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De l’obra del Dr. Manuel Clemente Cera Reflexiones, vivencias y recuerdos de un médico contemporáneo, reproduïm a continuació el Prólogo, escrit pel Prof. Jaume Guardia, y la Introducción del autor, que il·lustren encertadament les intencions i el contingut del llibre; i tres artícles sencers de cada una de les parts del text: Medicina, Historia y sociología, y Teatro Lírico Español

PRÓLOGO

Junto a una sólida base científica, otra cualidad imprescindible del médico, es el estar dotado de un espíritu de observador, no sólo del propio paciente sino de todo su entorno. La tecnificación actual de la práctica médica, en la que reinan las diversas exploraciones de imagen, los más detallados estudios analíticos y los aplicativos informáticos más precisos, no debe hacernos olvidar que el acto médico obligatoriamente se inicia por una minuciosa historia clínica en la que no solo se interrogue sobre los detalles de la enfermedad que motiva la consulta sino que tenga en cuenta también el contexto social, laboral y familiar. Todo ello demanda que el médico esté dotado de una aguda capacidad de observación que marca sin duda su personalidad y carácter. Demasiado a menudo y cada vez con más frecuencia esta capacidad se pierde a favor de las pantallas del ordenador y del fatídico "copiar y pegar" al que algunos facultativos son adictos. Muchas historias clínicas actuales no son más que una lista de diagnósticos, a menudo desordenados y sin que en ellas se exprese opinión alguna, acompañadas de una retahila de "scanners", resonancias magnéticas y analíticas a menudo innecesarias, con lo que no solo se encarece el costo de nuestra sanidad, sino que se pierde eficacia que es al fin y al cabo lo que el enfermo demanda. La cualidad de observador atento, que como queda dicho es imprescindible en todo clínico, la demuestra sobradamente el Dr. Manuel Clemente Cera a través de la obra que me complace presentar. Él es un médico internista, que tanto en la sanidad pública como en la práctica privada, ha demostrado su dedicación hacia el paciente de manera sobresaliente. Hace muchos años que asiste cada semana a las sesiones que el Departamento de Medicina del Hospital Universitari Vall d'Hebron celebra desde su creación en 1968 todos los viernes, en una muestra evidente de su interés por el progreso médico. Su inquietud de oteador del entorno se extiende ya fuera del ámbito estrictamente profesional al periodo que le ha tocado vivir, marcado como en toda su generación por la profunda huella dejada por la fratricida guerra civil del 1936-39 que él vivió como niño y de la no menos dramática posguerra que le tocó padecer como estudiante de medicina y joven posgraduado. En una obra anterior Memorias de un médico internista, (La Busca edicions, 2006), ya deja constancia de su espíritu humanista y de su buen hacer como clínico. La obra que tengo el honor de prologar, evidencia por parte de su autor el

mismo ánimo inquieto y de observador atento a los momentos álgidos de nuestra historia de los últimos 60 años y de la evolución de la ciencia médica en un dilatado período temporal. En la primera parte del libro expresa con enorme sinceridad sus opiniones sobre algunos hechos de resonancia en los años 50, acerca de la transición y de acontecimientos más recientes de nuestra vida política y social. Sus puntos de vista pueden ser controvertidos e incluso no compartidos por la mayoría, pero tienen la cualidad de ser expresados con la honestidad de sus profundas convicciones personales. En esta primera parte, destaca además por su extensión y profundidad un apartado dedicado a varios compositores de zarzuela, género musical demasiado olvidado y de la que el autor es un verdadero experto. Son evidentes en esta parte de la obra, como también en todo el resto, sus cualidades de observador atento capaz de narrar con detalle los hechos, lo que en medicina seria una historia clínica perfecta, para después manifestar su opinión personal que aunque a menudo pueda no compartirse, es evidente que se ha fraguado sin dejarse llevar por corrientes mayoritarias aun a riesgo de caer en la incomprensión. La segunda mitad de la obra incluye varios capítulos en los que se comentan diversos procesos patológicos enriquecidos con casos de su propia experiencia personal, con un lenguaje comprensible para todos y que constituyen, cada uno de ellos, una lección tanto de historia de la medicina como su buen hacer médico. En una era en la que los médicos corremos el peligro de convertirnos en funcionarios más atentos a la pantalla del ordenador que a la cara de nuestros pacientes, las reflexiones de Manuel Clemente, cualquiera que sea nuestra opinión o incluso nuestras discrepancias con algunas de ellas, deben hacernos pensar en que como profesionales honestos, médicos o no, estamos obligados a mostrar rebeldía ante una burocratización excesiva y a dejar siempre constancia de nuestra opinión personal aún a riesgo de cometer errores. Jaime Guardia Catedrático de Medicina de la UAB. Jefe de Servicio de Medicina Interna-Hepatología. Hospital Universitari Vall d'Hebron. Barcelona.

