x Lucita o la Fábrica de Sueños Segunda edición

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Lucita o la Fábrica de Sueños Segunda edición

Gerardo Neira El Viejo Málaga 2012 Segunda edición 2013

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No es verdad que se pueda hacer una fábrica de sueños, los sueños están en la cabeza del autor, que una noche hace mucho tiempo soñó con una bella mujer, pero cuando despertó se dio cuenta de que sólo era un sueño. En el sueño, el autor vivió una historia que luego pasó a ser su obra más querida. Lucita era una joven de ojos azules, cabello rubio, 25 años y uno ochenta de mujer, pechos bien adecuados, bien educada, su padre, al que llamaban Pajarita porque siempre vestía de negro y se ponía una pajarita todos los días, era un hombre muy elegante y bondadoso, excelente persona, culto y simpático, su esposa había muerto y como tal él era viudo, vivían en Cacabelos. Un buen día Lucita le dijo a su padre que quería marcharse para Madrid, su padre le preguntó: —¿Y qué vas hacer tú en Madrid, no me dejarás solo? —Mire, padre, yo en este pueblo estoy muy limitada, no veo porvenir, hay muchos chicos, pero no me 2

gusta ninguno, muchos se emborrachan todos los días y no se duchan ni se lavan los dientes. —Hija, ya soy viejo, y no debes dejarme solo. Y su padre lloraba, pero Lucita lo consolaba, le prometió que cuando tuviera un piso para vivir lo vendría a buscar para llevarlo con ella. Una vez convencido su padre, Lucita, que tenía una maleta de madera, metió en ella toda su ropa y unas fotografías que le había hecho Cipriano, entre las que estaba una con un grupo de amigos y amigas, la cerró y le puso un candado. Como tenía que ir a la estación de Toral de los Vados a coger el tren, su padre se ofreció a llevarla en el carro con el caballo. Y así, un día de lluvia, padre e hija con unos paraguas salieron para Toral de los Vados, que estaba a ocho kilómetros de su pueblo natal. Lucita miraba atrás con cierto pesar, su padre lloraba como un niño, en el fondo él pensaba cuándo volvería a ver a su hija. La lluvia arreció y cayeron algunos rayos con truenos que engarabitaron al caballo, la fuerte lluvia que caía parecía un mal presagio, la experiencia de Pajarita le sirvió para detener el galope que el animal había tomado. Cuando llegaron a la estación de la RENFE ambos estaban mojados de arriba abajo. El tren ya estaba en la estación y tenían que despedirse, el padre y la hija se fundieron en un fuerte abrazo, lloraban como los niños al nacer. Lucita cogió su maleta y se subió al tren, su padre la tenía tomada por una mano como si fuera algo que no quería dejar escapar. Cuando al fin se oyó sonar el pito y el tren comenzó a mover, el Pajarita corría detrás de su hija hasta que dejó de verla, luego, su fuerza no le permitía estar de pie, se dejó caer y allí, con la cabeza agachada, siguió llorando por su hija. Cuando se puso de pie, miraba por donde se había 3

marchado, en el fondo creía que no la vería más, y era la única hija que tenía, sentía que su hija le había abandonado y que se quedaría solo en la vida. Cuando al fin se dio la vuelta para la estación, tenía frío, le dolían los pies, le dolía el alma y el pensamiento, pero siguió andando hasta llegar a donde había dejado el caballo atado con el carro a una reja de la estación. Más cuando llegó allí, se encontró que no estaba el caballo ni el carro donde lo había dejado, preguntó a una mujer que estaba por allí si lo había visto, y ella le dijo que lo habían llevado unos gitanos. Pajarita se fue al cuartel de la Guardia Civil para denunciar el hecho, y le dijeron que lo buscarían, pero que no era nada fácil, que estos se escondían en unas cuevas que había en el monte. Todo le salía mal a Pajarita, no le quedaba otro remedio más que volver a pié hasta Cacabelos, seguía lloviendo, y esto para un hombre de su edad, con sus achaques y el sufrimiento que tenía por la marcha de su hija, mojado hasta los huesos, el pensamiento que no le abandonaba, podría causarle una enfermedad, y él estaría solo en casa, sólo con sus recuerdos, allí había muerto su esposa y un hijo mayor que Lucita. Algo bueno le quedaba, era que en Cacabelos tenía muchos y buenos amigos y era tenido por un buen vecino. El Pajarita era una persona muy romántica, sabía mucha poesía. El pensaba que iría a misa con su amigo y vecino Faustino. Y con esos y muchos más pensamientos llegó a casa. Por allí llegaron unos cuantos vecinos para preguntarle cómo había sido el viaje y para ofrecerse para todo, pues esa era la costumbre del pueblo.

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Alguien le dijo que se cambiara de ropa para llevarla a secar y planchar, él como tenía más trajes le pareció muy bien, lo peor es que no tenía más pajaritas y sin ella se sentía medio desnudo y tampoco tenía corbata porque nunca la había usado. Después de comer algo se acostó, le costaba dormirse, algo le turbaba y era la ausencia de su hija a la que tanto quería. Cuando al fin se durmió, tuvo una pesadilla que le hizo despertar y bajarse de la cama con el sobresalto que eso conllevaba, y cuando vino en sí, recordó que había soñado con su hija Lucita, que la habían secuestrado unos musulmanes y la habían llevado a La Meca para ser poseída, vivir en un harén, tener muchos hijos y no salir más de allí. Cuando se calmó se dio cuenta que sólo era un sueño, y si bien él pensó que los sueños, sueños son, había sueños que eran realidades, y esto le preocupó. Nuevamente se acostó y al poco tiempo se quedó dormido como un niño y no despertó hasta que cantaron los gallos y los ruiseñores sobre un negrillo que tenía su vecino y amigo Faustino. Su vecina La Cogollita dijo al día siguiente que desde su casa había oído roncar por la noche a Pajarita, que él había dejado la ventana abierta y como ella también la dejó y él roncaba mucho, ella se levantó, que cogió un cubo de agua y lo hecho por la ventana para despertarlo, pero según dijo ni el agua le despertó. Esta viuda, La Cogollita, era una mujer muy fea, medía como un 1.30 centímetros, pero la condenada pesaba diez arrobas, parecía una bruja, tenía muchas arrugas, pero La Cogollita era muy buena persona, buena vecina y servicial. Diez días tardó la carta de Lucita a su padre, en la que decía lo siguiente: 5

Madrid a 20 de abril de 1954 Querido padre: Me alegraré que al recibo de esta carta te encuentres muy bien, yo he llegado a Madrid muy cansada, los asientos del tren eran de madera, el viaje fue de veinte horas, paraba en todas las estaciones y como tenía que ir a orinar, el agujero estaba siempre ocupado y había que hacer mucha cola, luego el agujero estaba atascado y no había forma de desatascarlo, el caso es que me meé en la braguita. Cuando llegué a Madrid me hospedé en una pensión en la calle San Bernardo. La dueña de la pensión me dijo que tuviera mucho cuidado, que por allí había muchos mamarrachos que esperaban a las chicas que venían a Madrid a trabajar, y que yo como era tan guapa, seguro que me perseguirían, pero como tú sabes yo no quiero hacer esas cosas que los que somos católicos las tenemos prohibidas. Mañana me voy a dedicar a buscar trabajo y ya te escribiré si lo encuentro, según dice la dueña de la pensión es muy fácil encontrarlo, ella dice que el General Franco ha creado trabajo para todos. Y sin más que decir, recibe un beso de tu hija que te quiere mucho. Lucita.

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P.D. Dime algo del pueblo, qué tal va el Carraquiña, que quería ser mi novio y no se limpiaba los dientes. El Pajarita leía la carta de Lucita y lloraba como un niño, no podía contenerse. A tal extremo llegó, que tenía una depresión y ya dormía muy mal, se fue a ver al Doctor Santos Rubio Rebolledo, y éste le recetó unas pastillas para dormir, también le recomendó mucha paciencia y comer dos huevos todos los días y beber una botella de vino tinto, pero sobre todo le recomendó que se acostumbrara a vivir lo que Dios había previsto para él, que fuera todos los días a misa y que si podía encontrar una buena mujer debería casarse con ella o llevarla para su casa, que procurara que fuera una mujer buena en todos los sentidos. Pajarita, que era gallego, le contestó —¿Pero y yo qué voy a hacer con una mujer joven? —Pues es muy sencillo —le dijo el Doctor, y le recetó unas pastillas para no fallar —tómese una antes de acostarse con ella, y vera como le va muy bien. De regreso a su casa recordó que tenía que contestar la carta que había recibido de Lucita, y se puso a escribirla. Cacabelos 2 de mayo de 1954 Querida hija Lucita, He recibido tu carta, me alegro de que estés bien, yo no te puedo decir lo mismo, desde que te has ido no he podido dormir, te extraño mucho y por las noches no puedo descansar, hoy fui a ver al médico y me recetó unas pastillas, y si no duermo con ellas, no sé qué hacer, me paso toda la noche llorando y dando vueltas en la cama, no tengo con quien hablar, mi vecina la Cogollita no la veo

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nada y me da mucha pena, me gustaría mucho que volvieras para estar con tu padre que te quiere mucho. Recibe muchos besos de este que te quiere. Mientras Pajarita lo estaba pasando muy mal, su hija en Madrid ya había encontrado trabajo como limpiadora en una pensión situada en la calle Toledo, era una pensión muy mala y para ella muy extraña, porque durante todo el día estaban entrando parejas a dormir y al poco tiempo se marchaban, y su jefa le decía que tenía que volver a hacer la cama, y que había días que la misma cama la hacia veinte veces, y ella no sabia por qué, “por qué, por qué”, se preguntaba ella misma. Su jornada diaria era de catorce horas, y el domingo también tenía que trabajar. Alojada en su misma pensión, un buen día conoció una chica joven como ella, era guapa y le dijo que había nacido en Suecia, que se había venido a España porque le gustaba mucho la gente de España, los toros, el vino y el amor. Lucita le dijo que trabajaba en una pensión, pero que no le gustaba porque era muy rara. Ludivina, que así se llamaba la sueca, se ofreció a ir con ella para ver donde trabajaba. Y así lo hicieron al día siguiente. Cuando llegaron a la pensión las recibió la dueña, Lucita le presentó a su amiga. La dueña la miró de arriba abajo y le dijo que estaba en su casa, que podría trabajar allí y que le pagaría un buen sueldo. Pero la joven dijo que no, y acercándose a Lucita le dijo que no le parecía muy normal, que debería marcharse de allí, porque aquello era una casa de putas. Lucita en ese momento se dio cuenta que era verdad, pensó que allí podía pasarle alguna cosa mala, y le pidió la cuenta 8

diciéndole que se marchaba para su pueblo porque su padre estaba muy enfermo. La dueña, que no estaba de acuerdo, le dio a regañadientes sesenta pesetas. Y las dos jóvenes se fueron a la plaza mayor donde se sentaron y tomaron un café con churros. Como las dos eran muy guapas, no les faltaron hombres que las miraran y les preguntaran si podían sentarse con ellas, pero como era el momento de hablar de sus vidas, no aceptaron a ninguno. Lucita le habló de sus ilusiones, el motivó por el que vino del pueblo, la situación de su padre del que le enseñó una fotografía que tenía. Ludivina le dijo que le parecía muy guapo. Luego la sueca le contó lo de su familia y le dijo que sus padres no los conoció, que cuando ella nació, ambos se separaron y a ella la tomó en adopción un matrimonio que no tenía hijos, que la habían educado muy bien, pero que ella necesitaba libertad para vivir de acuerdo con ella misma, quería vivir libremente sin que nadie se metiera en su vida, quería viajar por el mundo, conocer a mucha gente, hacer muchos amigos, no le importaba las razas que tuvieran, podían ser negros, amarillos o verdes, tampoco le importarían sus religiones, lo único que quería era que no tuvieran prejuicios. Ludivina seguía relatando su vida, Lucita la miraba de soslayo y no decía nada, pero le gustaba mucho lo que decía su amiga, en el fondo pensaba que como era sueca todas las mujeres de ese país serían así. Mientras Lucita pensaba en todas esas cosas, Ludivina la miraba fijamente a los ojos como embelesada, aquella mirada casi lasciva no era muy normal, más bien parecía que detrás de ella había otra cosa indeterminada, Lucita no estaba segura, y por ello no dijo nada. Llegó el momento en que pidieron la cuenta, pagaron a medías. Cuando se pusieron en pié todos los hombres las miraban. A 9

la sueca no le gustaba, tomó de la mano a Lucita y se fueron hacía la Puerta del Sol, donde había mucha gente y no pudieron sentarse. Lucita quiso soltar la mano de su amiga, pero ella no le dejó, como si no quisiera perderla. Llegaron así a la Gran Vía y desde allí fueron a la calle San Bernardo donde estaba la pensión, llamaron el ascensor y se subieron las dos. Ludivina no dejaba de mirar fijamente a los ojos de Lucita. Cuando entraron en la pensión, la sueca invito a Lucita a que viera su habitación. Después de verla, Lucita se marchó para la suya, cerró con llave la puerta, se tumbó sobre la cama y allí, la cabeza sobre una suave almohada, su pensamiento repasó todo lo que había hecho en la mañana. Sobre todo pensó en la protección que le había supuesto la compañía de Ludivina. Lucita no había pensado nada especial sobre el comportamiento de su amiga, le interesaba su ayuda, ya que la necesitaba, al día siguiente tendría que buscar trabajo y creía que ella podía ayudarle o aconsejarle. Compraría el periódico para ver las ofertas de trabajo. Si se le terminaba el dinero, a su padre no le podía pedir nada, porque estaba segura de que tendría muy poco y lo necesitaría para comer, y esto su conciencia no lo permitía. Al día siguiente Lucita se levantó y llamó a Ludivina para que fuera con ella, desayunaron juntas, luego salieron a Gran Vía, compraron el diario El Pueblo y se sentaron en un banco para leerlo. Los anuncios que tenía ofreciendo puestos de trabajo eran muchos, pero la mayoría eran para bares de alterne, en lo que Lucita no estaba interesada. Tomaron unas direcciones para visitar, una era un banco que solicitaba una secretaría, otra una peluquería. Finalmente se fueron al Banco de León, las recibió el jefe de personal, hizo muchas preguntas, a las que Lucita contestó. Una pregunta era dónde había nacido, al decir que era en Cacabelos, el jefe de personal le dijo que él también había nacido en ese precioso pueblo, y que el Director General del banco había nacido en Narayola, cerca de 10

Cacabelos. En su interior Lucita pensaba que la cosa se le ponía bien, miraba muchas veces a Ludivina, pero todas las veces que la miraba se dio el caso que también ella la estaba mirando con sus ojos brillantes y una cierta cara encantada que le sonreía. Una vez terminadas las preguntas, el jefe de personal le dijo que si quería ver al Director, él se lo presentaba. Lucita le dijo que estaría encantada de conocerlo, y así se fueron a la oficina del gran jefe, donde tuvo que esperar unos diez minutos para ser recibida. Cuando los tres pasaron a ver al director, éste estaba sentado, pero se levantó, y ante la presencia de las dos mujeres, inclino su cabeza y dio la mano a las dos. En unos sofás que tenía en la oficina se sentaron los cuatro, tomo la palabra él diciendo: “¿qué traéis?”. Lucita muy despierta le dijo que no traían nada, que sólo quería conocerlo, que ella era de Cacabelos y necesitaba trabajar, y como le había dicho el jefe de personal que como era de un pueblo cercano al suyo, quería saludarlo, a la vez pedirle trabajo. Mientras Lucita miraba para él cuando le hablaba, éste miraba fijamente a sus piernas, que ella tenía cruzadas, y como es natural algo dejaba ver. Finalmente se pusieron de pie, él besó a las dos en la cara y les dijo que tendría que pasar una prueba, y que la avisarían por carta lo antes que pudieran. Y sin más se fueron con el jefe de personal, quien les dijo que la prueba la hacía él, que algunas veces era muy fácil, pero otras podía ser muy complicada, según y como. Y sin más se despidieron. Ambas le dieron un beso y salieron del banco. Una vez en la calle se miraban las dos y se reían con cierta complicidad. No habían andado más de cien metros y alguien llamó a Lucita, cuando ella miró para atrás, vio que era un joven de Cacabelos al que conocía mucho, y que la abrazó, 11

y ambos se reían por el simple hecho de haberse encontrado. Lucita le preguntó: —¿Qué haces en Madrid, Eloy? —Hola, Lucita, quiero trabajar, si sabes donde pudiera hacerlo, yo te lo agradecería, también necesito una pensión donde dormir. —Mira, esta es mi amiga Ludivina, y vivimos en la misma pensión, así que si quieres venir con nosotras, te recomendaremos para que te quedes allí, Eloy cogió una bolsa donde tenía sus cosas y los tres fueron andando hacia la pensión, la amiga de Lucita seguía sujetándola por la mano. Lucita no dejó de hablar con Eloy, habían sido muy buenos amigos en el pueblo. Cuando llegaron a la pensión, Ludivina se fue a su habitación y Lucita se fue con Eloy para presentarle a la dueña por si tenía alguna desconfianza o no tenía donde alojarlo, pero no hubo ningún problema, la dueña le llevó hasta su habitación y Lucita se metió en la suya. Nada más entrar, alguien tocó en la puerta y ella la abrió. Era Ludivina, que cerrando la puerta tomó por la cabeza a Lucita le dio una beso en los labios, apretando sobre ella su cabeza y declarándole su amor, le dijo que sería de ella o no sería de nadie. Lucita se asustó, y toda colorada se sentó sobre la cama llorando con los ojos tapados por sus manos, y solo oyó cuando la puerta se abrió y luego se cerró. Ya un poco calmada pensaba que eso no era verdad, ella que nunca había salido de su pueblo, apenas sabía de esas cosas. Lo de Ludivina era otra cosa, había nacido en Estocolmo, dentro de una buena familia, con un buen nivel de vida, había estudíado en la universidad y aunque en este país las costumbres eran muy liberales, sus padres no 12

aceptaban su inclinación sexual, y ella decidió venir para España por aquello de que los españoles somos de sangre más caliente. La verdad es que era una viciosa y no podía aguantar sus necesidades. Cuando conoció a su amiga calculó que ésta quizá no estaría de acuerdo con esta situación. Lucita era una chica muy joven y bien educada, su religión no aprobaría nunca una cosa así. Estando en la habitación alguien llamó a la puerta, pero Lucita preguntó sin abrir: “¿Quién es?” Escuchó la voz de Ludivina, quien le dijo que abriera, que tenía que pedirle perdón. Lucita no quería abrir, pero ella insistió y le dijo que iba a salir salir con Eloy a dar un paseo por Madrid, que ella sabía donde había trabajo para él. Lucita le contestó que ella había quedado con Eloy y quería hablar con él. Tardó un poco, pero al final oyó la voz de Eloy, y entonces abrió la puerta y con cierto temor salió. Los tres entraron en el ascensor, y durante el tiempo que tardó en llegar a la planta baja, Ludivina la miraba a la cara con una sonrisa, que a Lucita no le gustó. Al salir del ascensor, Lucita tomó de la mano a Eloy y se fueron delante de Ludivina sin volver la mirada para atrás. La sueca no quería dejar su presa hasta conseguir lo que se había propuesto. A pesar del fracaso que había supuesto su primer intento, ella creyó que lo conseguiría. Y así, Lucita de la mano de Eloy, y delante de su ahora casi enemiga, recorrieron las principales calles del centro de la ciudad. Se sentaron en una terraza donde tomaron un refresco, los tres en compañía, sin que Ludivina le quitara la vista de encima a Lucita, ésta le comentó a su amigo de niñez lo que le pasaba con la sueca, más ésta se defendió diciendo que lo había interpretado mal, que ella sólo quería ser su amiga, y si bien llegó un momento en el que le había 13

dicho que le gustaba Lucita, era sólo como amiga, que jamás pasó por sus pensamientos otra cosa que fuera distinta a lo que ella decía. El día no había sido bueno para Lucita, la carta de su padre no podía olvidarla, y se propuso contestarla cuando llegara a la pensión. Por su cabeza pasó la posibilidad de regresar a vivir con su padre, pues si era lo que le quedaba de familia, no debería abandonarlo como si fuera una persona desconocida. Pero antes quería ver si le daban trabajo en el banco, y si así fuese podría traer a su padre para Madrid, olvidarse de la sueca y quedarse con su amigo Eloy, que era un buen muchacho y ya se conocían. Cuando llegaron a la pensión, cada uno se fue a su habitación. Lucita estaba furiosa contra Ludivina, y decidió ir a verla, tocó la puerta, y cuando se abrió, Lucita entró como una tromba y le dijo que ya no la aguantaba más, y en tono amenazante la empujó y acorraló contra una esquina de la habitación diciéndole que por las malas no, que la arrastraría por los pelos si intentaba otra vez meterse con ella. Tan excitada estaba, que intento darle patadas, que la sueca esquivaba una y otra vez. Con todo el ruido que formaron, Eloy se acercó para ver qué pasaba, y viendo las cosas así tomó de la mano a Lucita y la llevó a su habitación, donde trató de calmarla. Hizo que se sentara en una silla, y luego comenzó hablando con ella, diciéndole que no valía la pena discutir con nadie, que las cosas se arreglaban de otra forma. —Lucita, tú tienes que saber que un beso o un abrazo pueden arreglar un corazón roto, y no te olvides lo mucho que valéis las mujeres, Dios os ha puesto en la tierra para tener hijos y disfrutar con los hombres, vivir la vida dando ejemplo. Qué locura o qué desatino, nos puede 14

llevar a contar las faltas ajenas, teniendo tanto que decir de las nuestras. Mira, Lucita, la alabanza propia envilece, un buen arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades del alma. Ten en cuenta, Lucita, que el valor reside en el término medio entre la cobardía y la temeridad. Por eso, lo que he dicho debes tenerlo siempre presente. Estas cosas y muchas más las he aprendido cuando estuve en el Monasterio del Cister, en Cea, provincia de Orense, donde quería quedarme de monje, pero como a mis padres les hacia mucha falta el dinero, tuve que salir para trabajar, y así ahora me encuentro delante de ti, y quiero decirte que me gustas mucho y algún día me gustaría casarme contigo, si es que me quieres, y yo encuentro trabajo. En ese mismo instante, Lucita se levantó de la silla, se fue hacia él y lo abrazó, luego le dio un beso en la cara y le dijo que ella no conocía esa parte de su vida. Eloy le dijo que cuando estaba en el monasterio ella era muy pequeña y se hacía trenzas en el pelo. Y otra vez que le cambiaba la cara a Lucita, ya se reía y sus ojos parecían como dos rosas y lucían como el lucero del alba. Pero el sobresalto llegó cuando alguien tocó en la puerta, que al momento Eloy abrió. Era Ludivina que quería salir a la calle y les invitaba a dar una vuelta con ella. Eloy le dijo que no, que Lucita no quería saber nada de ella, que no quería ser una esclava, y que por lo tanto se tendría que olvidar de esa persona para siempre. También le dio la dirección de una plaza de Madrid donde encontraría lo que buscaba, que allí había muchas golfas, y aunque no fueran tan guapas como Lucita, tenían mucha experiencia y no necesitaría cogerlas por el pelo, y además como ella era sueca no le faltarían amistades. Las cosas así, Lucita dijo que quería contestar la carta que le había enviado su padre. Los dos se fueron a la habitación de Lucita. Esta sacó papel y pluma, se sentaron 15

en la cama, y allí estuvieron mirándose a los ojos a la vez que se reían. Como dos tortolitos se dieron muchos besos, pero no pasaron de eso, Lucita sabía que tenía que contenerse, por que si no lo hacia, podían crearse problemas, además ella se había prometido a sí misma que jamás lo haría antes de casarse. Después de tomar un vaso de agua, Lucita se puso a escribir a su padre. Eloy se fue a mirar por la ventana. Madrid a 27 de Junio de l954 Querido padre, recibí tu carta y me llena mucho de pesar. Me gustaría que al recibo de la presente, estés muy bien, yo por aquí también lo estoy, pero me acuerdo mucho de ti. Yo quisiera ir un día para pasarlo contigo, pero estoy buscando trabajo, espero que el Banco de León me llame para trabajar, así me lo ha prometido el jefe de personal, que da la casualidad es de Narayola, y el director general dice que nació en Cacabelos. Me van a mandar una carta para que vaya a hacer unas pruebas. A mí me gustaría mucho, porque así podría traerte para Madrid y vivir los dos juntitos, te echo mucho de menos, espero que me digas en la carta cómo está el pueblo. Me he encontrado con un chico del pueblo y estamos muchas veces juntos, pero no pienses mal, yo siempre me portaré bien, no quiero que te disgustes por eso, ya sabes que yo siempre he sido una buena chica y sólo somos amigos, él se llama Eloy y es hijo de El Puto, el abuelo es El Caganovivero. Contéstame muy pronto y dime cómo vas de salud, y si sales de casa para ver a los vecinos. Recibe un fuerte abrazo con muchos besos de esta que te quiere mucho tu hija Lucita. 16

La vida para Lucita se reducía a ver a Eloy y buscar trabajo, pensar en su padre y procurar no encontrarse más con Ludivina. Lucita, que era una mujer realista, que sabía muy bien lo que quería, lo primero para ella en aquel momento era el trabajo, lo segundo era su padre, lo tercero era Eloy, y que después ya no había más que humo, problemas de trabajo, mujeres que se venden, hombres que no quieren a una mujer porque les gusta más otro hombre, también había mujeres que hacían lo mismo que esos hombres pero al revés. La verdad es que Lucita y Eloy estaban muy enamorados, sin confesarlo. La paradoja de la vida de Lucita había sido Ludivina, y terminó muy mal. Según el autor, tuvo la suerte de encontrarse con Eloy, persona bien formada, educado con los monjes del Cister, guapo, postinero, amable, buen hombre, dispuesto para creer en sí mismo y respetar a los demás, querer a una mujer profundamente, discreto, sencillo, religioso. Lucita estaba segura de él, creía que algún día podrían casarse, tener hijos y luego nietos, y como eran muy jóvenes, podrían llegar a tener biznietos. La imaginación de Lucita no tenía final, ella en su cama, antes de dormirse, se imaginaba mil cosas más en torno a Eloy, por ello siempre quedaba con él para el día siguiente. Irían los dos juntos a buscar trabajo, allá donde lo hubiera, estaban seguros que lo encontrarían, y si no fuese así, tampoco les preocupaba de momento, pensaban, seguramente, que con su amor tenían bastante. Pero eso no era real, y los problemas vendrían cuando se le acabaran las pocas pesetillas que tenía cada uno. La gratitud, como ciertas flores, no se da en la altura, y reverdece mejor en la tierra buena de los humildes, más la verdad es que Lucita tenía demasiada humildad, su 17

vida en el pueblo junto con su padre no podría calificarse de otra forma, ella se había quedado huérfana de madre cuando nació. Cuando su padre se quedó viudo fue muy duro para los dos. Lucita decidió irse para Madrid porque no tenían dinero, su padre no quiso ir con ella, ya era muy mayor y siempre había vivido en el pueblo. Un buen día Eloy encontró trabajo en una imprenta en la calle Juan Bravo, y el día que fue a trabajar. Lucita le acompañó, el sueldo no era mucho, le dijeron que si lo hacia bien se lo subirían, como entonces no hacían contratos, sólo tendría que cumplir con su obligación. Cuando llegaron, Lucita no quería entrar en la imprenta, pero Eloy le dijo que entrara, que le presentaría al dueño para que lo conociera. Y así lo hizo. El propietario era un poco mayor que ella, parecía un hombre simpático, la saludo y le dijo que Eloy le parecía una buena persona y por eso lo había admitido. Le preguntó si Lucita trabajaba, y le dijo que no, que buscaba trabajo y no lo encontraba, que esperaba que la llamara un banco donde le dijeron que la avisarían. Lucita se despidió, le dio un beso a Eloy y la mano al jefe, salió a la calle y se sentó en un banco de la Plaza de Colón, el sol le venia muy bien. Una bandera que Franco había puesto en esa plaza la abatía el viento que hacía, la visión que tenía la distrajo viendo los edificios que circundaban y las muchas personas que pasaban, estaba relajada, pero al poco tiempo algo la sorprendió: era Ludivina que pasando por allí, se encontró con ella y se sentó. Le intentó dar un beso que Lucita no rechazó, pero le presentó la mejilla. Lucita le preguntó cómo lo estaba pasando, a lo que la sueca le contesto diciéndole que tenía 18

dos amores, que ya no estaba en la pensión, que vivía en casa de una amiga y que se acostaban en la misma cama las tres todos los días. Preguntada por Lucita si no le aburría ese tipo de vida, ella le contestó que lo peor que había pasado era que ella le hubiera dicho que no, que la quería con locura y que nunca la olvidaría, y que si quería hacerlo con ella le pagaría lo que le pidiera. Otra vez Lucita vio la mirada lasciva de la sueca, se levantó, y le puso con su dedo una peineta con furia extrema, le sacó la lengua y se marchó. Caminaba Lucita por Recoletos mirando todos los rótulos de las empresas que había en ese hermoso paseo, y en una de ellas vio que estaba el Banco Hispano Americano, y muy decidida entró, preguntó por el jefe de personal, le dijeron que estaba en la cuarta planta, y allí subió. Entró y se encontró con una secretaria a la que le preguntó por el jefe de personal, ésta le dijo que estaba ocupado, y que tendría que esperar, que se sentara en un sofá, pero ella siguió preguntando, lo primero fue el nombre del jefe con el que tenía que verse, se llamaba Rufino y estaba casado, tenía cinco hijos y una sola hija, su mujer era muy fea, y mayor que él. Luego Lucita le preguntó si estaba casada, ella le dijo que no, que estaba soltera y que no tenía novio, pero que tenía muchas amigas con las que lo pasaba muy bien. Al momento se abrió la puerta, salió Rufino y le dijo a su secretaría que ya no podía recibir más. Lucita le rogó que la atendiera, y él la mandó pasar, ambos se sentaron frente a frente en la mesa, y Lucita con una mirada divina y unos ojos picarones, le dijo que necesitaba trabajo, y que si él se lo daba le estaría muy agradecida. El no dijo nada, pero la miraba casi con avaricia. Lucita, que ya no era como cuando vino del pueblo, en el fondo pensaba que si le gustaba al jefe de personal, podría darle trabajo, pero que a lo peor le pedía algo a cambio, cosa que ella no aceptaría. Lo que 19

tenía lo guardaba para Eloy, y también sabía que de ello dependía su libertad, los deseos ella los aguantaría, eso lo daría por algo mejor que un puesto de trabajo, de su mente no se había apartado la figura de Eloy, al que quería y no defraudaría. Al fin Lucita salió del banco y tomando la acera hacía la derecha, llegó a la Plaza de Cibeles, donde se sentó. Por allí pasaba muchísima gente y a ella la entretenía, pero como ya había salido del cascarón, solo miraba a los hombres guapos, hasta el extremo llegó que los miraba como quince metros antes de pasar por delante de ella y luego seguía mirándolos por detrás. En el fondo, Lucita temía que podría convertirse en una golfa, si algún día tenía una debilidad. Sabía que en Madrid había gente para todo. Se dio cuenta que el Banco de León donde ella pidió trabajo estaba muy cerca de allí, como no la habían avisado como le prometieron, en principió pensó en pasar a verlos, pero se dio cuenta que podrían haberle mandado una carta, y decidió esperar a llegar a la pensión. Lucita se marchó por la calle de Alcalá en dirección a Gran Vía, miraba los escaparates, veía mucha ropa de mujeres que ella no podía comprar ahora, aunque se conformaba con lo que tenía como había hecho siempre. Cuando llegó a la calle san Bernardo, entró en el ascensor de la pensión, cuando salió estaba la dueña en el pasillo a la que saludó y se fue a su habitación, se quitó la ropa y se metió en la cama tapándose con la sábana. Lucita pretendía dormir la siesta, daba vueltas en la cama y no le daba el sueño, pensaba demasiado si lo estaba haciendo bien o mal, le obsesionaba algo que no había hecho en su vida, y con esos pensamientos se durmió.

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Se despertó dos horas después cuando alguien tocó en la puerta, preguntó quién era, era Eloy, le dijo que abriera. Lucita así lo hizo, y cuando él entró y la vio casi desnuda, quiso meterse en la cama con ella, pero ella no le dejó. Eloy le dijo que si le dejaba dormir con ella, no pediría más. Lucita se disculpó diciendo que no estaba dispuesta para otra cosa, que para eso habría que pasar por la iglesia y delante del sacerdote, que después de casarse y ponerle el anillo, sería toda para él. Eloy no estaba de acuerdo con ella e insistía en sus pretensiones. Como la cosa se calentaba, Lucita se echó de la cama y dejó por unos minutos que Eloy se acostara con ella. Eloy cumplió su promesa de no tocarla, y pronto se fue para evitar que no pudiera seguir cumpliendo lo prometido, se puso la ropa y se fue de la habitación cerrando la puerta. Lucita ya en la calle, sentía quemarse en deseos, pero estaba contenta de su actitud. Sentada en un banco de la Gran Vía, recapacitaba sobre lo sucedido. Al momento alguien se sentó a su lado, cuando ella lo vio se dio cuenta que algo quería decirle, le miró a los ojos y él le dijo que si quería él tenía una habitación que estaba allí al ladito, y que le pagaría muy bien, que le gustaba muchísimo, pero Lucita se levantó muy airada, lo cogió por la camisa, le dio dos bofetadas y se fue de allí. Siguió andando en dirección a la plaza de Callao, pero no las tenía todas consigo, los hechos la mareaban, sin duda ésta no era su tarde, se decía a si misma. Llegada a la plaza, giró a su derecha y se fue hasta la Puerta del Sol, donde esperaba sentarse en uno de los bancos que había. Y así fue, cuando recapacitaba, le daban ganas de llorar con la cabeza apoyada en sus dos manos, ya no sabía qué hacer, hasta que se dio cuenta que alguien estaba delante de ella, levantó la mirada, y allí estaba Eloy, que se 21

sentó junto a ella. El le puso la mano sobre su hombro y le pidió perdón llorando, más ella mirándole a la cara, le dijo que nunca había pensado que él pudiera hacerle una cosa como esa, que le había decepcionado y ya no confiaba en él, por lo que tendría que reflexionar, que si bien era verdad que ella le había tolerado subirse a la cama, cuando antes ella le dijo que no quería, tenía que haberla respetado, que él sabía como era, y que ya le había parado otra vez cuando ella estuvo en su habitación, que si no estaba de acuerdo, se fuera a la calle de El Pez, y si no, que se las arreglara él mismo, que le daba un día más para reflexionar, que ella no podría hasta estar casada, que eso era lo que le habían enseñado. Eloy no sabía por donde salir. Se levantaron, poco a poco, iban andando, la gente los miraba, pues las lágrimas seguían afluyendo a su cara, y seguían en dirección a la pensión, eran ajenos a lo que pasaba a su alrededor, el disgusto de Lucita podía crear ruptura entre los dos. Lucita le preguntó qué le parecería si ella cuando se casara con él ya no fuera virgen al matrimonio. Ante esos razonamientos poco le quedaba que decir a Eloy. Al fin llegaron a la pensión, Lucita se fue a su habitación y él a la suya, sin besos ni abrazos, los dos con el corazón medio roto. Lucita durante la noche pensaba que él no tenía toda la culpa, pero ella quería dominar la situación, en este caso había sido ingenua, después de provocar a Eloy, dejándole entrar en la cama, luego le montó el pollo. Ante ella él siempre resultaría el perdedor, si bien es verdad que Lucita apreciaba que él la deseara, pero quería tener el mando siempre. Al día siguiente, Eloy se fue a trabajar a la imprenta, y Lucita se levantó, desayunó, y se fue a la calle. En la mirada se le notaba que algo le había pasado, ya no era la 22

joven del día anterior, ella misma pensaba que tendría que recapacitar. Como no había recibido la carta que esperaba, se fue hacía el Banco de León, quería saber qué había pasado con su pretensión de trabajar allí. Cuando llegó, preguntó por el jefe de personal, y le dijeron que estaba con otras personas, que se sentara y luego la pasarían. Cuando la pasaron, la estaba esperando, se levantó y le dio la mano y le dijo que no la recordaba. Cuando ella habló de Cacabelos, la recordó. Lucita le dijo que no le habían mandado la carta, tal y como habían quedado, luego siguieron entre medías risas, pero él le dijo que para trabajar en el banco había que tener ciertas cualidades: atender bien al público y ser cariñosa con los jefes. Lucita le preguntó qué entendía como cariño a los jefes. Le contestó: —Pues mira, estar atenta a sus órdenes, y los fines de semana salir a cenar con ellos, tomar unas copas y luego disfrutar. —¿A qué llama disfrutar? —preguntó Lucita. —Bueno, ya sabes, a eso. —No, yo no sé nada —respondió Lucita, —Es que yo soy de pueblo y no conozco las costumbres que tienen en Madrid. —Pues ya sabes algo más, las costumbres hacen leyes. —Pues yo quiero ver al director, quiero saber su opinión. Y Lucita fue a ver al director, pero la secretaría le hizo esperar porque estaba ocupado, se sentó y poco después salieron una pareja mayor, a los que el director despidió, y viendo a Lucita la mandó pasar, ambos se sentaron y el director le preguntó qué quería. Lucita le recordó que habían quedado de mandarle una carta. —Lucita, eso es cosa del jefe de personal. —Sí, ya lo sé, pero estuve con él y me dice que tengo que ir con los jefes alguna noche para disfrutar, y yo lo que quiero es trabajar. 23

—Lucita, yo no puedo hacer nada más, las cosas son así. Lucita se despido y se marchó a la calle muy enfadada. En su cabeza no cabía un chantaje como ese, pensaba que debería denunciarlo. A medida que andaba se fue calmando y pensó que si en un banco hacían eso, cómo la gente depositaba el dinero allí. Como tenía mucho tiempo se fue por el Paseo del Prado y se sentó en la Plaza de la Libertad. Miraba al Hotel Ritz. Mientras lo miraba pensaba que allí se podría trabajar bien, y ni corta ni perezosa entró en él. Preguntó dónde se podía informar para trabajar allí. Uno de los chicos que recogían las maletas le indicó que tenía que bajar por unas escaleras, y en la primera puerta a la derecha estaba la oficina. Lucita con una cierta esperanza tocó la puerta y una voz de mujer dijo adelante, empujó la puerta y se encontró una mujer sentada en una mesa a la que preguntó por el jefe de personal. —Yo soy la persona que usted busca, ¿en qué puedo servirle? —Busco trabajo y me gustaría trabajar aquí —le dijo Lucita. —¿Y en qué quiere trabajar usted? —Pues me gustaría trabajar haciendo las camas o en otra cosa que tengan. —¿Qué experiencia tiene usted? —Yo no he trabajado, y hace poco vine de mi pueblo donde deje a mi padre solo, pues mi madre se murió cuando yo nací. —¡Vaya por Dios! —dijo la señora. —¿Y de qué pueblo es usted? –Yo soy de Cacabelos, en el Bierzo, provincia de León. —Caramba, señorita, yo soy de Camponaraya. 24

—Pues yo me alegro mucho de encontrarme con usted, no todos los días tengo tanta suerte. —Vamos a ver, escriba en esa hoja todos sus datos, nombre, fecha de nacimiento, D.N.I., estado, experiencia, domicilio, y cualquier otra cosa que tenga interés. —Si le parece bien, me llevo la hoja y mañana se la devuelvo firmada, es que tengo que consultar a un amigo que tengo, que sabe de estas cosas. —¿Es amigo o es algo más en su vida? —No, sólo somos amigos. —Caramba, pues yo que creía que ya no quedaba gente así. Bien, usted ponga solamente la verdad, aquí siempre comprobamos todas las solicitudes de trabajo, y le aseguro que también lo haremos con la suya, es la norma de esta empresa, compréndalo, aquí viene gente muy importante y políticos de mucho prestigió, aquí quiso dormir el General Franco, pero cuando se enteró del preció de la habitación, se marchó a dormir a su palacio de La Granja. —Bueno, yo haré siempre lo que usted diga, — dijo Lucita. Cuando salió del hotel, se fijó en el Hotel Palas en la cera de enfrente, y pensó que si no le daban trabajo en el Ritz, podría intentarlo en ese otro hotel. Ella creía que tendría mucha suerte si al fin le daban el trabajo. En ese momento se acordó de su padre, que no le había contestado a su carta, y Lucita, algo sobresaltada, pensaba que le podría haber pasado algo malo. Cuando llegó a la pensión le pidió a la dueña que le dejara el teléfono para hablar con la central de Cacabelos. La dueña le dejo llamar. El padre de Lucita no tenía teléfono, pero alguna vecina sí, y podía darle señas de su padre. —Hola, hola, ¿es la central de Cacabelos? 25

—Sí, dígame con quien le pongo o déme el número. —Póngame con el número 12 en Cimadevilla. —Al momento le pongo. Después de esperar, la central le contestó diciéndole que no respondían, que eso era una fábrica de lejía. Lucita le preguntó a la telefonista: —¿Eres Mila con la que estoy hablando? — preguntó Lucita. —Pues sí, ¿y quién es usted? —Mila, yo soy Lucita la de Pajarita, te llamo desde Madrid, quiero saber si a mi padre le pasó algo malo, y como no tiene teléfono, no puedo llamarlo. —Que yo sepa no le ha pasado nada, y tú sabes bien que me entero de todo lo que pasa en el pueblo. —Gracias, Mila, que Dios te lo pague, me gustaría mucho verte por Madrid. Después de esta conversación telefónica, Lucita se sentía mejor. Se puso a escribir a su padre. Madrid 15 de julio de 1954 Querido padre: Hace muchos días que te escribí una carta a la que no he tenido contestación, estoy muy preocupada por ti. Escríbeme lo antes que puedas, dime cómo lo pasas y si duermes bien y dime también lo que comes. Sabes muy bien que te quiero, eres lo único que me queda de la familia y me da mucha pena que estés solo, espero verte muy pronto, yo te prometo que te traeré para Madrid, quiero alquilar un piso para que vivamos los dos juntitos. Por favor, contéstame pronto y recibe muchos besos de tu hija que te quiere mucho. Lucita.

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Efectivamente Lucita quería mucho a su padre, pero ella en el pueblo no podría vivir. Lucita también quería mucho a Eloy y estaba segura que él también la quería, aunque ahora estaban algo peleados. Reconocía que había tenido la culpa, pero sabía que Eloy no era rencoroso. Al momento llegó Eloy que venía de trabajar, lo primero que hizo fue ver si estaba Lucita, llamó a su puerta y ella le abrió, le mandó pasar, se dieron un beso, pero él quería más, ella le paro diciéndole que no la tocara, que tuviera paciencia. Como hacía sol, Lucita le dijo que debían dar un paseo, y él aceptó, salieron a la Gran Vía y se fueron hacía la Plaza de Atocha, donde se sentaron en una terraza, pidieron un café y ella le contó lo de su padre, la llamada que hizo a Cacabelos y lo preocupada que estaba, que seguía buscando trabajo, que había estado en el Banco de León, donde le propusieron un trabajo que ella no quería hacer, que le había dado mucha vergüenza. Cuando Eloy le preguntó qué trabajo le ofrecían, ella sin dudarlo le dijo que querían que durmiera con su jefe de personal en un hotel, antes de darle el trabajo. —Pero no te asustes, Eloy, que eso sólo lo haré contigo después de que nos casemos. Eloy se puso furioso, pero ella le calmó diciéndole que tenía más cosas que decirle, y siguió, siempre mirándole a los ojos. Le dijo que había estado en el Hotel Ritz. Cuando vio la cara que ponía Eloy, ella con ojos de picarona, con una falsa sonrisa, ya tuvo que decirle toda la verdad. Que al hotel fue a buscar trabajo y que la jefa de personal era de Camponaraya, que la había tratado muy bien, que tenía que darle una especie de solicitud donde pusiera toda su historia, y que el trabajo que ella quería era hacer las habitaciones.

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—Y fíjate, Eloy, que el General Franco quiso dormir allí un día, y cuando le dijeron el precio de la habitación, se fue a dormir al Palacio del Pardo. Lucita miraba los ojos de Eloy y se daba cuenta que estaba muy enamorado de ella, pero ella ese día quería hacerle sentir celos con todo lo que le decía. Cuando pagaron la cuenta, se fueron para la pensión, una vez llegaron a ella, entraron en la habitación de Lucita. Ésta le espetó a Eloy la diferencia que había de su habitación con la del Hotel Ritz, donde ella quería trabajar. Ambos se fueron a sus respectivas camas, después de unos besos y cierta calentura. Por la mañana del siguiente día, Lucita se fue al Hotel Ritz para entregar la solicitud que Eloy le ayudó a cumplimentar. Cuando llegó, tuvo que esperar porque la jefa de personal estaba ocupada. Después de medía hora salieron del despacho cuatro chicas morenas, y ella entró. Una vez ante la jefa, ésta le mandó sentar, le pidió el papel, lo leyó detenidamente y le dijo: —Bueno, Lucita, por ser vos quien sois, te voy a dar trabajo, pero ten en cuenta que si no cumples bien, tendré que despedirte, el trabajo siempre tienes que hacerlo muy bien, a los clientes tendrás que tratarlos con respeto, lo que veas en las habitaciones siempre será para guardarlo en tu memoria o comunicármelo a mí si es algo grave o va contra los intereses de esta empresa. Tienes que saber que a este hotel viene gente de todo el mundo, debes estar pendiente de todo lo que te rodea, verás gente de todas las razas, y como tú eres muy guapa, posiblemente alguien quiera algo 28

de ti, si llega esa situación tú tienes que decirlo en la dirección, pero si tienes una debilidad, ten en cuenta que en el hotel no puedes hacerlo, sabes que eso iría contra el prestigio de nuestra marca, y podrías ser suspendida quedándote sin trabajo, por ello te advierto de tus obligaciones, que en definitiva son las que mantiene esta empresa de la que tu vas a formar parte, si lo quieres. Y con esto termino. Cuando terminó, Lucita estaba apabullada, y no sabía qué decir, pensaba que pasaría a ser una especie de esclava. En ese momento se le ocurrió que si fuera más fea no le pasaría eso, pero como ella tenía que trabajar, no le quedó más remedio que aceptar. Una vez que ella dijo que sí, la jefe de personal, le dio la bienvenida y le dijo que el trabajo comenzaba a las ocho de la mañana, que le pondría una compañera para enseñarle las cosas que tendría que hacer. Cuando la jefe de personal terminó, Lucita le pregunto: —¿Cuánto dinero voy a ganar? —Lucita, aquí cobrarás doscientas pesetas al mes y comida, aunque en la medida que vayas haciendo las cosas bien te subiré el sueldo para que estés más contenta, pero si quieres yo te pagaré más dinero, eso sólo depende de ti, te lo diré cuando termines tu trabajo mañana, y como tengo que irme, dame un abrazo que para eso somos paisanas. Lucita cuando salió a la calle no sabía ni donde estaba. La sangre y su raza le decían que no. Salió al Paseo del Prado y continuó andando hasta Cibeles, donde giró a la izquierda por la calle de Alcalá, luego la Gran Vía hasta llegar a San Bernardo y subir a su pensión, entró en su habitación cerró la puerta y se dispuso a darse un baño, llenó la bañera y se desnudó, el agua estaba a la temperatura 29

ideal, se pasó la esponja por todas las partes de su cuerpo, y ya relajada salió de la bañera. Mirándose al espejo de arriba abajo, se dijo a sí misma que valía mucho más de lo que le iban a pagar. Justo en ese momento alguien tocó en la puerta y ella preguntó: —¿Quién es? —Soy Eloy, abre la puerta. Y ni corta ni perezosa la abrió, ocultándose detrás, y luego la cerró. Cuando Eloy la vio, no sabía si tocarla o arrodillarse y adorarla como a una diosa. En cualquier caso, Lucita tomó la delantera y lo abrazó cubriéndolo de besos, pero luego lo paró, diciéndole cariñosamente que no, que no, que no. Y el bendito de Eloy se quedó mirándola mientras ella se vestía. Luego, ya calmados, Lucita le preguntó a Eloy: —¿Cómo te va en el trabajo y cuanto ganas? —Ahora solo me pagan 300 pesetas al mes. —Me parece muy poco para ti —le dijo Lucita. —Me han dicho que me lo subirán el próximo mes, y creo que lo van a cumplir. —¿Y tú te casarías ahora conmigo si te lo pido? —Desde que te conocí no pienso en otra cosa, pero no te rías de mí, que me enfado. Y Lucita le dio un beso en la boca, poniéndole un dedo en forma de precinto, para que no dijera más, ella se reía mucho, y Eloy ya no sabia si reír o llorar. Como al día siguiente tenían que trabajar, Eloy le dijo a Lucita que saldrían juntos y la acompañaría hasta el hotel, y se iría a su trabajo que quedaba cerca de allí, que él la despertaría. Luego, cada uno se fue a su habitación. Al día siguiente, tal como habían previsto, se fueron a trabajar. Eloy acompañó a Lucita, y cuando la dejó en el 30

hotel, le deseó suerte, y le dijo que tuviera mucho cuidado, que al fin y al cabo era una novata. Lucita se presentó en la oficina de la jefe, tal y como habían quedado, y ésta le presentó a otra chica, que sería su compañera, y que le enseñaría lo que tendría que hacer. La compañera lo primero que le dijo fue que se llamaba Ofelia, que los primeros días trabajaría junto a ella y que había cosas que tenía que aprender. Le dio el uniforme con el que trabajaría y las dos tomaron el ascensor que las subió a planta 10, donde ambas tendrían su trabajo. Ofelia le dijo que la siguiera, y allí cerca entraron en una pequeña habitación donde sólo había ropa. Comenzó por decirle que esa planta la utilizaban especialmente para los árabes y que con ellos había que tener mucho cuidado, que les gustaban mucho las mujeres españolas y que como ella era joven y muy guapa, alguno podría hacerle algo que no le gustaría, y que la dirección del hotel daría más valor a lo que dijera el cliente que a lo que dijera ella. Lucita un poco turbada, seguía grabando en su memoria todo lo que Ofelia le decía, pero ya en el fondo de su pensamiento dudaba, creía que para cobrar un sueldo como el que le pagarían, quizás no valía la pena trabajar allí. Después de esos consejos, se fueron con un carrito de ropa para hacer las habitaciones. Ofelia sacó un papel en donde tenía apuntado las habitaciones que estaban vacías. Llegaron a la primera, y Ofelia tocó en la puerta. Como nadie contestó, con una llave la abrió, y allí mismo comenzó el primer trabajo de Lucita. Cuando llegó la hora de salir del trabajo, Lucita ya ella sola bajó a la oficina para cambiarse de ropa, allí estaba la jefe de personal, que le preguntó: —¿Qué tal te fue el trabajo, te ha gustado? 31

—Pues, si le he de ser sincera, ni bien ni mal, lo que no me gusta es el sueldo que tengo, que es muy pequeño, que no me va a dar para nada, y yo creo que con esta planta que tengo debo ganar mucho más. —Caramba, Lucita, ¿me estas pidiendo aumento de sueldo el primer día? —Pues claro que sí, fíjese en este tipo y en esta cara, ¿ha visto alguna vez algo mejor? Ha visto unos ojos como los míos? Y no digo más, pero tengo muchas cosas bellas que no se las quiero enseñar. —Muy bien, Lucita, mañana nos vemos, y si me demuestras que vales mucho más como dices, a lo mejor podemos llegar a un acuerdo. —Vale —dijo Lucita, y se fue. La jefe de personal se quedó perpleja con lo que había dicho Lucita, notaba en ella una cierta simpatía, o quizá algo más, pero estaba convencida de que llegaría muy lejos, se propuso ver cómo estaba de cultura y también seguir conversando con ella en la medida que pasaran los días. Al día siguiente, Lucita llegó puntual, entró en la oficina y preguntó: —¿Cuál es su gracia, señora directora? —¿A qué gracia te refieres, Lucita? —Sólo me refiero a su nombre, pues no la conozco. —Yo soy Doña Julia, para lo que quieras. —Yo sólo quería que me pagara algo más. Piénselo usted —le dijo Lucita, —y ya me lo dirá mañana o cuando usted quiera. Después de esta conversación, Lucita subió hasta la décima planta para hacer su trabajo, recogió la ropa y se puso a hacer camas. Pero no le salían bien, tenía poca 32

experiencia, tardaba algo más en hacerlas que su compañera. Lucita en el fondo sabía que aprendería. Cuando estaba a punto de terminar aquella habitación, entró un jeque árabe. Lucita le pidió perdón por no haber hecho la cama antes, más él con cierta elegancia, le dijo que no tenía importancia, y salió de la habitación esperando en el pasillo. Al poco tiempo Lucita terminó y salió de la habitación. El jeque inclinando un poco su cabeza, le dijo: muchas gracias, y perdóneme usted. Lucita se quedó encantada de la elegancia y respeto que tuvo con ella. Y en el fondo pensaba que si todos los árabes eran como ése, no le importaría hacerse musulmana. Una vez terminado su trabajo, Lucita bajó a la oficina de Julia, donde se quitó la bata para marcharse. Dijo adiós, pero ésta la paró diciéndole que por lo menos le diera un beso, cosa que Lucita hizo, dándole también un abrazo, y se dijeron hasta mañana. Antes de salir, Lucita le recordó con una sonrisa lo de la subida de su sueldo, a lo que respondió Julia moviendo su cabeza de un lado para otro, en señal de que no. Lucita haciendo el mismo recorrido que el día anterior, llegó a su pensión, la dueña le entregó una carta de su padre, la puso sobre su corazón, y entrando en su habitación, leyó lo que su padre había escrito: Cacabelos 20 de Agosto de 1954 Mi querida hija: Te escribo esta carta, pero quien la escribe no soy yo, porque ya casi no veo, quien la escribe es Rancaño, que se me ofreció para esto.

