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Las variedades dialectales de Cuba Por Patricia Cáceres, Carol Muñoz y Mabel Olalde, CubAhora «El uso es más poderoso que los Césares», dijo el poeta romano Horacio y es esa una verdad que la sabiduría popular corrobora. El idioma, por ejemplo, solo muestra todas sus posibilidades y rasgos, y sirve como herramienta de comunicación humana, cuando las personas lo utilizan, lo transforman, juegan con él, lo heredan, lo reciclan y lo vuelven a actualizar. El lingüista cubano Sergio Valdés Bernal afirma que el idioma es componente esencial de la cultura nacional y un medio de su desarrollo. «Tanto es así que cuando los cubanos hablamos en nuestra lengua nacional nos diferenciamos de un español, de un mexicano, de un argentino o de un chileno. El español en Cuba y el uso que hacen de él sus pobladores refleja los principales elementos del largo proceso de mestizaje ideológico y cultural que devino en gestor de nuestra nación». La profesora e investigadora Marlen Domínguez también explica que la lengua no es solo un medio de expresión o de comunicación, no es solo forma. «En la medida en que deviene expresión de la cultura, es símbolo de la identidad y, como tal, es muy importante preservarla al igual que el resto de los símbolos que nos singularizan». De Oriente a Occidente En sentido general, el español de Cuba comparte muchos rasgos con el que se habla en las Antillas, pero se identifica dentro de esta comunidad lingüística por algunos elementos tanto de carácter fonético como léxico. Paralelamente, también entre las distintas zonas del país se pueden notar diferencias en la forma de hablar. El español usual en Cuba se caracteriza por su carácter unitario, evidente en la presencia de peculiaridades de la lengua comunes a todas las provincias. La investigadora Lourdes Montero Bernal explica que, de acuerdo con esto, se puede corroborar la inexistencia de dialectos en la variante cubana de la lengua. No obstante, según estudios, se manifiesta mayor diferencia entre las zonas occidental y oriental del país en cuanto al vocabulario y la pronunciación. El área más innovadora es Occidente, cuyo foco rector —Ciudad de La Habana— irradia la norma lingüística hacia el resto del país; mientras las provincias de Camagüey, Las Tunas y Holguín son las de mayor prestigio lingüístico entre los hablantes cubanos, y presentan rasgos más conservadores, desde los puntos de vista lexical y fonético. De manera general, en los usos de la lengua se manifiestan diferencias regionales, sexuales y generacionales. No se expresan de una misma manera un habanero y un santiaguero, un citadino y un campesino, un hombre y una mujer, un joven y un anciano. Sin embargo, existen algunos rasgos generales que matizan el español que hablan los cubanos y le aportan ese toque de singularidad que nos diferencia del resto de los hispano‐parlantes. A juicio de la lingüista Marlen Domínguez, entre las características fónicas más marcadas del español de Cuba están la pronunciación de las s (eses) como j (jotas); por ejemplo, una palabra como casco suena más o menos cajco. Este fenómeno, aunque se da a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, donde más se revela es en la zona oriental del país. «Las transformaciones más significativas en cuanto a la pronunciación del idioma se encuentran casi siempre al final de las palabras. Así, la n (ene) final no suena como en otros países. Aquí no es dental sino velar, o sea se lleva a cabo con el velo del paladar por lo que se produce un sonido más abierto», apunta la experta.
