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Relatoría de la Mesa Redonda “Prensa y Gobernabilidad en los Países Andinos”
A falta de certezas, preguntas que valen la pena Ewald Scharfenberg * Una veintena de periodistas en un mismo lugar tiene que tomarse o como señal de que allí está ocurriendo algo que pudiera calificarse de noticia o, al menos, de que se discute sobre periodismo. Pero curiosamente ninguno de esos parecía ser el caso durante la Mesa Redonda “Prensa y Gobernabilidad en los Países Andinos”, convocada en Caracas por la Corporación Andina de Fomento (CAF) y el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), los días 28 de febrero y 1 de marzo de 2005. En las primeras de intercambio, sin duda con las más recientes escenas de inestabilidad todavía frescas en sus memorias –se venía de la renuncia táctica del presidente Carlos Mesa en Bolivia, y apenas unos días más tarde caería el gobierno de Lucio Gutiérrez en Ecuador-, para los periodistas presentes no fue fácil vencer la tentación de desgranar la relación de hechos en cadena que configuraron las crisis políticas de sus países respectivos. Al fin y al cabo, en su mayoría eran reporteros de calle y editores que, como si se tratara de corresponsales de guerra apenas llegados de la línea del frente, se mostraban ansiosos por contar lo que venían de ver y padecer. Y si para el común de los ciudadanos esa sucesión de asombros viene siendo, francamente, vertiginosa, ¿qué no pudieran decir del vértigo los periodistas de la región, quienes día a día se ven obligados a montar la noria noticiosa y a relatar qué pasa en ella, casi sin tiempo de marearse? Por fortuna, la mesa, redondeada por la participación de un puñado de académicos y estudiosos de la comunicación, supo moderar esa tendencia inicial y convertir el mero testimonio en un insumo necesario de realidad que permitió contextualizar una reflexión, aún más rica y provechosa, sobre el rol que le cabe cumplir a los medios y a sus profesionales en tiempos de turbulencia como los que corren. Claro que el relato, por sí solo, no tenía desperdicio: por esos días se escribía la historia de los países andinos y cada detalle de más o de menos, por anecdótico que pareciera, podía hacer la diferencia entre la aproximación a la verdad o una simple versión. En cada historia surgían ejemplos de los agravios que los poderes institucionales y fácticos suelen ocasionar a los periodistas, y de los que por impericia, premura, hábito o necesidad a veces los mismos periodistas infligen al periodismo, al público y hasta a su propia reputación. Puestas en perspectivas, cada una de las historias no hacía más que reafirmar la sensación de que lo peor que el periodismo de la región enfrenta por los momentos es su propio desconcierto ante desafíos que no son ni mayores ni menos exigentes que los que tocaron a otras generaciones de informadores, aunque distintos sin duda. Se habló, por ejemplo, de la aciaga y, cabe esperar, aleccionadora, experiencia del periodismo venezolano durante su travesía sobre las brasas de un conflicto político que mucho contribuyó a avivar, y por la que llegó a aparecer no sólo en
las trincheras de los bandos en pugna sino en el punto de mira de sus fuerzas de choque. También se hizo alusión al manto de unanimidad que se tendió en torno a la gestión del presidente Álvaro Uribe en Colombia y que habría velado cualquier mirada crítica que pusiera en duda, desentonando con el entorno de opinión pública, la agenda de seguridad democrática de un gobierno que, para colmo, aspira abiertamente a la reelección. Un cuadro tan inédito como el reto explícito lanzado desde Santa Cruz de la Sierra y Tarija al centralismo de La Paz y a la mismísima noción de la nación boliviana, que, al decir de los periodistas de ese país, levantó prejuicios que no sólo fueron escasamente cuestionados por la cobertura periodística, sino cultivados y esparcidos con profusión por los medios. ¿Cómo cubrir estas singularidades con apego a las normas tradicionales del periodismo responsable: independencia, equilibrio y verificación? ¿O acaso la excepcionalidad justifica y, quizás, amerite la suspensión de tales normas? ¿Será que nunca se cumplieron con sistema y rigor y de allí alguna de las vertientes que precipitaron la depauperación institucional de estos países? Hasta