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Quiero recordarte que estoy muy solo, y que pienso mucho en ti, me gustaría poder verte antes de morir, sé que lo que te pido es mucho, pero sólo me queda este consuelo, si recibes esta carta, por favor, ven a verme, yo tengo unas pesetas aquí, así que si quieres yo te pagaré el billete del tren, poco más puedo hacer por ti Por favor Lucita no me dejes morir solo. Recibe muchos besos de tu padre. Lucita cuando leía la carta de su padre lloraba amargamente, y se dispuso a viajar en el tren, se lo diría a Eloy por si quería ir con ella, por la mañana también se lo diría a su jefa Julia, le entregaría la carta de su padre para que la leyera, y si no estaba de acuerdo, dejaría el trabajo, su padre era su padre, y hoteles había muchos. Poco después llegó Eloy, tocó en la puerta, y cuando Lucita la abrió, Eloy vio que estaba llorando. Lucita le dio la carta para que la leyera, cuando la hubo leído, Lucita le preguntó si quería ir con ella a Cacabelos, harían el viaje en tren, y cuando llegaran a Toral de los Vados, ya verían como llegar al pueblo. Eloy le dijo que no podía, porque estaba terminando un trabajo y que lo sentía mucho. Lucita lo disculpó. También se dio cuenta Eloy que ese día no tocaba ninguna broma. Al día siguiente, después de ir a comunicar su decisión a la jefa de personal del hotel, que se encogió de hombros, Lucita fue a la estación para coger el tren, sacó el billete y subió, entró en un departamento donde se sentó. Allí había dos viejecitas, y una de ellas, con una cara muy arrugada y con cierta curiosidad, preguntó a Lucita a dónde iba. Lucita le contestó que se bajaría del tren en Toral de los Vados, pero que luego tenía que ir a Cacabelos, que su 34

padre estaba muy mal, que tenía que andar ocho kilómetros que separaban a los dos pueblos. La viejecita se ofreció para que fuera con ellas en un carro de bueyes que les estaría esperando, y que ellas irían hasta Carracedo y que de allí a Cacabelos sólo había dos kilómetros, por lo que llegaría mucho antes, y que si estaba su hijo, el más pequeño, podía llevarla en el caballo si ella se atrevía, que tendría que ir agarrada a su hijo para no caerse. Lucita mirándole con su cara llorosa, aceptó lo que le proponía dándole las gracias. La viejecita que estaba sentada junto a la primera se parecía muchísimo a la que le había ofrecido su ayuda a Lucita, sólo que estaba más arrugada. El tren, que no iba despacio, de vez en cuando tocaba su pito porque había gente que estaba sobre la vía. Cuando frenaba las ruedas chirriaban sobre los carriles, y el tren echaba mucho humo por la chimenea. Todo aquello le parecía muy bonito a Lucita, lo peor era que cuando frenaba para parar, si no te agarrabas al asiento te podías caer para adelante y romperte la nariz o la boca. Las viejecitas sólo miraban a Lucita. Del otro lado había un joven que dijo llamarse Rufino. Se presentó, dijo que era de Monforte de Lemos, hijo de Maribel y de Agustín, que su padre era de Salamanca y su madre era gallega, aunque sus hijos habían nacido en Andalucía. Como Lucita no estaba para dar conversación, no dijo nada, pero se le notaba que le gustaba mucho, aunque nunca coincidían en sus miradas. El viaje transcurrió feliz aunque algo largo. Entre Lucita y el joven no hubo más. Lucita sólo pensaba ya en su padre. Una vez en Cacabelos, se fue directa a casa, subió las escaleras, y allí, metido en su vieja cama, estaba su padre. Los dos se abrazaron y lloraron como niños por la emoción de verse juntos otra vez. Lucita quería levantar a su padre para sacarlo a la calle a pasear, pero él decía que 35

no podía ponerse de pie, que le dolían todos los huesos, que no veía bien. Lucita insistió diciendo que eran sólo ocho escalones y era muy necesario que le diera el sol, que éste curaba los huesos, el alma, el cuerpo, la cabeza y el corazón. Como su padre se resistía, Lucita tiró de él y lo puso a sus espaldas, y agarrándose a la baranda, bajó escalón a escalón hasta llegar a la planta baja, donde sentó a su padre sobre una silla. Luego, tirando de la silla, lo sacó hasta la calle donde ya daba el sol. Al poco tiempo salió la Cogollita y saludó a Lucita, luego puso la mano en el hombro de su padre diciéndole que tenía la cabeza muy dura, porque había intentado muchas veces sacarlo a pasear, que ella recordaba cuando eran más jóvenes cómo la perseguía porque quería acostarse con ella, pero nunca aceptó porque los curas decían que era pecado. Luego la Cogollita les ofreció un cochecito con ruedas que había utilizado su madre, lo que facilitó el traslado. Cuando padre he hija se quedaron solos, se miraron a los ojos, y por las mejillas del viejo volvieron deslizarse unas lagrimas. Lucita, muy emocionada se las limpiaba con su pañuelo. Lucita lo dejó solo y entró en la casa, miró en la cocina, y no encontró más que una lata de galletas, que era lo que comía su padre cuando la Cogollíta se las subía a casa. Lucita mirando a su padre se quedó pensando. Sus ojos eran de color café tostado, y era muy moreno, lo que suponía que a ella no se parecía en nada, a lo mejor su madre había engañado a su padre, pero como si esto fuera un sueño, lo apartó de su memoria, le molestaba sólo pensarlo. Delante de ella tenía sentado a quien conoció cuando tuvo uso de razón. Ella se propuso no pensar más en eso, su madre había muerto cuando nació. Lucita con el carro de ruedas llevó a su padre a dar una vuelta por el pueblo, y de calle en calle lo recorrió 36

entero. Cuando pasaron par la plaza del General Franco, se quedaron un rato mirando el ayuntamiento, ella se sentó en un banco de madera, y allí juntos miraban las palomas que se acercaban, pero no tenía nada para darles de comer. A Lucita le quedaba poco dinero, y esto la preocupaba, se daba cuenta que no tendría a quien pedírselo en el pueblo, todo para ella era un desconsuelo. Su padre viejo y discapacitado, se decía a si misma de dónde lo iba a sacar, no supo responderse, sólo le vino a la cabeza que tenía algo que ella nunca había querido vender, esto la sobresaltó, no quería pensar en ello, ya que era lo único que le quedaba, y de hambre no se podían morir los dos. Con esa preocupación, Lucita seguía empujando el carro hacia la plaza de San Roque para entrar en la iglesia y ver al sacerdote, Don Antonio, al que ella recordaba y con el que se confesaba. Antes de llegar se encontraron con alguien que la conocía, era un amigo de Eloy, que muy dispuesto besó a Lucita en la cara, cosa que a ella le sorprendió y le dijo: —¿Quién es usted para darme un beso? —Yo soy amigo de Eloy, tu novio. —¿Y eso le da derecho para darme un beso? —¡Pues, supongo que no, pero perdóneme si la he ofendido, no era mi intención. Lucita y su padre siguieron hasta llegar a la iglesia, donde entró ella y dejó a su padre a la puerta porque había una escalera que subir y no podía. Cuando entró se acercó a la sacristía, y tocando en la puerta, Don Antonio la abrió. Cuando vio quien era, la tomó por su mano y la mandó pasar, le presentó a un nuevo cura que después de haber salido del seminario quería ser cura en Cacabelos. Era una persona muy guapa que vestía pantalón, chaqueta negra con alzacuellos. Don Antonio se lo presentó:

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—Mira, Lucita, este es el nuevo cura de la iglesia de Santa María, se llama Benjamín. Esta es Lucita, nacida en Cacabelos y vive en Madrid, como ves es toda una mujer guapa y una buena cristiana, aunque la veas rubia y con ojos azules no es una sueca, yo fui su confesor antes de irse para Madrid, es una persona encantadora, y cumple a rajatabla las leyes de Dios. Lucita, algo turbada, no dejaba de mirar al presentado, pero en su mirada se notaba una cierta picardía. Al fin se despidió de los dos y saliendo a la calle recogió a su padre y se fue con él para casa, ella quería escribir una carta a su amor, Eloy. Cacabelos a 10 de Septiembre de 1954 Querido Eloy: Te escribo esta carta para pedirte dinero, mi padre esta muy mal, y yo no tengo ni una peseta, Por favor, Eloy, envíame algo, que necesito comprar comida. Me gustaría que vinieras aquí, yo te extraño mucho y te necesito cerca de mí, cuando estoy contigo lo paso muy bien, y aunque no te deje salir con la tuya, no te preocupes que el día llegará. Me han presentado un sacerdote que viene de Párroco para la iglesia de Santa María, es muy simpático, viste de pantalón y chaqueta con alzacuellos. Pero no te pongas celoso, sabes muy bien que sólo te quiero a ti, y que noto tu falta de presencia, pues siempre te tengo en mi pensamiento, y sueño contigo todos los días, ahora me doy cuenta que no podría vivir sin ti. Contéstame pronto y recibe muchos besos. Lucita.

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Una vez escrita la carta, Lucita se fue a correos, y después de besarla la echó en el buzón. Lucita sabía el problema que tenía, a su padre no lo podría dejar solo, lo que representaba que no podría volver para Madrid, tendría que buscar trabajo en Cacabelos, ahora empezaba la vendimia y trabajo le sobraría. Cuando ésta se acabara ya no sería tan fácil. Le costaba decirle a Eloy que tendría que vivir en el pueblo mientras viviera su padre, pues por su mente no pasaba otra cosa, y si Eloy no estaba de acuerdo, ella no cedería. Cuando llegó la hora de dormir, Lucita se echó a su padre encima de las espaldas, y escalón a escalón lo subió a su cama y lo acostó, le besó en la frente, luego lo arropó y le dijo hasta mañana querido padre. Cuando Lucita bajó a la planta de abajo, recogió unos harapos de ropa, y debajo de la escalera extendió una manta en el suelo y se acostó a dormir después de rezar y ponerse en contacto con Dios. En pleno silencio, le dijo: “Señor, no sé si te acuerdas de mí, yo soy aquella que vivía en Madrid, aquella que siempre pensaba mucho en ti, aquella que nunca quiso entregar cosas que tú, mi Dios, tienes prohibidas, te ruego cuides de mi padre que está muy enfermo y cuida también de mí, yo nunca he pecado, y seguiré haciéndolo así, recuerda, Señor, que he de vivir ahora para cuidar a mi padre, y algún día poder tener hijos para ti, protégeme, a mí me persiguen muchos hombres, pero nunca me he entregado a ninguno y así seguiré hasta que tú quieras.” Y con estos pensamientos Lucita se quedó dormida. Al día siguiente, al amanecer, cantaron los gallos y las palomas de un vecino ronroneaban anunciando que había amanecido y era otro día. Lucita se levantó y se fue a ver a su padre, que ya estaba despierto, le dio un beso en la 39

frente y estuvo acariciándole, le dijo que había que levantarse, que ya había pasado la lechera y que había que desayunar, pero él, perezoso, no quería bajar de la cama, ella le quito toda la ropa de encima, tiró de él y lo acercó a la escalera, bajó un escalón, y como si fuera un fardo, se lo echó sobre su espalda y bajo lentamente, haciendo que se sentara en el carro, donde le daría el desayuno. La Garrocha de Carracedo le había dejado la leche en una tinaja, como tenía por costumbre. Lucita estaba, pues, dispuesta a vivir en Cacabelos mientras su padre viviera, si Eloy no aceptaba buscaría otro novio en el pueblo, sabía muy bien que no tendría problemas para encontrarlo. La verdad es que Lucita ya no recordaba lo bien que lo pasaba en Madrid, la vida de su padre y el amor hacía él, junto con los consejos de sus vecinos, le habían hecho cambiar hasta el extremo de que ya no pensaba volver. A veces recordaba que su padre había vivido solo tanto tiempo durmiendo en aquella cama, tapándose con aquellos harapos y sentía vergüenza de sí misma, pues le remordía la conciencia al recordar aquellos días felices, los paseos por las calles de Madrid, la actitud con Ludivina, el jefe de personal del Banco, Julia del Hotel Ritz. También el viaje con su padre cuando se fue en un carro de caballos a Toral de los Vados, el tren que se puso en marcha, su padre corriendo por la vía mientras ella se alejaba y con su mano diciéndole adiós. La rutina de la vida de Lucita era la misma de todos los días y esto le aburría mucho, pensaba que tendría que buscar trabajo, aunque sólo fuera medio día, necesitaba dinero y no sentirse agobiada, se propuso contárselo a su padre.

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—Mira, papá, necesito trabajar porque no tenemos dinero. —Bueno, hija mía, yo no te puedo ayudar. —Ya lo sé, papá, pero no te preocupes. —¿Y en qué quieres trabajar? —preguntó el padre. —Trabajaré en lo que pueda, papá. —Bueno, hija mía, haz lo que quieras, eres mujer, ten mucho cuidado con los hombres. —¿Pero cómo puedes pensar que yo no sé lo que son los hombres a mis 27 años? —Perdóname, hija mía, es que yo no lo sabia. —Quiero que sepas, papá, que tu hija nunca ha estado con un hombre y así seguirá hasta que se case, y eso porque los conozco muy bien. —Bueno, perdóname, yo es que soy muy viejo y muy torpe. —¿Quieres quedarte solo mañana por la tarde? Quiero salir a ver si necesitan vendimiadoras —preguntó Lucita a su padre. —No te preocupes por eso, ya he pasado muchos días solo y estoy acostumbrado. Así, Lucita, por la tarde se fue a buscar trabajo a la Plaza del General Franco, donde contrataban a los vendimiadores. Nada más llegar había muchas personas esperando a ser contratadas, era gente de los pueblos de la montaña, pero cuando Lucita se juntó a ellos, todos los vinateros querían contratarla. Lucita, que no era tonta, pedía mucho más dinero del que le ofrecían. Finalmente Lucita quedó de acuerdo con la familia de los Morales, que ella sabía que eran buenas personas, tenían dos hijos y dos hijas, todos solteros, gente de mucha clase. Cuando Lucita regresó para su casa, su padre la esperaba impaciente, ella le abrazó y le dio un beso diciéndole que tenía trabajo con la familia de los Morales, 41

pero que trabajaría sólo por las mañanas, puesto que ellos no vendimiaban por las tardes. Le preguntó a su padre si estaba de acuerdo, y su padre moviendo su cabeza de arriba hacia abajo le dijo que sí, que sí ella estaba contenta, él también lo estaría. Ese mismo día recibió un giro que le había hecho Eloy, junto con una carta que al momento leyó: Madrid 20 de Septiembre de 1954 Mí querida Lucita: He recibido tu carta, que me llena de alegría, yo te extraño mucho y me gustaría que al recibo de la presente te encuentres muy bien. Tal y como me pedías te mando un giro de 500 pesetas, yo no puedo ir a verte porque tengo mucho trabajo y los dueños de la empresa no me dan permiso. Quiero que sepas que sueño mucho contigo, y cuando me despierto y veo que sólo es un sueño, me quedo muy triste, tú sabes bien lo mucho que te quiero. El lunes me encontré con Julia, la del Hotel Ritz, y me preguntó por ti, dice que te está esperando, que le gustan tus cosas, y le hacen mucha gracia. Bueno, contéstame pronto. Te quiero mucho. Eloy Lucita, ya preparada para trabajar al día siguiente, le dijo a su padre que cuando ella viniera lo llevaría a pasear, y que no intentara bajar él solo porque podía caerse. A la hora fijada, Lucita estaba en casa de Morales tal y como había quedado. Cuando llegó había más gente, el Morales padre le presentó a uno de sus hijos, un joven de 25 años llamado Juan que sería el que los llevaría hasta los 42

viñedos. Juan ordenó que todos cogieran tres cestas cada uno, cuando Lucita intentó coger las suyas, Juan le dijo que no, que los otros las llevaran, y que no hacía falta que ella lo hiciera, y mirando para todos les dijo que Lucita sería la cachican. Y de esta forma, con Juan y Lucita al frente, se fueron a Campo de San Bartolo. Por el camino, subiendo la cuesta, perecían peregrinos. Una vez en los viñedos, Juan los organizó y le dijo a Lucita que tenía que observar que no echaran hojas con los racimos, que se encargara de que todos trabajaran, y no se formaran corros para hablar, que él vendría más tarde con el carro para cargar las uvas. Lucita una vez sola frente a un grupo de personas a su cargo, se encontró algo extraña, en su interior pensó que era la persona más conocida para esa familia, el resto de la gente eran todos de las montañas cercanas y de unos pequeños pueblos de Galicia, que tenían por costumbre venir en esas fechas a trabajar a Cacabelos, donde había trabajo y comida para unos dos meses. El primer problema que se le presentó a Lucita en su trabajo fue que se habían llenado todas las cestas de uvas y no llegaba el carro, por lo que tuvieron que parar. Lucita cruzó el campo de San Bartolo para ver si venía por la cuesta, y se dio cuenta que estaba llegando, esperó un poco a que llegara, y cuando pasó frente a ella, Juan la invitó a que subiera. Lucita aceptó, iba de pié agarrada a un estadullo. Durante los quinientos metros que faltaban para llegar a la viña, Lucita parecía una diosa sobre su pedestal, miraba para Juan y se reía. Una vez llegados a los viñedos, todos los trabajadores cargándose las cestas al hombro llenaron el carro de uvas. Juan mirando a los lindos ojos de Lucita, le dijo que pronto volvería con el carro vacío, y se dijeron adiós. 43

Lucita permaneció mirando cómo el carro se alejaba, y cuando lo perdió de vista, recogiéndose un poco el pelo, fue hacía los trabajadores, que seguían cortando los racimos hasta llenar todas las cestas de nuevo. Todo esto era una rutina que a Lucita le distraía. Otra vez había llegado el carro. Mientras lo llenaban, Juan y Lucita se miraban y se sonreían, y en ese momento Juan le dijo si quería salir por la tarde a pasear por el pueblo, o por donde ella quisiera. Lucita dijo que no, que tenía que sacar a su padre a pasear, y que podría salir otro día que ella no le confirmó. Y con estas palabras, Juan se marchó con su carro lleno de uvas y su cabeza caliente, y mirando atrás vio que Lucita con una mano le saludaba diciéndole adiós. En el ultimo viaje de la mañana, cuando Juan llegó, Lucita le dijo que ahora sí bajaría con él en el carro sí quería, porque ella por la tarde tendría de nuevo que atender a su padre, que así llegaría antes y que al día siguiente se volverían a ver. Durante el camino ambos se miraban y se reían, se notaba que había atracción entre los dos. Cuando llegaron a la bodega para descargar el carro, Lucita con mirada picarona se despidió de Juan. Cuando Lucita llegó a su casa subió corriendo a ver a su padre, y lo encontró como siempre. Después de besarle y acariciar su cara, le quitó la ropa de encima, pero él no quería, hasta que Lucita se enfadó, lo acompañó a la escalera, se lo cargó a sus espaldas y lo bajó. Lo sentó en su carrito de ruedas y le dio la comida que había hecho el día anterior con unas verduras que le había dado la vecina, después comió Lucita. Sacó a su padre para tomar el sol en la acera de enfrente, donde al momento bajó la Cogollita, que ya estaba esperando que esto se produjera. Luego Lucita se cambió de ropa, se puso muy guapa, se pinto un 44

poco los labios, se puso unos pendientes y se maquilló los ojos. Y salió a la calle. Allí había dos personas más, desconocidas para ella, que querían conocerla porque les habían dicho que estaba en el pueblo y que era muy guapa. Lucita cogiendo una parte del vestido y separándolo con una mano, y con la otra enseñando su figura, les dijo con cara y una sonrisa luminosa, con toda la simpatía que era capaz de mostrar. —Esta soy yo… Aquellos dos jóvenes se quedaron como embelesados, y mirando el uno para el otro no sabían qué decir. Lucita mirando a los dos, les preguntó: —¿A qué se debe vuestro interés? —¡Pues, pues, pues, —decía uno mirando hacía el otro. —Chicos, yo he nacido en este pueblo y como veis tengo mucho que ver, ¿o no estáis de acuerdo con eso? —Bueno, tienes que perdonarnos, es que en este pueblo no hay mujeres tan guapas como tú. —Pues sí, pero ese tuteo no me gusta, yo no os he dado esa confianza. —Pues no se preocupe que así lo haremos, como usted mande. —Bien, pues si es así, contar conmigo. Y cepillaros los dientes que los tenéis muy sucios. —Bueno, no es para tanto. —¿Así que no es para tanto? Mira estos ojos, mira estos labios, mira este pelo, mira esta gracia, pero no mires más, que no quiero que os desmayéis. Y así, con desparpajo, Lucita se los quitó de en medio y se fueron andando con el rabo entre las piernas, cual perro asustado sin mirar para atrás y sin decir ni mu.

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Una vez terminado este simpático espectáculo, Lucita pensaba que eso que había hecho no estaba bien, que los mozos del pueblo también tendrían su corazón, y dirían por el pueblo que Lucita era una presumida. Podrían llegar a Juan Morales y a Lucita no le interesaba que le llegaran esos comentarios. Su padre también le dijo que había obrado muy mal, la Cogollita que estaba a su lado confirmó lo que había dicho su padre, y entonces Lucita, cual si fuera ignorante, se disculpó diciendo que estaba cansada de ver tantas miradas que la desnudaban todos los días, que ella había nacido como su madre la parió y no era culposa de ser tan guapa y tener tanta gracia. Y que estaba muy conforme con su belleza. Después de esto, Lucita se fue con su padre como se había comprometido, pero en vez de ir hacía la iglesia de San Roque, cambió el rumbo y se fue hacia la iglesia de la Quinta Angustia, pasó por el puente del río Cúa llegando a la iglesia, donde su padre le dijo que quería entrar. Cuando lo hicieron había muchos peregrinos que iban a Santiago de Compostela, acercó a su padre hasta la imagen de la virgen le la Quinta Angustia y su padre se puso rezar. Lucita, que no era beata, miraba los ojos de su padre de los que caían lágrimas, y se dio cuenta que estaba emocionado. Pocos minutos después lo sacó a la calle, donde acariciando su cara con su mano le preguntó: —Papá, ¿por qué llorabas delante de la Virgen? —Lloraba por tu madre. —Bueno, papá, eso fue hace muchos años, y ya deberías de contener esas lágrimas que te hacen tanto daño. —Pues, hija mía, no puedo olvidarla, y rezo con mi pensamiento todos los días por ella. —Papá, así no puedes seguir, debes hacerte fuerte.

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—Mira, Lucita, lo he intentado estos años y nunca lo he conseguido, así que debes aceptarme como soy. —Bueno, papá, no te enfades conmigo, tu sabes muy bien que te quiero mucho. —Hija mía, llévame para casa, que hoy hemos andado demasiado. Y Lucita haciendo caso a su padre, empujó el carro y lo llevó a casa. Allí ya estaba esperándoles su vecina la Cogollita. Luego Lucita le dijo a su padre que daría una vuelta por la plaza y que volvería pronto para darle la cena y acostarlo. Cuando Lucita llegó a la plaza, se sentó en un banco de madera, y sujetando su cabeza con sus dos manos, seguía pensando en su situación, repasaba su memoria. Suponía que la vida para ella no iba a ser fácil, sabía que tenía que aceptar lo que le tocaba vivir, y con su corazón medio roto, se levantó y se fue hacia su casa donde la esperaba su padre. Una vez más Lucita dio la cena a su padre y luego se lo cargó a su espalda para subirlo a la cama, lo acostó y lo tapó, le dio un beso en la frente y lo despidió diciéndole que al día siguiente iría a trabajar. Lucita bajó y en su camastrón se acostó. No podía dormir, su mente trabajaba como una máquina, separaba unas cosas de las otras, y así, incapaz de dormir, pensaba que al día siguiente tenía que ir a trabajar. Un poco más tarde que otros días, Lucita se levantó, subió a ver a su padre que ya estaba despierto, y después de besarlo, se lo echó a sus espaldas y lo bajó para sentarlo en el carrito y darle el desayuno. Luego se fue a trabajar, donde ya la esperaba Juan Morales. Montaron en el carro y se fueron los dos. Una vez en el carro, Juan dijo que hoy tocaba vendimiar una viña que tenían en Robledo. Lucita agarrada a Juan seguía mirando a los ojos de éste, y ya con 47

otra cara, ella veía que le gustaba, y él mirando a Lucita, se emocionaba. Mientras tanto los bueyes tiraban hasta que el carro se metió en un riego de agua para regar las huertas, cuando los dos se dieron cuenta, el agua les llegaba hasta los pies. Se bajaron y el agua terminó llegándoles hasta la cintura. Lucita, ni corta ni perezosa, levantó su vestido por encima de la cintura y mojándose hasta allí justo, salió al camino, luego se quitó su braguita y se dejó caer el vestido, con lo que había resuelto su problema. Mirando a Juan todavía en el carro con miedo a mojarse los pantalones, ella se reía y lo invitaba mojarse todo lo que tenía por debajo, pero él no se atrevía, porque le daba mucha vergüenza que Lucita lo viera mojado como un pollo hasta la cintura, mientras tanto Lucita seguía riéndose de la situación, y con sus manos le decía: —Adelante, valiente, si quieres yo miro para otro lado y te echas al agua. Juan hizo lo que Lucita le pedía. Lucita se dio la vuelta y lo vio en pelotas, se reía como una niña traviesa, no tenía pudor. Aquello para Lucita sería un recuerdo para toda su vida que había compensado todo el día anterior. Al poco tiempo pasó otro carro que les ayudaron a sacar el suyo del riego, a partir de allí siguieron hasta la viña el camino que restaba para llegar, Lucita no podía contener su risa, de la que al final él también Juan se contagió, y ambos pasándose la mano por la espalda y mirándose a los ojos acercaron sus bocas y se besaron. Aquello podría cambiar la situación de los dos. inmediatamente llenaron el carro de uvas vaciando sus cestas para poder seguir cortando los racimos de aquellas brillantes uvas. Lucita de vez en cuando miraba para Juan y se reía, no podía contenerse, parecía un díablillo, pero cuando se dio cuenta que había olvidado su braguita en el camino, se paró, no sabía si decírselo a Juan 48

para que la recogiera o dejarla allí. Lucita no tenía reparos, no lo dudó más, y acercándose a Juan le dijo: —Mira, Juanito, quería pedirte un favor pequeñito. Pero antes de decírtelo me tienes que jurar que no te reirás de mí. —Bueno, Lucita, suéltalo ya que tengo que marcharme de prisa. —¿Tú me prometes que no te vas a reír de mí? —Pues claro, Lucita, yo no podré hacer eso. Sabes muy bien lo que siento por ti, y no me entretengas más. —Pues bien, mira en donde nos caímos en la presa de riego, allí estará mi braguita, la coges y la envuelves en un papel y me la traes cuando vuelvas. Juan cuando oyó eso se reía como un niño, pero Lucita lo paró. —¿No me has prometido que no te reirías de mí? —Bueno, Lucita, no debes enfadarte por eso. —Eso es mi intimidad y yo no te lo tenía que haber dicho. —Bien, no te preocupes más, yo te traeré esa cosita que tú dices, y no pasará nada. —Pues recuerda lo que me has prometido, y si lo haces bien, a lo mejor te doy una propina, y vete ya. Lucita cortando uvas se reía de vez en cuando del suceso al recordarlo, en el fondo sabía que Juan era un buen chico y que la podría hacer feliz, resolver a la vez todos sus problemas, recordaba que le había dicho su padre que eran una gran familia, de lo mejor que había en el pueblo, eran bondadosos, buenos religiosos, y Lucita, pensaba que si Juan era guapo, y encima de eso tenía dinero, tal vez podría interesarle. La vida para ella era dura, y los tiempos que le quedaban no prometían gran cosa.

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Cuando llenaron todas las cestas, no había llegado Juan con el carro, se quedaron parados, Lucita aprovechó para hablar con ellos y preguntarles de dónde eran y alguna cosa más. —¿Tú cómo te llamas y de dónde eres? —Me llamo Filomena y soy de Villar de Acero. —¿Y quién te hizo esa barriguita que se te nota? —Fue mi vecino El Garrocho, y como ahora no quiere casarse conmigo, tengo que ganar algún dinero, lo que venga tengo que cuidarlo. —Vamos a ver, ¿así que El Garrocho no quiere saber nada de ti, ni de lo que venga, aunque tenga su misma sangre? — Pues señorita Lucita, él dice que no es suyo, pero yo no lo he hecho más que con él, comprenda fue un momento de debilidad. —Filomena, cuando llegues a tu pueblo, te vas a su casa, lo coges por una mano y la pones sobre tu barriga y miras fijamente a sus ojos, pero con cierta cara de amor le dices que tienes ganas otra vez, y cuando venga a tu casa, guardas una navaja debajo de la almohada, y cuando él lo intente tú le dices que sí, y sacas la navaja y se la cortas, y la tiras por la ventana para que se la coman las ratas, y luego le preguntas: ¿te ha gustado esta vez? Pues anda, vete a la fragua de Carballo para que te pongan otra de acero reforzado inoxidable, y ya vas arreglado para una temporada. Y en aquel momento llegó Juan con su carro, y sacando la mano del bolsillo le entregó lo que Lucita le había pedido, y ella poniendo su mano delante de su boca le mandó un beso soplado al que él correspondiendo a la gracia que ella hizo, lo cogió en el aire y lo llevó a su boca. Juan cuando bajó recibió como premio el beso que ella le dio en la cara. Para todos los presentes quedó muy claro que los dos se querían, y todos les aplaudían. Al final de la 50

mañana todos regresaron a Cacabelos porque se había acabado el trabajo por ese día, y al siguiente día irían a la viña del Castro, donde tendrían trabajo para dos días. Lucita se subió al carro, y agarrándose a Juan hicieron el viaje de vuelta, los demás venían a pie detrás, y cuando llegaron al lugar del accidente, los dos se miraban y se reían, luego por el camino Juan le dijo a Lucita que si quería le presentaba a sus padres, para que se conocieran, y ella aceptó su proposición. Ya en casa, subieron las escaleras, pasaron a una sala y al momento llegaron los padres: —Papá, ésta es Lucita y trabaja con nosotros. El padre le dio la mano he inclinando un poco la cabeza le dijo que estaba encantado de conocerla, la madre le dio un beso en la cara y la miraba sonriente, luego se pasaron para otra sala donde todos se sentaron alrededor de una mesa y juntos comenzaron una larga conversación. —Lucita, mi Juanito ya me ha hablado de ti y me alegro mucho de verte, me dijo que estabas en Madrid y que habías venido a ver a tu padre, y que ahora quieres quedarte en el pueblo. —Pues sí, —dijo Lucita, —mi padre estaba muy solo y he venido a verlo, y ahora no quiero dejarlo, pues es muy mayor y no se vale por el mismo, así que me quedaré aquí. —Haces muy bien, hija mía, los padres siempre somos los padres. ¿Y qué hacías en Madrid? —Trabajaba en el hotel Ritz. —Caramba, ese es un buen hotel, ¿verdad? —Sí, es el mejor de España, y allí paraba mucha gente importante. —¿Y cuánto te pagaban? —preguntó la madre de Juan.

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—Me pagaban 200 pesetas, y ya iban a pagarme más cuando me vine. —Bueno, no es mucho, pero ya se sabe que las empresas son así. —¿Cuál es su nombre? —preguntó Lucita. —Ay, mi cabeza, se me ha olvidado decírtelo, perdóname hija mía, me llamo Mariana. —Pues tiene un nombre muy bonito, —dijo Lucita. —No, no lo creas. ¿Tienes o has tenido algún novio antes? —preguntó Mariana. —No, sólo he tenido un amigo y una amiga. —¿Y sólo era amistad o era algo más? —preguntó Mariana. —No, —dijo Lucita, —sólo era una amistad sincera y nada más, de momento yo no tengo ganas de compromisos serios con nadie. Lucita ya estaba algo cansada con las preguntas de Mariana, aunque le demostraba que tenía interés por su vida, y si esto era así, algo tendría que ver con Juan. En cualquier caso, Lucita no tenía nada que ocultar, y si Mariana estaba interesada en su vida, ella contaría todo lo que había vivido, en definitiva, lo que le interesaba era el trabajo, estabilizar un poco su vida, no andar el día a día y calle a calle detrás de un puesto de trabajo mal pagado. Cuando Mariana dio por finalizadas sus preguntas, tomó por la mano a Lucita y sacándola al pasillo de su casa le puso la mano sobre un hombro, acercando su cabeza le dio un beso en la frente que demostraba la complicidad surgida en ellas. Las dos se miraban y a Mariana con su cara se le notaba que algo quería de Lucita, y que precisamente era lo mismo que Lucita quería de Mariana, una buena amistad, y que Lucita cumpliera debidamente con su hijo Juanito, casándose con él.

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Cuando ambas entraron en el salón, donde padre he hijo habían esperado, se pusieron de pie, y él padre, que también se llamaba Juan, acercándose a Lucita, poniéndole la mano sobre su hombro le dijo: —¿Puedo darte un beso de bienvenida a esta casa? —Lucita, muy colorada, se acercó a él y recibió un beso en la frente. Luego Lucita les dijo que tenía que ir con su padre, que le perdonaran, pero tenía que irse. Los tres bajaron con ella hasta la calle, y graciosamente la despidieron levantando sus manos. Por el camino Lucita no sabía en qué pensar, se habían portado muy bien con ella, pero no le gustaba tanta atención, en el fondo pensó que Juan se dejaba manejar por sus padres, y esto a ella no le parecía bien, quería para su hombre más independencia, más libertad, más poder de decisión. Cuando llegó a su casa, su padre estaba sentado en su carrito, ella acarició su cabeza y le preguntó: —¿Papá, de qué color tenía mi madre los ojos y el pelo. —Hija mía, si pudiera encontrar mi cabeza quizás recordaría algo más, yo creo que era morena como yo. —Bueno, da lo mismo, es que ahora me acordé de ella, murió cuando yo nací, y quería saber si me parecía a ella, si tenía como yo el pelo rubio y los ojos azules. —Hija, es que yo no recuerdo nada de lo que tú me dices y no puedo decirte que sí ni que no. —No te preocupes más de eso, venga vamos a dar una vuelta por el pueblo como todos los días. Y sin más, Lucita empujando el carro fueron hasta la iglesia de la Quinta Angustia, que estaba llena de

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peregrinos, casi todos rubios, se dio cuenta que eran del norte de Europa, y acerándose a uno le preguntó: —¿De dónde vienen ustedes? Y en un perfecto castellano, uno de ellos respondió que eran de Holanda, que iban de peregrinos, que ya hacia 26 años que él había estado en otro viaje y que estuvo dos días en Cacabelos donde conoció a una linda mujer. Lucita le miró a los ojos con interés creciente, los ojos de aquel hombre eran azules como los suyos, y aunque el pelo comenzaba a blanquear, Lucita adivinó que en otro tiempo fue también rubio. Le pidió su dirección en Holanda, le dijo que quizá fuera a visitar su país, y que antes de ir le escribiría una carta. Aquel hombre sacó de su bolsillo una tarjeta de visita y se la dio. —Muchas gracias, señor, seguro que nos volveremos a ver. Y Santiago que fue un buen viajero le acompañe en su viaje, rece un poco por mí que lo necesito, y manténgame en su memoria, confiese todos sus pecados, que supongo los tendrá a docenas. —No, no, no exageres jovencita, si tú quieres yo no llego a Santiago y me quedo contigo. —¿Sabe que usted es muy gracioso? —le preguntó Lucita. —No, no es gracia, la gracia la pones tú con esos ojos azules, esos labios pintados y esa gracia de mujer. Bendita seas para siempre, y que Dios te acompañe a donde quiera que vayas. Después de esta conversación, Lucita empujando el carrito se fue para casa, donde le dio la cena a su padre, y como todos los días lo subió a su cama donde lo acostó y le dio un beso. Luego bajó y se acostó a dormir, pero como otros días no le daba el sueño. Esta era la parte más dura, pues ella recapitulaba todo lo que había hecho durante el

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día. Se propuso que cuando cobrara el primer sueldo, compraría ropa para su padre y una cama para ella. Al día siguiente se levantó, se fue a casa de Juan Morales donde ya la esperaban para ir a vendimiar. Toda la cuadrilla se puso en marcha, cargaron las cestas en el carro como el día anterior. Lucita que iba delante, se agarraba a Juan, iban por la carretera de Madrid a la Coruña subiendo la cuesta hasta Pieros, detrás de ellos iba el resto de la cuadrilla. Una vez puestos a cortar racimos, Lucita y Juan se fueron los dos juntos con la misma cesta, luego se dieron cuenta que el resto de la cuadrilla llenaban antes de racimos las suyas. A Lucita esto no le gustaba, pero a Juan sí. Juan de vez en cuando le tocaba algo que a Lucita no le parecía bien. Una vez llenas las cestas, las mujeres a la espalda las llevaban al carro, que cuando se llenó, Juan se marchó con él, y así hasta cuatro veces por jornada. En el último viaje, Lucita regresó con Juan, seguidos a pie de la cuadrilla hasta llegar a la bodega. En esta ocasión allí esperaban los padres. Cuando Lucita se bajó, la madre de Juan se acercó a ella y le preguntó: —¿Qué tal lo has pasado, hija mía? —Yo cuando trabajo siempre lo paso bien, y más ahora que su hijo está cerca de mí y él me ayuda mucho. —¡Caramba, Lucita, que gran alegría me das! —Pues, creo que Juan no me quiere a mi, lo noto como algo parado. yo creo que algunas veces no se atreve a meterse conmigo —le dijo Lucita. —¿Y dices que mi Juanito no te ha pedido nada? —Pues no, aunque tampoco lo pretendí ni lo haré — dijo Lucita, —Tenga en cuenta, señora, que yo soy una mujer de principios.

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—Hay, Lucita, ¿por qué no cedes un poquito de tu parte y tienes algo de paciencia? —Pues no lo sé, pero me aguantaré como lo hice desde que tenía menos años, es cosa de respetarme a mi misma. Otra cosa es que él no lo intente. Lucita se despidió de la familia y se fue para su casa, donde su padre la estaba esperando, para que lo sacara en el carrito a pasear, cosa que hicieron como todos los días. Esta vez, de vuelta a casa, Lucita compró papel, sobre, pluma y tinta para escribir una carta. Subió a su padre a la cama, y ella bajó para la planta baja, donde escribió lo siguiente:

Señor Fran Van Gaal Estuar. Bolendan. Holanda Estimado Señor: Yo soy aquella que tuve la suerte de conocerle cuando vino a Santiago de peregrinación, recuerde, soy la rubia y con ojos azules, recuerdo que me dijo que había pasado unos días con una linda mujer hace muchos años, en mi pueblo, y que quería quedarse conmigo sin decirme por qué. Pues bien, aquella linda mujer creo que era mi madre. Ya hace tiempo que se murió, pero yo soy su hija. Recuerde, ojos azules y rubia, justito lo mismo que usted. Pienso si no será usted mi padre. Yo le pido, por favor, si quiere hacerse una prueba del A. D. N. Recuerde, yo no quiero que usted se preocupe. Yo aquí tengo a mi padre al que quiero mucho, a mí me gustaría saber si mis sospechas son fundadas, y si está de acuerdo conmigo, le ruego me lo diga. Quiero hacerme la prueba, simplemente por saber de dónde viene mi sangre. 56

Mis sospechas vienen dadas porque mi padre y mi madre son morenos, y toda mi familia anterior también lo eran. Si tuviera usted la suerte de ser mi padre, seria un hombre rico por tener una hija como yo. No me diga que soy exagerada,¿ verdad que no?. Bueno señor rubio y de ojos azules, si tuviera la suerte de ser mi papá, cuando viniera a verme le cubriría de besos esos ojos azules, y esa frente colorada. Pero insisto, no quiero que usted se enfade conmigo. Si no quiere hacerse la prueba, no pasa nada, yo me quedaré conforme, y muy contenta por tener al padre que tengo juntito a mi. Aunque también me gustaría tener algún hermanito que se pareciera a mí. Bueno, señor Van Gaal, que Dios le bendiga. Reciba un abrazo de Lucita ojos azules y cabello rubio, no lo olvide, yo estoy segura de que usted es un hombre cabal. Contésteme pronto, por favor. Cacabelos, Leon, España, a 25 de septiembre de1954. Cuando Lucita terminó su carta, la metió en el sobre, le pego el sello, la cerró y se fue a correos, y como siempre hacía, dándole un beso al sobre, la echó en el buzón. Luego Lucita volvió a casa y se acostó. Se durmió pronto. Al día siguiente ya no había trabajo, la vendimia se había terminado y tenía que ir a casa de Juan a cobrar el jornal. Lo primero que haría sería comprarse una cama para dormir mejor y alguna ropa para el padre.

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Cuando despertó, subió a ver a su padre, y dándole un beso le acarició. Luego cargándolo a sus hombros lo bajó, le dio el desayuno y lo sacó a la acera. Allí lo dejó mientras fue a casa de Juan a cobrar. Llamó a la puerta y bajó el padre. Cuando abrió y vio a Lucita, quedó encantado con su presencia, le dio su brazo para subir la escalera y la llevó a una sala. Allí, después de una pequeña conversación, le pagó lo que le debía, luego la invito a tomar algo y Lucita le pidió agua, que inmediatamente él le sirvió. Se sentaron uno frente a la otra y comenzó una larga conversación. Juan El Viejo le preguntó: —¿Qué te parece nuestro hijo, te gusta o no? —Pues vera usted, yo he pasado unos días con él, me parece un buen chico y muy respetuoso, se le nota mucha educación, y de lo demás no sé nada, usted sabe que todos los días me subía a su carro, pero, claro, yo nunca le he hecho nada que no fuera del trabajo, aunque si he de serle sincera a mí me gusta como hombre, y si usted me preguntara si me querría casar con él, yo no sabría qué decirle, usted sabe muy bien que estas cosas son muy serias, y no se puede acercar el alcohol al fuego porque una puede quemarse. Pero le agradezco mucho su interés. — ¿Usted se casaría con mi hijo para siempre? —Señor Morales, casarse es un paso muy importante. Si las cosas salen bien, pues será para siempre, pero si salen mal, sería lo peor que hiciese una persona como yo. Recuerde que en mi familia somos pobres, pero tenemos el orgullo que nadie nos puede quitar. —Bueno, Lucita, yo soy un hombre mayor y sé bien todas esas cosas que me dices. En ese momento entró en la sala su mujer, y al ver que se callaban, les preguntó: —¿De qué estabais hablando para haberos quedado callados cuando yo entré?

