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Índice
Prólogo. La comunidad que está por venir, Josep Ramoneda, 9 1. Motivos, 13 2. La cultura encarcelada, 23 Cultura de culto, 24 • Comunidad y cultura, 29
3. Radiografía de la modernidad: orígenes de la cultura local, 33 El espacio de intercambio, 35 • Los espacios de la modernidad, 41 • El espacio periodístico, 44
4. El periódico y la publicidad, 49 La expansión de los medios, 52 • La naturaleza publicitaria, 54
5. Los cuatro gérmenes de la cultura global, 59 Primero. La transformación de la intimidad, 60 • Segundo. La transformación del pueblo, 62 • Tercero. La transformación de la publicidad, 64 • Cuarto. La transformación de la política, 65 • El advenimiento de lo global, 68
6. La cultura en la era global, 71 ¿Dónde están los espacios de intercambio?, 71 • La democratización del placer, 76 • Gregarismo y nacionalismo, 81 • Adicción y nacionalismo, 84 • ¿A quién teme la cultura global?, 90
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7. Apuntes no resolutivos acerca de la comunidad, 95 El problema de los indicadores culturales, 96 • El fin de la cultura artística, 98 • La (re)invención de la(s) comunidad(es), 103 • En busca del silencio perdido, 107
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Prólogo. La comunidad que está por venir
La tarea principal de la filosofía es plantear las preguntas pertinentes. Y dado que, en palabras de Michel Foucault, la filosofía es ontología de la actualidad, las preguntas filosóficas irrumpen desde nuestro modo de estar en el mundo, es decir, de la condición de contemporáneo como manera de vivir el presente desde la incomodidad del que cuestiona todo lo que se presenta como dado. Este es un libro de filosofía que da las herramientas necesarias para responder a una cuestión de actualidad: ¿por qué en la época de la cultura global reaparecen las culturas locales? ¿Por qué vuelven los conflictos entre los nacionalismos reafirmativos (los que tienen Estado) y los reivindicativos (los que no lo tienen y se sienten marginados)? Para responder a la pregunta, Enric Puig Punyet opta, como opción metodológica, por una definición de la cultura como culto. La cultura es la sustancia que crea el tejido de referencias y obediencias comunitarias, pero es una sustancia que no surge desde abajo, si no que se impone a la realidad colectiva como superestructura. Una idea de cultura no muy lejana a la idea de sagrado en cuanto lo inefable, lo que compartimos que está ahí pero sobre lo que no se habla. Una cultura que opera como un ritual que nos religa a una dimensión del sentido para protegernos del vértigo que genera el carácter radicalmente contingente de la condición humana. La cultura en los lindes de la muerte. De modo que Enric Puig construye la siguiente tesis: «varios individuos forman parte de una comunidad si y sólo si temen, ante una misma cultura, que una revolución anárquica o irracional sea capaz de destruirla». Con lo cual está ya dando pistas definitivas sobre lo que nos encontraremos en el transcurso del recorrido. La fragilidad de
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todo proyecto comunitario (y por tanto su exposición a «la flexibilidad del devenir») y la imposibilidad de una cultura global, realmente universal, frente a la cual no habría posibilidad alguna de destruirla, salvo desde sí misma. Enric Puig recorre el trazo de la relación entre cultura y comunidad, para explicar las distintas mutaciones que sufre en la modernidad en función de los media que la protagonizan: el libro, los periódicos, la radio y la televisión, el propio espacio público urbano hasta llegar a Internet. En este proceso se generan las cuatro transformaciones que nos conducen a la cultura global. La transformación de la intimidad, en cuyo interior penetra lo público, hasta destruir las relaciones de poder que el espacio familiar escondía (con la radio y con la televisión), y que después, en la era de las redes sociales, será directamente colonizado por la economía privada aunque a menudo actúe como nuevo espacio público. Hasta el punto de que la posmodernidad hace desaparecer el espacio privado como lugar de la intimidad para convertirlo en espacio público privatizado. La transformación del pueblo en multitud plantea la relectura del populismo, convertido en cierto modo en reivindicación del derecho a hacerse oír, a tomar la palabra, de modo que la asignación tradicional del populismo a la demagogia ya no se corresponde con lo que señala. La transformación de la publicidad, como dispositivo principal del lenguaje, por tanto como asignadora de sentido. Y la transformación de la política, que renuncia a su singularidad para ponerse en manos de la economía, negando cualquier capacidad de sobredeterminación, para decirlo al modo althuserriano, a la ideología. O más exactamente haciendo de la economía la única ideología y desmontando así la lógica política del poder y la subversión. La única subversión es adaptarse a la competitividad, hacer más y ser mejor, para desplazar al vecino. Y, sin embargo, el ciudadano necesita referentes, porque la espontaneidad y el hábito pelean desde siempre en este ser agobiado por la falta de sentido que busca que le marquen lo que tiene que hacer, que le garantizan la pausa y la seguridad a la hora de tomar determinadas decisiones. La intemperie absoluta es insoportable. Yves Michaud cuenta que una vez al terminar una clase en la que criticó a Santo Tomás de Aquino, un joven musulmán se le acercó y le dijo: «No comprendo que critique a Santo Tomás, es un santo, y a los santos no se les critica». He aquí la angustia del individuo perdido en una sociedad
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Prólogo.
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heterogénea en que nadie tiene el monopolio pleno del sentido. Es decir, la demanda de una educación que enmarque y dé seguridad a nuestra existencia: el retablo de los Santos. La educación como metodología de creación de hábitos. El nacionalismo es formación, el independentismo es información, por tanto, deseo, dice Enric Puig. La cultura local, frente a la global, como inventario de indicadores culturales. La comunidad, marco referencial compartido. ¿No es de esto de lo que se está hablando cuando se habla de integración de la inmigración en los países europeos? No hay sociedad sin formas de alienación. Para liberarse de ella, dice Enric Puig recordando a Marx, sería necesario de librarse de todo lo que ha sido impuesto con anterioridad: religión, familia, Estado. La cultura ofrece un marco soportable, a condición que el orden moral, la capacidad de decisión de cada uno, no se vea comprometida. La pequeña utopía que nos propone Enric Puig es la flexibilidad: desear siempre la comunidad que está por venir, no retozarse en la ya existente, porque mañana ya no será, y los mecanismos de la exclusión/inclusión se volverán a disparar. Es decir, andar un paso por delante del propio sistema del culto y de lo sagrado para poder actuar como verdaderos contemporáneos, ponerlo en cuestión, asumir que la comunidad nunca es definitiva y que lo que importa es la que está por venir. El renacimiento de los nacionalismos es un fruto de la cultura global, una reacción para no perder pie ante una cultura que, por definición, no puede dar sentido a todo y a todos. Es una reivindicación crítica contra el salto a un nivel de alienación por global definitivamente asfixiante, sin posibilidad de ser contestado. Los nacionalismos de los viejos estados se redescubren y los nacionalismos irredentos (los que no tienen estado) también. A los primeros no se les piden explicaciones, porque ya están (su potencia se hizo acto hace tiempo). A los segundos se les niega a menudo la posibilidad de realización. Pero ambos expresan las bases cultuales de una comunidad, que las finanzas y el consumo no han conseguido arrasar del todo y ahora piden la palabra. La cuestión de los nacionalismos es indisociable de la cuestión de la sociedad global. Y, por tanto, de la cuestión de la democracia: ¿cómo ha de ser el maro cultural de las sociedades libres en el mundo que viene? ¿Cómo preservar la política, como cosa pública, de los desmanes de la utopía de la globalización? JOSEP RAMONEDA
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