INTRODUCCIÓN

Cuando publicamos Memorias de un médico internista hace tres años, que tuvo una gran aceptación, varios amigos y numerosos pacientes me aconsejaron y alentaron para que continuara escribiendo, a juzgar por el interés que determinados temas les habían suscitado. Sin pretender que esta nueva obra sea una continuación literal de mis memorias, no obstante existen connotaciones similares en cuanto a la temática general abordada anteriormente, especialmente en cuestionarios de Medicina y Cirugía que intentamos actualizar.

Los espectaculares avances en Cirugía, son tratados sucintamente en sus diversas áreas cuyos últimos progresos son incuestionablemente vertiginosos, singularmente en las intervenciones cada vez menos invasivas , aprovechando los orificios naturales que permiten un acto quirúrgico menos cruento, más fisiológico y asequible para el paciente, sin apenas dejar huellas externas residuales seguido de una rápida recuperación. La estancia en Clínica -salvo complicaciones- es prácticamente testimonial, regresando a su domicilio precozmente, entre veinticuatro y cuarenta y ocho horas después, en las intervenciones más comunes. En otros casos, la Cirugía es semiambulatoria, desde el quirófano, tras unas breves horas de observación, se le facilita el alta, como ocurre con las cataratas o en las hernias corrientes. Exponemos someramente los verdaderos retos de la Medicina contemporánea, como las enfermedades mentales, el cáncer, las patologías víricas y cardiovasculares, que constituyen la mayor preocupación de los médicos e investigadores. Con respecto a las enfermedades psiquiátricas insistimos de nuevo en la insuficiente investigación, sin conseguirse hallazgos relevantes que modifiquen las terapéuticas actuales, fundamentadas en los descubrimientos fisiopatológicos adquiridos hace media centuria, cuya farmacología esencial son los clásicos neurolépticos conocidos, sensiblemente modificados por nuevos radicales químicos que producen menos efectos secundarios. No dejan de ser por ello, tratamientos esencialmente sintomáticos, que precisan la administración constante para tener a los enfermos compensados de su grave sintomatología, que se altera cuando se reduce voluntariamente la medicación. Las enfermedades cardiovasculares, han conseguido notorios resultados merced a las nuevas tecnologías que nos permiten diagnósticos precoces y seguros que junto con la cirugía cardíaca y los procedimientos mínimamente invasivos han conseguido prolongar la vida de múltiples enfermos con indudable calidad de vida. Aunque continua la incógnita sobre las causas que originan el cáncer, a pesar de que se reinvestiga con ahínco y sin desmayo, se van consiguiendo curaciones y supervivencias antes insospechadas, mediante la cirugía y la oncología, cada vez más científica. Naturalmente, partiendo del diagnóstico más precozmente posible. Las enfermedades víricas siguen en estado estacionario, aunque se conozcan algunos antivirales de moderada potencia. Urgen científicos eminentes que descubran antídotos eficaces para erradicar estas patologías, como se consiguió en su día con las enfermedades bacterianas, micóticas y parasitarias tras el descubrimiento de los antibióticos. También nos ha parecido útil relatar algunos casos clínicos relevantes en nuestra consulta profesional, que en cierto modo, pueden ser instructivos a nuestros pacientes motivando sus inquietudes para mantener la integridad de su salud psicofísica, acudiendo a su médico al mínimo síntoma inquietante sin demorar la visita. Aunque el mundo de la medicina en nuestros días, con los continuos descubrimientos, es cada vez más apasionante, despertando en el público un extraordinario interés en sus conocimientos, hoy tan asequibles merced a la