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Frecuentemente durante la pronunciación algunas consonantes dentro de la palabra resultan semejantes a la siguiente; por ejemplo, salve sonaría savve y carne, canne. Se da también un trueque entre la l (ele) y la r (erre) de manera que amor se escucha amol. Marlen Domínguez explica que, «dentro de las distintas zonas geográficas del país, hay algunas en las que los sonidos del idioma aparecen más modificados que en otras. Con respecto a la norma que establece Madrid, el área más modificada sería el oriente del país, y el centro del país contaría con menor cantidad de transformaciones fónicas, de manera que La Habana estaría en una especie de término medio». Otras variaciones de la norma que se dan dentro del territorio nacional tienen que ver con el uso de los pronombres personales: yo, tú, él, ella. Según dicta la gramática española, en las interrogativas, el sujeto de la oración debe ir después del verbo y nosotros solemos ponerlo delante. Los pronombres personales de la primera y segunda persona, o sea yo y tú, sólo se utilizan en algunas situaciones ya que la conjugación verbal denota la persona a la que se refiere el que habla. En cambio, los cubanos usamos los pronombres personales en cualquier situación. «Algunos atribuyen este tipo de construcciones a las influencias del inglés pero pueden existir otras causas: como aspiramos las s, se produce una ambigüedad que se compensa con este marcado uso de los pronombres», explica la investigadora. El léxico es donde más se distinguen las características que va adquiriendo la lengua en un lugar determinado, por lo que es muy importante para la conformación de una identidad lingüística. El vocabulario del cubano y sus significados constituyen, por supuesto, elementos diferenciadores respecto a otras normas del español, incluso dentro de nuestro propio continente. A criterio del investigador Gerd Wotjak, la influencia sociocultural se manifiesta en cada léxico. Así, en el vocabulario cotidiano de la Isla es posible señalar algunos aspectos que reflejan lo único y lo típico de la cultura, la sociedad, la naturaleza, las costumbres y actitudes de los pobladores en la Cuba contemporánea. De esta manera, en nuestro país, guagua es ómnibus, coger es tomar y tomar es beber; pepillo es ser atractivo, fresco, juvenil; camello es un singular medio de transporte urbano y no precisamente el animal; araña, además del insecto puede ser un tipo de carreta tirada por caballos; melón es sandía y guapo no necesariamente se refiere a una estética agradable, sino a una persona que provoca conflictos. Algunas frases o historias heredadas de nuestros abuelos han llenado de significados algunos vocablos de manera que su sola mención trasmite una infinidad de mensajes. Matías Pérez es siempre sinónimo de alguien desaparecido. La frase «voló como Matías Pérez» recuerda al osado primer hombre que subiera a bordo de un globo en Cuba y a su desconocido final. La fiesta del Guatao, paradigma de los finales no muy felices, se usa para narrar un suceso que terminó de forma poco agradable. El médico chino, refiere la idea de un milagroso curandero, de ahí que cuando le digan «eso no lo cura ni el médico chino», le puede llamar «sapo» a esa persona por su comentario de mal agüero. «Es necesario apuntar que las mismas personas que hablan de una manera en una situación informal o relajada, no lo hacen así en otros contextos, con lo cual hay algunas características que no aparecen siempre», comenta Marlen Domínguez. Cervantes en las calles cubanas Para Argelio Santiesteban, «el habla popular cubana constituye un ejercicio colectivo de búsqueda artística», y es que son numerosas las creaciones con alto vuelo imaginativo que recorren nuestro modo de expresarnos. «El habla popular está permeada de la manía de llamar a las cosas siguiendo una trayectoria poética parabólica… verdaderamente la metáfora es nuestro fuerte», manifiesta el lingüista en su libro El habla popular cubana de hoy. La fraseología del cubano encierra tradiciones, costumbres, personajes, creencias… en fin, todo un rosario de componentes del imaginario social, siempre con un toque de humor bastante singular. «Esto sucede en todas las regiones del planeta pero es posible que nosotros los cubanos seamos más generadores de imágenes originales, simpáticos y creativos, tengamos más color, más rapidez y ocurrencia», expresa Marlen Domínguez.