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—Estábamos hablando de tu hijo y nada más. La señorita Lucita me decía la opinión que tenía de él. —¿Y cuál era la opinión de Lucita, si es que puedo saberla? —Pues sí, ella dice que le parece un buen chico, y nada más, hace sólo cuatro días que se conocen. Como la señora no sacaba nada de su marido, se dirigió a Lucita, y tomándole su mano se la puso entre las suyas y le preguntó: —¿Tú estarías de acuerdo en casarte con mi Juanito? Lucita un poco turbada le dijo que no lo conocía lo suficiente, y que ella no se casaría nunca con alguien al que no conociera, que el matrimonio no era un pañuelo que se cambiaba todos los días, y que ella era joven y no quería casarse con nadie, ni con Juanito ni Juanón ni Jaimito, que estaba muy bien soltera, que eso no era la norma, que esas cosas las tienen que decir los que se casan. Aquella señora se había topado con Lucita, que ya estaba cansada de ella desde el día anterior, cuando la tuvo que aguantar durante una hora de interrogatorio. Viendo que allí no tenía nada que hacer, se fue. Lucita, con su dinero, se despidió de Juan el Viejo dándole un abrazo y un suave beso en la frente y mirando con una leve sonrisa a los ojos del anciano, él la tomó por la mano, y apretándola entre las suyas, se las besó diciéndole, que volviera por su casa cuando quisiera, que si necesitaba algo que él tuviera, no tenía más que decírselo, y que diera muchos saludos a su padre. Lucita camino de su casa se encontró con el nuevo Cura, Don Benjamín, de la iglesia de la plaza, se saludaron cariñosamente dándose la mano y él le dijo que no la había visto en su iglesia. Lucita le dijo que tenía que trabajar mucho y no tenía tiempo, que a lo mejor iría el domingo si su padre estaba bien. 59

Los días pasaban penosamente para Lucita, no se resignaba con esta situación, su padre cada vez más discapacitado, y ella sin trabajo, llegó al extremo de no poder dormir. Al día siguiente, fue a la iglesia con la intención de ver a Don Benjamin. Una vez allí, lo saludó y le dijo que quería pedirle un consejo. El le preguntó si en el confesionario, y Lucita le dijo que donde él quisiera, que él decidiera. Ella por primera vez en su vida, se acercó a un confesionario: —Dime, hija. de que pecados te acusas. —No, yo no tengo pecados, lo que quiero de usted es un consejo. —¿Caramba, Lucita, es que no has pecado nunca? —Pues no, yo puedo asegurarle que no, no conozco lo que es un hombre, usted me entiende, y si alguna vez he besado a uno, fue en la cara y sin avaricia, simplemente por amistad. —Bueno, Lucita, dime lo que te trae aquí. —¿Por qué no sale del confesionario y me explicaré mucho mejor? Vamos a la sacristía. Una vez allí el cura le ofreció una silla y los dos frente a frente, en una mesa se sentaron. Lucita le contó todo lo que le pasaba con su padre, las vueltas que le daba a la cabeza, la voluntad de no ser poseída hasta después de casarse con un hombre que ella eligiera. En broma le dijo que si él no fuera cura no tendría problemas para casarse con él. Al cura le dio la risa. La cosa se calentaba, y el cura estaba un poco ido después de escuchar a Lucita. Dejó que él hablara, tardó algo en abrir la boca y dijo, como no queriendo haber oído lo que había oído, que quería ver a su padre para conocerlo

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y reconfortarle, que eso lo hacía con todos los ancianos que conocía. Y de allí salieron los dos cruzando la plaza del pueblo. Llegaron a la casa de Lucita, donde su padre como siempre estaba en el limbo. El cura le miró y le tocó suavemente en la frente. Pajarita le miró con sus viejos ojos y pestañas blancas, ya casi a medio abrir y le preguntó a Lucita, —¿Quién es este señor? —Papá, es el nuevo sacerdote del pueblo, que es conocido mío y quería verte para saludarte y quiere ser tu amigo. Luego Lucita le enseñó su casa y donde dormían. Lucita y Benjamín salieron a la calle, y allí estaba La Cogollita. Lucita se la presentó al cura, quien haciéndole una pequeña caricia en la frente, le preguntó: —¿Cuántos años tiene, señora? —Yo recuerdo que mis padres me decían que había nacido en la Primera República, así que calcule usted. Benjamin y Lucita se fueron a la iglesia, y una vez en ella se fueron a la sacristía, él le dijo que se sentara, que quería seguir conversando con ella. Se sentaron en la misma mesa que antes, él le habló de su padre y como lo veía. En un momento el cura tomó una mano de Lucita, y mirándole a sus ojos le dijo: —Lucita, tú me derrites con esos ojos, esa boca, esa cara, ese encanto, esa gracia que tienes. ¡Bendito sea el Señor! Lucita un poco sorprendida y mirándole a los ojos, temió algo malo, se puso de pie y soltando su mano, pretendió marcharse, pero él le convenció que no temiera nada malo de él, que le haría una proposición. Lucita, ya 61

más calmada, se sentó otra vez en la misma silla, y Benjamín le dijo: —Lucita, estoy locamente enamorado de ti, y si tú quieres casarte conmigo, yo estoy dispuesto a dejar mis hábitos y seguirte hasta la muerte. —¿Y qué harás hasta que puedas casarte? ¿Tendrás paciencia y me respetarás hasta que nos casemos? También quiero ser sincera, y he de decirte que me gustas como hombre. Pero eso no lo es todo, hay muchos hombres a los que les gusto y me gustan, y en Madrid tengo un buen amigo que nació en este pueblo, y lleva peleándose por que sea suya. —Será como tú decidas, Lucita. —Bueno, Benjamin, me voy a mi casa, donde ya sabes quién me espera. Y gracias por tú interés por mí, tengo que pensar. —Por favor, Lucita no te vayas, quiero seguir viendo tus ojos. —Bueno, —dijo Lucita —ya nos veremos mañana u otro día. Y sin más salió de la sacristía. En la iglesia había algunas mujeres mayores, que descaradamente la miraron, y alguna se persignó. Cuando Lucita llegó a su casa, lo primero que hizo fue mirarse al espejo, se dio cuenta que estaba muy colorada. Y aquella mujer dulce, simpática, lista, enamorada de la vida, se encontró con su primer problema que no era capaz de resolver. Estando con sus pensamientos a tope, llamaron a la puerta y ella salió. Le entregaron un telegrama que ella al momento abrió. Era de Fran Van Gal Stuart, en él le decía que quería venir a verla para solucionar la duda que tenían 62

sobre la paternidad, que llegaría en una semana, y que prefería que el A.D.N. de los dos se hiciera en el mismo laboratorio, y que no se preocupara, que si era su padre, cumpliría y que sería muy afortunado teniendo una hija como ella. Lucita, una vez terminado de leer, se puso el telegrama sobre su pecho. Luego por la tarde, como era su costumbre, sacó a su padre a pasear, pero esta vez se fueron a San Roque por la calle Cuatropea, y a la vuelta por el camino de Santiago volvieron a pasar por delante de la casa de Juan Morales. Una vez llegados a la plaza del mercado, se encontraron con Don Benjamin, que se acercó a ellos, y les saludó con el pretexto de pasar por allí, si bien se notaba que para quien miraba era para Lucita, y recordaba el día anterior lo que le había dicho en la sacristía, que ya lo sabía todo el pueblo o lo suponía por haberlo contado las beatas chismosas, que estaban en la iglesia. Lucita miraba para él de vez en cuando, siempre se encontró con su mirada un poco autoritaria, que no se parecía en nada a la del día anterior. Luego le dijo a Lucita que estaría en la sacristía, pero ella moviendo la cabeza de un lado para otro, le dijo que no, que no, que eso no se volvería a repetir, que ella no tendría inconveniente en verse con él, pero sería siempre vestido con un traje como cualquier hombre libre, que quería separar la Iglesia de su destino. Una vez llegada a su casa Lucita, tenía una carta, el remite era de Eloy y le decía: Madrid, 29 Septiembre 1954. Querida Lucita. Te escribo esta carta porque quiero saber algo de ti, yo te echo mucho de menos, sigo con el mismo trabajo y en 63

la misma pensión, me subieron el sueldo en la empresa y Ludivína se fue con una chica muy joven para otra pensión. Me gustaría ir unos días al pueblo para estar junto a ti, si tú lo ves bien, contéstame pronto, ardo en deseos de verte. Recibe muchos besos de este que te quiere mucho. Eloy de Ambas Aguas. Una vez leída la carta, Lucita se quedó pensando y recordaba que Fran, el holandés errante, había quedado en venir a Cacabelos para hacer la prueba del A.D.N., y por esto no podía darle la conformidad a Eloy. Lucita, a pesar de tener ganas de ver a Eloy, le escribió la siguiente carta: Cacabelos 5 de octubre de 1954 Querido Eloy. Recibí tu carta, y tengo que decirte que esos días no podré atenderte, tengo que resolver un problema con un amigo holandés. Ruego que no te enfades conmigo, ya te contaré de qué va la cosa, pero si puedes venir la próxima semana, lo podríamos pasar bien. Y no temas nunca sobre lo que yo te digo, sabes que yo se guardar mis cosas. Da recuerdos a la dueña de la pensión, dile que me acuerdo mucho de ella. Recibe un fuerte abrazo.

El padre de Lucita sentado en el carrito por su hija ya le pedía que se fueran, y ésta como todos los días empujaba a su padre en dirección a Carracedo, por donde

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no habían estado antes. Cuando llegaron al campo, una mujer que Lucita conocía les saludó y preguntó: —¿Tú eres Lucita, la amiga de mi hermana Rosa? —¡Ay! ¿Tú eres Antolina, la hija de Faustino? —Pues sí, soy yo misma. Hace mucho tiempo que no nos vemos. Qué cambiada estás, Lucita. —¿Y cómo están todas tus hermanas y hermanos? —Gracias a Dios todos estamos muy bien. —¡Ay! ¿Y cuántos años tiene tu padre? —preguntó Antolina de nuevo. —Míralo, aquí está, algo viejito y siempre muy quejoso, está acostumbrado a los mimos que yo le doy cuando estoy con él, lo peor es que yo me fui para Madrid y él estuvo solito y no lo pasó muy bien, sólo estaba con la Cogollita y lo pasó regular. —Bueno Lucita, iros con Dios y me alegro muchísimo de veros, a ver si nos vemos más, yo siempre estoy por aquí, aunque algunas veces nos vamos a Sevilla a ver a mis nietos, que son los tres muy guapos y buenos mozos. —Pues, a mí me gustaría conocerlos. —dijo Lucita. Antolina no dijo más que adiós. Luego Lucita empujando el carrito se marchó hacía el monasterio de Carracedo, adonde no pudieron llegar porque la tarde se nubló y amenazaba lluvia, tanto era así que pronto diluvió y tuvieron que refugiarse en una venta y esperar a que cesara. Cuando al fin llegaron a casa, ya era la hora de darle la cena a su padre y luego acostarlo. Después Lucita, quiso salir ella sola a dar un paseo antes de acostarse, no había salido ninguna noche y quería conocer el ambiente de los jóvenes de su pueblo. No tardo mucho Lucita en encontrar hombres de su edad con los que conversar, se sentaron en una terraza de 65

un bar, y allí conoció a algunas personas que no había visto antes, gente simpática, guapa y educada. Al poco de estar allí, pasó Juanito Morales con un hombre mayor que él, Lucita levantando su mano le dijo adiós. Las otras personas que estaban con ella la miraban como algo extraño y le preguntaron si lo conocía. Lucita dijo que sí, los otros seguían riéndose y le preguntaron si era su amigo, les dijo que sí, los jóvenes le dijeron que era cojo de una pata, pero como Lucita no se enteraba de nada, le aclararon que era maricón. Lucita les respondió que por eso no se puede reír nadie, y el que esté limpió de culpas que tire la primera piedra, como dijo el Señor. Todos los presentes se sorprendieron de la respuesta de Lucita, y pensando que como ella había estado en Madrid donde habría de todo, se callaron. Cuando Lucita se levantó para irse, un hombre mayor que ella se acercó para saludarla, se presentó como hijo del El Fusiles. Lucita correspondió al saludo, y él preguntó: —¿Qué tal está tu padre? —Mi padre esta regular, ya es algo mayor y no se puede esperar otra cosa. —¿Sabes que tienes unos ojos muy bonitos? —Pues sí señor, me miro al espejo y no soy tonta o le parece a usted que me los han prestado. —¿Son de tu padre o de tu madre? —preguntó el señor. —No, estos son ojos azules, y los de mis padres son oscuros y eso lo sabe usted bien. —Pues entonces la genética engaña, y eso no lo sabía, siempre leí otra cosa.

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—Pues, ya lo ve usted, el Señor es mi protector, y de usted ya me estoy cansando, perece que quiere fusilarme, váyase ya, que no le aguanto. Y ya un poco tarde, pero contenta, Lucita regresó a su casa pensando en lo que aquel vecino le había dicho. Su padre estaba ya dormido. Al día siguiente volvería la pura rutina, trataría de buscar trabajo pues ya no le quedaba dinero, y eso le preocupaba mucho, ya no le podía pedir más a Eloy. Cuando despertó fue a ver a su padre, al acariciar su cabeza como todos los días, se dio cuenta que su cuerpo estaba frío, le quitó la ropa de encima, y abrazándolo lloró presintiendo lo sucedido. Luego bajó a la calle y llamó a la Cogollita, que se fue a buscar al médico y al cura. Otras personas se dieron cuenta de lo que pasaba, y en un cuarto de hora llenaron su casa. Al poco tiempo sonaban las campanas de la iglesia anunciando que alguien en el pueblo había muerto. Como era costumbre, todo el pueblo se fue acercando, se quedaban en la calle esperando su turno para entrar y dar el pésame a Lucita, quien ya no tenía más lagrimas que llorar. La visita especial fue la de Don Benjamín, el cura, que entró directamente en la casa, y subiendo a la planta de arriba le dio el pésame a Lucita, le dijo que todos nacemos y morimos, que eso estaba escrito por él Señor y había que aceptarlo como era, que su padre ya no era un niño y que a todos nos llegará ese día, que teníamos que tener mucha fe, que eso es lo que decían las sagradas escrituras. Y poniendo la mano encima del hombro de Lucita, luego subiéndola a su cabeza la acarició y se fue.

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Lucita no dijo ni una palabra. Poco después llegó el médico que ya sólo certificó su muerte. Al poco tiempo llegó Luis Litan para que eligiera la caja con la que enterrarían a su padre, le enseñó unas fotografías, y ella con su dedo eligió una sin preguntar el preció. Lucita no podía pensar en ese momento que no tenía dinero para pagarla. La hora del entierro la fijó el cura para el día siguiente a las cinco de la tarde, lo que suponía algo más de 24 horas como marcaba la ley. La Cogollita que sabía muy bien cómo se hacían esas cosas, se fue al horno de pan de Saturno Rodriguez y compró unas hogazas, luego en la carnicería de Antonio Morete compró unos chorizos y así dispuso para que comieran los que se quedaran por la noche, entre quienes estaba Juan Morales con su esposa y su hijo Juanito, que se quedaron un par de horas. Lucita, ya algo más calmada, se acercó a Juan a su esposa, y éste, poniéndole la mano sobre su cabeza, le rozó con sus labios la cara, quien con este suave y discreto saludo le hizo recordar las atenciones que este matrimonio había tenido con ella. Y así, hora a hora, pasó el tiempo. Al día siguiente, como estaba previsto, la caja con los restos de Pajarita llegó a hombros de cuatro hombres a la iglesia de la plaza. El cura ofició unos responsos y el cortejo se puso en marcha. Detrás de un estandarte negro que portaba un hombre, se alinearon dos filas a derecha e izquierda, dejando en el centro espació para la caja. Luego iba Don Benjamín con un libro entre sus manos y un joven con una cruz de unos tres metros de alta y el resto del público, con Lucita en el centro. Llegaron al cementerio y, entrando en el mismo, se acercaron a una tumba 68

previamente abierta en la tierra. El enterrador, José El Vivo, dirigió a los porteadores del féretro para situarlos al lado de la tumba. Les pidió que lo bajaran sobre unas cuerdas. El cura rezó sus oficios y bendijo con agua bendita. Cuando El Vivo junto a otros hombres bajaron la caja al fondo de la fosa, Lucita transida de dolor echó su pañuelo y un poquito de tierra sobre la caja. Y allí terminó la imagen de aquel bondadoso hombre del que Lucita jamás se olvidaría. De regreso para su casa, Lucita, acompañada de Juan Morales su esposa e hijo, sólo miraba hacía el suelo. Alguien se puso delante, y cuando ella levantó su cabeza, se encontró con Eloy, que se había enterado del suceso y vino a ver a Lucita. Ambos se dieron un beso en la mejilla y siguieron todos el camino de vuelta. Cuando llegaron, Juan Morales y su esposa se despidieron diciendo que les gustaría verla por su casa. Lucita les dijo que iría por allí en otra ocasión. Cuando Lucita y Eloy se quedaron solos, se miraron a los ojos y no sabían qué decir, se quedaron como mudos, entraron en la casa y allí se abrazaron. Lucita seguía llorando y ni la presencia de Eloy la consolaba. Cuando hubo pasado muy poco tiempo, Eloy le preguntó a Lucita: —¿Cómo murió tu padre? —Eloy, mi padre murió cuando yo estaba dormida, por lo que estuvo sólo toda la noche, y eso me da mucho pesar. —Bueno, Lucita, todos nos tendremos que morir cuando nos llegue el tiempo marcado por el Señor. —Sí, pero él era mi padre, y padre no hay más que uno.

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—Cariño, recuerda que mi padre hace diez años que murió, tenemos que ser fuertes para aguantar estas cosas. —¿Dónde vas a dormir esta noche? —le preguntó Lucita. —Pues la verdad es que no lo sé, si quieres duermo en tu casa. —No, no, lo único que faltaba es que la gente del pueblo se enterara que hemos dormido juntos después de enterrar a mi padre. —No, Lucita, yo no te digo que quiera dormir contigo, sino en otra cama. —Sí, y tú crees que el pueblo se lo va a creer, y si lo crees es que eres un poco tonto, perdóname Eloy, yo lo veo así y esto no es la pensión de Madrid. —Mira, cariño, sabes muy bien que en la pensión yo he vivido cerca de ti y no paso nada. —Mira, Eloy, si quieres puedes dormir en casa de mi vecina la Cogollita, que tiene una cama vacía, y de eso no se hablará nada. —Haré lo que tu quieras, y no te enfades conmigo, no he venido a verte para dormir en tu casa, es que en este pueblo no hay ni una pensión, y debajo de un banco no puedo dormir. —No, esto está arreglado, tú duermes en casa de la Cogollita y no hablemos más, yo no quiero que mañana me critiquen en el pueblo. —Pues bien, vámonos para esa casa y no hay más que decir, mañana nos vemos a primera hora, que luego tengo que irme para Madrid. Al día siguiente Eloy se levantó y fue a casa de Lucita, la invitó a desayunar, y en el bar El Boío se sentaron, pidieron chocolate con churros. Mientras esperaban, se miraban y no sabían qué decir.

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Lucita decidió contarle a Eloy la visita que esperaba de Fran, el holandés. Le desgranó punto por punto todo lo de su posible paternidad, y le dijo que en cuanto a sus relación con él no había ninguna novedad, seguiría conservando para él lo que tenía, y si se producía algún cambio ella siempre se lo diría. También le dijo lo que le había pasado con el cura del pueblo en la sacristía. Eloy, que no era tonto, creyó llegado el momento de no separarse de Lucita, pero si se quedaba en Cacabelos perdería su trabajo, y eso no se lo podía permitir. Le había llegado el momento de las grandes decisiones, y estaba como en una balanza. Los dos se querían, pero la vida parecía que se ponía frente a ellos y les pedía más sacrificios poniendo a prueba su amor. Una vez más, al final Eloy decidió irse para Madrid, después que Lucita le prometió que estaría en contacto con él. Lucita huérfana de padre y madre, sin dinero, sola en su casucha, no podría estar mucho tiempo, tendría que decidir qué hacer con su vida, esperaría a que Fran llegara para hacer la prueba del A.D.N. y luego tomaría una decisión. Mientras los días pasaban, Lucita paseaba por su pueblo, algunas veces se sentaba en una terraza, donde siempre aparecía algún chico para hablar con ella, las miradas se cruzaban y siempre había alguna sonrisa que Lucita provocaba con sus ojos, sus labios y su gracia. Cuando alguno se pasaba, ella le decía que no, que no, que el respeto no se debe perder nunca, que todos tenemos nuestro corazoncito y nuestras cositas que tenemos que respetar, pues si no hay respeto, la vida ya no vale nada y luego hay que retroceder, que a falta de otras cosas tenemos que conformarnos con lo que Dios nos dio, que la amistad a veces acaba felizmente en el altar. Después de estas cosas que solía decir Lucita, terminaba diciendo que tenía que 71

irse para su casa, y que mañana si quería que se vieran tenía que venir a buscarla y que podían dar un paseo por el pueblo. Una vez en su casa, sentada, alguien tocó en la puerta, cuando la abrió se encontró con Fran, el holandés, y no pudo evitar darle un abrazo y un beso en la cara, luego se reía como una niña traviesa, el holandés miraba sus ojos y su sonrisa, luego se sentaron y comenzaron a hacer planes para el siguiente día. Fran le dijo a Lucita que irían a Ponferrada, que había hablado con la clínica y le habían dicho que sí, que no tendrían problemas para hacerse las pruebas. Lucita mirando a los ojos del que podría ser su padre le preguntó: — ¿Cómo me encuentras de guapa? No me digas que no soy guapa, que me desmayo y luego no quiero ser tu niña. —Mira, mi niña, yo no sé si serás mi hija, pero bendito sea tu padre y la madre que te parió. —¿Y por qué no te quedas unos días más, ya que has venido? —No te preocupes, siempre estaré contigo, y si tú quieres te vienes conmigo a Holanda, y allí verás otro país muy bonito, casi tanto como tus ojos. —No, tenemos que esperar los resultados, y luego veré lo que hago, estas cosas son muy importantes, y no quiero equivocarme. —Lucita, ¿por qué no me haces caso de una vez? —Pues, por que yo no estoy segura de que seas mi padre. Y porque no estoy segura de tus intenciones. —Está bien —dijo el holandés, —pero tienes que prometerme que si resultas ser mi hija, te vendrás conmigo a Holanda, aunque nada más sean quince días para conocer a tus hermanos. 72

—Ah, picarón, así que tienes más hijos en tu pueblo y no me lo habías dicho. —Pues sí, tengo dos hijos y una hija, también a mi mujer, y son de guapos como tú, los varones tienen los ojos azules como el mar, el cabello rubio como el trigo, igualitos que tú. También tengo una hija, pero esta es morena y se parece a tu madre. —Caramba, —dijo Lucita —¿No me digas que soy una niña afortunada y no sabía nada? —Pues sí, yo no he visto las pruebas del A.D.N. y sé que eres mi hija. —Bendito sea el Señor —dijo Lucita, —Qué afortunada soy, anda abrázame. Cuando llegaron a Ponferrada, Lucita tomó por el brazo al supuesto padre y se fueron a la clínica donde les harían la prueba. Por el camino se miraban y se reían los dos. Cuando llegaron los atendió una joven que los condujo a una habitación. Al momento salió otro joven y los pasó a una sala donde estaban otros dos doctores que les dijeron que se sentaran. —Vamos a ver, cuéntenme todo lo que recuerden de sus vidas antes de hacerles las pruebas. —¿Quiere usted que le diga todo desde el principió? —preguntó el holandés. —Pues sí, nos facilitará nuestro trabajo, tenemos que saber todo lo que pasó, compréndalo. Fue Fran quien comenzó. —Le diré. Yo hice un viaje a Santiago de Compostela, hace veintisiete años, y en el camino me quede a dormir en Cacabelos, luego salí a pasear y conocí a una linda mujer, de aquello, pensamos, nació una niña, y ya la ve usted, es una fotocopia mía.

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Mientras el holandés desgranaba la historia, Lucita con los labios prietos y los ojos muy abiertos le miraba y con el dedo apuntaba hacía quien decía ser su padre. Cuando éste terminó su relato, le tomó por la mano y lo besó en la mejilla con toda su gracia, su padre la apretaba contra su cuerpo y se reía. Aquella escena enterneció al Doctor. Luego pasaron a otra sala donde les tomaron muestras de sangre. Cuando terminaron les dijeron que tardarían unos dos días para entregarles el resultado. Después de salir de la clínica, los dos del brazo se fueron a la Plaza de La Encina, entraron a ver a la Virgen del mismo nombre, que era pequeñita y morena, que parecía contemplarles mientras los dos disfrutaban de lo lindo viendo la iglesia. Lucita le comentó a Fran al oído que la Virgen de la Quinta Angustia de Cacabelos era mucho más bonita y hacía más milagros, que a ella le había hecho uno muy grande cuando se lo pidió. Luego por la calle Fran le preguntó: —Cariño, ¿no has tenido algún novio con lo guapa que eres? —Tengo un buen amigo en Madrid, pero no te asustes, sólo es amigo y nada más. No hemos hecho nada. Alguna vez lo ha intentado, pero yo lo he parado, así que ya sabes todo de mí. Cuando mí otro padre se murió, él vino al entierro y luego quería que me fuera con él para Madrid. —Vamos a ver, Lucita. ¿me estas diciendo que no conoces para que nos puso Dios sobre la tierra? —Pues no, papá, yo no te mentiré, no lo haré nunca que esté consciente, no puedo decirte que lo haga alguna vez inconsciente, pero quiero que estés tranquilo, yo sé muy bien cómo he de portarme, no te olvides que tengo 27 años.

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—Perdóname, hija mía, que te haga estas preguntas, ya sé que son complicadas, pero como padre que soy, quiero saberlo todo de ti. —Papá, puedes preguntarme siempre lo que quieras, y yo te contestaré la verdad, sólo la verdad, confía en mí, nunca pierdo el dominio. —Bueno, hija, otra vez te pido perdón, los padres ya sabes cómo somos y siempre pasa lo mismo. —Dime papá. ¿cómo son estas cosas en tu querida Holanda, y sobre todo en tu casa? —Lucita, en mi casa de Holanda hay algo más de libertad, y claro, allí no es lo mismo que aquí. —Caramba, papáíto, yo creía que en Holanda ataban a los perros con longanizas y ahora resulta que me he equivocado. —Bueno mi niña, esto se acabó, vamos a cenar y luego a dormir al hotel. —Vale papá, perdóname, venga, vámonos. Una vez en el hotel, se cambiaron de ropa, y los dos juntos salieron a la calle, escogieron el restaurante, y se sentaron frente a frente. Llegó el camarero y le hicieron el pedido, los dos se miraban, se reían y jugaban a poner una mano sobre la mesa y el otro ponía la suya encima. Lucita alargaba la suya y acariciaba la de su padre muy suavemente y le miraba a los ojos sonriendo. Su padre no sabía qué hacer, se quedaba embobado viendo a su niña mirarle, de tal manera que no era capaz de demostrar toda la felicidad que sentía con su nueva hija. La rutina mientras esperaban los resultados fue lo único destacable esos días. Al día siguiente sabrían si eran padre e hija. Estaban nerviosos y se fueron a cenar fuera del hotel. 75

Transcurrido el tiempo de la cena, los dos regresaron al hotel. La habitación tenía otra contigua más pequeña y separada que eligió Lucita. Luego fue a la de su padre y le abrió la cama, le dio un beso en la frente y con sus dedos le dio un pequeño pellizco en la cara, después de acostado lo arropó y se fue para su habitación. Al día siguiente un ruido despertó a Lucita, se echó de la cama y fue a ver a su padre que ya estaba despierto, aunque en la cama. Lucita levantó un poco la ropa y se metió en ella, se tapó y pasándole el brazo por encima le besó en la frente y luego se quedó pegada a él hasta que su padre le dijo que había que levantarse, que ya habían cantado los gallos. Y así, cada uno salió de la cama. Lucita ayudó a su padre a vestirse y luego se fue a su habitación para arreglarse ella. Los dos salieron a la calle y se fueron a la clínica donde les recibió el Doctor, y dándoles los resultados en un sobre, les anticipó que eran positivos. Lucita se colgó del cuello de su padre y lo cubrió de besos como si estuviera enamorada de su ahora padre certificado para siempre. A partir de este día que Lucita había grabado en su memoria, cambiaba su vida, ya no sería una huérfana de padre y madre, iba a viajar con su padre a Holanda, conocer a sus hermanos y conocer algo del mundo, pues solamente conocía su pueblo y una parte de Madrid, y recordó que tenía un buen amigo que era Eloy que, necesariamente, se quedaba atrás. También sus problemas económicos quedaban atrás. Lucita le pidió a su padre que en llegando a Madrid quería ver a su amigo Eloy, que le debía unas pesetas y quería devolvérselas y darle un abrazo de amigo. 76

Su padre, como siempre, aceptó lo que le pidió su hija. Y se fueron a Madrid, subieron al único tren que salía desde Ponferrada y tardaron quince horas en llegar. Durante al camino, Lucita siempre agarrada al brazo de su padre, no dejaba de observar a todos los que estaban a su lado, escuchaba lo que decían unos y otros, pero ella no opinaba. Alguna vez que otra ponía su dulce mirada sobre los que le rodeaban, pero ese no era el día para la Lucita conversadora. El tren no corría mucho, pero pitaba cuando pasaba por los pueblos para que la gente se retirara de la vía, y aun viendo el tren que se acercaba echando humo por la chimenea no se apartaban, y es que algunos mozos de los pueblos apostaban para ver quien aguantaba más delante del tren. Cansados llegaron a Madrid, y una vez allí Lucita le dijo a su padre que quería alojarse en el Hotel Ritz, que ella había trabajado tres días en ese hotel, que quería ver a alguna persona para darle las gracias por lo que hizo por ella, que en la vida había que corresponder como personas, que su primer padre le había dado consejos que le habían ayudado en la vida. También le dijo a su padre que quería presentarle a Eloy, por ello tendrían que estar más días en Madrid. Su padre le dijo que él estaba a lo que ella le dijera, pero que tenían que atenerse a los billetes de avión que había pedido. Se alojaron en la habitación que Lucita les pidió, se trataba de la planta diez, donde había trabajado dos días que aún no había cobrado porque tuvo que salir deprisa para Cacabelos, ya que su padre se había puesto enfermo. Como el día anterior, también aquí la habitación tenía dos cuartos separados, pero contiguos. Dejaron los 77

equipajes sin abrir y bajaron al restaurante a cenar. Se sentaron en una mesa y dos camareros se prestaron a atenderlos. El padre de Lucita seguía embobado y admiraba la buena disposición que tenía su hija. Después de cenar subieron a la habitación. Lucita le abrió la cama a su padre, y cuando él se metió en ella, se acostó junto a él y le dijo que cuando se durmiera, pasaría para su cama, que le gustaba mucho calentarle la ropa y acariciarlo. Al poco tiempo el padre se quedó dormido y roncaba como un demonio. Lucita muy despacio se marchó para su cama, y dándose una ducha de agua caliente se fue a dormir. Tuvo tiempo de pensar que si ella se casaba y su marido roncaba no la dejaría dormir. Al día siguiente, cuando Lucita se levantó, fue a ver a su padre, estaba despierto, le dio un beso y le preparó la ducha. Obligado por su hija, se duchó, mientras ella se fue a vestir a su habitación. Luego pasó a la de su padre, donde también él se estaba vistiendo. Ella le ayudó. Luego Lucita le propuso lo que deberían hacer: —Papá, ¿por qué no vamos a ver el Palacio Real y el Escorial? Y luego si quieres el palacio de el Pardo. —Hija, yo haré lo que tú quieras, ya sabes que me tienes atrapado, y nunca podré decirte a nada que no. — Bueno, papá, no te quejes tanto, no me des motivos para pensar que eres muy mayor. —No, no, Lucita, yo no soy ni viejo ni regañón, tú ya me conoces bien, desde que se confirmó mi paternidad siempre estoy pendiente de ti, sabes lo mucho que te quiero. Al fin se fueron al palacio de El Pardo, y sólo pudieron ver el espacio que Franco no ocupaba. Luego se fueron al monasterio de El Escorial, y tuvieron que esperar para poder entrar. Una vez abierta la puerta entraron y un joven se ofreció para acompañarlos y explicarles la historia del monasterio. Y sala a sala les fue llevando. Cuando 78

llegaron a la parte que ocupó su fundador, Felipe II, y vieron sus habitaciones y el watter en donde hacia sus necesidades, el guía dijo que este Rey había sido el rey de todas las Españas y Países Bajos, y que vieran cómo vivía. Que había nacido en Valladolid, hijo de Carlos I y de Isabel de Portugal. La madre de Carlos I era Doña Juana la Loca, y sus abuelos fueron los Reyes Católicos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. El padre de Lucita interrumpió al guía para continuar él: —Mi niña, la historia de España es grandiosa, y a mí me gustaría que la estudíaras, ya que yo no te ayudé nada, ni siquiera sabía que existías, sólo cuando te encontré me di cuenta que eras una fotocopia de mi, y ahora he de hacer por ti lo que no hice antes, así que ya sabes lo que voy a quererte, yo no sé los años que viviré para disfrutar de tu presencia, pero cuenta con tu padre hasta que exista, que Dios quiera que el día que me muera tú me cierres los ojos y luego me los beses, y guardes el recuerdo de mí. Al límite de la visita, Lucita medio colgada del brazo de su padre seguía arrastrándose detrás de él, le había gustado mucho todo lo que vio, estaba muy cansada del barullo de las visitas y la mucha gente. Cuando salieron, Lucita le dijo a su padre que quería hacer pipí. Su padre la llevó a un bar que había allí cerca y él la esperó. Cuando salió, Lucita tenía cara de mimosa y miraba para su padre, que se derretía con su niña. Al fin del día llegaron al hotel, subieron a su habitación, donde Lucita insistió a su padre para que se duchara antes de bajar al restaurante, que ella también se ducharía, se pintaría los labios y pondría ropa nueva. Cuando Lucita se puso delante de su padre, le preguntó: —¿Qué te parece mi figura, estos ojos y esta cara? —Mira. mi niña, no me preguntes nada que me derrito de sólo mirarte.

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—Caramba, papá, pareces un caníbal y me das mucho miedo, dime ya que eso es mentira. —Anda, vámonos para abajo, que nos vamos a quedar sin cena y luego te quejas. Una vez en el restaurante, dos camareros les ofrecieron una mesa, Lucita se sentó frente a su padre, y mirando para el resto de las mesas, sujetando su cabeza sobre una de sus manos y mirando para su padre, le preguntó: —¿Qué te parece, papá, estás contento con esta hija que parió mi madre o no? —No, no estoy contento, porque estoy de espaldas para el público, que seguro te estarán mirando y pensando que eres mi amante. —Bueno, papá, pues si es así, no se equivocan, porque yo te quiero mucho. Al momento un camarero les dio la carta y se fue, y ambos la miraron, luego el camarero se acercó. —Señora, dígame qué desea. Y Lucita mirándole a los ojos puso una mala cara sacando un poco sus morritos, y puntualizó: “señorita, por favor”. Luego eligió lo que el camarero les aconsejó, que fue de primero pato a la miel y unos huevos de Cacabelos con camarones y una botella de vino de Vega Sicilia, Reserva Unica. Su padre dijo que lo mismo. Al momento llegó el primer plato, y una vez puesto en la mesa, Lucita mirando al camarero, le preguntó: —¿Cree usted que yo soy señora, o señorita? —Perdóneme, lo que yo he visto es que usted es muy guapa y eso no se puede negar. —Muchas gracias, joven, este señor que está delante de mí es mi padre, así que no piense usted mal.

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—Señorita, me alegro mucho por los dos, ahora veo que se parecen mucho, y eso debe suponer una gran satisfacción para ustedes. Cuando lucita se dio cuenta que había mucha gente mirando, ella se reía con cierta cautela, el padre estaba embobado con su hija. Al final de la cena, Lucita dando la mano a su padre, se levantó con una sonrisa, y todos los hombres que había en el restaurante la siguieron, algunos con ojos que la desnudaban. Lucita consciente de estar llamando la atención de los hombres, se tocaba el pelo y lo llevaba hacia atrás con coquetería. Ambos se fueron a su habitación, y sobre dos sillas a ambos lados de una pequeña mesa se sentaron. Lucita preguntó a su padre. —Papá, yo sé que me quieres mucho, y te lo agradezco, también sabes que yo te quiero. ¿Cuando lleguemos a Holanda me vas a llevar enseguida a conocer a mis hermanos holandeses? —Sí, mi niña, yo te llevo cuando tú quieras, y además, estate segura de que tus hermanos te van a querer lo mismo que yo te quiero. —Muy bien, papá, antes de preparar el viaje, tengo que comprar algo de ropa y algunas cosas para regalarles, y tú tienes que venir conmigo porque eres el que más sabe de ellos, y no quisiera regalarles algo que no les guste, así que cuando sepas cuando nos vamos, si te parece bien, hacemos las compras. —Me parece estupendo, lo único malo es que sólo hay un vuelo en avión a la semana, salvo que quieras ir en tren, y ya sabes que tardaremos mucho en llegar. —Tú lo arreglas lo mejor que puedas, pero yo quiero conocer a mis hermanos.

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—Esto te da mucho mérito, Lucita, que yo aprecio, y cumpliré siempre con tus deseos, no te voy a defraudar ¿Cómo podría hacer eso con la hija que más quiero? —Pues sí, si es como dices, me lo debías decir todos los días, ya sabes que a mí me gusta mucho que me lo recuerdes. —Qué melosa eres, mi niña, me gusta que me recuerdes siempre que me quieres, y eso me alegra muchísimo, y me hace más joven, más feliz, y más seguro de mi mismo. —Venga, papá, vámonos a dormir. A ver, te quitaré la ropa y te pones este pijama, —y abriendo la cama, le ayudó a acostarse —Yo voy a ponerme el camisón y quiero dormir un poquito contigo, los dos juntitos. Y al momento llegó Lucita, se metió en la cama, y pasando una mano por encima del cuerpo de su padre, se quedó acurrucada a su espalda y le susurró “hasta mañana, papá”. Lucita notaba en su brazo los latidos acelerados del corazón de su padre. Al poco tiempo el padre comenzó a roncar, y ella, bajándose de la cama muy despacio, se fue para la suya. Tardó algo en dormirse, y esto le dio tiempo para repasar un poco su pasado. Recordó su vida anterior, dura y sin destino, amarga algunas veces, peligrosa, recordaba la sacristía de la iglesia de Cacabelos y aquel alevoso cura que intentó algo para ella incalificable. Y con estos recuerdos se quedó dormida. Al día siguiente, Lucita se levantó, fue a ver a su padre, que, perezoso, aún no se había levantado. Lucita le dijo que tenía que ducharse, y quitándole toda la ropa, tiró de él hasta la ducha. A continuación y sin pensarlo se desnudó y entró en la ducha con él. El padre estaba asustado, y Lucita, por toda justificación, le dijo que como no la había visto de niña desnuda, la veía ahora, que 82

perdonara, pero que a ella le había encantado, que era el primer hombre que había visto desnudo y le había gustado, y que eso valía para conocerse mejor. Una vez salidos de la ducha, se secaron uno al otro, y Lucita se arrimó a su padre y le pidió que la abrazara y le diera un beso en la frente. Su padre mirándole los ojos y acariciando su cara, le dijo que Dios se había portado muy bien con él, que le había dejado una niña lista, guapa, encantadora y juguetona, que le ayudaría a pasar su vida siendo muy feliz. Lucita le dijo que le gustaría ir a Santiago de Compostela para dar las gracias al Santo que tanto hizo por ella, le recordó a su padre que podía no haber nacido. —Recuerda, papá, aquella linda mujer que tú conociste, nueve meses después nací yo y ni siquiera lloraba, y el que yo creí que era mi padre siempre estaba muy contento conmigo. Como su padre no le había dicho que sí, Lucita siguió presionando. El padre sabía que no le podía decir que no, y se decidió a sacar los billetes, no sin advertirle antes lo duro que sería el tren en un viaje de 600 kilómetros con asientos de madera. Ella, agradecida a su padre, se colgó de él y le dio un beso en la mejilla. A Lucita le quedaba algo que presentarle a su padre, y tenía que hacerlo ya, lo tomó por la mano y se fueron andando hacia Cibeles, ella hacía el papel de guía de turismo explicándole todas las cosas por donde pasaban. Dejaron la plaza de Cibeles atrás y siguieron andando por el paseo de Recoletos. Cuando llegaron a Juan Bravo, giraron a la derecha y cruzando la calle Serrano llegaron a la esquina de Lagasca, donde estaba la imprenta en la que trabajaba Eloy. Lucita se entretuvo viendo los escaparates, hasta que de pronto salió Eloy de su trabajo, ella lo abrazó y lo besó en la mejilla. Luego lo presentó a su padre. 83

—Mira, papá, este es mi amigo Eloy, del que te he hablado alguna vez. El padre le dio la mano, y apretando la de Eloy, le dijo que tenía mucho gusto de conocerle. Luego los tres se fueron a la Plaza de Colón y se sentaron en un banco, quedando Lucita entre los dos. Eloy le preguntó a Lucita. —¿No era tu padre el que murió en Cacabelos? —Era y no era, no sé cómo explicártelo. Aquel sólo era el marido de mi madre. Mi padre real es Fran, este encantador holandés que un día que iba a Santiago se encontró con mi madre y la engañó, y de allí vengo yo. Míranos a los dos, ¿verdad que somos iguales? Y Eloy asombrado, dijo que sí, que sí. —Bueno, Eloy, ya lo sabes todo de mí, tenemos que seguir viéndonos si a ti te parece bien. —Lucita, sabes muy bien que yo estoy colado por ti, que te sigo queriendo desde que te conocí. —Eloy, nosotros nos vamos a Santiago a ver al Santo, a la vuelta si quieres nos vemos los tres, comemos juntos y hablamos de nuestras cosas. Lucita miró a su padre que con su cabeza aceptó. Luego le pidió 500 pesetas para devolvérselas a Eloy, que se las había mandado por giro postal cuando ella se las pidió. Eloy no quería que se las diera, y al final aceptó. Padre he hija se despidieron de Eloy y tomaron rumbo hacia la Plaza Mayor donde pretendían comer. Se sentaron en una mesa y le preguntaron al camarero dónde podían comer bien, éste les dijo que en el mesón del Champiñón. Aceptaron la sugerencia y allí fueron padre e hija. Comieron por primera vez jamón de pata negra. Había un señor mayor que tocaba un pequeño piano acompañándose mientras cantaba con una voz rota. A su 84

canto se añadió un señor que estaba en una mesa sentado con dos matrimonios, el dúo que hacían entre los dos era muy bueno, tanto era así, que al final al acompañante le dieron una propina unos americanos que estaban haciendo turismo. La cosa se calentaba y Lucita también quería cantar, y mirando a su padre éste con su mirada la animó. Y debió cantar mejor que los ángeles del cielo, a juzgar por la enfervorizada gente que la aplaudía y pedía que cantara más. Lucita con su mano y sus labios mandaba besos para todos, su padre estaba emocionado y aplaudía sin parar, Lucita seguía mandando besos. Como su padre no conocía esa faceta de su hija, le caían lágrimas de emoción. Cuando Lucita se acercó a su padre, la tomó por una mano y le hizo saludar más. A la hora de pagar no les quisieron cobrar. Después de aquella simpática cena, ambos se fueron al hotel, ya tenían los billetes para irse a Santiago, el viaje sería al día siguiente y tendrían que madrugar. Se pusieron a hacer las maletas con lo imprescindible para pasar tres días fuera y dejaron el resto en los armarios. Llamaron a la conserjería del hotel para que les despertaran a las ocho de la mañana, que se iban a Santiago y que no ocuparan su habitación, que volverían en tres días, que las cosas que quedaban en los armarios no las quitaran. Cuando su padre hubo terminado, Lucita ya en camisón le había abierto la cama a su padre y esperaba que él terminara para quitarle la ropa, y así lo hizo. Como siempre su padre no quería que ella lo hiciera. Una vez en la cama, Lucita se metió con él, y abrazándolo como siempre hacía, le dijo que deberían rezar al Señor, que nunca lo habían hecho y que era muy bueno estar en paz con él. Al poco tiempo el padre de lucita debía estar soñando a la vez que roncaba. Lucita, saliendo de la cama, se marchó a la suya y se acostó. 85

Por la mañana les llamaron. Fueron a desayunar. Pidieron que les bajaran las maletas y un taxi. Cuando terminaron el desayuno, el taxi con sus maletas estaba esperándolos, se subieron a él y se fueron a la estación de Príncipe Pío. Un maletero cargó sus maletas en un carrito y se las llevó hasta el tren, las subió a su departamento y las puso en la parte de arriba de los asientos. Y allí los dos juntos se miraban y se conformaban con estar así. Luego Fran tomando una mano de su hija la puso sobre su corazón y le preguntó: —¿No te parece que late muy de prisa? —Es verdad, papá, pero no debes emocionarte, sólo es el traslado que hemos hecho y que te ha alterado. —Ay, mi niña, que haría yo sin ti, sin tu cariño y sin tu protección. —Papá, me estoy dando cuenta que eres un melindroso y que te doy muchos mimos. —Es posible que sí, ten en cuenta, hija mía, que eres lo que más quiero en la vida, y que si tu me faltaras, posiblemente preferiría morir. —Vamos a ver, papá, ¿tú tienes esposa e hijos en Holanda, que supongo te quieren? —Pues sí, mi niña, como te he dicho, tengo esposa y tengo hijos en Ámsterdam. —Papá, ¿tú no estarás separado de ellos y no me lo dices? —No, no, Lucita, lo que ocurre es que me he enamorado de ti. A ver si me entiendes, me he enamorado de mi propia hija, como hija, y no como mujer. —Ay, papá, que susto me has dado. Mira, ponme la mano aquí y verás como late mi pequeño corazoncito. —Pues, yo no noto nada, sólo tus pechos, y son tan bonitos que ocultan los latidos de tu corazón.

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Mientras los dos parloteaban, el tren ya se alejaba de Madrid y por las ventanas ya veían Torrelodones. El humo que echaba y el pito que tocaba, el ruido de las ruedas sobre el carril, todo parecía acompañar a aquella pareja feliz. Luego el tren entró en un túnel, y allí el ruido era mayor. Poco después hizo una parada, la estación no les gustó, y unos minutos después volvió a tocar el pito y el tren se puso en marcha. Lucita a veces jugaba con las manos de su padre. El quería retirarlas y ella no le dejaba, se miraban los dos como embobados, se reían, se acariciaban, y habiendo pasado la medía hora, Lucita le preguntó a su padre: —Papá, ¿tienes mucho dinero? —Pues sí, mi niña, creo que tengo mucho dinero. Tengo muchos negocios, tengo pozos de petróleo en el mar y en la tierra soy el dueño de varias refinerías y ahora quiero comprar Repsol a los españoles, tengo también un banco. —Caramba papá, ahora entiendo algo las cosas y por qué camelaste a mi mamá. Ya me parecía a mí que detrás de esa humildad había un gran hombre. También se te nota en el corazón que palpita de otra forma. ¿Y qué me puedes decir de tu esposa y de tus hijos holandeses? —Lucita, ¿por qué no me cuentas algo de tu vida? Sabes muy bien me gusta saber de ti y de tus cosas. —Sí, no te preocupes, te las contaré todas, me alegro mucho que quieras saberlas. Luego Lucita le fue desgranando toda su vida, le habló de la pobreza de sus padres, la falta de interés en vivir de su padre, los problemas con el alcohol de éste, la poca ropa que tenía ella para ponerse, la niñez sin regalos, las navidades sin dinero, la escuela con pocas amigas, el afán de ella en salir de esa situación, las dificultades continuas que vivió, el beso morboso que Ludivina le dio en los 87

labios y que tanto asco le produjo. Como positivo, sólo habló de la buena amistad con Eloy, buen amigo, caballero, serio, trabajador, respetuoso y digno. El amor, además de la paternidad, del holandés hacia su hija era cada vez más patente, se sentía como un enamorado de ella, la adoraba, la quería, la sentía, la amaba como padre, y presentía que así sería toda su vida. Mientras Lucita seguía atrapando las manos de su padre y las mantenía sobre sus rodillas, le miraba a los ojos con dulzura, y él se sentía su prisionero, su esclavo, su siervo, su esperanza. —Papá, ¿tú habrás viajado mucho por el mundo? —Pues, sí, sí, he viajado mucho por motivos de trabajo, y alguna vez por placer, inclusive con mi única mujer y alguno de tus hermanos. —¿Y qué país te ha gustado más? —Niña, no podría decírtelo, ya casi no lo recuerdo, podría ser Indonesia y su isla de Bali. —¿Y como eran las jóvenes de ese país? —Son algo morenas, con unos ojos bonitos, una boca divina que te derriten, unos pechos como los tuyos, y una gracia en sus formas que te embelesa. —¿Te has acostado con alguna? —No, mi niña, yo siempre he sido muy respetuoso con todas las mujeres, eso es el signo de mi vida. —¿Y por qué te acostaste con mi madre? —Lucita, lo de tu madre es lo mejor que me ha pasado en la vida, tú procedes de aquella bendita locura, cuando uno es joven, algunas veces pierdes el sentido común. Luego, los negocios me absorbían y ya no me volví acordar de aquel encuentro. —Dime, papá, ¿a ti te gustaría que perdiera el sentido común? —No es igual, antes no me aguantaba como ahora. 88

—Y si un día cualquiera que está por venir yo no me aguantara, ¿qué te parecería, te gustaría o no? —Niña, cállate ya, no sé qué decirte, dame un poquito de sosiego. Bueno papá, perdóname, yo soy muy joven, y quiero saber algunas cosas de los mayores. —Bien, dejémoslo aquí y no se hable más, si tú lo quieres. ¿Te importa que te haga una pregunta? —No, hija, pregúntame todo lo que quieras, ten en cuenta que yo soy tu esclavo. —¿Tú me llevarías a esos países que dices que hay mujeres tan guapas? —Te llevaré adonde tú quieras, aunque tenga que llevarte colgada de mi cuello. Es tanto lo que te quiero, que no puedo negarte nada de lo que me pidas. —Otra vez te pido perdón, mira para mi cara, no quiero que te enfades conmigo, eres mi padre y no puedes enfadarte, sabes muy bien que yo soy tu carne, tus ojos, tus labios, tú pelo rubio, tú cabeza ambiciosa, tu memoria, tu destino, tu alegría y tus penas, y espero que no llegue el momento en que también sea tu soledad. Ay, papá, mira cuantas vacas lecheras se ven en esa pradera, y que ubres más grandes tienen. —Yo las he visto muchas veces, no olvides que Holanda es un país de vacas lecheras, hay muchísimas. —Papá, ya se ve Santiago, mira aquellas torres que se ven allí —Pues sí, sí, son aquellas que se ven, ya veras como te va a gustar. —Muchas gracias, papá, dame un beso por favor, nunca olvidaré este viaje que me has regalado, estoy segura de que me gustará mucho, yo no sabía que era tan bonita esta tierra de Galicia.

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Cuando se iban acercando a la estación, el tren iba frenando y chirriaban las ruedas sobre la vía. Al fin el tren se paró, y cual si fuera un animal cansado, reposó sobre las ruedas brillantes. Tomaron las maletas y bajaron al andén. Luego tomaron un cochecillo que hacía de taxi y los llevó al Hotel Compostela, que era el mejor de Santiago. Cuando se bajaron del taxi, dos jóvenes del hotel recogieron las maletas, le preguntaron al taxista cuánto debían, y el viejecito bajó del taxi, y con su figura pequeñita, nariz afilada y los hombros caídos hacía adelante, les pidió cinco pesetas. Lucita tomando el dinero que le dio su padre le pagó y le dio una propina de dos pesetas, el viejecito le dio las gracias, y les dijo que Santiago les acompañara, que no dejaran de rezar al Santo, que siempre ayuda a los peregrinos, que le dieran el abrazo, y que con su cabecita tocaran al Santo de los Croques, que les daría mucho dinero y felicidad. Y así entraron en el hotel para pedir el número de su habitación, el recepcionista les preguntó: —¿Es su mujer o es una amiga? —No, no es mi mujer ni mi amiga, es mi hija, por favor mírenos a los ojos. —Perdóneme, señor, es que tenemos unas ordenes de arriba que nos prohíben que entren parejas extrañas. Perdóneme, perdóneme por favor. —Está usted perdonado, yo comprendo que puedan existir problemas, hay mucha gente mala suelta. Luego en la habitación, Lucita le dijo a su padre que tenían que ducharse, que deberían de cambiarse la ropa, porque olían al humo del tren. —Hija, prefiero ducharme solo, si no te importa. 90

—Papá, ¿por qué no quieres ducharte conmigo? —Lucita, los padres tenemos que tener mucho respeto por nuestros hijos. —No, papá, lo que tenéis que hacer los padres es tener confianza con vuestros hijos, conocerlos bien de la cabeza a los pies, conocer como se comportan en cualquier circunstancia. —Bueno, Lucita, nunca podré contigo, tienes la cabeza muy dura, y otra vez me has ganado. Lucita preparó la ducha, le quitó la ropa a su padre y luego se quitó la suya. Entraron en la ducha, y mirándose les daba la risa. Lucita con la esponja frotó todo el cuerpo de su padre sin pudor, luego hizo lo mismo con el suyo, y cuando abrió el agua, los dos se reían frotándose uno al otro. Cerraron el grifo y se pasaron las manos por el cuerpo para quitarse el agua. Luego Lucita abrazó a su padre y le beso la mejilla. Una vez vestidos con ropa nueva, bajaron al bar del hotel, se sentaron en un sofá, y el camarero, muy atento, se acercó, ellos pidieron un café. Luego el padre le dijo a Lucita: —Hija mía, todos los hombres que hay aquí te están mirando, sé que llegará el día en que te perderé. La vida es así, y las personas mayores nos iremos antes. Luego vendrán nuestros descendientes, y ya no se acordaran de sus antepasados. —Papá, no te pongas trágico, yo me he dado cuenta que tu tienes cuerda para mucho tiempo, y deberías buscar una mujer que te quiera, si tienes una y no la visitas, no puedes quejarte todos los días, tuya es la culpa. —Tienes razón, hija, lo que me ocurre es que cada vez me olvido más, y me da la impresión que sólo quiero vivir para ti. 91

—Bien, papá, si tú quieres yo estaré pendiente de eso, y ya sabes que una cosa como esta no se encuentra todos los días, deberías decirme si conoces alguna que te guste, y si ahora no puedes decirme nada, ya estaremos pendientes, tienes que tener en cuenta tus 56 años, y no beberías buscar una jovencita que luego se vaya con otro después de sacarte el dinero. Lucita después de este díalogo tomó a su padre por su brazo y salieron a la calle, se fueron a la catedral por la calle Rua Baixa, y cuando llegaron a la plaza del Obradoiro, Lucita se quedó maravillada viendo la catedral a la derecha, al frente el parador de los Reyes Católicos, y a la izquierda el palacio Rajoy. Luego entraron en la catedral, y los dos tocaron con su cabeza el Santo de los Croques, y siguieron viendo todos los altares, bajaron a la cripta a ver los restos de Santiago debajo del altar mayor, luego subieron a darle el abrazo al Santo. Ya un poco cansados, se sentaron, querían oír misa y ver el botafumeiro. La misa comenzó y había cinco sacerdotes que la cantaron. Cuando los tirabuleiros pusieron el incienso y tiraron de las cuerdas, éste comenzó a elevarse sobre el crucero de la catedral, y cuanto más tiraban, más subía y más humo echaba. Ya al final los tirabuleiros agarraron el incensario y dando medía vuelta lo pararon. Había alguna gente que aplaudía. Una vez terminada la misa, Lucita tomando a su padre por el brazo, lo fue llevando hacia la salida. Ya en la plaza volvieron a recrear sus miradas. Luego fueron a ver el palacio de Fonseca donde estaba parte de la universidad.

