelo. Las zonas son auténticos suburbios especializados en marcha, ya que disponen de tantos puntos de avituallamiento y refresco como sean capaz de albergar sus manzanas. Estos puntos, también conocidos por la afición como bares, son de dos tipos: de pinchos y de copas. Muchos de ellos son el escenario diurno del deporte preferido por los padres y abuelos de los marchosos noctámbulos, el levantamiento de vidrio. Son, sin duda, las instalaciones deportivas más aprovechadas del mundo. Algunos estudiosos del atletismo riojano distinguen claramente un triatlón propio de la juventud, formado por tres deportes: el levantamiento de vidrio, el 4 x 100 decibelios y la marcha. Ciertamente, ésta última no se concibe sin los dos primeros. Ruido y alcohol son inherentes a la marcha. La función de avituallamiento se lleva a cabo, sobre todo, en los bares de pinchos, donde pueden encontrarse toda clase de reconstituyentes delicias: el pincho de tortilla (con o sin), el champi, el cojonudo, el embuchao, la zapatilla, el bocatita pimiento con anchoa… acompañados de la correspondiente reposición líquida (salvo excepciones, vino peleón o cerveza de barril). Como en los estadios de verdad, los amantes de este deporte discurren por calles, la más célebre de las cuales lleva el nombre del árbol con cuyas ramas los antiguos confeccionaban coronas para premiar a sus héroes guerreros o deportivos. La función de refresco en el avituallamiento de la marcha se efectúa en los puntos conocidos como bares de copas. Consisten, salvo excepciones condenadas al fracaso, en oscuros tugurios repletos El decatlón riojano

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de jóvenes que se carcajean, beben, fuman, bailotean, sudan y vociferan para tratar de hacerse entender por encima del altísimo volumen de la música y son incapaces de entender lo que otros gritan con idéntica intención. La altísima concentración de estos locales en las zonas las convierten, cuando se encuentran a pleno rendimiento, en auténticos infiernos cuyos condenados no son los entusiastas de la marcha, que disfrutan de lo lindo en el averno, sino los pobres vecinos que tienen la desgracia de vivir en un barrio escogido por la marcha como circuito urbano. Como se ha indicado, la marcha es una disciplina deportiva que generalmente dura varias horas. Como durante este prolongado tiempo los marchosos no hacen casi otra cosa que avituallarse y reponer líquidos, y como muchos puestos de refresco no suelen tener operativos sus evacuatorios, la imperiosa necesidad de orinar ha dado lugar al nacimiento de una nueva competición en el panorama deportivo nocturno de la zona: la micción libre. Los participantes se sitúan en batería frente al vehículo o el inmueble escogidos para el torneo y liberan el contenido de sus vejigas repletas hasta casi reventar, llevando hasta sus últimas consecuencias el espíritu olímpico: altius, citius, fortius (más alto, más rápido, más fuerte). Al cabo de la noche, cercana la amanecida, la zona habrá quedado arrasada y convertida en una gigantesca letrina por acción y efecto de la marcha.

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FICHA Modalidad: carrera de fondo Objetivo: beber y no descansar en toda una noche ni dejar que otros lo hagan Edad y sexo: adolescentes y jóvenes de ambos sexos Requisitos: resistencia física, noctambulismo, tendencias sadomasoquistas Variantes: de casco antiguo, de ensanche y rural Récord: el 9 de junio de 1989, día de la Rioja, el quinto de Murillo de Río Leza G.P.S. consiguió mantenerse erguido sobre un sólo pie durante algo más de un minuto tras siete horas de marcha, a razón de un cubata cada cuarto de hora: veintiocho en total. Esa misma noche consiguió igualmente la meada más larga de todos los tiempos, desde la fachada sur de la iglesia de Santiago hasta la sede de la Policía Municipal, por la calle San Gregorio. &&&&&&&&&&&&&&&&&&