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Es por eso que a los ilusos se les dice que no intenten tirarle piedras al Morro, construcción que se alza al otro lado de la Bahía de La Habana bastante alta y lejana como para alcanzarla con semejante proyectil. A quienes están al borde de una catástrofe se les advierte que están en el pico de la piragua. Al usurero se le conoce como garrotero en honor al papel que juegan, al estómago: caja del pan y a un asunto desagradable tiñosa, recordando a ese pájaro de aspecto poco atractivo que vuela alrededor de la carroña. El lenguaje deportivo y en especial el de nuestro deporte nacional, el béisbol, ha nutrido las expresiones populares del cubano. Cogido fuera de base es ser sorprendido in fraganti y con el correspondiente out; partir el bate se usa para referirse a un hecho excepcional, y por otra parte, estar en tres y dos —igual que un bateador con tres bolas y dos strikes— denota una situación difícil. Los eufemismos aportan también creaciones bastante ocurrentes. Es así como la gripe, uno de los vocablos que más inventivas genera, es llamada la cariñosa o muchas veces toma el nombre de los personajes negativos de la telenovela de turno. Los órganos sexuales masculinos son el mandado, el período menstrual femenino la luna y la muerte es referida de las maneras más innovadoras: morir puede ser mudarse para Zapata y 12 ‐dirección del cementerio más grande de la capital y de Cuba, la Necrópolis de Colón‐, cantar el manisero (la canción popular cubana) o ir a vivir al reparto bocarriba. La Revolución como movimiento social, cultural, económico, político, cultural e ideológico aportó nuevas palabras, entre ellas siglas y sus derivados. Es por eso que los cubanos somos también cederistas, anapistas, federadas, haciendo referencia a las organizaciones populares Comité de Defensa de la Revolución ‐CDR‐, Asociación Nacional de Agricultores Pequeños ‐ANAP‐ y Federación de Mujeres Cubanas ‐FMC‐. Por otro lado, responsable pasó de ser un adjetivo a un sustantivo, al igual que encargado. «Ejemplo: El responsable/encargado de hacer la lista de los invitados a la actividad es José García». El humor es un elemento fundamental e inseparable de la oralidad cotidiana en Cuba. Los cuentos humorísticos, el doble sentido y los chistes son reflejo de la picardía criolla asentada a lo largo de todo el proceso de conformación de la identidad nacional. Algunos personajes de estas historias representan las características más generales de los habitantes de la Isla, entre ellos Pepito, que realiza cuanta hazaña risible se pueda imaginar. Los refranes sintetizan en pocas palabras, también cargadas de imaginación, todo el acervo y sabiduría del pueblo. Es por eso que Haz bien sin mirar a quién, Más vale precaver que lamentar, Dime con quién andas y te diré quién eres, Agua que no has de beber, déjala corre«, Quién a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija constituyen referentes obligados a la hora de expresar las más diversas ideas, tanto para quienes peinan canas, como para los que aún no imaginan todas las connotaciones de tales palabras. Esto unido a supersticiones y agüeros como Cielo empedrado, suelo mojado conforman un cúmulo de frases idiomáticas que actúan como comodines para expresar todo tipo de sentimientos, emociones, recuerdos, advertencias y experiencias. El piropo es otro de los componentes más relevantes de los hablantes de este archipiélago. Aunque a veces resulta molesto para quienes lo reciben, es imposible transitar por cualquier calle del país sin escuchar una frase corta y cargada de emoción que algún hombre le dirige a una caminante. Si cocinas como caminas, me como hasta la raspa, ¡Qué cosa más linda!, ¡Qué pasó hoy, que los ángeles salieron a la calle!, Yo no sabía que las flores caminaran, Yo necesito una novia como tú pueden ser escuchadas por casi todas las mujeres a cualquier hora del día y en el más inesperado sitio, donde, con seguridad, siempre habrá algún cubano dispuesto a admirar su belleza. De lo culto, lo popular y lo vulgar »Cuando venimos a Cuba del extranjero nos sorprende cierta atmósfera de desprendimiento y de compadrazgo estentóreo que parece ser el clima social de Cuba (…) Unas horas más de inmersión en el medio tropical nos convencen de que hemos llegado a una tierra totalmente desprovista de gravedad, de etiqueta y de distancias. Por ninguna parte se advierte en las gentes aquella circunspección, aquel recato, aquella egoísta absorción en el propio negocio que hacen del espectáculo nórdico y del europeo en general una sinfonía en gris mayor», expresaba el eminente intelectual cubano Jorge Mañach en su Indagación del choteo, de 1955, conferencia devenida en ensayo y que revela algunos rasgos del habla popular del cubano.