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En Rua de Vilar se sentaron en una terraza para comer. Manolín, el dueño del restaurante, les atendió: —Buenos días, señores, ¿en qué puedo servirles? Lucita se anticipó a su padre. —Deseamos comer. Lo mejor es que nos aconseje. —¿Qué les parece unos percebes y unas almejas de primero? Luego les aconsejo una buena merluza, vino del Ribeiro, y luego de postre una filloas, y, para terminar, una queimada. —Nos parece bien. En cuanto al vino, preferiríamos que nos pusiera un Señorío de Cacabelos. Mientras esperaban ser servidos, Lucita miraba para su padre y lo notaba cansado. Al momento les sirvieron. Era el primer plato. Con paciencia, ambos intentaban abrir los percebes y las almejas, y no eran capaces de hacerlo. Salió Manolin y les mostró cómo debían hacerlo. Después les sirvieron la merluza de la que dieron buena cuenta. Tomaron el vino, y la filloa no les gustó. Pagaron, y como dos tortolitos, cogidos de la mano se fueron al hotel, donde pretendían descansar. Se propusieron dormir la siesta para salir por la tarde a pasear e ir al parque, y el ruido de la calle no les permitió dormír, así que se levantaron y se sentaron en dos butacas. Lucita preguntó a su padre: —¿Te gustaría pasar unos días en Cacabelos? —No lo sé, si tú lo quieres, sabes que no te voy a decir que no. —No, papá, si tu no quieres, nos quedamos aquí, y no me andes con melindres. —¿Y dónde vamos a dormir, Lucita? —preguntó su padre. —Pues es una buena pregunta y no sé responderte. —Decídelo tú misma, y ten en cuenta que en tu casa no podremos hacerlo. Lo que si me gustaría es que fueras al cementerio a rezar un poco a tu padre. Los padres siempre 93

merecemos que nos tengan en la memoria, y aunque tu padre sea yo, a él le debes mucho agradecimiento. —No, mi padre eres tú, no te olvides por favor, eso esta garantizado por dos certificados, uno es el A.D.N. y el otro son nuestros ojos. —Así es, estoy totalmente de acuerdo, pero una cosa no quita la otra —Papá, ¿vamos o no vamos a Cacabelos? Mira, lo que tenemos que hacer es echar una perragorda al aire y si sale cara ganas tú, y si sale cruz gano yo. —Niña, ¿qué es una perragorda, que yo no lo sé? —Lucita sonriendo, le dijo: —Papá, una perra gorda no es la que va a parir perritos, es sencillamente una moneda de cobre que vale 10 céntimos, también hay una perrachica, que solo vale 5 céntimos. —Por favor, Lucita, no te enfades conmigo por esta tontería. —No, papá, yo no estoy enfadada, no tengo motivos para eso, tú y yo tenemos la misma sangre y el mismo comportamiento, nos queremos como se quieren padres e hijos en un mundo civilizado. Vamos a ver, ¿por qué no nos vamos para Holanda? —preguntó Lucita. —Era una sorpresa, pero ya he pedido los billetes para el avión, y espero que cuando lleguemos a Madrid me los den. —Muy bien papá, dame un beso, estoy muy contenta contigo. Eres un padrazo y un hombre bueno. Luego padre e hija bajaron al parque, y después de recorrerlo se encontraron con un barquillero. Lucita que era algo caprichosa le compró unos barquillos, que al igual que si fuera una niña los comía, y le ofreció uno a su padre con cara de risa, él le dijo que no. Luego se encontraron con un afilador, al que ella preguntó: 94

—¿Qué tal, buen hombre, tiene trabajo en este parque? —Pues sí, —le contestó, —ya hace 70 años que trabajo en este parque, y tengo clientes de toda la ciudad, y de Puente Deumé, Lavacoya, Noya y todas las aldeas de alrededor. Yo soy el hombre más retratado de Santiago y la mayoría de los que vienen a ver al Santo, quieren retratarse conmigo, a mí me conoce gente de todo el mundo que viene a ver al Apóstol, lo que no me gusta es que quieran darme dinero, yo trabajo y cobro lo que pone en esta tarifa. —Pues verá usted, —dijo Lucita, —eso que dice es honradez, y merece todo mi respeto. El padre de Lucita asentía palabra a palabra lo que su hija decía. Luego el afilador se sentó, sacó un cuarterón de tabaco y un librillo de papel, le ofreció a Lucita y a su padre si querían fumar. El padre dijo que no, y Lucita mirando a su padre, le dijo que sí, ella cogió el papel y luego el tabaco, y mirando cómo lo hacía el afilador, pretendió hacerlo ella, pero no le salía y él afilador se lo hizo. Lucita mirando a su padre se reía, le dijo al afilador que le diera el mechero para encenderlo, y ella no sabía. El afilador le dijo que dándole a la ruedita se encendía la mecha, y luego tenía que soplar un poquito y luego de encender el cigarro ya podía chupar, y si le gustaba que no lo volviera hacer, que era muy malo para los ojos, los pulmones y todo el resto de órganos que tenemos hombres y mujeres. Cuando Lucita chupó por primera vez le dio la tos, su padre se reía y quería quitarle el cigarro y ella no le dejaba, escondía su cabeza y su padre la perseguía, así hasta que a Lucita se le cayó. Luego ella riéndose con su padre terminó abrazándose a él. Lucita le dio un beso en la cara al afilador, luego del brazo de su padre siguieron recorriendo el parque, llegaron 95

a la parte más alta y se sentaron en un banco, desde donde se veía una vista de la catedral y el Monte del Gozo. Lucita tomando una mano de su padre, le preguntó: —Papá ¿te gustaría que yo me casara con Eloy? —Dicho así, hija, no sabría lo que decir, me parece que eso deberías reflexionarlo, es un paso muy importante en la vida de una persona. Lo primero sería saber si estás enamorada de él. Lo segundo sería saber si él te quiere. Lo tercero sería saber si queréis tener hijos. Lo cuarto saber si estas dispuesta a parirlos. Lo quinto sería saber si puedes mantenerlos, enseñarles, educarles y enseñarles a vivir y pagar sus estudios. Lo sexto sería saber si la pareja estáis dispuestos a vivir como Dios manda, respetándoos entre los dos. Lo séptimo sería saber lo que harías si tu marido te fuera infiel. Y por ultimo, qué pasaría si algún día tenéis que separaros. Mira, Lucita, la vida es muy dura, no es sólo ir colgada del brazo de tu padre, darme todos los mimos que me das, recibir besos de cariño todos los días, ducharte con tu padre, hospedarte en un hotel de lujo. Compréndeme, no es que yo te diga que no, es que me da mucho miedo que pueda pasarte algo malo, y también yo comprendo que Dios nos creó para reproducirnos, y aquí si te casas no te puedes descasar, en Holanda uno se puede divorciar y aquí no puedes hacer lo mismo, la iglesia Católica no lo permite y en mi Holanda sí. Lucita, yo tengo miedo a dejarte aquí, quiero que primero vengas a Holanda conmigo, luego ya veremos lo que pasa, yo, si tengo que ayudarte lo haré. ¿Sabes que nos vamos la próxima semana a Holanda? —No, papá, yo sabía que nos iríamos cualquier día, y no temas por mí, si yo me casara con Eloy, tú te quedarías con nosotros, y podrías tener nietos y vivir juntito a mí. —Dejemos esa cosa, y vámonos a Holanda, luego con tiempo hablaremos de lo que quieras, comprenderás que

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quiera conocerlo mejor, no quiero que mi hija haga cosas que puedan perjudicarle. Lucita llegó a creer que su padre estaba celoso, ella le había dicho como una broma lo de su casamiento con Eloy, su padre en el fondo pensaba que algún día la perdería. Por la noche, cuando fueron a dormir, como hacía siempre Lucita, se metió en la cama de su padre, acercó su mano a los ojos y se dio cuenta que estaba despierto y llorando, le quitó la ropa que cubría su cara y con la sabana le limpio las lagrimas, y le dijo que era una broma, que no se preocupara. —Papá, yo sólo soy amiga de Eloy, él es un buen chico, hemos estado dos meses viviendo en la misma pensión, cada uno en su habitación, y no pasó nada, sé que le gusto, y eso no quiere decir nada, y no tengas miedo a perderme, ten en cuenta que padre sólo hay uno y chicos hay muchos, y haz el favor de no ser posesivo, ¿Cómo puedes dudar del amor de tu hija? —Lucita, es que no quiero quedarme solo, me da mucha pena y me dan ganas de llorar. —Anda, mimoso, abrázate a mí y déjate querer, no sé qué da ver a un hombre tan poderoso llorando como un niño. —Hija, es que no puedo pensar mi vida separado de ti, no sabría cómo vivir, eres mi sol, mi luna, mi estrella, mi lucero, mi esperanza, mi diosa. —Papá, me tienes asombrada, ¿tanto me quieres? —Sí, sí, no sabría vivir sin ti, sin tus gracias, sin esos ojos que me copiaste, ese embrujo, esa dulzura, esa sonrisa permanente, esos cariños que me haces, esas veces que saltas a mi cama, esa mano que pones sobre mi corazón para oír los latidos, esos lloros que tengo por estar tan cerca de mí, tus manos en la ducha dándome jabón, esos besos en mi frente, esas manos acariciándome. 97

—Para, para, papá, tampoco es para tanto, yo también te quiero mucho, pero también tienes otros hijos, y no dices nada de ellos. —Ya sabes, cariño, que nos vamos el lunes a verlos, luego hablaremos de otras cosas. —Sí, papá, y hazme el favor, quítate eso de la cabeza, que ya no me dejas vivir una vida normal, y así no puedes seguir, eres un hombre joven, tienes hijos e hijas, tienes dinero, tienes una esposa, eres un hombre conocido en los negocios, ¿qué más quieres, papá, para no llorar? —Lucita, cariño, no sé si vas a entenderme, yo me conformaría con algún dinero y con tu presencia mientras yo viva. —Te prometo que siempre estaré a tu lado, lo que no puedo prometerte es que no me case o no tenga hijos, sabes muy bien que el Señor nos trajo a la tierra para formar otras familias, y esa es su ley que debemos aceptar para bien o para mal. —Mira, Lucita, mi religión no es como la tuya, nosotros somos luteranos y hay muchas religiones, también hay católicos, anglicanos, y algunos que no profesan ninguna. Holanda en un país muy liberal, nuestra primera obligación es la familia y luego el trabajo. —Papá, ¿tú te llevas bien con la madre de tus hijos? —Sólo me llevo regular, mi esposa es muy posesiva, es como si quisiera tenerte atado a su zapato, precisamente por eso me sedujo tu madre, porque era diferente. —Ay papá, ahora me entero de tus motivos para venir a Santiago, ya me parecía a mí algo raro, si no eres católico y haces el camino de Santiago, tuvo que ser por algo. —Sí, cariño, sin ese viaje no habría tenido la suerte de tener una hija tan bonita como tú. Había conocido a tu madre de paso por Cacabelos en un viaje anterior, y busqué

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la forma de volver para verla, y se me ocurrió lo del camino de Santiago. —Papá, abrázame, y dame muchos besos, me hace mucha ilusión lo que me estas contando, yo no sabía que tenía un padre tan comprometido, tan valiente. —Sí, Lucita, cuando mañana lleguemos a mi país, yo te quiero enseñar una parte de mis posesiones, que algún día cuando me muera las heredarás tú. —No, papá, no me hables de muerte, yo he visto tu cuerpo desnudo, y parece un cuerpo joven, tu cabeza funciona perfectamente, lo que te ocurre es que siempre estas quejándote, llorando, y yo no sé por qué. —Pues yo tampoco sé decírtelo, Lucita, quizá con el tiempo me he vuelto débil. —Bueno, papá, ahora me tienes a mí para ayudarte. Al día siguiente como tenían previsto, un coche los recogió en el hotel para trasladarlos al aeropuerto, y salieron para Amsterdan. Durante el vuelo Lucita iba agarrada a la mano de su padre, era la primera vez que se subía a un avión. Tres horas después aterrizaban y en un taxi se fueron a casa. Cuando el coche se paró, dos jóvenes uniformados les recibieron, uno de ellos saludó cordialmente al padre y él les presentó a Lucita como su hija, los jóvenes saludaron con una pequeña reverencia. Luego el padre tomó a Lucita de la mano y le dijo: —Bienvenida a tu casa, Lucita, este es el palacio que corresponde a una princesita como tú, es lo menos que te mereces. Lucita mirando el gran edificio, se quedó algo turbada, luego ambos subieron en el ascensor. Una sirvienta anuncio a la mujer de Fran que había llegado su esposo. Cuando salió le presentó a Lucita diciendo: —Bernardina, esta es mi hija española.

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Lucita haciendo una pequeña reverencia, se acercó para besarla y le dijo que estaba encantada de conocerla. Bernardina, un poco taimada, la miraba como sorprendida sin poder articular palabra. Luego subieron todos juntos en el ascensor hasta la cuarta planta, donde estaban los dos hijos, tan rubios como Lucita, y la hija, que tenía sorprendentemente la piel morena, tirando a negra. Todos se abrazaron a su padre, y éste les presentó a su nueva hermana: —Lucita, esta es Ana mi primera hija, este es Fran y este Robén, Todos se reían menos la madre. Luego sentados alrededor de una mesa, entre los hermanos se hacían preguntas. Bernardina y Fran padre se apartaron y se sentaron juntos en otra habitación, manteniendo una conversación: —Hace tiempo que esperaba tus noticias, y ahora, tarde y mal, te presentas con una nueva hija que no es mía, no puedes negarla, es lo mismito que tú. —Pues sí, te lo quiero explicar. Verás, en una ocasión pasé por un pueblo del Bierzo llamado Cacabelos, conocí una guapa mujer. Luego volví y quise volver a verla, y casi sin darme cuenta de lo que hacia, yací con ella. Veintisiete años después, estando como peregrino en una iglesia de Cacabelos la vi empujando un carro con un viejito, y nada más verla me di cuenta que podría ser mi hija. Me acerqué y no pude evitar darle un beso y un abrazo. Ella se sorprendió, pero se quedó mirando fijamente a mis ojos. No dijo nada, sólo me pidió mi tarjeta de visita y yo se la di. Cuando me alejaba, ella levantaba la mano diciéndome adiós. Aquello se quedó grabado en mi memoria, era tan parecida a mí que no tenía ninguna duda. Tiempo después me escribió una carta donde me decía que quería verme para aclarar alguna cosa. Yo hice un viaje dispuesto a aclarar lo que presentía. Nos hicimos la prueba 100

del A.D.N. y resultó positivo, y desde aquel día he estado siempre junto a ella. Perdóname, Bernardina, las cosas salieron así y ya no se pueden evitar. —Sabía que eras un poco golfo cuando eras joven. Así que tienes una niña muy guapa, y hace un año que no vienes a verme. ¿Y dónde estabais viviendo desde entonces, acaso debajo de un puente? —No, Berna, dormíamos en el Hotel Ritz en Madrid, en la misma habitación y en camas distintas, ella es tan cariñosa que todos los días estaba pendiente de mí, me duchaba, me ponía la ropa, me hacía cosquillas, se reía como un díablillo, me besaba en la frente, me hacía agacharme para poner los zapatos y luego me los ponía ella. —Bien, ¿y ahora qué hacemos con ella, te seguirá haciendo cosquillas, o algo más? —Bernardina, no pienses mal, ¿estás de acuerdo que se parece a mí? —Sí, eso no podré negarlo, es una fotocopia de ti, y no es mi hija. —¿Y quién es el padre de Ana? Porque mía no es, yo soy rubio y con ojos azules y ella es negrita, que yo sepa tampoco los holandeses son negros, puede haber algunos morenos que proceden de países como Indonesia, Singapur, Bali, que antes fueron nuestras colonias. ¿Te parecen bien dos días para pensarlo, o quieres tres? —Bueno, haré lo que me digas, no discutiremos más Al día siguiente Lucita había quedado con su padre para desayunar. Cuando Lucita se levantó estaba toda la familia esperándola, eran seis personas alrededor de una mesa, ella se disculpó y se sentó. Cuatro sirvientes les atendieron, el padre comenzó diciendo: —Mirad, después del desayuno quiero tener una conversación con vosotros y os ruego que estéis todos. La

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haremos en mi estudio, no será muy larga, aunque sí será importante para todos. Después del desayuno todos se fueron al estudio privado del padre, y rodeando una mesa, todos se sentaron. El padre comenzó a desgranar lo que tenía en su cabeza. —Yo hoy soy un hombre muy feliz, nunca antes había conseguido que todos estuviéramos juntos, mi mayor ilusión es mi familia, que sois vosotros, no me gustaría morir sin tener nietos, y por lo que veo no está cerca ese día. Mirad, yo he trabajado mucho, he creado un imperio de empresas, he recorrido el mundo haciendo negocios, y ahora mismo no sé si lo he hecho bien, mi pesar vendría dado si todos vosotros no fuerais felices o no os llevarais bien, también sé que os casareis, que este casamiento os puede hacer felices o haceros unos desgraciados, deberéis tener en cuenta que la vida no es un sueño, que detrás de cada persona puede aparecer un demonio. Si habéis comprendido lo que os digo y tenéis algún reparo, este es el momento de decirlo. La madre tomó la palabra y dijo: —Cariño, aquí todos te queremos mucho, ya sabemos que eres un gran hombre, un gran padre, un gran esposo, un gran empresario, pero también sabemos que alguna vez metiste la pata donde no debías. —Querida esposa, tú también la metiste. Y luego hablaremos de lo que quieras, aquí hay mucha ropa tendida y tiene que secar. Luego Fran, muy enfadado y seguro de lo que decía continuó: —Como os veo nerviosos por la presencia de una nueva hermana, quiero deciros que como hijos míos o aceptados como míos, os dejaré un edificio como éste a cada uno, dinero en una cuenta corriente, siempre que me juréis ahora mismo que no lo dilapidaréis. Luego cuando yo me muera tendréis que ateneros a mi testamento, en el que todo estará atado y bien atado. 102

Lucita miraba para su padre asombrada, con esa dulce mirada que él conocía muy bien, y su padre mirándola con complicidad, se notaba cuánto la quería y lo que confiaba en ella. Al final de la larga exposición, quedó con Lucita para enseñarle las oficinas centrales y presentarle a los jefes de los diversos departamentos, irían a las doce horas, les llevaría uno de los chóferes personales de la casa. Cuando llegaron a las oficinas, dos hombres de seguridad las recibieron y los saludaron, les abrieron el ascensor, subieron a la sexta planta donde él tenía su despacho. Al llegar saludaron a la secretaria, una mujer de unos cuarenta años, algo gordita, nada más verla daba confianza y amabilidad. Fran le presentó a su hija, las dos con cierta cortesía se saludaron. Se sentaron sobre un sofá y le pidió que llamara a todos los jefes de sección, uno a uno. El primero que llegó fue el de contabilidad, que muy amable y efusivo saludo a su jefe. Este le presentó a Lucita, quien inclinando la cabeza le dio la mano. Los tres sentados alrededor de una mesa. Fran le preguntó: —Dime, ¿cómo ha ido todo en este año que he estado ausente? —Señor Van Gaal, los negocios de petróleo han ido muy bien, y en los de maquinaria, alimentación, textil, hoteles, alquileres, herramientas y las financieras, se han cumplido los presupuestos. Cuando Fran consideró terminada la reunión le preguntó a Lucita: —¿Quieres venir conmigo a un pozo de petróleo que tengo en el mar? Iremos en mi helicóptero y podemos comer en la plataforma, llegaremos en dos horas, estoy seguro que te gustará, luego regresaremos después de comer, todos los años les hago una visita, y ellos hacen algo

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especial, todos son buenas personas y merecen lo que se haga por ellos. —Papá, te agradezco mucho que siempre pienses en mí, tú también tienes otros hijos, y yo no quiero crearte problemas con ellos, puedo comprender que yo sea tu preferida, pero no quiero crearte dificultades. —No, cariño, yo sé que tú eres mi hija, y los otros no estoy seguro de que los sean, yo he viajado mucho por el mundo, y cuando llegaba a mi casa mi esposa estaba embarazada. Mi vida ha sido trabajar aquí y allá. Es verdad que he conocido a muchas mujeres, tienes que tener en cuenta que mi profesión es especial, cuando te vas a hacer negocios hay gente que se desvive y siempre te invitan. —Bueno, papá, siempre iré contigo, bien sabes que no te podré negar nada, eres mi mimo, eres mi ángel de la guarda, eres mi capricho. —Caramba, Lucita, nunca me canso de oír esas hermosas palabras de tu boca, ya sabes mucho de mí, ya no eres aquella niña que conocí en Cacabelos y que cambió mi vida como si fuera un calcetín. —A propósito, papá, en Madrid hemos sido muy felices, éramos los dos solitos y nos reíamos mucho. —Venga, Lucita, ponte ropa de abrigo, que allí hace mucho frío y puedes coger un catarro y luego tienes moquitos, se te pueden hinchar esos ojitos y esos hoyuelos colorados se pueden poner blancos, ponte una chaqueta de cuero y ropita interior que te quite el frío, ya sabes que esto no es España donde hace calor, aquí estamos más hacia el norte. Al poco tiempo Lucita salió muy abrigada, su padre se había puesto pantalón y chaqueta de cuero, subieron en el ascensor a la azotea del palacio donde estaba el helicóptero preparado, se subieron y se sentaron detrás del piloto, luego las hélices comenzaron a girar, Lucita agarrada al brazo de

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su padre, temblaba, su cara le delataba el miedo que tenía y lo mal que lo estaba pasando. Cuando se acercaron a la plataforma y el helicóptero aterrizaba, Lucita más se apretaba el brazo de su padre. Una vez bajados a la plataforma, veinticinco personas les esperaban, todos con un apretón de manos de Fran y de Lucita les dieron la bienvenida. Luego pasaron a un espació donde todos se sentaron. —Esta es mi hija Lucita, nació en España y hace un año que la conocí, como veis es igualita que yo, quiero que aprenda a dirigir mis empresas, que las conozca bien, que me haga abuelo y que sea muy feliz. Ellos aplaudieron y felicitaron al jefe. Lucita los fue besando uno por uno. Luego se sentaron alrededor de una larga mesa, donde comieron, bebieron, tomaron café y al final Fran se reunió con el jefe de la plataforma en la oficina. Mientras, Lucita rodeada de todos los demás, contestaba a sus preguntas con mucha gracia y se reía. Hasta que uno le preguntó: —¿Cuántos años tienes? —¿Por qué no lo adivinas tú? Mejor, al que acierte le doy un beso. El primero le dijo que tenía veintiocho, ella con su cabeza dijo que no, el segundo dijo veintinueve, el tercero veintiséis, ella seguía negando, el cuarto dijo veintisiete, y ella dijo: “¡bingo!” Luego se acerco a él, y poniendo sus manos sobre el hombro del acertante, le dijo, “cierra los ojos, y si los abres no te lo daré.” Luego muy suavemente le beso sobre la frente, y todos protestaron, decían que ella no había cumplido con su promesa, que eso no era un beso. Lucita moviendo su cabeza de arriba abajo decía que sí, que ella

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había cumplido su palabra, y que no había prometido cómo sería el beso. Luego les dijo: —¿Quiénes de vosotros habéis estado en España? —todos levantaron la mano, y ella, con su bella sonrisa, les dio las gracias por haber estado en su país. Algunos le dijeron que habían venido a ver al Real Madrid jugar con el Ajax de Holanda, que perdió por goleada, recordaban la delantera del real Madrid, Kopa, Rial, Di Estefano, Puscas y Gento, y que recordarían toda su vida aquella paliza, pues había ganado el Madrid por 10 a 0. —Quiero deciros que si volvéis a Madrid y me encuentro por allí, me gustaría mucho ser vuestra guía, vuestra amiga, y ya no esperéis más. Si queréis conectar conmigo, estaré alojada en el Hotel Ritz. Os prometo que podéis contar conmigo. Luego su padre terminada su misión, salió de la oficina, los saludo y les deseo suerte en el trabajo, y también para todos sus seres queridos. Subieron al helicóptero y con sus manos alzadas se despidieron. Cuando llegaron a Ámsterdam, aterrizaron en el helipuerto de la casa, se despidieron del piloto y bajaron al despacho. El padre de Lucita le dijo que quería hablar con ella. —Lucita, quiero que pienses bien en lo que te voy a decir. Me gustaría que tú te hicieras cargo de la oficina principal. Podrías poner mujeres competentes de tu confianza, y nombrar a más personal, si lo considerabas necesario. Me interesa mucho el control del flujo del dinero que nos llega de todo el mundo. Las empresas son muy rentables en estos momentos, y tenemos que controlarlo, esto es fundamental, luego tendrías que hacer otras cosas, pero me da vergüenza decírtelas. —Bien, papá, suéltala ya, entre nosotros no puede haber secretos, y nunca que yo sepa los ha habido.

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—Lucita, creo que mi mujer tiene otro hombre, y es un cubano, y ya sabes como las gastan estos morenos. —No, papá, yo no se nada de los cubanos, sólo sé que son algo oscuros, pero nada más. —Y ahora que hablas de oscuros, ¿no te acuerdas de lo que te hable de tu hermana Ana? —Ay, que tonta soy, papá, ahora mismo acabo de enterarme que mi hermana es hija de un cubano. Vaya por Dios, que mala suerte has tenido, con lo fea que es tu mujer, y encima eso, y el dinero que te estará costando, seguro que es comunista, y le mandará dinero a Fidel. ¿Y cómo piensas arreglarlo? —Precisamente es lo que quiero proponerte. Si tú te encargaras del control del flujo de dinero, yo estaría confiado y podría dedicar el tiempo a otros menesteres. —Bien papá, yo me haré cargo de ese trabajo. Y tú tienes que enseñarme. —Sí, Lucita, tienes que ganarte la confianza de las personas holandesas que trabajan con nosotros, Tienes que hacer un equipo que te sea fiel. Creo que con cinco personas seria suficiente, y cuando tengas algo que decirme, vienes a mi despacho, no se te ocurra escribirlo. Yo mientras tanto hablaré con Bernardina, a ver si consigo sacarle algo. Fran invitó a su esposa a comer en un restaurante, tenían una mesa reservada, dos camareros estaban pendientes de ellos. Mientras esperaban a que les sirvieran, Fran le preguntó: —¿Cuántos cubanos trabajan para nosotros? —Que yo sepa sólo son tres —dijo Benardina. — ¿Y cuál es el padre de tu hija Ana? —Fran, no debes echarme toda la culpa, yo soy una mujer, y tú me has tenido abandonada con tus viajes y negocios, y claro yo me enamore de él, tuvimos una hija y podíamos haber tenido cien.

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—Bernardina, esta tarde quiero que me presentes en mi oficina uno a uno, a los tres comenzando por el padre de tu hija, luego yo te diré la conclusión que sacaré. —Sabes, Fran, que te encuentro muy guapo, y ahora mismito estoy recordando lo bien que lo pasamos hace ya algunos años. ¿Recuerdas los viajes que hacíamos, lo enamorados que estábamos, las pastillas que tomaba para no quedarme embarazada? Luego tú te marchaste por el mundo y no te acordabas de mí, sí, de mí. Y claro, yo no podía quedarme como una monja, que esta solita en su celda, esperándote. —Lo siento mucho, cariño, la verdad es que no me he portado bien, ni siquiera te escribía, y ahora te pido perdón, perdóname, por favor. Luego los dos se fueron a casa, Fran le pidió que le enseñara su antigua habitación, tenía muebles nuevos, y ella le dijo que se los había comprado a un cubano que vivía en Buenos Aires, que habían costado bastante. Luego Bernardina se sentó en la cama, y mirando a Fran, éste comprendió lo que quería, y él moviendo su cabeza de un lado hacia otro le dijo que no, que luego ya vería si podía decir que sí. Fran bajó a su despacho después de recordarle a Bernardina que le enviara al padre de Ana. Poco después sonó la puerta, y Fran dijo que pasara y se sentara. Luego le dijo: —Como sabe usted, soy el fundador de esta casa, y soy el propietario de la mayoría de las acciones de todo el grupo de empresas que la sostienen, conozco uno a uno los negocios que tengo en el mundo, y ahora llego a mi casa, y me encuentro que usted es el padre de mi hija, explíquese, por favor. —Señor Van Gaal, yo no he tenido la culpa, fue Doña Bernardina la que me invitó a un hotel, y allí ya no pude decir que no. 108

—Bueno, dejemos eso, ¿Cuántos cubanos trabajan para mí? —Pues no lo sé, exactamente, supongo que serán cientos, pero no podría decírselo. —Esta bien, si tiene algo más que decirme este es el momento. De todas formas piénselo y si quiere decirme algo estaré esperándole. Fran se ausentó de su habitación, bajó una planta, tocó en la puerta del despacho de Lucita, y al momento una chica la abrió, era una chica holandesa. —¿Está Lucita? —Sí, pase usted, siéntese por favor, ahora se lo digo. Al momento salió Lucita que abrazó a su padre y le acarició su pelo toda melosa, le presentó a su secretaría: —Papá, esta es Lucinda, mi secretaría, —y la joven tomando con sus dos manos su amplia falda, agachó un poquito su cabeza y le sonrió. Luego pasaron a otra habitación en la que había una pequeña mesa, donde padre e hija se sentaron y tuvieron la siguiente conversación: —Dime, Lucita, ¿qué tal el trabajo, habéis encontrado algo? —Papá, hay algo que me parece raro. Todos los hombres que nos representan por el mundo tienen apellidos españoles, son igualitos que los de mi pueblo . ¿Te acuerdas de Morales, y de él Carballo y de Perejon? —Claro que me acuerdo, Lucita. —¿Serán todos españoles? —No lo sé, Lucita, podría ser como tú dices o no, lo mejor sería que la policía los interrogue. —Yo creo que todos son cubanos, son los que mandan en nuestras empresas y mandan una gran parte del dinero para Cuba y nosotros sin enterarnos. Todos nuestros proveedores son americanos, son cubanos, también desde

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China nos mandan herramientas de plástico. Y mi madre esta distraída con su cubano, y nosotros sin decir ni mú. —Lucita, tú tienes que guardar este secreto, podría darse el casó que sin saberlo le estemos ayudando a un dictador. Al día siguiente, Fran fue al ministerio de asuntos exteriores, lo recibió una secretaria, a quien le dio una tarjeta de visita y le dijo que era una cosa muy importante. Al momento salió y lo mandó pasar. —Señor Ministro, tengo un grave problema, he estado un año fuera, y ahora me he dado cuenta que mi empresa esta monopolizada por cubanos sospechosos que se llevan la mayoría del dinero. En Cuba me han expropiado dos empresas, en Perú otras dos, y no sé hasta donde llegarán. Yo quiero pedirle que usted llame a los embajadores de estos países y pida explicaciones y que devuelvan mis empresas. Le pido que ordene usted investigar a todos los cubanos que tengo como trabajadores. —Por lo que veo, señor Van Gaal, no lo está pasando bien, y tendremos que aclarar con estos señores la situación. Nunca consentiremos deslealtades, para eso tenemos nuestros tribunales, y algunos tendrán que aclararnos lo que han hecho. Recuerde que cualquier cosa nueva que le pase, deberá informarme de ella. —Así lo haré, señor, muchas gracias, espero verle pronto. Al día siguiente le visitaron en su oficina dos policías, que le entregaron una tarjeta del ministro, se trataba de ponerle una guardía de seguridad discreta cuando estuviera fuera de la oficina. Llegaron a un acuerdo para el día siguiente, los policías no vestirían de uniforme, uno le acompañaría, y el otro iría delante. Luego Fran se fue a ver a Lucita, entró en su despacho y, sentándose delante de ella, le explicó lo que la policía haría a partir de ese día. 110

Lucita sorprendida por la noticia, le dijo a su padre: —Vamos a ver papá, ¿crees que estamos atrapàdos en sus manos? —No lo sé, hija, la verdad es que antes estábamos mejor, y lo malo es que no podemos abandonar nuestros negocios, sería renunciar a lo que tanto me costó. Recuerda, Lucita, que yo tenía quince años cuando comencé a trabajar. Mañana si te parece nos reunimos con nuestros abogados a ver qué soluciones nos dan, nosotros tenemos que informarnos debidamente de todo antes de tomar una decisión tan importante. Al día siguiente, Fran, presentó una denuncia ante la judicatura, y contra los cubanos sospechosos que trabajaban en su empresa, él juez dio una orden internacional para que todos los denunciados fueran a declarar al juzgado. El día que estaban citados, el primero que entró fue el padre de Ana y antiguo compañero sentimental de Bernardina. —¿Puede usted decirme su nombre y los dos apellidos? —preguntó el juez. —Sí, yo me llamo Julián el Garroño, y algunos me llaman el moreno de la Bernardina. —O sea, —dijo el juez —¿quiere decir que su madre se llamaba Bernardina? —No, Dína es mi mujer, y aunque no estemos casados ya tenemos una hija, y es morenita como yo. —¿Y quién es esa Dina que tanto te gusta?— preguntó el juez. —Pues vera, Dina es la señora de mi nuevo jefe. —Caramba, —dijo el juez, —acaba de hacer un bingo, y a mi que me parecía tonto, hay que ver las cosas que tengo que juzgar. —Bueno, —dijo Julian el Garroño —tampoco es para tanto, se va usted a enterar con los que los vienen detrás. 111

—Bien, —dijo el juez —primer delito abusar de una mujer, segundo no respetar al marido que es su jefe, tercero yacer con una señora casada sabiendo que vivía con su marido. —Señor juez, yo no quería, pero la Bernardina, me pilló en el pasillo, y el resto ya lo sabe usted. —Mire, señor Garroño, la justicia en este país es así, cuando usted se pase un año en la cárcel, estoy seguro que esto no lo volverá a repetir, ¿o sí? —No, no, le juro que yo no lo haré, no me encarcele por favor, si mi mujer se enterara de esto, no sé lo que haría conmigo. El Juez dejó de ser formal y se tomó el interrogatorio un poco a broma. —Vamos a ver, así que usted le pone los cuernos también a su mujer, hay que ver lo machote que es, por eso le aumento la pena un año más de propina, y no me cuente usted más, no vaya a ser que le ponga una cadenas y falle cadena perpetua, y sin derecho de reducción, la justicia aquí como usted ve no es como en su país, dese usted por conforme. Y el juez golpeando con una maza pequeña, dijo: “Cúmplase la sentencia, sin derecho de volver sobre lo visto. Despejen la sala.” La sentencia fue publicada en el boletín de los juzgados como ejemplo de justicia. Gorroño cumpliría el total de la pena impuesta. Fran, Lucita, y Bernardina se reunieron en un hotel con la excusa de comer. Cuando terminaron de comer, los tres tuvieron una larga conversación. —Berna, ¿puedes contarme lo que has hecho con nuestras empresas? —Fran, yo creía que todo era queso, luego ya me enteré que también había pan, pero ya era tarde, ya tenía una barriguita y no pude evitarla.

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—No, —dijo Lucita, —eso ya lo sabemos, lo que queremos saber ahora es el dinero que nos robaron, y no andes con excusas, este es el momento para que nos digas la verdad, no podemos ni debemos esperar más, es nuestro deseo de aclarar las cosas. —Fran, yo lo siento mucho, ten en cuenta que yo no soy de madera, también tengo una frágil memoria, y cada vez me flojea más. —No, —dijo Fran, —lo que nosotros queremos saber es el importe de lo robado, los nombres de todos ellos, y te aseguro, Bernardina, que si no lo haces, tendremos mayores problemas, no podemos dejar que nos dejen sin nuestros negocios, y de propina una hermanita morena, y no se sí habrá más. —No, Fran, yo no sé lo que han robado, ni siquiera sé los que están implicados, pero sí sé que sólo he parido una morena, los otros dos son rubios como vosotros. Mientras Fran interrogaba a Bernardina, Lucita la miraba con ojos de compasión, pero Fran seguía inquiriendo una respuesta, y Bernardina no decía nada nuevo, hasta el extremo llegó que Lucita dijo: —Basta ya, papá, no es posible que trates así a la madre de tus hijos, déjala en paz ya. —Perdona, Lucita, sé que estás sufriendo mucho, te lo noto en tus ojos, pero yo quiero descubrir los posibles secretos de esta amarga situación. —Por favor, papá, ya seguirás otro día, ten en cuenta que ella tiene derechos, que yo sepa eres su marido, y si no te gustan los cuernos, qué le vas a hacer, hoy por ti, mañana será por mí. Recuerda lo que dijo Jesús, “el que este limpio de pecado, que tire la primera piedra”, y nadie la tiró, tú sabes, papá, que todos pecamos, recuerda aquella linda mujer que conociste en mi pueblo, y no quiero decirte más.

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—No, Lucita, no es lo mismo, yo lo que quiero saber es quién se llevó mi dinero, y sé que ella puede decir más de lo que dice. —Verás, Fran, —dijo Bernardina —yo te estoy diciendo lo que sé, quizá alguien de ellos pueda decírtelo todo, pero yo no sé más. Perece mentira, Fran, que tú, padre de mis hijos, me sometas a este interrogatorio, ¿tú no recuerdas aquellos años que pasamos tan felices? —Sí, los recuerdo, lo que no entiendes tú es que sigo luchando por ti y por todos tus hijos e hijas, por nuestros negocios, por la vida de todos. —Bueno, Fran, dejémoslo así, no hemos venido aquí para este interrogatorio, estamos dando un triste espectáculo, y todos perdemos mucho, bien sabes que estas cosas transcienden, y más siendo nosotros, nada más y nada menos, no quiero pensar que esto salga en la prensa, pues si sale el escándalo va a ser muy grande. —Venga, nos vamos para casa como si no hubiera pasado nada, no creo que los camareros comenten nada, aquí la gente es discreta, y sabe que si yo me enterara, no les vendría muy bien. Ya seguiremos en otro momento. Todos se pusieron de pié, y Fran le dijo a un camarero que le pasara la cuenta a sus oficinas. Lucita se agarró al brazo de su padre, estaba muy disgustada, se la veía enfadada, luego con la otra mano tomó el de Bernardina, y así, apoyada en los dos, salieron del hotel. Por el camino Lucita les miraba y ambos la apretaban, mientras ella se reía y comentaba: haya paz entre los hombres de Dios, haya armonía, haya amor, haya respeto, construye familia, ansía, espera de la vida el momento mágico de la ilusión, no habrá fuerza capaz de detener a quien sueña, a quien ama, a quien espera de la vida el momento mágico de la ilusión, la espera del ser querido, el nacimiento de un niño, el amor entre hombre y mujer, la familia unida, el respeto debido. 114

Al día siguiente, Fran recibió un escrito del ministro de asuntos exteriores, donde le pedía que fuera a verlo a las cinco de las tarde. Después de leer la carta, le dijo al portador que esperara, y tomando papel y pluma le escribió aceptando lo que le pedía, la metió en un sobre, y dando las gracias al portador se despidieron. Luego se fue a la oficina de Lucita, que estaba con su secretaria. Los dejó solos en el despacho, padre e hija frente a frente sentados en la mesa. Lucita cogió las manos de su padre y mirándose los dos con cierta cara de pena, ella le preguntó: —¿Cómo estás, papá, te veo con mala cara? —Mira, hija, sólo estoy regular, me da mucha pera por ti, sé que lo estas pasando mal, pero yo creo que al final las cosas se arreglaran, no debes preocuparte tanto, ahora mismo estoy haciendo todo lo que puedo, con el Ministro mañana iré a verlo a las cinco de la tarde, yo sé que me dará buenas noticias, o por lo menos eso es lo que espero. —¿Te acuerdas papá lo bien que lo pasábamos antes de venir a Holanda? —Sí que me acuerdo, la verdad es que tampoco me esperaba esto, lo de Ana ya lo sabía, lo de los negocios no. —Sí, papá, pero yo me acuerdo mucho lo bien que lo pasábamos en España, ¿te acuerdas de Santiago de Compostela? —Sí, cariño, tantas veces sueño contigo, que algunas veces cuando me despierto y no te veo me dan ganas de llorar. —Claro papá, sé que me quieres mucho y no quieres perderme, sé que tienes celos de Eloy y de todos los que me miran, de cualquier hombre que se cruza en mi camino, por favor, papá, tampoco es para tanto, y hazme el favor de no sentirte viejo y procura no perder la ilusión. —No, Lucita, mi problema no son los años ni mi sentido ni tú, mi problema son mis negocios, he trabajado 115

toda mi vida para crear esta empresa, y ahora puedo perder la mayor parte de ella. —Bueno, papá, en otras ocasiones decías que yo era lo más importante para ti. En cualquier caso esto lo arreglarán los abogados, tú y yo no podremos hacerlo. Anda, vámonos ya, dame tu mano y vamos a dar un paseo, quizá con eso recobrarás tu esperanza, recuerda, papá, que nosotros tenemos un buen equipo de asesores y nos defenderán. Lucita poco a poco fue llevando a su padre hasta la calle, quería que él no se abandonara, que dejara de sufrir, pero no era fácil, comprendía que su padre sufriera por el despojo de sus empresas fuera de Holanda. Llegaron a una terraza y los dos se sentaron, al momento un camarero les atendió. —¿Quieren tomar algo? —les dijo el mozo. —A ver, papá, ¿quieres tomar un té u otra cosa? —No, yo quiero tomar agua mineral, tengo que tomar líquido, ya me hace falta, ahora ya hace tres días que no puedo. —Ay, papá, ¿por qué no me lo dijiste antes, que tonto eres, no confías en mí? —Sí, cariño, lo que pasa es que me daba vergüenza. —No, papá, tú te duchabas conmigo y nunca te dio vergüenza. Tampoco cuando te enjabonaba, cuando me acostaba contigo, te acariciaba hasta que te dormías y luego me marchaba para mi cama, porque roncabas mucho. —Pues no, yo no sabía que roncara, tú no me lo has dicho antes, y cuando uno ronca no se escucha a sí mismo. —Mira, papá, yo te oía desde mi habitación, y parecías la maquina del tren, lo único que no hacías era echar humo por las narices, yo ya te lo he dicho antes, ¿no te acuerdas? —No, hija, por lo menos ahora no sé nada de lo que dices, sé que lo hemos pasado bien. 116

—Papá, ¿quieres que vaya contigo a ver al ministro mañana? —Sí, podrías hacer de mí secretaria, yo te presentaría, siempre puede serte útil que conozcas con quién tratamos. Supongo que un día tendrás que hacerte cargo de los negocios, yo no podré hacerlo y lo que deberías hacer es encargarte de las empresas, ya que yo me canso demasiado. —Mañana iré contigo, quiero conocer gente importante, tener amigos con los que conversar, supongo que algún día habré de casarme, no quisiera quedarme para vestir santos, como dicen en mi pueblo. Con Eloy ya no tengo correspondencia, me gustaba y creo que me sigue gustando, pero estamos tan separados que ya me he olvidado de él. —No, Lucita, los amigos hay que recordarlos y comunicarse con ellos, un amigo, aunque sea en el infierno, es un amigo, los que no los tienen no saben lo que pierden, la amistad limpia sincera y sin egoísmo ni intereses es lo mejor que se puede tener en la vida, sin ellos no sería igual, recuérdalo siempre. Un buen amigo es un tesoro, es el hombro donde puedes apoyarte, es la persona en la que puedes fiarte, siempre tendrá una mano que darte, un beso a cambio de nada, una sonrisa cómplice. —Bien, papá, te agradezco estos consejos. Qué sería de mí si no te tuviera, no quiero ni recordarlo, no habría nacido y tú no tendrías una hija como yo. —Sí, mi cielo, yo ya no sabría vivir sin ti, quién sabe dónde estaría en este momento, quizá estaría en Cuba cortando caña o haciendo puros, bebiendo ron y comiendo caracoles y lagartijas, o con Che Guevara o alguna de las cubanas de culo gordo y amplios pechos. Dejemos esto, no nos metamos en cosas que no nos importan. —Ay, papá, ahora me acuerdo yo de lo que decía un señor muy simpático de Cacabelos cuando hablaba con el barrendero de mi pueblo, y este le decía que no se metiera 117

en política, porque podía perder el escobo. Así que cuidadito, papá, ya sabes cómo son los cubanos y como las gastan. Recuerda, papá, una chica negrita. Lo siento, papá, no debería haber dicho esto, pero se me escapó. Mi cabecita algunas veces no responde bien, quizá esté un poco oxidada, como otras cosas que tengo. Luego Lucita tomó entre sus manos la cabeza de su padre, lo abrazó y lo besó, y otra vez le pidió perdón. Su padre embobado con la hija se reía como si fuera un niño. Al día siguiente, los dos agarrados de la mano, se fueron a ver al ministro, una secretaría los pasó para una sala. Luego salió un joven y les mandó pasar, el ministro muy amable les saludó, y les dijo que se sentaran. Luego, punto a punto, les contó todo lo que sabía: —Señor Van Gaal, después de muchas pesquisas, hemos descubierto que le han vendido diez empresas, y quizá alguna más, el dinero no llego a sus cuentas, suponemos que se han quedado con él, el que firmó la venta y otros cinco más son estos que están escritos en este papel. Lucita tomando el papel, se dio cuenta que el primer nombre era el del padre de Ana, el moreno que se acostaba con Bernardina, Lucita no quería darle el papel a su padre, pero no tuvo otro remedio. —Señor ministro, tengo que agradecerle que haya resuelto esta investigación en tan poco tiempo. Estos señores ya han sido juzgados y están encarcelados por otra causa abierta por estafa en Holanda. ¿Podría acumularse este delito al ya Juzgado? —Señor, esto deben ser sus abogados los que le informarán, compréndalo nosotros somos el ministerio. Fran y su hija, después de despedirse del ministro, se levantaron. Justo en ese momento se abrió una puerta lateral por la que salió un joven que el ministro les presentó. 118

—Señor Van Gaal, este es mi hijo Robén. Fran aprovechó la ocasión y les presentó a su hija Lucita. Se dieron la mano sonrientes y salieron todos al despacho anterior. Los dos jóvenes se miraban con cierta soltura, mientras sus padres seguían con su conversación. Terminada la vista, el ministro les dijo adiós, que tengan suerte, y Robén le dijo a su padre que él les acompañaría hasta la calle y que luego volvería para hablar con él. En el ascensor los dos jóvenes muy juntos, se miraban, Fran pensaba en los cubanos. El joven le dio una tarjeta de visita a Lucita y le dijo que le gustaría verla el día que ella quisiera, que le presentaría a un grupo de amigos que lo pasaban muy bien. Cuando se despidieron, Robén extendió la mano a Lucita, ella le dio un beso en la mejilla con cara de picarona, luego sonriendo se fue con su padre. Robén se quedó parado por ver si Lucita se daba la vuelta para verlo, y así lo hizo dos veces, en la que los dos levantaron la mano diciéndose adiós. Una vez llegados a la oficina, Lucita y su padre pidieron una café a la secretaria, y mientras lo tomaban, el padre de Lucita le preguntó: —¿Te gusta ese joven tan simpático o es sólo una broma tuya? —Sí, papá, me gusta, me gusta lo que me propone, quiero tener más amigos, quiero vivir un poco mi vida personal, quiero tener algo de libertad, quiero realizarme como mujer, recuerda, papá, tu has tenido una vida llena de amor, yo todavía no sé lo que es eso, eso no representa que yo no te quiera o que te vaya a cambiar por nadie, recuerda, papá, tengo pasión por ti como padre, prefería que vivieras más que yo, por favor papá, dame un respingo de vida, y perdóname. ¿Sabes lo que quiero decirte? que deberías hacer vida de matrimonio con Bernardina, todos nos

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equivocamos alguna vez, pero también tenemos que aprender a perdonar. —Niña, para ya, es verdad todo lo que dices, pero mira que cambiarme a mí por un moreno, es que no tiene perdón. —No es cuestión de perdonar, lo que tenemos que hacer es vivir la vida como es, aceptar que algunas veces nuestros comportamientos son egoístas y no normales. Lucita se ausentó un momento y luego volvió con su mano derecha por encima del hombro de Bernardina a quien le dijo que se sentara al lado de su padre. Luego Lucita les preguntó: —¿Por qué no hacéis vida de matrimonio? —Pues no lo sé, —dijo Bernardina, —a mí me gustaría, pero éste no sé qué dirá, yo duermo sola todos los días y me da mucha pena, a mis años ya me quedan menos días. —A ver, papá, ¿tienes algo que decir sobre esto? —Lucita, si tú lo quieres, lo haré esta noche y cuando Bernardina quiera. —No, papá, tienes que dormir todos los días agarradito a tu mujer, y si no hacéis eso todos los días, no os preocupéis, somos muchos que no lo hacemos y por eso no nos quejamos. La vida es así, papá, unas veces te hace feliz y otras se olvida de ti. Anda ya, papá, dale un beso y un fuerte abrazo a tu esposa legal, olvídate de las tonterías que hacemos en la vida, tenemos que perdonarnos nuestras faltas, y si no lo hacemos, pasaremos la vida enfadados. ¿Te acuerdas de aquella linda mujer? Pues mientras tú hacías aquello, Bernardina haría otro tanto, y por eso no te puedes quejar. Hoy os voy a abrir la cama, cambiare toda la ropa, la perfumaré, pero no habrá ni camisón ni pijama, así recordareis como en los viejos tiempos y os daréis más calor y acaso salta la liebre. ¿O no, Bernardina? —y mirando para Lucita con la cabeza, le dijo que sí. 120