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EL CHUPINAZO El chupinazo, o lanzamiento ritual de un petardo consistorial como señal del inicio de las fiestas, es un deporte bárbaro, catártico y multitudinario cuya particularidad es que solo se practica un día al año. El mismo día del año, concretamente, aunque distinto para cada pueblo de la Rioja, Logroño incluido. Su origen, una vez más, hay que buscarlo allende el Ebro, aunque en esta ocasión más hacia levante, en el corazón del Viejo Reino. El protocohete fiestero, el padre de todos los chupinazos, se lanza cada 6 de julio desde el balcón municipal de la ciudad de Pamplona para anunciar urbi et orbe que los sanfermines han comenzado. El desmadre inmediato a la explosión del petardo dura una semana entera, en la que el pañuelico rojo, los encierros, las charangas, el trasnoche y la borrachera componen el tópico cuadro de estos festejos de fama mundial y dramático fin (pobre de mí, entierro de la cuba, etc.). Desde hace varias décadas, la explosiva tradición iniciativa de las fiestas pamplonicas ha extendiéndose por el Sur, de pueblo en pueblo, hasta alcanzar las tribus de la Ribera, la tierra más feraz (y más feroz) de todo el valle del Ebro, donde las barbaridades que se siembran fructifican con el mismo esplendor que el tomate, el espárrago o la alcachofa. Desde aquí, la expansión de la influencia del chupinazo navarro tomó dos direcciones opuestas: aguas abajo, hacia los balcones municipales aragoneses, y aguas arriba, hacia los riojanos. Aunque con mayor intensidad, por tanto, en la Rioja Baja que en la Media, y mayor en ésta que en la Rioja Alta, el chupinazo hizo furor (en sentido literal) en las plazas de todos los pueblos riojanos con la El decatlón riojano

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mínima infraesctructura requerida (un balcón, un cohete, un bípedo lanzador y otro asperjador de cava barato), hasta el punto de adquirir la categoría de deporte regional. Oriundo por tanto de latitudes más frías, el chupinazo ha encontrado su terreno de juego ideal en los pueblos de ambas orillas del padre Ebro, cuyas gentes poseen una sangre más caliente y un potencial de desinhibición capaz de transformar durante unos días a personas moderadamente civilizadas en auténticos salvajes. Se trata, no obstante, de un deporte-rito observado mayormente por gente joven. Zambullirse en ese mar embravecido que forman centenares de jóvenes saltando, gritando y descorchando sendas botellas de vino espumoso de ínfima calidad para ducharse y a continuación estrellar los cascos contra el suelo puede ser suicida para una persona de cierta edad. Se trata de un deporte de los llamados de espectáculo, aunque sumamente breve; el cohete no dura más que una carrera de mil quinientos. Aparece en el balcón el edil acompañado de la reina de las fiestas, los vendimiadores o lo que se lleve en el lugar, se felicita por lo de la sana alegría y demás y procede a prender la mecha del mítico petardo. A partir de ese momento, el espectáculo es tan horroroso como interesante desde el punto de vista antropológico. El espectador ajeno a la barahúnda no puede quedar indiferente. La explosión de gamberrismo colectivo tolerado, institucionalizado y controlado por las autoridades o repugna o fascina. Nadie se extralimita rebasando un terreno de juego que en pocos minutos pasa de ser el lugar más noble de la localidad (la plaza) a un vertedero de basura y vidrios rotos. Todo ello, en el nombre y a la mayor gloria del santo o la virgen El decatlón riojano