exhaustiva información que nos proporciona la nueva tecnología, con el objeto de que la lectura del libro sea más amena, dedicamos parte de la obra a temas extra médicos, algunos de ellos publicados en los más importantes rotativos nacionales. El insigne médico barcelonés Dr. José de Letamendi, catedrático de Anatomía en la Facultad de Barcelona y posteriormente de Patología General en Madrid durante el siglo XIX, además de la publicación de sus importantes obras Patología General y Clínica General, escribió también numerosos temas sobre literatura, derecho, economía y arte, así como diversas composiciones musicales. Motivos por los que pronunció la célebre frase: «El médico que sólo sabe medicina ni medicina sabe». Siguiendo este docto principio, dedicamos un capítulo a la Historia y Sociología contemporánea que contribuirá a comprender de un modo objetivo episodios vividos por el autor -actualmente tergiversados- a las nuevas generaciones. El teatro lírico español genuino, género musical melódico fascinante -hoy incomprensiblemente en declive- que gozó durante más de una centuria del entusiasmo y fervor del público nacional e hispanoamericano, merece ser conocido y valorado por la sociedad actual. En este sentido, dedicamos una breve mención a ilustres compositores y destacados intérpretes de nuestros tiempos. Por último, en temas varios a modo de miscelánea tratamos biografías de ilustres personajes como Jaime Balmes, junto a otras de gentes sencillas y humildes que hemos conocido y pasaron por este fugaz mundo terrenal dando ejemplo y haciendo el bien. Rozamos superficialmente la tauromaquia cuestionada en la actualidad, especialmente en Cataluña que atraviesa un momento crítico en cuanto a su permanencia en el Principado, si no se modifican las intenciones supresorias de la jerarquía autonómica dominante, obviando que Barcelona ha sido muy taurina en el siglo precedente en el que funcionaron tres plazas a la vez. La moda, los espectáculos públicos y la Radio también son comentados. La elaboración y culminación de este nuevo libro ha sido factible, gracias a la desinteresada colaboración de mi querido y fraternal amigo Eduardo Palomar Baró, químico insigne, humanista privilegiado, erudito historiador, relevante y fecundo escritor dotado de una amplia cultura, colaborador asiduo de los periódicos y revistas nacionales más sobresalientes. Se ha encargado de la ardua labor de pasar los originales al ordenador, pendiente siempre del mínimo detalle alentándome con sus sabios consejos. Una vez más, quiero testimoniarle públicamente mi más sincero y profundo agradecimiento por su inestimable cooperación en la publicación del libro. A mi predilecto amigo y eminente colega Profesor Dr. Jaime Guardia Massó, Catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona y Jefe del Servicio de Medicina Interna-Hepatología del Hospital Universitario del Valle de Hebrón de la Ciudad Condal, mi perpetua gratitud por haberme honrado al prologar esta obra.

