BOLETIN DEL INSTITUTO ESTUDIOS ASTURIANOS

CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN Y CULTURA DEL PRINCIPADO IN S T IT U T O D E E S T U D IO S A S T U R IA N O S (c. s. i. c.) BOLETIN DEL INSTITUTO DE ESTUD

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CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN Y CULTURA DEL PRINCIPADO IN S T IT U T O D E E S T U D IO S A S T U R IA N O S

(c. s. i. c.)

BOLETIN DEL INSTITUTO DE

ESTUDIOS ASTURIANOS N.° 128

AÑO XLII

OVIEDO

Octubre D iciem b re

1988

S U M A R I O

Págs.

B reve contribución al folklore asturiano (Romances de V illayón ), por Emilio Ruiz Granda ..................................................................................

751

L a crítica de la poesía en verso y un olvidado relato de Clarín, por A n­ geles Ezama Gil ..........................................................................................

779

Sociedad y cultura del libro en el siglo X V III. El ejem plo de Asturias, por Alfonso Menéndez González ..............................................................

805

“ Covadonga, tres etapas” : Un artículo no recogido de Arm ando Palacio Valdés, por Brian John Dendle ...............................................................

831

Antigüedad y nobleza de las casas y apellidos de Fernández Arias, Mén­ dez Lastra, Díaz Canel y Bermúdez, por Ramona Pérez de Castro ...

837

Mercados y ferias en la Asturias preindustrial, 1750-1850, por Daniel Peribáñez Caveda ......................................................................................

859

A vance al estudio de los grabados parietales de la cueva de la Peña la Morca (C oviella, Cangas de Onís), por Antonio Juaneda Gavelas ...

875

Capitales y remesas de los emigrantes asturianos a U ltra m a r: Formas y cauces de envío, por José Ramón García López .................................

883

El hacendista Lorenzo Nicolás Quintana, por José Ignacio Gracia Noriega

893

Significado del general R afael del Riego en la prim era revolución ru sa: L a “ decem brista” de 1825, por Federico Fierro Botas .............................

911

Jesuítas asturianos en A m érica: Siglos X V I- X V III. (Planteam iento ge­ neral), por Justo García Sánchez ............................................................

919

LIB R O S T eoría general de la novela. Sem iología de “ La Regenta”, por María del Carmen Bobes Naves .................................................................................

965

Del hom enaje a don José Simón, por J. L. P. de C ....................................

969

CONSEJERIA DE EDUCACIÓN Y CULTURA DEL PRINCIPADO

IN S T IT U T O D E E S T U D IO S A S T U R IA N O S

(c. s. i. c.)

BOLETIN DEL INSTITUTO DE

ESTUDIOS ASTURIANOS N.° 128

AÑO XLII

OVIEDO

Octubre Diciembre

1988

Depósito Legal: O. 43-1958 I. S. S. N. 0020-384X

Imprenta “LA CRUZ” Hijos de Rogelio Labrador Pedregal Granda-Siero (Oviedo), 1988

B O L E T I N DEL I N S T I T U T O DE ESTUDIOS ASTURIANOS A ño

x l ii

O ctubre -D iciem bre

N úm . 128

BREVE CONTRIBUCION AL FOLKLORE ASTURIANO (ROMANCES DE VILLAYON) Emilio Ruiz Granda

El presente trabajo no debería ir firm ado p or mí, sino p or doña M aría Etelvina Ramos Suárez que, con su extraordinario saber romancístico (adem ás de su am abilidad para responder a todas mis preguntas y su paciencia), ha hecho posible todo cuanto sigue. V a ­ ya para ella mi agradecimiento más sincero. Quizá sea pertinente explicar parte de las circunstancias que rodearon esta pesquisa de romances en el concejo de Villayón, y p o r esto voy a comenzar: Fueron recopilados entre el 3 y el 4 de junio de 1988 en Herías, Villayón, partido judicial de Luarca, en Asturias. Se trata de un pequeño pueblo de una gran belleza cuyos habitantes viven mayormente de la ganadería. La carretera, la luz o el teléfono son fenómenos relativamente recientes en esta zona, pues no tienen más allá de veinte años de implantación. Se trata, p or tanto, de una com arca que hasta hace muy poco tiempo ha es­ tado relativamente al margen de las innovaciones de la cultura urbana. Cultura urbana que es, a mi parecer, causa directa de la pérdida del acervo romancístico: según me dijo mi informante, lós romances se cantaban o recitaban en dos ocasiones sobre todo, en las «esfoyazas» y en las romerías. H oy día no se hacen «esfoyazas» (los campos se dedican preferentemente al pasto que al m aíz) y tampoco es preciso caminar unos cuantos kilómetros para ir a una rom ería p o r el verano: hay discoteca durante todo el año y se puede b a ja r a ella en coche. Todo esto no quiere decir que creamos en una pronta desapa­ rición de la tradición romancística. Más bien, consideramos que el romancero, hoy, se enfrenta al reto de su pervivencia en una socie­ dad en rápido proceso de transformación, que está dejando de ser eminentemente agraria y se encuentra inmersa en un rápido p ro­ ceso de cam bio de sus estructuras económicas.

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Los romances perviven entre la gente de edad del pueblo (m i informante, en concreto, contaba 51 años de e d ad ) y, prácticamen­ te, ningún niño sabía romances, ni siquiera para sus juegos. Los que sabían eran los aprendidos en los textos escolares, artificiosos y manidos. Respecto del aprendizaje de estos romances, la inform ante me refirió que los había aprendido, bien de boca de su abuelo, en su infancia, en el pueblo de Lendelfom o, en el mismo ayuntamiento de Villayón, bien en las romerías y verbenas de sus años mozos, en las cuales se vendían pliegos de romances. U na parte de los roman­ ces recogidos es, p o r tanto, literatura de cordel; lo que se ha dado en llam ar «rom ances de ciego», tan denostados p o r los eruditos desde D urán y tan estimados p or el pueblo al que estaban dirigi­ dos. Romances que, para la informante, estaban basados en hechos ciertos y tenían el mismo valor que tienen para nosotros la radio o el periódico. M e refirió, a este propósito, que en otros tiempos era una costumbre hacer coplas de cuanto aconteciera en algún pueblo y fuera digno de ser contado (crímenes, hechos prodigio­ sos, etc.). Todos los romances me fueron comunicados p o r M aruja, excep­ to el de Las señas del esposo, que me refirió Herm inia Parrondo, del mismo pueblo

de Herías, de unos 78 años de edad, la cual, a

su vez, lo había aprendido de su suegra. E l romance de La adúl­ tera me lo d ijo la hija de M aruja, Pilar, de 27 años, y no se tra­ taba, según ella, de un romance, sino de una canción «m ejicana» que cantaban en las romerías cuando eran pequeñas. Es preciso indicar también que, en puridad, no todas las com­ posiciones que aquí presentamos se ajustan al modelo de lo que designamos con la palabra «rom ance» (p o r ejemplo, Las hijas del M erin o o Lux aetem a). Si las incluimos en este lugar es porque todas ellas viven en el mismo mundo del romance:

el mundo de

la poesía popular transmitida oralmente.

ROMANCES TRADICIONALES (1) 1.

Las tres hermanas cautivas De este romance, tan frecuente en otras zonas de España, en­

contramos desde muy pronto versiones asturianas; así en las com­ pilaciones realizadas p or Aurelio de Llano (1977, p. 244) o en los

(1) Para las referencias bibliográficas, ver, al final, el índice de biblio­ grafía utilizada.

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publicados p o r J. M .a Fem ández-Pajares (págs. 25-26). M ás recien­ temente encontramos variantes en Conde Saiz (págs. 212-213); también en A.I.E.R. aparece una versión procedente de Pola de Sie­ ro (V o l. II, p. 124). Este rom ance suele presentar versos hexasilábicos y rim a en -í-a. L a versión que ofrezco se adapta a este modelo, pero se trata de una versión incompleta: está ausente todo el desenlace del ro­ mance con la liberación de las tres cautivas, bien p o r su padre, bien p o r el rey moro. — Tom a reina m ora 2

para que te hablen, Tom a reina m ora

estas tres cautivas, para que te sirvan. estas tres cautivas.

4

— Estas tres cautivas ¿cómo se apellidan? — L a prim era Constanza, la segunda Lucía

6

y la más pequeña Constanza fregaba,

8 2.

y la más pequeña

era Rosalía. Lucía freía agua les traía.

Conde Claros en hábito de fraile

Romance de tema carolingio o pseudo-carolingio del ciclo del conde Claros de M ontalbán, transform ado en M ontealvar en la tra­ dición asturiana (vid. m i versión) y gallega (vid. Santamarina, núm. 44). Su tema se refiere a los amores de una h ija de Carlom agno con Eginhardo. Fue uno de los romances más difundidos, a tenor de su presencia en los cancioneros de la época. E ra cono­ cido p o r las damas de la corte de Isabel la Católica y m uy usado en las danzas cortesanas del X V I (p ara todas estas noticias, vid. Ana Cano). Se trata de un romance relativamente extendido dentro de la tradición oral moderna. Dentro de la zona Noroeste tenemos todas las variantes recien­ temente recopiladas en A.I.E.R. (V o l. I, págs. 284-311). En Asturias lo encontramos en Munthe (núm. I I I ) y en Canella (págs. 336-337); también en Juan Menéndez Pidal (núms. V I y V I I ). M ás reciente­ mente en Feito (B ID E A X X X V I, págs. 124-125), Pérez de Castro (p . 478) y Ana Cano. Es típico de este romance la rim a en -á y también es frecuente de la zona del N.O. que comience p or el requiebro am oroso del conde («G alan cin a, G alancin a...»), tal como se da en m i versión. En la zona Sureste el comienzo suele ser descriptivo de la dam a (en m i versión la descripción no se encuentra en el inicio) y hallarse contaminado p o r el romance de Gerineldo y el de Silvana.

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— Galancina, Galancina,

hija del conde Galán,

2

quien te me diera tres noches

amigo es de tu igualdad.

4

— N o lo quiera Dios del cielo que yo tres noches durmiera

ni la Virgen del Pilar con Carlos del Montealvar.—

6 8

Y al cabo de las tres noches al campo se fue a alabar: — Dorm í con la m ejor chica que en el lugar se criara. E ra alta como un pino, delgada como un cristal, arriba sus blancos pechos dos naipes pueden jugar.— Unos dicen quién sería

10

si sería la Galancina,

y otros dicen quién será, hija del conde Galán.

Cuando se entera su padre 12

L a cogiera por el brazo

14

y la oye un prim o suyo

la sentenciaba quemar.

y a un cuarto la fue a encerrar.

Galancina cuando está sola

no cesaba de llorar

de altas m urallas del m ar:

— ¿Por qué llora la mi prima,

p or qué tanto suspirar?

16

¿Por qué llora la mi prima? — ¿Cómo no voy a llorar si hoy me sentencian quemar?

18

¿Quién me llevará una carta — Escríbesela, mi prima,

a Carlos de Montealvar?

escríbela sin tardar,

20

escríbesela, mi prima,

que yo te la iré llevar.—

22

y otra con lágrimas tiernas

24

Y a llegamos al palacio de Carlos de M ontealvar: — ¿Qué se cuenta, pajarillo, qué se cuenta de p or mar?

Una la escribió con tinta

y otra con sangre m oral que salían de su pesar.

— Si te lo cuento, don Carlos, 26

que a tu novia Galancina

muy bien no te ha de sonar,

hoy la sentencian quemar.

— Si la queman, que la quemen;

a mí lo mismo me da.

28

España es bastante grande,

30

— Pues si no lo quiere creer,

32

Todavía no ha abierto la carta cuando la ha vuelto a cerrar. Siete caballos que tiene, todos m andó aparejar.

aunque no será tan tierna

34

novias no me han de faltar, será un poco más moral. la carta se lo dirá.—

Todos siete reventaron

a la salida del mar,

todos siete reventaron,

sólo le quedó el ruán:

— Caballo mío, caballo,

Dios te me libre de mal,

36

cuatro ferraduras nuevas

38

cuatro leguas de camino en una hora la has de andar, la cebada de ocho días hoy te la daré a cenar. Y a llegamos al palacio

40

hoy las has despedazar,

donde Galancina está.

¿Pa qué quieren tanta leña — Para quem ar una chica

no siendo p or Navidad? que nos hizo una maldad.

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42

— Esa chica está m uy tierna,

va muy m al sin confesar.

44

ya confesó siete veces

46

La cogieron p o r el brazo, la llevó al pie del altar. — N o me digas la mentira, ni me niegues la verdad. ¿Con cuántos m ajos durmiste que fuesen de tu igualdad?

— Confiésela usted, don Carlos,

si la quiere confesar,

y no declaró verdad.—

48

— Sólo he dorm ido tres noches con Carlos de Montealvar. — Pues ¿qué te ha dado don Carlos? Algo te daría en señal.

50

— M e dio mis zapatos blancos,

conmigo se han de quemar.

— Pues ¿qué te ha dado don Carlos,

que algo más te dio en [señal?

52

— M e dio mi manto de seda,

conmigo se ha de quemar.

— Pues ¿qué te ha dado don Carlos, 54

— M e dio mi sortija de oro, — Esta niña está muy tierna,

que algo más te dio en

[señal? conmigo se ha de quemar. conmigo la voy llevar.

56

— Pues si la llevas, don Carlos, muy bien se la hemos de dotar. — M alhaya sea vuestra dote y lo que vos podáis dar,

58

la única h ija que tenéis

3.

hoy la sentenciáis quemar.

La adúltera En el siglo X V I ya encontramos versiones con rim a -ó:

Lope

de Vega lo parafrasea en La locura por la honra; aparece en el Cancionero,

de M artín

Nució

(Am beres, 1550) y en la Flor de

enamorados, de Claudi B o m at (Barcelona, 1562). En la tradición m oderna tenemos más de doscientas versiones, muchas de ellas fragmentarias. Los desenlaces de este romance varían según las zonas. Así ocu­ rre que mientras en Cataluña, en Baleares y en Hispanoam érica se enfrentan a menudo m arido y galán en duelo m ortal para ambos, en los desenlaces del N.O. se suele respetar la vida del galán. En A.I.E.R. (V o l. I, págs. 182-191) el desenlace más frecuente consiste en la devolución de la adúltera a sus padres, lo que tam bién ocurre en las versiones gallegas de Torner (V ol. II, núms. 617 y 659-663). En Canella (págs. 340-341) encontramos un final truncado y dife­ rente, ya que ni la mata, ni la entrega a sus padres, tan sólo se limita el m arido a decir que merece m orir p or adúltera. En mi ver­ sión se respeta la vida del galán, pero la adúltera es asesinada ante sus padres. E n cuanto al origen de este romance, Entwistle señala como posible origen una canción medieval francesa.

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Este romance parece producto de la fusión de dos romances diferentes y ello debido a dos hechos: el cam bio de persona en el narrador, que en los dos primeros versos utiliza la prim era persona y en el resto la tercera persona; y las dos rim as diferentes que desarrolla el romance: en -ó para el narrador y la rim a en -í en algu­ nas de las intervenciones de la adúltera. En cuanto a variantes recogidas en Asturias tenemos, además de la versión de Canella ya citada, variantes en Juan Menéndez Pidal (núm . X X X I I I ) y también en Braulio Vigón (págs. 186-188). — Quince años tenía Martina

cuando su am or me entregó,

2

a los dieciséis cumplidos una traición me jugó.— Estaban en la comedia cuando el m arido llegó:

4

— ¿Qué estás haciendo, Martina,

que no estás en tu color?

— Aquí me he estado ausentada,

no me he podido dormir.

6

Si me tienes desconfianza, — ¿De quién es esa pistola,

8 10 12

de quién es ese reloj?

¿De quién es ese caballo que en el corral relinchó? — Ese caballo es muy tuyo, tu papá te lo m andó pa que fueras a la boda de tu hermana la menor. — ¿Pa qué quiero yo caballo, si caballo tengo yo? Lo que quiero es que me digas — En tu cama nadie duerme

14

no te separes de mí.

Si me tienes desconfianza, Se la cogió de la mano

quién en mi cama durmió. cuando tú no estás aquí.

no te separes de mí.

y a sus papás la llevó.

16

— Suegros, aquí está Martina que una traición me jugó.— Hincadita de rodillas no más seis tiros le dio

18

y el dueño del caballo

4.

ni por la silla volvió.

Detgadina M uy difundido en toda la Península, entre los sefardíes y en

Iberoam érica. En el N.O. lo encontramos con frecuencia en Galicia, León, Cantabria. En Asturias lo recogieron Juan Menéndez Pidal (núms. L X X IV , L X X V y L X X V I), Canella (págs. 341-342), Feito (B ID E A X X X V I, págs. 122-124), Conde Saiz (págs. 210-211). Gutié­ rrez Estévez publica treinta y nueve versiones asturianas (1981, págs. 25-55). En el cotejo de las distintas variantes con la que presento ve­ mos que en algunas de ellas encontramos el uso del verbo «a p u rrir» (así en las de Menéndez Pidal, núms. 74 y 76), y fuera de Asturias lo encontramos en A.I.E.R., Vol. I, p. 237, en la versión núm. 12 recogida en Ponferrada. También es llamativa la expresión «sede

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de agua», que tan sólo he localizado en otras versiones asturianas (Gutiérrez Estévez) o gallegas (Santam arina, núm. 36). E l nom bre de Delgadina cam bia en Galicia (Delgadita en Santam arina) y en Portugal (S ilvan a), pero no en Asturias. E l motivo del último criado que trae la vida jugad a es poco frecuente, aunque lo encontramos en alguna variante asturiana (Gutiérrez Estévez, págs. 51-52), siendo lo más frecuente que unos criados lleven jarro s de oro y otros jarros de plata. Tam poco es muy abundante en el desenlace el motivo de la ser­ piente enroscada en la cama del padre, que hemos localizado en una versión recogida en Navia en 1916 (Gutiérrez Estévez) y en otra de Pola de Lem ido (ídem , p. 54; ¿será errata, p or Somiedo?). Los eruditos asemejan este romance con el episodio del L ibro de Apolonio donde el rey Antíoco se halla enam orado de su hija. Gutiérrez Estévez (1978) estudió detenidamente este romance. Un padre tenía tres hijas

como tres rosas de plata

2

y un día, comiendo en la mesa,

4

— Delgadina de cintura y también es la más guapa, Delgadina de cintura, tú has de ser mi enamorada. — N o lo quiera Dios del cielo

6

que yo enam orada fuera

ni la Virgen soberana

del padre que me engendrara.—

Y la ha agarrado p or el brazo 8 10

donde no había sol ni luna,

14

y en un cuarto la encerrara, ni aire que la consolara.

N o le daba de comer

más que cecina salada,

ni tampoco de beber

más que agua de proclama.

Delgada, llena de sed, 12

su padre las reparaba:

se asoma a una ventana

y ve allí a sus hermanitos jugando en bolas de plata: — H erm anos p or ser hermanos, purridm e una sede de agua. — N o te la apurro, mi hermana, no te la apurro, Delgada, si el rey, m i padre, lo sabe,

la vida tengo jugada.—

16

Delgada, llena de sed, se asoma a otra ventana y ve allí a su pobre m adre hilando en rueca de plata:

18

— M i m adre p o r ser mi madre, — N o te la apurro, mi hija,

púrram e una sede de agua.

no te la apurro, Delgada,

20

si el rey, tu padre, lo sabe, la vida tengo jugada.— Delgada, llena de sed, se asoma a otra ventana

22

y ve allí a su padre con los mayores de España. — M i padre p o r ser mi padre, apúrram e una sede de agua.

24

— Sí te la apurro, mi hija,

26

— L a p alabra sí la cumplo,

sí te la apurro, mi hija,

sí te la apurro, Delgada, si me cumples la palabra. pero de m uy m ala gana.—

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Siete criados que tiene

a todos mandó p or agua.

28

E l prim ero que llegara

cien mil doblones le daba

30

y el último que llegara la vida tenía jugada. Por muy pronto que llegaron Delgadina ya expirara.

32

Las campanas de la iglesia ellas solas se tocaban y el alma de Delgadina que para el cielo caminaba.

34

L a cama de Delgadina y la del rey, su padre,

5

de ángeles rodeada una serpiente enroscada.

Las señas del esposo Se trata de un romance difundidísimo p or toda España cuyo

origen residiría en la suma de varias canciones francesas ( Gentilz gallans de Franee, La Chanson de Saisnes), según recuerda Ana Cano. Una versión antigua impresa de este romance fue publicada p or Juan de R ibera en 1605. Sobre el origen de este romance anotó Menéndez Pelayo que: «E s lugar común en la poesía popular el reconocimiento del m arido que vuelve de la guerra, y rara vez se omite la enumeración de las señas que sirven para reconocerle. Se encuentra este tema en los cantos de la Grecia moderna, en baladas alemanas, en las canciones francesas ( . . . ) Es tal la semejanza que tienen estas canciones en algunos pormenores, especialmente en lo que toca a las señas del marido, que hacen pensar en la transmisión directa de un tema original, nacido no se sabe dónde» (Antología..., Vol. IX , págs. 213-214). Díaz Roig estudió las estructuras narrativas de este romance (1979) a partir de las teorías de Stéfano: el romance poseería una estructura alfa (coincidencia del orden cronológico con el orden en que se narran los hechos) ocultándose la identidad del m arido. Al descubrirse ésta se dota de un nuevo sentido al romance: se con­ vierte en una prueba de la fidelidad de la mujer. En toda la Península se encuentra fácilmente y, p or ello, nos limitaremos a las versiones asturianas: J. Menéndez Pidal incluye dos versiones con rim a en -é-a (núms. X X X I y X X X I I ), que luego fueron incluidos en su Antología... (V ol. IX , págs. 212-213). Tam ­ bién lo encontramos en Aurelio de Llano (1977, p. 247), en Vigón (p. 88), en Fernández-Pajares (p. 27), Suárez (p. 433), Feito (B ID E A X X X IV , págs. 295-29.6) y Ana Cano. La rim a más frecuente en toda la Península es la rim a en -é-a y es la que sigue mi versión, aunque dentro de Asturias también se

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da la rim a en -é (Cano, Feito) que ya se daba en Gentilz gallans..., según Cano. La fórm ula de apertura y cierre de este romance: «N u e stra Señora me valga,

la bendita M agdalena»

nos la encontramos como fórm ula de cierre del romance de Rosabella en la versión de Giner Arivau (p. 156): «N u e stra Señora me valga,

válgame la M agdalena».

E l motivo de la silla blanca, dorilla y negra asem eja esta versión a una de las aparecidas en el A.I.E.R. (V ol. I, p. 143) en que se ano­ ta como seña: «Tiene un caballo blanco

y la silla dorada y negra».

En cuanto al tema de los anillos como seña de anagnórisis entre los cónyuges no la he encontrado en ninguna de las versiones con­ sultadas.

2

N uestra Señora me valga, la bendita Magdalena. Con agujas de oro en la mano labrando la fina seda,

4

vi venir un caballero

por alta Sierra Morena.

La silla traía blanca,

dorilla y negra.

como lab raba la blanca,

6 8

también labraba la negra,

Y o me atreví a preguntarle si venía de la guerra. — De la guerra sí, señora, ¿quién tiene de suyo en ella? — Sólo tengo a mi marido, — Ese m arido, señora,

que siete años lleva en ella.

tiene que traer una seña.

10

— L a mitad de una sortija,

12

— Hiciste mal, marido, tentarme de esa manera. N uestra Señora me valga, la bendita Magdalena.

6.

Lux aeterna

Ajuntaron las dos juntas

que yo tengo la otra media.— como el día que las partieron:

,

N o se trata propiamente de un romance sino de una canción de tema am oroso inspirada en una poesía de Juan Menéndez Pidal. Se encuentran versiones de esta canción, que suele ser incluida dentro de las colecciones de romances, en toda España, y, dentro de la zona Noroeste, vemos versiones en Torner, en el Cancionero gallego (núm . 673), con rim a en -é-a. Tam bién en A.I.E.R. (V o l. II, págs. 222-223) vemos una versión. En Asturias también encontramos ejem plos de esta canción en Martínez Torner, 1971, núm. 31.

EMILIO RUIZ GRANDA

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H e de reseñar que esta versión fue cantada p o r la informante y que tan sólo recordó el fragmento que aquí presento: Si viene Juan a verme 2

no le dejes que pase

después de muerta de aquella puerta,

y si pasara, y si pasara, 4 7.

niña bonita,

no le dejes que bese,

m i linda cara.

Tomar y Am nón Este romance, inspirado en las relaciones incestuosas de Tam ar

y Amnón, hijos del rey David, se encuentra extraordinariamente difundida p o r toda la Península (vid. Gutiérrez Estévez, 1981) y entre los sefardíes (Bénichou, p. 113). Y a dentro de Asturias pode­ mos reseñar las catorce versiones que nos ofrece Gutiérrez Estévez (1981, págs. 619-633). También

Feito nos presenta una versión

(B ID E A X X X V I, págs. 129-130). H ay que destacar que la versión p or mí recogida se distancia bastante del resto de las asturianas: en ninguna de ellas pide Am nón una taza de leche, ni habla de matarla si sube acompañada, sino tan sólo de que no suba acompañada. Estos dos motivos los en­ contramos, en cambio, en el área del romancero gallego; así en Santamarina: «n i quiero carne de ave

ni tampoco de ternera.

Quiero un pocilio de leche, que me lo suba m i hermana. Dígale que venga sola, que no venga acompañada; que si acompañada viene, soy capaz de devorarla.» (V ol. III, núm. 37 b2, p. 212). E l tema de asesinarla si sube acompañada también aparece en versiones leonesas del A.I.E.R. (V ol. I, págs. 201-218). Respecto de la comparación de la belleza de Am nón con la de una playa no la he encontrado en ninguna versión. Acaso «p la y a » provenga de «p lata », que parece una com para­ ción más usual. Esta versión se encuentra, desgraciadamente, in­ completa, y pese a que recordaba el desarrollo del romance, no pudo recordar el texto. Rey m oro tenía un hijo 2

más hermoso que una playa,

que de la edad de quince años se enam oró de su herm ana: — ¿Qué tienes, hijo querido; qué tienes, h ijo del alma?

BREVE CONTRIBUCION AL FOLKLORE ASTURIANO

4

— Tengo un d olor de costado ' — Te m ataremos un ave

761

que el corazón me traspasa.

de las mejores que haya.

6

— N o quiero caldo de ave

8

Quiero una taza de leche, y quiero que venga sola, que si acom pañada viene,

ni quiero caldo de nada. que me la suba mi hermana, que no venga acom pañada; soy capaz de arrem atarla.

Dice que luego él se acuesta con su herm ana y que al final la herm ana se enam ora del hermano. 8.

La mala hierba Tam bién se trata de un romance del que podem os encontrar

muchas variantes dentro y fuera de Asturias. Para centram os en Asturias, señalar que ya J. Menéndez Pidal nos ofrece dos versiones (núm s. X L I I I y X L IV ), que titula Doña Urgelia y Doña Enxendra, respectivamente. Con el mismo título (D oñ a Enxendra) nos aparece en Canella (págs. 339-340), siendo éste el nom bre que se da a la protagonista y que parece el más frecuente en Asturias. Tam ­ bién Vigón nos da una versión de este romance (págs. 183-185). En Galicia la protagonista tiene varios nom bres: desde el de M ar­ celina en T o m e r (1973, núm. 646) a Argolina o Angelita en Santamarina, núm. 43). Otro dato curioso de mi versión es la interferencia del nom bre de «G ay o fero », probablem ente procedente del Gaiferos del rom an­ cero tradicional; interferencia que no he localizado en ninguna otra versión: en Canella es «don Juan» y en Santam arina se la lla­ ma «galán don P ed ro» o bien «don Conde». i

En el cam po de Triana

hay una hierba m uy mala,

2

la hem bra que la pisó de ella quedó embarazada. L a ha pisado doña Eugenia por su suerte y som bra m ala

4

y un día comiendo a la mesa su padre la reparaba: — ¿Qué te pasa, doña Eugenia, que tienes la color mala?

6

O bien tienes mal de amores — Pues ni tengo mal de amores

8

m alita la m ala leche

12

ni estoy em barazada,

que me ha dado la criada.—

L lam aron siete doctores 10

o estás embarazada.

de los m ejores de España.

Todos dicen en voz alta doña Eugenia encinta estaba. Y al b a ja r p o r la escalera con su padre se encontraba: — ¿Qué llevas ahí, Gaiofero, en rodajas de tu capa? — Llevo rosas y claveles

pa las m onjas de Granada.

76 2

14 16

EMILIO RUIZ GRANDA

— De esas rosas y claveles dame la más encarnada. — La más encamada, rey, llévala a ojo quebrada.— Se va pa la habitación donde doña Eugenia estaba, y al ver aquel cuadro,

18

que de dar a luz terminaba,

20

cogiendo una gran cuerda la cuelga de la ventana. Sale p or allí su madre llamándose desgraciada, que la única hija que tenía allí la tenía colgada.

9.

¿Dónde vas Alfonso X I I ? Este romance, de una gran popularidad, está inspirado en las

desgraciadas circunstancias que rodearon el prim er matrim onio de Alfonso X II. Sin embargo, según Cabal, nos encontramos con va­ riantes de este romance en otros siglos, aunque los protagonistas son diferentes: sus ocho primeros versos ya aparecían en la obra de Luis Vélez de Guevara, Reinar después de morir, y también los recoge Guillén de Castro en su tragedia La comedia de los celos. En estos casos no se dirigen a un rey sino a un «caballero». En resumen, podemos afirm ar que este romance sería uno de los que, dentro de la tradición hispánica, tiene por tema a la muerte y el pueblo lo va acomodando a las diferentes circunstancias his­ tóricas: la tragedia de un infante (en la obra de Vélez), la terrible muerte de una reina (en la obra de Guillén de C astro) o la triste boda de un rey (en el caso de Alfonso X I I ) (vid Cabal, Vol. II, voz Alfon so). Es una refundición del romance de La aparición y éste, de E l palmero. La versión que ofrezco presenta algunas «anom alías» respecto a lo que es habitual en este romance: en el prim er verso, la lec­ tura más frecuente es «triste de ti» (así, en todas las versiones del A.I.E.R., Vol. II, págs. 133-137), y no la de «triste de m í»; de igual modo, el segundo verso acostumbra a decir «qu e hace tiempo no la vi», y no la lectura de «que hace tiempo la p erdí» (com p arar con A.I.E.R.). Otra de semejanza es el nombre que se atribuye a M er­ cedes: «M alvarrosa Flor del H uerto», expresión ésta que tan sólo hemos localizado en una versión recogida en La Caridad en 1951 por Constantino Cabal y donde se dice «M alvarrosa Flor del Cam­ p o » (vid. Cabal, Vol. II, p. 198), lo que supone una fórm ula inter­ media entre la fórm ula del romancero gallego (en Santamarina dice «M aría Rosa Flor del C am p o ») y la de nuestra versión. Dentro de Asturias encontramos, además de la versión de Cabal, variantes en Aurelio de Llano (1977, p. 243) y en Juan Menéndez Pidal (1885, Apéndice 2, núm. V II).