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El lenguaje de los cubanos se halla matizado de tonos populares e informales, de familiaridad y frases repletas de criollismo. En ocasiones, alrededor de este fenómeno se suscitan numerosos cuestionamientos y opiniones. La polémica sobre lo culto, lo popular y lo vulgar no pasa de moda con respecto al uso cotidiano del idioma. En el marco de varios estudios sobre la oralidad que se realizan en el país, la investigadora Roxana Taquechel plantea que se está produciendo un proceso de nivelación en el uso de la lengua entre las diferentes capas socioculturales que integran la nación. Factores como la urbanización, la movilidad geográfica y social que experimentan todas las capas de la población, la influencia del sistema educativo, la industrialización de regiones agrícolas, la centralización administrativa, las transformaciones socioeconómicas y los medios de comunicación masiva han contribuido activamente a una uniformidad paulatina de los usos lingüísticos Al respecto, Argelio Santiesteban, miembro fundador de la Asociación de Lingüistas de Cuba, comenta en su libro El habla popular cubana de hoy que pese a que la Revolución ha posibilitado el acceso de todos a la instrucción y el conocimiento, esto no ha eliminado la riqueza del argot popular cubano. Esto se debe a que nuestra «jerga» no es patrimonio de un grupo determinado de cubanos, no lo usan solo las personas con menor nivel educacional sino que se extiende a la mayor parte de la población, «el habla popular cubana, no es un signo distintivo de clase social pues la Revolución Cubana eliminó las diferencias de clases». En su ensayo, Jorge Mañach apuntaba: «todo en Cuba tiene la risa de su luz, la ligereza de sus ropas, la franqueza de sus hogares abiertos a la curiosidad transeúnte. Ningún indicio de sobriedad ni de jerarquía nos impresiona. Se observa, al contrario, por doquier, un despilfarro de energías, de hacienda, de confianza. Las gentes hablan en voz alta… Y así como la luz encendida y vibrante parece anular las lejanías y los claroscuros, una luminosidad espiritual que irradian todas las caras anula las distancias sociales y allana todos los relieves jerárquicos». A juicio de Roxana Taquechel, al analizar la coloquialidad hay que tener en cuenta que la norma popular del habla en cualquier región del planeta es inestable y poco integral. Pero no se puede dejar de señalar que en nuestra variante de lengua se identifican también otros factores que determinan el habla coloquial del cubano contemporáneo, entre los que se destaca el hecho de que los hablantes a menudo desatienden las reglas de las modificaciones que deben producirse en su lenguaje según a quién se hable, cuándo y cómo se haga. «Esto conlleva a una simplificación, a veces excesiva, de la forma en que socialmente se reconocen los usos de la lengua», manifiesta la experta. Por su parte, Mañach señalaba: «El cubano suele suprimir la autoridad, aunque sea en el trato social. El tuteo prima, y las personas de más importancia responden por su nombre de pila, cuando no por un diminutivo del mismo, o por un cariñoso apodo. Pero ya dije que más que cariño lo que hay es igualitarismo, familiaridad o, para decirlo con una palabra de connotaciones muy afines: «parejería»». Hay quienes apuntan como nocivo para nuestra forma de expresarnos la tendencia, sobre todo en los jóvenes, de relativizar los diferentes niveles del habla; o sea, el poco cuidado a la hora de escoger el vocabulario para utilizarlo con otras personas. De esta manera vemos cómo en ocasiones no se tienen en cuenta la edad, cargo u ocupación de los interlocutores. Poco a poco se han dejado de emplear como regla inviolable las formas de tratamiento más tradicionales. Para la profesora Marlen Domínguez eso no se debe ver de manera esquemática, ya que los niveles de habla cambian, evolucionan. «Las formas de tratamiento se encuentran en estrecha relación con las dinámicas sociales. De esta manera, mientras las relaciones de poder estuvieron canonizadas, por supuesto que las maneras de dirigirse a los demás se encontraban mucho mejor delimitadas y, en la medida que esto cambia, revolucionan las formas de tratamiento. Las relaciones de