ANÉCDOTAS DE UN MÉDICO VOCACIONAL

La vida del médico vocacional con plena dedicación, sin limitación horaria ni geográfica, está llena de curiosas anécdotas, algunas de las cuales relatamos a continuación. Un viernes por la mañana cuando salíamos de casa para asistir a un Congreso Internacional de Medicina en Roma, en aquel preciso momento, sube llorando y quejándose desoladamente una paciente con la súplica de que la visitase urgentemente. En la calle me esperaba un automóvil que debía acompañarme al aeropuerto. Teníamos el tiempo bastante justo para emprender el vuelo internacional. Vistas las circunstancias no tuve otra opción humanitaria que entrar en la consulta y atenderla. Afortunadamente el problema no revestía gravedad alguna y pude resolverlo rápidamente. Se trataba de una crisis de ansiedad en una enferma hipocondríaca conocida, asidua habitual a nuestra consulta. Por pocos minutos pudimos finalmente embarcar. Un domingo por la tarde alrededor de las veinte horas, estaba en el hall del Hotel Meliá Lebreros de Sevilla con mi hija Mercedes -también especialista en Medicina Interna- esperando un taxi para que nos llevara al aeropuerto de regreso a Barcelona en el último vuelo. Elegimos el horario con el objeto de gozar unas horas más de la bella capital andaluza, una vez terminadas nuestras tareas académicas. En el transcurso de la espera entran desesperados en el Hotel una pareja de mediana edad que salían de un partido de fútbol, solicitando con angustia un médico al conserje. El marido tenía clínicamente el aspecto de sufrir un proceso coronario agudo. Al presenciar la trágica escena, nos identificamos como médicos y atendimos dentro de nuestras limitadas posibilidades al paciente hasta que llegó el Servicio de Urgencias. También en esta ocasión estuvimos a punto de perder el avión. En el año 1979 participábamos en un Congreso Internacional de Medicina en Portugal. Tuvieron lugar las sesiones académicas en el Auditorio del Hotel Gran Estoril Sol de Cascais, reservado para estos acontecimientos. En el mismo edificio nos hospedaron cómoda y lujosamente. El segundo día, uno de los congresistas presentó un cólico nefrítico intenso, por cuyo motivo quisieron solicitar un médico de urgencia. Al enterarme de la contingencia patológica que afectaba a uno de nuestros compañeros, advertí que llevaba un botiquín de urgencia y podía administrarle el calmante necesario. Tuve la impresión que ningún colega de los asistentes venía preparado para una circunstancia similar. Se resolvió el caso satisfactoriamente. Creo que el Hotel Gran Estoril Sol era uno de los mejores y más prestigiosos de Portugal. Desde la habitación tenía unas vistas paradisíacas, frente al océano Atlántico. Era una época democrática reciente, tras la famosa revolución de los claveles. Aunque el servicio hotelero era correcto y la comida a la altura de la categoría del Hotel, se percibía cierta apatía del personal.

Una de las noches que la cena se prolongó después de las diez, al llegar esta hora, desaparecieron los camareros sin previa explicación, dejándonos sin postre y café a los congresistas. Un verdadero plantón inconcebible de aspecto revolucionario que nadie comprendió, ni hemos visto jamás una actitud semejante en los grandes hoteles europeos. ¿Acaso era cuestión de los sindicatos? Probablemente, esta rigurosidad en el horario de aquellos empleados de hostelería, prescindiendo de los derechos de los comensales, formaba parte de la nueva filosofía post-revolucionaria, muy desfavorable para la promoción turística de un paraje peninsular tan bello y atractivo. Independientemente de la eximia categoría del Hotel, a su alrededor había viviendas muy humildes de planta baja y barracas, que desmerecían la suntuosidad del egregio edificio, pareciendo un oasis en el desierto. Nos llamó también la atención el aspecto vetusto de la capital, la mediocridad de los establecimientos, de cariz decimonónico, sin comparación con la España moderna y avalada a la altura de las grandes naciones occidentales que gozábamos desde los años sesenta.

POLÍTICA HIDRÁULICA

En nuestros días se habla demasiado de política y se trabaja poco. Se observa una tendencia reiterativa y contundente en abordar problemas inveterados irresolutos que han perdido el interés informativo para la opinión pública, hastiada de tantas falacias y contradicciones, auspiciadas por la manipulación mediática del sistema. Existen fundadas sospechas que pretenden embaucar a un público ignaro con escasa sustancia gris cerebral, predispuesto a tragarse los gazapos que le suministran tan astutos estadistas, convictos de que el presunto receptor es un tragaldabas sin la más mínima ilustración. Estamos hartos de tanto oír hablar de trasvases, de sequías terroríficas antediluvianas amenazantes, así como de las sabias predicciones de cambios climáticos apocalípticos, pseudos científicos, que atemorizan a la humanidad, encubriendo temas más candentes que pasan inadvertidos, sin contar con la sabia naturaleza, y como es obvio, en un estado aconfesional y agnóstico, ignorando la presunta intervención divina en la dirección del universo. Analícese después de tanto catastrofismo tercermundista anunciado, como vinieron las fructíferas lluvias primaverales tan esperadas con mayor abundancia de lo que se imaginaban. Ahora ya podemos estar tranquilos y respirar con esperanza, dejando transitoriamente en suspenso la luminosa idea del trasvase -fuente de algunas discordias regionales- la ridícula importación por vía marítima del agua procedente de otras latitudes y las anunciadas desalinizaciones.