BREVE CONTRIBUCION AL FOLKLORE ASTURIANO

763

4

— ¿Dónde vas Alfonso X II, dónde vas, triste de mí? — V o y en busca de Mercedes, que hace tiempo la perdí. Pues si eres mi esposa, echa el brazo sobre mí. — El brazo no te lo hecho, que en la tierra lo perdí.

6

con la m u jer que te cases

8

L a prim er hija que tengas ponle el nom bre como a mí, M alvarrosa Flor del Huerto, que así me llam an a mí.

2

Cásate Alfonso X II,

10.

cásate, no estés así, quiérela m ejor que a mí.

La Virgen y el ciego Romance muy difundido en toda España e Hispanoam érica. En

Asturias ya lo

recoge Munthe (núm. X V I I )

y también

Canella

(p. 334), Juan Menéndez Pidal (núm. X C ) y asimismo B raulio Vigón (págs. 199-200). Fernández-Pajares habla de «acentuado carácter de influencia religiosa» y de que «es canción popular entre los niños de P a jare s» (p. 33). Tam bién Constantino Cabal nos da una versión de este rom ance religioso (V ol. 2, p. 96). Unicamente la versión de Canella recoge todos los motivos que contiene la composición que aquí presentamos. En A.I.E.R. tam­ bién vemos una variante prácticamente idéntica a la nuestra (V ol. 2, p. 88). E l niño y la Virgen pura 2 4 6 8

caminan para Belén

y en el medio del camino

el niño pidió beber:

— N o pidas agua, mi niño;

no pidas agua, m i bien,

que los ríos corren turbios y las fuentes manan sangre,

e que os arroyos también que no se puede beber.—

A llá arriba en aquel alto

hay un rico naranjal,

un ciego lo está guardando,

un ciego que pinta y no ve:

— Déme una naranja, ciego,

para el niño entretener.

— C ójala usted, señora,

cójala de menester,

10

cójala de las más grandes, Cuando marchan el camino

12

— ¿Quién sería esa señora Sería la Virgen pura

11.

deje las chicas crecer.— el ciego empezó a ver: que m e ha hecho tanto bien?

que camina pa Belén.

Virgen camino del Calvario Aunque no se trata de uno de los romances religiosos más ex­

tendidos encontramos algunas versiones anteriores en Asturias: Juan Menéndez Pidal nos ofrece dos versiones (núm . X L I I y X L I I I );

EMILIO RUIZ GRANDA

764

Braulio Vigón nos da una más o menos similar a la nuestra (p. 201); Feito nos muestra una versión (B ID E A X X X IV , p. 293). Vigón lo titula La Pasión y señala que la fórm ula de cierre (« e l que esta oración d ije r a ...») es análoga a la que aparece en algunas compo­ siciones portuguesas de tipo religioso, aludiendo a la «O ra^ao do Dia-do-Juicio» del romancero de Leite de Vasconcelos (vid. Vigón, p. 211). ... niño Cristo 2

su madre lo anda buscando:

— ¿Visteis p or aquí, señores, a mi hijo tan amado? — P or aquí pasó, señora, por aquí pasó llorando,

4

con una cruz en los hom bros

6

los perros de los judíos puntillones le iban dando.— La Virgen desque lo supo al suelo se ha desmayado:

8

— Caminemos, Virgen pura, caminemos pa'l Calvario. — P o r muy pronto que lleguemos ya estará crucificado.— La Virgen desque lo supo

y la cadena arrastrando,

al suelo se ha desmayado:

10

— Caminemos, Virgen pura,

12

— P or muy pronto que lleguemos ya estará crucificado.— Unos le ponen espinas y otros le remachan clavos. El que esta oración dijera

14

todos los viernes del año,

saca un ánima de penas

y la suya de pecado,

la de padre, la de madre, 16

caminemos p a ’l Calvario.

la de sus antepasados.

Quien la oye y no la diz,

Jesucristo lo maldiz,

quien la oye y no la deprende, 18

y el día demanda juicio

20

vería a la Virgen M aría

Y

12.

Jesucristo lo comprende

verálo con ella pierde.

el que esta oración dijera

tres años continuamente

tres días antes de su muerte.

Las hijas del M erino y las tórtolas del peral U na variante de esta canción popular la vemos en Aurelio de

Llano, que la inserta en la sección de cantares de corro con los números 1.134 y 1.135. En la variante que transcribim os se percibe que se trata de dos canciones diferentes (rim a en -é-a / rim a en -í-a), unidas p or tres versos de transición que las enlazan mediante fór­ mulas paralelísticas: — Papá, si me dejas ir

un poquito a la alameda

con las hijas de Benino, que llevan mi cabellera.— A la hora de comer se perdió la más pequeña, su padre la anda buscando Adonde la fue a encontrar,

por calles y carreteras. a un portalito oscuro.

BREVE CONTRIBUCION AL FOLKLORE ASTURIANO

A un portalito oscuro,

765

hablando con su galán.

H ablan d o con su galán,

estas palabras decía:

— M i pap á tiene un peral que da las peras m uy finas, y en el medio del peral cantaban dos golondrinas. P o r el pico echaban sangre y p or las alas decían: — ¡Qué bobas son las m ujeres que de los hom bres se fían! A los hom bres garrotazos

y a las m ujeres rosquillas,

y a las niñas de quince años 13.

un platillo de natillas.

La Resurrección B rau lio V igón tituló esta canción La Resurrección y dijo que

se trataba de una oración que los niños solían recitar al tiempo de acostarse (p . 213). Fem ández-Pajares la incluye en el grupo de can­ ciones de corro. Tam bién Aurelio de Llano nos da una versión (núm . 1.153, p. 248): ............................

Enciende la vela.

M ira quién pasa

p o r la carretera.

Los angelitos del cielo, que llevan a un niño

que van de carrera, vestido de seda.

— ¿De quién es ese niño? — ¿Dónde está M aría?

— Es de M aría. — Está con San Pedro,

abriendo y cerrando las puertas del cielo. Reclama, reclama. Tu m adre te llama. Que le hagan la cam a que viene cansando Que cien palom itas que suben y ba ja n Que tocan a m isa y a Santa M aría 14.

al niño Jesús, de andar con la cruz. en un palom ar, al pie del altar.

y alaban a Dios que ruegue p o r nos.

La infanticida

Este romance, aunque pertenece estrictamente al corpus del denominado «rom an cero de ciego o vulgar», nos resistimos a in­ cluirlo dentro del grupo de romances de ciego que presentam os y ello porque se encuentra en un avanzado estado de tradicionalización enraizando dentro de la tradición mitológica española y euro­ pea: según Menéndez Pelayo tiene un sentido sim ilar al del cuento popular de Ursuleta que aparece en Francia, Alemania, Escocia (V o l. IX , p. 302). Y a en la mitología griega nos encontramos con el caso de padres que asisten al banquete de sus hijos (Tiesta, Tereo).

766

EMILIO RUIZ GRANDA

E l romance se halla muy difundido dentro de la tradición oral de la Península (vid. Benichou, págs. 250-251; también Oro Anahory Librow icz), y en la zona N.O. vemos versiones en el A.I.E.R. (V ol. II, págs. 180-186). Tam bién Marcos M arín (p. 114). En cuanto a la versión que aquí muestro está contaminada con el rom ance de Gerineldo, pues recoge la fórm ula de comienzo de éste. Ofrece rim a en -é-a, que es la más difundida en toda la Penín­ sula. Tam bién he de reseñar que en ninguna de las versiones con­ sultadas la m ujer dice que se trate de la cabeza de un besugo (así, en Santamarina habla de «Cabeza de un cordero», núm. 41). La versión se halla en un estado bastante fragm entario, pero ello no obsta para que se reconozca en ella una variante de este romance que podríam os colocar dentro de los que Caro B a ro ja clasifica co­ mo de «casos raros y prodigios» (1969, págs. 73-75): Gerineldo, Gerineldo, 2

hijo del buen rey querido,

si fueras rico en hacienda

como ieres galán pulido.

(E xplica que Gerineldo se casa con la hija del rey y tuvo un hijo. E lla se enamora de otro y el hijo se lo cuenta a Gerineldo. E lla mata a su hijo y le d ic e :)

4

— H abla hijo, habla, ahora te he de dar licencia. — H e de hablar“ madre, he de hablar como si vivo estuviera.— Lo hizo en tres mil pedazos,

el más grande era la lengua.

(Dice que cuando el marido viene de tra b a ja r le pregunta por el hijo y que como no aparecía le pide la c e n a :) 6

— Term ina pronto, mujer,

si tuvieras buena cena.

— Buena cena sí p or cierto, 8

La cabeza de un besugo

si tú tienes gana de ella. que traje ayer de la tienda.

(M ientras está cenando, la cabeza habla y d ic e :) — Deténgase usted, mi padre, 10

que salió de sus entrañas,

no parta la tal cabeza,

no quiera Dios que a ellas vuelva.

BREVE CONTRIBUCION AL FOLKLORE ASTURIANO

767

R O M AN C ES D E CIEGO

Los romances que siguen pertenecen al grupo tan am plio como mal estudiado de la literatura de cordel, que ha sido, hasta los es­ tudios de Caro B a ro ja (1966 y 1969), un campo de la literatura denostado e incomprendido. En lo que sigue nos guiam os funda­ mentalmente p o r lo que nos dice Julio Caro Baroja. Los romances de ciego son un fenómeno vinculado a los pliegos sueltos que se vendían en España desde el siglo X V I. Los romances de ciego que he recopilado son fundamentalmente relatos de crí­ menes, cuyas características más sobresalientes aparecen en el siglo X V I I I ; es entonces cuando «surge, monda y lironda, la relación de un crimen o de una serie de ellos sin adobos novelescos y como género especial, género que va adquiriendo cada vez más aficiona­ d os» (C aro B aro ja, 1969, p. 150). Hasta entonces se solía sum ar al relato del crimen elementos fantásticos e inverosímiles (aunque ya en el X V I I tenemos pliegos de relatos escuetos de crímenes). Son particularmente frecuentes los que vinculan el crimen a algún des: orden de tipo sexual (adulterio, incesto, etc.) y los crímenes come­ tidos a causa de amores contrariados. Otro tipo de romances también frecuentes son los de interven­ ciones m ilagrosas de la Virgen o de alguna Virgen en particular. De estos romances presentamos una versión sobre la que nos ex­ tenderemos en su momento. Los romances de ciego, a pesar de que Durán en su colección de romances de la B.A.E. dedicó un buen espacio a los romances vulgares, han sido desatendidos por los estudiosos, y ello, quizá, debido al magisterio del propio Durán, que los juzgó adversamente, tanto desde un punto de vista estético como moral. Menéndez Pelayo aludió ligeramente a algunos en su Tratado de los romances V iejos y Menéndez Pidal no hizo caso alguno de ellos en ninguno de sus estudios fundamentales. Si bien hemos de reconocer la pobreza estética de la m ayoría de estos romances, su estudio es muy interesante desde una pers­ pectiva sociológica, pues nos informan de cómo pensaba y sentía el pueblo español de los siglos X V I I I y X I X e incluso de una parte del siglo X X .

768

EMILIO RUIZ GRANDA

R O M ANCES D E CRIM ENES

15

2

En la provincia de Burgos hay un pueblo que se llam a Espinoso de los Montes, nom brado p or toda España.

4

M uy cerca de esta ciudad habitaba un matrimonio

y en una aldea cercana de fam ilia muy honrada.

E l se llam aba Francisco

y su esposa doña Sara,

La cual falleció de parto

al quinto año de casada,

6 8

quedando solo Francisco

con tres hijitos pequeños,

trabajando esclavamente

para darles alimento,

y al cabo de algunos meses

Francisco empezó a pensar

10

que él solo con los chicos

12

y para bien de sus hijos al momento se casó con una m ujer villana, la cual fue su perdición.

14

Al casarse, el pobre hombre — Desde hoy serás la madre Como madre les darás

16

a su esposa le dijo: de mis desgraciados hijos.

educación y cariño,

pues ya sabes que los pobres Yo, si Dios me da salud,

18

no se podía arreglar

se encuentran huerfanitos.

con afán trabajaré

20

para que en nuestra casa no nos falte de comer.— Poco tiempo se pasó de am or y tranquilidad, pronto empezaron las guerras, los celos y la m aldad.

22

aquella m ujer ingrata

Cuando aquel honrado padre

de su trabajo venía,

a su esposo le decía:

— Son tan traviesos tus hijos

que no les puedo aguantar.

24

Aunque me duela en el alma

les tengo que castigar.

Me hacen mil travesuras,

no me quieren respetar;

26

hoy me han roto un plato Pero entonces el marido,

y una ja rra de cristal.— creyendo que era verdad,

28

a sus inocentes hijos

30

U n día el niño m ayor ante su padre llorando,

empezó a castigar. de rodillas se postraba diciendo estas palabras:

— Padre de mi corazón, 32

no crea usted en nuestra tía,

que todo cuanto le dice

es una pura mentira.

Desque usted se va al trabajo

nos encierra en una cuadra

34

y no nos da de comer

36

y dice que poco a poco así nos irá matando. Si no m ira p o r nosotros yo me voy con mis hermanos

38

a pedir una limosna

con una vara que tiene

más que pan seco y agua, siempre nos está pegando

donde los buenos cristianos.—

BREVE CONTRIBUCION AL FOLKLORE ASTURIANO

Pero entonces el m arido, a la ingrata de su esposa

769

lleno de ira y furor, seriamente reprendió.

Pero la gran criminal no le contesta palabra, guardando en su corazón la más terrible venganza. Y al otro día siguiente, cuando el m arido m archaba, se levanta la traidora para cometer su infamia. Se dirige al aposento donde los niños estaban, 46

cogiéndoles p o r el pelo

los arrastra hasta la cuadra,

y una vez allí encerrados,

sin piedad ni compasión,

50

como si fueran corderos dejando sus cuerpecitos Pero aquel día Francisco,

el pescuezo les cortó, que al verlos daba dolor. en lugar de ir a trabajar,

dio la vuelta del camino

y se volvió a su hogar:

52

— Quiero saber lo que pasa

48

con mis desgraciados hijos,—

se decía el p obre hom bre 54

muy triste y m uy aburrido.

Y cuando entra en su casa

y en un rincón de la cuadra

los encuentra hechos pedazos

los hijos de sus entrañas,

56

sin am or y sin sentido aquel hom bre se quedó. Pero mas cuando aquel hom bre el sentido recobró

58

se lanza sobre su esposa y con el mismo cuchillo

60

hasta nueve puñaladas

62 64

lleno de ira y fu ro r que a los tres hijos mató sin vacilar le pegó.

Viendo su cuerpo cadáver

a la autoridad se entrega,

dando cuenta a la justicia

de esta desgraciada tragedia.

Y aquí termina la historia

de esta terrible desgracia

que tanto dolor causó

en toda aquella comarca. 16

En la provincia de Huesca

2

Espinosa de los Montes,

4

h abitaba un matrimonio

hay un pueblo que se llam a nom brado p or toda España.

M uy cerca de esta ciudad el cual tenía dos hijas

6 L a m ayor se llam a Julia 8

y en una aldea cercana como la Iglesia lo manda, hermosas como azucenas. y la mas pequeña Elena.

L a m adre de aquellas niñas pero en cam bio su m arido a su m u jer y a sus hijas

era buena, era una santa, era de malas entrañas; cruelmente castigaba.

10 Y así fue pasando el tiempo, debido a los m alos tratos

12

Y fue pasando el tiempo,

la pobre m adre enferm aba, que aquel infame le daba.

enferma se hallaba en cama.

770

EMILIO RUIZ GRANDA

14

— Qué desgraciadas nacisteis, sin am paro y sin amor.— Estando en esta faena que aquel criminal ignoraba,

16

que de la calle venía y para su casa entraba, a sus desgraciadas hijas de su madre separaba.

18

Se va a casa la querida contando lo que pasaba. — Y a sabes que estamos libres, que es lo que yo deseaba,

20 22

que ya nos podemos casar, antes hoy que no mañana.— Entonces le dice ella, le replicó la m alvada: — Mientras que tus hijas vivan yo no podré ser casada.— Pero entonces le dice él,

le contestó aquel infame:

— A mis hijas yo me encargo 24

de quitarlas de delante.—

26

Se m archa para su casa, penetra en la habitación y con un gran puñal el corazón les traspasó. A su últim a agonía, la niña m ayor exclama:

28

Y al otro día siguiente

30

al no ver salir las niñas, de pronto le preguntaron que dónde estaban las niñas. El criminal contestó:

¿Por qué me quitas la vida,

— U na parienta lejana

papaíto de mi alma?—

los vecinos más cercanos,

ayer tarde las llevó.—

32

Sospechando los vecinos

34

a d ar parte a la justicia se dirigen al momento. Vienen las autoridades y han registrado la casa, pero p o r más que buscaron, allí no encontraron nada.

que aquello no era cierto,

36

Y al pasar p or la huerta

un vecino se fijó

que había tierra removida,

y al momento contestó:

38

— Aquí hay tierra movida, Y al poco rato encontraron

40

Atónitos se quedaron todos con la boca abierta, llenos de h orror y de espanto.

42

Y aquí termina la historia que tanto dolor causó

hay que cavar enseguida.— los cadáveres de las niñas.

de este caso criminal

en toda la vecindad. 17

4

En la provincia de Toledo existía un matrimonio, ella se llam aba Luisa y el m arido era Isidoro. Tenían buen capital, siempre se llevaban bien. Escuchen con atención lo que vino a suceder.

6

m urió en noventa días

2

Ese tal don Isidoro

tuvo una muerte fatal,

Y al m orir dejó Isidoro

de una tisis galopal. a su estimada Luisa

BREVE CONTRIBUCION AL FOLKLORE ASTURIANO

treinta y cinco m il pesetas y además de ese dinero,

para criar la familia, catorce reales diarios

y en el pueblo varias fincas. todo le pareció poco,

771

Esa m ujer sin sentido

.

que por darle gusto al vicio

les dio muerte a sus cuatro hijos. E lla tenía un querido que Antonio se llam aba.

i

(L e escribe una carta a Antonio.) 14

Antonio abrió la carta y se puso a leer con calma al ver que era de la Luisa, que lo esperaba sin falta.

16

Y aquella noche Antonio y a la mañana siguiente,

18

¡

ya no pudo dorm ir nada, a la casa se m archaba,

y se encuentra con la Luisa,

p or la escalera bajaba:

— Pues ya perdí la vergüenza,

me hallo loca p or ti.

20

Si no te casas conmigo

22

Y Antonio, p or el momento, se quedaba pensativo, y cuando rom pió a hablar, estas palabras le dijo:

te mato con el cuchillo.—

— ¿Pero tú no ves, m ujer,

que para vivir tranquila

24

a ti te estorba m i m adre

y a mí toda tu familia?—

Y entonces le dice ella,

le contesta aquella infame:

26

— A mis hijos yo m e encargo Y

28

con la niña más pequeña que hay de toda la fam ilia: " — ¡Qué m ala noche he pasado, mam á del alm a querida!

30

de quitarles de delante.— se encuentra con la niña,

M e tienes que dar un beso,

que ya estoy en la cocina.

— E l beso que te he de dar

te lo daré de una vez,

32

hundiéndote la cabeza

con esta mano de almirez.—

34

Y diciendo muy tranquila: — U na menos en la cuenta.—

36

Se dirige hacia la sala donde estaba Emilio. Y no hubo más palabras que darle con el cuchillo. Al momento sin cabeza quedó el desgraciado niño,

Queda envuelta con la sangre

38

que se la cortó la loba

a los pies de aquella fiera.

con aquel grande cuchillo.

Y sin detenerse un punto,

con el corazón de piedra,

40

se dirige hacia la cama de rodillas en la cama

donde estaba Micaela, estaba la pobre niña

40

y ve venir a su madre,

y estas palabras decía:

— ¡Qué m ala noche he pasado,

m am á del alm a querida!

42

Soñé que me habías matado y ahora m e encuentro v i v a Pero aquella m ala madre, sin escuchar a la niña,

44

le atraviesa el corazón Con todo el pelo tendido

y allí la dejó tendida. y aquel m irar criminal,

'

772 46 48

EMILIO RUIZ GRANDA

se va en busca de Manuela con el cuchillo tenal. Manuela, al verla venir, se dirige hacia su madre: — ¿Qué vas a hacer, qué has hecho? Bien te verás con mi [padre.

50

— Lo que hago está bien hecho. Te voy a quitar la vida, porque todos me estorbáis para yo vivir tranquila.—

52

Pero como la Manuela em prendieron la pelea M anuela pudo salvarse,

54 56

cuenta ya dieciséis años, y lucharon largo rato. se encierra en la habitación.

L a madre, al ver que no puede le daba voces a Antonio

que a ayudarla pronto fuera.

Pero Antonio no la oye

porque en el mismo momento

está dando muerte a Juanito 58

vengarse de la Manuela,

como fiero carnicero.

M anuela pudo salvarse, se encierra en la habitación, cogiendo una cuerda de dos sábanas,

descolgándose p or un [balcón.

60

U n vecino que al momento pasa p or la misma calle, recoge a la pobre niña y le ayuda a salvarse.

62

Y cuando estaba en la calle

64

le dice: — ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo estás tan afligida?— Y la niña le contesta con palabras temerosas:

y la ve que tanto suspira,

— Se ha convertido mi madre

en una fiera asom brosa.

66

Cegada p o r el querer de un hom bre que es conocido, les dio muerte a mis hermanos con un enorme cuchillo.—

68 70

Dan parte a la autoridad, y sin perder un momento viene la G uardia Civil con el sargento del puesto. Los encuentran a los dos, como dos fieros leones,

72

Los vecinos de aquel pueblo,

destrozando aquellos niños quieren m atar a los dos 74 76

y metiéndolos en cajones. enterados del suceso,

y que no los lleven presos.

M ujeres que estáis viudas, atender a vuestros hijos, nunca los abandonéis por guiaros de los vicios. Escarmiento de la Luisa, que p o r hacerse viciosa,

que está en la cárcel metida, le van a quitar la vida. 18

2

......................................................... y su hija le decía: — Papá, tú no me traes caramelos como el señor José María. E l señor José M aría viene a casa todos los días,

4

entra en la habitación

donde tú y mamá dormíais.

BREVE CONTRIBUCION AL FOLKLORE ASTURIANO

773

(E xp lica que cuando decía esto a su padre, la m adre entraba de la calle y lo oye todo. Cuando el padre se va, la m adre en­ tierro viva a la hija en la cocina. El padre, cuando vuelve, pregunta p o r la niña.)

6

Su m u jer le contestaba: — Para la calle salió a ju g a r con las demás chicas y todavía no volvió.— E l padre, al ver que no llegaba,

a buscar a su hija salió,

8

a la calle regresó, y al ver que no la encontraba

10

penetra en la habitación

que hacía tiempo que su madre

enferm a se hallaba en cama.

( Y le d ic e :) — En la cocina sentí

12

exclamar estas palabras:

« N o me eches tierra en los ojos, que me estoy quedando ciega

14

mamá querida del alma, y casi no veo nada».—

Se va para la cocina y, sin pérdida de tiempo,

a cavar se determina

16

y al poco rato encontró — H ija de mi corazón,

el cadáver de la niña. todavía tú estás caliente.

18

N o quiero tratos con tu madre,

20 22

Estando en esta faena que de la calle venía

para la cocina entraba,

viendo a su m ujer delante, a ella se abalanzó

loco y muy desesperado,

dejándola muerta en el acto.

Viendo su cuerpo cadáver, 24

la que a ti te dio la muerte.—

que su m ujer ignoraba,

a la autoridad se entrega,

dando cuenta a la justicia

de esta desgraciada tragedia.

Vienen dar tierra sagrada

a aquellos cuerpos humanos.

(Después escribe una carta a su madre, que se halla enferm a.) 26

— Adiós, mi m adre querida.

¡Ay, qué triste porvenir!

P o r no tener quien te cuide,

a un hospital tendrás que ir.

28

N o te aflijas, m adre mía,

30

que aún pienso en abrazarte pues pienso salir muy pronto,

paciencia y resignación,

porque he vengado la muerte 32

Adiós, h ija de mi alma,

34

de mi hija la tan querida.

naciste desgraciadita,

p o r ser tu m adre mundana Y con esto me despido

al salir de la prisión, te lo digo m adre mía,

que te enterró con vida.

de todos en general,

que a ningún hom bre le pase

este caso tan fatal.

774

19.

EMILIO RUIZ GRANDA

La madre que vende a su hija

2

En el pueblo de Betanzos este caso ha sucedido: Una m adre p or dinero a su hija ha vendido.

4

Dice la m ujer al hombre:

6

Andando largos caminos al pie de una fuente de agua, allí se paran un poco para aliviar su carga. V a p o r allí un caballero muy envuelto en una capa

E ra un matrimonio pobre,

8 10

y le dio las buenas tarde

a aquella linda muchacha,

y a su m adre le pregunta

si la quería vender:

— Si usted la quiere vender, Y le dio treinta billetes

12

¿qué dinero le hace falta?—

y un gran puñado de plata,

y la monta en el caballo Allí queda su m adre

14

vivían en la miseria. — Yo me marcho de esta tierra.—

y a galope se m archaba.

llorando a lágrim a viva

p or no saber dónde llevan

a su hija la tan querida.

(E lla vuelve al pueblo y le dice al m arido lo ocurrido. El contesta:) — U na h ija no se vende 20.

por am or ni p or dinero.

Los padres que reencuentran a sus hijos Se trata de un romance típico de ciego que podríam os clasificar

dentro de los de milagros e intervenciones de la Virgen M aría, se>gún la tipología que nos proporciona Caro B a ro ja (1969). Sin em­ bargo este romance presenta unas peculiaridades que favorecen su tradicionalización, ya que posee una serie de temas que se integran dentro del corpus mitológico:

el tema de los mellizos (presente

en la Biblia: historia de Jacob y Esaú, p. ej.), el de la m ala suegra, el del abandono de los hijos en un cajón en el río (recordem os la historia de Moisés o la de Amadís de Gaula). Además, la interven­ ción m ilagrosa de la Virgen, que tiñe el relato de una atm ósfera en cierto m odo maravillosa. Encontramos dos versiones de este romance en Santam arina (núms. 54 bis a y 54 bis b ), que los sitúa dentro del epígrafe de «H istorias novas, parellas desgraciadas» y lo titula Os pais reencontran os fillos que a parteira bota ó río (p. 250). Las dos ver­ siones de Santam arina presentan diferencias respecto de la mía. Sitúan la acción en Cuenca (y no en C órdoba). E l argumento es el mismo, pero cambia el momento del reconocimiento:

después de

BREVE CONTRIBUCION AL FOLKLORE ASTURIANO

775

ver a los niños vuelven a su hogar y allí, al contárselo a la suegra, ésta reconoce la faena; es entonces cuando Dolores se desmaya; posteriormente van p or los niños con los documentos del cura. Es­ to respecto de la núm. 54 bis a de Santamarina; la 54 bis a ordena los acontecimientos de m odo sim ilar a esta versión, aunque es in­ completa en el desenlace. E n la población de Córdoba

vivían tres costureras

2

de muy buenas condiciones,

las tres estaban solteras.

4

y D olores se llam aba

U na se llam aba Flora

6

y la otra Genoveva la otra que era más nueva.

T rabajaban las tres juntas

muchos años una hacienda.

O bras finas para el pueblo

y también para la aldea.

Alhajas no las tenían

8

pero tenían monedas,

vestidas de varias clases

muy guarnecidas con seda.

U n joven la pretendió

a Dolores la más nueva

10

y para casar con ella la dice de esta m anera: — Si quieres tom ar estado, yo también lo tomaría.

12

Dam e tu m ano derecha,

14

y vivieron santamente

16

y para arreglar su vida se embarca para L a Habana. L a joven queda en su casa muy triste y desconsolada,

18

quedando junto a su suegra y quedando embarazada. Vino el tiempo dar a luz el fruto de sus entrañas

20

y nacieron dos infantes,

un infante y una infanta.

Luego trataron las dos,

la abuelita y la partera,

yo también te doy la mía.—

Contrajieron matrimonio

como lo m anda la Iglesia, con honradez y nobleza.

E l joven tenía una madre

22

y para ocultar los niños

24

meterlos en un cajón

que era un poquito villana

trataron de esta manera,

de envolverlos en pañales

de algodón y de hilo,

para tirarlos al río.

L a Dolores preguntaba

por sus hijos tan amantes

26

y las dos le contestaban

que murieran al instante.

28

y vio venir el cajón

30

cuando fue a brir el cajón las dos criaturas vivas! — Las voy a llevar al pueblo y dar parte a la justicia.—

32

Y dio conocimiento al cura

Andaba un hom bre a las truchas, ¡Oh, Dios de misericordia,

que al fin los han bautizado 34

con la caña las cogía,

y lo sacó a la orilla. sagrada Virgen M aría,

de aquellos dos angelitos, como si fueran dos hijos.

P o r fin los han bautizado

con su padrino y madrina,

al niño le han puesto José

y a la niña Josefina.