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locales, por supuesto. El chupinazo más relevante de la Rioja, el de Logroño, inaugura los sanmateos, impúdico remedo de las fiestas pamplonesas, empezando por el dichoso cohete y la pluralización del nombre del santo patrón y continuando con el pañuelo al cuello (de otro color), la feria taurina, los encierros y todo lo demás. La propensión de esta tierra a importar lo peor del acervo cultural de sus vecinos es proverbial. El chupinazo que da rienda suelta a la proverbial sana alegría ejerce un poderoso efecto catalizador de las otras actividades deportivas del decatlón riojano. Las fiestas patronales de los pueblos (incluido Logroño) son los Juegos Olímpicos del decatlón riojano. Actividades como la marcha, el 4 x 100 decibelios, el levantamiento de vidrio o el triple taco se activan en el momento de la explosión del cohete oficial, como si el chupinazo desencadenara en el cerebro de la juventud una desconocida reacción química responsable del desenfrenado ímpetu deportivo que se apoderará de ella durante una semana entera de fiestas. Es decir, de charangas, encierros, degustaciones, barracas, chamizos, corridas, campeonatos de musín y verbenas… lo dicho: las Olimpiadas.

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FICHA Modalidad: lanzamiento Objetivo: liberar durante escasos minutos los instintos humanos más primitivos y salvajes, considerados superados por la civilización el resto del año. Edad y sexo: adolescentes y jóvenes de ambos sexos Requisitos: un balcón de ayuntamiento, una chusma juvenil dispuesta al descerebramiento momentáneo, un cohete. Variantes: Rondel y El Gaitero Récord: el 20 de septiembre de 1995 se registraron 74 borracheras en menores de edad antes de las dos de la tarde, 119 cascos de sidra achampanada rotos y esparcidos por la plaza del ayuntamiento y 14 heridas incisas. &&&&&&&&&&&&&&&

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EL MUSÍN De todos los juegos de naipes más practicados en esta tierra: la brisca, el tute, el julepe y el mus, este último ha alcanzado la superior consideración de deporte. Anualmente se celebran multitud de torneos, competiciones y campeonatos de la única modalidad deportiva del mundo que se juega sentado frente a una mesa (como el ajedrez) y por parejas (como la pelota). De todos los deportes que conforman el decatlón riojano, el mus es el único en el que se pueden conseguir auténticos trofeos para exhibir con orgullo en las vitrinas. De momento no se conceden copas a blasfemadores, escupidores o saltadores de semáforo, aunque el mundo es joven y todo se andará. Como en casi todos los deportes anteriores, la inmensa mayoría de los musistas son varones de todo origen, nivel y condición. Es un juego tan democrático que no sólo lo practican intelectuales y bodoques, titulados superiores y analfabetos funcionales, petimetres y garrulos, ricachos y pensionistas no contributivos, sino que cualquier individuo de una de estas clases puede ser compañero o rival de un perteneciente a otra. Una vez más (y ya van varias), el origen de este deporte parece que hay que buscarlo en las vascongadas, de donde “bajó a refugiarse en las tabernas castellanas para escalar después los salones, desde el más encopetado ringorrango hasta la salita de estar del modesto burócrata”, como señala magistralmente el genial Mingote en el preámbulo a su conocido tratado de mus, un clásico sin desperdicio sobre este incomparable juego de naipes. Al ser “un El decatlón riojano

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juego alegre que discurre entre bromas” y no “un juego de jugadores, sino de gente que quiere pasarlo bien honestamente”, el mus es una entretenimiento adecuado a la nobleza, la generosidad y la campechanía de las buenas gentes riojanas. El mus es un deporte de sobremesa practicado en toda España, aunque algo más de Madrid para arriba, pero no es en absoluto propio de la Rioja. Aquí, como en Burgos, Vitoria, Alicante o Madrid, el mus enfrenta a dos parejas de jugadores, la una formada por un catedrático y un compañero respetuoso con la mano y la otra compuesta por un pardillo y un puesto por el Ayuntamiento. Como en el resto de la península, se disputan piedras y amarracos en cuatro lances (grande, chica, pares y juego o punto) y se observan las mismas reglas a la hora de envidar, contar, farolear o hacer señas. Pero… La Rioja es el principal reducto del musín, despectivo nombre con el que los defensores del mus de ocho reyes y ocho ases (o mus genuino, según ellos) se refieren al de cuatro. El doctor Lucio Portillo, médico, pescador y musolari, es un riojano de adopción enamorado de esta tierra (“excepto del musín y los embuchaos”) que hace algunos años publicó un artículo sobre el musín riojano igualmente sin desperdicio: “El mus aundi (grande, en euskera) o MUS simplemente (así, con mayúsculas, lo denominaremos en adelante) es un alegre y divertido juego que se realiza con 8 reyes, 8 ases, 40 cartas y a 40 piedras. El mus txiqui (pequeño) o musín es un monótono juego, parecido al infantil de “la carta más alta”, que se juega con 4 reyes, 4 ases, 36 cartas y 25 ó 30 piedras. MUS (musu, musua) significa beso, El decatlón riojano