—Tienes razón, hija mía, con los años se olvida todo, y al final pasamos la vida como si estuviéramos muertos, nos peleamos por otras cosas sin darnos cuenta que la vida es corta, a mi me gustaría que tu tuvieras un niño para hacerme abuelo. —Papá, tú tienes más hijos que yo que te puedan hacer abuelo. —Si, Lucita, pero hay una morena que no es hija mía, los otros también son muy feos y no sé si son míos. —Bien, ahora vámonos a la cama. Lucita tomó a su padre por la mano, luego con la otra abrazó a Bernardina, los llevó hasta su habitación, abrió la puerta, y ellos se sentaron, y Lucita se persignó y dijo que el Señor esté con vosotros esta noche, abrazó y besó a los dos y luego se fue, cerrando la puerta. Al día siguiente Lucita se levantó más temprano, se fue a la habitación de su padre, abrió las ventanas para que entrara luz, luego acercándose a la cama, los vio juntitos y los despertó: —¿Qué tal lo habéis pasado, ha funcionado o no? Bernardina, con una cara dulce y cómplice le dijo que sí, que les había costado trabajo, pero que sí, que sí. Su padre estaba eufórico, y Lucita se reía. —Pues bien, me gustaría tener un hermanito, ya sé lo había pedido al Señor. Luego Lucita les sermoneó, les dijo que el egoísmo era muy malo, el abandono era peor, la avaricia perjudicaba a los dos, que los sentimientos y el corazón había que cuidarlos, que algunas personas se morían odíando a otras y esas irían directas al infierno, que no se salvaba ninguna. De su mano los llevó al comedor, allí les pusieron el desayuno. Al día siguiente vino a buscarla Robén, el hijo del ministro había quedado con ella para ir a una fiesta entre

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jóvenes. Cuando Robén llegó a las oficinas, el guarda de seguridad le preguntó: —¿Quiere ver a alguien? —Sí, quiero ver a la señorita Lucita o al señor Van Gaal. —Un momento, por favor, voy a anunciarles su visita. ¿Podría darme su nombre? —Yo soy Robén, y me conocen. El guarda llamó por el interfono. —Señorita Lucita, soy el guarda de seguridad, aquí está el Señor Robén, y quiere verla. —Dígale que suba a la tercera planta, que yo le espero —se oyó decir. —Señor, suba usted a la tercera planta. Cuando llego le esperaba Lucita junto a su padre, le pasaron a su despacho, y allí Fran mantuvo con él una conversación. —Joven, como usted sabe, yo soy el padre de Lucita y quería que usted se comprometiera conmigo a que la va a tratar bien, compréndalo, es la primera vez que sale por la noche, sé que usted es una persona sería, lo que no sé es como serán sus amigos. Según me dijo ella es una reunión, supongo que habrá más mujeres. —Sí señor, no se preocupe usted, todos somos personas serias, estaremos unos doce. Todas las semanas nos reunimos, bailamos, cantamos y nos divertimos sanamente, en este grupo nunca ha habido problemas, no creo necesario decirle que somos hijos de personas serias. —Muy bien, Robén, ya nos veremos algún día. —Estaría encantado, señor Van Gaal, cuente usted conmigo. Al momento salió Lucita, vestía un vestido verde manzana, se había pintado los labios, sombra en los ojos, pestañas de negro y calzado zapatos verdes con tacón, una cruz de oro colgada de una cadena del mismo metal, una 122

sortija de oro con un díamante que le había regalado el señor Fran a Bernardina. Su padre se acercó a ella, la beso en la mejilla, como si tuviera miedo de tocarla, y los dos se reían. Bajaron en el ascensor, y Fran subió a la cuarta planta donde estaba Bernardina, se sentó junto a ella, y apoyando su cabeza sobre sus manos, no sabía si reír o llorar, luego su esposa se acercó, y dándole un beso en su calva, le dijo que no era para tanto, que todas las mujeres hacían lo mismo y no pasaba nada, que Lucita era muy lista, y que tenía que acostumbrarse, que nosotros las traemos al mundo y luego el mundo les da lo que merecen o no les da nada, que la vida es así y tenemos que conformarnos con lo que el Señor nos da. —Sí, tú dices esas cosas, pero yo he visto que llevaba joyas y yo no las había visto antes. —No, Fran, te equivocas, esas joyas me las regalaste tú el día que nos casamos, recuerda lo bien que lo pasamos. ¿Te acuerdas que dando vueltas nos caímos de la cama y tú casi te rompiste esa cabecita? No es posible que no te acuerdes de una cosa así, el primer día que dormimos juntos. —Pues no, no me acuerdo ya hace tantos años… —Anda, tontito, vamos a dormir, y a lo mejor te acuerdas y tienes una propina sin merecerla, ya sabes que yo soy muy calentita y desprendida. —Ya, Ya, eso si lo sé desgraciadamente, pero no te voy a culpar, ya quedamos en que había que olvidar el pasado y vivir sólo el presente, conformarnos con lo que tenemos, vale más lo conocido, que lo que no conocemos. —Si, a nuestros años ya no podemos aspirar a más. —Fran, ayer lo hiciste muy bien. —Gracias Berna. Una vez al año no hace daño. Luego se acostaron. Bernardina se dio la vuelta al ver que Fran no tenía ganas de nada. Fran no se dormía, 123

daba muchas vueltas en la cama. A las doce de la noche se levantó y fue al la habitación de Lucita, pero ésta no estaba, se quedó esperándola. A las dos de la mañana llegó Lucita, cuando entró en la habitación, su padre se abrazó a ella y le dijo: —¿Qué tal Lucita, cómo lo has pasado? —Papá, ¿qué haces en mi cama a estas horas? —Mi niña, no podía dormir en mi cama y he preferido esperarte hasta que vinieras, y ahora quería dormir un ratito contigo, necesito tus caricias, tus mimos. —Vale, vamos, mimoso. —Si acaso roncara, me despiertas y me voy para mi cama, y no pasa nada. —Bueno, venga, pero sólo un ratito. Lucita y su padre se metieron en la cama, ella lo acariciaba lo mismo que en Madrid, pero al momento roncaba, y Lucita no podía dormir. En lugar de despertar a su padre, se fue a buscar otra cama, se encontró con Ana en ella, Lucita se acurrucó a su lado, y al poco tiempo se quedó dormida. Al día siguiente Lucita desayunaba con su padre, que le preguntó si había dormido bien. —Bien, papá. Ayer me preguntaste si lo había pasado bien. Pues sí, he tenido mucho éxito, todos los chicos querían bailar conmigo, y como sabes, yo no sé bailar, todos me apretaban mucho, y yo no quería, pero eran personas muy simpáticas, muy agradables y guapas. La verdad, papá, es que uno me gusta mucho, es guapísimo y tú lo conoces, se llama Joseph, es abogado, trabajó en tus empresas, me dijo que ahora le habían despedido. —Luci, quiero conocerlo y saber por que le han despedido, esto no me huele bien, podría estar en contra de los morenos, que yo sepa sólo se despidieron los sospechosos. —¿Sabes lo que deberíamos hacer, papá? 124

—Yo haré lo que tú decidas, Lucita, tú no eres tonta ni mucho menos, así que decídelo como quieras, yo sólo quiero verlo, preguntarle algunas cosas que me importan mucho, saber el partido político que vota en las elecciones, saber su opinión sobre el matrimonio, sobre los hijos, sobre su familia, y a partir de aquí, quiero estar enterado de todo lo que haces con él, quiero saber quienes son sus padres, no me importa que no sean ricos, lo que quiero es que sean decentes. —Papá, ¿tú crees que yo voy a hacer eso? Algún día habré de casarme, y quiero ser libre para elegir la persona que yo quiera, al margen de tu opinión. Papá, perdóname, tú no tienes que enfadarte, ni tampoco estar despierto si salgo alguna noche con unos amigos, recuerda, papá, ya tengo veintisiete años y el próximo lunes cumpliré veintiocho, y quiero hacer una fiesta en un hotel donde estaremos toda la familia y también mis amigos y mis amigas, así que prepárate que te va a costar un dinero. —Lucita, en cuanto a la fiesta me parece bien, qué no haré yo por ti, cariño, eres lo mejor que tengo en la vida, lo que me preocupa es tu casamiento, se que puedes decirme que soy un egoísta, y lo acepto. Por otra parte, ten en cuenta Lucita mis sentimientos, porque eso significa que voy a perderte. —Ya lo sabía, papá, que ese es uno de los problemas a los que temes, pero no deberías preocuparte, de alguna forma lo arreglaremos si es que me caso, que todavía esta por ver. Anda celosete, a tus años y con esos mimos, te tengo que desacostumbrar. —No, Lucita, no digas más, debes tener en cuenta que tú deberías ser la dueña de tu silencio, y si no serás la prisionera de tus palabras. —Esta noche quiero salir con Robén y otros amigos, si no te parece mal.

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—Ya me da igual, sé que te he perdido, y sabía este día llegaría, es ley de vida, pero no te enfades, favor, comprendo que tú tienes que vivir tu vida, mayores descendemos todos los días un escalón, y jóvenes en vez de bajar subís.

que por los los

Ese día había llegado, y Fran no lo esperaba, pero la vida pasaba como si fuera una mala nube que no respetaba nada. El, que había vivido enamorado de su hija, feliz como si estuviera en el limbo, mimado como si fuera un niño, recordaría cuando la vio en Cacabelos por primera vez y se dio cuenta que podría ser su hija, fruto de una tarde de amor y locura. La avaricia, el desatino, la falta de principios éticos, el desprecio por las personas afectadas por sus hechos, su esposa Bernardina, sus hijos habidos en el matrimonio, la vergüenza como hombre público, la falta de control de sus hechos, el temor al Señor. Cosas graves nunca pensadas que ahora le atormentaban, temía llegar a que él mismo se odiara. Y con esos pesares se fue a su cama, donde Bernardina le esperaba, y cuando se acostó, ésta se volvió hacia él para darle un beso y se dio cuenta que lloraba. —¿Qué te pasa, Fran, por qué lloras? —No, por nada, no te preocupes es una tontería, como Lucita se fue a una fiesta con sus amigos, sí acaso me preocupa que le pase algo malo. —Ay, qué tonto eres Fran, Lucita sabe mucho más que tú de esas cosas, ten en cuenta que es muy lista y es mujer, y encima es guapísima, encantadora, juguetona, perece un díablillo, esos ojos azules, ese pelo rubio, esa boca, ese saber mirar y no sigo, no quiero que te pongas celoso, anda abrázame, quiero dormir calentita. Al día siguiente, temprano, Fran se levantó, fue a la habitación de Lucita pero ella no estaba, él se metió en la

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cama a esperar que su hija llegara. No tardo en llegar. Cuando se encontró con su padre, le preguntó: —Papá ¿qué haces en mi cama, te pasó algo con Bernardina? —No, hija, es que no podía dormir, sabiendo que tú no estabas en casa. —No, papá, así no puede ser, tú tienes celos de mí, y crees que yo soy tonta, se muy bien lo que hago, sigo siendo la misma de siempre, sabes que me he hecho un compromiso conmigo misma, y lo respeto, tu hija está como el día que nació, me molesta que sospeches de mí, y me vengas todos los días con la misma monserga. —No, cariño, perdóname, sé que eres buena e inteligente, pero me da miedo que te pase algo. —Pero vamos a ver, papá, ¿es que no soy ya mayorcita para cuidarme de mí? —No, hija, pero déjame que me acueste un poquito nada más, me haces una caricia como antes y ya me voy. —Anda, mimoso, súbete. Y Lucita como siempre hacía, le acarició su cabeza y le dio el beso en la mejilla como tenía por costumbre. No habían pasado tres minutos y Fran ya roncaba. Lucita se bajó de la cama, despertó a su padre y agarrándolo de una mano lo llevó a la cama donde estaba Bernardina. Al día siguiente cantaban los pájaros en las ventanas del palacio, y todos se levantaron menos Lucita que dormía. En el comedor del desayuno, les sirvieron café con churros. —A ver, Fran, —dijo Bernardina, —¿qué te pasó esta noche que te fuiste de mi cama cuando más te necesitaba? —Berna, me fui a ver si había venido Lucita, no podía dormir, esta niña me da mucho que pensar, y siempre estoy pendiente de ella.

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—¿Sabes lo que te digo? Que puedes perder a tu hija si se va y luego te pasaras el día llorando por tú Lucita, pero ya será tarde, ya la habrás perdido, —Por favor, Bernardina, no seas ave de mal agüero, eso Lucita no lo haría nunca conmigo, ella sabe que la quiero. —Es posible lo que dices, pero podría llegar a pasar, y entonces te pasarás el día llorando, te tendremos que llevar al psicólogo, y ya sé que eso te va a dar vergüenza y no lo podrás remediar. Un hombre como tú, tan poderoso, y llora porque su hija se divierta sin pecar con nadie, la esperas en la cama para saber a la hora que llega, abandonas a tu mujer sin cumplir como marido… —Está bien, esta tarde nos reuniremos toda la familia, quiero dejar las cosas claras con todos. Nos vemos a las cinco de la tarde en mi despacho. Fran tenía mucho en que pensar, se había metido en un problema con su familia y quería ver la forma de resolverlo, no podía dejar pasar las cosas, anotó en un folio todo que le estaba pasando, luego pensó que tenía tres hijos más, y él tenía que contar con todos. Llamó a uno de los abogados que trabajaban en la planta primera y le mando subir a su despacho. Una vez llegado le dijo que quería consultarle algo de su familia. —Sí, dígame, señor Van Gaal. —Se trata de mi hija Lucita. Sale con unos amigos y amigas todos los días. Creo que es un grupo formal, uno es el hijo del ministro de exteriores, parece una buen chico, pero yo tengo miedo que le pase algo a mi hija. —Vamos a ver, señor Van Gaal, ¿cuántos años tiene su hija? —Creo que tiene veintisiete o veintiocho.

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—Señor Van Gaal, su hija es mayor de edad, y por lo tanto usted no tiene derecho a mandar sobre ella, como usted sabe, los juzgados son muy exigentes con esas cosas, pero además yo conozco a Lucita, y tengo que felicitarle por ella, es toda una mujer, sensata, inteligente, guapa, buena con todos sus compañeros, amable, siempre nos hace reír, nos besa como si fuéramos hermanos, es cómplice de nuestras risas, algunas veces nos engarabita, pero si alguno se pasa, lo para con una sencilla y dulce mirada. Señor Van Gaal, tengo la impresión de que no sabe lo que tiene. Así que si no tiene otra cosa que decirme, mi consejo es que la haga feliz, déjela usted, ella sabe muy bien lo que es y lo que vale, y le repito, su hija es como una ángel caído del cielo, y qué suerte que le cayó a usted. Usted la merece y le felicito otra vez, a usted le conozco pero a su madre no, supongo que también tendría algo que ver con su hija, recuerde que quien cuida mejor de sus hijas son sus madres, son las que siempre están pendientes de ellas, saben de sus penas y de sus alegrías, de sus virtudes y sus defectos, son las primeras que les dicen cuando llegan a ser mujeres. Repito, señor Van Gaal, es usted una persona muy afortunada, usted tendrá unas nietas muy guapas, y no quiero decirle más, aunque si me gustaría que otro día pudiéramos hablar. —Gracias, amigo, me hace feliz con sus palabras, y me gustaría verle alguna vez con más tiempo para invitarle a tomar una copa, dígame su nombre por favor. —Me llamo Ramón, soy hijo de una española y un holandés, soy el jefe del departamento jurídico, todos los años voy a Cacabelos y tengo familia allí. —Me alegro mucho, Ramón, ya ve qué pequeño es el mundo. Resulta que yo conocí a mi hija en su pueblo, y llegó a mi empresa en holanda y me encuentro con usted, que además es jefe del departamento jurídico, y conoce a mi hija mejor que yo, me dice cómo he de tratarla. Así es la 129

vida, uno cree que lo ha visto todo y resulta que ve menos que un topo. —Así es, señor, las personas carecemos algunas veces de acercamiento hacia los demás, perdemos amigos y nos olvidamos de gente buena de la que deberíamos cultivar su amistad. —Bien, Ramón, si a usted le parece nos vemos mañana, y me cuenta algo de su departamento, y si quiere podemos comer juntos, incluso podíamos invitar a Lucita. —Lo que usted diga, señor, una comida con usted es importante para mí, y si Lucita está será mucho mejor. —Reserve usted mismo una mesa en el restaurante que desee, y no se lo aseguro, pero intentaré que nos acompañe Lucita. Fran fue al despacho de Lucita, estaba la secretaria y le hizo pasar. —Buenos días, papá, ¿qué tal has dormido hoy? —Ya sabes, Lucita, que yo duermo bien, quien no duerme bien es Bernardina, no puedo evitar el roncar, no sé si debería visitar médico, si te parece un día me acompañas a ver si me recomienda algún tratamiento. —Sí, papá, cuando quieras iré contigo, yo, como sabes, he padecido y padezco ese problema cuando estoy contigo, y la verdad es que deberías mirarlo. Ya sabes que me gustaría hacer todo lo que pueda por ti y por la pobre de Bernardina, que no sé cómo aguanta toda la noche contigo, hace falta entrega, amor, cariño y mucho más, supongo que le preguntarás si le molesta y le pedirás perdón. —Me alegro que me lo digas, hoy mismo lo haré, aunque me gustaría que tú estuvieras presente. —No lo sé papá, hoy estaré por la noche con Robén, vendré algo más tarde, y no me esperes, por favor. —Pues hoy me hubiera gustado que nos acompañaras a mi jefe jurídico y a mí a cenar. Es un buen joven. 130

—Ya lo conozco, papá, pero no intentes meterte en mis cosas. Robén es mi hombre, y no hablemos más. Al día siguiente, Fran recibió una carta del ministro de asuntos exteriores en la que le decía que necesitaba hablar con él, que lo esperaba en su oficina, que tenía novedades sobre los cubanos. Fran y Lucita se fueron al ministerio, por el camino los dos cogidos de la mano y con cierta expectativa. Cuando llegaron les recibió la secretaría del ministro, y al momento los pasó. Estaban juntos el hijo y el padre. Lucita graciosa se adelantó, le dio un beso al ministro y a Robén le acaricio la cara mirándole con cierta complicidad, luego los cuatro se sentaron junto a una mesa. El ministro comenzó diciéndoles: —Señor Van Gaal, según me comunica el Juez, perece que ahora los cubanos saben más de lo que dijeron en el juicio, supongo que la cárcel les ha hecho reflexionar y quieren hacer una nueva declaración, nos interesaría su valiosa opinión antes de tomar una decisión, ya sabe usted que la justicia en Holanda es así, muy dura pero puede hacerse mas benigna hacia los penados, y por eso le he citado aquí. Yo no puedo intervenir a favor del estado, eso sólo el Juez puede hacerlo, y claro, el quiere saber su opinión, así que puede usted consultar con sus abogados o decidirlo usted mismo. —Señor ministro, yo soy un empresario, y lo que quiero es que confiesen todo lo que saben y me devuelvan lo que me han robado, y luego ya veré lo que hago dependiendo de lo que cuenten y de lo que me devuelvan. —Lo comprendo, señor Van Gaal, una empresa no puede tener sentimientos, faltaría más, los negocios son los negocios y deben separarse de cualquier otra consideración, para usted que tiene tantas empresas, supongo que no quiere hacer cosas que puedan crear precedentes.

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—No es así, exactamente, mis abogados dirán lo que hemos de hacer, yo tengo una gran responsabilidad, y haré siempre lo mejor para mis empresas, usted mismo acaba de decir que no se puede mezclar sentimientos con los negocios. Lucita veía que las cosas no estaban bien, y le dijo a su padre: —Papá, yo creo que deberías aceptar lo que te proponen, no pierdes nada y puedes ganarte algo de comprensión de la justicia. —Sí, niña, pero las empresas hay que protegerlas, dan mucho trabajo y riqueza para sus trabajadores, sí no fuera así no existirían, personalmente te comprendo, pero no puedo aceptar lo que me dices, sé que no te gusta y tienes afán y honradez. Cuando yo tenía quince años ya trabajaba, si bien es verdad que he ganado dinero, también he trabajado y no he podido estudíar, he estado en la guerra mundíal, he tenido que vivir con miseria y amargura, en la guerra he comido hierba, he bebido agua de una charca, he tenido que arrastrarme por el suelo para que no me mataran. —Señor Van Gaal, —dijo el ministro, —perdóneme, yo no quería crearle este problema, ahora le comprendo mejor, una cosa es hablar, y otra es comprender lo que a uno le afecta. —Gracias, señor Ministro. A propósito, creo que mi hija y su hijo se quieren, se reúnen con sus amigos, y luego Lucita llega tarde a casa. Y a usted, Robén, le digo que mi hija es lo que más quiero en el mundo, tenga cuidado por favor, es mi pasión de padre. El ministro creyó que estaba de más en aquella conversación y se retiró a una sala contigua llevándose a Lucita con el pretexto de enseñarle un cuadro. Fran y Robén continuaron.

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—No, señor, yo soy respetuoso con todos, así me han educado mis padres, y así lo haré, y el resto de amigos son lo mismo que yo, lo pasamos bien, pero nada más. —Muy bien, Robén, me gustaría mucho verle en mi casa, junto con su padre, si es que puede, y si no ya nos veremos en cualquier sitio, pero recuerde lo que le he dicho —Dígame, señor Van Gaal, ¿puedo acompañar a su hija hasta su casa por la noche? —Debería hacerlo, la verdad es que llega muy tarde, y no me gusta nada que a esas horas esté fuera de casa. —No se preocupe, señor, le prometo que no tendrá queja de mí ni de mis amigos, y no le vamos a decepcionar. Fran, como buen holandés, no las tenía todas consigo, su hija representaba mucho para él, confiaba ciegamente en Lucita, pero sabía que algún día podría casarse y luego quedarse solo, eso le atormentaba, egoístamente creía que perdería a su niña. Decidió con Bernardina hablar de sus preocupaciones. —Berna, tengo un problema, pienso que Lucita se casará con Robén, él es un buen chico, pero se pueden marchar a vivir fuera de nuestra casa, y ya no podré contar con ella, con su complicidad y ayuda. —Fran, tú parece que no conoces la vida, recuerda que desde hace muchos siglos las cosas son así, tus hijos son tuyos, pero tú no eres el dueño de sus vidas. Anda ya, ponte al día y déjate de monsergas, la vida es así, tu hija ya tiene años para saber lo que quiere, y no tienes derecho a que tú cumplas tus exagerados caprichos, si buscas una esclava, ya me tienes a mí, sí, y no me mires mal. No, Fran, eso no es bueno, tú tienes una esposa y soy yo, ya sé que algunas veces no puedes, pero vete a ver al médico para que te recete alguna pastilla y verás la fuerza que te da, verás como te gusta dormir en mi cama, a mí también me gustará,

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no te dejaré solo. Ah, y de paso le pides también unas pastillas para no roncar. —Berna, me parece que te estás pasando un poquito, y me tienes un poco cansado, ten un poco de paciencia, tenemos que aguantarnos una al otro. En esas estaban, cuando Ana entró en la sala y les dijo: —¿Sabéis que se os oye desde la planta de abajo? —Perdona Ana, es que tu padre es así, un día es un río caudaloso que se desborda y halaga a las huertas, y al día siguiente se seca, y no trae agua para beber un pajarito. Y Fran compró unas pastillas, se tomó una aquella noche, y funcionó, pero al momento se durmió y roncaba como un demonio. Al día siguiente cuando se levantaron, y mientras desayunaban, Bernardina le dijo: —Anoche te has portado de maravilla. —No lo creas, Berna, casi no llego, se nota que los negocios pesan mucho en mi cabeza. —¿No me digas que mientras lo hacíamos pensabas en los negocios? —Pues sí, Berna, no puedo evitarlo, ten en cuenta que yo no soy cubano. —Caramba, Fran, yo creí que ya lo habías olvidado. —No es fácil olvidarse de una cosa así, el orgullo de un hombre como yo no es fácil de doblegar. —Pues Fran, ¿qué pasó en Cacabelos con la madre de Lucita. —Bueno, es verdad que fue un tropiezo mío, pero eso sólo fue una vez, y tú has tropezado muchísimas con los morenos. —Pues yo creo que los negros todos son así, por lo menos todos los que he conocido. —¿Así que conoces más negros, y no me habías dado noticia de ellos? 134

—Fran, es verdad que conozco más, pero no pienses mal, una cosa es conocerlos y otra muy distinta es acostarse con ellos. Los celos infundados no te dejarán vivir en paz. Mientras, Lucita había seguido con Robén un noviazgo como ella quería que fuera. Su padre la invitó a que fueran los dos a Japón, quería hacer negocios y Tokio era su destino, ya estaba cansado de tanta pelea con Bernardina y quería alejarse de ella. Le había pedido consejo al jefe del departamento jurídico, y qué casualidad, nunca habían vendido ni comprado nada en Japón, así que ya no se volvería atrás, si Lucita no venía se iría con su secretaría, llevaba cartas de informes de los mejores bancos de Holanda, visitó la embajada japonesa, se informó quiénes eran los grandes clientes potenciales, qué artículos importaban y exportaban. Fran, gran negociante, gran persona y respetable, no pensaba en otra cosa que no fuera un gran negocio, no concebía el no traer pedidos para servir, sus fábricas producían de todo, menos coches, y precisamente los japoneses producían muchas marcas, él estaba seguro que su viaje con Lucita o su secretaría daría grandes resultados, sería sólo un viaje y luego los negocios fluirían día a día por sí solos, las fábricas trabajarían de noche y de día, las exportaciones serían mucho mayores que las importaciones. De esos pensamientos lo sacó Lucita. —Papá, piensas muchas cosas, pero no las conoces, yo sé que tú no eres un insensato, no vendas con tus pensamientos, hazlo con tus negocios. —Sí, Lucita, creo que pienso demasiado, algunas veces cuando pienso en ti y te veo con esa carita y esos ojos me dan ganas de rezar al Señor, soy un hombre muy afortunado, más por ti que por mis negocios, sólo me falta que me des un nieto.

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—Papá, me tratas como una máquina, yo no puedo tener hijos sin casarme, ya lo sabes, siempre lo he dicho y lo cumpliré. —Bien, Lucita, dime ya si quieres venir conmigo, lo demás ya lo hablaremos. Lucita toda melosa, le dijo que sí, que quién va acostarse con él y hacerle caricias hasta que ronque. —Gracias Lucita, sabía que no me fallarías, ya verás cómo lo vamos a pasar bien. Dos días después, saldrían para Japón según los planes preparados, los recibiría el embajador de Holanda en Tokio, y en la embajada planificarían el trabajo a realizar, tendrían un interprete mientas estuvieran allí y les acompañaría el agregado comercial. Los contactos los harían a través de la embajada, el portafolio se les mandaría a todas las empresas que visitaran, se trataba de comprar, vender, fabricar, distribuir, intercambiar, representar, patentes, herramientas y principalmente astilleros. El primer ministro Japonés, Tiko Taka, invitó a Fran y a su grupo a la sede del Gobierno, donde tendrían la primera reunión y un ágape. Tal y como estaba previsto, a la hora en punto llegaron a la sede del gobierno Japonés. Un despliegue de personas les ofrecieron las sillas para sentarse, las chicas con gracia inclinaban la cabeza cuando pasaban delante, era pura cortesía nipona. La mesa era presidida por el ministro, sentado a su derecha estaba Lucita, a su izquierda Fran y al lado de éste un intérprete, el resto rodeaba la mesa. Llegado el momento de exponer el trabajo que les había reunido, el ministro se puso en pie. —Señor Van Gaal, quiero agradecerle su visita, y sobre todo acompañado de su linda hija, nos llena de satisfacción verles aquí, gracias señor Van Gaal, gracias Lucita.

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El orador dejaba tiempo al traductor, y seguía diciendo: —Nosotros estamos lejos de su mundo, y muy poca gente nos visita, por eso precisamente habremos de premiarle como el empresario más importante venido aquí, recuerde la Guerra Mundíal, que desgraciadamente hemos mantenido con el resto del mundo, hoy ya salidos de esas horribles cosas, somos un país que trabaja, que crece, que sufre ciertos olvidos. Espero que podamos cumplir sobradamente el interés de su visita, que esta sirva para mantener nuestra amistad y nuestros negocios, que así sea. Todos los presentes aplaudieron. Lucita se puso de pie, miro a su padre y éste con la cabeza asintió. —Señor ministro, muchas gracias por el piropo que me ha dedicado, —el interprete le rogó que parara, no sabía traducir la palabra piropo. Lucita mientras tanto miraba para todos y se reía, luego continuó diciendo que sus empresas estaban en todo el mundo menos en Japón y Rusia, que sabía que la Guerra Mundíal había sido una tragedía, pero que esas cosas había que olvidarlas. Y Lucita siguió: —Los pueblos del mundo debemos unirnos, debemos mezclar nuestra sangre, comerciar con todos. Observo que son muy guapos y sé que son unos grandes empresarios, así que, señor Ministro, aquí estamos para hacer negocio y amistad, y a mi padre y a mí nos gustaría que fueran por mi país, si hace tantísimos años que los holandeses descubrimos este lado del mundo a través de nuestros navegantes, me gustaría que su pueblo conociera el mío… Fuertes aplausos recibió Lucita, a los que el ministro japonés añadió diciendo thankyou thankyou. gracias, gracias… 137

A partir de ese momento comenzaron las negociaciones con otros departamentos, se cruzaron muchos contratos, se hicieron muchos negocios, se comprometieron a seguir visitándose en ambos países. Luego Lucita, junto con el intérprete del ministerio, se acercó a su padre y se lo presentó. —Papá, este es Toki Tako, ¿verdad que es muy guapo? —Niña, yo no sé de hombres, la especialista eres tú, pero recuerda que hemos venido a trabajar, y tú tienes alguien que espera en Ámsterdam, ten mucho cuidado porque luego todo se sabe, no te vayas a pasar. El intérprete asistía mudo sin comprender de qué hablaban. —No, papá, yo sólo quiero tener una amistad, y nada más, ya sabes bien lo que pienso. —Hija, haz lo que tú creas conveniente, ya eres mayor, pero te recuerdo que las personas serias siempre debemos cumplir nuestras palabras. —Perdona papá, tienes razón, lo que me ocurre es que el tiempo se va. —Niña, por favor, haz lo que quieras, pero déjame ya. Lucita se calló y siguió conversando con el intérprete, ya apartados del padre. Ya pasada la medía tarde, Lucita y su padre se fueron de la embajada. Fran quería confirmar cuántos contratos habían hecho, y no había información, le propusieron comer algo si no había comido, pero ellos se fueron al hotel. Tenían una gran habitación con dos camas, un baño y una ducha, justo lo que habían pedido. —Papi, ¿nos duchamos, juntos como siempre y luego dormimos separados? —No, Luci, primero dúchate tú, luego me ducho yo, y solito. 138

—Papá, primero tú, has sudado mucho más que yo, y te veo un poco agotado, así que no se hables más, mientras llega el agua caliente, desnúdate, si no te importa. Cuando Fran entró en el baño, Lucita desnuda como hacía siempre, entró en la ducha, le puso gel a su padre y le frotó. El padre no quería. —Anda, tontito, dame espuma por detrás, no me digas que te da vergüenza, vaya un empresario que tengo, encima de darte mimos, no estás contento conmigo, será posible, papá. ¿Verdad que te gusta cuando me acurruco contigo en tu cama y te hago caricias, poso mi mano sobre tu corazón y cuento tus latidos hasta que empiezas a roncar? —No lo sé, Luci, yo al momento me duermo, y no sé más. —Pues sí, todos los días pasa lo mismo. Y como Lucita había dicho, también aquella noche después de las caricias, Fran se durmió y comenzó a roncar. Al día siguiente, Fran despertó a Lucita, le dijo que ya cantaban los ruiseñores, que tenían que trabajar, pero Luci, perezosa, no se quería levantar. —Déjame, papá, estaba soñando que había tenido un niño con un moreno, y había nacido amarillento. —Uy, Lucita, eso no es un sueño, es una pesadilla, ¿te has hecho pis en la cama? —No lo sé, papá, mojadita sí estoy, cuando los sueños son tan fuertes, algunas veces navegas cerca del cielo y te puedes hacer pipi o lo que sea sin darte cuenta, y cuando despiertas ves que no era verdad. —Menos mal, Luci, sería de risa para las que hacen tu cama, menudo cotilleo que tendrían. —Bueno, papá, las cosas son así, tú también habrás hecho lo mismo. Después del desayuno se fueron los dos a la embajada. Fran quería saber si se habían hecho más contratos. Le entregaron una carpeta con la información de 139

todas las operaciones en curso. El traductor leyó veinticinco, una a una, se trataba de muchos negocios en potencia. Como faltaban tres días, muchas de ellas, seguramente se concretarían y firmarían. Mientras Lucita recorría toda la embajada con el embajador, miraba a las personas que trabajaban y los hermosos cuadros de pintores holandeses, los únicos que no le gustaban eran los de Rubens, siempre eran señoras muy gordas, con pechos muy exuberantes y desnudos, el embajador le dijo que Rubens siempre había pintado así, que había habido otros pintores, como Willem el Viejo, y su nieto Willem el Joven, luego estaba Renoir el impresionista, que Holanda siempre había sido un gran mercado del arte. El embajador siguió haciendo un repaso a la historia de Holanda. Le dijo a Lucita que Marco Polo descubrió todas las islas de aquellos mares, Singapur, Indonesia, Bali, Srilanka, todo el sudeste de Asia, la costa oriental de África, Rusia, China y muchos más. Que en el Océano Atlántico los holandeses también tienen islas que les quitaron a los españoles, que habían sido descubiertas por Cristóbal Colon, que lucharon por ellas junto a los franceses, entre ambos países se las repartieron, siempre con la lanza en la mano, ya que las cosas entonces eran muy distintas. —No sé si sabes que los españoles descubrieron America, fue Cristóbal Colon, y luego dieron la vuelta al mundo Juan Sebastian El Cano y Magallanes, llevaban tres carabelas y sólo llegó una con cinco hombres que llamaron los Cinco de la Fama. —Señor embajador, me ha dado una lección que yo no sabía, y me gusta mucho saber las cosas de mi patria, yo he nacido en un pequeño pueblo de la provincia de León — dijo Lucita —Bendito sea tu pueblo y benditos sean tus padres, no perdieron el tiempo, una niña como tú. guapa, educada, 140

simpática, con ojos azules y rubia, más bien pareces una mujer de otro mundo. —Gracias, señor, a mi padre ya lo conoce, pero mi madre hace muchos años que ha muerto, murió cuando yo nací. Luego el embajador ya algo cansado y con Lucita sujetándolo por un brazo, se fueron a la despacho de él, allí estaba su padre peleándose por sus contratos, el intérprete estaba desazonado, ya no le fluían las palabras traducidas. Lucita tomó a su padre por un brazo y le hizo levantar, se lo llevó a un lado y le dijo que parara, que el joven estaba agotado, su padre no quiso hacerle caso, pero ella le rogó que lo dejara para el día siguiente y que las cosas irían mejor, que estaba haciendo de negrero y que no tenía por qué. Su padre la miraba y no aceptaba lo que su hija le decía. Lucita terminó diciendo: —Señor embajador, hoy la gente ha trabajado mucho, y mañana será otro día, así que vámonos ya, nos sentamos en la cafetería y descansamos, y por eso no nos cobraran más. ¿Qué dices, papá, te gusta o no? Todo no puede ser trabajar y trabajar, tenemos que vivir algo la vida en calma ¿o no? —Bien, lo que tu digas, hija mía, estamos a punto de vender cinco patentes para fabricar yogures, latas de sardinas, barriles de ron, chocolate y azúcar moreno. —Ay, picaron, y encima querías que siguieran trabajando, avaricioso, ya sabes que la avaricia rompe el saco, según decía la buena gente de mi pueblo. Ya en la cafetería, siguieron conversando. —Si no les importa, yo voy a tomar un whisky holandés, de mi cosecha fabricado en Escocía. El intérprete y el embajador pidieron lo mismo y Lucita se quedó colgada, así que decidió pedir lo mismo, aunque su padre sin decirle nada la miraba interrogante.

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—Brindaremos por todos los que nos rodean, por nuestras familias, por nuestros negocios y por nuestros pueblos —dijo Fran. El señor Fran levantó su copa y los cuatro brindaron, luego todos bebieron, a Lucita le dio la tos y no paraba de toser, con su pañuelo sobre la boca se reía, cuando pudo controlar la tos, le dijo a su padre: —¿Papá, esto es whisky o es lejía? —y seguía tosiendo, no podía aguantarse la risa. Luego, sentada, les dio la mano al embajador y al joven intérprete y les pidió perdón. Su padre la veía tan colorada, que no sabía qué decir. Luego Lucita, ya calmada, le pregunto al embajador: —¿Usted me daría trabajo si me quedara en Japón? —Pues, pues, —dijo el embajador mirando para el padre, —supongo que eso es una broma a las que veo eres aficionada, pero si tu padre me dice que sí, yo estaría encantado de la vida. Hace ya muchos años se nos murió una hija, era de tu misma edad, luego Camila, que es mi esposa, y yo nos quedamos solos, y así vivimos juntos los dos, si quieres mañana te la presento en la embajada, ella estaría muy contenta de conocerte. Lucita miraba para su padre que con su cabeza le dio la aprobación. Le dijo al embajador que sí, que le gustaría conocerla. Al día siguiente como tenían previsto, se fueron a la embajada, Fran a su trabajo, contando contratos y el intérprete traduciendo los escritos, Lucita fue presentada a Camila por el embajador. —Me alegro mucho de conocerla, Doña Camila, su esposo fue tan galante ofreciéndose para que usted me acompañara, también me ha contado lo de su hija, que según me dijo era de mi edad. Lo siento, créame.

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—Sí, hija, sí, la vida algunas veces es muy dura, pero no podemos hacer nada, es como una sombra que pasa y se lleva la vida de alguien y la felicidad de los que nos quedamos, es muy duro para los padres la muerte de una hija. Lucita, hace quince años que la hemos perdido y ni un solo día dejamos de recordarla. Muchas veces soñamos con ella, pero claro, al despertar no la vemos y nos da mucho pesar. —¿Qué le parece si dejamos a los hombres con los negocios y nosotras damos un paseo por la ciudad? —Ay, Lucita, que cariñosa eres, cuanto me gustaría que te quedadas con nosotros. —No es posible, Doña Camila, yo tengo un compromiso en Amsterdam, tengo un novio al que quiero mucho, nuestra intención es la de casarnos, él es hijo del ministro de asuntos exteriores. —¿No me digas Lucita que tu novio es Robén? —Pues sí, es Robén, y nos queremos mucho, aunque algunas veces yo me enfado por que él se pasa. Y ya sabe como son los hombres, lo quieren aquí y ahora, y claro yo no quiero. —Haces muy bien, Lucita, yo tampoco lo he consentido, y eso me dio mucha seguridad, ya sabes, los hombres siempre andan buscando lo mismo, y cuando lo consiguen, algunos se olvidan, y claro, luego eso nos puede costar muy caro, porque una vez conseguido, luego lo quieren todos los días, y si te he visto no me acuerdo, y van con otra y una puede quedarse con una barriguita. —¿Y qué le parece, Robén, lo encuentra bien para mi? —Sí, Lucita, yo creo que haréis una buena pareja. El es un joven muy guapo y de muy buena familia, ha estado con nosotros aquí pasando unas vacaciones, es muy cariñoso, esta muy bien educado, y además es nuestro ahijado. Y nunca le llegué a ver con mujeres. 143

—Ay que ver, Doña Camila, qué pequeño es el mundo, resulta que ahora pueden ser nuestros padrinos de boda. —Sí, nosotros estaríamos encantados, Federico y yo hace ya mucho tiempo que nos gustaría ampliar la familia, pero nosotros ahora ya no podemos. —Ayer he estado con su esposo casi todo el día y me pareció un gran hombre, es simpático, agradable, se le ve bondadoso, así que la considero una mujer muy afortunada. Lucita se dio cuenta que Camila trataba de ocultar una lágrima, y ella la abrazó, la besó en la cara, y con su pañuelo se la limpió , y cada vez más fuerte la abrazaba. —Sí, Lucita, Federico me quiere mucho, pero es que me has tocado mi fibra sentimental. Hace 48 años que estamos casados y jamás entre los dos hubo un reproche, un olvido, que un beso no llegara en su justo momento, siempre pendiente de mí, besos por la noche, besos al levantarnos, caricias en cualquier momento, risas en la ducha, abrazos cuando el agua está fría, complicidad siempre, me corta las uñas de los pies y las manos, me las pinta de todos los colores, hasta que yo le tomo por el pelo y le hago que me las pinte de rojo. Y así, Lucita, día a día desde que nos casamos, Dios quiera que yo me muera antes que él, no podría soportar su muerte, es tan bueno y cariñoso… —Camila, ahora quien llora soy yo, que bonito todo lo que me cuentas, parece un sueño, yo no sabía que esto pudiera pasar, yo no recuerdo a mis padres haber hecho eso, tuvieron mala suerte y mi madre se murió al yo nacer, eran tiempos muy difíciles, en España hubo una guerra muy mala, lucharon hermanos contra hermanos, cada uno en su trinchera, había muy poca comida, mucha desesperación, mucha miseria, muchos huérfanos, había mucha tuberculosis que no se podía curar, las familias eran muy 144

grandes, algún matrimonió tenía 21 hijos, otros algo menos, pero siempre muchos. —Qué cosas me cuentas, Lucita, me da mucha pena, nosotros también tuvimos una guerra, yo la recuerdo, pero no pasábamos hambre, sí es verdad que nos escondíamos en los desvanes de nuestras casas para que no nos vieran los soldados enemigos de nuestro pueblo. Luego cuando vinieron los americanos nos daban comida y protección, nos daban caramelos y algunos juguetes, parecían muy legales con nosotros. Yo sé que en España los Rusos hicieron la guerra junto con los de la izquierda española, y precisamente no traían juguetes ni comida, traían armas, aviones, y lo pasaron muy mal. Eso es lo que contó mi padre que estuvo en ella. Lo siento, Lucita, no he hecho bien hablándote de guerras, esas cosas son de nuestros mayores, y ahora tenemos que olvidarlas. Mientras pasaba el día, Fran, fiel a su trabajo, seguía haciendo negocios, cada hora recibía más contratos cerrados, al tal extremo llegó, que el interprete se quedó sin voz, pero le daba lo mismo, el recibía los contratos y les daba la aprobación moviendo su cabeza de arriba hacia abajo, en plan mimo, y vengan más y más contratos. Mientras Camila y Lucita seguían paseando, parándose de tienda en tienda sin comprar nada. Ya a medía tarde volvieron a la embajada, donde estaban su padre y Federico el embajador, se dieron cuenta que el traductor no decía nada cuando ellas le hablaban, él no podía contestarles, hacia señales hacia su boca, se dieron cuenta que no tenía voz, y Fran seguía archivando contratos y contratos casi sin leerlos. Lucita se acercó a su padre y le preguntó: —¿Qué tal, papá, estás contento? Supongo, te noto ansioso y algo avaricioso. —No, Lucita, yo soy como siempre, tú me conoces muy bien, los negocios son así y esta es mi vida. Si ganas 145

ganas, y si pierdes pierdes, y nada más, no hay secretos, hay talento y valentía, no creas que a mí me cae del cielo el dinero, tú sabes muy bien cuánto trabajo, y me gustaría que lo reconocieras. —Ya, papá, lo reconozco, pero deberías atender a Federico y su esposa Camila, ellos te han invitado a venir, y tú no me habías dicho nada, tengo que enterarme por otros, y eso no me gusta. —Zanjemos esto, Lucita, ya no vale la pena seguir así, mañana será otro día, y yo estaré aquí y si hay más contratos mejor para todos. Al siguiente día, Fran dio por terminados todos los contactos con empresarios japoneses, había comprado un edificio para instalar unas oficinas representativas de sus empresas, el embajador Federico, quedó en buscarle un director provisional, y Fran enviaría desde Holanda más personal, lo necesitaba ya. Fran y Lucita se marcharían esa noche, Lucita le dijo a su padre que debía despedirse del intérprete, que era un buen trabajador, que debía intentar contratarlo para sus nuevas oficinas. Pero no le hizo caso, lo más curioso es que cuando estaban en el aeropuerto, llegaron Federico el embajador con su esposa Camila y con el intérprete de la embajada, todos juntos tuvieron tiempo para sentarse y tomar una copa y comentar cosas variadas. Lucita y Camila se separaron de los demás y siguieron su mundo a parte. Fran con su maletín en la mano, con todos los contratos, no lo soltaba, conversaba con Federico, pero no soltaba su maletín. Por fin la compañía anuncio la salida del vuelo a Ámsterdam. Todos se abrazaron, se besaron y con las manos en alto se decían adiós, adiós. Veintiocho horas después, el piloto anunció que se preparaba para aterrizar. Fran agarrado a su maletín, Lucita agarrada al brazo de su padre le dijo que tenía miedo, que 146

no quería morir, que tenía que conocer algo que no conocía, su padre en principio no se dio cuenta de lo que su hija quería decir. Una vez en el aeropuerto, los dos se relajaron y se besaron en la mejilla, se miraban y reían. Fran con una mano sobre los hombros de Lucita y la otra con su maletín, caminaban lentamente hacia la salida. Nadie les esperaba porque no habían anunciado su llegada. Recogieron sus maletas y luego en un taxi se fueron a su casa. Fran no le dio propina al taxista, a pesar de la insistencia de Lucita. En la puerta sólo estaban los hombres de seguridad, que muy solícitos recogieron las maletas, pero Fran no les dio el maletín, a pesar de lo que le decía Lucita. Al día siguiente los dos tenían el jetlang, no podían hacer nada, parecían dos manguelos, no podían con su cabeza, pero Fran se reía con cara de avaro judío, con su maletín en la mano, no se dio cuenta de que no estaban ni Bernardina ni Marta, su única preocupación parecía ser guardar los contratos que tenía en el maletín. Luego Lucita lo tomó por la mano y lo subió a la cuarta planta donde estaba el resto de la familia, y padre he hija se dieron cuenta que no había comprado nada para regalar. Lucita se echó a sí misma la culpa, luego todos sentados conversaban, pero Fran no había besado a Marta, y ella con mucho respeto se acercó al que creía era su padre, y le besó, luego le acarició lo mismo que hacía Lucita. —Bien, ya estamos de nuevo todos juntos, y quiero deciros que las cosas nos fueron mucho mejor de lo que esperaba, hemos hecho muchísimos negocios, montaremos fábricas en Japón, haremos coches por primera vez, este será el negocio del futuro. —Sí, Fran, ¿y yo qué hago en todo esto, qué nos vale al resto de la familia? —dijo Bernardina.