776

36 38 40

EMILIO RUIZ GRANDA

Iban allí a la escuela que allí en el pueblo había. Leían perfectamente y sabían la doctrina. Y allí en el pueblo había una ermita del Pilar donde los dos hermanitos iban juntos a rezar. Y al cabo de ocho años vino el padre para el pueblo para junto a su esposa

42 44

muy alegre y muy contento.

— Tengo hecha una promesa a la Virgen del Pilar, si la Virgen nos ayuda la iremos a visitar.— Y a ha llegado el día feliz

y la hora de m archar

con una devoción muy grande

a la Virgen del Pilar.

46

Llegaron al santuario,

fueron a pedir posada

48

a la casa de los amos donde los niños estaban. Sale una dam a a la puerta y una m ujer virtuosa

50

— Sí, señora, ésta es mi esposa,

y al momento le pregunta

si esta señora es su esposa.

N os casamos p or la Iglesia 52

el día cuatro de mayo. — Porque tengo yo una niña

54

no tengo p or qué negarlo.

hace ahora ocho años que a mi casa la he criado,

que mienta mucho a su esposa,

por eso le he preguntado.—

Estando la mesa puesta,

la comida preparada

56

y los dos niños sentados, — D iga la verdad, señora,

la Dolores preguntaba: diga la verdad cabando.

58

¿D'onde ha traído estos niños? — Los he traído del río

hace ahora siete años

60

el día cuatro de mayo

62

pero al punto que recordó

64

con pruebas de los vecinos fueron a buscar a los niños

y documentos del cura para su casa sin duda.

Les dieron dos mil pesetas

p or criar a los muchachos

66

y a la Virgen del Pilar

Dolores que tal oyó

en un cajón de tabaco.— desmayada se ha caído,

le dejaron otro tanto.

Y aquí termina la historia

68

al lado de su m arido

Virgen sagrada M aría,

tengan mucha devoción siempre con la Pilaría.

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EMILIO RUIZ GRANDA

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LA CRITICA DE LA POESIA EN VERSO Y UN OLVIDADO RELATO DE CLARIN Angeles Ezama Gil

Con este trabajo pretendemos rescatar del olvido uno de los últimos relatos clarinianos, prácticamente desconocido hasta hoy, dada su efím era existencia en las páginas de una publicación pe­ riódica. E l relato en cuestión apareció publicado en la revista valenciana Arte M oderno el 7 de enero de 1900 (A ño II, núm. 7, págs. 52-53) con el título de «M alos humores (diálogo y no pla­ tónico)». Si consideramos la obra literaria de Alas como un continuum que nos permite constatar la presencia reiterada de algunas cons­ tantes, bien en el terreno crítico, bien en el creativo, o en ambos, «M alo s hum ores» es un buen punto de partida para corroborar algunas de ellas. En prim er término, el cuento citado, presenta una configura­ ción semejante

a la

de otro relato clariniano

anterior,

«Jorge

(diálogo, pero no platónico)» (1). La coincidencia del subtítulo no es casual, y tal vez revela la intención clariniana de elaborar una serie de relatos de características similares: form a dialogada ( 2 ),

(1) Publicado en La Ilustración Española y Americana (22-VIII-1899) y posteriormente incorporado al volumen de crítica Siglo Pasado (Madrid, Anto­ nio R. López, s.a. — 1901— ) y a la colección postuma Doctor Sutilis (Madrid, Renacimiento, 1916). (2) Tal vez el recurso a la forma dialogada en los últimos relatos clari­ nianos (especialmente en “Jorge” y en “Malos humores”) se halle motivada por el influjo renaniano, cuyos alardes de “dialoguismo, es decir, de elevarse a ver con igual valor y fuerza los dos o más aspectos de una cuestión filosó­ fica”, habían sido comentados por Alas en “Mi Renán”, uno de sus “Paliques” (recogido en Palique, edición, introducción y notas de José M aría Martínez Cachero, Barcelona, Labor, 1973, p. 107). El “dialoguismo” al modo de Renán se aplica de forma estricta en “Jorge”, pero no en “Malos humores”, donde al esquema dialogado se une el procedimiento crítico, muy clariniano, que consiste en un comentario satírico paulatino de los poemas recogidos en el

780

ANGELES EZAMA GIL

temas estrechamente relacionados con las preocupaciones del es­ critor Clarín (la crítica de la poesía) y del hom bre Leopoldo Alas (el ju e go ) (3 ), y tono humorístico y doctrinal. En segundo lugar, y por lo que se refiere al tema del relato, en este caso la crítica de la poesía de imitación cam poam orina y sus extremos, «M alos hum ores» se sitúa en la línea de relatos como « E l poeta-búho» (4), «E l sustituto» (5), «Fem inism o» ( 6 ), «A l­ bum -abanico» (7 ) y «Versos de un loco» ( 8 ), cuyo tema fundamental (y casi único) es la crítica de la poesía española contemporánea. Establecidos estos puntos de referencia, «M alo s hum ores», tan­ to p or su temática como por su fecha de composición, se hallaría relato. Tanto en uno como en otro caso, la función de la forma dialogada es idéntica: “Por eso yo insisto en que, en vez de hablar por su cuenta, haga lo que Renán, escriba diálogos, y así puede decírselo todo, sin decir nada por su propia cuenta” ( “Las Humoradas de Campoamor”, Nueva Campaña (18851886), Madrid, Librería de Fernando Fe, 1887, p. 201). (3) El tema del juego es especialmente próximo a Alas, empedernido ju­ gador de billar, que contrae no pocas deudas por tal causa, según confiesa en cartas a sus editores (vid. Clarín y sus editores ( 1884-1893). 65 cartas inéditas de Leopoldo Alas a Fernando Fe y Manuel Fernández Lasanta, ed. y notas de Josette Blanquat y Jean-Frangois Botrel, Rennes, Université de Haute-Bretagme, 1981, págs. 56-57). (4) Publicado en el volumen Sermón Perdido ( crítica y sátira), Madrid, Librería de Femando Fe, 1885, págs. 165-170. En adelante, las citas de textos clarinianos, cuya ficha completa haya sido proporcionada en nota, se incluirán en el cuerpo del artículo, indicando únicamente el título y la página. (5) Publicado en “Los Lunes de El ImparciaV (4-XII-1893) e incorporado, posteriormente, a la colección Cuentos morales (Madrid, L a España Editorial, 1896). Para este trabajo manejaremos la edición de Madrid, Bruguera, 1982, págs. 229-237. (6) Este relato forma parte de la colección postuma Doctor Sutilis; con anterioridad había aparecido publicado en El Imparcial (25-X-1897). Hemos de llamar la atención sobre el título, totalmente incongruente respecto al con­ tenido del relato, aunque tal vez relacionado con ese hipotético “segundo y último capítulo” que no llegó a publicarse. Laura Rivkin, tomando en cuenta esta última indicación, considera el relato como “inconcluso” larín Cuesta abajo, Barcelona, Ediciones Júcar, 1985, p. 17). L a inadecuación del título afecta también a otro relato de la misma colec­ ción, “Medalla... de perro chico”, cuya fecha de publicación, bajo ese título, desconocemos; no obstante, podemos constatar su publicación en la revista madrileña Los Apuntes, el 23-VIII-1894, con el más apropiado de “Perfiles... en la arena”, y con algunas variantes que afectan, sobre todo, a la localiza­ ción espacial del relato. (7) Publicado en La Revista Moderna (3-XII-1898) e incorporado, con pos­ terioridad, a la colección Doctor Sutilis. (8) Incorporado a la serie postuma Doctor Sutilis. Desconocemos su fe­ cha de composición. . :

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LA CRITICA DE LA POESIA EN VERSO

781

en condiciones de pasar a engrosar el volumen postum o D octor Sutilis, del cual form an parte todos los cuentos mencionados, a excepción de « E l sustituto». P o r este motivo consideramos funda­ mental una reflexión sobre esta colección, tan poco conocida en su conjunto, y a la que tan escasa atención se le ha dedicado, dado, tal vez, lo dificultoso de la tarea. La colección de relatos D octor Sutilis fue com pilada y publicada postumamente en 1916. E l volumen responde al título del cuento más antiguo de los recopilados («D o c to r Sutilis»), siguiendo una ya aquilatada costum bre de Alas en colecciones com o Pipa, E l gallo de Sócrates y otros cuentos o E l Señor y lo demás, son cuentos. L a meta que se persigue con esta recopilación, que constituye el volum en tercero de unas pretendidas Obras completas, es la de reunir todas las composiciones narrativas de Alas dispersas en otros trabajos o en las páginas de los periódicos. E l conjunto dista mucho de ser completo, tal y como lo han ido revelando las paula­ tinas recuperaciones de textos como «Estilicón. V ida y m uerte de un

periodista»

(9),

«Post-prandium .

Cuento trascendental» (10),

«K ant, p erro v ie jo » (11), «L a guitarra» (12) o « E l oso m ayor» (13). La nota más característica del volumen es su heterogeneidad, que responde a la falta de criterio unificador previo. Así, encon­ tramos en D octor Sutilis cuentos de Alas insertos en sus anteriores libros de crítica, relatos publicados en la prensa periódica entre 1878 y 1899, y ese experimento de novela que es Sinfonía de dos novelas (« S u único h ijo». «U n a m edianía») (14). (9) Publicado en El Solfeo, núms. 274-275, 8-9-VII-1876. Recogido por JeanFrangois Botrel en Preludios de “Clarín”, Oviedo, Instituto de Estudios Astu­ rianos, 1972. (10) Apareció en El Solfeo, núms. 385-290, 26-31-X-1876. Incluido, al igual que el anterior, en Preludios de “Clarín”. (11) Publicado en La Publicidad (2-XII-1880 y 2-1-1881). Exhumado por Sergio eser “En tomo a un cuento olvidado de Leopoldo A las”, Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 231, marzo 1969. (12) Vio la luz en “Los Lunes de El Imparcial" (23-XI-1896). Fue recupe­ rado por John W . ronik “Un cuento olvidado de Clarín”, Cuadernos Hispa­ noamericanos, núm. 136, 1961. ' (13) Publicado en La Correspondencia de España (26-111-1898). Exhumado en mi artículo “En tomo a un cuento olvidado de Clarín: El oso mayor”, M ester, vol. X V I, núm. 2 (Fall, 1987). (14) Publicada en La España Moderna, núm. 8, agosto 1889. Respecto a esta composición puede verse el trabajo de Sergio eser “El lugar de Sinfo­ nía de dos novelas en la narrativa de Leopoldo A las”, Hispanic Studies in honour of Frank Píerce, ed. by J. England, Sheffield, 1980, págs. 17-30.

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ANGELES EZAMA GIL

Los relatos procedentes de libros de crítica son doce, de los veintiocho que integran el volumen; cinco pertenecen a Solos (« L a mosca sabia», « E l Doctor Pértinax», «D e burguesa a cortesana» (15), «D e la com isión» y « E l diablo en Semana Santa»), tres a Sermón Perdido («L o s señores de Casabierta», « E l poeta-búho» y «D o n Ermeguncio o la vocación»), dos a Palique («D iá lo g o edificante» y «U n can didato») y dos a Siglo Pasado (« L a contribución» y «Jorge (d iá ­ logo, pero no platónico)»). Estos cuentos al pasar a D octor Sutilis resultan descontextualizados, perdiendo su significado originario al servicio del conjunto (16); significado que explícita Clarín en el «Prefacio a manera de sinfonía» que precede, desde la prim era edi­ ción, a su libro Solos de «Clarín»: A guisa de entreacto o de entremés, van sem brados p or el librito algunos cuentecillos más o menos tendenciosos, sin más propósito de mi parte que el de entretener, si puedo, al lector; el mérito único que yo, su padre (el de los cuentos), veo en ellos, es el de no ser azules (17), mato al inocente siempre que es necesario, y me tiene sin cuidado que el mismo sol que alum­ bra al bueno alum bre al malo; el mundo es así, y caso de que yo me atreviera a corregirle la plana no había de ser en un cuen­ to, sino en una ley votada en Cortes, que es com o el gobierno de Sagasta quiere dam os la libertad (18).

(15) Este relato aparece en Solos de “Clarín" desdoblado en “De burguesa a cortesana” y “De burguesa a burguesa”. En Doctor Sutilis se subsuman am­ bos bajo un mismo título. (16) N o obstante, en el prólogo que A las prepara para su cuarta edición de Solos en 1891 (Madrid, Librería de Fernando Fe, p. 3) señala: “Por último, cumpliendo el propósito de no quitar ni poner nada, ni siquiera he arrancado de la colección unos cuentos que acaso estuvieran mejor en otra parte”. (17) “Azules” en el sentido de “morales”, según se explícita en dos cola­ boraciones críticas de Alas para El Solfeo u — ■ “Libros y libracos. Las llaves. Sátira social por don Teodoro Guerrero” : “En esta clase de lectores influyen los libritos como el del señor Guerrero, que so capa de moralidad, de inocencia, de cuentos azules, infiltran en nuestras familias ideas refractarias a la vida moderna” (Preludios, ed. cit., p. 49). — “Libros (Estudios de literatura y arte, por Francisco Giner, segunda edición corregida y aumentada, 1876)” : “Los poetas morales, que yo he llamado alguna vez azules, los simoníacos de la moralidad, que quieren que tome­ mos por gracia de su ingenio lo que es bondad de nuestro corazón” (Prelu­ dios, ed. cit., p. 79). (18)

“Clarín”, Solos de “Clarín", Madrid, Alianza, 1971, p. 23.

LA CRITICA DE LA POESIA EN VERSO

783

Estos relatos se definen, habitualmente, p o r su carácter «ten­ dencioso»; suelen exponer, de form a más o menos velada, una tesis de índole política («D e la com isión», «U n candidato», «L a con­ tribución »), religiosa («D iá lo g o edificante») o literaria ( « E l poetab ú h o »); actúan así como prolongación (mediante la «dem ostración» narrativa) o complemento (mediante el tratamiento de asuntos di­ versos) de los artículos de crítica estrictamente literaria. A menudo se sirven del diálogo como m odo de discurso prim ordial, que per­ mite una exposición, mucho más directa, de las tesis del autor (v. gr. « E l D octor Pértinax», «D iálogo edificante»). Se caracterizan, además, p o r la utilización de nombres de lugares y personajes simbólicos, frecuentemente de carácter satírico;

v. gr. en «D e la

com isión», el pueblo del protagonista se llam a «Villaconduch o»; el río, «Pozos-oscuros»;

el m arqués que se aprovecha de la explota­

ción salm onera del río, «Pozos-hondos»; el escribano, «señ or Litispendencia», el sastre, «señ or Pespunte», y así sucesivamente. L a catalogación de los cuentos incluidos en volúmenes de crítica resulta, p o r lo demás, dificultosa, dado que, algunos de ellos (es el caso de «L o s señores de Casabierta» y « E l p oeta-búh o») semejan, p or su configuración, un producto a medio camino entre el cuento y el artículo de costumbres. Sergio Beser (19) distingue en Solos únicamente cuatro relatos (excluye el titulado «D e burguesa a cor­ tesana»), en Serm ón Perdido sólo uno (considera «L o s señores de C asabierta» y « E l poeta-búho» como artículos cortos y satíricos, próxim os al artículo de costumbres), en Palique uno (considera «D iálo go edificante» como «P a liq u e ») y en Siglo Pasado reconoce los dos citados. L aura de los Ríos (20) coincide con Beser en la apreciación de los cuentos de la colección Sermón Perdido, así co­ mo Gonzalo Sobejano (21). Este último intenta una categorización de las distintas form as en que Clarín elabora su crítica en m odo satírico:

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(19) Sergio eser Leopoldo Alas, crítico literario, Madrid, Gredos, 1968, págs. 86-88, 90-91, 97-98, 99-100 y 116-117. (20) Laura de los Ríos, Los cuentos de Clarín. Proyección de una vida, Madrid, Revista de Occidente, 1965, págs. 136-137 y 260-261. Conceptúa asi­ mismo como “artículo-cuento” el relato “Versos de un loco”. (21) Gonzalo obejano “L a crítica literaria de Clarín”, Clarín en su obra ejemplar, Madrid, Castalia, 1985, p. 65.

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Clarín recurrió alguna veces a la ficción, y escribió sátira en form a de cuento, epístola, visita, proceso, arbitrio, «historia natural», «interview », discurso, consulta, traducción apócrifa, rapsodia ( 2 2 ). L a diversidad form al de su obra crítica la había señalado ya el propio Alas en el «P ró lo g o » al folleto Un viaje a Madrid: «A sí irá la crítica en estos folletos envuelta muchas veces en form as muy variadas, algunas poco usadas para esta clase de asuntos» (23). Sin necesidad de afirm ar que relatos como « E l poeta-búho» o «L o s señores de Casabierta» constituyen artículos de crítica satírica en form a de cuento, resulta obvio que en Alas se aprecia una ten­ dencia natural hacia la crítica, que se manifiesta en buena parte de su obra de creación; al respecto señala Francisco García Pavón: Si «C la rín » fue crítico literario ante todo, necesariamente he­ mos de hallar en su obra narrativa abundantes elementos de ese ejercicio. Cierto que no son géneros m uy conjugables la pura creación artística y la alusión crítica a cualquier objeto literario. Pero «C larín » es así, y estas transvasaciones consti­ tuyen una constante de su estiío, que si no lo embellecen, al menos lo personalizan (24). Ahora bien, negar la categoría de «cuentos» a relatos como los dos citados equivaldría a negársela a otras composiciones clarinianas, unánimemente reconocidas como cuentos, tales « E l hom bre de los estrenos» (P ip a ), «González B rib ó n » (Cuentos morales), «T irso de M olin a» o «R e fle jo » (E l gallo de Sócrates y otros cuentos), que se apartan p o r su configuración del cuento «fabu lístico» tradicio­ nal, para adaptarse al esquema del cuento «novelístico» moderno; esto es, un relato «partitivo» (elige un aspecto de la realidad para aludir a toda ella), que desarrolla «un mínimo de trama, si así pue­ de llamarse, a través de la cual se llega a una comprensión de la realidad, pero no a su transcensión», y que, en su final, «vienen a dar en un retom o, una repetición, una abertura indefinidad o una permanencia dentro del estado inicial» (25). En todo caso, se ma(22) Ibíd., p. 65. (23) larín Un viaje a Madrid ( Folletos literarios, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1886, p. 12. (24) Francisco arcía avón “Crítica literaria en la obra narrativa de Clarín”, Archivum, 1952, págs. 63-64. L a utilización del relato breve como vehículo de ideas y preocupaciones del autor se ve incrementada en los años 90. (25) Gonzalo obejano introducción a Miguel elibes La mortaja, M a­ drid, Cátedra, 1984, págs. 53-55.

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neja un concepto de «cuento» mucho más am plio que el actual, que incluye relatos construidos en form a de narración, de diálogo (escena teatral), de epístola o de artículo de costumbres. D ejando aparte los relatos breves incluidos en volúmenes de crítica, la heterogeneidad del conjunto resulta, en buena medida, de la distancia cronológica que media entre los relatos recopilados, ya que el prim ero («D o c to r S u tilis») se publica en 1878 y el último («D o b le v ía ») en 1899. Estos relatos proceden, al menos en la parte que nos ha sido posible constatar (26), del medio periodístico, si­ guiendo un m odo de publicación habitual en el momento, que lleva al relato breve, prim ero al periódico y luego, desde aquí, al libro. E l procedimiento había sido utilizado p or Alas en sus libros de cuentos anteriores; así Pipá recoge narraciones publicadas entre 1879 y 1884; Doña Berta, entre 1890 y 1892; E l Señor y lo demás, son cuentos, de 1892 a 1893; Cuentos morales, de 1893 a 1895, y E l gallo de Sócrates y otros cuentos, entre 1894 y 1900 aproxim ada­ mente. E n D octor Sutilis la distancia cronológica es más acusada; mientras que la m ayoría de los relatos pertenecen a la década de los 90 (lo que confiere al conjunto una cierta unidad), tres de ellos escapan a este m arco temporal: son «D octor Sutilis» (1878), « N o ­ vela realista» (1880) (27) y «D octor Angélicus» (1881). E l aparente «a b a n d o n o » de estos cuentos, p or parte de un escritor tan cuida­ doso de su lab o r literaria como Clarín, responde tal vez a insatis­ facción con el producto narrativo logrado, o quizás apunta hacia la práctica común de elaborar varios ensayos narrativos en torno a un mismo tema para, posteriormente, aprovechar sólo algunos de ellos de cara a la confección de nuevos volúmenes. De hecho, Clarín gusta de tra ba ja r en torno a temas recurrentes: la filosofía, la poesía, el teatro, la crítica socio-política, el adulterio, etc. Estos temas recurrentes son, en la colección D octor Sutilis: la réplica a m odelos literarios conocidos (« E l viejo y la n iña» (28), «N u e v o contrato» (29), «L a perfecta casada» (30), « E l filósofo y la venga-

(26) Ignoramos la fecha primera de publicación de los siguientes relatos: “L a perfecta casada”, “Versos de un loco”, “Un repatriado” y “Medalla... de perro chico”. (27) Reproducido en el “Almanaque de El Carbayón”, Oviedo, 1892. (28) Publicado en La Vida Literaria, 21-1-1899. (29) Aparecido en El Imparcial, el 5-VII-1897. (30) Es la réplica al cuento de la serie Cuentos morales, “L a imperfecta casada”.

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d o r a ») (31)), la crítica de aspectos de la vida social y política na­ cional ( « E l Rana» (32), «D oble vía» (33), «U n re p atriad o ») (34), la crítica de la poesía («F em inism o», «V ersos de un loco», «Album a b an ic o ») (35), la evocación regionalista («M a n ín de Pepa J osé») (36) o la caracterización del «tip o » («M ed alla... de perro chico»). Como en el caso de los cuentos insertos en volúmenes de críti­ ca, es frecuente el recurso a la utilización de nom bres simbólicos (v. gr. «Antonio Casero» (37), «Teopom po Filoteo de B elem » (38) o «D o n Autónomo Parcerisa» (39)), a la construcción del relato en for­ ma epistolar (« U n repatriado», « E l filósofo y la v en gad o ra») (40) o dialogada («N u e v o contrato»), y a la adopción de una actitud hu­ morística, frecuentemente de tono satírico, p or parte del narrador. E l relato se inclina hacia la explicitación de una tesis, sobre todo cuando se refiere a temas candentes de la vida socio-política nacio­ nal o a géneros literarios en situación de crisis. Esto último es lo que sucede con la poesía española contemporánea:

el cuento nos

ofrece, habitualmente, una situación-tipo que ejem plifica la crítica, indirecta, de toda una form a de hacer poesía. La obra crítica clariniana constituye un m odo de denuncia mucho más directo. E l co­ tejo de los relatos cuyo tema específico es la crítica de la poesía en verso (y a mencionados al principio de este tra b a jo ) con la corres­ pondiente «te o ría» crítica clariniana al respecto, ocuparán las pá­ ginas que siguen, en un intento p or a rro ja r luz sobre un aspecto tan fundamental del quehacer literario de Alas como es el de la estrecha correlación entre «teoría» y «p ra x is» de la literatura. Sfc

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La consideración de la crítica literaria en Alas impone una aproximación a su definición y categorización; el prólogo al volu(31) Publicado en La Ilustración Ibérica, núms. 489, 495 y 497; 14-V, 25-VI y 9-VII-1892. (32) Publicado en El Imparcial, 24-11-1896. (33) Aparecido en La Revista Moderna, 28-VII-1899. (34) Pertenecen a este mismo grupo “L a contribución”, “De la comisión” y “Un candidato”. (35) Se hallan en la misma línea que “El poeta-búho”. (36) “L a guitarra”, relato de 1896, se incluye dentro del mismo área te­ mática. (37) Protagonista de “U n repatriado”. (38) Protagonista de “Versos de un loco”. (39) Protagonista de “L a perfecta casada”. (40) El procedimiento epistolar se había utilizado anteriormente en los dos relatos de Solos: “De burguesa a cortesana” y “De burguesa a burguesa”.

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men Palique (1894) constituye la m ejor referencia a este respecto. Reconoce Clarín la existencia de «varios géneros de crítica que son racionales y... obedecen a facultades y fines respectivos» ( Palique, p. 60); y distingue entre ellos la «crítica literaria» en sentido es­ tricto, a la que intenta dotar de una definición:

1 .°, crítica, es decir, juicio, comparación de algo con algo, de hechos con leyes, cópula racional de términos homogéneos; y 2 .°, literatura, es decir, de arte, estética, atenta a la habilidad técnica, a sus reglas (absolutas o relativas) ( Palique, p. 62). L a «crítica inmediatamente literaria» conoce, a su vez, varias maneras (41);

entre ellas la «higiénica y policíaca», y la que con­

siste en «estudios largos, de ciertas pretensiones críticas» ( Palique, p. 59). L a prim era, que encuentra su m ejor expresión en los «p ali­ ques», va dirigida a los escritores vulgares, de escasa o nula valía, y resulta de indudable utildad en el terreno de las letras: «S i se me dice que de todos los modos de crítica éste que hace de ella un negociado de higiene y de policía es el más enojoso, el de menos brillo y más disgustos para quien se em plea en tal oficio, declaro que pienso lo mismo; pero también creo que es de mucha utilidad, particularmente en países como el nues­ tro, donde la decadencia de toda educación espiritual, del gus­ to y hasta del juicio, a cada movimiento nos em puja hacia los abism os de lo ridículo, o de lo bárbaro, o de lo b a jo y grosero, o simplemente de lo tonto» ( Palique, págs. 64-65). La tarea del crítico «higiénico» no es, como un análisis super­ ficial revela a algunos, eminentemente destructiva: Alas es cons­ ciente de las posibilidades que ofrece de cara a una m ejora de la realidad circundante: estos paliques que muchos tachan de frívolos, malévolos, inúti­ les para la literatura. Son inútiles p or la pobreza de mis fa­ cultades, no p o r la intención, sino p or la naturaleza del género. Son crítica higiénica y de policía; son crítica a una realidad histórica que se quiere m ejorar, conducir p or buen camino (Palique, p. 6 6 ).

(41) El ya citado estudio de Sergio Beser ( Leopoldo Alas, crítico literario, págs. 68-70) se ciñe a las dos maneras caracterizadas por Alas. El de Gonzalo Sobejano ( “L a crítica literaria de Clarín”, págs. 63-76) distingue^hasta tres modos: el satírico (negativo), que predomina en los solos y paliques; el pa­ negírico (afirmativo), expresado en solos y folletos, y el exegético (interpre­ tativo), en lecturas, ensayos y revistas.

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E l segundo tipo de crítica afecta a las obras nocido interés literario; Alas cita como ejem plo volumen Ensayos y Revistas (1892), con trabajos como «L a novela novelesca» o «Revista literaria

y temas de reco­ los artículos del tan significativos (enero 1890). La

crítica y la poesía en España». La crítica que se aplica a la poesía española del momento se adecúa, p o r lo general, al modo satírico (42), habida cuenta del deplorable panoram a en que Clarín sintetiza el estado de la versi­ ficación contemporánea (43); panoram a que expone detalladamen­ te el diálogo entre el crítico Clarín y la m usa de la poesía lírica (E r a t o ) en el folleto literario Apolo en Pafos, y que se ciñe a las siguientes realidades del quehacer poético: el sentimentalismo (44), (42) A las defiende la crítica satírica en el relato “Feminismo”. Encarna esta clase de crítica en el señor Sencillo, “crítico corrosivo”, más conocido en el desempeño de su tarea como “Bisturí”, e identificado con el “Erizo” (“con púas”) que da título al periódico en que trabaja. En este personaje hay mu­ cho del propio A las: “un abogadillo sin pleitos, chiquitín, bilioso, miope, que escribía de crítica y de cuanto Dios crió en prosa y en verso, en un papel sa­ tírico ( “Feminismo”, Doctor Sutilis, ed. cit., p. 231). Es un auténtico “sacerdote” en el ejercicio de su profesión, conocido por los “palos” que propina a los malos escritores (vid. la relación de “palo” con “palique” en Palique, ed. cit., p. 218), entre ellos a M urías: Y decía Bisturí en El Erizo: “Ahora se verá si soy o no imparcial de veras. El autor es un amigo, un compañero... pues bien, por lo mismo se le debe la verdad entera...” Y la verdad era digna de los yangüeses que apalearon a Don Quijote... Murías se quedó en la cama unos días porque se sentía molido materialmente. N o se reconocía hueso sano” ( “Feminismo”, p. 236). (43) Panorama semejante es el que traza Manuel Machado en “Los poetas de hoy” (conferencia leída en el Ateneo Madrileño en 1911 e impresa poste­ riormente en el volumen La guerra literaria, 1914), donde califica de “terrible, mansamente terrible para las artes españolas, y más particularmente para su mayor, la poesía, (...) el largo período que transcurrió desde la muerte del rey Alfonso X II hasta nuestros últimos desastres coloniales” (Manuel achado “Los poetas de hoy”, La guerra literaria, ed. de P. Celma y F. J. Blasco, Ma­ drid, Narcea, S.A., de Ediciones, 1981, p. 99). Caracteriza Machado esta etapa por la indiferencia y la incultura, y por el total desamparo en que cae la poesía española tras la desaparición de Zorrilla, Campoamor y Núñez de Arce:

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L a Poesía española quedó reducida a un escaso número de imitadores sin carácter ni fuerza alguna, entre los cuales se ve sobresalir apenas las efímeras y borrosas figuras de un Velarde, un Ferrari, un Manuel Reina. L a Poesía española se moría en medio del desprecio general, en­ tre las zumbas de Clarín y las inocentes sátiras del Madrid Cómico, mantenedor de la lírica festiva más insulsa del mundo achado “Los poetas de hoy”, p. 103).

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(44) larín Apolo en Pafos (interview) ( Folletos literarios, III), Madrid, Librería de Fem ando Fe, 1887, págs. 75-76.