Durante la larga y engorrosa polémica sobre temas fluviales, ningún experto autorizado en el Plan Hidrológico Nacional, ha sido capaz de hablar de embalses y canalizaciones. España dispone de 850 pantanos, y concretamente en Cataluña durante la autarquía, entre 1960 y 1969 fueron construidos 27 embalses, hoy ignorados por decreto. Si alguno se inauguró después de 1975, fue sobre proyectos anteriores, como el de la Presa o Pantano de Tous, finalizado en 1979 y que el 20 de octubre de 1982 reventaba, ocasionando la muerte de 12 personas, unas pérdidas económicas de 50.000 millones de pesetas y 7.000 damnificados. ¿Es que la España democrática no necesita más pantanos ante el considerable incremento de la población en las tres últimas décadas? ¿Debemos permitir que las torrenciales aguas que desbordan los ríos en momentos de copiosas lluvias se pierdan en el mar? ¿No sería más lógico y razonable retener estas aguas, encauzarlas y embalsarlas construyendo nuevos pantanos en previsión de ulteriores períodos de sequía? La actual Administración especialista en la improvisación, adolece de facultades de prevención por falta de estudio y plena dedicación, recurriendo generalmente a las lamentaciones y tratamientos paliativos cuando surge espontáneamente el infortunio, muchas veces predecible por los expertos, sin entonar jamás humildemente el "mea culpa" por tanta negligencia. Necesitamos políticos experimentados, con verdadera vocación de estadistas para cada una de las funciones encomendadas. A título de ejemplo citaremos a dos personalidades históricas que reunían las cualidades aludidas. Alfonso Peña Boeuf, ministro de Obras Públicas del primer Gobierno autoritario, desde 1938 a 1945. Ingeniero de Caminos, doctor en Ciencias Exactas y Catedrático. Con él comenzó la política de pantanos, llevando a la práctica los proyectados por la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera, completándose posteriormente mediante una red de presas diseminadas por toda nuestra geografía. Otro tecnócrata similar del primer Gobierno nacional, fue el insigne Ingeniero de Caminos Pedro González-Bueno y Boscos, ministro de Acción y Organización Sindical, equivalente al Ministerio del Trabajo. Universitarios relevantes que habían triunfado en la vida civil, acceden a los altos cargos con espíritu de servicio, dotados de una firme vocación por lo social y por la creación de riqueza. Actuando en todo momento movidos por el interés nacional. Al cesar en el Ministerio, éste último, tuvo que vivir algún tiempo de préstamos de sus hermanos. Así eran de austeras aquellas edificantes personas en circunstancias heroicas, que hoy se pretenden borrar de la historia, como si no hubieran existido. El trabajo, el sacrificio, la unidad y su ardorosa fe en el triunfo, fueron los factores esenciales de la victoria final. Comparemos sucintamente los currículos académicos y profesionales de aquellos beneméritos gobernantes cuya misión primordial era la plena dedicación al trabajo y al progreso nacional, con nuestros políticos contemporáneos, que consumen el tiempo y energías en áridos parlamentos y en conflictos intestinos para escalar los puestos más privilegiados, así como en constantes

descalificaciones al adversario, de acoso y derribo, con falaces argumentos a todas luces insostenibles. Todo menos gobernar con seriedad y abnegación.