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—No te puedes ni imaginar, seremos la primera firma en la vieja Europa. —Bien, Fran, parece que no quieres entenderme o algo parecido, yo me conformo con otras cosas que tú sabes. —Ah, perdona, no me había enterado de lo que me decías, es que mi memoria algunas veces me falla, y no me acuerdo de nada. —Sí, Fran, no te acuerdas de lo que no quieres acordarte, tu memoria te funciona mejor que otras cosas, y además sé otras cosas de ti, me han dicho que tienes una amiga más guapa que yo. —No, Berna, yo contigo tengo todo lo que deseo, y no puedo con más, lo mío son los negocios, y nada más. Bueno, antes era distinto, era más joven y tenía más poder de convicción. —Bien, —dijo Lucita—, aquí parece que sólo os importa lo vuestro, y además sois capaces de montar esta marimorena, sin importaros quién esta delante ni el daño que nos hacéis, por favor, aquí hay jóvenes y no creo que esto sea muy edificante para ellos, así que se acabó. Venga, papá, vete a tu despacho, cuentas los contratos o los años que tienes, y tú, Bernardina, haces lo mismo pero con ovejitas, y se acabó, no hay más que decir, mañana deberíamos vernos en las oficinas si os parece a las diez. Al día siguiente Fran a las nueve en punto de la mañana, junto con su maletín, esperaba la llegada de Ramón, jefe del equipo jurídico, se saludaron y entraron. —¿Cómo le han ido las cosas, señor Van Gaal? —Creo que bien, mire los precontratos que he firmado, están aquí —y le entregó el maletín abierto. —Caramba, señor, ha trabajado mucho al parecer. —No lo crea, Ramón, otras veces trabajé menos y saqué más, pero las cosas son así, deberán estudíarlos uno a uno, y muy especialmente la fabricación de coches, creo que es una gran oportunidad para Holanda y Europa, 148

debería buscar un traductor del japonés, es un idioma muy extraño, y creo que algunos contratos están sin traducir. —No se preocupe usted, Señor, yo me encargo de ello, trabajaremos todo el equipo y luego por escrito le daremos nuestra opinión, si le parece bien. —Ok Ramón, me voy a reunir con mi hija, si se te ocurre algo, allí estaré. Cuando Fran llegó a la oficina de Lucita, aún no había llegado ésta, se sentó con Bernardina, y ésta le dijo: Anoche te portaste como un machote. —No, Berna, yo siempre soy así, lo que ocurre es que tú has puesto más en esta ocasión, cosa que antes no hacías. No tardó mucho en llegar Lucita, pidió perdón por llegar tarde y sus padres la disculparon. Una vez sentados los tres, Lucita dijo: —Ahora estamos los tres sin los pequeños ¿Queréis decirme por qué discutís delante de los niños? ¿Cómo es posible que siempre estéis con esos problemas? —No, Luci, yo no discutía, por lo menos eso me parecía, aunque no estoy seguro, ya sabes como es Bernardina, dile que sí y ella te dirá que no, y dile que no, y ella te dirá que sí. —Pues sepáis que os estáis portando muy mal y que tenéis que cambiar. Quiero que me lo prometáis o me vuelvo a mi pueblo. —Por mi parte te lo prometo, hija. —Por la mía también, Lucita. —Pues asunto terminado, ¿veis que fácil? Lucita quería verse con Robén, definitivamente pensaba en él, por primera vez reconocía que había encontrado a su hombre, los años pasaban, los deseos aumentaban, los niños le gustaban, las noches solitarias, los

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despertares sola, recordaba la ultima vez que estuvo con Robén. Como sorpresa Lucita recibió la visita de Robén en su oficina, quien entró como un torbellino, se abrazó a ella, la cubrió de besos, pero ella le paraba, le pedía calma, aunque no lo rechazaba, él le dijo: —Trono de mi mirador solitario, mi bien, mi luna, mi amiga más sincera, mi confidente, mi propia existencia, mi sultana, mi único amor. la más bella de las bellas... Mi primavera, mi amada de cara alegre, mi luz del día, mi corazón, mi hoja risueña.. Mi flor, mi dulce, la única que no me turba en este mundo... Mi cielo en la tierra de mi Holanda, mi mujer de hermosos cabellos, mi amada de ceja curvada, mi amada de ojos peligrosos... Cantaré tus virtudes siempre. Yo, el amante de corazón atormentado, con los ojos desbordados de lágrimas, yo soy feliz a tu lado. Lucita no podía sentirse más feliz, cada vez estaba más convencida que debería casarse con aquel hombre increíble, tener hijos, hacer una gran familia, no quería vivir junto a su padre, necesitaba más intimidad, más espacio, más libertad. Esperaría dos días para decírselo a su padre. Robén esperaba ilusionado, preveía que deberían juntarse ambas familias para proponerles su decisión, no querían enredar, harían las cosas con seriedad, con respeto para todos. Robén le propuso a Lucita que él se lo diría a sus padres y Lucita a los suyos, y había llegado el momento de hacerlo. Luego quedaba ver donde vivirían, pues Lucita no quería vivir junto a ninguna de sus familias. Como eso era una cosa no decisiva, no le daban tanta importancia, lo de ellos era tener la conformidad de sus padres, pues debido al respeto que siempre tenían, eso era inevitable. Si los padres de Lucita estaban conformes, irían el día siguiente a casa de Robén y comentar su decisión, ver que decían ellos, suponían que tendrían su bendición. Y

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después de despedirse los dos con un beso, se desearon suerte. Lucita fue al despacho de su padre que estaba contando contratos, Bernardina no estaba, mandó a su secretaría a buscarla, cuando llegó, Fran había guardado su maletín y esperaba mirando a Lucita con una cara indefinida, hacía una mueca entre su nariz y su labio superior, al igual que lo hacen los conejos, sus ojos avaros los cerraba y los abría. —Bien, sentaos —dijo Lucita —Quiero comunicaros algo importante para mí, y quizá para todos. Veréis, Robén y yo queremos casarnos, me gustaría que tú, papá, me dieras tu bendición, y Berna, también quiero la tuya, si no te importa. —Ay, Lucita, qué miedo me da, —dijo su padre, volviendo a hacer muecas con su nariz y su labio, —Te quiero tanto que no quiero perderte. —No, papá, yo no soy un contrato de los que tienes en el maletín. Recuerda, papá, tengo veintiocho años y quiero vivir mi vida, y ya va siendo hora. —Sí, mí niña, lo sé, y pienso muchas veces en ello, pero es que temo perderte, y ahora es cuando más te necesito, me estoy haciendo mayor, y ya sabes lo que pasa, ¿recuerdas lo que le pasó al que creías que era tu padre? —Sí, papá, lo recuerdo muy bien y me da mucha pena, pero yo no soy la responsable de lo que dices, si acaso lo eres tú, recuerda lo que pasó. —Bueno, haya paz en el cielo y en mi casa. Te doy mi bendición. Bernardina con su cabeza dijo también que sí, se abrazó a Lucita y la besó por toda la cara. Mientras Fran no decía nada y miraba para su maletín. —Otra cosa, papá, que como marcan las normas holandesas, deberíais ir a ver a vuestros futuros consuegros. 151

—Ya los conozco, y tengo algunas relaciones con su ministerio, muchas veces en mis oficinas necesitan documentos de exportación. —No, papá, no mezcles peras con garbanzos, que no son lo mismo, los negocios son negocios, y las obligaciones como padre son otras. —Claro, tiene razón Lucita —dijo Bernardina. —Lo que tú tienes son celos, y eso es muy malo, has estado mimado durante mucho tiempo, yo lo sé y ya es tiempo de dejar tus mimos y tus caprichos. Lucita tomó a su padre del brazo para que se levantara de su silla, y tomando a Bernardina se abrazaron los tres. Lucita los acariciaba y besaba. Cuando Fran por fin hubo terminado con Lucita, se sentó, tomó su maletín y siguió contando contratos, y uno a uno lo apuntaba en su libreta, pero en un momento un gato salto a su mesa, era negro y le miraba. Fran tomó una carpeta para darle con ella, y justo en ese momento entro Ana, su hija morena, tomó el gato en sus manos, y pidiéndole perdón a su padre, se fue. Tal y como Robén y Lucita querían, al día siguiente tendrían una cena los seis, prepararían la reunión en casa del ministro para la petición de mano, fijarían la fecha de la boda, y muchas cosas más relacionadas. Previamente, Lucita y Robén fueron a ver la madre de éste, y que Lucita no conocía. Cuando entraron, allí estaba el matrimonio, y Robén dijo: —Mamá, esta es Lucita. —y mirando a Lucita, le dijo: —Y ésta es mi madre, se llama Ana Katerina, y como ves, tiene los ojos como los tuyos. —Caramba, qué guapa eres —dijo Ana Katerina — Dame un abrazo y bésame como si fuera tu madre, Robén me ha dicho que la tuya murió al poco de nacer tú.

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—Sí, desgraciadamente ha sido así, y le agradezco mucho que me diga esas cosas, no sé si usted sabe lo que es vivir sin una madre. —Sí, mi madre era nacida en Rusia, de ahí viene mí nombre, que como ves es compuesto, cuando yo tenía diez años se murió de pena por la muerte de mi padre, que había muerto en la guerra luchando por el pueblo ruso, siempre unos contra otros. —Me parece que deberíamos sentarnos, dijo Federico el ministro, no vaya a ser que empecéis con “luego hablaremos de nuestras cosas”. El mismo le puso la silla a Lucita, al lado derecho sentó a su esposa y al izquierdo Robén, y luego se sentó él, la conversación después de un breve silencio era inevitable, Lucita fue la que comenzó. —Deseo decirles que estoy locamente enamorada de Robén, ya sé que esto no es muy normal que lo diga yo, que sólo venía a conocerla a usted, pero sabiendo lo reservado que es su hijo, quiero decírselo yo. Y eso. —¿Qué quieres decir cuando dices y eso? — preguntó Ana Katerina? —No, no, solamente quiero decir que nos queremos mucho, y nada más. —Espero que no hayáis hecho nada malo por lo que tengáis que arrepentiros. —No señora, no, oportunidades he tenido siempre. No es extraño un dialogo como ese, siempre los hijos, como si fueran tontos y nunca rompieran un plato, sus mamás a defenderlos, el Adán de siempre, la Eva pervertida, la sospecha siempre hacía la mujer. Esta vez Federico tomó cartas en el asunto, y con cara sonriente miró a Ana Katerina y ella se dio cuenta que el interrogatorio había terminado. Luego Federico tocó un botón y una chica del servicio se acercó a ellos por si querían algo. Todos 153

pidieron para beber y nada para comer, en ese intervalo de tiempo Robén tomó la palabra. —Mamá, Lucita y yo hace tiempo que nos conocemos y tú lo sabes, nos queremos mucho, pero nunca hemos hecho nada malo, no hace falta que te diga que yo no miento, me conoces desde el día que nací, tu me has enseñado lo que es bueno y lo que es malo, has hecho de mi una persona apreciada por todos los que me conocen. Luego siendo así, no entiendo tus palabras habladas en esta mesa, lo que Lucita quería decirte era que nos queremos, y tu ofuscada no lo has entendido, pero recuerda lo que te voy a decir, mama, nunca he querido a nadie como quiero a Lucita, es mi alma, es el aire que respiro, es mi diosa, es mi musa, es mi pensamiento diario, es mi alegría, es la sombra en verano y el cobijo en invierno, será la madre de tus nietos y será tu paño de lágrimas si lo necesitas, será el reposo de tu cabeza el día que Dios te llame, será el alma a la que algún día tendrás que agarrarte para tu bien, para tu descanso, para tus sueños malos y buenos, para encontrar alguien que te quiera más que los que ahora conoces. Repito, mamá, nosotros queremos casarnos, queremos tener muchos hijos, queremos vivir junto a vosotros, queremos vivir muchos años, queremos sacaros a paseo cuando seáis mayores, cuando ya no podréis valeros por vosotros mismos, cuando falla la memoria, cuando falla el esqueleto, cuando uno ya no es nada más que un alma que vaga en pena mirando al cielo por si se asoma el Señor y por entre dos nubes lo ves, ya no quedará otra cosa más que vagar y vagar, día a día, hora a hora, minuto a minuto, y luego otra vez al día siguiente, y otra vez volver a empezar, así es la vida, mamá, no sólo es la tuya, será la de todos. Al final Federico tomó la palabra, hacia medía hora, y no había intervenido, se dirigió a Lucita y le dijo calmadamente: —¿Puedo llamarte hija aunque ahora aun no lo seas? 154

—Claro que sí, faltaría más, ya casi lo somos, Robén quiere casarse conmigo el mes que viene, y luego serás mi papá político, estaré encantada de tener otro padre nada más y nada menos. . A Lucita le quedaba lo más difícil de conseguir, era la aprobación de la madre de Robén, que no parecía decidida. El padre propuso dejarlo para el día siguiente cuando se reunieran los seis para cenar, suponía que para entonces estaría más relajada. Lucita no las tenía todas consigo, pues recordaba los celos de su padre. Al día siguiente tal y como había convenido, estaban todos juntos, Lucita al lado de su padre le miraba como siempre, lo encontraba bien, quizá mejor que contando contratos. Una vez terminada la cena, Lucita se dirigió a Ana Katerina y le dijo: —Ana, quiero pedirte que sin duda alguna nos digas si estás conforme con nuestra unión. —Señor Ministro, —dijo Fran anticipándose —me alegro mucho de estar con ustedes en esta ocasión especial, para mí es una gran satisfacción, ya sé lo que nuestros hijos desean. —Señor Van Gaal, —contesto el ministro —no esta bien que yo lo diga, pero mi hijo Robén es un excelente muchacho, inteligente, es guapo, divertido, amable siempre, respetuoso, generoso, y es un gran tipo, los ojos son de su madre, y qué más quiere que le diga, debido a mi trabajo, no he tenido mucho tiempo de estar con él, tiene amistades muy influyentes. —Ah, eso puede ser interesante—dijo Fran, — tenemos que hablar, Robén, pero no en este momento, ya estoy viendo que a mi esposa no le gusta lo que digo, así que dejémoslo para otro día, será mejor. Se notaba en la mesa que había filin entre todos pero Fran no resistía ciertas cosas que el embajador le había 155

dicho, en el fondo el creía que Robén no trabajaría nunca para él, y eso él no lo concebía, ya se imaginaba trabajando para Robén y sus posibles nietos, y no sabía cómo salir, su hija le miraba con ojos implorantes mirada que él no conocía, al final medio acorralado dijo: —Yo estoy de acuerdo con esa unión y también hablo en nombre de mi esposa Bernardina. El ministro tomó la palabra para decir: —Por mi parte, encantado. —Creo que deberían pensarlo un poco más —dijo Ana Katerina. —Mamá, por favor, ya lo hemos pensado mucho, y vale ya. —Mamá Ana —intervino Lucita con una mueca de cariño —las cosas del corazón no se piensan, se hacen. —Bien, hijos, que Dios os bendiga como yo lo hago en este momento. Y Ana se levantó para besar primero a Lucita y luego a su hijo. A partir de ese momento simbólico, todo comenzó a ir mejor, se acabó la tensión precedente, el personal del servicio se acercó preguntando si tomaban un aperitivo, todos pidieron un vermut Caribe, pero Robén pidió un Whisky escocés, y a Fran no le gusto. Efectivamente no era hora de tomar esa bebida, pero no podía decir nada. Aunque Fran, celoso de quien se llevaría a su hija donde él no quería, se dio cuenta que Robén bebía por el simple hecho de pedir un whisky. A partir de aquel momento se sentía con motivos para decirle a Lucita lo que él creía, que no era otra cosa que manifestarle sus dudas sobre Robén. Llegado el momento de fijar la fecha de la boda. Robén propuso diez días después. Fran dijo que no podía ser, que tenían que ir a Australia, que se había comprometido con el gobierno de aquel país para mantener 156

unas conversaciones y firmar contratos de negocios, que la boda podría celebrarse cuando él volviera, además Lucita viajaría con él, pues la necesitaba y que los contratos que firmarían serían muy importantes para su país, y que la boda podía esperar. Lucita no quería retrasarla, y el padre no tuvo otro remedio que aceptar para quince días después, según propuso Robén, aunque no antes de protestar. Lucita aceptó lo que propuso Robén y se decidió, finalmente, que se casarían quince días después. Fran, se retiró a otra habitación y lloraba, con su pañuelo se quitaba las lágrimas, en el fondo creía que había perdido a su hija. Ya más calmado volvió a la mesa y se quedó callado, estaban haciendo la lista de boda, el lugar donde celebrarla, y él todopoderoso no pudo decir nada. Todo lo había organizado la rusa, parienta de los Zares según ella decía, Fran se limitó a decir que sí a todo. Luego, la parte contraría, según lo definía Fran, se despidieron y se fueron, quedaron en que se verían algún día antes para ver dónde se celebraría la comida y otras cosas relacionadas con la boda, especialmente quién pagaría los gastos. Después de quedarse solos, padre e hija se quedaron un momento allí, se les agregó Bernardina, que se había ausentado al baño, los tres sentados en un sofá. Lucita muy dispuesta le preguntó a su padre: —Papá, te noto un poco celoso o ¿estoy equivocada? —No, Lucita, no son celos, es otra cosa, no me gusta Robén, antes parecía un buen chico, pero me he dado cuenta que no es tal, el lo que quiere es casarse, y ya veremos después lo que me favorece en mis intereses y de mi familia cuando yo me muera. —¿Cómo puedes pensar eso de Robén, papá? —Sí, no es él sólo, también participa su madre Katerina, me parece que lo que quiere es embobarte y 157

tenerte de escaparate, nosotros no estamos acostumbrados a esa vida, trabajamos, luchamos y sabemos lo que queremos, y para qué hemos venido a esta vida, no me gusta Robén, le noto algo que no sabría decirte, no sé lo que es, celos no son, pero algo tiene ese chico que yo antes no me había dado cuenta. —Por Dios, papá, no puedo entenderte, me cuesta mucho trabajo, y antes éramos como uña y carne, y qué nos pasa ahora. —Pues no lo sé, hija, yo soy algo mayor y acaso me equivoco, pero me parece que no, más sabe el viejo por viejo que por sabio, este es un refrán de antaño. Contéstame a esta pregunta ¿has visto desnudo a Robén? —No, papá, no lo he visto desnudo —¿y qué quieres decir con eso? —No, nada, solo quería saber si lo conoces como hombre, ya me entiendes, si eso pasó o no pasó. —Ya sé lo que quieres decir, si lo que quieres saber es si me he acostado con él, te digo que no. —Pues eso, Lucí, es lo que yo quería saber. Gracias hija, y perdóname, sabes muy bien lo que te quiero, y no permitiré que nadie te haga daño, eres lo que más quiero en este mundo, anda dame un beso, y tu Bernardina abrázanos a los dos. Y así los tres se reían, pero Fran menos que las dos, no era un buen día para él, demasiadas cosas pasaron por su cabeza, le gustaba que su hija estuviera ilusionada, pero él no se confiaba. Bernardina le preguntó a Fran: —¿Por qué le haces tantas preguntas a tu hija? —Es muy sencillo, hace dos años que la conozco, y sé como es, tiene una mente prodigiosa, es buena, la quiero mucho, y no quiero permitir que alguien la engañe, no quiero que sepa lo que es llorar ni lo que es sufrir por alguien que quiera, lo que le ocurre es que ella se cree 158

enamorada de Robén, pero ella no sabe lo profundo que es el amor, el gozo de ser amada, y mi obligación como padre es demostrarle lo que hace bien y lo que hace mal, y ya no hay más. —Papá, yo creo que estas celoso, si no te conociera, pensaría otra cosa peor, y no me gustaría tener razón, me has hecho unas preguntas muy raras, y no sé qué pensar, pueda que tengas motivos para ello, pero me gustaría que no. Ya cantan las lechuzas en nuestro tejado y ya es hora de irnos a dormir, mañana el Señor nos dará otro día, y tendremos que darle muchas gracias. —No, —dijo Bernardina, —hay que comer algo, recordar que hoy no hemos comido, sólo hemos tenido un día alborotado, a tal extremo llegó, que pasamos el día discutiendo. —No, Berna, el que se peleó fui yo, aquí mi niña soñando con las nubes, yo protegiéndola con un escudo de Templario y ella diciéndome que estaba celoso como si fuera un gallo de pelea. Hay que ver, Lucita, con lo que nos conocemos los dos, espero que el Dios que nos guarda esté pendiente de nosotros, nada más nos faltaba que nos castigara, a mí me quieren quitar a mi hija, y encima tengo que callarme, y eso no lo consentiré nunca. —Bueno, Fran, cálmate, luego yo te daré una propina, hoy te la has merecido, sabía que eras todo un hombre, pero no sabía que eras tan grande. Vámonos a comer algo, no sé si os habéis dado cuenta que no hemos comido nada después del desayuno, venga, sentaros los dos, os traeré unas croquetas hechas en nuestras fábricas. Luego comieron y Fran le pidió un whisky, pero Bernardina protestó y dijo que eso no lo debía tomar. Fran recostándose un poco sobre la silla le preguntó. —¿Por qué yo no puedo y Robén sí? —Bueno —dijo Bernardina, —tú eres mayor que él, tienes más cosas en qué pensar, y puede hacerte daño. 159

—No, supongo que lo que quieres decir, es que él es un irresponsable, y busca el casamiento con Lucita para seguir sin trabajar, a los treinta años no se puede vivir sin haber dado un palo al agua. —No papá, yo creo que él no es el culpable, yo no os dije nada, pero su madre no quiere que trabaje, ella es de una gran familia y dice que su hijo no tiene por qué trabajar. —¿Y tú estás de acuerdo con esa situación? — preguntó su padre. —Papá, yo quiero casarme con él porque me gusta, porque lo quiero, y porque no me gusta quedarme soltera. —Perdóname, Lucita, yo sé que no me debería meter en tu vida, pero es mucho lo que te quiero, desde que nos hemos conocido, no he pensado nada más que en ti, en tu bien, en tu felicidad. Lucita repensaba las cosas que su padre le decía, y estaba decidida a casarse con Robén, no quería esperar más, quería tener hijos y éste era el mejor momento para ello, por lo que decidió decírselo a su padre sin darle la oportunidad de una respuesta, harían boda o no, pero ella se casaría como fuese. —Papá, yo me quiero casar con Robén, y no quiero que digas que no, yo lo quiero y creo que seremos muy felices, pero no te preocupes, también seguiré queriéndote a ti como lo hice hasta ahora. —Bien, Lucita, hágase tu voluntad y que seas inmensamente feliz, si tú lo eres, yo también lo seré, y no se hable más. —Bésame, papá, y abrázame fuerte, me haces muy feliz, te lo agradeceré toda mi vida. Y así con ese abrazo padre e hija hicieron la paz, Bernardina muy contenta se unió a los dos, podía ser la ultima vez que hubiese un enojo entre ellos. Luego todos se fueron a dormir, y por primera vez Fran se quedó sin las caricias que Lucita le hacía todos los días, puesto que 160

Bernardina tomando por la mano a Fran lo arrastro a su habitación, le quitó la ropa y lo metió en la cama, luego mientras ella se desvestía y se daba una crema en cara, se volvió a la cama, pero Fran ya roncaba, ella lo despertó, —Anda, ladrón, cumple tus obligaciones y luego roncas si quieres. Al día siguiente Lucita le preguntó a su padre algo que le preocupaba: —¿Papá, si fueras tú el que te casaras, adonde irías de luna de miel? —Pues sin dudarlo me iría a Bali, allí hemos estado los holandeses, hemos descubierto aquellas islas, son muy bonitas, los hombres y las mujeres son encantadores, las islas que les rodean son muy bellas, hay un hotel que se llama Nusa Dua, es maravilloso, allí podréis estar unos días, luego podéis ir a Nusa Penida, luego saltáis a Yakarta, luego a Singapur, pero si queréis iros a otra, cuidado, allí hay muchas islas ocupadas por salvajes, antes tenéis que preguntar, toda la gente de aquella zona nos quieren mucho a los holandeses, también hay muchos japoneses, no se os ocurra decirle nada a una niña japonesa, su padre y su madre se enfadarán, las protegen mucho, a demás son muy feos y nunca te dicen nada. Con esta simple conversación, Lucita creía que era el sitio ideal para pasar su luna de miel, y si Robén lo aceptaba, definitivamente sería donde viajarían para estar quince días. Sólo le quedaba a Lucita sacarle a su padre los Florines que necesitaba. —Papá, ¿me darás el dinero para pagar los gastos? —Lucita, yo te daré una carta de pago que podrás presentar para pagar en el hotel o en cualquier banco puedes sacar dinero, pero creo que Robén también debería pagar algo.

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—Siempre igual con el dinero, papá, qué más te da, hazlo por mí una sola vez, y por eso no arruinarás tus empresas. Y otra cosa, papá, a la boda vendrán cuatro ministros con sus esposas, y esto quiere decir que te pueden salir oportunidades de negocio, pero te ruego que no hables de eso, sencillamente, dales una tarjeta y pídeles la suya, después de la boda los llamas y vas a visitarlos, y entonces es cuando debes ofrecerles oportunidades para el país, para sus ministerios, recuerda el maletín que has traído de Japón, esa puede ser tu gran oportunidad, si tú le ofreces al gobierno holandés buenos negocios, estoy segura que te lo agradecerán y eso podría ser el inicio de otros muchos buenos negocios, ellos ganan y tú también ganarás, te encontrarás con infinidad de contratos fuera de Holanda, recuerda nuestras patentes, nuestros contratos en Japón hemos de desarrollarlos, hazme caso, papá, yo soy una observadora, y recuerda, Ana Katerina vale mucho, no la olvides, tiene muy buenas relaciones en Rusia, y precisamente allí no tenemos nada. —Lucita, ¿me estás pidiendo que haga negocios con los rusos comunistas? —Anda, hazme caso, serán comunistas pero no son tontos, Rusia es un país inmenso, tiene muchas riquezas, les sobra petróleo, gas, alimentos, minas de hierro, y solo fabrican un camión, que a demás es muy malo, ese es el gran país del futuro, recuerda que tendremos fabricas de cochos en el Japón. —Hay que ver, Lucita, que buena empresaria vas a ser, yo nunca había pensado en eso, y ahora veo que tienes mucha razón. —Bueno, papá, ahora tienes que prometerme que te llevaras muy bien con la madre de Robén, esa puede ser nuestro enganche con los ministros rusos, aunque la pieza clave nos lo tendrá que decir ella quien es.

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Y en efecto, Fran se dio cuenta que era una gran oportunidad la boda de Lucita con Robén, pero a él no le gustaba ni Robén ni Ana Katerina, aunque como los negocios eran los negocios, haría lo que fuese necesario para triunfar, y como tal actuaría. En el fondo él ya pensaba en un maletín más grande que el de Japón, muchas fábricas vendidas, mucha exportación de sus fábricas en Holanda, pero sobre todo las de Japón, lo que no pensó Fran fue que Rusia y Japón habían mantenido una guerra bestial y no tenían relaciones diplomáticas, y esto le preocupaba. —Lucita, creo que puedes tener mucha razón, pero hay algunas cosas que tendríamos que resolver. —No, papá, este no es el momento para eso, ahora piensa en mi boda, Ana Katerina nos esta ayudando, vendrán varios ministros, y espero que venga el presidente del Gobierno, pero aun no lo tenemos confirmado. —Sí, Lucita, pero ¿cuánto nos costará la broma? —Será posible, papá, ¿cómo eres tan tacaño? Llamas broma a mi boda. —No, es que siendo así, no es por el dinero, es que a lo mejor creen que soy tonto o algo parecido. —No, papá, déjamelo a mí, yo lo arreglo, y si tú no quieres pagar lo pagare yo, no podemos perder el tiempo en estas cosas. Al momento la secretaría de Lucita les avisó que había llegado Robén con su madre. Lucita y su padre salieron a recibirlos, se besaron todos, luego dentro de las oficinas se sentaron. Señor Van Gaal, —dijo Ana Katerina, —como sabe estos tortolitos que están aquí se casan, y esto nos dará la oportunidad de ser abuelos, si le he de ser sincera, yo tengo muchas ganas de que llegue ese día. —Pues, si le he de ser sincero, yo no, los niños hacen mucho ruido, lloran, hacen caquitas, se hacen pis, les duele la barriguita y no dejan dormir. 163

—Pues a mi me gustan, —dijo Lucita, —y pienso hacerte abuelo lo antes posible, no me importaría tener una docena —y mirando para Robén éste no dijo nada. —Doña Ana, me gustaría saber si usted tiene amistades con los gobernantes rusos —dijo Fran. —Bueno, vamos a tratarnos como conocidos, si es que quieres, al fin y al cabo somos una familia y podemos tratarnos de tú, por lo menos cuando estemos solos. —Pues tienes razón, Ana, entre nosotros no debe haber protocolos ni cosas parecidas, al fin y al cabo, todos somos iguales. Pero contéstame a la pregunta que te hice. —Ah, si, mira Fran, mi nombre es de la época de los zares, y creo que a estos les sonará mal, pero si tengo que hacer algo por ti, cuenta con ello. —Muchas gracias, Ana, se trataría de ver la forma de entrar a vender en el mercado ruso, es mucha la gente que vive en ese país, nosotros tenemos muchas fábricas y patentes para negociar con ellos, así que si quieres nos podemos ir a Rusia y vemos lo que podríamos hacer, por supuesto, esto tendría que ser con la aprobación de Federico. —Bien, papá, ahora vamos a hablar de nuestra boda, y me gustaría que estemos de acuerdo en todo, si es posible, para dejar esto cerrado de una vez. —Acepto todo lo que digas, así que no creo que haya más de que hablar. —Sí, papá, tienes que comprarte un traje de etiqueta, con su pajarita, si no vas a desdecir de los demás, y me gustaría que fueras elegante, no creas que allí va haber gente vestida de mahón, y Bernardina también, yo entraré en la catedral cogida de tu brazo, y te quiero pedir, por favor papá, no hables de negocios, ya tendrás tiempo después de mi boda. —Sí, Luci, lo que tú digas, qué no haré yo por ti, mi niña mimada, pero tienes que decírselo a Bernardina. 164

—No, mira Fran, —dijo Ana Katerina, —yo si queréis puedo acompañarla, o podemos ir las tres, ya sabes, Lucita, el gusto cambia de unas a otras, y ese día es especial. Y así paso a paso se acercaba al día clave para Lucita, veintiocho años de vida, algunas veces muy dura, sus recuerdos del pueblo, su madre fallecida, su padre en el cochecito, la vendimia, Eloy, la pensión San Bernardo, Ludivina, el beso robado y el asco producido, el trabajo mal pagado, el Hotel Ritz, las pocas pesetas en el bolsillo, la sacristía de Cacabelos, las viejas persignándose cuando salía, las conversaciones con Juan Morales, las risas en la vendimia, las pocas reuniones con sus pocos amigos… Llegado el día fijado, del palacio de Fran salieron cinco coches llenos, siguiendo al de la novia y su padre, cuando llegaron a la catedral ya les esperaban Robén y sus padres, junto con los invitados. A la hora en punto llegaron al Altar donde los novios y los padrinos de boda se sentaron, después de unos largos oficios pronunciados por el sacerdote, se dieron el SI QUIERO, y luego todos juntos al hotel, pero claro, algo había cambiado, Lucita miraba a Robén con ojos llenos de dulzura y una cierta premura, pero ella sabía que no era el momento llegado, todos los invitados felicitaban a Lucita, algunos con la mano, pero otros la besaban, y así uno a uno seguían pasando, su padre, que estaba ya algo separado, ya estaba rodeado de hombres de la política, entre ellos estaba el padre de Robén. Ya algo tarde todos pasaron al gran salón donde estaban montadas las mesas, una vez dentro una orquesta tocaba música clásica española y holandesa, la gente aplaudía. Y así poco a poco, fueron bebiendo y comiendo, plato a plato, uno de los vinos, a petición de Lucita, fue el Señorío del Bierzo, que el hotel pidió exclusivamente para esta 165

boda, los invitados se sentaron, cuatro horas después, todos estaban alegres, la música ya no sonaba, pero los comensales bebían y ya había quien no podía con la cabeza, Lucita estaba encantada, besaba a Robén y a su padre, y bebía cada vez más. Terminando la tarde, algunas personas se marcharon, se despedían de los novios y de sus padres, Fran intercambió algunas tarjetas de visita, era gente importante de la política y los negocios, había también invitados de Japón, pero no había rusos. Los novios pidieron permiso a sus padres para cambiarse de ropa, y se ausentaron, subieron a la Suite que tenían reservada, y Lucita se abrazo a Robén, pero éste no quería, alegaba que había gente esperándoles e iban a levantar suspicacias y sonrisas, y que no, que lo dejaran para más tarde. Y así los dos bajaron, pero a Lucita se le notaba en la cara algo indefinido, como un sorbo de algo extraño, reunidos con sus padres seguían tomando copas, pero Fran no bebía, cuando miraba para Lucita ésta le decía que no con su cabeza, y él se cohibía, miraba para su esposa y ésta bebía, Ana Katerina tenía su cabeza sobre el hombro de su marido, Ya algo tarde, Lucita y Robén se despidieron, y Fran mirando para su hija no ponía buena cara, al fin y al cabo era su niña, resignado abandonó la mesa con su esposa, Ana Katerina y Federico también se fueron. Al día siguiente a las diez de la mañana, Lucita y Robén llegaron a casa, a esa hora nadie los esperaba, tenían que hacer las maletas, así que Robén se fue a por la suya mientras ella en su habitación se miraba al espejo y recordaba lo que pasó en el hotel. Al momento llego Bernardina y acercándose a Lucita le vio mala cara, y le preguntó: —¿Qué tal te fue, Lucita?

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—Ni bien ni mal, dijo Lucita, no me enterado de nada, no sé si fue el alcohol u otra cosa, el caso es que no me hizo nada, aunque yo lo intenté. —Bueno, niña, no te preocupes por eso, no eres la primera a la que le pasa, yo recuerdo una amiga que le pasó lo mismo, pero al día siguiente todo se arregló, y luego tuvieron cinco niños, así que dale tiempo, pero no le dejes beber alcohol, que eso es muy malo para esas cosas, las dos se anteponen, y eso pasa muchas veces. A ver, ¿te ayudo a hacer la maleta? —y las dos se pusieron a hacerla, mientras tanto Bernardina le decía: —Tienes un ropa muy bonita, cuando nosotros nos casamos no la había, era de tela más gruesa, y claro, como yo provenía de una familia pobre, toda la ropa interior era de lienzo y mis faldas de percal, pero tu padre no falló, a la primera acertó, ya veras como hoy te quedarás más contenta, mejor es que no le digas nada a tu padre. —Yo me he llevado una gran desilusión, —dijo Lucita, —hoy ya no podemos hacer nada, pasaremos la noche en el avión, el viaje está previsto que sea de veintiocho horas. Y luego llegamos de día. Cuando volaban sobre Tailandia, el piloto anunció: —Señores pasajeros, un pequeño problema nos obliga a tomar tierra en Singapur, no creo que tenga importancia, abróchense los cinturones, por favor. Todos los pasajeros lo hicieron, se miraban unos a otros con cierto recelo, Lucita agarrada al brazo de Robén se le notaba el miedo, por las ventanillas se veían las luces de la ciudad, pero el avión no bajaba, y seguían dando vueltas, una azafata les comunicó que no pasaba nada, pero el avión no aterrizaba. Por fin enfiló la pista y aterrizó. Todos aplaudieron al piloto, y luego desalojaron el avión, los pasaron a una sala de espera y a las dos horas volvieron a embarcar, era plena noche cuando despegaron hacia el 167

aeropuerto de Denpasar en la isla de Bali, con cuatro horas después de lo previsto llegaron al hotel. Hacía mucho calor en Bali, les dieron su habitación, y tal como su padre le había dicho a Lucita, les gusto mucho el hotel, era todo de madera por fuera y por dentro, tenía unas grandes piscinas y una playa maravillosa. Luego salieron a dar un paseo y se encontraron otros cuatro hoteles, entre ellos estaba el Hotel Meliá, entraron y en el bar, tomaron una cerveza y les pusieron una tortilla española, dio la casualidad que uno de los camareros era madrileño y conocía a Eloy, porque había trabajado en un bar de la calle Lagasca junto al lugar donde trabajaba, quedaron que irían todos los días a comer la tortilla. El resto del día lo pasaron dando vueltas por la zona, luego se fueron a cenar al hotel, la cena fue al aire libre y amenizada por los bailes balineses, unas mujeres muy bellas doblaban los dedos de sus manos con mucha gracia, y había un hombre vestido del Dios Rha, que es el mayor de los dioses de esa religión. Luego, después de cenar, bailaron en una gran sala con música occidental, Lucita no sabía bailar, pero se dejaba llevar. Sentados sobre una mesa llamaron al camarero y éste se acercó: En un perfecto castellano les preguntó: —¿Qué desean tomar, los señores? Lucita le pidió una botella de Champán y una botella de agua. Al momento el camarero llegó, colocó dos copas de champán y dos copas de agua, y lucita le devolvió una de cada una, y luego le sirvió el agua a Robén y ella se bebió toda la botella de champán. Cuando Robén le preguntó por qué hacía eso, ella le espetó que lo hacía para que por la noche funcionara, que el día anterior le había decepcionado y que el alcohol era muy malo para los hombres en la cama. Robén con cara de extrañeza, la miraba y no sabía qué decir, pero Lucita le aclaró que entre un hombre y una 168

mujer una noche de bodas hay que hacer algo y que él no lo había hecho hasta ahora. Luego los dos se fueron a la habitación, Robén entró en el baño y salió vestido con un pijama rojo, Luego Lucita salió con un picardías muy cortito y escotada, dio dos vueltas a la cama donde ya estaba Robén, y levantando la ropa se metió en ella, le quitó el pijama a Robén y le hizo cosquillas para que se riera, pero ni con esas, ni con otras caricias Robén respondía. Luego ella le preguntó: —¿Qué te pasa Robén, no te gusto o no te gustan las mujeres? —No lo sé, nunca hice nada con ellas, mi madre me decía que era pecado, que los hombres deben ser respetuosos. —Vamos a ver, Robén, ¿me estas diciendo que no has hecho nunca eso ni con mujeres o con hombres? —Así es, Lucita, yo nunca he hecho eso con nadie, y ahora no tengo ganas de hacerlo. —Pues tiene gracia, yo esperando a casarme para estrenarme y resulta que tú no puedes o no quieres. Mira, mañana deberíamos ir a un medico que entendiera algo de esto. —Haré lo que tu quieras, Luci, siento mucho este problema, y perdóname, no lo sabía, de haberlo sabido te lo hubiera dicho. —Robén, acércate un poquito a mí, y hazme cosquillas para ver si me da la risa, ya que vamos a dormir juntos por segunda vez, algo deberías hacer. —Sí, cariño, lo que tú quieras —y así se durmió Robén, Pero Lucita no podía, se sentía mal, su cabeza no asumía esa situación, recordaba a Juanito Morales y todo lo que le paso con él, pensó en Eloy cuando lo intentó y ella le dijo que no. 169

Al día siguiente ya despiertos, Lucita lo intentó de nuevo, pero él siguió igual de frío, se ducharon los dos juntos, se frotaron con la esponja uno al otro, pero esto tampoco resultó. Ya vestidos bajaron al comedor para desayunar, ninguno tenía cara de felicidad, tampoco tenían motivos. —¿Quieres que busquemos un medico, Robén? —Sí, claro, supongo que será lo mejor. En recepción les atendió un indonesio que hablaba perfectamente el español, al que Lucita le preguntó si conocía algún medico. —Usted es Lucita y usted es Robén. Yo soy Alberto. Y me han designado en el hotel para estar todo el día a su disposición, tengo un coche para llevarlos por toda la isla durante los días que estén aquí. —Qué bien, Alberto, ahora mismo necesitamos un doctor, si es posible que hable español. —Señora Lucita, para eso tenemos que ir a Denpasar, allí hay un buen hospital y si quieren ahora mismo les llevo, en medía hora estamos allí. Por el camino Lucita le preguntó: —¿Dónde has aprendido el español? —En Madrid, señora, aprendí el español y me casé con una chica de Carabanchel, ya tenemos dos hijos. —Usted no me parece Balines —le dijo Lucita. —No, yo soy mahorí, de una isla cercana, pero vivo aquí, me va muy bien. Una vez llegados a Denpasar, capital de la isla de Bali, los dejo a la puerta del hospital, se ofreció para acompañarles por si necesitaban intérprete y ellos aceptaron. En la recepción fueron recibidos por una joven balinesa que amablemente les atendió, los pasó a una sala, y allí un doctor los atendió, casualmente era un argentino, los pasó a su consulta y les preguntó: —¿Quién es el enfermo? 170

—Bueno, doctor, enfermo no, es mi marido, que no puede hacerme el amor. —Caramba, con lo guapa que es su mujer y no puede usted hacer con ella lo que se merece, a ver ¿qué le pasa a usted? —No sé cómo decírselo, doctor, es verdad que no puedo, y me da mucha pena por ella, y claro también por mí. —Veamos, —dijo el doctor, —¿a usted le gustan los hombres? —No señor, me gustan como personas, pero como pareja no. —A ver, bájese el pantalón, —luego el doctor, tomando una toallita, le cogió el pene y se lo miró detenidamente. —Observo señor que usted nunca ha hecho con su pene nada más que mear. Usted tiene que tener algo en su cabeza que no le funciona bien, la morfología de su pene es normal. Así, señor, yo lo único que puedo hacer es recetarle unas pastillas para esta noche y que tenga usted suerte para que funcionen, porque si no va a pasar su luna de miel en blanco. Le recomiendo que en España visite usted al Doctor Don Félix Celón, vive en Málaga, es el mejor especialista en estos menesteres, sí es verdad que es caro, pero el amor de su mujer es más importante que el dinero, hágame caso, su esposa es una mujer muy guapa y se lo merece, y no quiero pensar en otras cosas que serían peores para usted. Luego dirigiéndose a Lucita le dijo que lo sentía, pero que no podía hacer más, que el problema era más de un psicólogo que de él. Una vez terminada la consulta, Lucita abrazó a Robén, lo besó, lo acarició, y le dijo que no se preocupara mucho, que algún arreglo tendría que tener. En recepción del hospital les esperaba Alberto el guía, volvieron al hotel, les quedaban catorce días y Lucita no quería ni pensarlo. Se fueron a la farmacia, compraron 171

las pastillas, luego en la habitación se pusieron los bañadores y se fueron a la playa que rodea el hotel, los dos se pusieron al sol, y no tardaron en hacerse caricias y arrumacos, se miraban a los ojos con cierta pena. En los jardines del hotel había un bufé muy grande donde podían comer. Conocieron una pareja catalana, y se hicieron amigos. Conversaron sobre el viaje, y estos les dijeron que habían estado en un mercadillo donde había de todo, les habían ofrecido medicinas, polvos de las brujas, líquidos para quitarse las verrugas, polvos para espantar los espíritus, polvos para hacerse el amor quince veces seguidas, rabos de lagartijas para lo mismo, veneno de serpiente para espantar al demonio, unas hiervas para que el marido deje a su mujer, dientes de cocodrilo para una mujer engañe a su marido, anillos para poner en ciertos lugares, y le daba la risa mientras esto decía. Lucita y Robén escuchaban atentamente lo que ella decía. La casualidad es que se enteraron que el embajador de Holanda en Japón estaba en el mismo hotel. Lucita tomó nota mental de todo, se sentó a la mesa al lado de la catalana, cuyo marido nunca decía nada, y Lucita le sonsacaba, y tuvo tiempo de decirle a Robén que no tomara vino con la excusa de que era blanco y muy malo, que era hecho en Australia. Una vez terminado el almuerzo, Lucita y Robén se fueron a recepción, preguntaron por el embajador de Holanda en Japón, allí le dijeron que no podían dar esa información, pero Lucita insistió diciendo que eran muy amigos, que ella se llamaba Camila y él Federico, no obstante les dejó su nombre para que les llamaran a la habitación, y si no estaban, que les dijera que ella era la hija de FranVan Gaal, el holandés. Luego subieron a la habitación, y allí sentados en dos butacas al lado de una pequeña mesa se miraban, pero

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no se reían. Lucita como casi siempre comenzó la conversación. —¿Qué te parece, Robén, lo de las pastillas que te recetó el medico? —No sé qué decirte, Luci, supongo que si las receta será porque son buenas, así que si quieres me tomo la primera, y probamos. —No, Robén, las tomas si tú quieres, yo no quiero obligarte, pero ya sabes en la situación que estamos. Bueno, si te parece dormimos la siesta y vemos cómo funciona. —¿Qué es eso de la siesta que yo no lo conozco? —Es muy sencillo, Robén, se trata de dormir unas horas después de comer, ya sé que los holandeses no lo hacéis, pero es muy bueno, y algunas veces se pasa muy bien . —Ah, ah, ahora me entero, por eso dicen que los españoles tenéis muchos hijos y sois campeones en natalidad. —Pues no le sé, Robén, si seguimos así yo no ganare ese premio, ¿o qué te parece? —No sé que decirte, pero supongo que algún día acertaré, de una forma o de otra, pero lo conseguiré. —Caramba, Robén, cuanto me alegro de eso, pero que sea pronto, porque si no, a lo peor llegas tarde, y luego ya no tienes con quién hacerlo. En ese momento sonó el teléfono y Lucita descolgó, era Alberto para decir si querían que los llevara por la tarde a Denpasar, por si tenían que comprar algo o querían ver el mercado, Lucita le preguntó a Robén y este le dijo que si, que bajarían en poco tiempo, y así quedaron. Una vez abajo, Lucita preguntó si estaba el embajador y le dijeron que no lo habían visto, y con Alberto se fueron a Denpasar. Allí puesto a puesto vieron las cosas que tenían a la venta, en uno de ellas una chica en un mal castellano les dijo: 173

—Señora, tenemos de todo, muy barato, compre medicinas naturales para el dolor de cabeza, dolor de corazón, si su marido anda con otra le podemos dar la solución, polvos para embrujarlo, polvos baratos de todo, señora, si su marido no funciona tenemos la solución, compre usted compre, todo muy barato, hay para maridos y señoras, polvitos que se los puede comprar a su marido y vera que bien funciona, algo así como los polvos de Fierabrás, llévelos señora y verá como se queda satisfecha. Lucita se dio cuenta de que todas las mujeres que había alrededor decían que sí con la cabeza, y mirando para Robén también él se lo dijo. Así que Lucita se compró un kilo de polvos, por faltar que no fuera a quedarse con ganas. Y así Lucita y Robén regresaron al hotel con dos armas, que no sabían si iban a ser eficaces, pero todo era poco para intentarlo. La casualidad hizo que al llegar se encontraron con Federico y Camila, embajador de Holanda en Japón. Camila y Lucita se fundieron en un fuerte abrazo, se besaron, se rieron, parecían madre e hija, luego otro abrazo con el embajador. Luego hicieron lo mismo con Robén, al que conocían. —Robén es ya mi marido, nos hemos casado hace unos días. Qué casualidad siendo el mundo tan grande y nos encontramos aquí. Camila tomó por la mano a Lucita y la invitó a sentarse aparte con ella en un sofá, y comenzaron las confidencias, tal como lo habían hecho en Tokio —¿Qué tal te va, Lucita? No sabía que te habías casado, cuéntame, cuéntame como te va en el matrimonio. —Camila, me va sólo regular, tengo algún problema que me preocupa mucho y no sé si podré resolverlo, es algo muy delicado y casi no debo decírtelo. —Bueno, es cosa tuya, así que tú verás, pero yo soy una persona que sé guardar secretos, tengo mucha 174

experiencia en cosas raras, en las embajadas recibimos problemas de todas las clases, y algunas veces he de darle consejos a Federico de cómo debe resolverlos. —Camila, mi problema es que llevo casada cuatro días y todavía no sé lo que es el amor carnal, mi marido no funciona, y claro, yo no he conocido el amor entre un hombre y una mujer, pero por favor, Camila, no se lo digas a Federico, estas cosas no es conveniente que se sepan por que son muy feas, luego la gente se ríe. —¿Y tú qué piensas hacer, Lucita? —No lo sé, hemos estado en el médico y nos dio unas pastillas para que él las tome, y luego compré en el mercadillo unos polvos marrones que me dijeron que eran muy buenos, y que nunca fallaban, mira, son estos que llevo en esta bolsa de plástico, ¿que te parece? Según me dijeron son hechos con rabos de lagartijas y alguna cosa más. —Lucita, lo de la pastilla ya lo sé, Federico ya las usa, y una gran parte de los hombres mayores también y da buenos resultados, te lo aseguro, pero lo de los polvos de lagartija no lo sé, si fueran de un burro seguro que funcionarían, pero de una lagartija tengo dudas. Con los polvos que no venden en las farmacias tener mucho cuidado no vaya ser que os pase algo, y si se los toma alguna vez, que no sean muchos, porque puedes tener trillizos. —Pues, mira, Camila, a mi me gustaría tener tres de una vez, antes de estar como estoy con veintiocho años sin estrenarme, y las pobres expectativas que tengo. —Bueno, Lucita, Dios aprieta pero no ahoga, seguramente que hoy serás muy feliz, mañana nos reiremos de esto y luego todo se olvidará, aunque lo recuerdes como una pesadilla. —Que Dios te oiga, Camila, —y justo en ese momento sonó un gran pedo detrás de ellos, era un sultán que estaba con cinco mujeres, y él y sus mujeres se reían.

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Camila y Lucita se pusieron en pie y se fueron asqueadas buscando a sus maridos, volvieron la cabeza y le llamaron guarro, pero el gordo sultán ya no se reía, se supone que estaban escuchando la conversación entre Lucita y Camila, y, claro, él con cinco mujeres satisfechas y Lucita como el alma que vivía en pena sin estrenarse, paradojas del destino, unos tanto y otras tan poco. Ya los cuatro juntos quedaron para comer, pero antes subirían a la habitación, se reunirían en una hora y reservaron la mesa, hoy no querían comer en el jardín. Lucita y Robén ya en su gran habitación, sacaron la caja de pastillas y leyeron la información, a Robén no la gustaba lo que decía el prospecto, y tomando un poquito de los polvos de rabo de lagartija, tampoco le gustaban, pero no lo dijo, Lucita que tenía clavada su mirada en lo que él hacía, le dijo que todas las medicinas que había decían cosas parecidas, y que todas se tomaban y no pasaba nada, luego le dijo a Robén: —Bájate los pantalones que quiero ver como la tienes, y si nos queda tiempo suficiente, probamos. Robén ya molesto le dijo: —Por favor, Lucita, dejémoslo para la noche que hay más tiempo. Pero Lucita no quería. Luego recordó las siestas que se dormían en su pueblo, y ese podría ser el momento especial. La cosa quedó así. A la hora convenida se juntaron los cuatro en el comedor, a Robén se le notaba en la cara que no estaba contento, tres camareros se acercaron y cada uno les dio una carta que todos miraron, un poco después, un camarero se acercó, les preguntó si habían elegido algo pero ninguno dijo que sí, él les recomendó uno a uno los productos que tenían, tomó nota y luego llegó otro con la carta de vinos, era el sommelier, le pidieron el vino que él les recomendó, pero Lucita acercando su boca al oído de Robén, le dijo que 176

agua nada más y que alcohol no. Que quizá no era bueno tomarlo con las medicinas. Y Robén con cara de tonto aceptó. La comida fue buena, la conversación con Federico y Camila siempre era muy amena, como correspondía a un hombre de su cargo y experiencia. Cuando terminaron de comer se acercó Alberto y les dijo que al día siguiente podrían ir a Kintamani. Se trataba del monte mas alto de la isla, de allí salía un río con mucho caudal, lo podrían bajar haciendo un raffting, que había que tener cierto valor, que saldrían tres lanchas ya contratadas, y si ellos querían podrían hacerlo. Federico dijo que ellos eran mayores, pero si querían los dos que fueran, que ellos los esperarían a su llegada al mar. Lucita ni corta ni perezosa azuzó a Robén y se apuntaron los dos. Cuando llegó la hora de embarcar, a ellos les toco salir los últimos, iban con otra pareja de recién casados y el remero que conducía las lanchas, se deslizaban a mucha velocidad, aquello parecía una cosa de locos, todos mojados, pero todos riéndose, Lucita muy contenta y Robén un poco asustado, ella le animaba. Hacia la mitad del recorrido había un largo remanso, estaba lleno de mujeres balinesas con sus maridos y niños. Hasta allí tenían que remar, y se dieron cuenta que todas las balinesas estaban desnudas, se acercaban a las barcas sin pudor, era su costumbre de toda la vida, era gente hermosa y con bellos rasgos. El remero les preguntó si querían que siguiera, y así lo hicieron hasta llegar al mar. Habían visto los grandes arrozales, primer alimento de los habitantes de la isla. Hacía ya unos cuantos días que Robén no se reía, y la sonrisa se le fue del todo del rostro cuando llegaron a Bali, otra vez con sus problemas de cada día. Ya en el hotel, Alberto dijo que si querían podrían ir a la isla de Jaba, que era muy bonita.