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las nuevas tendencias poéticas (45), la decadencia de la poesía lí­ rica (46), la poesía de Cam poam or y Núñez de Arce (en la que domina la atención a los hechos del siglo) y el futuro de la poesía lírica en nuestro país (d e signo absolutamente negativo). A despecho de estas desfavorables circunstancias, Clarín no deja de erigirse en adm irador y exégeta de los grandes poetas: C am poam or (47), Núñez de Arce (48) y, en parte, M anuel del Pala-

Francisco Giner de los Ríos considera el sentimentalismo como uno de los “principales extravíos de la literatura moderna” y como una de las “adulte­ raciones de los principios románticos” (vid. “Consideraciones sobre el desarro­ llo de la literatura moderna”, Estudios de literatura y arte ( Obras completas, vol. III), Madrid, 1919, p. 204). (45) Sus mejores exponentes son los poetas franceses contemporáneos: Baudelaire, Leconte de Lisie y Verlaine entre ellos. Los escritores españoles se hallan bastante alejados de estas tendencias, circunstancia poco propicia para las letras autóctonas, que Clarín no deja de lamentar: ¿Ves ese pesimismo, ese trascendentalismo naturalista, ese orientalis­ mo panteístico o nihilista, todo lo que antes recordabas tú como con­ trario a tus aspiraciones, pero reconociendo que eran fuentes de poesía a su modo? Pues todo ello lo diera yo por bien venido a España, a reserva de no tomarlo para mí, personalmente, y con gusto vería aquí extravíos de un Richepin, satanismos de un Baudelaire, preciosismos psicológicos de un Bourget, quietismos de un Am iel y hasta la procesión caótica de simbolistas y decadentes; porque en todo eso, entre cien errores, amaneramientos y extravíos, hay vida, fuerza, cierta sincesidad, y sobre todo, un pensamiento siempre alerta (Apolo en Pafos, p. 85) (46) Clarín posee un elevado concepto de la poesía lírica, que explícita, v.gr. en su artículo “L a lírica y el naturalismo. Los buenos y los sabios (poe­ ma de Campoamor)” (en Armando alacio aldes y Leopoldo las La lite­ ratura en 1881, Madrid, Alfredo de Carlos Hierro Editor, 1882, p.. 151); no obstante, no cree posible su desarrollo satisfactorio en el presente momento literario, fundamentalmente por falta de buenos poetas. A despecho de estas opiniones, críticos contemporáneos como F. Giner de los Ríos ( “Del género de poesía más propio en nuestro siglo”, op. cit., p. 57) y U. González Serrano ( “Consideraciones sobre el Arte y la Poesía”, Krausismo. Estética y Literatura. Antología, ed. de J. López Morillas, Barcelona, L a ­ bor, 1973, págs. 203-204) estiman que la poesía lírica es la más adecuada al momento histórico-literario que se vive. (47) A las se ocupa de la poesía de Campoamor en trabajos como “L a líri­ ca y el naturalismo. Los buenos y los sabios (poema de Campoamor)”, ed. cit., págs. 145-156; “Pequeños poemas (Campoamor)”, Nueva Campaña, ed. cit., págs. 251-261; “Los amores de una santa”, Nueva campaña, págs. 15-27; “Las Humoradas de Campoamor”, Nueva Campaña, págs. 193-205. (48) Vid. fundamentalmente el cuarto de los Folletos literarios, Mis pla­ gios. Un discurso de Núñez de Arce, Madrid, Librería de Femando Fe, 1888.

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ció (49); los «d os poetas y m edio» (50) que son para Alas los únicos exponentes de altura en la poesía contemporánea. N o obstante, su crítica más meditada es la que dedica a poetas extranjeros como Baudelaire, Verlaine o Anthero de Quental; es precisamente en la digresión previa al enjuiciamiento de las Flores del mal donde Alas nos ofrece una caracterización más explícita de lo que es para él esa crítica reflexiva, «con ciertas pretensiones»: ¿qué duda cabe que en la crítica de arte lo prim ero es ente­ rarse, comprender? Y comprender la poesía es claro que no consiste sólo en descifrar sus elementos intelectuales, sino que hay que penetrar más adentro, en la flo r del alm a poética; por eso ha habido, hay y seguirá habiendo tantos críticos muy sesudos, muy instruidos, muy perspicaces, que al hablar de poetas desbarran lastimosamente. El crítico de poesía necesita ser... ¿cómo lo diré yo?, ecléctico en sentimiento, y un poco también en ideas ( . . . ) Me atrevo a sostener que en poesía no hay crítico verdadero sino es capaz de ese acto de abnegación que consiste en prescindir de sí mismo, en procurar, hasta donde quepa, infiltrarse en el alma del poeta, ponerse en su lugar. Sólo así se le puede entender del todo y juzgar con jus­ ticia verdadera (51). Pero, puntualiza páginas adelante, «d iré que es también claro que la crítica es así cuando se trata de verdaderos genios, o de grandes talentos por lo menos;

para los tontos y necios que se

meten a poetas, el m ejor trato es el de cuerda; esto es evidente» («B a u d e la ire », p. 85). Los primeros son, sin em bargo, casos aisla-

(49) Vid. la crítica “positiva” (en alabanza de la métrica y de la forma poética) a “Blanca. Historia inverosímil. Poema de Manuel del Palacio”, ed. cit., págs. 73-82). (50) El cliché fue acuñado por Alas en su artículo “Los poetas en el Ate­ neo” (Sermón Perdido ( crítica y sátira), Madrid, Librería de Femando Fe, 1885, p. 3): “ ¿Nada más que tres poetas? Nada más. Y si vamos a tomar a rigor el concepto, dos y medio. ¿Quién son? Campoamor y Núñez de Arce los enteros, el medio (y un poco más) Manuel del Palacio”. L a respuesta del “me­ dio poeta” a la crítica de Clarín desencadena una polémica entre ambos es­ critores, que da lugar a trabajos como el folleto V, A 0.50 poeta. Epístola en versos malos con notas en prosa clara, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1889. Puede verse un resumen de la polémica en Narciso lonso ortes Ensayos de literatura regional castellana, Valladolid, Ambito Ediciones, 1985, págs. 101-104. Para un crítico “benévolo” como Juan Valera, el número de poetas podría ampliarse al de los “diez o doce que ya el público ha canonizado” ( “La Me­ tafísica y la Poesía”, ed. cit., p. 1.638). (51) “Baudelaire”, Mezclilla, Barcelona, Edit. Lumen, 1987, p. 83.

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dos, cuyo trabajo da cuerpo a esa «flo r del espíritu» (52) que es la poesía. Los últimos, p or el contrario, constituyen un grupo nu­ meroso de medianías y nulidades disfrazadas de medianías, com­ pletamente falto de originalidad: «N u estras medianías no saben más que imitar, dándole siempre vueltas al mismo amaneramiento, al poeta de su predilección, o p or lo menos su protector y amigo; no escriben libros de ciencia estética; no piensan en la técnica de su arte; les basta con las reglas atropelladamente redactadas de las poéticas vul­ gares; han aprendido los misterios técnicos de la métrica en el instituto provincial, y eso les basta; no han vuelto a pensar en las profundas y complicadas leyes del ritmo en su relación con la idea bella. Y de los grandes problem as estéticos, ¿qué han dicho, qué han pensado? Nada. N o les importa. Todo se reduce a escribir com o Campoamor, o com o Bécquer, o com o Núñez de Arce, o como Quintana, o com o los traductores de los poetas clásicos o de los modernos extranjeros» («R evista literaria (enero 1890). La crítica y la poesía en E spañ a», págs. 1.161-1.162). L a poesía de imitación es objeto de denuncia, a través de la parodia, en algunos de los últimos relatos clarinianos. En « E l sus­ tituto» se realiza una crítica de la poesía heroica de imitación al m odo de Quintana, cuyas Poesías patrióticas (1808) se pretende rem ediar en «unos versos bastante largos, todo lo retumbantes que le fuera posible, y en los cuales se hablara de Otumba, de Pavía... y de otros generales ilustres» (« E l sustituto», p. 229). Pero el prota­ gonista, Eleuterio M iranda, no cree en la operatividad de este tipo de poesía épica, objetiva, que resulta falsa si no va acom pañada de una acción efectiva encaminada a salvar a la patria: «bien com­ prendía cuán ridículo resultaba, en el fondo, aquello de contribuir a salvar la patria, dado que en efecto zozobrase, con endecasílabos y eptasílabos más o menos parecidos a los de Q uintana» ( « E l sus­ tituto», p. 230). La poesía épica implica un m odo de vida com pro­ metido, que en el caso de M iranda se traduce en una actitud heroica destinada a restituir la memoria del «sustituto»; actitud arrastrada hasta la muerte del poeta, inspirada p or modelos épicos universa­ les: «sus recuerdos de la Iliada, del Ramayana, de la Eneida, de Los Lusiadas, de la Araucana, del Bernardo, etc., etc., llenaron su fanta­ sía para inspirarle un bell m orir» (« E l sustituto», p. 236).

(52) “L a poesía es una aristocracia, una flor del espíritu; su enemigo es la vulgaridad, la democracia igualitaria y el atomismo individual” ( “Revista literaria (enero 1890). L a crítica y la poesía en España”, ed. cit., p. 1.163).

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En «M alo s hum ores» se lleva a cabo una crítica de la poesía de imitación cam poam orina y sus extremos, en concreto de las H u m o ­ radas (1886) (53). Esta form a poética breve, compuesta generalmen­ te en pareados y cuartetos, que Cam poam or define escuetamente como «u n rasgo intencionado» (54), y que se caracteriza p or el predom inio del humorismo, pretende reivindicar «esa poesía, ligera unas veces, intencional otras, pero siempre precisa, escultural y corta, que nuestro eminente poeta el señor don G aspar Núñez de Arce ha bautizado con la expresión desdeñosa de «suspirillos líri­ cos, de corte y sabor germánicos, exóticos y am anerados» («P ró lo ­ go», Humoradas, p. X II). El mayor mérito de esta poesía breve es el de ser una form a condensada, de tal m odo que siempre sugiere más de lo que expresa («P ró lo g o », Humoradas, págs. X X -X X I). A esta form a de poesía se refiere el relato «M alo s hum ores», cuyo protagonista es un poeta «lap id ario » (55);

definido éste en

términos de «poeta que graba en piedra, que escribe inscripciones más que otra cosa, poeta que pone epitafios a sus ilusiones y a las cosas del mundo exterior» («M a lo s hum ores», p. 52), es partidario de una poesía breve: « E l bello ideal de la poesía es el telegrama para Filipinas;

es decir, aquel estilo en que se ahorran palabras

como si cada una costara un ojo de la cara» («M a lo s hum ores», p. 52). De este modo, se decide a componer hum oradas, que «en­ cierran en dos, tres o cuatro versos toda una historia» («M a lo s humores, p. 52); para muestra véase la prim era de ellas: «A l llegar

(53) L a referencia explícita que anticipa el texto de 1900 se localiza en el artículo que Alas dedica a “Las Humoradas de Campoamor” (ed. cit., p. 198): “no es cosa probada que se hayan muerto o estén empleados en Ultram ar to­ dos los imitadores de doloras y pequeños poemas; y es de temer que si ven las humoradas tomen en serio lo del género y comiencen a publicar aleluyas (1)”. (1)

N. del A .: “Y a han comenzado. Ya andan por ahí Humoradas perfecta­ mente falsificadas. No les falta más que un poco de ingenio”.

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(54) ampoamor “Prólogo”, Humoradas, Valencia, Pascual Aguilar Editor, 1889, p. 6 (Biblioteca Selecta, vol. X X X IX ). Clarín precisa la definición de “humorada” que Campoamor nos ofrece: “H ay humoradas de Campos que son rasgos intencionados efectivamente; pe­ ro hay otras muchas que no lo son, entiéndase la definición como se quiera ; y por último, hay muchas humoradas en el librito... que ni siquiera son hu­ moradas, en ninguna acepción de la palabra” ( “Las Humoradas de Campoa­ mor”, ed. cit., p. 195). (55) Con este término se alude también, solapadamente, a esa poesía breve de raíz germánica, que algunos llaman “Lapidaria” (vid. ampoamor “Prólo­ go”, Humoradas, p. X III).

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a m i edad, la prim avera — se parece al otoño a su m anera» (56), y glosa, en términos mucho más amplios (se trata de una poesía condensada): Esto quiere decir que como ya he cum plido los treinta y cin­ co años, ya no me alegra la falaz coquetería del renacimiento de la naturaleza; en ese pareado aludo yo a mis desengaños y aventuras, a mi tristeza resignada del presente, etc., etc. En fin, se podría escribir un libro con lo que quiere decir ese par de versos («M a lo s hum ores», p. 52). N o obstante, la hum orada es para el poeta sólo un puente de paso hacia la poesía perfecta, que sería aquélla reducida a un mero sistema de señales; es precisamente en la basculación hacia este extremo donde se vierte el grueso de la sátira clariniana, véase V erb i grada: una manecilla apuntando con el índice a unos cuernos y un rabo significaría todo aquello que Dante explicó diciendo: (56) Son los dos primeros versos de un poema titulado “Vejeces” que Alas publica en la revista madrileña Los Apuntes (Año I, núm. 8, 1894) y que aparece reproducido, posteriormente, en Asturias. Revista ilustrada del Centro Asturiano de Madrid, septiembre 1911 (vid. Marino ómez antos “Clarín poeta (Dos composiciones en verso, inéditas, y una bibliografía”, Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, Año V, núm. X IV , 1951, p. 400). Reproducimos, a continuación, la composición completa:

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“VEJECES (en el álbum de una señorita de Lugo, donde, por lo visto, todavía hay álbums) (1)”. A l llegar a mi edad, la primavera se parece al otoño a su manera. Pensando en el amor, que ya no siento, aprendo a despreciar el pensamiento. Cursa la ciencia del vivir y admite que el grado de doctor lo da la muerte. Fueron, en otra edad, los ruiseñores, para mí los teólogos mejores.

— (1)

P or mujer, bella y joven, te deseo que creas al leerme que chocheo.

L a crítica a los álbumes de versos, explicitada en la dedicatoria de este poema, se encuentra desarrollada más por extenso en el relato titulado “Album -abanico” ; todo él constituye una parodia de esta costumbre (la del álbum de versos) completamente pasada de moda, y más aún de la del abanico convertido en álbum, que es “el colmo de lo cursi” ( “Album abanico”, p. 57).

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per me si va ne la cittá dolente, — per me si va neV eterno dolore, — per me si va la perdutta gente, etc. — Y a comprendo; según la escuela de usted, toda la Iliada de­ bería reducirse a la conocida frase «aqu í fue Troya». E l H o­ mero de ese género debe de ser algún sordom udo («M a lo s hum ores», p. 52). En « E l poeta-búho. Historia natural» (57) la crítica afecta a la poesía de imitación al modo del romanticismo, que ya había sido parodiada p or Alas en uno de los tempranos ensayos narrativos incluidos en Juan R uyz: En sus mocedades fue poeta melenudo, y según sus cuentas, escribió la palabra corazón dos billones de veces; dolor, la mitad; ataúd, sesenta millones; laúd, otras tantas para hacer consonante con la anterior; y amor, perjura, dulzura, ardor, sentimiento, aliento, imploro, adoro, hijos, prolijos, ojos, abro­ jos, alma, calma, los participios en ante, ado, ido; los adver­ bios en ente, y verbos con verbos los rimó, respectivamente, más de siete mil. De m odo que mi tío dice que ya está em palagado con tanta poesía, como si lo fuesen estos versos combinados siempre de la misma manera y siempre con los mismos consonantes y en los que el vate nom bra el corazón sin acordarse de él y llama a la muerte cuando si viniese la tendría un canguelo horri­ ble (58). La poesía que se denuncia es, concretamente, la de carácter funeral, a la que se subordinan todos los elementos del relato: el calificativo asignado al poeta, «b ú h o » (con sus connotaciones de nocturnidad, rapacidad y aislamiento), el nom bre del mismo (don Tristán de las Catacumbas), sus gestos («c o n gestos de muerto desengañado»), el saludo que dirige al crítico («fú n e b re como él solo; el apretón de manos del convidado de Pied ra»), los títulos de los libros avalados por el escritor ( Ecos de la turba, E l Réquiem eterno), los subtítulos del último de ellos («Id ilio del subsuelo»,

(57) Para dar fe de la veracidad de lo narrado, Clarín utiliza un marbete que es, a su vez, crítica de los extremismos del naturalismo: “publican libros y más libros llenos de hechos sorprendidos a la realidad, van cargados de apuntes por todas partes; viajan mucho y recogen tronchos de verdura en los mercados de hortalizas, para copiarlos, en casa, del natural” (“Los grafó­ manos”, Obras selectas, ed. cit., p. 1.183). (5 8 ) Leopoldo A l a s , “Mi tío y yo”, Juan Ruyz, Carreño, mes 4, núm. 19, domingo 30 de agosto de 1868, en Leopoldo Alas, “Juan Ruiz” ( periódico hu­ morístico), transcripción, introducción y notas de Sofía Martín-Gamero, Ma­ drid, Espasa-Calpe, 1985, p. 203).

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«Fuegos fatuos», «Responsos de mi lira » y «R im as (5 9) de lu to ») y el «a ro m a » que se desprende de sus versos: «cuando terminó la prim era parte, olía a difunto» (« E l poeta-búho», p. 125). E l tema m ortuorio resulta habitual en la poesía de cantares, género que Alas parodia en este cuento, si bien no en las form as más comunes de la cuarteta asonantada o de la seguidilla, sino en las de la copla y el romance. E l segundo de los poemas de don Tristán recuerda a uno de los cantares populares recogidos p or Augusto Ferrán: POEMA DE D. TRISTAN

— La llevaban a enterrar en un ataúd muy ancho, en el que llevan a todos los difuntos de aquel barrio. E l cadáver se movía con los tum bos que iba dando. Y o les hallé en el camino. — Detened, les dije, el paso. N o va com pleto el vehículo, aún hay sitio para ambos; llevadme también a mí que yo la carrera pago; poco hay desde aquí a la muerte, el viaje no será claro...

POEMA DE A. FERRAN

El carrito ha pasado llevaba la p or eso la

de los muertos p or aquí; mano fuera, conocí (60).

En «V ersos de un loco» efectúa Clarín una dura crítica del poeta m odernista de imitación (61), el cual, pretendiendo elaborar un tipo de poesía totalmente novedoso, cae, sin em bargo, en las preo­ cupaciones idealistas tradicionales; este hecho lo apuntaba ya la musa Erato en Apolo en Pafos (p. 77): (59) Alusión inequívoca a las Rimas de Bécquer, incluidas en las cinco ediciones de las Obras becquerianas, que vieron la luz entre 1871 y 1898. Las ediciones de 1877, 1881, 1885 y 1898 fueron realizadas por el editor Femando Fe, editor asimismo de buena parte de las obras de Alas. (60) M. ubero Sanz, Vida y obra de Augusto Ferrán, Madrid, C.S.I.C.,

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1965, p. 58. Este texto sería retomado posteriormente por Bécquer en su narración “L a venta de los gatos”. (61) Esta crítica tal vez se dirija, más concretamente, a esa “literatura religiosa de moda” que ejemplifica Verlaine en sus Liturgias íntimas: El arte religioso también es la preocupación de muchos literatos mo­ dernos. Hasta se ha querido caracterizar el espíritu general de la noví­ sima literatura por la religiosidad (...) Nadie más entusiasta que yo de esa religiosidad literaria, tomada en sus rasgos generales; pero si

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entre los poetas modernísimos que se creen desligados de la tradición y de la herencia romántica, hay preocupaciones idea­ listas, aunque ellos lo nieguen; y ese mismo impersonalismo, y sobre todo, el tecnicismo, la ciencia y el arte descriptivos tomados como objeto, inmediato y único, la trascendencia me­ tafísica que casi siempre late en las obras de esos autores, sea para blasfem ar, o para dudar, o para resignarse, son ele­ mentos extraños a la verdadera poesía natural. E l entronque de las nuevas tendencias poéticas (pam asianism o y sim bolism o en particular) con el Romanticismo se revela, efecti­ vamente, en no pocos aspectos del relato: la tópica apariencia del poeta (62), su misión (63), su condición de ser m arginal (64) y su veo en ella mucho que aplaudir, no poco que admirar, también me ins­ pira recelos y temo bastante sus deficiencias. Temo ante todo, que en muchos espíritus no sea el nuevo espíritu más que una moda (...) yo temo (...) demasiada sugestión y demasiado impresionismo, y algo de pose (sic), y su mucho de engouement en el prurito de los imitadores, de los dóciles (aún de los difrazados de rebeldes, dóciles con el signo menos)” (John W. ronik “Notes et documents: Clarín and Verlaine”, Révue de Litterature Comparée, Año X X X V II, núm. 3, julio-septiembre 1963, 6. 381).

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,

(62) Es la figura del bohemio, que encontramos asimismo en “El poetabúho” y en “Feminismo”, de procedencia francesa, y rasgos estereotipados: “Tenía un aire de familia con todos esos trovadores errantes que andan por ahí cantando la Marsellesa y enseñando los codos. Era la imagen del roman­ ticismo, como le vestiría su enemigo el clasicismo de buena gana. Usaba melena, la noble, la irreemplazable melena, con símplica audacia, por toga pretexta llevaba el conocido gabán de verano, largo, gris, raído, como tenía que ser...” (“Versos de un loco”, ed. cit., págs. 211-212). (63) El poeta es un elegido de Dios, dotado de una intuición excepcional y de una exquisita sensibilidad, que intenta dar a conocer a los demás el ocul­ to misterio de la poesía: Era en lo obscuro; sobre mi pecho sentí una mano; en las tristezas del pobre lecho me visitaba Dios soberano. Era la mano de luz; caricia de lo Infinito, callado premio, misterio — madre— . Lloro en espíritu por la delicia que al miserable dulce bohemio le otorga el Padre. ( “Versos de un loco”, p. 214). (64)

El poeta es un auténtico “Ecce homo” (nombre de la calle en que

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afán de trascendencia (65), manifiesto este último en una contra­ dictoria mezcla de esoterismo y cristianismo. L a afición p o r las doctrinas esotéricas, procedente del pam asianism o, es una mera «p o s e » que el poeta adopta para poder tildarse de «a teo », pero que, en todo momento, aparece mezclada con motivos cristianos (num erosas alusiones religiosas, que se traducen en una alabanza a la divinidad); así lo evidencia el discurso del poeta resum ido p or el narrador: «h abía hablado, sin dejarm e meter baza, de Budha, de Lao-Tseu, del etíope que Renán nos describe, creo que en San Pablo, y que va meditando el Evangelio a su manera; de Verlaine, de Caran d'Ache, de San Agustín, del gallo de Sócrates y del gallo de San P e d ro ...»; así lo revela también la dedicatoria de su obra: «Aunque usté no lo crea, / señor obispo, / aunque parezco hereje / me quiere C risto» («V e rs o s de un loco», p. 212); y uno de sus «E s ­ tam bres»: «H a de ser en el cielo una sorpresa / de los santos sin fin inocentones, / ver llegar a montones / una y otra remesa / de ateos, sin saberlo, / santurrones» («V erso s de un loco», p. 215). La misma mezcla de novedad y tradición se percibe en el empleo de la métrica, que si, p o r una parte, recurre a estrofas conocidas como la seguidilla, el pareado, el cuarteto, la lira o el romance, y a la utilización de la rim a consonante, p or otra, echa mano de me­ tros y combinaciones métricas inusuales, que ya el romanticismo había puesto en práctica. Se aprecia una preferencia p o r el deca­ sílabo compuesto de dos pentasílabos («P e ro la mano, que ya es de plom o, / entre dolores, sin saber cómo, / siempre acaricia. La pasión fuerte / que tanto oprime, siempre es delicia»), que entra

vive): Unos se burlan de mí, otros hasta me insultan; otros, los más toleran­ tes, callan... y yo sigo” ( “Versos de un loco”, p. 217); se siente marginado por un “vulgo” que no le comprende, y al cual se considera superior ( “Enseño mis versos a todos los literatos vulgares que quieren recibirme (...) M e he impuesto esa penitencia...” ( “Versos de un loco”, p. 217)), y dirige al lector una advertencia que es un insulto: “advierto al lector, idiota e indocto que no debe reírse de lo que no entienda” (“Versos de un loco”, p. 213). Jesús Murías, protagonista de “Feminismo”, es, asimismo, un individuo marginado, menospreciado por la sociedad: “El cura le tenía por hereje, el alcalde por vago y el cabo de la Guardia Civil por avanzado. N o le querían bien” (“Feminismo”, p. 229). (65) El poeta se titula “ultratelúrico” , y el crítico confiesa acerca de él: “Me había hecho olvidarme de todo lo material, de todo lo sensible” ( “Versos dé un loco”, p. 212). ÍÍL mismo afán de trascendencia se apuntaba ya en “El poeta-búho” : “Lo mejor es que yo mismo lea mis versos y le haga fijarse en sus trascendentales pensamientos” ( “El póetá-búho”, p. 122).

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a form ar parte de combinaciones métricas con el pentasílabo, for­ mas nuevas sobre esquemas métricos conocidos: el del cuarteto (A b A B ) o el del sexteto (A B cA B c). E l mismo afán de novedad afecta a la expresión poética, que se caracteriza p or su vaguedad, su oscuridad incluso: «H a y siem­ pre una impostura en hablar claro;

/ no se puede ser claro sin

mentira... / Ve oscuro y algo raro; divaga, ama y delira» («V e rso s de un loco», p. 213). Alas, en definitiva, propone el rechazo de las obras producidas p or estas mediocridades (nulidades incluso) porque su efecto sobre el público resulta pernicioso, y se confirm a en su postura apoyán­ dose en una cita de Shopenhauer: N o es necesario considerar seriamente la cantidad de tiempo y de papel malgastados por este enjam bre de poetas medio­ cres y todo el daño que causan; pues, p or una parte, el público pide siempre algo nuevo; p or otra, se inclina siempre, p or instinto, a lo absurdo, a lo vulgar y bajo, más conforme con su propia naturaleza; por esto los escritos medianos le apar­ tan de las verdaderas obras maestras, y le impiden instruirse en su lectura; trabajan, por consiguiente, esos poetas media­ nos contra la benéfica influencia del genio; corrom pen más y más el gusto, y detienen el progreso del siglo ( 66 ). En la literatura del momento esta clase de poetas está repre­ sentada p or escritores como Antonio Fernández G rilo (67), José Velarde, Em ilio Ferrari y Carlos Fernández Shaw, que atraen la parte más importante de la sátira clariniana. En un nivel más general, pero no p or ello menos crítico, se sitúa la caracterización que Alas realiza de la figura del «grafóm a­ n o » ( 6 8 ), fiel exponente de los vicios y defectos de buen núm ero de escritores contemporáneos, en particular poetas. Es el grafóm a-

(66) Cita de El mundo como voluntad y representación, en “Revista lite­ raria (enero 1890). La crítica y la poesía en España”, p. 1.161. (67) Grilo es, Sin duda, el poeta más denostado por A la s ; la obra de éste recoge numerosas alusiones al mencionado vate. Resulta especialmente corro­ sivo el artículo “Versicultura. Grilus Vastatrix”, incluido en el volumen La literatura en 1881, págs. 93-97, que da comienzo en estos términos: “Hace mu­ chos años que vengo sosteniendo, con un valor de que nunca me alabaré bastante, que don Antonio Fernández Grilo es un poeta tan malo, que si no hubiera Velardes en el mundo, podría pasar por el peor poeta”. Sobre la poesía de Grilo, Velarde, E. Ferrari y Carlos Fernández Shaw se localizan algunas notas en “Camachología”, Sermón Perdido, págs. 153-157, y en “El Certamen de San Juan de la Cruz”, Palique, págs. 268-270. (68) “Los grafómanos”, Obras selectas, ed. cit., págs. 1.179-1.184. ......

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no aquel individuo que tiene «la manía de escribir», y la practica a despecho de las otras muchas ocupaciones de su existencia; va­ nidoso hasta el extremo, suele escribir de balde, y se cree con fre­ cuencia «fu n d a d o r de una escuela, jefe de un bando literario»; su labo r literaria se guía siempre por cánones preestablecidos: le gusta escribir «la rg o y tendido», hace uso de títulos largos, afec­ tados y tópicos y suele dividir su obra en capítulos precedidos p or números romanos. Su clase es numerosa y su efecto sobre la lite­ ratura pernicioso. E l m ejo r exponente de esta tan denostada figura en la narrativa clariniana es, sin duda, Jesús M urías de Paredes, protagonista del relato titulado «Fem inism o». M urías presenta el aspecto tópico del grafóm ano (es el bohem io p or excelencia): «tenía aspecto de tísico, el valor de su melena desaliñada y de un castaño sucio (sucios te­ nía todos los colores de su cuerpo y traje); usaba b a rb a corrida... de la vergüenza de sus pocos pelos; pocos y mal avenidos. En fin, así eran los poetas, o no debían ser» («F em in ism o», p. 230). T ra­ ba ja de balde (« L o que no hacían era pagarle. N o faltaba m ás» («F em in ism o», p. 229)), y p or tanto, pasa ham bre («e n su pueblo natal se m oría de h am bre», y en Valladolid, «e l horizonte era más ancho, pero el ham bre la m ism a» («F em inism o», p. 229)). E llo da como resultado una poesía débil, que nace ya enferm a; Alas se m uestra muy consciente de las estrechas relaciones existentes en­ tre la literatura y el estómago: Recuerdo haber leído un artículo de mi buen am igo el muy notable publicista y pensador Pompeyo Gener ( . . . ) en que se hablaba de lo maí que solían comer algunos escritores ma­ drileños y de los alardes de miseria y depravada cocina de algunos bohem ios de la corte literaria. Gener censuraba este amaneramiento, este ebionismo literario, causa tal vez del es­ caso vigor intelectual de muchos ( . . . ) sea p or lo que sea, p or m ala comida material o por escaso e insustancial pasto del espíritu, o p o r am bas deficiencias, ello es que la literatura es­ pañola, como cosa de todos, como ambiente social, se va con­ virtiendo en una marea viva de necedad suficiente (69). La poesía «h ija del ham bre» es mal común, cuyos remedios, materiales, se hallan al alcance de la mano. Para Teopom po Filoteo de Belem, protagonista de «Versos de un loco», son cinco duros; para el poeta de «M alo s hum ores», «pepsina y hierro de B ravais»; para M urías, en fin, la traducción de un diccionario de teología francés en 25 tomos. (69)

“A muchos y a ninguno”, Mezclilla, ed. eit., p. 158.