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beso en la cara, y ¿quién duda que es mejor un MUS aundi que un mus txiqui? (…) En la Rioja, esta bella tierra, cuna del castellano y del euskera, los equivocados defensores del musín sostienen con argumentos pueriles, fáciles de rebatir, que ¿por qué jugar a los 8 reyes si las barajas traen sólo cuatro y los treses son sólo treses como pone en las esquinas? Yo les respondo con otras preguntas: ¿por qué en el tute se cantan las 40 con rey y caballo y no con 7 y sota, por ejemplo? ¿Por qué al tenis se cuenta así: 15, 30, 40, etc., en lugar de 1,2,3… como sería más lógico? ¿Por qué en el juego de las siete y media las figuras valen medio punto si en ninguna de ellas pone nada parecido? En las esquinas de las cartas sota, caballo y rey pone 10, 11 y 12 y, sin embargo, nadie cuenta esos números para hacer 31. El MUS es un juego de envite y engaño, mediante el cual queremos hacer creer al contrario que casi siempre tenemos una jugada distinta de la que realmente llevamos, intentando convencerle de que ésta es mayor o menor (según el momento), pero nunca la que realmente es. Por ello y para ello existe el farol, el envite, la apuesta más o menos fuerte, hasta llegar al órdago y que, con 8 reyes, 8 ases y 40 piedras se puede hacer. No así cuando se juega a 4 reyes, con menos cartas y con menos combinaciones para ligar. El MUS y el musín tienen ciertas analogías, como también las tienen el tenis y el ping-pong pero, ¿quién defendería el ping-pong ante el tenis? Señores, seamos serios. Nunca he entendido el motivo de odio intenso que los riojanos sienten contra los humildes doses de las barajas ¿No ocurriría (…) que alguien, en la Rioja o Navarra, al El decatlón riojano

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querer jugar al MUS se encontró que sólo había barajas mutiladas (sin doses) y no tuvo otro remedio que jugar sin ellos y, por ello, sin los treses como reyes, y así nació otro juego? Este otro juego, que dudo sea mejor que el MUS, y del que afirmo categóricamente que no es MUS, sino musín o como se quiera llamar, sólo se juega en parte de la Rioja (…), en contados núcleos urbanos de Navarra y en alguna que otra casa Regional de esta tierra afincada en otras latitudes. Es prácticamente desconocido en el resto del mundo y, tanto en otras regiones peninsulares como de otros países con habitantes hispanos, todos los emigrantes (excepto los riojanos) juegan a 8 reyes, y a 8 reyes se celebran los Campeonatos Internacionales. ¿Se puede pensar con lógica que haya tantos millones equivocados y sólo unos cientos de miles sean poseedores de la verdad? Lo mismo puedo decir en relación con algo de esta tierra: vino es el zumo fermentado de la uva y, por ello, tan vino es el riojano como el de La Mancha, pero ¿son comparables un CVNE de 1982 con un peleón del año de Argamasilla de Alba? ¿Quién defendería a éste ante el gran caldo riojano? Repito, señores: seamos serios”. Esta comparación del vino es tan brutal que sin duda hará reflexionar a los adeptos al musín, dado que la mayoría lo son también, cómo no, al levantamiento de vidrio.