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Aquella tarde Robén estaba más animado, y decidido a resolver el grave problema que tenía, y así se lo dijo a Lucita: —Luci, hoy lo hemos pasado bien, me encuentro con ánimos, te sigo queriendo mucho, y me gustaría que todo nos saliera bien, ya sabes a lo que me refiero. —Claro, Robén, cómo no lo voy a saber, hace ya siete días que lo sé, y te sigo esperando, pero no sé si no me cansaré. —Pues, mira, si tu quieres nos subimos a la habitación. Y probamos. —Más bien será lo que tú puedas. Pero si ahora te encuentras bien, probemos, y será mucho mejor para los dos. En ese momento llego el embajador con su amable mujer, que les invitaron a sentarse y tomar algo. Lucita le preguntó a Federico: —¿Tú habrás viajado mucho por el mundo? —Sí, Lucita, Camila y yo hemos viajado mucho, hemos estado en los cinco continentes, hemos visto cosas maravillosas, y también hemos visto mucha hambre, muchas guerras, muchas injusticias, muchas sinrazones y mucho abuso de los pobres, muchas historias que dan pena, pero ya que me lo preguntas, quiero quedarme con lo bueno, y podría decirte que lo que más me gusta es mi querida esposa Camila, colma mis ilusiones, que me quiere muchísimo, y todos los días quiere mis caricias, me hace cosquillas y se ríe como una loca, luego me quita la ropa de la cama, y me deja desnudo, se encierra en otra habitación y yo no tengo más que la alfombra para taparme, luego abre un poco la puerta y asoma la cabeza y me saca la lengua, y luego vuelve a cerrar la puerta, así que la quiero más que nunca día a día, y que Dios nos guarde muchos años. —¿Así, que tú que pareces tan sería haces esas cosas con Federico? —le preguntó Lucita. 178

—Sí, Lucita, esa es la vida, estamos en este mundo unos años y tenemos que querernos, tenemos que vivir con quien hemos elegido, tenemos que vivir la vida como si hoy fuese el ultimo día, para eso sólo hace falta amor, dulzura, paciencia, esperanza, eso es la vida, y algunas pequeñas cosas más, no vale el egoísmo ni el abandono ni la desesperanza ni el mal humor ni no entregarse totalmente a la persona que quieres, hay que ser muy fiel y entregar todo lo que tienes. A ti Lucita y ti Robén os veo un poco perdidos, hay que tener talento y generosidad, para llegar a quererse, hay que renunciar a muchas esperanzas, hay que estar abiertos para que nos llegue el fuego del amor, ese fuego infinito que sólo se tiene cuando de verdad se quiere a una persona, hay que perdonar cuando alguien falla, hay que ser dulce cual cereza madura, y si no se llega a eso, creo que llegará el final antes de lo esperado, ese final nunca deseado, ese final que siempre llega con amargura, ese final que nunca queremos y que puede llegar cuando menos lo esperas, pero, atención, nunca hay final si no ha habido principio, y ahí os veo a los dos, tener en cuenta, chiquillos, que la vida si es buena siempre os hará felices, pero si sale mal es mejor morirse o abandonarse a lo que El tenga previsto para nosotros, en principio todos somos iguales, pero no es así, algunos son más iguales que otros, en la balanza del Señor pesamos lo mismo. Lucita pidió a Camila que se separaran del grupo para hablar de cosas de mujeres y no aburrir a los hombres. Así lo hicieron, y se fueron a otra mesa. Lucita le dijo a Camila: —Camila, me tienes anonadada, no sabía yo que tuvieras tanto talento, tanta sabiduría, no he estado mucho tiempo contigo, pero me parece maravilloso lo que dices, me gustaría tener un poco de tiempo para estar contigo. Lo que me preocupa mucho, ya te lo comenté, y no sólo a mí,

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sino a mi marido, al que creo que quiero, pero que nos separa día a día, noche a noche, hora a hora. —Cuéntame, Lucita de que se trata, como bien dices yo tengo mucha experiencia, con los años se aprende de todo. —Como ya te había dicho, te confirmo que Robén no funciona, llevamos siete días y no pude hacer eso. Y a mí me desespera, no se qué hacer, y me quemo en mis deseos. —¿Quieres decir que tampoco ha funcionado con las pastillas? —Si, Camila, lo he intentado muchas veces, pero no lo ha conseguido. Lucita, quizá sea pronto, ten un poco de paciencia. Lucita y Camila volvieron con Robén y Federico. Después de tomar algo y hablar de otras cosas, se despidieron. Lucita y Robén se fueron a la habitación. Sacó del bolso la caja de las pastillas y le dio dos a Robén, luego los dos se desvistieron y se metieron en la ducha. Lucita le frotaba fuertemente con la esponja y él no quería, luego ella salió y se metió en la cama desnuda y esperó que Robén llegara, pero él tardaba. En un momento dado, Lucita se fue al baño, donde vio a Robén sentado, lo notó cabizbajo, y le dijo que lo estaba esperando. Medía hora más tarde, Robén salió del baño y se metió en la cama, pronto vieron que aquello seguía sin funcionar. Lucita como una hembra en celo trataba de ayudarle, pero no le valió de nada. Salió de la cama, se duchó con agua fría para ver si se le pasaba tanto ardor frustrado. —Lo siento, cariño, si quieres luego probamos los rabos de lagartija, y si no funcionan, esperamos a ver lo que nos dice el médico. Te espero abajo en el salón. Lucita sentada en un sofá tenía muy mala cara, estaba desesperada, los labios prietos y fruncidos la 180

delataban, los ojos desafiantes lo probaban. Estando en esa situación, el sultán del día anterior y sus tres mujeres se sentaron frente a ella, lo primero que pensó Lucita fue que unos tanto y otros tan poco, y decidida a aprender, se acercó a las mujeres para saludarlas, le pidió permiso al sultán, pero éste no la entendió, sí lo hizo una de sus mujeres en un perfecto castellano, se sentaron las cuatro juntas, y Lucita le preguntó: —¿Qué tal se porta vuestro señor, os atiende a las tres el mismo día? —Cuando estamos las tres solas sí, pero cuando estamos en el harén, como somos 53 no puede con todas. —¿Y qué pasaría si yo me fuera con vosotras como una más? —Lo primero sería que nos harías la competencia, y eso no está bien, luego pasarías a ser la número 54, y ya no tendrías tantas oportunidades, hay más mujeres blancas en nuestro harén, y no creas que lo harás mejor que nosotras. Estando en esa conversación llego Robén, besó a Lucita y saludo a las otras tres, luego se acercó al sultán y le tendió la mano, que él aceptó, no antes de mirarle con mala cara por haber saludado a sus tres esposas, Lucita, que estaba a lo suyo, les preguntó si su sultán tomaba alguna pastilla antes de eso, una de ellas le dijo que no, que todo era natural. —Qué machote debe ser, que pena me da, toma nota Robén, ya ves lo que hay a lo largo del mundo. Cuando ella vio la cara que puso Robén, le pidió perdón, lo besó en la cara y le hizo una caricia que él de mala gana aceptó. Luego Lucita y Robén se fueron a la terraza, donde se sentaron. Robén trató de razonar su problema. —Supongo que esto tendrá una solución, alguien tiene que saber por qué me pasa esto.

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—Mira, Robén, si te parece esta noche probamos de nuevo y si no funcionas, nos iremos mañana a Holanda, allí hay hospitales donde pueden verte para saber lo que tienes. —Sí, Lucita, tienes mucha razón, tengo que saber por qué me pasa esto. —Vamos a ver, —dijo Lucita, —¿Tú no has tenido antes ninguna experiencia con alguna mujer? —Cuando hacia el bachillerato en el cole algunas veces las chicas querían hacer esas cosas conmigo, pero mi madre me había advertido que esas cosas eran malas, que salían unas manchas en las uñas, y que las chicas lo único que querían era hacerme pecar, y que eso el Señor lo castigaba, que a un hijo de una amiga que tenía en Rusia el Señor lo castigó sólo por tocarle un pecho a una chica mayor que él y que tenía que tener cuidado con esas cosas. —Vamos a ver, Robén, cuando tú tenías 15 años y te bañabas o duchabas, ¿cómo tenías el pene? —Pues lo tenía mojado, porque mi madre me lo frotaba con una esponja y jabón y me dolía, pero ella seguía, y seguía, y a mi cada vez más y más me dolía, yo le decía, no mamá, más no, que me duele. —Ya, Robén, eres una prenda mimada por tu mama, ya me parecía a mí que la Katerina escondía lo que le convenía, y aquí paz y después gloria, y el que venga atrás que se las arregle. Hoy haremos la última prueba con los rabos de lagartija, si es que quieres. Poco tiempo después llegaron Federico y su mujer, los abrazaron y los besaron a los dos, como no les vieron buena cara Camila les preguntó: —Os veo como enfadados a los dos, ¿os ha pasado algo que yo no sepa? —Ya lo sabes, Camila, —dijo Lucita, —lo de siempre, esto no va bien, más bien tendría que decirte que no va, que las cosas son como son, y no como una quisiera que fueran. 182

—Ay, qué pena me da, Lucita, mira que es raro eso, ves tantas parejas felices rodeadas de niños que me dan ganas de hacerles cosquillas... Y como en la ocasión anterior, se apartaron de los hombres discretamente. —Sí, es así, pero yo no he tenido suerte, nunca he querido hacerlo con nadie antes de casarme, y ahora aquí me tienes, estoy loca de amor, como Doña Juana por Don Felipe el Hermoso, pero es al revés, ellos lo hacían todos los días, cada diecisiete meses tenían hijos y yo ni siquiera sé cómo es, supongo que será maravilloso, pero con Robén no lo conseguiré. —No te desanimes, Luci, a lo mejor hoy mismo sucede, —le dijo Camila, —el Señor suele ser bueno con todos, y tú que has cumplido como una buena cristiana, habrá de darte una seña para que creas en él, y eso sólo será el principio, luego vendrán los niños que serán el fruto de tus deseos. —No lo sé, Camila, será verdad lo que dices, pero yo no veo nada que pueda conducirme a ese paraíso que tu dices. Luego Lucita y Camila se unieron a sus esposos que ya estaban sentados en una terraza del hotel. Cuando llegaron, ellos hablaban del Real Madrid, que le había ganado la Champion al Ámsterdan de Holanda. Una vez sentadas, Federico les dijo que ellos se marchaban al día siguiente, que tenía que trabajar, que tenían tres horas de avión. Lucita aprovechó para decirle a Robén que debería hacer lo mismo, que allí les quedaba poco que hacer, que la lotería no tocaba todos los días, Robén le dijo que lo comprendía. Luego Robén se acercó a la consejería del hotel, les dijo que al día siguiente se marcharían, les dejó el encargo para que compraran los billetes del avión, luego todos juntos se sentaron a comer, no muy lejos de ellos estaba el 183

sultán con sus tres mujeres, pero dos eran nuevas y más delgadas, lo que dio motivo al comentario, y allí salió la conversación tenida con sus mujeres. Federico propuso, que como era el último día deberían ir a la sala de baile y festejar el final del viaje, decía que en Japón así lo hacían todos, por que si no lo hacían, las brujas les castigaban y nunca más viajarían. Como todos los días, una gran orquesta amenizaba el baile tocando tangos y otros bailables. Lucita sacó a bailar a Robén, que no quería, y ella le arrastró a la pista, se marcaron un tango como si fueran porteños argentinos. Lucita metía su pierna entre las de Robén y le frotaba los perendengues con descaro, pero Robén hacia que no se enteraba, y ella cada vez más se las metía. Cuando terminó el tango, Lucita y Robén volvieron a la mesa, Robén colorado y Lucita con cara de feliz y sonriente. Camila se reía y se abrazaba con Lucita, Federico no se había enterado, estaba algo despistado mirando a las moras dél árabe, estas estaban comiendo como siempre frutos secos y otras cosas parecidas. Otra vez la orquesta tocó, era un pasodoble español, y allí se lució Lucita arrastrando a Robén y marcando sus pasos exactos, como mandan las normas, el pasodoble era el llamado Paquito el Chocolatero, y Lucita dale que te pego, moreno, pero el moreno no respondía, no la apretaba, no pegaba los pechos de Lucita a los suyos, aunque ella siempre se le echaba encima, pero como si no fuera con él la cosa. Lucita pensaba que sólo un milagro la salvaría de su situación. Ella insistía, esta vez salió de la pista con la cara muy colorada, pero se reía alegremente. Llegado el momento, Lucita y Robén se despidieron de sus amigos, y quedaron en verse al día siguiente antes de marcharse al aeropuerto. Una vez en la habitación ella llenó un baso de agua y le echó los polvos colorados de rabo de lagartija, luego se lo dio a Robén, pero él no quería tomarlos 184

y ella le obligó, al final se los bebió todo, y los dos quedaron esperando para ver el resultado. Mientras, Lucita se duchó. Cuando salió del baño Robén estaba sentado en la cama, ella se sentó a su lado, llegó un momento que el tenía ganas de orinar, Lucita entró con él en el baño, y el orinaba de color colorado, luego se acostaron los dos, pero aquello seguía sin funcionar, y Lucita ya cansada le preguntó: —¿Tú notas algo? —Sí, noto que me da mucho asco el polvo que tomé, pero sigo igual, esto es cuento. —Pues estamos arreglados —dijo Lucita —Ya no vamos hacer nada hasta que lleguemos a Holanda, pero allí te tendrás que someter a un examen exhaustivo. Cuando Lucita se dio cuenta que estaba dormido, ella se plegó a él, y así amanecieron los dos por la mañana. Cuando bajaron ya estaban Federico y Camila, ésta muy interesada le preguntó a Lucita cómo había pasado la noche y ella dijo que muy mal, luego pagaron la cuenta y los cuatro juntos se fueron al aeropuerto de Denpasar, allí tomaron vuelo hacia Holanda y los otros a Japón, hubo muchos besos y lagrimas de despedida, promesas de verse y de escribirse. Treinta horas después el piloto del avión comunicó que aterrizaban en el aeropuerto de Ámsterdam, y después de un momento de tensión llegaron felizmente al final de su viaje. Nadie los esperaba y se fueron en coche de alquiler a casa del padre de Lucita, donde dieron la sorpresa cuando llegaron. Al momento toda la familia se presentó, todos preguntaban cómo les había ido el viaje, y Lucita no decía nada, su padre la miraba y la veía muy colorada, pero no decía nada, no había regalos. Lucita un poco más calmada, preguntó a Bernardina dónde podían dormir, y ella les dijo que en su misma cama, pero Fran dijo que no, que esa habitación le daba buenos 185

recuerdos. Finalmente se fueron para otra que nunca habían utilizado, pero Fran tampoco quería, el decía que no le gustaba, que era mejor que se fueran a un hotel mientras les preparaban una casa para ellos. Poco después llego Ana Katerina, se abrazó a su hijo, lo beso muchas veces y le dijo: —Qué guapo estás, mi niño. —luego dio un beso a Lucita y excusó a su marido porque estaba fuera. La noche en el hotel tampoco pasó nada. Al día siguiente, Lucita se fue con Robén al hospital, un doctor los atendió, y Lucita punto a punto le expuso su problema, cuando hubo terminado, el médico miró a Robén y le preguntó: —¿Qué le pasa a usted, amigo? —Pues no lo sé, doctor, yo no sabía nada, hasta que me casé. —¿Y con una mujer como la suya, tan guapa y tan, tan, tan estupenda no funciona? —Pues no, doctor, me gusta mucho, pero luego no se me pone, y ya han sido siete veces, he quedado muy mal, es decir no he podido cumplir como hombre con la mujer que más quiero. —¡Vaya por Dios! ¿Y su esposa qué dice? —No, yo no digo nada, sólo que estoy como el día en que nací, y tengo 28 años y muchas ganas acumuladas, fíjese doctor en este cuerpo que tengo, ¿le gusta a usted? —No, comprenda, soy un doctor y no debo decir nada sobre una cosa así, esto supongo tendrá alguna solución. A ver, señor, bájese la ropa y túmbese en esa camilla, quiero ver su cuerpo. Luego el doctor fue palpando poco a poco su bajo vientre, llegó al pene que estaba inerte, lo tomó con la mano, le palpó los testículos, se los apretó un poquito hasta que el gritó. 186

—Caramba, dijo el doctor, estos están bien, pero el pene no, vaya, algo es algo. Dígame ahora ¿se ha acostado antes con alguna mujer? —Sí, doctor, me he acostado con mi madre, casi siempre dormía con ella cuando no estaba mi padre. ¿Y que hacía con ella? —le preguntó el doctor. —Yo nada, doctor, ella sí me hacía cosquillas y me daba mucha risa, luego me besaba en la cara y me tocaba todo el cuerpo, pero nada más, mi madre es muy simpática. —Y cuando usted se acostaba con ella, ¿qué hacía su padre? —Nada, porque no estaba, yo sólo dormía con ella en ausencia de mi padre. —Aaaah, ya, ya, lo entiendo eso no ocurría todos los días, ¿verdad? —No señor, sólo algunas veces, pero mi madre me hacía cosquillas todos los días aunque no estuviera en la cama. —Ya, bien, póngase la ropa, y espérenos fuera, quiero hablar con su esposa. Robén salió, y el doctor se dirigió a Lucita. —Señora, no sé su nombre, pero creo saber qué tiene su marido. Tiene un síndrome que nosotros coloquialmente llamamos madritis, pero su nombre real es Complejo de Edipo, les suele pasar a los niños muy mimados por la madre, aparentemente parecen sanos, pero como usted ve no son normales, y tienen una mala curación. Si quiere mi consejo, yo le diría que se separen, usted es muy joven y guapa, y no hace falta que me diga que esta desesperada, yo sé bien lo que necesita un cuerpo como el suyo. —Me llamo Lucita Gaal, soy hija de Van Gal el empresario, y como ve me he casado enamorada de este hombre. Hace veintiocho años que nací y seguí siendo fiel a mi misma, busqué un hombre que me quisiera y me casé 187

con Robén, mi ilusión cuando lo hice era aportar mi virginidad, y ya lo ve, no me ha servido para nada, porque sigo igual. —Lo siento, señora, eso es un acto de fe, pero ya ve que no sirve, ahora las chicas no esperan por nada, aunque esto no quiere decir que no respete su decisión, la felicito por su honestidad, pero hágame caso, busque otro hombre, y sea feliz con él, porque con su marido no lo va a ser. —Muchas gracias, doctor, le estaré muy agradecida, y si me hace falta volveré por aquí. —Cuando usted quiera, yo gustosamente le atenderé Lucita y Robén, tomados por la mano se fueron andando hasta el palacio, allí les esperaba toda la familia, sobresalía la cara de su padre, estaba alegre, jovial, amoroso. Tomó a Lucita por el brazo y se la llevó a otra habitación Ya los dos sentados, el padre le preguntó: —¿Qué tal, Luci, lo has pasado bien? —Le verdad es que no, papá, lo he pasado fatal, y gracias a que Federico y Camila, los amigos que estuvieron con nosotros en Japón, estaban también en Balí y me ayudaron mucho, que si no ya me hubiera venido antes. —¿Y eso por qué, Lucita, no te gusto Bali o qué? —Papá, me da mucha vergüenza decírtelo, porque te vas a enfadar. —Bueno, Luci, suéltalo ya, no juegues conmigo. —Mira, papá, es que Robén no funciona como hombre, y no me ha hecho nada. —¿Me estas diciendo que Robén no cumplió como hombre? —Así es, papá, he pasado una semana desesperada, le compré unas pastillas que me recetó un medico en Denpasar, luego compré uno polvos en un mercado, que me dijeron que eran infalibles, pero nada funcionó. Hoy hemos estado en el hospital, y el doctor que lo atendió dijo que tenía el Complejo de Edipo. 188

—Vaya por Dios, mi niña, tanto tiempo esperando y resulta que te casas con un maricón. —No, papá, eso no tiene nada que ver, lo que le ocurrió a Robén es que se acostaba con su madre cuando su padre no estaba, y ésta lo mimaba y le hacía muchas cosquillas, pero no hacían más. No te enfades con él, papá, bastante desgracia tiene. —Así que su madre… Ya lo había dicho yo, que la rusa no me gustaba. Y ahora ¿qué piensas hacer, Lucita? —Separarme, papá, y luego tomaré otros caminos. De momento tenemos que aclarar las cosas con Robén y sus padres, sobre todo con su madre. Tengo que divorciarme, y lo siento por Robén que me quería mucho y yo a él. —Mira, Lucita, hoy Robén no debe dormir contigo, que se vaya a dormir con su madre, y me acostare un poquito contigo, como hacíamos, y mañana tendremos la reunión para aclarara esto, que la rusa se lleve a su hijo y tú te quedas con nosotros, y a partir de ahora que cada mochuelo duerma en su nido, y se acabó. —Sí papá, pero hay otra cosa, yo quiero divorciarme, no sé si lo quiere él, yo alegaré que el no ha cumplido con el matrimonio, y entonces yo tendré que pasar una revisión para demostrar que soy virgen. Además del escándalo consiguiente. —Todo se hará, Luci, y esto también, faltaba más que yo no fuera a resolver este problema. Mañana mismo quiero ver a Robén y a sus padres. Y, efectivamente, al día siguiente a las diez de la mañana, Robén junto con a sus padres llegaron a las oficinas de Fran, y éste no disimuló nada, tenía un mal gesto, estaba desafiante. Todos se sentaron alrededor de la mesa, unos frente a los otros, pero Katerina, se sentó al lado de Fran, que fue el que tomó la palabra.

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—Tengo que ser sincero, yo no esperaba que algo así se pudiera producir, Robén me parecía un buen chico, y de Lucita no quiero decir nada, ya la conocéis. En mi opinión esto es motivo de divorció, y cuanto antes mejor, ya sé que es duro para todos. Pero hoy tenemos que firmar un documento de conformidad, no podemos dar tiempo a que toda Holanda se entere que nuestros hijos se quieren separar. —Robén tomó la palabra, y le pidió perdón a Fran y a Lucita. Se levantó de su silla y abrazó a Fran y besó a Lucita, y les dijo que él estaba conforme, reconocía su fallo y firmaría el documento de separación ante el notario y la autoridad religiosa. Los padres de Robén no entendían nada, y fue Ana la que preguntó: —¿Qué es lo malo que ha hecho mi hijo? —No, señora, —responde Fran —quien lo ha hecho mal es usted, lo educó mal, dormía con él todos los días, le hacía caricias, y esto le creó un grave problema, según ha dicho el doctor que lo atendió, tiene una enfermedad que no le permite hacer el amor con una mujer, a ver si me entiende, su hijo no fue capaz de hacer el amor a mi hija, y ahora, justamente, mi hija quiere separase. —¿Es cierto lo que dice el señor Van Gaal? — preguntó el padre de Robén. —Yo sólo he querido a mi hijo como una buena madre, no sé de que habla este señor. —Vale, ya hablaremos de eso cuando regresemos a casa. Estoy de acuerdo con usted y con su hija. Este matrimonio no debe continuar. —Y ¿cuánto dinero le darán a mi hijo para separarse? —preguntó Katerina. —Pues, le daremos lo que se merece, o sea, nada de nada —dijo Fran

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La rusa se enfadó, y se marcho cogiendo a su hijo y su marido del brazo y sin decir nada más. Lucita lloraba, pensó que lo habían hecho mal, demasiado brusco todo, no quería mirar a su padre. Al día siguiente Lucita fue al hospital, le atendió una enfermera, a quien le pidió que quisiera ver al doctor que les había atendido el día anterior. Al momento salió y la saludó. —¿Qué te trae por aquí, Lucita, no me digas que son cosas de tu marído? —Pues, sí doctor… doctor… —Torres, —dijo él —pero llámeme por mi nombre, me llamo Amador. A ver, ¿qué le pasa hoy a mi querida amiga Lucita, que le noto en la cara que esta enfadada y muy triste? —Doctor, necesito un certificado de que aún soy virgen, quiero divorciarme de mi marido, y para ello necesito probar por qué lo hago, si no a lo peor no me dan el divorcio. —Bueno, Lucita, tranquila, yo te hago una inspección muy sencilla y luego te doy el certificado. —Pero creí que usted ya no me reconocería por haber dicho ya cómo estoy. —No, Lucita las cosas hay que hacerlas bien, yo a quien reconocí fue a tu marido, pero no a ti. Anda túmbate en la camilla, súbete la ropa hasta la cintura, y bájate la braguita, no tengas vergüenza , no pasa nada, estoy acostumbrado a hacerlo. Después del examen, el médico confirmó que sí, que estaba igual que el día que nació, que lo lamentaba, que si algún día quería acabar con esa situación, que lo llamara. Lucita con una cara enrojecida se marchó con su papel en la mano. Luego con su padre, al que le dio el papel, se quejaba, decía que se sentía manipulada y que quería irse para España, que quería ver a Eloy para resolver unas cosas. 191

Su padre con la cabeza medio agachada, la movía de un lado al otro, pero no dijo que no. Al día siguiente cuando Lucita se levantó, la estaba esperando su padre para decirle que tenía una suite reservada para una semana en el hotel Ritz de Madrid, también le dio unos billetes de avión y una carta de pago, y le dijo que él mismo la llevaría al aeropuerto. Lucita, ayudada por Ana, hizo las maletas, y esa noche pidió a su padre que se acostara con ella para que le hiciera caricias y carantoñas como siempre. Luego el padre se fue a su cama donde le esperaba su esposa Benardina. Como Va Gaal no había tenido un buen día y no se dormía, Ana aprovechó para achucharle, pero él no quería. Al día siguiente y hora convenida, padre e hija, eran llevados por su conductor al aeropuerto. Tenían que esperar medía hora, los dos se sentaron y pidieron un café. Luego Fran le dijo a su hija: —Haz lo que quieras, hija, tú ya eres una mujer, por ello ya no voy a pensar si te acuestas con este o con el otro, tú ya tienes sobradamente uso de razón. Así que dale que te pego todo lo quieras, yo lo que deseo es que cuando vengas traigas en tu barriguita un bebé, hazme abuelo, por favor, ya es lo único que me queda por lograr en esta vida. En aquel momento la megafonía del aeropuerto anunció la salida de su vuelo a Madrid, padre he hija se abrazaron fuertemente y luego ella se fue para la puerta de embarque, mientras el padre lloraba por su hija y con la mano en alto le hacía señas de despedida. Dos horas y medía después el Piloto anunciaba la llegada a Madrid. A la salida del aeropuerto, alguien tenía un cartel con el nombre de Lucita y el del hotel, era un servicio que el hotel hacía para ciertos clientes importantes.

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Una vez en el hotel, le dieron la bienvenida y dispusieron para ella de la suite que ya conocía. Cuando le llegaron las maletas, Lucita colgó la ropa en los armarios. En ese momento Lucita ya no tenía otro pensamiento que no fuera buscar a Eloy. Salió a la calle y se fue a la pensión de la calle San Bernardo, su dueña le dio la bienvenida y Lucita le dijo que no venía para quedarse en la pensión y le preguntó por Eloy. Le dijo que hacía más de un año que se había marchado y que no sabía nada de él. Justo en ese momento llegó Ludivina, ambas se saludaron, luego la sueca se fue a su habitación, sin más. Lucita la vio muy vieja y con los morros abultados. Luego Lucita se fue a la imprenta donde trabajaba Eloy, le apremiaba el deseo de verlo, y cual loba encelada iba muy de prisa. Una vez ante la imprenta, se paró, con las manos se arregló un poco el pelo, luego se retocó un poco la cara, y como si fuera una niña, entró temerosa y no lo vio, preguntó por él, y le dijeron que ya no trabajaba allí, que hacía cinco meses que se había marchado y no sabían a donde, que se había ido con su novia. Para Lucita aquello fue una amarga sorpresa, ya no sabía qué hacer. Se fue para el hotel, estaba inquieta, sabía que hombres no le faltarían, pero ella a quien quería era a su Eloy. De pronto tuvo una idea, llamó por teléfono a recepción y pidió que la pusieran con la central de Cacabelos. Contestó la voz de Mila. —¿Quién es? —Mila, soy Lucita la del Pajarita, ¿te acuerdas de mí? —Claro, Lucita, como no me voy acordar, ¿Qué tal te va? Hace mucho tiempo que no llamas. —Es que estuve mucho tiempo en Holanda, ahora he venido a Madrid, pero no encuentro a Eloy ¿sabes tú por casualidad dónde está?

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—No, Lucita, no le sé, pero si me das algo de tiempo me entero y yo te llamo, dame tu teléfono y luego te llamaré. —Tienes que llamarme al Hotel Ritz de Madrid. —¿No me digas que estás en ese hotel tan caro? —Sí, Mila, mi padre, a quien tú conoces, es un hombre muy rico, tiene grandes negocios por todo el mundo. —¿Pero tu padre no era el Pajarita que vivía cerca de la plaza? —No, aquel solo era mi padre adoptivo. —¿Y qué es eso de padre adoptivo que yo no lo sé? —Mila, cuando yo vaya por el pueblo te lo contaré todo, pero ahora no tengo tiempo, así que espero tu llamada, y te lo agradezco mucho como siempre, eres una buena amiga, de las amigas de verdad. Y así Lucita, desilusionada, colgó el teléfono, luego, tumbada en la cama, repasaba su vida y no le gustaba. Ella creía que era desgraciada. No era así, lo único que le había salido mal en la vida era Robén, cosas del amor, cosa de mala suerte, era guapa, era rica, era muy querida por su padre, luego lo único que no tenía era amor, amor de hombre cabal, hijos, creía que en cualquier momento encontraría el hombre que buscaba. Decidió bajar al salón del hotel, allí sentada repasaba las hojas de un revista, un camarero se acercó por si necesitaba algo, Lucita le dijo que no, seguía pensando en Eloy. Se le ocurrió que quien podría saber algo sería Ludivina la sueca, calculó la hora en que podría estar en la pensión y se fue a verla, la recibió la dueña con cierta alegría, a la que le preguntó: —¿Está Ludivina? —Sí, está en su habitación, no está bien, tiene graves problemas y lleva una mala vida, si puedes ayudarle no le vendría mal, está en la número 24. 194

Lucita tocó en la puerta y Ludivina la abrió. —Hola, Ludivina, ¿qué tal te encuentras? —Bien, mejor dicho regular, las cosas están muy difíciles y cada día se ponen peor. —¿Qué haces ahora cuando sales? —preguntó Lucita. — No puedo elegir, así que hago lo que me sale, las mujeres ya no me quieren, y ahora me voy con los hombres, y eso es muy duro, ¿sabes? —Te comprendo, Ludivina, la vida es así, unas veces bien o otras mal. ¿Y qué tal andas de dinero? —Tengo 10 pesetas, eso es lo que he ganado hoy, y no sé que va a ser de mí. Debo cuatro meses de pensión. —Toma este dinero, pagas la pensión y con el resto comes unos días, y luego ya nos veremos. Pero yo quería que me dijeras si sabes dónde está Eloy. —Sí, Lucita, Eloy tiene una novia y vive en Alcorcón, el otro día lo vi en La Castellana, iba con ella y una señora mayor. —¿Sabes su dirección? —No, Lucita, pero seguro que lo encuentras, según creo tiene un bar que lo atienden los dos, se llama Casa Pirruchi, y dan unas tapas muy buenas y muy baratas, eso es lo que dicen mis clientes. Lucita con estos datos se despidió y se fue como una locomotora con ansias de verle. Nada más llegar a Alcorcón preguntó por el bar, le dijeron donde estaba, y hacia allí se encaminó, se sentó en una mesa, y una joven morena le atendió, le pidió un café, el bar olía mal, la chica era fea, los clientes eran gente mayor, Lucita esperaba ver a Eloy. Se puso de pie, por una pequeña puerta lo vio, estaba cocinando, se volvió a sentar en su mesa, llamó a la camarera y le dijo que quería ver al cocinero. Al momento Eloy estaba frente a Lucita y ésta se levantó y lo abrazó suavemente, él no hizo nada, estaba 195

observando la camarera con cara enfadada y no quería crearle problemas, le dijo que le llamara al hotel Ritz y que le pusieran con ella, que llamara sobre las nueve de la mañana. Lucita se despidió después de pagar el café y se fue, estaba algo descentrada, su cabeza no quería aceptar lo que había visto. Una vez en el hotel se metió en el baño, donde no se sintió relajada, se machacaba la cabeza, no quería creer el lo que había visto, ella misma se decía, no puede ser, no puede ser, pero lo era. Ya aceptaba que su vida no sería como ella pensaba, luego se calmó, se vistió y bajó al salón del hotel, donde había mucha gente, se sentó en una silla situada estratégicamente para ver todo el salón, un camarero la atendió, le pidió un vermut y un periódico, era una forma más de pasar el tiempo, de recapacitar sobre su vida, los años malos y los años buenos, la balanza se inclinaba hacia los primeros, las miserias en el pueblo, su padre muerto, el trabajo mal pagado, aunque todo esto lo compensaba con el hallazgo de su padre real. Luego pensó en la catástrofe de su casamiento, las horas esperando que Robén la amara, los buenos ratos con Federico y Camila, la belleza de los hombres de Bali. Pero eso se acabó y ya no había más, se decía así misma. Recordó que debía hacerle una visita a Julia, la jefe de personal, bajó a la planta sótano y allí la encontró, se abrazaron, se besaron y luego conversaron. Luego Lucita salió a la calle de paseo, Madrid estaba impresionante, recorrió la Gran Vía, se aburría, no le agradaba pasear sola, pero era lo que le tocaba vivir. Ya en el hotel se sentó en el restaurante, y al momento dos camareros la atendieron. Le entregaron la carta, que ella repasó. —Señorita, ¿ha elegido lo que desea? —¿Qué me recomienda usted? 196

—Mire, huevos capados, estas salchichas gordas y estos pimientos picantes del Bierzo, y luego de postre leche merengada, y vino tinto Señorío del Bierzo. Y así Lucita como un poco extraviada, comía y bebía y muchas veces no sabía lo que hacía. Cuando hubo terminado se fue a la habitación, pero ella no era la misma, se desvistió, se tumbó en la cama y se quedó dormida. Horas después sonó el teléfono de su habitación, era recepción que le dijo que Eloy quería verla, que estaba en el hotel. —Dígale que suba —le dijo Lucita. Al poco llamó a la puerta y ella abrió, no era la mejor forma de recibir a un amigo, estaba medio dormida, solo vestía un camisón y se le notaba el vino que había bebido. —Hola, Eloy, tenía muchas ganas de verte, pero ayer me he llevado una gran desilusión, no me gusta tu mujer, no me gusta tu trabajo, y tampoco me gusta que te hayas casado, yo he venido a buscarte para casarme contigo y ahora resulta que no puede ser. —¿Quién te dijo que yo estoy casado? —Me lo dijo Ludivina, y yo te vi con tu mujer, ¿es que no te acuerdas? —No, Lucita, yo no estoy casado con ella, sólo somos socios del negocio, y nos va muy bien. —Sí, pero hueles a ajo y aceite y no sé a cuantas cosas más, yo que quería casarme contigo y ahora me encuentro con esto. Seguro que te estarás acostando con ella. —No, Lucita, eso no es verdad, yo soy el mismo hombre que tú conociste, sólo un poco más viejo, pero tengo toda la ilusión que tenía cuando nos conocimos, ¿recuerdas el viaje a nuestro pueblo?

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Eloy, enséñame tu pene, quiero ver lo robusto que esta, ya no puedo fiarme de nadie. Y Lucita desabrochó los botones del pantalón. Eloy se dejó hacer asombrado. Lucita metió la mano, se lo sobó, se lo apretó y le gustó lo duro que se había puesto. Y así después de muchos años esperando, Lucita perdió su virginidad, estuvieron en la cama veinticuatro horas nada más…y nada menos. Luego Lucita le dio dinero a Eloy para dárselo a su socia, junto con el regalo de su parte en el negoció para que no dijera nada. Todo fue según Lucita planeó. Los dos se fueron a Holanda. En su casa estaba Fran esperándolos, besó a su hija y abrazó a Eloy. Fran, preguntó: —¿Qué tal, hija, ha ido todo bien? —Sí, papá, de maravilla, Eloy se portó muy bien, lo que siento es el tiempo perdido, pensar ahora que nos podríamos haber casado antes, me da pena. —Cuánto me alegro, hija, después de tanta penuria y tanta amargura, ahora tendrás lo que siempre has merecido —y le dio las gracias a Eloy por haber hecho feliz a su hija. —Supongo que me haréis abuelo. —Sí, papá, a lo mejor son más de uno. Lucita y Eloy se casaron en una iglesia católica a los nueve meses justos de su encuentro en Madrid. Después nacieron tres niñas, todas con los ojos azules, lo que no le gusto a Eloy, él quería que al menos un niño fuera igual a él. Por supuesto, Fran era una persona muy feliz, ya trabajaba menos, y según le dijo a Lucita no roncaba cuando dormía, y dicen personas bien informadas, que le vieron en un parque de Ámsterdam empujando el carrito de sus 198

nietas, y Bernardina con él, conformando así una familia muy feliz … Eloy algunos años después de casarse con Lucita, fue nombrado director general del grupo de empresas, después de ser estructuradas bajo el nombre de Van Gaal and Company Holding Fran y Bernardina se hicieron viejos. Su vida estaba dedicada a pasear con sus nietos. Su imperio comercial, dirigido por Eloy como jefe en Holanda y Lucita llevando todos los negocios en el exterior, se había ido multiplicando año a año, el mercado en Rusia era el más importante. Lucita nombró como su secretario a Robén. Viajaban todas las semanas. En los hoteles siempre dormían en una suite con dos habitaciones unidas. Eloy sabía que Lucita con quien estaba más segura era con Robén. Fue muy importante el mercado ruso, la influencia de Ana Katerina desde Holanda donde quiso seguir viviendo, le proporcionaba la entrada con las autoridades, los contratos firmados era Lucita la que los traía para Holanda todos los fines de semana, Eloy se quedaba en la oficina, pasados unos meses Lucita se encontraba muy oprimida por el trabajo que hacía, no le gustaba estar separada de su marido y de sus hijos. Eloy y Lucita en una de las visitas que ésta le hacía los fines de semana, se fueron a cenar al hotel donde se habían casado, el camarero les indicó la mesa que habían reservado, y los dos se sentaron, al poco una rubia y joven camarera se acercó, Eloy se levantó y la saludó cordialmente y con gran simpatía, le presentó a Lucita, ésta no se movió de la silla, pero le miró con una cara extraña, preveía que podrían tener mucho que ver entre los dos. —Ya solos, sentados, llegaron los camareros para tomar la comanda, cada uno pidió su menú y estos se fueron. Lucita tenía algo que decir, su cara la delataba, estaba muy molesta por el trato entre Eloy y las chicas que estaban 199

pendientes de ellos, la cena no prometía mucha armonía entre los dos, ella estaba muy molesta, y él se quedó en silencio. Una vez terminada la velada, Eloy invitó a Lucita a bailar en el salón, pero ella dijo que nó, que quería irse para casa, que ya había visto mucho más de lo que quería. Ya en casa, ambos tuvieron una amarga conversación, Lucita acusó a Eloy de tener relaciones demasiado amables e ilícitas con las dos chicas del hotel, que ella jamás había pensado que él le hiciera cosas así, que no volvería a confiar en sus palabras, que ella se pasaba la semana esperando para venir a verlo, y luego se encontraba con que su marido andaba de pendón con chicas más jóvenes. XXX Esa noche no durmieron juntos, y Lucita al día siguiente se fue para San Petersburgo, donde le esperaba mucho trabajo. Al día siguiente cuando Lucita se levantó, se fue a ver a los niños, a su padre y a Bernardina, fue una hora buena para ella, que su padre interrumpió, pidiéndole información de los negocios de Rusia, que ella le dio, pero Lucita tomando a Bernardina por la mano la separó, conversaron ellas solas y se les notaba que hablaban de cosas serias. Lucita le dijo a Bernardina que desconfiaba de su marido, que le parecía que andaba embobado con dos chicas jóvenes del hotel, le pidió que lo vigilara y le contara lo que hacía cuando ella volviera la próxima semana. Luego abrazando a su padre y besando a los niños se fue al aeropuerto, donde tomó su vuelo hacia Rusia, dio la casualidad que en el asiento junto a ella viajaba un joven ruso que dijo llamarse Alexander y vivir en San Petersburgo, con el que Lucita sintonizo y fue todo el viaje conversando, el joven trabajaba para el gobierno ruso en el ministerio de asuntos exteriores, estaba soltero y según le dijo a Lucita tenía una novia muy guapa. 200

Lucita por su parte le contó que ella era española y estaba casada con un español, y que era la representante de un grupo de empresas holandesas establecidas en Rusia y una gran parte de países por el resto del mundo, invitó a Alexander a visitar sus oficinas, donde podían conocerse más y quizá hacer buenos negocios, a Lucita le extrañó que durante tantas horas conversando no le hubiera dedicado una simple sonrisa, y lo achacó a que los rusos eran muy serios. Lucita le dio una tarjeta de visita y él dijo que no tenía, pero que la visitaría en su oficina. Poco a poco, Alexander fue soltando cosas de su trabajo, que a Lucita le interesaban, hablaron de petróleo, productos alimenticios que podían intercambiar entre ambos países, y llegaron a hablar de sus vidas y de sus gustos. Lucita cada vez veía más interés en el joven Alexander, recordaba lo que le había pasado con Eloy y con Roben, y algo en su interior se movía, en el fondo ella iba más allá, recordaba su gran fracaso con Roben, y una semana en blanco le parecía mucho tiempo. El comandante piloto anunció por megafonía que faltaba una hora para llegar al destino, y a Lucita y Alexander les parecía muy corto el vuelo, ambos se dieron cuenta que podrían ser más que amigos, en la hora que faltaba llegaron a hacer juegos de mano, cruces de miradas cariñosas y muchas sonrisas. Lucita en el fondo pensaba vengarse de Eloy y creía que sería capaz de hacerlo. Aquella mujer que tanto aguantó su virginidad, estaba cambiando repentinamente su comportamiento, ahora era otra mujer, pensaba que si los negocios son flexibles, ¿por qué no lo pueden ser las personas?. ¿Qué hacía ella sola con Roben en el hotel, habiendo tantos hombres apetecibles? No se atrevió a invitar aquella noche a un hombre que le gustaba mucho. Alexander estaba de color de caramelo, pero no quiso dar el paso adelante, no era un amante arrojado, aunque fuera ruso, nunca sería un Rasputín era un 201

hombre más respetuoso, pero había sido capaz de enamorar a Lucita, todo un mérito. El comandante piloto anuncia la llegada a San Petersburgo, una vez bajados del avión ya en la terminal Lucita besó en la cara a Alexander y le acaricio la mejilla. Alexander por su parte besó a Lucita en la mejilla, y prometió ir a verla al día siguiente a su oficina. Lucita se acercó a un taxi seguida de Alexander que antes de entrar en él la volvió a besar, y así se despidieron. La cabeza de Lucita no daba procesados los sentimientos vividos durante una parte del vuelo, y pensaba cómo había sido capaz de vivir 28 años esperando hasta casarse con el fallido Robén, recordaba perfectamente su estancia en Bali, donde tan mal lo pasó. Ella misma se decía que estaba aprendiendo, su cuerpo una vez despierto pedía más amor, más vida, más alegría, más contacto entre sabanas. Cuando llegó al hotel se encontró con Robén, que le dio la bienvenida junto con un beso en la cara, pero sin ganas. Lucita respondió con lo mismo, y pronto se juntaron para ver como iban los negocios. Robén le dio cuenta a Lucita del flujo de contratos y dinero. Todo funcionaba bien, estando ella en su habitación, para meterse en la ducha, se abrió la puerta y entró Robén y le dijo que tenía que enseñarle algo nuevo, y se bajo el pantalón. Tenía el pene algo largo y medio duro, y le dijo a Lucita que si quería podían probar, ella le dijo que ahora no, que ya lo vería otro día, que le esperara fuera, en la habitación de él. Cuando Lucita salió relajada por el baño, después de ponerse la ropa nueva, se fue a la habitación de Robén, quien esperaba cual gato que espera al ratón, entró su bella ex esposa que no había poseído y le preguntó: —A ver, Robén, ¿qué es lo que quieres enseñarme? Mira Lucita lo que tengo aquí. Lucita curiosa se acercó, le tocó el pene y dijo: 202