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Entre los defectos formales que la literatura grafom ánica reve­ la, la obra de M urías incorpora la «m an ía» por los títulos tópicos, de moda; así los de sus dos libros son sometidos a continua reela­ boración, humorística por otra parte, en el curso del relato. El poeta compone prim ero sus Ecos del Pisuerga y después sus Ecos de la Esgueva, que se transforman posteriormente, p or efectos de la parodia, en Ecos de ambos ríos, Ecos de todos los ríos y canales de Castilla y Aragón y Ecos de Entrambasaguas (70). Otro prurito del poeta grafómano es el de la afectación en los títulos: «se nota que hay siempre afectación, falsedad en el nom­ bre que dan a sus trabajos. Esta afectación ahora consiste en fingir naturalidad y sencillez» («L o s grafóm anos», p. 1.184). Los títulos de las secciones de la obra del «poeta loco» responden a este principio: «E stam bres» y «Pistilos» entran a form ar parte de una amplia tradición de títulos poéticos con nom bres de flores; así, v. gr., Flores de Almendro (V illaespesa) o Ternezas y flores (C am poam or); y tal vez no son sino algunas de esas «flores de trap o» a las que Alas hace referencia en sus reflexiones sobre las Flores del mal: N o hay que confundir las Flores del mal con las «flores de trap o» que algunos nos quieren hacer tom ar p or el colmo del arte de los jardines poéticos. La distinción im porta dejarla consignada, no tanto por lo que haya de malsano, retorcido, forzado y decadente en el simbolismo, cuanto para evitar la confusión de clases. Una cosa es el talento de un poeta muy notable y otra cosa la habilidad de las medianías, que deben más de la mitad del valor de sus ocurrencias al medio en que viven, a la atmósfera literaria de París, que produce casi sin necesidad de aprender, como en germinación espontánea, p ro­ sas y versos alambicados, quintaesencia de la fiebre intelectual («B a u d e la ire », p. 105). Finalmente, la división de los poemas en grupos encabezados p or números romanos, que sustituyen a los títulos correspondien­

do) Títulos tópicos que satirizan la “manía” de toda una época en que los títulos con Ecos eran moneda corriente; así lo señala Clarín en “Los gra­ fómanos”, p. 1.188: “Hubo una época en que todas las tonterías en verso eran Ecos de alguna parte, generalmente de algún río; Ecos del Tajo, Ecos del Due­ ro, Ecos del Pisuerga, Ecos del Arroyo Abroñigal; en fin, pura hidrografía”. Para muestra véanse Cesáreo E c o s de la Rioja (1902); Ecos de las montañas; Ventura Ruiz E c o s nacionales; Lino Ecos del Carrión; o Alvaro Ecos revoluciona­ rios (1895). . . V ;

rrilla, González Ansotegui,

Saenz Balmaseda, Aguilera, Ortiz,

Zo­

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801

tes, es objeto de crítica en « E l poeta-búho» (p. 125): «O iga usted ahora el IV . Y me leyó todos los números rom anos posibles». *

*

*

E l panoram a poético que denuncian estos relatos responde a una realidad que ya el escritor había explicitado en sus artículos críticos (vid. Prólogo de Nueva Campaña): el desgaste de la form a poética en nuestro país, dada la recurrencia constante en los mis­ mos tópicos, y la falta total de originalidad;

debido todo ello al

hecho de que «L a juventud actual no tiene un solo poeta verdadero en E sp añ a» (71). Clarín llega a pronosticar el fin de la poesía (72) entre nuestros escritores:

«L a poesía decae de tal m anera que

amenaza próxim a muerte, y lo que es más triste, muerte sin su­ cesión» ( « ¿ Y la poesía?», p. 298). N o obstante, su actitud general es de resistencia a adm itir la desaparición de la poesía en verso: « A mí me parece ridículo pretender acabar con la literatura rim a­ d a » ( « ¿ Y la poesía?», p. 300). A despecho de todas estas consideraciones negativas* la obra narrativa de Alas, dotada de un cierto carácter ejem plar (recuér­ dese el título del libro de Gonzalo Sobejano), pretende exponer los defectos, p o r medio de ejemplos, para que puedan ser corregidos. La confrontación entre la obra crítica y el relato breve clariniano (fundam entalm ente en su última etapa — década de los 90— ), a propósito de la crítica de la poesía en verso, confirm a al cuento como testimonio fehaciente de la estrecha conexión entre todas las áreas del quehacer literario del escritor; algo que ya apuntaba Azorín en 1917: Las obras en que Clarín ejercita su crítica le sirven a él no para una demostración de técnica literaria, sino para explayar una enseñanza ética o filosófica. Cuando Clarín critica, son sus propias ideas morales las que el autor va exponiendo; la obra, su técnica, su génesis, su desenvolvimiento es lo de menos; lo importante, lo esencial es la reflexión filosófica que hace na­ cer en el cerebro del crítico. Y los ensayos hallan su comple­ mento en el cuento y en la novela (73).

(71) “ ¿Y la poesía?”, Mezclilla, ed. cit., p. 299. (72) A este respecto se desarrolla en el Ateneo madrileño una polémica acerca de si la forma poética “está llamada a desaparecer”. Esta polémica se halla en la base de otra conocida polémica: la de Campoamor y Valera, acerca de la Metafísica y la Poesía. (73) larín Páginas escogidas, prólogo de Azorín, Madrid, Calleja, 1917, págs. 16-17.

C

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“M A L O S H UM O R ES (D IA L O G O Y NO P L A T O N IC O )” — ¿De modo que usted es poeta? — Sí, señor; en cuanto llega la primavera, ya se sabe, poeta. ¡Si viera usted... siento unas cosas muy raras por aquí dentro!... Pero como en la oficina tiene uno mucho que hacer, sobre todo ahora con esto de las quintas... sin quintos, no me queda tiempo para dar rienda suelta al estro, y tengo que contentarme con ser poeta lapidario. — ¿Y qué es eso? ¿Poeta de cal y canto? ¿O que hace usted llorar, a las piedras? ¿O que apedrea usted con sus poesías al prójimo? — No, señor; poeta lapidario, poeta que graba en piedra, que escribe ins­ cripciones más que otra cosa; poeta que pone epitafios a sus ilusiones y a las cosas del mundo exterior. El bello ideal de la poesía es el telegrama para Filipinas ; es decir, aquel estilo en que se ahorran palabras como si cada una costara un ojo de la cara. Aquello de Rege Carolo tercio es un modelo del género. Los poetas lapidarios acabaremos por ser autores de rótulos exclusi­ vamente. — Como quien dice, pintores de muestras de la literatura. — Sí, señor; algo así. Llegaremos a suprimir los verbos como algunos ora­ dores parlamentarios. Es más, si se me creyera a mí, acabaríamos por reducir la poesía a un sistema de señales. Verbi gratia: una manecilla apuntando con el índice a unos cuernos y un rabo significaría todo aquello que Dante expli­ có diciendo: Per me si va ne la cittá dolente, — per me si va nel’ eterno dolore, — per me si va la perdutta gente, etc. — Y a comprendo; según la escuela de usted, toda la Iliada debería redu­ cirse a la conocida frase “aquí fue Troya”. El Homero de ese género debe de ser algún sordo-mudo. — Algo hay de eso también. Pero en el ínterin que se llega a ese grado de perfección, yo me contento con escribir Humoradas que encierran en dos, tres o cuatro versos toda una historia. Verá usted cómo me entró a mí esta afición al extracto de poesía. Yo, antes de estar empleado en la Diputación, vivía de extractar causas para un secretario o relator de la Audiencia, y cuando me dediqué a las musas se me ocurrió hacer con los poemas lo que hacía con las causas. Y ahora voy a leerle a usted algunos poemas reducidos a la mínima expresión. Ahí va el primero: A l llegar a mi edad, la primavera — se parece al otoño a su manera. Esto quiere decir que como ya he cumplido los treinta y cinco años, ya no me alegra la falaz coquetería del renacimiento de la naturaleza; en ese pa­ reado aludo yo a todos mis desengaños y aventuras de la vida pasada, a mi tristeza resignada del presente, etc., etc. En fin, se podría escribir un libro con lo que quiere decir ese par de versos. Pero allá va otro poema concen­ trado : Perdí la libertad de tanto amarte, — y esclavo de mi amor, vivo contento; porque sufro un tormento — ¡y es tan dulce el tormento de adorarte!

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Esto se refiere a la hija del registrador de la propiedad de Becerreé, en la provincia de L u go; siendo allí escribiente del registro me enamoré perdi­ damente de doña Jacintita, que crea usted que hacía de mí lo que quería. Yo pasaba las grandes murrias. ¡Pero si viera usted cómo gozaba con mi deses­ peración! Aquello de sufrir por ella... — Basta, basta; ya lo he comprendido todo. Hasta lo dice la humorada, como usted la llamará, que ha recitado usted. Y hasta se me figura compren­ der que la chica le desdeñó a usted por hacer caso del oficial del registro... — Sí, señor, justamente. Se deduce eso también del contexto, ¿eh? — Sí, hombre; están sangrando las calabazas. A otra cosa. — Oiga usted: Nunca oirás de mis labios que mi vida no tiene para mí más atractivo que atizar esta llama que, escondida, es el solo alimento de que vivo. — Eso es un poema de hambre. — Sí, señor; yo desempeñé en Castrourdiales una escuela elemental incom­ pleta. El alcalde no me pagaba, pero su hija era una pintura y yo me enamoré de ella en secreto. No se puede usted figurar... — Bueno, bueno. Otro poema en cifra, el últmo. — A llá va: ¡Míram e así, mi bien! De tarde en tarde una sola mirada, inquieta, recatada, vacilante, cobarde; pero mirada en que arde la pasión, por prohibida, idolatrada. Aquí se alude a una señora casada, a la mujer del síndico de Peñamellera, con quien estuve en relaciones ilícitas y telegráficas. No conseguí el codiciado fruto prohibido porque a la mitad del poema el síndico descubrió el sistema de señales y salió con la humorada de arrimarme un pie de paliza... — Pues, hombre, en los versos de quinta esencia que se refieren al caso, no se conoce el estrago de la paliza... — No, señor; eso se conoce en este pie de que cojeo. — ¡Ah, sí! De modo que la tal aventura debió usted escribirla en versos de pie quebrado. Vamos a ver, y esas humoradas ¿no se las ha leído usted a Campoamor? — Sí, señor. — ¿Y qué le dijo a usted? — Que estaba muy flaco. — Efectivamente, ahora que me fijo. Parece usted la momia de Ramsés II. Pero ¿no le dijo a usted más Campoamor? — Me dijo también que me cuidara, que tomara pepsina y hierro de Bravais... y que “no abusara del bordón en lo sensible”. — También tiene usted cara de abusar del bordón... — Pero, y de mis humoradas ¿qué me dice usted? — Pues nada, lo mismo que Campoamor. Y que todas esas humoradas... proceden de los malos humores. (Desde la escalera): — ¡ A h ! Y que si quiere usted sanar... que no vuelva a beber cerveza.

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO XVIII. EL EJEMPLO DE ASTURIAS Alfonso Menendez Gonzalez

Al am paro del interés creciente p or las «m entalidades colecti­ vas», los estudios sobre la cultura del libro han proliferado en los últimos años. De un análisis temático tradicional — basado en la erudición y la bibliografía—

se ha pasado hacia nuevas orienta­

ciones metodológicas: mercado del libro, centros de im presión y difusión, lecturas y lectores como agentes privados... L a necesi­ dad, en suma, de cuantificar y precisar las vías de implantación y sedimentación de las nuevas ideas, junto con la am plitud potencial del mercado, del público lector y su posición social. La respuesta a los nuevos interrogantes pasa, en cualquier caso, p or la explotación y beneficio de los ricos fondos de protocolos notariales existentes en la m ayor parte de las ciudades y villas, auténtica vena de la que se nutren los actuales trabajos sobre cultura popular y mentalidades ( 1 ). N uestro estudio acude justamente

a

las

fuentes

notariales

para ofrecer un panoram a — a través de una m uestra— de la inci­ dencia del libro en la sociedad asturiana del siglo X V I I I . Una sociedad en la que vive y escribe el principal mentor de las luces españolas — el Padre Feijoo— y cuyas observaciones sirven de re­ ferencia a lo que aquí tratamos: difusión, cultura del libro y pú­ blico lector en Asturias. De creer al autor de las Cartas Eruditas, el Principado y sus gentes no son realmente permeables a la cultura libresca. Desde su celda en Oviedo, se lamenta de que no puede lograr otras noti­ cias « que las que me ministran mis pocos libros» — escribe— « v i­ viendo en un país en que apenas hay más libros que los m íos»,

M

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(1) Los principales aportes metodológicos en Henri-Jean artin Livre, pouvoirs et société á Paris au X V I I é siècle (1598-1701), Ginebra, 1969; Livre et société dans la France du X V I I I siècle. Il, París-La Haya, 1970; Livre et lecture en Espagne et en France sous l’ancien regime, Paris, 1981.

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ALFONSO MENENDEZ GONZALEZ

aunque «con excepción de los destinados a aquellas facultades que se enseñan en nuestras aulas» ( 2 ). E l análisis de los 65 inventarios de bibliotecas que ahora pre­ sentamos trata de dar respuesta a las observaciones de Feijoo estableciendo nuevos términos de comparación. Y esto no sólo por­ que examinamos inventarios dentro de un amplio espectro social, sino porque también apuntamos hacia la penetración y difusión del espíritu ilustrado. Con todo, la muestra tiene sus limitaciones, en parte debidas a la propia naturaleza de las fuentes. La tarea de localizar las 65 bibliotecas (tras la consulta de 278 legajos de protocolos en el Archivo Histórico Provincial de Oviedo) no siempre se ha visto recompensada. Cerca de un 92% de los inventarios se limitan a ofrecer escuetas referencias, autor y obra, o meras indicaciones abreviadas de su título, sin precisar lugar, año de edición, o valo­ ración de los ejemplares. Son inventarios de rutina elaborados por escribanos — y no peritos tasadores— que copian frecuentemente con descuido y numerosos errores en nombres y títulos, en la últi­ ma de las jo m a d as de trabajo. En general, una problem ática que ya ha sido destacada en estudios de naturaleza similar a éste (3). En su conjunto, a través de los inventarios «postm ortem », las 65 bibliotecas comprenden un total de 7.857 volúmenes. Los CUA­ D R O S I y II sintetizan los datos elaborados de la m uestra en su doble perfil, individual y social, y sirven de referente al análisis que proponemos. Desde 1713 — fecha del inventario más antiguo—

hasta 1815

— fccha del más reciente— el libro como expresión de una sociedad en transformación, del Tratado de Utrecht al Congreso de Viena. ¿Reflejan las lecturas — o la posesión de libros, leídos o no— las esperanzas e inquietudes de los propietarios? Existe un público lector y, en cierto modo, la biblioteca censada, inventariada, con-

(2) Citado por Ramón O P : El Padre Feijoo. Su vida, doctrina Orense, 1972, p. 115. (3) L . C. A S : “L i b r e r í a s y b ib lio te c a s en la S e v illa d e l si­ g lo XVIII”, Actas del II Coloquio de Metodología Histórica Aplicada. La Do­ cumentación Notarial y la Historia, S a n tia g o d e C o m p o stela, 1984, p á gs. 165185; M .a B e g o ñ a V G : “L ib r o s y le cto re s en la M á la g a d e l sig lo XVIII”, Baética nú m . 3, M á la g a , 1980, págs. 249-265; M á x im e C : Lectura y lectores en la España del siglo X V I y X V II, M a d r id , 1976 (e n espe­ c ia l p á g s . 31-47); J e an Q : “ L ’utilisatió n d e s in v e n ta ire s en h is to ire tero

edrayo

e influencias,

lvarez

antalo

il l a r

a r c ía

h e v a l ie r

u e n ia r t

so c io -c u ltu re lle ” , en Les Actes Notariés. Source de L ’Histoire Sociale. X V I

X I I siècles, S t ra s b o u r g ,

1979,

p á gs.

120

y ss.

+

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO XVIII

807

tribuye a la definición de la «m entalidad» del propietario. Interesa, pues, conocer la naturaleza de las lecturas, tanto como el referente social y económico circundante. De modo que abordarem os prim e­ ro la temática de las obras, para pasar luego al diseño del círculo social de los com pradores o lectores, dejando para el final unas consideraciones sobre el comercio, las almonedas y la estimación del libro a la luz de los datos obtenidos. 1.

L A S B IB LIO T E C A S . Los géneros

Pasarem os revista a las materias o disciplinas representadas en la m uestra según el orden de importancia que en ésta adquieren, esto es: Derecho, Religión, Historia, Idiom as, O bra de Feijoo, Li­ teratura, Clásicos greco-latinos, Ciencias, Filosofía y otros temas. 1.1.

DERECHO

L a literatura jurídica, junto con los repertorios legales, se halla bien representada en la muestra, con un total de 2.160 volúme­ nes (4 ) dispersos p o r 21 bibliotecas, lo que supone un 34% de los efectivos contabilizados. En cualquier caso, el Derecho, las lecturas de naturaleza ju ríd i­ ca, sólo adquieren un alto significado en diez bibliotecas, en letra­ dos y altos funcionarios, o en casos especiales de algún canónigo o noble titulado. Las «bibliotecas jurídicas», como instrumento de trabajo, son las de m ayor relieve o entidad p or el núm ero de volú­ menes. N o en vano Oviedo cuenta con diez cátedras: cinco de De­ recho Canónico y cinco de Leyes. Si

atendemos a la temática, el desglose es el siguiente: un 42%

de los volúmenes de Derecho Romano y justiniano, un 22%

de

Canónico, un 12% de Internacional y un 24% de Derecho H ispá­ nico y repertorios legales, desde las «P artid as», el «M o n ta lv o » o la «N u e v a Recopilación» a las «Políticas» de Villadiego o Castillo de B obadilla, pasando por la popular «C uria Philippica» de N avia Bolaños. Com o rasgo sintomático el rastro de lo que J. M. Pelorson (5 ) ha calificado de «incontestable décalage» entre la enseñanza uni-

(4) Sin contar los 900 a 1.000 volúmenes de la biblioteca del catedrático de Prim a don Francisco Serrano de Paz, cuyo inventario resulta incompleto. (5 ) Jean M a r c P e l o r s o n : Les letrados. Juristes castillans sous Philippe III, Le Puy-en-Velay, 1980, págs. 41-42.

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versitaria del Derecho Romano y el saber teórico y práctico del que precisan canonistas o legistas cuando se convierten en jueces o abogados de los tribunales reales. 1.2.

R E LIGIO N

Se incluye en este apartado la diversidad de aspectos del «hecho religioso»: desde la Teología hasta la literatura piadosa y devocional, pasando p or los clásicos de la patrística. L a am plia difusión de la lectura piadosa no supone ninguna novedad: el libro de Religión está presente en 54 de las 65 b iblio­ tecas, de una u otra forma, hasta un total de 1.234 volúmenes, esto es: un 2 2 % del material censado. La religiosidad que se desprende de las obras es, en gran medi­ da, canónica y ritual, con ciertos rasgos arcaizantes. N o se atisba ni jansenismo ni mística centroeuropea. Predom inan los prontua­ rios (diurnos, breviarios, tenebrarios, horas, catecismos de Ripalda o V allad olid ...), que form an un 31% del total. Sigue, a cierta dis­ tancia, la teología tridentina (Billegas, Arauxo, Zum el o Suárez) y la patrística, con un 19%. El libro de devoción o piedad (v. gr. el «F lo s Sanctorum », las vidas del venerable Palafox, las obras de la M adre Agreda, o los innúmeros «E s p e jo s ») significa un 18%, muy cerca del 16% de la mística, cuyas figuras, p or excelencia, siguen siendo Tomás de Kempis y Fray Luis de Granada. En cuanto a los libros de m oral (Corella, Barcia, «E l Despertador C ristiano») supo­ nen un 12% del total, quedando relegada la presencia de la Biblia a un discreto 4% . El «S ig lo de las Luces» prolonga, en gran medida, la «invasión devota» del último tercio del X V II. El nuevo tipo de comunicación con lo sagrado viene asegurado por la extensión del pequeño for­ mato (u n 43% del total) en lengua vulgar, vehículo de la literatura de oración y espiritualidad ( 6 ). En su conjunto, obras de calidad mediocre — gran parte de las vidas de santos—

al lado de obras

de moral. Unas y otras orientadas con finalidad educativa (7).

(6 ) R o g e r C h a r t i e r & Daniel R o c h e : “El libro. Un cambio de perspecti­ va”, en Jacques le Goff & Pierre Nora eds., Hacer la Historia. III, Barcelona, 1980, p. 126. (7) Sirva como ejemplo el testamento del doctor don Bernardo dé Estrada, abogado" y regidor de Oviedo y catedrático dé Cánones en la Universidad. A l otorgar su última voluntad, en 1788, pide a su hijo que escoja “los libros mís­ ticos de que acostumbro usar para mi familia... para que ejecute lo propio educándola bien y leyéndoles un punto que les instruya en las obligaciones

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO XVIII

1.3,

HISTORIA

'

-

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809

'

E l libro de historia goza, en general, durante el siglo X V I I I de buena aceptación. Form a parte de la obligada cultura cortesana, hecho bien p robado en este caso, ya que dos personalidades de la nobleza asturiana (Sebastián Bernardo de Quirós y el m arqués de V istalegre) poseen un 48% de los efectivos inventariados. N o obstante, el género histórico sólo viene a significar un 7,6% de los volúmenes de la muestra, esto es: 423 volúmenes repartidos entre 36 bibliotecas y de form a muy dispersa, salvadas las excep­ ciones apuntadas. E n cuanto a los títulos, la Historia de España y la Universal se reparten las preferencias, con un 43% y un 44%, respectivamente. Los cuatro autores más leídos resultan ser, p or este orden, el m ar­ qués de San Felipe (los «Comentarios a la Guerra de E sp añ a»), M ariana y Flórez (am bos en compendios o resúmenes, como la «C lave historial» del últim o) y Hurtado de Mendoza, con sus «G u e­ rras civiles de G ran ada». Le siguen en importancia las crónicas de reyes (A lonso V I I I y IX , el rey don Pedro...), las «C oronas góticas», Saavedra Fajardo, y los «nobiliarios». En la historia de otros países destacan, en especial, los grandes temas relacionados con los territorios europeos de la M onarquía: la «H isto ria de las Guerras Civiles de Francia», las «G uerras de Flandes», biografías de Farnesio, la «H istoria de Italia», de Guic­ ciardini; varias obras de Bossuet, el «Levantam iento de N áp o les» y la «H isto ria de la Cisma de Inglaterra». La «M on arquía H ebrea», del m arqués de San Felipe, es un título bien representado. L a Hishoria de Am érica supone tan sólo un 10% de los efectivos, y apa­ rece tan sólo en ocho bibliotecas. A destacar dos obras: la «H isto ­ ria de la conquista de M éxico», de Solís, y la edición abreviada de la «H isto ria de las In dias», del P. José de Acosta. U n interés más limitado se advierte en cuanto a la historia re­ gional, presente en sólo seis bibliotecas. O bras a destacar son las «Antigüedades», del P. Carballo; la «Crónica de los Príncipes de Asturias y C antabria», del P. Sota, y algún ejem plar de la «Asturias Ilustrad a», el cronicón nobiliario de J. M. Trelles. En su conjunto, la historia de los «grandes tem as», con un m í­ nimo interés p o r la biografía de los monarcas de los siglos X V Ide cristianos y hacerles en casa por la noche desde vísperas de San José hasta la Anunciación una especie de ejercicios como lo hacía su padre.-:” ( A r c h iv o H i s t o r i c o P r o v i n c i a l d e O v ie d o ( A . H . P . ) : Protocolos de Oviedo, leg. 814, f. 895).

810

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X V I I I y un m arcado conservadurismo. Justo como contrapunto resulta peculiar el hallazgo de la «H istoria de Carlos X I I » , de V o l­ taire, en las bibliotecas de dos conocidos nobles, el m arqués de Vistalegre y don Jacinto de Acevedo y Navia. Aunque la obra no se inventaríe — p o r supuesto— con el nom bre del autor, se trata, sin duda, de la traducción hecha en 1734 por Leonardo de Uría, época en la que Francisco M aría de Arovet — como asevera Richard H err— «n o había alcanzado aún su fam a de im pío» ( 8 ). 1.4.

IDIOMAS

Las obras en idiomas extranjeros (exceptuados clásicos grecolatinos) ocupan un lugar secundario en la muestra: un total de 201 volúmenes, dispersos por 16 bibliotecas, esto es, un 3,6% de la muestra. Cabe destacar, en todo caso, el alto significado de dos bibliotecas: las de los marqueses de Santa Cruz de Marcenado y Vistalegre, ya que ambos títulos reúnen un total de 129 volúmenes, o lo que es igual, un 64,5% de la obra en idiomas. A desigual distribución corresponde una desigual intensidad de presencia en unos y otros idiomas: Francés ..................... ...148 vols, (u n 73,5%) It a lia n o ..................... ...46 Inglés ....................... Portugués ................

5 2

»

( » 23% ) » »

( » 2,5% ) ( » 1% )

Hegemonía natural del francés en el Siglo de las Luces, o la lengua compañera del imperio y de la diplomacia borbónica. Como vehículo de la Ilustración se lee en francés la Historia N atural de Buffon, extractos de Fontenelle, Mably, el m arqués de Caraccioli, o M r. Rollín, junto a la literatura clásica (M olière, Racine), el «S u ­ plemento del Espíritu de la Enciclopedia», o volúmenes intitulados «H istoria de Francia» (biblioteca de Vistalegre). E l italiano, ya en franco declive a mediados del X V I I I , se per­ fila como lengua de religiosidad e historia, desde volúmenes de sermonarios y vida devota hasta el Kempis. En cuanto al inglés, despunta p or su presencia sim bólica en la biblioteca del ilustrado marqués de Santa Cruz: allí podemos ver las obras de Hum e (E l ensayo moral, político y literario) junto con diccionarios (el Jhonson’s). (8) p. 56.

Richard H e r r : España y la Revolución del siglo X V III, Madrid, 1964,

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO X VIII

1.5.

811

LA OBRA DE FEIJOO

L a difusión de la obra de Feijoo y su popularidad — sólo com­ parable a la del Quijote— quedan de algún m odo reflejadas en la muestra. Y a sea el «Teatro Crítico» o las «C artas E ruditas», ejem ­ plares de uno y otro aparecen en 13 bibliotecas (un 20% de la mues­ tra), con un total de 98 volúmenes, el 1,5% de los inventariados. En su conjunto, nobles, letrados, canónigos y mercaderes, el públi­ co potencial al que se dirige el maestro benedictino. E n algunos casos (cin co ) se halla la obra completa y en otros se la define co­ mo la más preciada joya de la biblioteca (9). E l interés p o r Feijoo, aun con sus limitaciones, desplaza al de sus impugnadores. Tan sólo una mención a la obra de Soto y M arne (la s «Reflexiones críticas y apologéticas...») o a obras de caracterís­ ticas similares, tal el caso del «Spectacle de la N atu re », de Noel Antonio Pluche, en 16 volúmenes, que, traducido, alcanza una me­ nor difusión ( 1 0 ). 1.6.

LITERATURA

La escasa atención prestada a la literatura pudiera ser acaso sintomática del declive de las letras hispánicas con relación al Si­ glo de Oro. E n total, 110 volúmenes de literatura castellana y 19 de extranjera, lo que hace un 2,3% del inventario general. Cervantes figu ra a la cabeza, con 25 volúmenes (el Quijote y al­ gunos ejem plares del Persiles o la Galatea), seguido p or Quevedo (O b ra s en general y la Política), Sor Juana Inés de la Cruz (10 vo­ lúmenes), Mayans (8 volúmenes), el Gil Blas (8 volúm enes) y Gracián, Calderón, Lope y Góngora en menores proporciones. Y en la misma o m enor medida las obras de contemporáneos: Meléndez Valdés (4 volúmenes de poesías), Cadalso (en 4 volúmenes), o los siete volúmenes del popular «C ajón de sastres», de Nipho, con al­ guna de sus obritas (« L a M aríscala», etc.). M ás exigua aún la presencia de otras letras:

dos menciones a

las «Aventuras de Telém aco» — clara expresión del «contrabando intelectual», puesto que están en el Indice (11)— y a obras de Raci-

(9) Son los casos de Miera (15 vols. de Feijoo sobre 18 en total) o Casielies (5 vols. sobre 9). Vid. Cuadro I. (10) Aunque sí está presente en las bibliotecas del arquitecto Meana y del mercader Méndez Vigo. (11) Jean S a r r a i l h : La España ilustrada de la segunda mítal del siglo X V III, México, 1957, p, 296. Acaso se trate de ediciones expurgadas.

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812

ne (el Británico), Ariosto (O rlando Furioso), Petrarca, Tasso (la Jerusalén...), Molière, y compendios de poesía francesa. Gomo tes­ timonial, la «literatura erótica» de tradición inglesa: la «Pam ela», la «C arolin a», «D os Robinsones...», que aparece en la biblioteca de un escribano. 1.7.

CLASICOS GRIEGOS Y LATINOS

Tam bién es un hecho, en el orden de preferencias, el declive de la cultura clásica grecolatina durante el siglo X V I I I . Hallam os 121 volúmenes (un 2,1% del total) dispersos entre 17 bibliotecas, con­ tando con que 74 de estos volúmenes (un 61% ) pertenecen a un noble aficionado a las buenas letras:

don Sebastián Bernardo

de Quirós. Pero salvada esta excepción, los restantes propietarios nobles, canónigos y letrados— tienen promedios de uno a ocho libros en sus estanterías. Clásicos en gran parte (cerca de un 70% ) traducidos, con predominio del Ovidio (acaso el «m oralizado», la edición escolar), y la obra de Cicerón, Virgilio y Horacio (p o r este orden), seguidos a distancia por César, Juvenal, Quinto Curcio, Plinio y Flavio Josefo. En cualquier caso da qué pensar — y dice mucho sobre la cul­ tura en general del clero— la escasa atención que el estamento «latinizado» presta a los grandes maestros de la lengua litúrgica. 1.8.