allí la sintomatología y las preguntas que puede generar antes de agotarse. Necesidad de agendas informativas Otra lectura más profunda se esbozó durante el encuentro para empezar a registrar lo que pudiera ser una falencia común del periodismo en la región, de cara a la crisis política y sus expresiones locales: los periodistas y los medios se ocupan poco o nada en diseñar agendas informativas con carácter estratégico. Acuden a la cobertura de campo con la sola confianza en sus capacidades instintivas de reacción. En esas condiciones predominan, por un lado, las agendas de los factores de poder y, por el lado del cubrimiento, la recurrencia del binarismo, de las categorías polarizadas, del blanco-y-negro: gobierno contra oposición, la capital contra las regiones, izquierda contra derecha, individualismo contra colectivismo, Estado contra iniciativa privada, civilización contra barbarie, el bien contra el mal. Por esos preconceptos o por complicidades más terrenas, la propia acción de los medios termina atascada en el falso dilema de soliviantar los ánimos o minimizar la crisis. Y queda claro que esa reducción de la complejidad de los asuntos a un simple contraste de dos dimensiones impide al público contar con los elementos de información necesarios para conocer y, sobre todo, comprender la verdad. Como se dijo durante la jornada, el oficio periodístico parece haber renunciado en los países andinos a la mediación (entre los asuntos de interés público y el público al que le deberían interesar) a favor, en cambio, de la mediatización, cuya gramática de la espectacularidad fragmenta, dicotomiza y dramatiza la realidad a la par que desalienta su debate y reflexión. Una imagen acudió nuevamente a hacer más elocuente esta sentencia: “Queremos ser termómetros y a la vez fuente de calentamiento”. El imperativo de la concepción de agendas tropieza en principio con la falta de costumbre en privilegiar la visión estructural antes que la anecdótica. Aún más allá, tendría que vérselas con el desconocimiento de nuevas temáticas que no suelen estar ni en las primeras planas de los periódicos ni en los titulares de los informativos radioeléctricos, a veces por indiferencia y, con más frecuencia, por falta de capacitación. Temas de Defensa y Seguridad, Gobierno Corporativo,
Gasto Público, Flujos Internacionales de Capitales, Medio Ambiente, Globalización y Comercio Mundial, Narcotráfico, Terrorismo, Inclusión Social, y, por qué no, el del propio Funcionamiento de los Medios, proponen coberturas periodísticas transversales, quizás multidisciplinaria, que pueden exigir especialización y un enfoque que supera la tradicional compartimentación de las secciones temáticas en los medios. Se trata de procesos que definen el presente y el futuro de la sociedad planetaria y cuyas secuelas locales no consiguen ser aprehendidas por la visión reporteril. ¿Qué hacer para que no se les sigan escapando a los periodistas? Lo que equivale a preguntarse: ¿Cómo hacer para que los ciudadanos no ignoren asuntos donde sus propios destinos, inadvertidamente para ellos, están en juego y sobre los que, por lo tanto, deberían tener algo que decir? Equilibrio ante todo Si alguna razón de ser cívica se le asigna, todavía sin chistar, a los medios, es la de informar al ciudadano para que pueda tomar decisiones responsables en el marco de su participación en un sistema democrático, es decir, para gobernarse a sí mismo. Se trata del pensamiento rector que habría que tener en mente al considerar la conexión que pueda existir entre el desempeño de la prensa y la gobernabilidad de una nación. Se supone que una población adecuadamente informada puede regular sus expectativas en función de lo que las condiciones objetivas de la realidad dictan, a lo que sus necesidades e intereses urgen, y lo que las leyes garantizan. De acuerdo a este parámetro de gobernabilidad y a la luz de lo que ocurre en los países andinos, bien pudiera asegurarse que la población no está siendo informada de manera adecuada y que de ello es responsable en buena medida la prensa. En sociedades divididas, el propósito de un periodismo honesto y responsable no debe estar ni en el acallamiento de las diferencias ni en la propalación de un consenso prestablecido desde las cúpulas. Tampoco en la construcción de una tercería que simplemente