—No, esto no responde, vas a tener que escayolarlo, a ver si funciona. —Me ha dicho el médico que me atendió y me dio las pastillas que con esto tenía la seguridad de llegar al final. —Bueno, Robén, por ser vos quien sois, hoy te daré otra oportunidad, pero recuerda que ya no eres mi marido y que tampoco yo soy la misma, tú me condenaste como a alma que vive en pena a buscar otra almohada, recuerda Bali, la ciudad especial para una buena luna llena de felicidad, ¿y qué fue lo que pasó? Bueno sigamos adelante, la vida no debe convertirse en rencor ni engaño entre nosotros que estamos todo el día juntos y condenados a comprendernos, así que te daré otra oportunidad. Esta noche haremos la prueba si quieres, ahora no puedo, tengo cosas que hacer, compréndelo estoy muy cansada del viaje y no respondería adecuadamente, y tú no querrás que pase eso otra vez más. —No, Luci, cuando tú quieras lo haremos, si es que podemos. Al día siguiente a la hora de la apertura, Lucita recibió la visita de Alexander, este le entregó una carta del ministro de exteriores de todas las Rusias, en ella le decía que la invitaba a una fiesta que daba su ministerio, que le gustaría verla, que quería tener conversaciones de negocios, que la fiesta la daban en el edificio que ocupaba el museo del Hermitage, que antes había sido el palacio de invierno del Gran Zar Alejandro y su esposa Katerina, que se vistiera con la mejor ropa, que conocería a los hombres más importantes de la actual Rusia. Alexander esperaba una respuesta, y ésta llegó en forma de beso que recibió muy contento en su mejilla, mientras Roben ronroneaba. Lucita estaba a todas, era una mujer muy lista y no tenía nada que perder, sus empresas eran ya muy famosas en Rusia. La petición que le hizo a Alexander fue que tendría que venir a buscarla, él gozoso 203

aceptó al momento, quedaron para una hora determinada, éste recibió otra caricia de Lucita y se fue. Había llegado el momento para que Lucita afrentara la mala noticia que tenía que dar a Roben, él no había sido invitado, y por lo tanto no podía ir con ella. Llegada la hora en punto fijada, un gran automóvil conducido por un hombre uniformado, se paro a la puerta de las oficinas, de él bajaron Alexander y otro señor vestido con todas sus puñetas, que saludaron a Lucita. Alexander le presentó al General Ivan Chunganan, que la invitó a entrar en su coche, luego salieron hacia su destino. En la planta baja del palacio estaban otros cinco Generales que recibían a sus invitados. Cuando Lucita llegó al Palacio de Invierno, se quedó asonbrada de lo que veía a su alrededor, todo era lujo, todos los militares vestidos de uniforme de gala y sus condecoraciones colgadas, las mujeres muy regorditas pero espléndidamente vestidas, las escaleras muy largas para subir a los salones estaban todas ocupadas, se movían muy despacio, pero subían, los trajes de las señoras le gustaban mucho a Lucita, que vestía un esplendido vestido de tela color manzana clara, su General acompañante se retorcía sus largos bigotes y la miraba mientras sonreía. Ninguno de los dos entendían otra idioma más que el suyo, luego no podían hablar pero se reían, y de vez en cuando el General tocaba un poquito la cara de Lucita, quien sonreía tímidamente, como si esperara algo que no le gustara, cuando al fin subieron las escaleras, se encontraron con unos grandes salones con un amplio pasillo central que los cruzaba todos, en uno de ellos su acompañante le propuso que se sentaran, y muy amablemente le brindó el sillón para que lo hiciera, luego más generales se fueron sentando con sus bellas y jóvenes mujeres. A través del pasillo Lucita veía que aquello era muy largo, su acompañante la miraba y se reía, él levantó una mano y al momento un oficial se acercó y le dijo algo, luego se marchó, no tardó en volver 204

con otro general al que acompañaba una joven muy elegante, que resultó ser su esposa, y cuando llegó saludó a Lucita en un perfecto español. Luego le presentó a su marido, que era muy mayor y tenía más puñetas que su compañero, pues era General de División. Ella se sentó al lado de Lucita y pronto se hicieron confidentes. Ella se llamaba Natacha, era rusa, rubia y con ojos azules, muy guapa, no tenía hijos. Le contó su vida y lo bien que vivía, su esposo legal ya se había casado con cinco mujeres antes de ella, pero ahora era un hombre invalido para hacer el amor, preguntada por Lucita qué hacía ella en cosas del amor, le respondió que tenía un oficial joven que la abastaría sobradamente, y que podía cambiarlo cuando no le gustara, le dijo que allí eso no era mal visto entre las mujeres, que algunas veces entre ellas se hacían apuestas a ver quien se tiraba más. Natacha después de contar su vida se interesó por la de Lucita, y esta se la contó ligeramente, le dijo que era una empresaria importante, y que como tal estaba en Rusia, que al general que le acompañaba no le conocía de nada, que se lo presentó un joven oficial que ella conoció en un viaje, que se llamaba Alexander, que ella lo que quería era entrar en contacto con el gobierno para hacer negocios, que su empresa estaba extendida por muchos países entre ellos Japón. Al momento la megafonía anunciaba algo que Lucita no comprendía, y Natacha le dijo que comenzaba el baile en otro salón, también le dijo que ese era el gran momento para que los generales exhibieran a su pareja, y que había que bailar, pero que ellos nunca se levantaban antes que su pareja, porque se tomaría como un desden, axial que las dos se pusieron de pie e invitaron a su pareja a bailar, ellos tomaron la de ellas, y Lucita tomó la de Iban, pero la bajó para abajo, y Natacha al oído le dijo que así no, que eso demostraba que si llevaba la mano baja, el hombre 205

ya estaba caducado, y no les gustaba, que le llevara como ella hacía, la mano de él al nivel de los hombros y la de ella encima, como posada sobre la de él. Pronto llegaron a un enorme salón, donde unos cien músicos interpretaron la Marcha Radetzky, que era lo que siempre se hacía, el simbolismo era el triunfo de los hombres sobre las mujeres, como si fuera el rapto de las sabinas. Una vez terminado el rapto, comenzaba la música de baile, donde los viejos exhibían a sus parejas, casi todas ellas en la edad de ser sus hijas. En ese momento el General Chaugan tomando a Lucita con sus viejas manos por el talle de su cintura comenzó a bailar, Lucita no daba un paso correctamente, porque en su vida había bailado aquellos bailes, le estorbaba el vestido, su compañero viejo ella sensatamente lo aguantaría, Lucita pensaba que los negocios siempre son los negocios para un holandés. Lucita más atenta al espectáculo que a su vieja pareja, se movía lo mejor que podía, y el viejo General, con la cabeza alta, sus mostachos retorcidos, mostraba orgulloso el hermoso cuerpo de Lucita. Una vez terminado el baile, todos aplaudían y todos se reían, menos Lucita que se daba cuenta de lo que hacía, ese mundo para ella era muy extraño. Se preparaban para otro baile, Lucita se propuso hacer de muñeca todo el tiempo que fuera necesario, y así aguantó cinco bailes más. Se dio cuenta a medida que bailaban que muchos viejos ya se sentaban, pero el viejo General, cual si estuviera en una batalla, aguantaba y aguantaba, pero todo llega, y a los cinco bailes más rindió sus armas a Lucita, que muy gustosa se sentó en la misma mesa en que estaba ya sentada su amiga Natacha. Las dos juntas se compenetraban y se reían, mientras sus parejas ya casi se dormían. En la conversación en castellano entre las dos mujeres, Lucita le dijo a Natacha que le gustaría que fuera su amiga, y que quisiera verla al día siguiente para 206

comer juntas y hacer algunos comentarios sobre sus negocios y las personas que tendría que conocer en el gobierno ruso. Quedaron en verse al día siguiente, ya a esa altura de la noche la orquesta dejo de tocar, los viejos ya estaban todos sentados, todos se fueron marchando, y Lucita le dijo a Natacha que también se quería ir. —No, Lucita, la fiesta nuestra empieza cuando los viejos se vayan, luego vienen los jóvenes, y lo pasaremos muy bien, ya lo verás. Al poco llegó Alexander y se llevó a los dos viejos quedándose ellas solas esperando a que éste regresara con la noticiá de que ambos esposos habían sido enviados en coches a sus respectivos domicilios. A partir de que los viejos se fueron, todos y todas las jóvenes buscaron su pareja para bailar y divertirse toda la noche, el primero en llegar fue el asistente de Natacha, y luego llegó Alexander un poco más tarde, según Natacha le dijo a Lucita, esa fiesta que ahora comenzaba era famosa por los contactos que se hacían, y las bebidas que se consumían. Lucita un poco asustada no quería quedarse, pero su amiga Natacha no la dejaba marchar, le dijo que ella se portara como a ella le gustara, que nadie la obligaría a hacer lo que ella no quisiera, pero que no podía perder la fiesta de los Generales, que era la más famosa de Rusia, que allí había gente de todas las regiones de ese enorme país, que también había gente que aprovechaba para hacer buenos negocios. No le dio más tiempo a Lucita, y la música comenzó a sonar, Alexander la tomó por su mano con delicadeza y la sacó a bailar, Natacha le siguió con su pareja de aventura. Bailaron toda la noche, cantaron en grupo, se conocieron unos a otros, se cruzaron tarjetas de visitas, promesas, muchas promesas, amores recién surgidos, besos robados, y 207

muchas caricias, pocas veces rechazadas. Como durante el baile se cambiaban las parejas, las chicas más guapas eran las más perseguidas, lo que representó para Lucita el cambio de pareja muchas veces. Al final ella se dejó arrastrar, y llego a pasarlo muy bien, a conocer muchos jóvenes a los que ella no entendía, pero ella le decía “mi holandesa, holandesa, Van Gaal Company Holding San Petersburgo”, al final Lucita lo paso muy bien, tanto es así que llego el momento de pensar en dormir fuera de su hotel, si Alexander se lo pedía. Pasada la medianoche, por megafonía dijeron que la fiesta había terminado, y pedían prudencia a todos. Al fin Lucita fue llevada a su casa por Alexander, y quedaron en verse al día siguiente. Lucita algo tomada por el alcohol se dejó caer en su cama, poco después se metió en baño y con agua fría se ducho, aguantó todo lo que pudo y luego salió, la ducha la reconfortó, luego se metió en la cama y pronto se durmió. Al día siguiente cuando despertó le dolía la cabeza, se levantó, no era muy consciente de lo que se había divertido la noche anterior. Ya más a tono recordaba todo lo sucedido en la fiesta en que participó, no tenía nada de lo que avergonzarse, simplemente y por primera vez en su vida, había disfrutado de una gran fiesta, conoció a personas importantes que fueron muy amables con ella y pretendía aprovechar esas amistades para conseguir buenos negocios. Lo de Alexander era una cosa que le gustaba, fue muy respetuoso con ella, y recordaba que ni siquiera la besó, ella sabía que la quería, él ya se lo había demostrado, y ella misma se decía: “¿y por qué no?, es un buen chico, me quiere, ¿y porque no? Yo estoy abandonada, me caso con uno y no vale para nada, y el otro, al que tanto quería y padre de mis hijos, me engaña, me abandona con unas camareras mucho más feas que yo, si yo tengo que hacer viajes a Ámsterdam para hacer el amor, y luego me 208

encuentro con que mi marido no es sólo mío, me paso cuatro días acostándome con él y solo una vez me hizo el amor, porque yo se lo pedí. No hace falta que nadie me diga lo que he de hacer de mi cuerpo, tengo que ser una mujer libre, puedo volar de flor en flor, animo, Lucita tuya es tu vida, y tus deseos úsalos a tu antojo.” Pasadas las primeras dos horas de trabajo, recibió la visita de Alexander, quien le entrego una carta del General Iban Chunganan, en ella le pedía que fuese a verlo a su domicilio, que se trataba sólo de negocios. Lucita primero quiso preguntar a Alexander algo sobre la fiesta del día anterior. —Alex, me gustaría que me dijeras si mi comportamiento fue educado y responsable, o hice alguna cosa de la que tuviera que arrepentirme. ¿Me entiendes? Quiero decirte si me viste en algún momento hacer algo anormal? —No, Lucita, yo te vi. muy alegre pero nada más, luego en el coche cuando te traje a casa, estabas un poco borrachita, se te notaba que no estabas acostumbrada a las fiestas que hacemos en este país, y nada más. Lucita cerro la puerta y beso a Alexander y le acarició, le dijo que tenían que verse, que ella le necesitaba, que lo quería, que le gustaba. Luego tomando papel y pluma, escribió al General confirmando su cita para el día siguiente, la metió en un sobre y se la dio junto con otro beso de despedida. El resto de la mañana lo pasó removiendo papeles, pero a las tres de la tarde recibió la visita de su amiga Natacha, con la que había pasado también el día anterior. Lucita la recibió con mucha alegría, se fundieron en un abrazo y recordaban lo bien que lo habían pasado, hicieron sus planes para verse con más frecuencia. Natacha a Lucita le parecía una buena chica, y estaba segura de que seria una buena amiga, justo lo que ella necesitaba, Rusia 209

era un gran país pero para no vivir sola, y ella esperaba una sincera amistad. Pasaron unas horas recordando, y luego Lucita la invitó a comer en un restaurante cercano, las dos sentadas sobre la mesa se fijaban en los camareros, y decían: “ese esta muy bien”, luego se reían disimulando entre ellas. Ya al final de la comida, Lucita le preguntó a Natacha: —¿Recuerdas si anoche me pasé en algo con la bebida u otra cosa? —No, Lucita, has estado genial, yo creía que solo las rusas nos divertíamos, y me alegro mucho por ti, la vida merece ser vivida y bien aprovechada, estas fiestas se celebran muchas veces al año y siempre tienen mucho éxito. Luego hicieron un compromiso de verse todas las semanas y se despidieron. El resto del día Lucita se dedico a los negocios, escribió cartas a Eloy con temas del mercado, únicamente se refería a los niños, pero a él personalmente no le decía nada. Al día siguiente Lucita recibió la visita de Alexander, irían el coche a ver al General Chunganan. Tal como él le había pedido fue recibida en un palacio que habían construido los zares. La recepción estaba avisada para que no pusiera problemas para su entrada, cuando llegaron les acompañaron a las oficinas de la planta más alta, en una de ellas entraron, el viejo general con sus labios rozó la cara de Lucita y la mandó sentar. El uniforme que vestía no era de gala como el día de la fiesta, sus bigotes seguían igual. En un momento dado le dijo a Lucita que sabían que su grupo de empresas tenían interés en el mercado ruso, y que se alegró mucho el día de la fiesta cuando se enteró. Que si tenía interés en explicar sus planes, le gustaría que estuvieran otros compañeros del partido, a lo que Lucita dijo que sí. Iván tocó un botón, y al momento llego un 210

ordenanza, al que dio una orden y salió raudo de la oficina, no tardó mucho tiempo en abrirse la puerta y entraron tres jefes a los que Lucita no había visto antes, pero todos la besaron según su costumbre, un ordenanza abrió una puerta que daba a una gran sala de reuniones, Iván invitó a Lucita a sentarse, y el se sentó junto a ella, luego se sentaron los demás, que seguían llegando y la gran mesa redonda se iba ocupando, sólo quedaba un silla sin ocupar, la que estaba a la derecha de Lucita, que era muy festejada con saludos y palabras que ella no conocía, se limitaba sonreír y saludar con su mano a los que estaban más separados de ella, después de unos 15 minutos entró por la puerta un señor muy bien vestido de unos cincuenta años, uno ochenta de alto, guapo, cortes, amable, quien se sentó junto Lucita y se presentó como ministro del ejercito y le dijo que el resto de compañeros eran de su ministerio. Después saludó en un perfecto castellano a Lucita. —Señora, nos interesa saber si usted tiene poderes para gestionar los negocios del grupo de empresas Van Gaal Company Holding. Lucita acercando el micrófono dijo que sí, que era la propietaria del grupo junto con su padre, tenía poderes ilimitados en todo el mundo y tenía toda la documentación al alcance del que la quisiera. Se podía sacar en el registro mercantil de Amstedam, Tokio y muchos sitios más, que si necesitaban documentos estarías siempre a su disposición. En cuanto a los posibles negocios que pudiera estar interesada en vender o comprar en Rusia, ella les facilitaría un portafolio con toda la documentación. Luego le dijo al ministro: —Si ustedes están interesados en vendernos algún producto podrían hacer su portafolio y yo lo estudiaré, lo que no compraremos serán armas pesadas, nuestro interés podrían ser productos de alimentación, químicos, textiles, 211

farmacéuticos, patentes de cualquier producto que no sea militar, estaríamos interesados en proyectos turísticos en San Petersburgo y Moscu, quizá nos pudieran interesar los balnearios de Carlo Vivare que tienen en Austria, en fin estamos abiertos hacia este país, pedimos por la paz y las buenas relaciones entre ambos. Y ahora yo les dejaré unos escritos que aclaran muchas cosas que podríamos negociar. Cuando Lucita dio por terminada su exposición fue muy aplaudida, y ella agachando un poquito su cabeza, les daba las gracias. Luego el intérprete le dijo a Lucita que el ministro Bigorán y todos ellos la invitaban a comer dentro del mismo edificio, que era un momento ideal para conocerse un poco más, Lucita dijo que sí, que estaría encantada de compartir mesa ella sola con tantos hombres guapos e importantes. El General Chunganan, se levantó y dándole la mano a Lucita la felicitó con un beso en la cara, Lucita le acarició un poquito y le retorció los mostachos, dándose cuenta que tenía laca y estaban algo duros, pero el le dio una risa cómplice. Bajaron algunas plantas y llegaron a un gran comedor donde se sentaron más o menos por el mismo orden anterior. Unas veinte jóvenes, rubias y guapas, se dispusieron a servir la comida, había dos menús, uno para los que tuviesen problemas y otro para el resto. Todo transcurrió en perfecta armonía, Lucita estaba encantada con aquella gente tan amable, pero no vio por ningún lado a Alexander, al ministro se le vio muy a gusto junto a Lucita, a la que de vez en cuando le decía cosas al oído, y Lucita se reía, y le miraba, sin comprender.

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Pasada la media tarde, y después de dar cuenta de un buen numero de botellas de vodka, se terminó la reunión, pues así se lo había pedido Lucita al General Chunganan, quien le ordenó a Alexander que llevara a su casa a su invitada. Cuando salieron a la calle ya anochecía, Lucita estaba muy alegre, había tomado dos copas de vodka más el vino de la comida, pero no estaba tomada, sabía bien lo que hacía. Cuando llegaron a su hotel, Lucita pidió a su acompañante que subiera, y una vez entrados en la habitación abrazó a Alexander y le dio un beso apasionado, y le dijo que le gustaba mucho, pero lo despidió diciéndole que otro día se verían. A Lucita se le presentaba un grave problema, después de lo tratado en la reunión con los rusos, ella no tenía equipo humano para realizar los trabajos y negociaciones. Necesitaba un equipo jurídico, otro económico, y muchos comerciales, sabía que en San Petersburgo encontraría parte de ellos, pero los principales deberían venir de Holanda. Decidió tomar un vuelo en una compañía rusa para ir a Amsterdam. Robén se quedó en la oficina, Lucita le dio unas órdenes concretas para recibir visitas. A los cuatro días retornó Lucita, le acompañaban una parte del equipo jurídico y económico, cuando llegaron al hotel, Lucita y Roben en la oficina de ella, se pusieron de acuerdo en que él se encargaría de las visitas que llegaran a la oficina, y si tenía que comunicar lo haría con ella. Aparte de eso tendría que contratar cinco secretarias rusas, si fuera posible con idiomas holandés, ingles, y español. Solamente en una semana contrató todo el personal, a partir de entonces ella comenzaría las conversaciones con el gobierno ruso.

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Lo que no había previsto Lucita era lo fáciles para el amor que eran las secretarias contratadas. Alexander vino a ver a Lucita enviado por los Generales para concretar la primera negociación. Lucita arriesgando la fijó para dos días después, a través del escrito que le entregó a Alexander. Llegado ese día, y en el Ministerio de Exteriores, se reunieron las dos delegaciones, 10 personas acompañaron a Lucita y 20 componían la delegación rusa, que aportaba cuatro jóvenes interpretes. El General Chunganan abrió la sesión con unas palabras de agradecimiento: ”Mi querida amiga Lucita, perdona mi atrevimiento, yo te considero así, me alegro mucho de haber llegado a este momento en tan poco tiempo, para nuestro país es un honor tener unas buenas relaciones con Holanda, yo todavía recuerdo cuando era un joven, y ya hacíamos excelentes negocios con su país, no dudo que saldremos muy bien todos, pero si no fuera así, yo como hombre y como representante de este gran país, me daré por satisfecho por haberte conocido”. Grandes aplausos recibió el General. Luego, Lucita, sin papeles en la mano, dijo: “Iban, perdóname tú también por tratarte de tú, tu figura como representante de tu país me satisface, yo soy joven comparándome contigo y tu experiencia, pero no olvidaré jamás tu comportamiento con respecto a mi persona y a mi país. El otro día en la gran fiesta a la que me habéis invitado, he podido darme cuenta de tu bondad, de tu respeto, de tú gran simpatía, de ese gran hombre que llevas dentro de ti, gracias General, muchas gracias… Y ahora ya debemos sentarnos a ver si ganamos nuestra comida”, añadió Lucita, recibida con fuertes carcajadas acompañas de más aplausos… 214

Sobre una larga y ancha mesa se fueron reuniendo sección por sección, y con los portafolios y muchos números llegaron a media tarde. Lucita y el General les dijeron que descansaran y tomaran algo y que luego si hacía falta seguirían trabajando. Se sentaron Lucita y el General en un salón contiguo, y como no se entendían, el General le mostraba a Lucita los pinturas colgadas de sus paredes, había cuadros de muchos y grandes pintores, todo el edificio estaba siendo utilizado como museo que colgaba una pequeña parte de los dos millones de obras que pertenecían al museo Hermitage, había cuadros de todos los grandes pintores españoles, Lucita que no tenía muchos conocimientos de pintura, vio cuadros de todos los pintores holandeses, españoles, franceses, y alemanes. Ya reanudado el trabajo, los dos se sentaron en la mesa de negociaciones, en el trabajo se fueron seleccionando todas las operaciones comerciales, se firmaron infinidad de operaciones de intercambio, Holanda recibiría de Rusia productos agrícolas, carne de vacuno y lanar, semillas de flores, productos derivados del petróleo e informaciones confidenciales. Rusia recibiría de Holanda, alta tecnología en fabricación de automóviles, ayuda tecnológica para montar una fábrica de automóviles, la fábrica sería montada por una empresa holandesa, donde trabajarían algunos obreros rusos. Se creó una comisión permanente para seguir el cumplimiento de lo tratado, explorar más posibilidades para futuros negocios, todo ello quedó definitivamente terminado en dos días más.

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El General y Lucita se despidieron, quedaron en verse cuando hiciera falta, y Alexander acompañó a Lucita a su hotel, llevados en un coche oficial. Lucita le dijo a su acompañante que estaba muy cansada, que al día siguiente quería estar con él. Ya en su habitación, después de ducharse, se tumbó sobre la cama, y como era natural, su cabeza comenzó a repasar lo que le quedaba que trabajar. Ella misma se preguntaba, “¿quién soy yo y qué hago aquí?... ¿Dónde quiero llegar con mis negocios y mi vida?” El resultado lo tenía muy claro, estaba sola, Roben no valía, trabajaba como si lo necesitara para comer, de amor nada, sólo unos besos como robados, otras diversiones no había, luego, ¿qué le quedaba para vivir una vida que ella creía que merecía….dinero nada más? Y seguía preguntándose, “¿necesito yo más dinero o más amor?” Lo tenía muy claro, su esposo en Ámsterdam, liado con chicas jóvenes, a sus hijos no los veía, viviendo sola en un país extraño para ella, noches añorando un hombre en su cama, el tiempo que corría en contra, llegó un momento en que en una convulsión gritó con una voz muy desesperada: “vamos, Lucita, levántate, ruge, quiere, ama, sé tu misma, no mires arriba, abajo, ni a lo ancho, mira de frente, eres tú, haz de la vida sueños y sueña todos los días con alegrías, disfruta lo que EL te dio, vete con ese hombre que te gusta y te quiere tanto, hazte cuenta que la vida no es muy larga, puede acabarse en un momento y luego ya no habrá más sueños ni más amor ni… Todo habrá oscurecido, ni esperanza, sólo será oscuridad.” Lucita extendida sobre la cama, no daba cuenta de sus pensamientos habidos en ese día, nunca le había sucedido nada parecido, esto le hizo pensar en su doctor, no sabía si eso había sido un sueño o una locura, pero 216

estaba segura que cambiaría su vida, ya no aguantaría más convencionalismos, viviría a tope el resto de su vida, mientras pudiera. Al día siguiente despertó y antes de bajarse de la cama, procesó todo lo que había vivido el día anterior, se encontraba a sí misma más libre y más autentica que en sus años anteriores, después de vestirse se fue a desayunar, allí se encontró con Robén, quien se levantó y la besó, se sentó sobre la misma mesa, y entre ambos estuvieron conversando sobre los negocios, Lucita le dijo que las negociaciones con los rusos habían sido muy buenas. Roben le preguntó a Lucita: —¿Cuándo nos vamos para Ámsterdam? —No, Robén, yo me marcho mañana a Moscu. Tengo muchas cosas que hacer allí, tú sí debes irte para Holanda, aquí no tienes nada que hacer, vete otra vez a ver al doctor que te mire ese problema que tienes, a ver si te lo puede arreglar alguna vez, porque, ¿cómo te va la pilila, funciona o no funciona? —Bueno, me han dicho que ahora han salido unas pastillas, que si te tomas tres, se te pone muy tiesa, casi como el cemento. —¿No me digas que es verdad?. —Sí, me lo dijeron unas chicas que conocí el otro día que entre en un bar, había muchas y muy guapas, pero no he podido hacer nada, sólo me dieron esa receta... —Bien, Roben, yo mañana me tengo que ir de viaje, tú mientras yo no regrese, si quieres te quedas en la oficina, tomas nota de las cosas que pasen, y luego cuando yo venga me las das, pero si no regreso reza por mi, algo habrá pasado en mi vida que no me permita reformar, atiende a mis niños, y diles que su madre es muy buena y que los recuerda mucho. Y a ti, Roben y al mujeriego de Eloy, mi segundo marido que Dios os guarde, ya que yo no quiero, 217

porque no vale la pena pasar el tiempo con unos caraduras, con cara de mamarrachos. Al día siguiente antes de salir el sol, un coche se acercó al hotel, una señora entro en él, y raudos salieron con rumbo desconocido, al coche se le vio a toda velocidad por las calles de San Petersburgo alejarse por la carretera en dirección a Moscu. Dos meses después, retornó Lucita del brazo de Alexander, y tenía vómitos por su embarazo, los dos se instalaron en una dacha a las afueras de la ciudad, ella recibía allí un resumen de las operaciones diarias, pero dice la gente que nunca más la han visto en las oficinas de su empresa, se sabe que muy cerquita de su dacha vivía en otra el General Chunganan, tenían sus tertulias junto con otros generales más o menos de su edad. El General le confesó a Lucita que Alexander era su hijo natural

Epílogo Pero Lucita continuó en los sueños de este autor, quien no pudo menos de vivir sus peripecias reales en su nueva vida y, por supuesto, a ellas se refiere este capítulo final. El General Chunganán quería mucho a Lucita, estaba prendado de ella, su hijo Alexander era un obstáculo, al resto de Generales también les gustaba, pero ella seguía su vida enamorada de Alexander, cuando se reunían en la dacha todo era respeto, elegancia, miradas y sonrisas, todos pendientes de ella, uno de los días ellos trajeron a sus esposas, alguna muy joven y guapa y cariñosa con su 218

marido el General Romanof, le llamaba a su esposa chatína, o algo parecido, la besaba mucho, la quería, la adoraba, con frecuencia parecía una buena persona, el con su mostacho rubio y abundante era el más alegre del grupo, contaba chistes verdes y bebía mucho, lo que le permitía estar alegre, era la gran vida de los generales en tiempo de paz, sentados todos alrededor de una mesa redonda, con mucho lujo en la bajilla, grandes lámparas, las sonrisas afluían por doquier. Lucita estaba luminosa con un vestido largo, muchas joyas. En un momento dado el General Chunganan se puso de pie, y alzando su copa, todos brindaron con él por la belleza de todas las mujeres. Una vez sentados, un grupo de sirvientes comenzaron a poner los aperitivos en la mesa, llenaron todas las copas de champagne. El personal de servició estaba pendiente de ellos, por si pedían algo, de vez en cuando con la servilleta se limpiaban los labios y los bigotes, ya nadie se reía, cuando terminaron el primer plato, les sirvieron el segundo que era de pavo relleno, comían sin mirar para nadie, alguno miraba para el techo las pinturas que lo adornaban, y seguían bebiendo un gran vino español, tinto de bodegas Peique. Tanto comieron y bebieron, que ya estaban todos pasados de alcohol, tomaron café y copa y se fumaron un puro cubano los hombres y dos mujeres que el servicio les encendió. A la sobremesa la única pareja que estaba en sus cabales eran Lucita y Alexander, que seguían mirándose a los ojos. En un momento dado se abrió una gran puerta que daba a un gran salón con un lujo refinado, se trataba de un salón de baile. Poco a poco fueron pasando y se sentaban. Cuando entraron todos, el servició cerro las puertas y la banda ataco con un vals. La mitad se pusieron a bailar, la otra mitad ya no podía, pero Lucita con su ancho vestido se agarro a Alexander que la tomo por la cintura, y ella echando la espalda para atrás, dio señas de saber bailar, Cuando terminó de tocar, todos se sentaron, pero alguna 219

persona se mareó, pronto dos doctores entraron para atenderlos, y con unos excelentes cuidados. Incluso había uno al que su mujer le daba aire con la falda de su vestido, lo que hizo gracia y algunos la aplaudieron. La noche estaba para divertirse y pasarlo bien. Dos horas después, comenzaron a retirarse, algunos sirvientes les fueron llevando hacia sus coches, mucho trabajo para introducirlos en ellos, un adiós de los mozos con el saludo de la mano en alto. Alexander y Lucita estaban sobrios, su chofer personal los llevo el hotel Hilton de Moscu, después de bajar del coche tres personas les recibieron y les acompañaron hasta sus habitación, cerraron la puerta, y allí se acabó la noche. Al día siguiente Lucita se traslado a su oficina, donde le entregaron muchos papeles que ella no había visto. Junto con su secretaría y otros empleados repasaron todos los papeles, mientras Alexander estaba sentado en otra mesa separada leyendo el periódico. El grupo de personas que formaban sus empleados trabajaban sacando resúmenes que le pasaban a Lucita, ésta sin mirar para otro lado, estaba sería, era la Lucita que estaba acostumbrada en Cacabelos a ser seria y honrada, la mujer lista, la que no había ido más que un año al colegio. No había terminado la mañana, cuando se presentó en la oficina Roben, se abrazaron y se besaron, ella le presentó a Alexander como su amigo, Roben le dijo a Lucita que quería hablar con ella, y ésta le invitó a sentarse, pero él le dijo que fuera de la oficina. Lucita le preguntó por los niños, él dijo que estaban bien, que ya iban a la guardería, que los acompañaba el abuelo. Que estaban muy guapos y preguntaban mucho por ella, Lucita con la cara muy seria, le dijo que iría a verlos pronto, que tenia muchas ganas de ver a su padre y a todos los amigos, que también iría a Madrid y a Cacabelos donde le quedaba familia de Roben. Robén le dijo a Lucita que los negocios en Holanda iban muy bien, que le gustaría pasar 220

una noche con ella, pero Lucita le dijo que estaba embarazada de Alexander. Roben puso mala cara, ambos se levantaron y se fueron a la oficina, una vez en ella Roben se metió en otra oficina donde tenía mucho trabajo, al poco tiempo Lucita llamó a la puerta y entró llevando detrás a Alexander, cosa que no le gusto a Roben, pero tomando a los dos por las manos les hizo que se saludaran, que eso era sano, que somos humanos y a veces fallamos y que hay que recapacitar, que cada persona puede ser libre para vivir su vida, Lucita los invito a comer en el hotel. Roben no quería pero al fin acepto, a la hora fijada, bajaron los cuatro al restaurante, les ofrecieron una mesa en un comedor privado, se sentaron, Roben estaba muy incomodo, y Lucita le calmaba hablándole de la familia. Al poco entró el servició para hacer el pedido y luego salió Lucita. Hablaba con Roben, le miraba fijamente a los ojos, mirada que el eludía, pero Lucita tomándolo por la mano, le pidió perdón. El se dejó llevar y le dio la mano a Alexander, que le habló en ruso y Lucita se lo tradujo. Poco a poco Roben entendía que la cosa no tenía cambio, y tomando las cosas a pecho, aceptó lo inaceptable, una partida perdida. Luego comieron y después se fueron al hotel donde en una sala, tomando un café, por primera vez Roben esbozó una sonrisa por algo que Lucita le preguntó. Luego ya en el hotel, Lucita y Alexander durmieron la siesta, costumbre española, le decía Lucita a Alexander. Por la tarde Lucita no trabajaba, tenía visitas que hacer, los dos se fueron a casa de Chunganan donde el les recibió con abrazos y besos. Llamó a su mujer y entraron en una habitación donde se reían mucho los cuatro. Recordaba el general su juventud, sus amigos, los juegos, los viajes, los amores con su mujer, el dinero que perdieron en el casino de Montecarlo, los años jóvenes, las carreras de caballos, San Petesburgo y sus palacios, la vida joven, el juego, los 221

viajes en barco, Suecia con la que habían tenido dos guerras por Finlandia, las hermosas suecas, las holandesas, las noruegas y las inglesas, dijo que no les gustaban las alemanas. Mas tarde se prepararon para la cena, sólo estaban los cuatro, fue una cena normal con muchas risas y algún beso discreto, había armonía en las dos parejas, el General le puso la mano sobre la barríga a Lucita, y esta se sorprendió, y le tomo la mano y se la besó, Lucita estaba encantada con los padres de Alexander, se preveía una familia muy feliz, ya un poco tarde, pero muy contentos, se fueron a sus habitaciones, y los padres de Alexander les acompañaron hasta la habitación, y diciéndoles que tuvieran cuidado con el embarazo, de no molestar a la criatura, que mejor se pusiera ella por encima para que no recibiera tanto peso. El general y su esposa se fueron a su habitación, donde ella tuvo que quitarle a su marido el pantalón, como estaba tan gordo, le costo mucho trabajo subirle a la cama. El general roncaba como un demonio. Al día siguiente muy temprano tocaron en la puerta de Lucita, la abrió en camisón, era el General que los invitaba al desayuno, cuando Lucita iba a cerrar la puerta el general le dio un beso en la cara y la abrazó. Ya desayunando, Lucita le dijo que le gustaría ir a Bali, que aunque le traía malos recuerdos, le gustaba mucho, el general quedó de arreglarlo lo antes posible y así fue. El viaje era largo pero tenían tiempo para todo, aunque Lucita no. Unos días después se montaron en un viejo barco de vapor tenia una larga chimenea, por donde salía el humo, por dentro era un barco viejo, pero con cierto encanto. Les ofrecieron los mejores camarotes, y escogieron dos en la proa. Cuando recibieron las maletas, las mujeres las abrieron y colgaron la ropa, luego salieron a los pasillos para recorrer todo el barco. Cinco días tardaron en llegar, ya estaban cansados del viaje, pero esto no les preocupaba, 222

llegaron al hotel Nusa Dua y allí se quedaron, muy bien instalados, prometía que lo pasarían muy bien, a Lucita le traía malos recuerdos pero estaba contenta. Al día siguiente contrataron un guía que se llamaba Alberto, y que les enseñaría la isla de cabo a rabo. El primer viaje que hicieron fue en una carreta tirada de cuatro caballos, todo el día les llevó hacer el viaje pero vieron muchas cosas muy bonitas, el guía les explicaba toda la historia de la isla, cuando regresaron al hotel estaban agotados, pocas fuerzas les quedaban, cenaron un poco y se fueron a la cama, Lucita y Alexandre durmieron abrazados, al día siguiente en un pequeño barco se fueron a Nusa Dua , una isla cercana lo pasaron muy bien, comieron en una casa particular, una señora con su hija les hicieron la comida y se la sirvieron, era a base de excelentes pescados asados a la lumbre de unos palos que ardían, según el General nunca había comido pescados como aquellos, en Rusia no se comía pescado, cuando hubieron terminado, se fueron a un espectáculo en el mismo hotel, unas bailarinas balinesas amenizaban la fiesta, luego salía un hombre que parecía un demonio y era el Rey Ra, el que te salvaba de la muerte si eras bueno, y el rey saco a bailar a Lucita, que no quería, pero el general la empujó para que saliera, pero luego una bailarina sacó a bailar al general, que no lo dudo, y se pegó a la moza, la apretaba mucho, los demás se reían a carcajadas, el viejo general cuando termino de bailar le dio un beso en la cara a la bella bailarina que agradeció, luego los cuatro juntos, sentados, no aguantaban la risa, estaban emocionados Lucita apoyando su bella cara sobre las manos, se reía a más no poder, llego la hora de dormir, cada uno a su habitación, besos y buenas noches, caricias en la cama, el general roncando y Lucita abrazada a Alexander.

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Nuevo día y nuevo viaje a Jaba, ya en la vieja Indonesia, allí la gente no es tan guapa y es más morena por cambios de raza, muchos problemas sociales, miedo en algunos casos, al poco tiempo se volvieron a Bali. Al día siguiente les dijeron que había un restaurante muy cerca de allí que se comía muy bien el marisco, y allí se fueron, les sirvieron muy bien una botella de litro y medió de vino de Australia, blanco, muy bueno, todos se pusieron morados de comer y beber, cuando se levantaron, ya no podían con el alma, y al día siguiente saldría el mismo barco en el que volvieron a Moscú, cansados y mareados pero llegaron al fin, ya todos en casa, no quisieron cenar nada, estaban asqueados de la comida del barco, Lucita estaba algo mareada y eso era un problema para todos, se fueron todos a sus camas. Pasaban los días y las semanas normalmente, hasta que los Generales les invitaron a otra fiesta el fin de semana, otra ves más generales casados con chicas guapas, las juergas, los bailes, la bebida, la comida, los piropos los besos robados a las jóvenes compañeras, los viejos generales que ya no se podían mantener en pie, las mujeres viejas abandonadas con dinero pero sin amor, años traidores que no cesan, que aprietan los deseos, otras veces bien usados, la ley de la naturaleza amenazaba a los viejos, ya ni los jóvenes podían hacer nada con ellas. Lucita un día en casa del padre de Alexander, mientras tomaban una café, ella melosa soltó su petición de ver a su tierra Cacabelos, ver la tumba de su padre y de su madre, ver Madrid, que tanto recordaba, no tuvo ningún problema, estaban reunidos los cuatro, el padre la madre y Alexander aceptaron al momento, ella melosa se levantó y los besó, era tan dulce que no podían negarle nada, su embarazo seguía bien, así que prepararon el viaje y el día marcado se fueron Dos días después llegaron a Cacabelos, 224

se quedaron en el hotel villa de Cacabelos, se fueron al camposanto a ver la tumba de los padres de Lucita, cuando llegaron a la humilde tumba, Lucita se soltó a llorar. Alexandre y sus padres la abrazaron y le secaron las lagrimas, la arroparon y permanecieron los cuatro abrazados, una vez recuperada, volvieron al hotel, allí estaba su dueño, un gallego con mucha guasa, se puso a contarles cuentos, luego visitaron el pueblo y a algunos familiares, los cuatro se abrazaban a ellos, ya un poco calmados se fueron a dar un paseo hasta la casa de su padre. Otra emoción de Lucita, por la que les pidió perdón, Les gustó mucho el pueblo, saludaron a mucha gente que no conocían, cenaron en un restaurante muy bueno se llamaba la Moncloa en el palacio de Canedo, un pueblecito próximo, allí les atendieron muy bien, estaba el dueño, que se presentó, le extrañó ver a tres rusos, pues no estaba acostumbrados, luego se sentaron a comer, la comida para los rusos era excelente y se chupaban los dedos como los niños, Lucita estaba más pendiente de ellos que de la comida, el General enroscaba su mostacho y se reía tanto que le dio la tos, su esposa le limpiaba la boca porque se había manchado, luego el mismo dueño les ofreció el postre de castañas asadas con miel, los rusos estaban asombrados de la comida, pidieron la cuenta, que Alexander pagó. Cuando se marchaban, José Luis Prada los invitó a ver sus viñedos, y montados en un pequeño coche, les enseñó todo el viñedo de su propiedad. Cuando terminaron quisieron pagar y el dijo que no, que estaban invitados y que se alegraba mucho de verlos, los rusos le dejaron una tarjeta, cuando Prada la leyó, lo primero que dijo fue que nunca había visto un General, al momento alguien se acercó, y mirando a Lucita se presentó, era una prima de ella que estaba fuera de España, se abrazaron las dos, los rusos se dieron cuenta que eran personas de mucho sentimiento.

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Cuando se marcharon de Cacabelos, después de desayunar chocolate con churros en un bar del pueblo, se fueron para Madrid en el tren, para ellos muy bueno, iban en el mismo departamento los cuatro, les gustaba mucho, sobre todo cuando el tren pitaba para que la gente se separara de la vía. Tardaron medio día en llegar a Madrid, cuando llegaron se fueron en un taxi hasta el hotel Hilton, allí solicitaron dos habitaciones por los cuatro días que pensaban estar, les quedaba la tarde libre, tenían que comer, el General le dijo a Lucita que en España se comía mucho y muy bien, Lucita se reía, recordando su juventud tan mala, Luego de bajar de la habitación, se sentaron en el restaurante al aire libre que tiene el hotel, allí les atendieron muy bien, como se hace en un hotel de lujo, el menú que pidieron fue el que les recomendaros los uniformados camareros. Luego subieron a las habitaciones, y Lucita se acostó un poco, Alexandre se fue a la planta baja donde había un gran salón con un pianista tocando, se sentó en un sillón y al momento acudió un camarero. El no quiso pedir nada y se lo dijo por señas. Allí Alexandre esperó hasta que los padres y Lucita bajaron. Como tardaban mucho, subió a buscarlos y entró en la habitación de Lucita, que lo agarró por la ropa y lo llevó a la cama, donde hicieron el amor, Satisfechos sus deseos, Lucita se acurrucó con Alexandre, que se pegaba a ella cegado por el amor que sentía. Era mucho y nunca se saciaba, se olvidaron de los padres que ya estaban abajo esperándolos, hasta que se cansaron y el padre subió a la habitación a buscarlos. Llamó a la puerta y no contestaban, un camarero le abrió, y cuando entró, los encontró pegaditos, El padre se sorprendió. Se pusieron de acuerdo para salir más tarde. Bien les había venido el clima de Madrid. Horas después, Lucita y Alexandre bajaron a la planta noble del hotel, como no encontraron a sus padres subieron a la habitación, llamaron a la puesta y los 226

encontraron en la cama abrazados, Lucita y Alexander les abrazaron y besaron y les dijeron que estaban muy contentos con ellos, luego todos bajaron y dieron un paseo por el centro de Madrid, les gustaba la ciudad, estaba llena de gente, había muchos espectáculos, los restaurantes llenos, muchos jóvenes andando por la Granvía. Una joven los paro y se acercó a Chunganan y lo besó con descaro, aquello no sentó bien a nadie y siguieron paseando. Después de un tiempo, se sentaron en una terraza de un bar. Salió el camarero pera ver si querían algo y dijeron que no, cuando se levantaron siguieron andando un poco más, llegaron a la Puerta del Sol, que estaba llena de gente, a ellos les extrañaba ver las calles llenas, cuando en Moscu, a esa hora ya no hay nadie por la calle. Pasada una medía hora se fueron para el hotel en un taxi, al entrar estaba lleno de gente, pero ellos se fueron a las habitaciones. Al día siguiente bajaron todos juntos a desayunar, se sentaron los cuatro, Lucita tenía una cara de felicidad, sentada al lado de Alexandre no hacía nada más que besarlo y acariciarle la cara, el pelo y la oreja. El día prometía, en el hotel les dijeron que visitaran el monasterio de El Escorial, en un taxi se fueron a verlo, cuando llegaron allí, les acompaño un guía, aquello empezaba a gustarles, sala por sala les contaron la historia de Felipe II que fue el que construyó. La historia de monasterio les gusto mucho, las habitaciones que usaba el Rey, los servicios que usaba, todo para ellos era una emoción, en una de las salas que visitaron al final, una chica joven se abalanzo sobre Alexander, le dio un beso que no le sentó bien a Lucita, luego los dos se explicaron, se trataba de una amiga de hacía unos años, se llamaba Natacha, era de Moscu hija de un hombre importante en los negocios, estaba haciendo una visita por España había visitado muchas y grandes ciudades, le gustaba la comida, los españoles eran muy amables, le 227

gustaban uno mucho de que estaba medio enamorada, no quería casarse, porque en España quien se casaba no se podía separar, estaba en el mismo hotel que ellos y en la misma planta, quedaron en verse por la noche. Después de salir del escorial, se encaminaron a Madrid. Una hora después se sentaron en una terraza junto a la plaza de Cibeles, donde tomaron un café con leche, que ellos en Moscu no lo conocían, estuvieron mucho tiempo hasta que se fueron a ver los jardines del Retiro. Lucita le decía a Alexandre que en Moscú los jardines eran más feos. Entre ver el estanque, los puestos de cachivaches que había en el, se fue pasando el tiempo. Lucita pidió sentarse en un banco para descansar, y lo hicieron los cuatro, luego se fueron a ver el museo del Prado, sala tras sala vieron muchos cuadros, pero no eran expertos en pintura, y aguantaron poco. Ya habían andado mucho Lucita, estaba mimosa sentada al lado de Alexander, Les quedaba algo de tiempo para ver Madrid. Después de arrastrarse por alguna calle más. Se fueron al hotel, subieron a la habitación ellos solos, los padres quedaron en el salón, A los quince minutos bajaron los dos, se habían lavado la cara y se sentaron con ellos, y así pasaron unas horas, el general se cansaba y les dijo que si querían se fueran los tres, que no podía andar más, ellos se fueron a dar vueltas. estuvieron en el museo Reina Sofía, lo pasaron bien, a la vuelta al hotel el general estaba acompañado de Natacha, se contaron sus cosas ella hablaba de los negocios de su padre, del novio empresario que tenía en Nueva York, que había sido ministro con Ronald Rigan, que seguían viéndose, que se querían mucho, que ella estaba enfadada con él, porque lo pilló con otra chica, y que eso no le convenía, que necesitaba un amor serio, y que ella se las arreglaba estando sola, que no tenía necesidad de estar siempre acompañada, que quería ser libre. El general escuchaba atentamente lo que Natacha le 228

contaba y con la gracia que lo hacía, él le decía que tenía razón, luego pasando el tiempo llegaron al hotel, Alexandre y Lucita con la mujer del general, este se levanto, al momento, los tres se sentaron, junto a Natacha y el General. Siguieron hablando de todo. Lucita se dio cuenta que Natacha miraba mucho a Alexandre, esto la puso en guardia, y pidió Alexander irse a la habitación. Subieron, y una vez solos, Lucita acusó a Alexandre de estar más pendiente de Natacha que de ella, él la abrazó y le aseguró que jamás le haría una cosa así, que estaba locamente enamorado de ella. Lucita un poco calmada, bajaron los dos y se fueron a la calle, Lucita trataba de calmar sus celos infundados, aunque no le gustaba el comportamiento de Alexander. Las cosas se fueron cambiando y pasó un día más, Lucita les pidió llevarlos a Sevilla, que le habían dicho que era una maravilla. Alexandre aceptó, se lo dijeron a sus padres y estos dijeron que no querían ir. Así pues se fueron los dos, el viaje fue muy calmado, cuando llegaron, un taxi los llevo al hotel. Llegó la ora de dormir, y en la cama Lucita se puso de espaldas para Alexander, algo que a él no le gusto, aunque se acopló a ella por detrás, pero no podía dormir, tanto es así que se levantó y salió de la habitación. En ese momento Lucita reaccionó y saliendo de la habitación, consiguió que volviera a la cama con ella. Se acostaron los dos abrazados, pero muy fríos. Al día siguiente se levantaron y un guía los llevo a ver Sevilla, los Alcázares, la plaza de toros, donde por la tarde toreaba un viejo torero, se propusieron ir a verlo. Y así lo hicieron, con gran espanto Lucita veía la sangre de los toros, se agarraba a la mano de Alexandre y no quería mirar, luego cenaron en un restaurante a base de pescado, había muchos carteles de toreros, que a ella le gustaban. Siguieron comiendo y ella se reía del espanto que le había producido el espectáculo. Al fin terminaron de cenar y se fueron a un tablado flamenco por indicación de un chico de recepción, lo pasaron muy 229

bien y hasta bailaron imitando a los bailadores de caña diaria, tanto se divirtieron que sin darse cuenta bebieron una botella de manzanilla, lo que fue suficiente para dejarlos tocados por el alcohol, se reían los dos, pero seguían la fiesta, de bar en bar tomando manzanilla e intentando bailar flamenco. Casi a la medía noche se fueron al hotel, ambos estaban borrachos, se metieron en un taxi que los llevó. Los dos iban abrazados, cuando llegaron, el reeleccionista les acompaño a la habitación, y como los vio como estaban, entró con ellos, les abrió la cama y les ayudo a desvestirse y meterse en la ella. El recepcionista se fue y los dos se abrazaron, pero no podían hacer el amor. La noche pasó y por la mañana si lo hicieron, El día que les quedaba lo pasaron por las calles de Sevilla al sol y altas temperaturas, En las calles de la ciudad bullía la gente, era la feria, ellos se confundieron con ella, todo era alegría y vida que no conocían, bailes por doquier, niños preciosos vertidos igual que sus padres, nunca habían visto nada igual, empapados por el ambiente, cogidos de la mano, saltaban, bailaban y reían por doquier emocionados. Enamorados y felices, continuaron el día, sentían no haber traído a los padres y también a Natacha. Ya estaban en el restaurante, y el camarero como los vio tan felices, les dijo que en Cádiz estaban los carnavales, que no los perdieran, que era una fiesta genial. Allí mismo decidieron, el camarero les pidió un taxi y raudos se fueron, no les importaba nada, abrazados y haciéndose caricias, enamorados como locos no pensaban más que en ellos, sus ganas de amar, bailar y hacer el amor borraban el espacio que les quedaba para otras cosas y seguían su rumbo. Una vez llegados, otro espectáculo contemplaban sus ojos, se sentaron en una terraza y contemplaban el pasar de las cofradías, enamorados de todo, de la vida en España, de las fiestas, del vino, de la comida, e infinidad de otras 230

cosas, las chirigotas les volvían locos, fueron corriendo detrás de ellas, estuvieron en el concurso cegados por el amor y por lo que estaban viendo, Ya no miraban el reloj ni se acordaban de nadie, se abrazaban y se besaban frenéticamente, al final se quedaron a dormir en una viaja casa que una buena mujer les ofreció, ya que les resulto imposible encontrar acomodo en un hotel, era una vieja habitación, en una cama destartalada, allí se quedaron a dormir, rendidos por la fiesta del día. Al día siguiente cuando se levantaron, la señora los estaba esperando para decirles donde estaba el servició, donde había una jarra con agua para lavarse la cara, y poco más. Medio desnudos se fueron a su habitación, se echaron un perfume y cuando salieron le quisieron pagar a la señora y esta se negó a cobrarles. Se despidieron con un beso. Un coche de un gaditano los llevo hasta Sevilla, cuando llegaron al hotel, Alexander quiso pagarle pero el otro se negó, Alexandre le metió en el bolsillo el dinero y entraron en el hotel, se acercaron a la recepción para decirles lo ocurrido, luego subieron a la habitación y en sus maletas metieron las ropas y otras cosas, cuando fueron a pagar el hotel, no le cobraron el día que no estuvieron, y Lucita protestó diciendo que la culpa era de ellos, que habían venido a dormir, pero siguió diciendo que no, el mozo les saco las maletas, y ellos le metieron en el bolsillo una buena propina que el mozo agradeció. Vuelta a Madrid, hotel Hilton, donde encontraron a sus padres el hall y a Natacha que estaba sentada entre los dos, la Natacha estaba muy guapa, y cualquiera podría enamorarse ella, Lucita subió a la habitación junto con Alexandre, estaban rendidos, ambos se ducharon juntos, se vistieron y bajaron al salón, luego se sentaron en el 231

restaurante todos juntos, y Natacha se sentó al lado del general, cosa que observo Lucita, muchos comentarios sobre Sevilla y Cádiz, muchas risas, muchas ocurrencias, los camareros con la carta para comer, la mesa era redonda, y muy bien puesta, la comida bien servida, y el propósito de irse hasta Holanda para visitar la familia fue al día siguiente, y Natacha iría con ellos, pagaron la cuenta en el hotel y al día siguiente dos grandes coches los llevaron a Holanda, directamente a casa del padre de Roben, aquello era otra cosa muy distinta, mucha seriedad y mucho trabajo. Camila y Fran que no los esperaban se llevaron una grata sorpresa, los niños de Lucita estaban en el colegio, Fran se fue por ellos y cuando llegaron a casa, Lucita los abrazo tanto que los niños lloraban, todos juntos en un gran salón, era difícil tomar la palabra, porque cualquiera te la podría atropellar, después de que Lucita les presentara a Alexandre y a todos los demás. Fran y Camila estaban emocionados, exigieron que se quedaran quince día en Holanda, y Lucita dijo que era mucho, que tenía muchas cosas que hacer, que a Roben no le daba tiempo, pero Fran insistió, les dijo que tenían que ir a la plataforma donde sacaban el petróleo, que harían dos viajes con el helicóptero, Fran hizo dos viajes y los llevó a todos, una vez allí los recibieron los técnicos, hubo una gran alegría, a Lucita la recordaban de cuando estuvo otra vez, volvieron a cantar para ella, querían echarla al aire y así lo hicieron, cantaron una opera de Verdi, y festejaron a lo loco, luego bajando una planta les enseñaron donde dormían y comían, Lucita se dio cuenta que Natacha estaba observando a uno de ellos, cuando subieron para arriba, Natacha venía al final junto con un joven muy guapo, al llegar arriba, el que venía con Natacha juntó con sus compañeros la mantearon y se montó la marí morena, tanto es así que el chico la abrazó y la beso apasionadamente, había nacido un amor en un 232

cuarto de hora, Natacha estaba cambiada, abrazó a su chico y lo besó, lo inesperado es hermoso. Luego volvieron a Amsterdam a la casa de Fran, allí montaron una gran juerga, comieron, bebieron y alguna cosa más hicieron, pues Alexandre y Lucita desaparecieron, Natacha confirmo que le gustaba mucho el joven con el que estuvo, que quería quedarse con él, a Fran le pareció muy bien y le ofreció para que se quedara en casa, y que su madre sería Bernardina, que lo haría encantada, porque estaba muy ociosa, allí Lucita llamó por teléfono a Roben para ver como estaban las cosas, y el le dijo que no aguantaba más, luego Lucita les dijo que tenia que marcharse para Moscu, y, efectivamente, a los dos días se marcharon, cuando llegaron allí, Lucita se fue a las oficinas, y vio que el trabajo estaba muy retrasado, por lo que tuvo que ponerse a ordenar los papeles, y poco a poco todo quedó como debía. Al día después, Alexandre se fue a ver a los generales, y estos le preguntaron por Lucita, luego le dijeron que harían otra fiesta para ella, quedaron en un día determinado, y allí se presentaron, besos y abrazos a todos los generales y sus compañeras, risas, requiebros, todos los generales juntos, chistes picantes, la mano que palpa las cosas por debajo de la cintura, el vino que corre generoso, el vodka a raudales, la nariz que se asoma al escote y huele el perfume, los servicios abarrotados de beber tanto, la buena vida de los altos cargos, los deseos mal soportados, los vientos que salen de los pechos de algunas mujeres, el paquete de algunos hombre a punto explotar, las borracheras que tiene la gente que esta sentada, al final la voz de Lucita que manda callar: “Unas palabras más para agraceros vuestra presencia en esta fiesta, en especial, a estos viejos generales que tantos piropos me han echado, yo sé que son buenos, todos parecen enamorados, pero los años les limitan sus actos, besos y abrazos para todos, y que la próxima fiesta no se alargue mucho, y a estas esposas de estos fieros del sexo, 233

¿Qué os voy a decir a vosotras que los conocéis bien?.Natacha, cuídate de estos bribones. Y Lucita fue consumiendo su vida alegre como ruiseñor en celo, abrazando la vida y la libertad. Se cuenta que vivió muchos años y murió probablemente de amor, como siempre vivió.

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