DIVULGACION C IE N TIFIC A Y CIENCIAS EXPERIMENTALES '

1

El campo de las ciencias experimentales —-o «p o sitiv a s» en el lenguaje de la época— es de suyo bien restringido y se proyecta, en este caso, sobre un reducido círculo de nobles y mercaderes. Poco más de 70 volúmenes, si se contabilizan en este apartado al­ gunos prontuarios de aritmética y matemáticas. E l filtro de los nuevos conocimientos científicos es la enciclo­ pedia. Los 16 volúmenes del «Espectáculo de la Naturaleza», 'del abate Pluche, aparecen en tres bibliotecas, frente a una sola men­ ción — y en dos volúmenes— de la «H istoria N atu ral», de Buffón. Como ya ha advertido J. Sarrilh (12), la preferencia p or esta serie de «lecciones de cosas» que constituyen el «Spectacle» "(adm irado y elogiado p or Feijoo) desplaza el interés p or la obra de Buffón. Otro ejem plar que goza de cierta popularidad es la «F ísic a ,E x ­ perim ental», de Nollet, que hallamos entre los libros deLarquitecto (12)

Jeàn~8A6KÀiuï*.L&: España 1.,, op. 'cit;,-"-págs. 456-4èÒ>

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO X VIII

813

Meana. « Y tan bien puesta en nuestro idioma — escribe Feijoo— que creo para nada nos haga falta el original francés» (13). En lo que respecta a la «Enciclopedia», el acceso resulta ser aún más problem ático y no hay noticias de que haya suscriptores en Asturias. En el inventario del marqués de Santa Cruz de M arcenado aparecen tres volúmenes del «Suplem ento», en francés, acaso por los viajes, vida m ilitar y estancia en Barcelona de nuestro noble ilustrado. Parece, pues, evidente que el cauce de difusión de las ideas cien­ tíficas pasa p o r la tríada Feijoo, Pluche y Nollet. 1.9.

FILOSOFIA

Relegada a un más que discreto lugar (27 volúmenes en diez bibliotecas), la filosofía m oderna es tan desconocida — o más, si cabe—

que la propia ciencia. H abida cuenta de la resistencia de

las universidades españolas a los cambios en los planes de estudios, en 1770, y de sus opiniones sobre la «nueva filosofía» (14), no re­ sulta extraño el panoram a que se ofrece. Algunos se aventuran a com prar — y acaso leer—

a Descartes

(tres volúmenes en total) pero en compendios o resúmenes, tal el «V ia je del M u n d o » o los «Principios filosóficos». L a tónica general viene dada p or las filosofías de repertorio, de maestros dominicos o jesuitas, como las del Padre Codom íu, Maestro Río, Padre Polanco, la difundida «F ilosofía y Lógica», del Padre Froylán; el «C u r­ so de Filosofía», de Titelmann, o las obras de Gandía, p o r citar las más nom bradas. L ibros que no parecen ser más que prontuarios dispuestos para consulta o despejar dudas. Excepción en la muestra la constituye, de nuevo, la biblioteca del m arqués de Santa Cruz, donde hallamos obras com o el «Ensayo M oral Político y Literario», de Hume, en inglés; los «Pensam ientos», de Pascal, en francés, o dos volúmenes del canciller Bacón («A n á li­ sis de la F ilo so fía ») vertidos al francés. La preocupación o interés p o r los «philosophes» está presente con el «Espíritu, máximas y (13) Citado por S a r r a i l h : La España..., op. cit., p. 459. (14) En un informe de la Universidad de Salamanca se afirma que los principios de Newton “nada enseñan para que (el sujeto) sea un buen Lógico y Metafísico; los de Gassendo y Cartesio no simbolizan tanto con las verdades reveladas como los de Aristóteles...”. En cuanto a Hobbes y Locke, se les ca­ lifica de “muy oscuros”, debiendo leerse al segundo “con mucha cautela”. Informe de la Universidad de Salamanca. Citado por R ic h a r d H e r r : Espa­ ña y la Revolución..., op. cit., p. 138.

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principios», de Fontenelle (en francés);

dos volúmenes («E s p íri­

tu ») de M ably (15); el «E spíritu », de Montaigne, o las «O b ras del Filósofo Bienhechor», todas ellas en lengua francesa. En cuanto al ensayo filosófico — salvada la excepción y carácter que asignemos a Feijoo o a la obra del abate Pluche— no se llega más allá de los ensayos del ex jesuita Hervás, cuya obra de divulga­ ción filosófica, en ocho volúmenes («H isto ria del H o m bre», «E l H om bre Físico», «Establecimiento de las N aciones»), está bien re­ presentada en la biblioteca del mercader Méndez Vigo. La obra de Hervás resulta en cualquier caso paradigm a y em­ blem a de las contradicciones de la Ilustración española, ya que aunque apuesta por el método experimental moderno, sus intentos de conciliar la Ilustración, la doctrina de los «philosophes» y la tra­ dición católica, le llevan a una suerte de eclecticismo que no con­ vence siquiera a los censores (16). l.'lO .

OTROS GENEROS

En las bibliotecas donde se atisba un m ayor grado de «ilustra­ ción», la economía despunta como una disciplina objeto de atención e interés. El marqués de Vistalegre posee obras de Campomanes (el «D iscurso sobre el fomento de la Industria P o p u la r»), Campillo («N u e v o sistema de gobierno económico para la Am érica»), Linaje («C om ercio de In dias»), Uztariz (la «Theorica y Práctica» y el «C o ­ mercio de H o la n d a ») y los «Estatutos y extractos de la Sociedad Bascongada de Amigos del País». En la biblioteca del m arqués de Santa Cruz hallamos tan sólo la «R apsodia económico política m o­ nárquica», de su antepasado, pero también hallamos obras de Uz­ tariz y Jovellanos entre los libros de Méndez V igo o el «Proyecto Económ ico», de Bernardo W ard, en la librería del O idor M elgarejo. Si la economía resulta materia poco atractiva, menos parece serlo la difusión de noticias, tal el caso de los mercurios, que pue­ den servir para medir el interés por la actualidad. Si así fuera, escasa o nula parece ser la preocupación p or este género en todo el Principado: tan sólo hemos hallado noticia de 24 tomos de mer-

(15) L a “apertura” de Godoy favorece la traducción de M ably en España. En 1799 se anuncian en la Gazeta sus “Elementos de M oral” (Cf. R. H e r r : España y la Revolución..., p. cit., p. 303). (16) La obra de Hervás (los dos primeros volúmenes) fue incluida en el Indice en 1789, y expurgada y continuada después hasta formar los siete to­ mos en 1799. ; . ' .......

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO XVIII

815

curios (d e 1772 a 1778) entre los libros del maestro de capilla don Pedro Furió. De lo lo anterior se desprende, casi como consecuencia natural, el mínimo aprecio por la geografía y la literatura de viajes. H alla­ mos tres volúmenes de un «Diccionario G eográfico» en la casa del mariscal Acevedo, un compendio de geografía en la del arquitecto Meana, una «G e o g ra fía » de Tolomeo entre los libros del regente Isunza, y las clásicas lecturas de viajes a Tierra Santa, entre los canónigos («R o m a Ilustrada», el «V ia je a Jerusalén», de Ribera, etc.)- El «O rinoco ilustrado», de Gumilla, es el único libro que afecta a América. Tal parece que las «resistencias m entales» a la incorporación del Nuevo M undo — tan bien estudiadas por Elliot (17)— hallan aquí su fiel expresión. 2.

EL P U B L IC O LECTOR. Los propietarios

Si pasamos al orden de los propietarios de las bibliotecas, en cuanto público lector, la jerarquía que se perfila en la importancia de géneros y lecturas halla su correspondencia en el tamaño medio de las bibliotecas. En los cuadros I y II ofrecemos los resultados por estamentos y profesiones que ahora pasamos a comentar. 2.1.

EL CLERO

La representación natural del clero — excluido el regular—

se

puede considerar como alta: cerca de la mitad (un 44,6% ) de las bibliotecas de la muestra para una cuarta parte (un 24,6% ) de los volúmenes. N o obstante, hay que destacar, como dato significativo, la sensible diferencia entre el alto y ba jo clero en cuanto al tamaño medio de las bibliotecas: de 123 volúmenes para el alto a tan sólo 27 para el b a jo clero. E l promedio de volúmenes resultante para todo el estamento eclesiástico — 67 en total— resulta ser, con todo, el más b a jo de la muestra. La aparente p aradoja se ilumina con otros matices, como la escasa perm eabilidad a las ideas del siglo. Curas y prebendados poseen tan sólo un 2 % de los volúmenes de «ciencias experimenta­ les y divulgación científica» y un 3,5% de los publicados en idiomas extranjeros, si bien este hecho en parte contrasta con la atención prestada a Feijoo: un 27,5% de la muestra.

(17)

J. H. E l l i o t : El viejo.mundo y el nuevo ( 1492-1650), Madrid, 1972.

816

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La especialización profesional es bastante acusada, como puede verse en el cuadro II: un 63% de los libros de religión, como es obvio, seguido en el orden de preferencias p or la literatura espa­ ñola (un 4 1 % ) o la historia, con un 31% de la muestra. Cabe, pues, situar la cultura del clero en su justo término, más allá de apreciaciones subjetivas como las del canónigo Andrés de Prada — quien afirm a que «hay muy pocos monasterios de frailes y los clérigos y curas, de ordinario, son idiotas porque los benefi­ cios son muy tenues» (19)—

o las ya citadas del P. Feijoo. Los

m oderados índices de lectura no parecen, en todo caso, abon ar la idea de un clero inculto y grosero aunque sirvan para delim itar la diferencia entre la élite prebendada con canonjías y los meros pá­ rrocos o capellanes.

2.2.

LA NOBLEZA Conform e se detalla en el cuadro I, hemos optado p or estable­

cer dos categorías:

nobles sin profesión (con la excepción de los

brigadieres) y funcionarios-letrados. Tratarem os ahora del prim er grupo sin que ello presuponga que gran parte de los funcionarios y letrados no sean nobles. Las bibliotecas de la nobleza sin profesión suponen un 17% de la muestra y sus volúmenes un 16,3% del total inventariado. Como en el caso del clero, también se registra aquí un notable desnivel en la escala jerárquica que se proyecta sobre el tamaño medio de las librerías: de 162 volúmenes de prom edio entre la alta nobleza a tan sólo 20 entre la baja, casi equiparable, en este aspecto, al b a ­ jo clero. Conocido es el escaso interés y afición que despierta la lectura entre la nobleza, y así hemos podido confirm ar esta opinión en el curso del trabajo. Con frecuencia hemos localizado inventarios de nobles titulados — como el marqués de Campo Sagrado, el conde de Nava, la m arquesa de Marcenado o el marqués de San Esteban,

(18) La elevada participación del clero en toda muestra aleatoria que se haga sobre protocolos notariales tiene su razón de ser: la propia condición eclesiástica que fuerza al inventario y, en múltiples casos (canónigos), a la al­ moneda. N o es éste el caso de la nobleza o de la burguesía. (19) De una carta de don Andrés de Prada a San Francisco de Borja en 1569. Citado por José Luis G o n z á l e z N o v a l i n : “El Colegio de San Matías. Prehistoria de la reforma tridentina en la diócesis de Oviedo”, en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos núm. 49 (1963), p. 55.

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO X VIII

817

p o r citar algunos ( 2 0 )— en los que no hay mención a un solo libro. Pero, nada que extrañar. La despreocupación p or el libro y su sig­ nificado es bastante común en los estratos alto y m edio de la no­ bleza, y así lo han destacado en sus estudios Henri-Jean Martin, para la nobleza parisina (21); Jean Meyer, para la bretona (22), o Chaussinaud-Nogaret, en general para toda Francia (23). Con todo, existe una reducida élite lectora que trata de sintoni­ zar con el espíritu del siglo:

las bibliotecas de los m arqueses de

Santa Cruz y Vistalegre son prueba de ello, como ya apuntamos. Y existe cierta rivalidad p or darse lustre y brillar en las tertulias, al lado de las grandes figuras. Sea el ejem plo del conde de la Vega de Sella, que regala a Jovellanos un ejem plar del «Diccionario de la Constitución francesa» (24), o las observaciones de este último en su visita al palacio del conde de Toreno, donde halla una «pequeña y escogida lib re ría » (25). E l desinterés no parece que sea total, puesto que se movilizan recursos o se form ulan consejos. Tal es el caso del conde de Peñalba, que acude a las almonedas de canónigos (en la del chantre Junco invierte 161 reales en adquirir 21 volúm e­ nes, de Quevedo a Descartes, pasando p or Lope y S or Juana Inés); o el recuerdo afectuoso que dedica a su biblioteca, en el acto del testamento, el caballero Dasmarinas:

«porque la librería que ten­

go y yo adquirí es alhaja de mi estimación» (26). (20) Nos referimos a los inventarios de algunos nobles titulados como: Camposagrado, en 1732; Nava, en 1763; Santa Cruz, en 1717; San Esteban, en 1749, a los que pueden unirse otros como los de don Rodrigo de Oviedo y Portal, en 1731, o don José Jazinto de Omaña, en 1737, personajes todos ellos muy destacados en la actividad pública del Principado. (21) H. J. M a rtin : Livre, pouvoirs..., op. cit., vol. I, págs. 529-541. El autor afirma que tanto los gentilhombres como las gentes de espada no se han preocu­ pado por reunir libros, y que, en general, el noble francés tiene tanta repu­ tación de bravura como de ignorancia. (Vid., en especial p. 541 al respecto). (22) Jean eyer La noblesse bretonne au X V I I I é siècle, 2 vols., París, 1985 (2.a éd.). Para M eyer: “la haute noblesse, surtout celle de Cour, ne possè­ de guère en Bretagne que des bibliothèques très réduites” (p. 1.162). Y más aún: “il semble cependant sûr qu’une portion importante de la noblesse bre­ tonne (plus de la majorité) n’ait jamais disposé de bibliothèques dignes de ce nom” (Ibid., p. 1.166). (23) G. C h a u s s i n a n d - N o g a r e t : La noblesse au X V I I I é siècle. De la féo­ dalité aux Lumières, Bruxelles, 1984, págs. 105-111. Para el autor, “la lecture semble peu répandue dans l’ensemble de la noblesse. Une grande partie d’en­ tre elle n’a pas de livres” (p. 105). (24) G. M. d e J o v e l l a n o s : Diarios (ed. de Angel del Rio), vol. I, p. 505. (25) J o v e l l a n o s : Diarios, Ibid., vol. II, p. 16. (26) A.H.P. : Protocolos de Oviedo, leg. 717, fs. 368-372. Testamento de don Baltasar de Jove Dasmarinas, en 1738.

M

:

818

ALFONSO MENENDEZ GONZALEZ

Aunque la penetración libresca de las luces sea muy limitada, la distribución porcentual de las lecturas, en cuanto a temas, tiende a reflejarla. Un 80,5% de los libros en idiomas son patrim onio de la nobleza (en especial los marqueses de Vistalegre y Santa Cruz) al igual que un 72,7% de los clásicos, en gran parte en la selecta librería de don Sebastián Bernardo de Quirós. E l interés p or la his­ toria (un 60% ) se debe sin duda a motivaciones estamentales, de rango, quedando reducidos a porcentajes más discretos la filosofía (3 5 % ) — m ejor representada en otros grupos— , las ciencias expe­ rimentales (28,5% ) o la literatura (22,8%). Sirva de reflexión un hecho: sólo un 14,5% de los libros de re­ ligión inventariados. ¿Síntomas de una lenta — pero progresiva— «descristianización», tal y como Vovelle (27) ha apuntado en el caso de la Provenza del X V III? Acaso sea prem aturo extraer conclusio­ nes de esa índole, máxime cuando no parece registrarse un replie­ gue del sentimiento religioso ritual en la élite rectora de la provincia a lo largo del siglo (28). 2.3.

FUNCIONARIOS Y LETRADOS

Si bien nobles — en su inmensa mayoría— , funcionarios y letra­ dos suponen, p or su formación, una categoría específica. Es aquí donde hallamos las más surtidas bibliotecas: 4.186 volúmenes (un 53% de la m uestra) repartidos entre 13 propietarios (u n 20% del total) con el más alto índice de libros p or persona: 322. Un rasgo esencial define a nuestros hom bres: la biblioteca co­ mo instrumento de trabajo. La hegemonía del Derecho y Leyes es incontestable: un 85,8% de los volúmenes inventariados. Viene en segundo lugar el gusto por la literatura extranjera — un 47,3%— , muy superior al que muestran otros sectores, pero que no está en consonancia con la atracción por las ideas del siglo (si se exceptúa a Feijoo, un 34,6%): el 1% de idiomas o el 8,1% en ciencias expe­ rimentales y divulgación, compensado en parte con la filosofía, un 18,3%.

(27) Michel V o v e l l e : Piété baroque et déchristianisation en P roven ce au X V I I I siècle, Paris-Plon, 1973. (28) En mi tesis doctoral (de próxima publicación) sobre L a Junta Gene­ ra l del P rin cip a d o de Asturias, 1594-1808, analizo una muestra de testamentos de la élite nobiliaria en el poder. Del citado análisis no cabe concluir un re­ pliegue del sentimiento religioso, o laicización progresiva, a lo largo del siglo X V III.

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO XVIII

819

E l sentido laico de la vida se insinúa aún más: tan sólo un 4,7% de los libros de religión de la muestra. La nobleza de toga parece afrontar así con m ayor frialdad — o despreocupación—

el hecho

religioso, acaso en consonancia con la m ayor austeridad que, p or lo general, demanda en las exequias (29). N ad a nuevo, p or otra parte. Las tendencias apuntadas repiten, a su m odo y escala, las ya estudiadas por François Bluche (30) y Janine Fayard (31) para los magistrados del Parlam ento de París y del Consejo de Castilla, respectivamente. En suma: excesiva in­ fluencia del ám bito profesional en las lecturas, escasa atención p or las «L u c es» (salvo la dispensada a Feijoo, en nuestro caso) y valio­ sas bibliotecas en justiprecio de mercado. 2.4.

B UR G UESIA

La burguesía se halla poco representada en la muestra, en parte p o r su escasa actividad dentro del Principado. Sólo cinco bibliote­ cas, con un prom edio general de 73 volúmenes p or cada una (cifra muy sim ilar a la del clero), lo que, en conjunto, significa poco me­ nos del 5% del total inventariado. Las preferencias que se perfilan (cuadro I I ) permiten entrever un alto interés p or los libros de divulgación científica y ciencias experimentales (Pluche, Nollet, Hervás y Panduro, Feijoo), hecho que, en cierto modo, contrasta con su desconocimiento de idiomas. E l interés p or la religión se sitúa a un nivel sim ilar al de la noble­ za de sangre. Con todo, no debe hablarse, en ningún caso, de una burguesía inculta o iletrada. E l inventario del mercader Méndez Vigo, con sus 246 volúmenes, puede ser significativo, aunque en general, el nivel de lectura-posesión de libros se sitúa p or debajo de los estra­ tos alto y medio de la nobleza, clero y funcionarios.

(29) Puede servir como ejemplo el testamento del Consejero de~Tñdiás clofr Manuel Esteban Bernardo de Quirós, austero y sobrio, que no elige sepultura ni hábito de mortaja, un entierro “sin música ni pompa superflua”, según sus palabras (A.H.P. : Protocolos de Oviedo, leg. 988, fs. 97-98). (30) François B l u c h e : Les magistrats du P arlem ent de Paris au X V I I I é siècle, Paris, 1960. En especial págs. 289-296. (31) Janine F a y a r d : Los m iem bros del Consejo de Castilla, 1621-1746, Ma­ drid, 1982. En especial págs. 461-477.

ALFONSO MENENDEZ GONZALEZ

820

2.5.

OTROS

Sólo p or comparación puede hablarse de bibliotecas en algunos casos en los que una escasa docena de libros aparecen menciona­ dos tras el inventario de los útiles de cocina. De los 90 volúmenes repartidos entre siete inventarios de personas que no han podido ser incluidas en las categorías establecidas, 50 pertencen a tres m ujeres viudas. En gran parte libros heredados del cónyuge difun­ to, dado el nivel, tipo de lecturas y profesión del m arido. La parti­ cipación de la m ujer es, por tanto, bien exigua:

tres casos sobre

65 inventarios, sin que la posesión «p e r se» permita concluir na­ da más. 3.

COMERCIO, A L M O N E D A Y

E STIM A C IO N D E L LIB R O

La difusión del libro pasa, en cualquier caso, p or una red de distribución e impresión que agilice y facilite las compras o inter­ cambios. Las carencias de Asturias sintonizan, a su escala, con las que François López (32) ha estudiado para el resto de España. Y todo puede resumirse en un dato significativo: en 1757 había en toda España menos librerías que en la sola ciudad de París. E l reducido volumen del negocio del libro es un hecho al que parece apuntar la observación de Feijoo y que puede cotejarse con otro no menos puntual: la rigurosa investigación catastral pa­ ra el establecimiento de la «U nica Contribución» (1749-1752) no permite localizar más que a un solo individuo, en toda Asturias, dedicado al negocio del libro. Se trata de don Francisco Robeda, «m ercader de libros», a quien se estima una renta catastral de 2.555 reales (33). N o cabe duda de que no hay otros de su oficio en toda la región, al igual que no hay más que un solo im presor oficial, subvencionado p or el Ayuntamiento de Oviedo y la Junta General del Principado (34). Las peritaciones de librerías son bien escasas. Sólo en contadas excepciones, cuando se trata de bibliotecas de cierta entidad — por encima de los tres mil reales— se acude al «m aestro librero», título

(32) François L ó p e z : “Gentes y oficios de la librería española del siglo X V III”, Nueva Revista de Filología Hispánica, México, X X X III, n.° 1, 1984. Del mismo autor, la comunicación “Los vehículos de la Ilustración”, presenta­ da al Congreso sobre el concepto de la Ilustración española, celebrado en Ovie­ do del 27 al 30 de mayo de 1985 (Actas sin publicar). (33) A r c h i v o M u n i c i p a l de O v i e d o : Catastro de Ensenada, lib r o I. (34) A r c h i v o G e n e r a l d e l P r i n c i p a d o : Oviedo, lib r o 111, f. 38.

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO X VIII

821

que corresponde en 1786 a Santos Azero, que ha sustituido a Robeda en el negocio del libro (35). M ás frecuente resulta la asistencia a las almonedas de canóni­ gos, donde se obtienen libros a muy buen precio, no siendo raro encontrarse con algún noble titulado o caballero de hábito en las pujas. Es m uy posible que la circulación del libro de lance supere con creces a la del libro nuevo, al menos en el reducido círculo de la élite lectora del Principado. Otro aspecto del problem a viene dado p or el valor de los libros en los cuerpos de hacienda y en la propia estima de los propieta­ rios. Sobre doce ejem plos de tasación que hemos logrado reunir (cuadro I), tres pertenecen al precio final en alm oneda y nueve a peritaciones. Como es obvio, estas últimas superan con mucho a las prim eras. E l valor prom edio en peritación se sitúa en torno a los 15 reales p o r volumen, mientras que en alm oneda se acentúa la b aja: de seis a siete reales p or volumen. En cualquier caso y sobre estimaciones generales, no parece que las bibliotecas supongan más allá de un 3%

de los bienes inventariados, en las librerías más

notables, rondando un escaso 1 % o valores inferiores en múltiples ocasiones (36). Las observaciones de Feijoo se perfilan así con más nítidos ex­ tremos. U na m inoría lectora, lastrada acaso p o r inercias mentales o estímulos asimilados tardíamente, pero que no es ajena al nuevo orden cultural europeo. Con una visión más optimista de la reali­ dad otro sagaz observador de la realidad asturiana, Jovellanos, puede servir para m arcar el eficaz contrapunto que define una trayectoria secular. «L a luz de la ilustración — escribe— no tiene un movimiento tan rápido como la del sol; pero cuando una vez ha rayado sobre algún hemisferio, se difunde, aunque lentamente, hasta llenar los más lejanos horizontes. Y , o yo conozco mal mi nación, o este fenómeno va ya apareciendo en ella» (37).

(35) Peritación de la librería del Oidor Melgarejo. A .H .P .: P. O., leg. 813, t 450. (36) Como ejemplo significativo, la biblioteca del mercader Méndez Vigo, el más notable de Oviedo a fines del X V III. El valor de los libros en el cuerpo de su hacienda es de un 0,7%. (37) J o v e l l a n o s : Obras, B.A.E. X LV I, Madrid, 1955, p. 80.

ALFONSO MENENDEZ GONZALEZ

822

--

"

C UAD R O I '

PROPIETARIOS (* )

N .° DE BIBL.

N .° DE VOLUMENES

TAMAÑO MEDIO BIBL.

A lto

12

1.482

123

B a jo

17

451

27

29

1.933

67

A lta

4

647

162

Media Baja

4 3

576 59

144 20

11

1.282

116

A ltos

8

3.582

448

Medios Bajos

3 2

574 30

191 15

13

4.186

322

Burguesía

5

366

73

Otros

7

90

13

65

7.857

121

Clero

Total clero

Nobleza

Total nobleza

Funcionarios y letrados

Total F. y letrados

Total muestra

(*) A lto c le r o : Canónigos y asimilados; B a jo c le r o : Curas párrocos; A lta n ob leza: Títulos y brigadieres; Media nobleza: Caballeros de Ordenes M .; Baja nobleza: Regidores y asimilados; A ltos june, y letrados: Regentes, oido­ res, catedráticos de universidad; M ed ios: Abogados y func. intermedios; B ajes: Escribanos y procuradores de número; B urguesía: Mercaderes, arqui­ tectos escultores; O tros: Mujeres y profesión desconocida.

823

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO X VIII

• C U A D R O II

MATERIAS % Religión y devoción

CLERO

!

NOBLEZA

63,3

FUN. Y LETRADOS

14,54,7 2

BURGUESIA

14,5

Derecho

11,2

Historia

31

60

5

4

Idiomas

9,5

80,5

1

1

Literatura española

41

Literatura extranjera

15,7

22,8

85,8

9

26

Ciencias experimentales

2

28,5

Filosofía:

16

35

0,5

12,8

47,3

10,5

8,1

61,4

18,3

11

Clásicos griegos y latinos

17,3

72,7

3,3

2,5

Feijoo

27,5

16,3

34,6

16,5

,

ALFONSO MENENDEZ GONZALEZ 824

PROFESION/ESTATUS

128 17 19

425 32

N.° DE TITULOSN.°

154

225 17 31

528 90

1774 1804

1764

1786 1764 1805

1749 1777

INVENTARIO

— — — —

— 3.373 Rs. (V.)



3.496 Rs. (V.) — 298 Rs. (V.)

8.004 Rs. (V.) —

TASACION

(9) (10) (11) (12)

(7) (8)

(6)

(3) (4) (5)

(1) (2)

REF.

CUADRO III NOMBRE

Regente de la Audiencia de Asturias Canónigo Catedral de Oviedo

83

236 246

1808 1766 1728 1794

Francisco Ant. Buelta Enrique Manuel Villaverde Joseph Méndez Vigo Joaquín de Navia Osorio

FECHA

Miguel de Isunza Quintanadueñas Antonio Rodríguez Palacio

119 115

159 153 33 320

VOI£.

Antonio Melgarejo Dávalos

Oidor Alcalde Mayor de la Audiencia de Asturias Cura-párroco de Oviedo Oidor Audiencia de Asturias

145 103 24 158

Francisco Piñero Eusebio Vejerano

Canónigo de la Catedral de Oviedo Maestro de Capilla Catedral de Oviedo Mercader Marqués de Santa Cruz de Marcenado Caballero de Santiago Caballero de Santiago Marqués de Vistalegre

Miguel Francisco de Heredia Felipe de Caso Orlé Antonio de Antayo

PROFESION/ ESTATUS

Esposa de músico Catedral de Oviedo

Capellán del Rey Casto (Ca­ tedral). Mayordomo

Escribano de Número Cura-párroco de San Julián de los Prados. Oviedo

Margarita Hautclog

Juan Feo. Suárez Bravo

Manuel de Torres Pedro Palomino

Ignacio Menéndez Valdés

Francisco González Armada

11 29

18

21

31

260

13

9

21

31

225

13

66

Oidor Alcalde Mayor de la Audiencia de Asturias Cura-parroco de Naranco. Oviedo Prior Catedral. Rector Cole­ gio S. Gregorio. Capellán de Su Mgestad

Juan Pablo Ramos 46

Abogado Real Chancillería de Valladolid _______ 257_____ 378_____ 1743____ - - ______ (15)

29

1766

1755

1747

1727

1770

1766

1726

1796

1734

FECHA INVENTARIO

Antonio Alvarez de Quiñones

15

385

N.° VOLS.

Brigadier. Caballero de Car­ los III

301

N.° BE TITULOS

Ignacio Duque de Estrada

Sebastián Bdo. de Quirós Caballero de Santiago. Sr de Benavides Olloniego

NOMBRE

CUADRO III (Cont.)









3.279 Rs. (V.)





126 Rs. (A.)

—*

TASACION

(22)

(21)

(20)

(19)

(18)

(17)

(16)

(14)

(13)

REF.

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO X VIII

825

ALFONSO MENENDEZ GONZALEZ 826

Francisco

NOMBRE Longoria

Miranda

PROFESION/ESTATUS Canónigo

III

(Cont.)

— 103

N.° DE TITULOS

CUADRO

Re-

'

1752

_ N.°. VQLS. ..

FECHA INVENTARIO

TASACION

670 Rs.

(A.)

REF.

(23)

_

. .

.............. ! (24)

Santiago.

.

. —



1757

18

(25)

Mercader

-

de

. . ■■■■■



(26)

Ca-

Caballero gidor

3

1724



(27)

Benito Argüelles Mi-

Dorado

_______

12

1735



(28)

--

9

1739

• —

(29)

_

Trelles

------------------------------------------------------- 4

5

1757



Visitador Real Renta del Tabaco

Lanza García

------------ ------------------------------------------ 5

5

1738

__________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

Antonio Manuela

5

54

(30)

Carlos de Miera

María sielles

54



11

Fernando de Bango Miranda

Canónigo Catedral de Oviedo

1718

Alonso randa Juan

147

,(31)



(34)

(33)

(V.)