poder actualmente ya no son tan rígidas, se observan relaciones de mayor cercanía entre personas diferentes. Es un proceso normal, a lo largo de la historia los estilos de tratamiento han estado cambiando». Unido a esto se ve el uso, sobre todo entre las nuevas generaciones, de una jerga poco tradicional y que no tiene mucho en común con la que trasmiten padres y abuelos. Como una especie de dialecto compuesto con términos de moda, difíciles de entender para el que no está habituado a emplearlos, ha emergido un modo de usar el idioma bastante peculiar y que, en opinión de muchos, roza con lo vulgar. Frases como ¡Qué bolá mi herma!, ¡Qué
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talla más fula!, ¡En el gao la jugada está apretá, no tengo ni un caña! o ¡Mira que clase de cañón, que jeva más dura!, indignan a algunos y enorgullecen a otros en dependencia de la edad o del grupo al que creen pertenecer. «Pero aquí entra el problema de la variación y la variedad. La lengua no es solo un sistema, sino también un conjunto de variedades. Se comporta a partir de subsistemas que funcionan con relativa autonomía, con lo cual no es posible ni prudente, hablar igual en todas partes. Sería una hipocresía. No se puede hablar igual cuando se diserta que cuando se habla en la intimidad», apunta la investigadora Marlen Domínguez. Es por esto que el elemento de mal gusto no se haya en la forma de tratamiento en sí o el vocablo manejado, sino en las condiciones de espacialidad y temporalidad donde se hace uso de ellas. «Los seres humanos se mueven en muchos ámbitos, y a partir de estos espacios ellos modifican su manera de hablar haciéndola oportuna para todo tipo de situaciones que se presenten. ¿Qué les pasa a los jóvenes? Que les resulta difícil modificar sus formas de expresión. Esto implica tener un arsenal de posibilidades para cambiar según las condiciones que se presenten, y así estar a la altura de cada uno de los momentos en que debemos hacer uso del idioma, lo cual requiere preparación. Los jóvenes a veces no saben cómo comportarse lingüísticamente. Hay un grupo de rutinas o convenciones lingüísticas para cada lugar que el joven no puede cubrir, porque no tiene recursos», considera Domínguez. Además, la profesora valora: «No se puede cambiar la evolución del idioma. Lo que puede y debe hacerse es que los jóvenes, y los hablantes de manera general, comprendan la necesidad de tener suficientes recursos de habla para lograr más resultados acordes con las diferentes situaciones comunicativas que se puedan presentar, para que las personas tengan más posibilidades de comunicación y sean más plenas en su vida». Además, Roxana Taquechel manifiesta que se aprecia entre los hablantes cubanos una cierta ignorancia de la funcionalidad de los diversos estilos de la lengua, lo cual ocasiona que se utilicen las mismas formas y términos en diferentes situaciones comunicativas. Se producen mezclas entre los estilos de la oralidad y la lengua escrita. En este sentido, instituciones encargadas de velar por el uso correcto del idioma como los medios masivos de comunicación, la escuela y la familia deben trabajar en la eliminación de vicios en el habla. Se debe contribuir a reducir los problemas de coherencia y cohesión en la construcción de discursos, se debe profundizar en la enseñanza de la redacción y las estrategias para organizar las ideas tanto en la expresión oral como escrita. Por otra parte se hace imprescindible que los trabajadores de los medios y educadores sean celosos en extremo con sus construcciones y expresiones ya que estas constituyen modelos que son imitados por todos. Sobre este tema el lingüista cubano Carlos Paz, en su libro De lo popular y lo vulgar en el habla popular cubana considera que todo lo vulgar empobrece el lenguaje, pero todo lo popular lo enriquece. Asimismo, el especialista José A. Portuondo afirma que ‘’la lengua conserva todo lo útil y positivo y rechaza el resto». A pesar de la resistencia de una buena parte de la sociedad cubana, nuestra juventud utiliza cada vez más palabras del argot, que pasan al idioma y éste las acepta. Es por esto que disímiles expresiones como: ¿qué bolá? ¿en qué andas asere?¿qué vuelta mi socio?