propicie la interlocución entre las visiones enfrentadas de cada parcialidad, a pesar de que situaciones tan marcadamente polarizadas como, por ejemplo, las de Venezuela (de signo socio-político) o Bolivia (de carácter socio-etno-geográfico) la hagan lucir como una tarea acuciante y deseable. Al cabo de estas consideraciones, entre los participantes de la mesa redonda pareció alcanzarse un consenso acerca de la imperiosa obligación de restituir el equilibrio en el trabajo periodístico, desde sus múltiples acepciones. Equilibrio, claro está, en el cotejo y verificación de las fuentes, práctica que desde hace al menos un siglo hace parte del periodismo informativo tradicional pero que nunca está de más reafirmar. Pero también equilibrio en la consideración de las voces de las minorías frente a los valores de la mayoría. Equilibrio entre los contenidos y tratamientos cuya amenidad interpela a la cotidianidad del público, y la exposición de los grandes temas y tendencias estructurales cuya complejidad y pertinencia necesita conocer. Equilibrio entre las pulsiones del mercadeo para una gestión rentable del medio privado, y su carácter insoslayable de espacio público. Porque pareciera que el periodismo, como la farmacia, es una delicada alquimia donde se manejan sustancias que en determinadas dosis y mezclas
remedian, pero que en otras, envenenan. Equilibrio, pues, ante todo. ¿Pero es ese equilibrio exclusivamente el resultado de una disposición ética del periodismo, o acaso sea sólo factible con las garantías mínimas de un entorno organizacional, político y financiero determinado? El compromiso le queda grande a los medios Otro orden de ideas discutido en el evento tuvo que ver, por lo tanto, con lo que se espera del periodismo. Para el periodista que recorre las calles y los pasillos del poder en búsqueda de buenas historias que contar o de una causa aún mejor para iniciar una cruzada heroica que alimente sus ansias de protagonismo, puede parecer excesivo que su trabajo constituya un bien público y todavía se resistirá a suscribir lo que Kovach y Rosenstiel afirman en Los elementos del periodismo: que se trata de un oficio que crea comunidad y sirve a la democracia. La fragilidad crónica y el derretimiento resultante de la institucionalidad en los países andinos sobrecargaron de responsabilidades a una prensa que en su mayoría no las quería para sí, o que si las buscaba, no precisamente era para ejercerlas con criterio. La contraloría del poder constituido, sí, pero también la sanción, la formulación de programas, la construcción de liderazgos, y a veces hasta el ejercicio mismo del poder bajo formatos de colusión o sin intermediarios, fueron atribuciones que los medios asumieron por deserción de otros actores. La transferencia de competencias casi nunca fue exitosa, ni para los fines más oportunistas de la prensa, ni para la conservación de su capital más preciado, la credibilidad. Lo que ha puesto de relieve no sólo su naturaleza intrínseca, contraria al compromiso con el poder sino, bajo la lupa de un público despojado de otras referencias de mediación, subrayó además algunas viejas prácticas que venía arrastrando y quedaron comprobadamente reducidas al absurdo en el nuevo contexto sociopolítico e institucionalidad. Algunas de esas maneras fueron señaladas con reiteración por los asistentes a la mesa redonda, siendo varias de índole actitudinal o doctrinaria, pero también de carácter logístico o de organización de la producción. Entre ellas: El solapamiento descuidado, y a veces deliberado, de información y opinión. La prevalencia de una actuación proselitista de facción, en vez de informativa. La adopción acrítica del lenguaje políticamente correcto y de las consignas que emanan del poder. La noción de que los medios no están sujetos ni al control y ni a la sanción pública, genera una arrogancia que los desconecta de la realidad de sus audiencias. Los medios se ocupan más de monitorear a sus competidores que de constatar la realidad de sus audiencias. La reticencia a rastrear y entender la periferia, no sólo geográfica, sino también social, temática, de donde surgen las nuevas tendencias que a la larga afectan al centro. La falta crónica de recursos económicos para profundizar coberturas. La escasa capacitación técnica y humanística de los periodistas.