84

1.054 Rs.

(32)

1744

■ —

(35)

1775

1741



> 's*



1734



Canónigo Catedral de Oviedo

551792

\

Santiago A. Ordóñez Medina

39

179

y escultor

Arquitecto

87

Meana

Joseph

Canónigo Catedral de Oviedo

Bernardo

Domingo Lorenzo del Carpió

266 1.338 28

-

139

24



Abogado. Regidor. Catedrá­ tico de Prima. Oviedo

Llanera

Miranda

Gabriel A. Villa

de

Catedrático de Prima. Oviedo

Serrano

Cura-párroco

de Paz

Francisco Juan Rojo

_______________________

de

Sazido

Mier

Ant. Bernardo

Blanco

francisco '’Miranda

Diego

Manuela

de

Clérigo

Rey

Buelgas

de Número

y Ledo.

Procurador

Sra. casa

de Oviedo

de Oviedo

de Oviedo

de Oviedo

de las

Valdés

Pedro

Licenciado

Cura-párroco

Posada

Cura-párroco

Cura-párroco

Mercader

——

Cura-párroco

.íéo. Menéndez

Martínez

—--

del

Canónigo Catedral de Oviedo

-

capellán

Cura-párroco

de Maojo

.Gabriel

y

Regidor

- --

Cura Casto

III

5

31

18

10

110

9

17

5

4

30

8

10

8

6

20

35

19

10

178

10

5

4

30

8

10

16

5

N.° VOLS.

(Cont.)

^ ■—

PROFESION/ ESTATUSN.° DE TITULOS

Manuel Pantín

Bustamante

Joseph

Trelles

Lanza

Felipe

Ablanedo

Alonso

Juan

Valledor

Antonio García Trelles

Antonio

Juan

Arias

del Busto

Antonio

-------- ---------

José

Valdés

-

Menéndez

1

Antonio

NOMBRE

CUADRO

■1

33

1725

1722

1789

1758

1754

1753

1752

1751

1759

1713

1760

1791

- ■1777

,

' 1760

■- ——

FECHA INVENTARIO





- —



—■

— ,





'

32 Rs. (V.)







158 Rs. (V.)



'

TASACION



(49)

(48)

(47)

(46)

(45)

(44)

(43)

(42)

(41)

(40)

(39)

(38)

(37)

(36)

REF.

SOCIEDAD Y CULTURA DEL LIBRO EN EL SIGLO XVIII 827

ALFONSO MENENDEZ GONZALEZ 828

1743 1783



3.340 Rs. (V.) —

TASACION

(53) (54)

y sus beneficiados de Oviedo le fueran fieles en época de elecciones, y expresaran el agradecimiento a sus desvelos por ellos a ' través de los votos. Demetrio Pola Varela cuenta en su libro «D el Llanes an­ tiguo», la siguiente anécdota: «Parece ser que en u n a s. elecciones para diputados a Cortes, verificadas en esta villa hacia el año de 1856, se presentaron candidatos don José Posada H errera y. don Lorenzo N icolás Quintana, siendo éste apoyado p or el m arqués de Gastañaga y don Francisco Mendoza Cortina, que contaban con po­ derosos elementos, y aquél por un gran número de personas inde­ pendientes, y en nada obligados a aquellos poderosos e influyentes señores. E l voto era entonces restringido, y debido, sin duda, a esta circunstancia, pues don José era ya muy popular p or su gran saber, demostrado desde muy joven en la Universidad de Oviedo, salió triunfante don Lorenzo, que era natural del pueblo de Cué y per­ sona muy bondadosa y de-grandes- merecimientos; siendo -elegido diputado tam bién don José -p o r no sé qué - circunscripción de la provincia de Santander».

^

EL HACENDISTA LORENZO NICOLAS QUINTANA

901

Este enfrentamiento an te'las urnas no agrió la amistad entre am bos políticos, aunque, como don Lorenzo Nicolás le confiesa a su sobrino Celada Quintana, «n o nos hemos visto hasta después de muchos años, cuando yo estaba en M adrid y él venía diputado p o r Asturias». E l propio Pola Varela, cuyo partidism o en favor del que luego sería presidente del Consejo de Ministros era evidente, reconoce que «d o n José Posada Herrera y don Lorenzo Nicolás Quintana, no obstante haber sido contricantes en la reñida elec­ ción para diputados a Cortes a que antes hemos aludido, mantuvie­ ron siempre muy buenas relaciones, hasta el punto de respetar el uno, cuando se hallaba en el poder, los empleos otorgados p or el otro». ■ - - !Los testimonios, tanto de la época como posteriores,

sobre

Lorenzo Nicolás Quintana, son generalmente elogiosos, excepto al­ gunos reparos a su obra poética, como los del versificador satírico Ram ón García Sánchez, que, en su libro «Pisto parlam entario. Re­ tratos y caricaturas», le sitúa muy por debajo del laureado poeta M ánuel José Quintana, lo que, a estas alturas, no acertamos a dis­ cernir si fue crítica o, a la larga, elogio: N o tiene nada del cantor que un día ■

nuevo Thirteo entusiasmó a su patria.

■ Porque la obra del autor de la «O d a al m ar», «Introducción de la V acu n a» y «L a batalla de Trafalgar», salvo acaso en la prosa, es ahora tan poco frecuentada como la del «corito», que, efectivamen­ te, más que de la Poesía, «fu e de la Deuda, / fue de la Estadística», com o el malicioso satírico señalaba. ’ Vicente Pedregal Galguera, en sus «Siluetas llaniscas», le des­ cribe como una representación facial y física del «corito», tál vez olvidando que su nacimiento en Cué fue accidental: «B a jo de es­ tatura, p oblado bigote (sin guías), pelo canoso, grandes orejas, cejijunto, de m irada penetrante que am ortiguaba sus gafas, cuello corto y m usculatura fornida, color atezado, de ese m oreno tan de Cué: un verdadero corito vernáculo, honrado a carta cabal, diná­ mico, incansable, como los antiguos hijos de su pueblo, siempre laborioso y servicial». Su carácter era fuerte, aunque sin dificültadés mayores:

«A todos atendía, no obstante ser de carácter duro

y genio vivo, hasta impulsivo, pero enseguida se le pasaba y volvía a se® el hom bre am able y cariñoso de siempre, con los suyos y los extraños», escribió Carrera.

'



- • -

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JOSE IGNACIO GRACIA NORIEGA

N o acumuló fortuna personal, y todos cuantos se ocuparon de su figura coinciden en que vivía con sencillez. Protasio González Solís refiere que «necesitando don Lorenzo, que vivía con suma modestia, hacer un gasto extraordinario, dijo a un am igo que de buena gana se desharía de algunos cuadros de familia, que había traído de Sevilla, y de la 'Colección de autores españoles', pues ya la vista se le había debilitado mucho y no podía leer en esos libros». M urió de un ataque apoplético el 18 de febrero de 1886 y en la nota necrológica publicada en el Boletín del Centro de Asturianos se declara que «la parca insaciable tocó esta vez con sus alas al ilustre senador del distrito universitario de Oviedo Excmo. Sr. D. Lo­ renzo Nicolás Quintana y nos arrebató a este venerable anciano que am aba a Asturias con verdadera idolatría». José de Parres Sobrino, en su exaltada crítica a la «H istoria de Llanes», de Canella, asegura que «este entusiasta y honradísim o hijo de Llanes, que ocupó distintas veces las principales Direcciones del Ministerio de Hacienda y anduvo muy cerca de ser ministro con Narváez, vivió siempre con la sencillez de un estudiante y m urió casi en la pobreza». Carrera insiste en que «nunca tuvo posición desaho­ gada, y sus cortos ahorros no pueden considerarse como capital; pasaron a su muerte a repartirse en algunas fundaciones, mandas a pobres y a sus muchos familiares, a los que siempre había aten­ dido y ayudado. Vivió siempre con la sencillez de un estudiante y murió casi en la pobreza. Sin embargo, los pobres de Cué y Llanes fueron socorridos con mil reales para cada pueblo, p or vía de le­ gado testamentario». Soltero y austero, seguramente no era de pobreza la situación en la que vivía Quintana; sino que son estos comentarios la manifestación del estupor que causaba a los demás que un hom bre que dirigió los asuntos económicos de la nación no se hubiera enriquecido. Quintana era irreprochable porque siempre le gustó actuar den­ tro de la ley; incluso la prensa de su tiempo, «tan propicia en rom per espadas en torno a los hacendistas — como escribe Elviro Martínez— , sólo pudo decir de él: Hay razones sobradas para ase­ gurar que entre los pocos que en España tienen acreditados sus méritos, figura en prim era línea este dignísimo asturiano». Protasio González Solís aporta un ejem plo de su escrupulosa honestidad: «Q uiso el destino que se hallase ejerciendo el cargo de director general de Rentas Estancadas cuando la célebre contra­ ta de tabacos de Manzanedo. Hacía tiempo que vivía en un cuarto segundo de una de las casas de la calle de Esparteros, propia del rico capitalista. Cuando don Lorenzo supo que se le m otejaba de

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haber favorecido a aquél en el negocio, lo prim ero que hizo fue abandonar el cuarto y alejarse cuanto le fue posible del trato con M anzanedo». Los favores que hacía eran otorgados con la legalidad más estricta. Escribe también González Solís: «L a Diputación provin­ cial (d e Asturias), cuando preparó en el palacio de Cam posagrado un recibimiento digno a S.M. la reina, hubo de traer el m obiliario de París, y la aduana de Gijón, cumpliendo su deber, cargó los derechos de arancel, que montaban a una suma respetable. Pasa­ dos aquellos días, y p o r consejo de Quintana, la Diputación pidió que se la eximiese del pago de derechos atendiendo al objeto. Se hallaba a la sazón Quintana de director general de Aduanas;

el

expediente siguió su curso y se lo pusieron al despacho, negándose la pretensión. Quintana estaba preparado para todo;

tenía noticia

de que en un caso análogo habían entrado sin pagar derechos unos magníficos jarrones de porcelana de Sévres que el em perador re­ galara a la reina Isabel, y pidiendo antecedentes, y fundado en ellos, redactó de su puño y letra un magnífico inform e para concluir decretando la exención del pago que solicitaba la Diputación p ro­ vincial de Oviedo». Queda otra faceta suya, que es la de poeta, la de literato. «C o­ rrecto escritor, y aun poeta de sentimiento e inspiración», lo juzga García M ijares; Pedregal Galguera dice que «si fue tan conocido como hom bre de administración, permanece ignorado como poeta. Y fuélo muy destacado, aunque dedicara, ocupado en la política, poco tiempo a las M usas». Fernando Carrera le considera «u n poeta de fácil vena, que ha visto acogidas con verdadero aprecio la m ayor parte de sus composiciones»; M aría Luisa Castellanos le proclam a «u n delicado poeta», y menciona un romance dedicado a Nicasio del Prado con motivo de la muerte de su esposa, aparecido en la «Ilustración gallega y asturiana»; y en el anónimo articulillo publi­ cado en « E l Oriente de Asturias» el 11 de mayo de 1968 se habla de «su inspiración nada común». En cualquier caso, su obra lite­ raria es menos eminente que su actividad pública, aunque aluden a ella prácticamente todos los autores que se ocuparon de su per­ sonalidad (Ferm ín Canella, sin embargo, la silencia). El poeta 11anisco se acuerda de su patria asturiana con alguna frecuencia, la evoca y es probable que como el sabio del «beatus ille» pretendie­ ra, en alguna ocasión, retirarse definitivamente a ella:

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Ven a tu patria, que de mil bellezas con sabia mano revistió natura, ¡ven a adm irarla! Ellas te brindan a pulsar la lira, que allá del Betis en la orilla undosa

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himnos te diera. Pedregal Galguera elogia la poesía de Quintana, indicando que «p o r su animado estilo y correcta expresión mereció (y es acreedor) singulares elogios», y añade que «en composiciones líricas llega a rem edar a San Juan de la Cruz, cuanto remedarse pueda». N o obstante, señala que su obra, publicada en su tiempo, aunque dis­ persa, no ha sido valorada. Una de las mayores dificultades para su valoración es la escasez de textos; Constantino Suárez men­ ciona en «Escritores y artistas asturianos» el folleto «Legislación industrial» (M adrid, 1885), como hemos dicho, y, sin form ar volu­ men, varias composiciones poéticas en la obra «M em orias asturia­ nas» (M adrid, 1890), de Protasio González Solís. De todos modos, Elviro Martínez lo incluye en su antología «Poetas asturianos» (que, en rigor, debiera titularse «Poetas llaniscos», p or ser de esta comarca oriental todos los incluidos), aunque sin emitir juicios críticos. La introducción que hace a los poemas seleccionados es biográfica, aunque al comienzo de ella advierte, acaso con ánimo de disculpa, achacando a la época los posibles defectos literarios:

«Lorenzo Nicolás Quintana perteneció a una

época poética olvidada, con excepción de unas cuantas figuras se­ ñeras; desdeñada justa o injustamente por las actuales prom ocio­ nes literarias. Como todas las épocas de transición, es verdad que carecía ésta de personalidad, de originalidad creadora, al ser una pálida secuela del Romanticismo». Se dio a conocer como literato durante su estancia en Sevilla, aunque, como dice Constantino Suárez, «tam bién envió composi­ ciones a la prensa asturiana, una de ellas celebrando el momento de ser investido de licenciado en Leyes». Tal vez p or esto, Pedregal Galguera afirm a que «su gustó es enteramente sevillano»:

afirm a­

ción para la que no existen otros fundamentos que el hecho de que haya empezado a publicar sus composiciones en «L a Lira An­ daluza». En mi opinión más bien parece un poeta de gusto clásico, que cultiva el soneto, el romance o la silva, y que tal vez traiga ecos muy remotos de San Juan de la Cruz, como imagina Pedregal Galguera:

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Si no sentí de am or la viva llama, ni debo a Apolo la sonante lira ni el fuego inspirador que el pecho inflama o de Fray Luis de León: Corred, años, volad: ven fausto día y hasta del bizarro y belicoso poema de Bernardo López García dedicado al 2 de Mayo, pese a que en este caso el poeta no se in­ flam a contra los franceses, sino contra carlistas: En vano el mostruo parricida intenta con bá rb aro furor, con negra saña, manchar el trono de la heroica España que brazos libres con su am or sustenta. A pesar de iniciarse en el cultivo de la poesía en plena época romántica, Lorenzo Nicolás Quintana es un poeta neoclásico que cita a Apolo, a las Musas, a Minerva, en los alrededores de cuyo «ard u o tem plo» declama estos versos de retórica solemne: ...tú los conduces al arduo templo do Minerva luce con suaves resplandores y a p ar del sacro numen colocados, gocen sus nombres de la eterna fam a en los eternos mármoles grabados. Otros versos, p or separado, son felices y no carecen de misterio: desciende, ilustre sombra, al suelo ingrato que infeliz honraste. En ocasiones el neoclásico Quintana se deja llevar por el re­ cuerdo de paisajes que le fueron gratos: Amigos deliciosos, vosotros lo sabéis. Testigos fieles de mi sincero am or son las praderas que el celebrado Betis fertiliza: testigos sus vergeles que en las tardes de mayo lisonjeras p o r su grato recinto errar me vieron.

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El asunto de este fragmento, perteneciente al poema « A mis am igos», escrito en 1833, puede ser romántico, de un romanticismo primitivo, pero no la expresión: el verso de Quintana es mucho más antiguo. Este poeta que sobrevivió con mucho al Romanticis­ mo, estéticamente no llegó a él, aunque tampoco incurrió en las banalidades y dudoso gusto de los poetas de la Restauración, cuya figura más representativa era Ramón de Cam poam or, como él as­ turiano y también dedicado a la política. Lorenzo Nicolás Quintana escribía a la manera del siglo anterior, y aunque escribiera versos como «qu e a un vate dicta inspiración ardiente», estaba más cerca de Jovellanos que de Campoamor o Núñez de Arce. En verso ex­ presaba sus cautelas sobre su propia inspiración: si de las musas el favor en vano con ruego humilde imploro, un numen soberano de más alto poder mi mente inspira y en mi laúd sonoro, si no el acento del Castalio coro, el eco puro de mi amistad respira. P or lo que prefería como motivos poéticos los asuntos sencillos, aunque expresados de manera elocuente: Vosotros lo dictáis, seres queridos, hoy que con lazo indisoluble, estrecho, en pos de honrosa palma imitadores, de la sabia Minerva al templo santo con generoso ardor marcháis unidos. Vosotros inspiráis mi alegre canto. E l poeta considera «gratos, hermosos, / más que el carmín de la fulgente aurora, / más que las tintas de las bellas flores», los colores que los seres queridos le otorgan a su pincel: para pintar el cuadro peregrino de la amistad sagrada, don divino. Así celebra acontecimientos menudos, como el nacimiento de Carmina, hija de los marqueses de Canillejas (p a ra lo que emplea el romance, arte menor), o un hecho de armas memorable, como es «A la acción de M endigorría», que canta en soneto, arte mayor, y en el que el eco de esta victoria de los liberales llega hasta los mis­ mos m uros de Moscú, principalmente por razones versificatorias:

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Y a de N ava rra en los montes zumba de la patria el cañón, y el eco fiero hasta en los muros de Moscú retumba. M endigorría es una villa navarra en la que se libraron combates durante la guerra de Independencia y en la prim era guerra carlista, donde una fuerza liberal, al mando de Córdoba, derrotó a las tro­ pas de M oreno en 1835, dejando más de mil hom bres fuera de combate. Poeta menor, cuyo tono es más elevado que sus temas, recuer­ da los lugares de Asturias p or los que siente especial predilección: «d el Cam po de San Francisco, / lozano florón de O viedo»;

«E n

Valdesoto y Deva / sitios frondosos y am enos», etc. Autor de gusto antiguo ya en la época en que escribía, no parece que sea recupe­ rable hoy; pero, precisamente por esto, una cuidada selección de sus poemas no desmerecería en ninguna antología: o bien, incluso, podría intentarse una antología personal. La obra del hacendista, la del político, ya ni es recuerdo. El reinado de Isabel II y los días tranquilos y un poco mostrencos de la Restauración se borraron definitivamente. La labor como hacendista de Lorenzo Nicolás Quintana, aun habiendo sido importante, y a él se le deben, entre otras innovaciones, la modernización del Cuerpo de Aduanas, no tiene hoy el general reconocimiento de la de otros colegas asturia­ nos, como Alvaro Flórez Estrada, p or poner un ejemplo, sin duda porque no escribió textos teóricos, y su actividad en este campo tuvo un carácter marcadamente político y administrativo. A Quin­ tana no debía gustarle escribir, o, lo que es más significativo, pre­ fería la poesía amable, de cuidada dicción y entonación un tanto «dem odée», a la especulación doctrinal o teórica sobre cuestiones relacionadas con la árida ciencia que dom inaba plenamente en to­ dos sus aspectos prácticos. N o hay lugar a dudas de que este alto funcionario, político discreto, aunque habitualmente favorecido por los sufragios de los electores, y asturiano fervoroso, tenía alma de poeta. A don Lorenzo Nicolás Quintana se le debe recordar por lo mu­ cho que hizo en favo r de Asturias;

pero Asturias se olvidó de él

en 1986, con motivo del centenario de su fallecimiento. Los cente­ narios sirven para sacar a grandes olvidados del olvido o para pagar deudas de gratitud. N i lo uno ni lo otro ha sucedido con Quintana, aun siendo la deuda que se tiene con él grande. Su buena disposi­ ción asturianista, su larga actividad de adm inistrador experimen­ tado y honesto continúan olvidadas porque aquel tiempo que fue

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el suyo, ya pasó; hoy, lo más tangible que queda de él son los res­ tos de su producción poética. Con toda probabilidad el veterano hacendista apreciaría una nueva lectura de sus versos casi tanto como agradecía los votos con que le distinguían sus paisanos.

(Dado lo poco que se ha escrito referido a Lorenzo Nicolás Quintana, he seguido el criterio de ofrecer lo que sobre él hay, o he encontrado, en con­ junto, evitando así las anotaciones bibliográficas a pie dé página: éstas, cuan­ do lo juzgo conveniente, se indican en el texto).

A

nonimo; “Una semblanza”. “El Globo”, Madrid, 1882. ---------- “Don Lorenzo Nicolás Quintana (Nota necrológica”. “El Oriente dé Asturias”, 20 de febrero de 1886. ---------- “Necrología. Don Lorenzo Nicolás Quintana”. Boletín del Centró' de Asturianos, Madrid, 1886. ^ ---------- “Semblanza biográfica”. “El Correo de Llanes’V 2 de septiembre de 1895. .----- — “Apuntes históricos. Don Lorenzo Nicolás Quintana”. “El Oriente de Asturias”, 11 de mayo de 1968. ---------- Gran Enciclopedia Asturiana, t. VIII, p. 115. h _■ anella ecades Fermín: “Historia de Llanes y su concejo”, Llanes, 1896, p. 240. ---------- “Historia de la Universidad de Oviedo”, Oviedo, 1903, págs. 234, 278 y 772. arrera iaz bargüen Fernando: “Lorenzo Nicolás Quintana, primer hi­ jo adoptivo de la ciudad de Oviedo”, en “Llanes. Crónicas del tiempo ido’*, Llanes, 1973, págs. 85-88. : ■—— “ “Reseña histórica de Llanes y su concejo”, L1 anes,. 1965-, págs. 186-187. ...C a s te lla n o s , María Luisa-: “Baluarte de. gracia:-, ..Llanes’V M éxico,. 1963, págs. 151-153. . ............ elada uintana Lorenzo N . : “De tertulia”. Boletín del Centró de Astu­ rianos, Madrid, 1885. ' ,. ------ — “Biografías: Don Lorenzo Nicolás Quintana”. “Asturias”, órgano del Centro de Asturianos, Madrid, enero de 1896. arcía ijares Manuel: “Apuntes históricos, genealógicos y biográficos de Llanes y sus hombres”, Torrelavega, 1893, págs. 390-391. arcía ánchez Ramón: “Pisto parlamentario. Retratos y caricaturas”, Madrid, 1882. • ~ onzález olis Protasio: “Memorias asturianas”, Madrid,- ’18.90'-, '- págs. C V I-C V II (en las 576-577 recoge las poesías “A mis amigos” y “A l nacimiento de Carmina”). racia oriega José Ignacio; “Asturias se olvidó de Lorenzo Nicolás Quin­ tana”. “Hoja del Lunes”, Oviedo, 16 de febrero de 1987! ------ — “Lorenzo Nicolás Quintarla, poeta”. “El Oriente de Asturias”; 21; de febrero de 1967. r:-.'/: ::

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De Parres Sobrino, José: 75-76.

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“Crítica de la Historia de Lianes”, 1897, págs.

,

artínez Elviro: “Poetas asturianos”, Lianes, 1973, págs. 85-92 (incluye los poemas “A mis amigos”, “A l nacimiento de Carmina” y “A la acción de Mendigorría”)*

M

A

,

ier lonso Francisco : “Lorenzo Nicolás Quintana : su aniversario”. “El Carbayón”, Oviedo, 12 de julio de 1887 ; reproducido en “L a Prensa Españo­ la”, de Buenos Aires. edregal alguera 1972, 17-18. ola arela 1980, 63-65. uarez 1957, 371-374. olivar aes José Ramón: “Nombres y cosas de las calles de Oviedo”, Oviedo, 1986.

P P S págs. T

G , Vicente: “Siluetas llaniscas”, Lianes, págs. V , Demetrio: “Del Lianes antiguo”, Lianes, págs. , Constantino: “Escritores y artistas asturianos”, t. VI, Oviedo, F

,

SIGNIFICADO DEL GENERAL RAFAEL DEL RIEGO EN LA PRIMERA REVOLUCION RUSA: LA «DECEMBRISTA» DE 1825 F e d e r ic o F i e r r o B o t a s

La Revolución Decembrista rusa de 1825 es la prim era llam ada m oderna a la libertad en un país de régimen autocràtico, sin nin­ gún atisbo de libertades desde muchos siglos atrás. A la muerte de Alejandro I y la entronización de su hermano Nicolás I (1825-1855) surge esta revolución desde el 6 de diciembre de 1825 al 3 de enero de 1826, como resultado de la Sociedad Se­ creta del N orte (d e carácter m oderado), radicada fundamentalmente en San Petesburgo, y la del Sur (de índole radical), centrada sobre todo en Ucrania. Am bas son herederas desde 1821 de la Sociedad de la Prosperidad. Rusia se había convertido en el verdadero im pulsor de la reac­ ción europea después de la derrota de Napoleón, y sobre todo después de 1820. Sin em bargo, entre 1816 y 1820 Alejandro I tuvo todavía ciertas veleidades liberales. Otorgó a Polonia una Carta

Constitucional

(1815), se dispuso la emancipación de los siervos de la gleba en los Países Bálticos (Estonia, 1816;

Curlandia, 1817; Livonia, 1819), e

inclusive se proyectó dar una Constitución a la propia rusa (plan del príncipe Vasilchikov, en 1816). Pero a p artir de 1820, cuando estalla en San Petesburgo la in­ surrección de un regimiento, el zar se entregó totalmente a su ministro el general Arakcheev, un hombre feroz y ultrarreaccionario que gobierna de una manera oscurantista, dura, y de destierros a Siberia. Se establecen colonias militares de castigo, se acaba con la poca libertad de prensa y enseñanza, cerrando toda influencia occidental que sólo se mantiene en los círculos secretos de la Sociedad de la Prosperidad.

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Fundada ésta en 1816 con el nom bre de «Sociedad de la Salva­ ción» p or grupos liberales del ejército pertenecientes a la nobleza, que buscan la realización de las ideas constitucionales, herederas de la revolución francesa de 1789 y de la independencia de las co­ lonias inglesas en el Norte de América, p or medios revolucionarios y no de convicción. El medio preferido fue el «pronunciam iento», a imitación del español de 1820, cuyo líder y ejem plo era el general Riego. Si en España es el ejército el que abre la revolución, sería tam­ bién en Rusia el que diera paso a un régimen liberal. Las tentativas de agitación entre los soldados fue la atmósfera preferida de los decembristas rusos, y eran los oficiales los que llevaban esa tarea. Por eso no es casual el gran interés de los de­ cembristas por Riego, Quiroga y los demás cabezas de la revolución que eran militares (1). P. N. Svistunov y V. L. Davidov atestiguan que los miembros de la Sociedad Secreta «seguían el ejemplo de la revolución espa­ ñola» (2 ) para sus planes de sublevación del ejército. Turgenev escribía: «A yer recibimos aquí las noticias de que el rey de España anunció la Constitución a las Cortes. ¡Gloria a ti, fam oso ejército español!

¡Gloria al pueblo español! P or segunda

vez España demuestra lo que significa el espíritu del pueblo, lo que significa el am or a la patria» (3). Puede ser que España manifieste algo que nosotros veíamos imposible (4). El pronunciamiento de Riego en «Cabezas de San Juan» en 1820 había sido preparado p or el lento trabajo de las logias masónicas españolas y otras sociedades secretas, y obliga a Fernando V I I a aceptar la Constitución de Cádiz de 1812. La Sociedad de la Pros­ peridad, dividida ahora en la Sociedad del Norte y del Sur, quería ser el fermento para el cambio de Rusia: libertad para los campe­ sinos, reparto de las tierras, igualdad de derechos de todos los ciudadanos, convocación de una Asamblea Constituyente, etc. Muchos de sus miembros habían luchado en la guerra contra Napoleón y habían esperado que después de ésta, el zar concedería (1) O r l i k , O .V .: Dekabristi i evropeiskoe osvoboditelnoe dvishenie, Isdatelstvo Misl, Moskva, 1975, p. 76. (2) N e c h k i n a , M. V . : Revoliutsiia napodobie ispanskoi, Katorga i ssilka, 1931, kn. 10, págs. 3-40. (3 ) O r l i k , O. V.: Dekabristi i evropeiskoe osvoboditelnoe dvishenie, Isdatelstvo Misl, Moskva, 1975, p. 69. (4) Idem, p. 70.

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libertades políticas. Eran personas a quien nada les faltaba en lo material. H om bres cultos y frecuentemente escritores de talento. Dotados de una gran ilusión patriótica para hacer de Rusia un país moderno. Uno sólo de sus objetivos ya era de por sí muy notable, p or el contraste con la situación europea: la liberación de los siervos ru­ sos sujetos a la tierra, es decir, adscritos al suelo como siervos de la gleba desde las disposiciones de Iván IV el Terrible, hechas or­ denanzas del Estado en 1597 p or Boris Godunov y endurecidas en regímenes posteriores a pesar de las revoluciones campesinas como la de Stenco Razin (1668-1671), Pugachiov (1773-1775), etc. H a b rá que esperar hasta 1861 para que Alejandro II llegue a abolir la ser­ vidum bre, que afectó a unos 40 millones de campesinos. Uno de los aspectos del seguimiento de España p or los decem­ bristas era en relación con los problem as socio-económicos y su resolución, en especial los agrarios, que en Rusia estaban tan m ar­ cados (5). E l decembrista Kondratio Fedorovich Rileev, cabeza de la So­ ciedad del Norte, escribe en 1823 la oda «C iudadan o», cuando se ha enterado que Riego ya ha sido ejecutado. Como no podrá transm itir sus ideas con libertad, de ahí cierta oscuridad en sus expresiones: «O ja lá que los jóvenes, que por no haber adivinado los signos de [lo s tiempos, están incapacitados para comprender los destinos de la época, y no se preparan para la lucha futura por la libertad de la opresión del hombre, vuelvan un día en sí, cuando el pueblo se subleve, pero p or encontrarse llenos del placer de la inactividad, en el tempestuoso motín en busca de las libertades, no sea que entre ellos no aparezca ni un Bruto, ni un R ieg o ...» (6). A los ojos de Kajovskii, Riego era «un santo mártir, héroe que renuncia a las dignidades que se le ofrecen, amigo del p u eb lo » (7). Realmente Riego adm iró también a A. Podshio y a otros miem-

(5) Idem, p. 58. (6) echkina M. V . : Dvishenie dekabristov, Akademii Nauk SSSR, Mosk­ va, 1955, tomo II, p. 30. (7) olk S. S .: Istoricheskie vsgliadi dekabristov, Isdatelstvo Akademii Nauk SSSR, Moskva-Leningrad, 1958, p. 275.