¿qué bolón mi herma?... son utilizadas en Cuba por muchos profesionales como escritores, profesores, periodistas, e incluso, por artistas y maestros. «La distinción entre qué resulta popular, vulgar, adecuado o no, depende mucho del contexto en que se usan las diferentes expresiones. Esto es algo que no se puede agarrar con la mano, es muy difuso, no hay criterios. Pero está la cuestión de la socialización, mientras la forma aparece en más circunstancias de uso, se va convirtiendo en algo popular. En cambio, cuando la mayoría de las personas la rechaza, entonces la forma es estigmatizada y no es aceptada por todos, por lo que es considerada más bien vulgar», aclara Marlen Domínguez. Al respecto Argelio Santiesteban considera que palabras como: fiñe (niño), jeva (novia), pincha (trabajo) que junto a sus derivados es una de las más utilizadas, puro (persona mayor), gao (vivienda) y otras ya han sido aceptadas por el público cubano, además del verbo jamar (comer), ya aceptado por la Academia. De igual manera, en un artículo sobre el argot en Cuba, los lingüistas Juan Ángel Argudín y Migadalia Fabré recuerdan que expresiones recientes como desmaya eso, desmaya la talla (laisse tomber) han sido utilizadas, incluso, por la alta dirección de nuestro país, en un contexto bien determinado —como lo fueron en 1990 los periódicos Juventud Rebelde y Granma— en los que se publicó la siguiente expresión: ‘'Yanquis, desmayen eso’’.
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«Mosqueteros» desde la Península hasta la Patagonia Los matices que identifican la forma en que se habla el español en Cuba nos vinculan con el resto de la comunidad hispanohablante, fundamentalmente con la del Caribe hispánico. A juicio de Sergio Valdés Bernal, nuestra identidad lingüística se da también con la mayoría de los países desde el Río Bravo hasta la Patagonia —sin olvidar a la Península—, «pues somos usuarios de una modalidad específica de una lengua multinacional que se ha tenido que adaptar a las más diversas realidades de las diferentes naciones latinoamericanas sin perder esa personalidad propia compartida por todos». No obstante, según el lingüista, no se debe olvidar que el lenguaje es un fenómeno social, un hecho histórico que responde a la formación de una comunidad etnocultural. «Por esto nuestra lengua nacional es un logro histórico de nuestro pueblo. Si realmente es una lengua europea que heredamos de los conquistadores al igual que muchos otros pueblos hispanoamericanos, en Cuba nos apropiamos de ella y la hicimos nuestra. La moldeamos de tal forma que respondiera a las necesidades de manifestación espiritual y de creación de bienes materiales». «La lengua cubana no es popular ni vulgar, la atraviesan todo género de registros: culto y popular, formal e informal. Cubano, incluye todas esas cosas. La variedad cubana del español no es ni mejor, ni peor que otras. Muchos rasgos se comparten con otras zonas, hay algunos de son comunes con el español en general, otros con toda América y otros son propios de nuestro país», expresa Marlen Domínguez. Sería bastante complicado y hasta ocioso distinguir entre lo que resulta vulgar y lo que no. Es más provechoso insistir en la incorporación de maneras de comunicarse respetuosamente, en el uso correcto de la gramática y ortografía propias del español y en la preservación de nuestra identidad a partir de la defensa del uso del español como idioma nacional aderezado con los elementos criollos que nos distinguen. Y para corroborar lo dicho, en su libro Lengua nacional e identidad cultural del cubano, Valdés Bernal cita al destacado lingüista mexicano Antonio Alatorre, quien «no se alarma ante la gran versatilidad de la lengua española en América pues eso es más bien signo de que goza de buena salud». Alatorre recuerda que, «cuando alguien le manifiesta su preocupación porque el español cubano está tan estropeado que ya no se entiende —lo que se debe a su proceso de adaptación a nuestro medio y realidades nacionales— responde sin titubear que, en el caso de los cubanos, lo único que hace falta para entenderlos es querer entenderlos, y se descubre entonces que su español no es sólo bueno, sino sabroso».
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