LA ZARZUELA EN LA POSGUERRA

Al concluir la Guerra Civil española, hubo unos años florecientes de la Zarzuela. A partir de abril de 1939, en Barcelona se representaron múltiples comedias líricas con distintos títulos, funcionando varios teatros al mismo tiempo como el Teatro Nuevo, Victoria, Cómico, Tívoli, Principal Palacio, Olimpia y algunos más esporádicamente. Los teatros del Paralelo rivalizaban en carteles e intérpretes. Los domingos por la tarde, solían representarse hasta tres obras. Si una de ellas era de larga duración, como "Doña Francisquita", "Marina", "Luisa Fernanda", "Las Golondrinas" o "Don Gil de Alcalá", se acompañaba de otra más breve, de uno o dos actos. Los teatros se llenaban a rebosar, con público de pie detrás de las butacas de platea. Algún aficionado aventajado, mediante el boleto de salida que proporcionaba la empresa en los descansos, aprovechaba para cambiarlos por los de otro teatro contiguo, pudiendo ver los intérpretes que más le interesaban de cada compañía en una misma tarde. En este clima musical tan atractivo frecuentábamos los domingos y días festivos el teatro con mi hermana Adelina acompañados de nuestro padre. Éramos tan entusiastas, que llegamos a conocer las principales obras y el nombre de los más destacados intérpretes del momento. Recuerdo perfectamente que por aquellas fechas, fuimos algunos domingos al Teatro Tívoli donde actuaba otra Compañía. Vimos "El Caballero del Amor" recién estrenado, obra que nos encantó, permaneciendo bastante tiempo en la cartelera. Al terminar su representación, se estrenó por primera vez en Barcelona "Monte Carmelo". Ambas comedias líricas obtuvieron un señalado éxito, corroborado por la numerosa afluencia del público, mientras permanecieron en la cartelera. Recordando el impacto que nos causó la maravillosa, suntuosa y romántica obra "El Caballero del Amor" estrenada en 1939, zarzuela con connotaciones de opereta, viene a nuestra memoria su inspirado autor musical, Juan Dotras Vila, de cuyo perfil biográfico nos ocuparemos después, con un estupendo libreto de Andrés de Prada. La presentación escénica de la obra lírica era fastuosa y el vestuario correspondía al siglo XVIII. Creo que se refería a Venecia como fondo, ya que salía alguna góndola en el escenario, cantando a Casanova como el Caballero del Amor, hombre conquistador. Sus principales intérpretes fueron Ricardo Mayral y María Espinalt. Ricardo Mayral, nacido en Barcelona en 1907, era un joven y brillante tenor, al que tuvimos la oportunidad de verle actuar como intérprete de las más célebres

zarzuelas que se escenificaban en la época, como: "Doña Francisquita", "Luisa Fernanda", "Los Gavilanes", "Los Claveles", "La Dolorosa", "Bohemios", etc. Era hijo del compositor y músico aragonés Mariano Mayral, que le inició en los estudios musicales. Con ocho años, su padre le introdujo en la escolanía de la Iglesia barcelonesa de Nuestra Señora de Belén, dirigida en aquella época por el maestro Juan Bautista Lambert. Dos años después, ingresa como alumno en el Conservatorio de Barcelona. A los 24 años debuta, interpretando el papel de tenor en la célebre obra de Jacinto Guerrero "Los Gavilanes", que representó en diversos teatros durante aquella temporada de 1931. De la mencionada obra grabó la primera versión discográfica completa. A partir de este momento, como consecuencia del apoteósico éxito obtenido, se distinguió como tenor relevante de zarzuela, tanto en los teatros barceloneses como en los madrileños. Durante la Guerra Civil española del 36 al 39, permaneció encarcelado por el Gobierno de la República como consecuencia de sus ideas políticas conservadoras. Al término del conflicto bélico fratricida, se incorpora inmediatamente a la escena donde sigue escalando y cosechando numerosos triunfos hasta finales de los años cincuenta que decide retirarse de los escenarios. En su extenso repertorio lírico figuraban más de treinta zarzuelas que cantó con brillantez tanto en España como en Hispanoamérica. En 1940 realizó una versión discográfica de "El Caballero del Amor" con María Espinalt, que probablemente es la única que se hizo. Al retirarse en 1960 del teatro, se dedicó en Barcelona a la enseñanza, como hicieron otras figuras de la lírica en circunstancias similares, y a la dirección de diferentes orfeones musicales. Recuerdo que por aquel tiempo actuaba como solista de algún coro religioso que solía cantar en bodas relevantes. Falleció en la capital barcelonesa el año 1975 a los 68 años de edad.

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