Se reporta para las fuentes y los colegas, no para el ciudadano de a pie. Con limitaciones de este tipo como marca de fábrica, mal podrían los medios periodísticos generar una respuesta que no frustre las expectativas de un público por demás, fragmentado, escasamente educado y, sin embargo, cada vez más escéptico y consciente de su capacidad de influencia sobre la política y la gobernabilidad. Todavía puede que se esté a tiempo de renovar el pacto de credibilidad y legitimidad entre los medios y las comunidades. Pero, de poner manos en esas obras de recomposición, salvando las brechas detectadas, el periodismo también tendría que preguntarse con crudeza para quién, de verdad, trabaja. Se buscan ciudadanos La pregunta planeó con su sombra ominosa sobre la sala de reuniones de la CAF en Caracas, porque aún entre periodistas –incluso, entre periodistas que se autoflagelan- suena descortés y quizás osado caracterizar al público como algo diferente a ese cliente que siempre tiene la razón y al cual se debe. Sin embargo, la discusión no pudo eludir algunos datos de la realidad: numerosos estudios de marketing no han hecho más que comprobar que el periódico ideal que muchos consumidores describen sería aquel que le conceda preminencia a la información de deportes, de farándula y de curiosidades. ¿Debería ser ese el patrón, entonces, de los medios venideros? Por supuesto que no. Incluso entre las inconsistencias de la prensa regional, no son pocos los trabajos de reportería e investigación que iluminan aspectos hasta entonces ocultos de los entresijos del poder y sus distorsiones, informaciones relevantes que bien podrían servir de insumo para que la ciudadanía adopte decisiones en buena lid. Sin embargo, para frustración de sus autores, escasas fueron las ocasiones en que esas primicias motivaron no sólo la judicialización de esos casos sino, peor aún, menos dieron pie a la movilización ciudadana. En términos cívicos, el trabajo periodísticamente responsable consigue un eco muy apagado en el público, que o no advierte la importancia de sus informaciones o simplemente no se reconoce a sí mismo como un actor político. Puede darse por sentado que una democracia se hace con ciudadanos, no con habitantes, como tampoco con entidades amorfas como “el pueblo” o „la gente”. La carencia de ciudadanía, consciente de sus derechos y deberes, capaz de exigir rendición de cuentas a las autoridades, es decir, solicitante de información, hace poco fértil el terreno para que germinen las mejores prácticas del periodismo en los países andinos. Durante la mesa redonda a nadie se le escapaba la ironía de que, siendo la presencia de ese público políticamente activo y educado una precondición para el sostenimiento de una prensa responsable e independiente, también la prensa tiene un papel que jugar en la formación de esa ciudadanía a la que requiere como hábitat. Pero, ¿qué viene después de qué? La situación se conecta además con cierta incapacidad de la prensa por hacer pertinentes sus temas ante la comunidad. Una prestigiosa periodista, del equipo responsable de una de las revistas más importantes de América Latina, no tuvo empacho para decir con franqueza que poco de lo que le interesa
personalmente, o de lo que conversa a diario en su círculo de amistades, se ve reflejado en la prensa regular de su país. La declaración puso un acento sobre la evidencia de que en ese campo de la representatividad de los intereses colectivos en los medios, queda mucho por entender y corregir. Indiferente o a ratos hostil –como lo demostraron las agresiones y acosos callejeros contra reporteros en Venezuela y Ecuador-, lo cierto es que en los países de la región el clima de opinión pública no parece favorecer las garantías de la gran prensa y, a la postre, para las libertades de expresión e información. No en balde las autoridades estatales vienen aprovechando la oportunidad para adoptar políticas sistemáticas para dificultar el acceso a fuentes oficiales o patrocinando leyes, nunca exentas de controversia, para normar el desempeño de los medios. Casi sin que ello provocara la, en otros tiempos, inevitable reacción del público. ¿Se trata de un clima irreversible? Más preguntas que respuestas Al final del encuentro se instaló una atmósfera de laxitud, que es la que suele seguir a las grandes descargas de material largamente acumulado. El reporterismo no suele ser amable con la reflexión acerca de su propio ejercicio y con frecuencia ni siquiera se da oportunidad para hacerla. La simple constatación de que las preguntas, arrepentimientos y aprendizajes de los periodistas de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela no son mutaciones endémicas sino que encuentran puntos en común en cada de uno de esos países, y que de ese modo parecen corresponder a tendencias sobre las que todavía se debe pensar con insistencia, brindó a los participantes de la Mesa Redonda “Prensa y Gobernabilidad en los países andinos” un sentido de logro. Porque si bien la confusión persiste, comenzar a hacerse con valentía las preguntas correctas, sin dar nada por sentado, es el único modo para hallar las respuestas. * Consultor y periodista venezolano, es colaborador permanente del diario “El Nacional” de Caracas y sirve como corresponsal de Reporteros Sin Fronteras (RSF) en ese país.