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FICHA Modalidad: torneo por parejas Objetivo: tratar de jugar al Mus con cuatro reyes y cuatro ases sólo Edad y sexo: sobre todo varones, tanto en edad productiva como jubilados Requisitos: fanfarronería, una baraja española como las utilizadas para jugar al Mus y un cuarto de llorar Variantes: a por todas o al tran-tran Récord: en la tarde del 18 de diciembre de 1977, en el Hogar de Arnedo, la pareja de musín formada por el señor Nicolás y el padre de un veraneante de Madrid lograron reunir de dadas un solomillo y duples de sotas y caballos. Los privilegiados espectadores de la proeza que aún viven lo juran por Dios. &&&&&&&&&&&&&&&

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EPÍLOGO Por definición, el decatlón solo admite las mismas diez pruebas. En su modalidad olímpica, las diez especialidades (cuatro carreras, tres lanzamientos y tres saltos) son fijas desde 1912 (Estocolmo), lo que le convierte en un deporte monótono y aburrido. En su variedad riojana, sin embargo, el decatlón se contempla como una lista abierta, una especie de ranking donde son posibles bajas y nuevas incorporaciones, peculiaridad que hace de él un deporte apasionante y vivo. En consecuencia, dependiendo de la evolución de los gustos y las costumbres de los riojanos, la futura composición de la lista de pruebas podrá variar. He aquí una somera descripción de otros deportes asiduamente practicados en la región pero que no han tenido cabida (por esta vez) en el catálogo oficial: Tutear: consiste en tratar de tú a todo el mundo, particularmente a las personas mayores. Suele acompañarse de calificativos como majo o maja, morro, cariño y por un estilo. Ir al médico: según las estadísticas, prácticamente todos los riojanos pasan por la consulta todos los años. Doble fila: es la consecuencia de ir en coche a todas partes y pretender aparcarlo en la mismísima puerta. Ir de campo: pasarse el día entero comiendo y bebiendo a la intemperie Apodar: aplicar sobrenombres a las personas, propio de gente ordinaria y muy frecuentemente en los pueblos, donde se transmiten de padres a hijos.

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Bajar o subir a Logroño: desplazarse a la capital siguiendo el curso del Ebro o en dirección contraria, respectivamente (ej.: los de Haro bajan a Logroño y los de Calahorra suben). Román paladino: pronunciación de “ch” en lugar de “tr” (ches, cuacho, etc.), utilizar expresiones como qué se o, aquí en esto (o ahí en eso) y, sobre todo, emplear el vocablo chorra como muletilla (ej.: a tí que chorra te importa, qué chorras querrá o el mítico qué chorra más da)... …y más que no tienen cabida en este tratadillo cutre sobre las más oscuras señas de identidad de ese privilegiado ser, alegre, generoso, amante del buen yantar y, por supuestísimo, del mejor beber que es el riojano, cuyos peores vicios y defectos son, se conoce, hijos bastardos de sus mejores virtudes. Una consideración final: este opúsculo sociológicamente incorrecto carece de pretensiones pedagógicas o correctivas. En primer lugar, porque se necesitarán varias generaciones antes de erradicar ciertas bárbaras costumbres que todavía imperan en la antigua Beronia. En segundo lugar, porque por desgracia para ellos, los adictos a las disciplinas más duras del decatlón riojano no acostumbran a leer; como mucho hojean el Marca entre trago y trago. No obstante, si este escrito cayese en manos de alguien capaz de indignarse por su contenido; si un honrado escupidor, un simpático saltador de semáforos, un blasfemador ejemplar, un impecable chandalio o un pacífico paseador de perro cagón se molestaran tras la lectura de estas páginas, no les quepa ninguna duda de que eso era, exactamente, lo que pretendía su vengativo autor. El decatlón riojano

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