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bros de la Sociedad Secreta (8), e inspiró a los decembristas junta­ mente con Quiroga (9). Para Muravev-Apóstol, «fu e un desafortunado que no debió creer el juram ento del tirano» (10). Es cierto que es un moderado a pesar de toda la leyenda que se ha hecho de él y que hemos escuchado desde pequeños. N o quie­ re acabar con el rey Fernando, sólo le exige que sea constitucional. Esto será considerado p or muchos decembristas como una estupi­ dez, pues el rey sería siempre un enemigo de la Constitución y el suplicio-venganza del general es un hecho evidente. «L o s españoles hicieron una tontería confiando en las palabras, y librando al rey de sus m anos» (11). Algunos decembristas piensan que la muerte del zar sería el ne­ cesario prólogo de la revolución (12). Pero los liberales españoles siempre tuvieron cuidado en la no repetición de los excesos de la revolución francesa de 1789. Estando en España, en 1824, los hermanos decembristas Beliaev decían:

«V im os a los «ascetas» de las libertades españolas, escu­

chamos el himno de Riego y con entusiasmo entendimos la letra y su significado» (13). Y también:

«L a revolución en España con

Riego a la cabeza había arrojado la Constitución anterior contra Fem ando V II, conducida por el éxtasis de tantos orgullosos entu­ siastas, con los cuales estuvimos» (14). ¿Pero en qué consistió fundamentalmente la revolución de 1825? E ra un golpe de Estado de una parte de la guarnición de San Petesburgo en diciembre de 1825, a la que se sumarían tropas en Ucrania. Es palpable la desconexión, no intencionada, pero real con las masas populares. ¿Pero qué se podía hacer en un país de una mí­ nima burguesía y con una nobleza en una situación totalmente privilegiada? En España el contexto era distinto, lo mismo que el concepto de libertad. Rusia nunca había sido libre.

(8) Idem, p. 275. (9) Idem, p. 275. (10) Idem, p. 275. (11) O r l i k , O . V .: Dekabristi i evropeiskoe osvoboditelnoe dvishenie, Isdatelstvo Misl, Moskva, 1975, p. 78 (12) Idem, p. 79. (13) V o lk, S. S.: Istoricheskie vsgliadi dekabristov, Isdatelsvo Akademii Nauk SSSR, Moskva-Leningrad, 1958, p. 275. (14) O r l i k , O . V.: Dekabristi i evropeiskoe osvoboditelnoe dvishenie, Is datelstvo Misl, Moskva, 1975, p. 69.

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Todo estaba cuidadosamente preparado para 1826, pero se ade­ lanta un año antes, p o r la muerte del zar. E ra la «acción » prevista después de muchos años de debate y espera. Cientos de m iem bros de las Sociedades del N orte y del Sur participarían en ella. Pero el golpe, inmortalizado en la acuarela de Kolm an, prepara­ do en la Plaza del Senado de San Petesburgo, cuando los senadores prestasen juram ento al nuevo emperador, fracasa. Se había decidi­ do cercar el Senado, deponer al actual Gobierno, arrestar al zar y a su fam ilia en el Palacio de Invierno, etc. (15). La insurrección de la Sociedad del Sur, el 29. de diciembre, tam­ bién fracasa. Son detenidos unos 579, de los que la historia llam ará a partir de ahora «decem bristas» (d e diciem bre) y en ruso «decabristas», p or haber dado el golpe de Estado en diciembre de 1825. Los arrestos se extienden a los amigos de los detenidos, e incluso a los posibles simpatizantes, com o es el caso del m ejor escritor ruso de todos los tiempos, Alejandro S. Puskin, que es desterrado p or posibles sim­ patías con los sublevados. E l em perador Nicolás interroga personalmente a los principales responsables. Se condena a muerte a Pablo Ivanovich Pesteli, coronel y cabe­ za de la Sociedad del Sur, al coronel Sergio I. Muravev-Apóstol, M. I. Bestusev-Riumin, Pedro G. Kajovskii y a Rileev. La ejecución se cumple el 25 de julio de 1825 en San Petesburgo. Son deportados a Siberia 120, donde m orirán la m ayoría lejos de sus familias. Se conservan hoy como museos varios de los Juga­ ros en que vivieron estos defensores de la libertad. A otros de me­ nos graduación se les m anda a batallones del lejano Cáucaso. A los simples soldados de los regimientos sublevados se les expulsa del ejército. E l monasterio moscovita de Novodiévitchi cobija las tum­ bas de muchos de ellos, considerados hoy como héroes nacionales. Comparten también en esto la suerte de Rafael del Riego, el héroe a im itar en sus ideas y en sus actividades, que muere a los 39 años, la edad aproxim ada de los principales decembristas. Después de la sublevación, el nuevo zar conservó y reforzó las fórm ulas absolutistas. Sus decretos, los «ukases», tenían fuerza de ley, y gobernará con el apoyo de la policía, el ejército y la burocra­ cia. Con una administración en la que reinará la arbitrariedad, la indolencia y la corrupción. (15)

S i r o v , S.

1975, págs. 142-145.

N . : Stranitsi istorii, Isdatelstvo “Russkii iasik”, Moskva,

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La nobleza, cerca de 100.000 familias, será la clase dominante y la poseedora de las tierras. La masa de la población son los cam­ pesinos, que, a excepción de una pequeña proporción considerada como libre, eran siervos del Estado o de los nobles. La revolución decembrista animó al zar al aislamiento de Rusia y a fom entar un panislamismo que favoreciera la expansión rusa en los Balcanes. Situaciones como éstas en pleno siglo X X , sin cambios notables posteriores, explican, entre otras cosas, la revolución bolchevique de 1917 y la actual Unión Soviética. El movimiento decembrista inaugura la tradición revoluciona­ ria rusa durante cien años. Con ella y con el «idealism o» ruso de 1840-1850 se produce la escisión del pensamiento ruso en eslavofilismo y occidentalismo (16). Ellos se encontraban en la segunda alternativa, el zar y sus seguidores en la primera. Occidentalista sería también M. A. Bakunin (1814-1876), que se subleva violentamente contra la opresión de la personalidad humana. M ás tarde y en esta línea, el nihilismo (1860-1870) de N . G. Cernishevsky. Entre 1870-1880 el populismo entronca con la tradición eslavófila, pero el marxismo ruso se opondrá a él, y en concreto Lenin, radicalizando las tesis de Plejanov y poniendo en ellas las bases del Estado de los Soviets. Pero una cosa está clara, que la obra y la revolución de Riego de 1820, restableciendo la Constitución de 1812, triunfó no sólo hasta 1823 p or culpa de la Santa Alianza, sino también entre agosto de 1836 y junio de 1837, después de la rebelión de los sargentos de La Granja. La nueva Constitución de 1837 se redacta sobre las bases de la de Cádiz. La de 1845, aunque con recortes profundos, sigue en el espíritu de la de 1812. La de 1869 sigue en esta línea, así como la de 1876. Son todos ellos momentos que afianzan el paso de un régimen absolutista a uno nuevo liberal, con más o menos profundidad en cada momento. Los principios revolucionarios y las ideas latentes en el X V I I I se hacen realidad: la soberanía reside en la nación y p or lo mismo

(16) F i e r r o B o t a s , Federico: “ ¿Es posible un cambio en la situación po­ lítica de la U.R.S.S.? (El desarrollo político soviético y el papel del Partido)”, Rev. de Fomento Social, núm. 125, enero-marzo 1977, págs. 61 y 62.

t

EL GENERAL RAFAEL DEL RIEGO EN LA PRIMERA REVOLUCION RUSA

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pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales. En palabras de Riego: «Entretanto que en España reine la ti­ ranía que ahora la oprime, no hay que esperar remedio a males tan enormes. Deben, en fin, convencerse de que unidos y decididos a libertar su patria, serán felices en lo sucesivo b a jo un gobierno m oderado y paternal, am parados por una Constitución que asegure los derechos de todos los ciudadanos» (Proclam a del 1 de enero de 1820 en Cabezas de San Juan) (17). Riego aparece así como uno de los clarividentes hijos de Astu­ rias que junto a Jovellanos, Evaristo San Miguel, Agustín Argüelles, el conde de Toreno, Flórez Estrada, José Canga-Argüelles, etc., en­ señaron el camino hacia un pueblo libre y soberano, que es todavía la utopía que buscam os en nuestro siglo X X . Sin em bargo

en Rusia todo fue una escalada de fracasos cons­

titucionales, salpicados de algún momento de libertad, como el que siguió a la revolución de 1905. Gijón, 7 de noviem bre de 1988. C L X V Aniversario de la muerte de Rafael del Riego y Flórez Valdés.

(17) A s t u r , Eugenia: Riego, Ed. Consejería de Educación, Cultura y D e­ portes, Oviedo, 1984, p. 159.

JESUITAS ASTURIANOS EN AMERICA: SIGLOS XVI-XVIII (P L A N T E A M IE N T O G E N E R A L )* J u s t o G a r c ia S a n c h e z

Al P. Patac de las Traviesas, jesuíta ejemplar, asturiano ilus­ tre e investigador insigne.

I La presencia de los miembros de la Com pañía de Jesús en H ispanoam érica está revestida de permanente actualidad, sin duda m erced a la activa y comprometida tarea pastoral que ejercitan en los países de aquella área geográfica. También se ha recordado recientemente, en este caso p or una producción cinematográfica, la singular aportación de los jesuitas en las denominadas «R educ­ ciones del Paraguay», a la que se dedicaba el pasado mes de agosto un artículo especializado dentro de una conocida publicación es­ pañola. Si el Adelantado de la Florida, don Pedro Menéndez de Avilés, tuvo la gloria de ser uno de los promotores y pionero de la tarea misional en Am érica de los jesuitas, los Romanos Pontífices, así como los sucesivos PP. generales, a partir de San Ignacio, com­ prendieron bien pronto que era objetivo prioritario de su instituto la difusión del Evangelio entre las gentes que carecían de la infor­ mación más elemental, comenzando por Europa pero prolongando su actividad, de form a organizada y suficientemente nutrida, entre los indios, sin olvidar que también influyeron decisivamente en su presencia americana los reyes españoles hasta Carlos III. * Este trabajo ha sido realizado merced a una beca del Banco Herrero, Fun­ dación Marqués de Aledo, que disfrutó el autor.

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Como refiere Borges Morán (1), la prim era de las expediciones jesuíticas se remonta a 1566, con dos padres y un hermano a Flo­ rida, y la última de ese período tuvo por destino el Paraguay en 1767, con cinco padres, trece escolares y dos hermanos, pasando p or otras muchas cuyos lugares de asentamiento eran, además de los referidos, Perú, Quito, Nueva Granada, Nueva España y Chile (2). De los varios cientos de misioneros de la Com pañía de Jesús que tuvieron en los países hispanoamericanos su lugar de residen­ cia y compromiso evangélico, un significado grupo era de proce­ dencia asturiana, digna representación de nuestra región en tan elevada y trascendental tarea (3). 1.

COMO SE FORMARON LAS EXPEDICIONES DE JESUITAS

A 7 de septiembre de 1570, escribe desde Rom a el padre general San Francisco de B o rja al viceprovincial de Florida las siguientes palabras: «m ando... que los religiosos que estén en la libertad que Dios y su Santa Iglesia les ha dado y que no haciendo el fruto que se espera en un lugar se pasen a otro donde más dispuestos estén los corazones, pues el Redentor del mundo, entre los otros docu­ mentos, dio éste cuando envió a sus discípulos a dar la buena nueva del Evangelio por el mundo, que no siendo recibidos en una tierra se pasen a otra no llevando de ella ni aun el polvo que se hubiese asentado sobre sus pies. El señor Adelantado Pedro Menéndez es­ pero que hará en todo tan buen oficio como la sana prudencia de su señoría entiende que conviene y a mí diversas veces p or sus letras me ha prometido. Las ayudas que pedís de sacrificios y ora­ ciones de aquí y de toda la Compañía no os faltarán, ni la m emoria de encomendaros particularmente a Dios Nuestro Señor» (4), y ese mismo año desde Rom a a 15 de noviembre, en carta al padre Esquivel, a propósito de la misión del padre Bautista de Segura, se le recuerda que ésta se lleva a cabo «con consentimiento y ayuda del señor Adelantado don Pedro Menéndez», y añade: «n o se sabe qué suceso tendrá, mas abriéndose las puertas del Evangelio y que­ dando la libertad que conviene a los nuestros como la tendrán con esta patente del Adelantado, no piensa nuestro padre (S an Fran­ cisco de B o r ja ) sacar los nuestros de la F lorida» (5). Si

el general de los jesuitas siente la necesidad de enviar misio­

neros a las Indias, la iniciativa singular es fruto de la voluntad del religioso, al que se le invita después de una directa información de la realidad americana que le proporciona el padre procurador de la respectiva provincia (en Hispanoamérica eran cuatro: Nueva

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España, peruana, paraguaya y del Nuevo Reino de Granada y quí­ tense), quien periódicamente visita las comunidades jesuíticas euro­ peas, en sus casas y colegios, para mover el ánimo de com prom iso lejos de sus lugares de nacimiento, o a través de una relación epis­ tolar con el mismo contenido; en el momento de rem itir la lista de misioneros se acude en prim er término a examinar los nom bres de quienes voluntariamente lo han solicitado y de los que hay re­ lación en la Curia Rom ana de la Compañía; cuando esto no sucede, normalmente p or falta de la información oportuna, se remite la designación al padre provincial, para que de los m iem bros de su circunscripción asigne un número determinado, que ya se le seña­ la, a la provincia necesitada de Ultram ar, pues, p. ej., a pesar del testimonio de San Francisco Javier y la creciente petición de seguir su ejemplo, en 1628 el padre general tiene que pedir a los provin­ ciales de Castilla y Toledo que den al padre procurador de la pro­ vincia de Goa al menos un religioso «que sea de conocida virtud y de buena vocación y que tenga bastante salud para llevar los traba­ jos e incomodidades que se padecen en semejantes m isiones» (6). Asturias pertenecía a la provincia de Castilla, una de las más nutridas de vocaciones, por lo que se solicita reiteradamente el envío de misioneros de la misma. Baste recordar algunos eventos: El 8 de febrero de 1616 se informa desde Rom a que el padre N ico­ lás de Arnaya, procurador de la provincia de M éjico, ha regresado de esa provincia y ha inform ado al padre general «d e lo mucho que Nuestro Señor se sirve en aquel Nuevo M undo de los hijos de la Com pañía y la gran mies que hay de almas, y p or otra parte, cuán m oderado número de obreros tienen para acudir a tantos puestos y misiones de indios; ha hecho mucha instancia para llevar los más sujetos que sea posible, y aunque de estas provincias se le han dado algunos (Andalucía y Aragón cuatro cada una, dos padres y dos hermanos o un padre y tres escolares) ésa (d e Castilla) ha de concurrir con más número, lo que deseo mucho (Castilla y Toledo tienen asignados cinco religiosos cada una: un padre, tres escolares y un coadjutor o dos padres y dos hermanos). Ruego a vuestra re­ verencia que ponga los ojos en hombres de virtud y religión y se persuada que en darlos cuales para aquellas partes son menester hará muy gran servicio a la Compañía y cosa grandemente agradable a N uestro Señor, el cual en recompensa hará otros muchos tan buenos o m ejores a esa provincia...» (7). Unos años antes, el 24 de junio de 1608, a pesar de las necesidades de la provincia de Casti­ lla, p o r las nuevas actividades pastorales que van asumiendo, se mandan a Perú seis sujetos, indicándosele al padre provincial, Cris­

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tóbal de los Cobos, que examine bien prim ero «la firmeza de la vocación de cada uno para esa em presa» y que la lista sea elabo­ rada partiendo de los padres y hermanos que lo habían pedido, figurando entre los primeros los padres Francisco de Girón, G aspar Dávila, M anuel Ibáñez y Cristóbal Suárez, y entre los segundos los hermanos Juan de Sanguesi, Alonso Cortés, Juan Ximenes y Luis Rodríguez (8). Uno de los jesuítas que más veces pidió ir a misiones america­ nas sin éxito fue el oriundo asturiano padre Francisco de Lugo, que figuraba en la lista precedente junto al padre Juan de Sepúlveda y a los hermanos Antonio Velázquez, Juan Espinosa y Jerónimo de Medrano, y que ya en 17 de octubre de 1606 había visto rechazada su petición, pues en carta desde Roma al provincial de Castilla se informa: «a l padre Francisco de Lugo se le responde alabando sus buenos deseos de ir a las Indias y animándole a que se contente y esté consolado con lo que los superiores juzguen ser de m ayor servicio divino y en la misma conform idad le podrá h ablar (el provincial padre Cristóbal de los C ob o s)» (9). Otro jesuita ilustre que asimismo vio rechazada su petición fue el padre Tirso Gonzá­ lez, profeso en San Matías de Oviedo y finalmente general, quien desde Salamanca, a 14 de agosto de 1652, pide pasar a China o a Filipinas, o a otra parte que al padre general le pareciere, una vez acabado el curso de artes que debía enseñar aquel año, pues piensa «qu e éste es un medio muy poderoso para entregarse íntegramente a su Divina M ajestad despegando el corazón de todo lo visible», y argumentando en su carta al padre general «qu e desde que Dios me dio estos deseos he sentido en mí un notable despego y desamor de lo escolástico que antes me tiraba mucho..., aunque este despe­ go (cito palabras textuales) no me ha quitado un punto la aplica­ ción a los estudios» (10), como se corroboraría posteriormente al llegar a ocupar una cátedra en la Universidad de Salamanca. En ocasiones el padre general se ve precisado a enviar uno de los religiosos específicamente por razón del empleo que se ha de cubrir en América, como ocurre el 6 de febrero de 1607 con el padre G aspar de Vegas, rector entonces de Villagarcía, al que se le ordena m archar a M éjico «porque allá hemos menester hom bre de sus partes», p or lo que ha de partir en la prim era flota (11), orden que no ejecutaría por problemas de salud certificados p or los médicos, que aluden «a l grave peligro que corre embarcándose para M éjico por los achaques que tiene», y ello da lugar a una situación peculiar dentro de la Compañía, pues se le envía nuevamente a Villagarcía, pero no se puede, por falta de tiempo, poner otro en su lugar, aun­

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que «es muy grande la falta en M éjico» (12). Situación diferente es la que se produce con el padre Juan Fernández Lossa, residente en el Colegio de M onforte de Lemos, que es enviado a los Reinos del Perú a petición de los condes de Lemos, patronos del colegio, a lo que no puede negarse el padre general a causa, en expresión de la carta fechada a 24 de febrero de 1633, «d e lo mucho que la Com ­ pañía debe a los señores condes... y la obligación que tenemos de acudir a su gusto», y a pesar de que el motivo de su viaje es acudir «a ciertos negocios suyos en materia de hacienda», el padre general «n o lo ha podido excusar», rogándole al provincial de Perú, padre Nicolás Durán, «q u e en lo que se ofreciere así de su persona como de los negocios a que va, le acuda con todas veras» (13). A lo largo del siglo X V I I se reiteran las recomendaciones y man­ datos de enviar misioneros desde la provincia de Castilla a las provincias jesuíticas de América, insistiendo en las cualidades que deben reunir quienes se embarquen para las Indias. Así, en 12 de abril de 1621 el padre general, a través de una carta común a los provinciales de España, señala que «la provincia de Paraguay está tan falta de operarios que pueden emplearse en la conversión de tanta gentilidad como en ella hay y se va descubriendo, que con razón se puede decir de ella messis quidem multa operarii autem pauci, y nos piden con grande instancia que les enviemos quien les ayude en tan gloriosa empresa socorriendo la necesidad espiritual que tienen las indias de quien les enseñe el camino de su salvación; persuádom e que habrá muchos en esa provincia que con gusto se ofrezcan a tan alto em pleo» y p or ello ruega seis sujetos para el p rocurador de Paraguay, padre Francisco Vázquez, «procurando que sean personas de quien la Compañía pueda fiar tan grande ministerio y de tanta gloria de Nuestro Señor y que tengan voca­ ción... Dios p or uno le dará muchos y pienso que una de las causas p o r la que N uestro Señor ha dado a esa provincia tan grandes su­ jetos es p or la liberalidad de que ha usado con los indios enviándoles operarios tan celosos que allá han servido mucho a la Iglesia, re­ duciendo a muchos infieles a su prem io» (14). En esa misma fecha, y para el p rocurador de Méjico, padre Hernando de Villafañe, se asignan de Castilla tres sujetos de los doce que se le han concedido, con el deseo del padre general «que sean tales cuales se requieren para tan grande empleo, de mucha religión y bastantes letras y que tengan buena vocación, que uno de éstos hace p or muchos y esté cierto que p o r tres dará Dios treinta» (15). Esta preocupación del padre general p or las cualidades que deben adornar a los religiosos que marchan a Indias, al parecer

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superflua, era una obsesión fundada en la experiencia, pues los misioneros son seres humanos, que viven en un mundo hostil a su compromiso, en múltiples ocasiones incomprendidos y sin la cola­ boración necesaria de la comunidad para afrontar sus tensiones internas, lo que provocaría, en casos aislados, frustraciones y m a­ los ejemplos en los nativos. Este hecho justifica una carta del padre general desde Rom a al padre provincial acerca de los sujetos que se envían a Indias: «S a bid o es cómo entre los pocos sujetos que esa provincia dio al procurador de la provincia del Nuevo Reino, uno de ellos fue un hermano coadjutor que está amenazado de que será despedido si vuelve a caer en la falta que se le ha notado de embriaguez, y otro hermano estudiante corto en todo y que también está amena­ zado de que será despedido por su falta de virtud. Confieso que me he m aravillado mucho de que vuestra reverencia y su antecesor hayan puesto los ojos en semejantes sujetos para enviarlos a Indias y no puedo creer que saben el gravísimo daño que hacen con en­ viar a tales sujetos a Indias, y para que vuestra reverencia lo sepa y pueda también decirlo a otros apuntaré brevemente lo que en es­ to hay: 1.— Estando las provincias de Indias con grande necesidad y deseo esperando la ayuda de los sujetos de España, en lugar de enviarles quienes las ayuden y edifiquen les envían quienes las desayudan y escandalizan, con que se contristan y afligen mucho nuestros padres que están allá trabajando tan gloriosamente. 2.— Defraudan aquellos pobres indios del bien espiritual que en ellos se hiciera, si se enviaran sujetos de la virtud y partes que conviene tengan los ministros del Santo Evangelio y operarios de la Compañía. 3.— Se hace grande injusticia al rey, que paga la costa de los viáticos de los sujetos que van a las Indias, en que se gasta mucha cantidad de ducados y los da por muy bien empleados presupo­ niendo que se gastan para llevar sujetos que se han de em plear en ayudar y conservar en la fe a los indios nuevamente convertidos y en ir convirtiendo más de aquella infidelidad, y si no lo enten­ diera así no nos diera la plata que para ésta da, y vuestras reveren­ cias, en lugar de enviar sujetos tales cuales se requieren para lo dicho, envían no pocas veces algunos que escandalizan allá y es fuerza de despedirlos en llegando, como sucedió con Solana en Filipinas y Pedro Peralta que fue al Nuevo Reino... Pudiera tam­ bién referir otros de esa provincia que han ido a las Indias y que han dado allá: harto que padecer. Se podría d ecir contra lo dicho

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que cuando fueron eran virtuosos y no se temió de ellos lo que después se vio. Respondo... Vuestra reverencia lo sabe, que de al­ gunos de ellos no se tenía tal satisfacción y con todo eso los en­ viaron... 4.— Es justo que también se advierta el daño que se hace al buen nom bre de esa provincia, de donde ven ir sujetos tales que con su mal ejem plo la desacreditan y son causa de que pierda de su buen n o m b re ...» Finalmente, concluye la carta con estas palabras: «V u estra reve­ rencia esté m uy advertido en no dar sujeto ninguno para Indias que no sea de segura virtud y confianza, y de bastantes partes, y esté cierto que esto es materia muy grave de que se debe tener mucho escrúpulo. Conviene que vuestra reverencia guarde este capítulo para que lo vean sus sucesores y lo cumplan puntualm ente» (16). Sin duda se trataba de una masiva afluencia de misioneros a Amé­ rica a finales de la segunda década del siglo X V II, com o lo confirma, p. ej., que a 14 de octubre de 1629 (17) se mandan al provincial de Nuevo M éjico 26 operarios «q u e puedan emplearse en la conversión de la gentilidad que en ella se ha descubierto y de nuevo se va des­ cubriendo en las misiones que llaman de Los Llanos y en otras», de los cuales cinco pertenecían a Castilla, requiriéndose en todos que «sean de p robada y segura virtud, y uno de ellos al menos per­ sona a quien se pueda ocupar en asuntos de gobierno», lo que pudo m otivar el hecho a que alude el padre general, ya que ese incidente no impidió que en 1634 acudan a América más de veinte religiosos de la provincia de Castilla (18). Como escribía el padre general, a 25 de marzo del mismo año, al provincial padre Alonso del Caño: «Verdaderam ente si no enviamos de Europa personas que como le­ vadura dispongan a los de aquellas partes, hay peligro de que la observancia no tenga el punto que se desea» (19), y añadía a 16 de septiembre: «...p o rq u e es fuerza que echemos mano de personas de E u ropa para que como levadura tan buena sazonen a los de aque­ llas partes. Y o he dado de estas provincias de Italia más de treinta sujetos para las (In d ia s ) de Oriente y Occidente, porque veo que es necesario si no queremos que falte tan glorioso empleo como allí tiene la Com pañía» (20). Un momento especialmente álgido de peticiones para misionar en América dentro de la provincia de Castilla coincide con el gene­ ralato del padre Tirso González. Las cartas que se remiten a Rom a desde el colegio ovetense de la Compañía son suficientemente ilus­ trativas del espíritu que impregnaba la vida de la com unidad jesuí­ tica de San M atías (21).

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De entre las cartas enviadas a Roma entresacamos tres testimo­ nios que hemos juzgado de interés, un hermano y dos escolares. El primero, Tomás de Salas, escribe al padre Tirso González desde Oviedo a 25 de abril de 1699: «H abiend o oído una carta que vuestra paternidad ha comunica­ do a esta provincia en que dice que todos los que tuviesen deseos de pasar a las Indias acudan a vuestra paternidad, para que m ejor y con más seguridad se pueda conseguir la licencia que tantos años he deseado y deseo, como lo he demostrado declarándome a mis superiores que han sido el padre Robles y el padre Montalvo, el cual habló al padre Sarmiento siendo provincial cuando fue la Con­ gregación, y le respondió que por entonces no había lugar... Las ocupaciones en que me he ocupado han sido la cocina y despensa y com prador, que es en la que estoy hoy día, aunque también en­ tiendo las labores del campo y de aoerteja, que son en las que me ocupaba en el siglo; y así no he querido dejar de dar a vuestra pa­ ternidad esta breve noticia, para que si Dios fuese servido conseguir en breve lo que en cinco años no he podido alcanzar y me hallo con salud ro bu sta...» (22). El segundo testimonio es el de José García, quien por vez pri­ mera pide ir a Indias a 28 de septiembre de 1691 desde Oviedo, con el fin de «ayud ar a su conversión del m odo que pudiere»; para lograr su objetivo hace la biografía personal que le llevó a la Com­ pañía de Jesús «m ovido por D ios» en Valladolid sin dar cuenta a sus padres que lo sintieron mucho, logrando éstos un breve le «p u ­ sieron en libertad en donde engañado de razones aparentes, aunque contra mi voluntad, dexé la ropa. Pero no me dexó Dios, porque llamándome más fuertemente me obligó a salir de mi patria con la bendición de mi madre. Luego que lo supo mi padre, envió quien me siguiese; mas cuando me encontraron, ya estaba yo en el Co­ legio de San Ambrosio. Y la licencia del padre provincial con tal que fuese con voluntad de mis padres, los cuales vinieron allí, y alcanzada también la bendición de mi padre, fui recibido. Pasé a Villagarcía, en donde a pocos meses sentí deseos de emplearme en ayuda de los infieles, y dando cuenta de ello al padre M elchor M on­ talvo, maestro de novicios, me dio licencia para hacer un voto de pedir al padre provincial una vez esto mismo. Cumplilo: mas lle­ gándose los dos años de la primera probación y deseando con ansias perseverar en la Compañía, prometí a San Francisco X avier que si me alcanzaba de Dios la perseverancia, haría voto de pasar a las Indias si me fuere concedido. Hice mis votos a los dos años y des­ pués avisé de mi propósito al mismo padre rector> con cuyo, consejo

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hacía el voto arriba referido... Tengo 19 años de edad, tres de Com­ pañía y uno de artes y estoy para empezar el segundo. La salud y las fuerzas me parecen bastantes, porque aunque tengo dos fuentes no son p or mal o dolor habitual que yo padezca sino por achaques que padecí siendo de poca edad, originados de un refrío que cogí p or andar con yelos y comerlos; revolviéndose los hum ores con la frialdad, unas veces acometía el humor a la garganta, otras a los pies, hasta que quiso Dios que cesase aquel hum or y h abrá más de 10 ó 12 años que ni me repiten ni he tenido calentura o enferm edad que así se pueda llamar. Quedóme con todo eso una fistulilla en un pie que después de tantos años aún me purga algo, aunque muy poco, y no me causa dolor ni impedimiento alguno. H e considerado las necesidades, trabajos y peligros de esas misiones, mas nada ha bastado para entiviar mis deseos, que siempre han perseverado des­ de que los empecé a sentir, con haber más de 2 años. Y o confío en Dios que pues da y conserva estos deseos, me dará fuerza para los trabajos. Y a la verdad, no me puedo persuadir que Dios me volviere a su Com pañía para otra cosa ni puede haber m ejor medio de m ostrarm e agradecido a quien tanto miró p or mí. Pese bien a vuestra paternidad todas estas cosas y determine lo que fuere ser­ vido, porque yo en seguir su voluntad (que es la de D ios) ( sic) pongo el cumplimiento de mis deseos y sé que en esto no me pedirá Dios cuenta de ellos, pues hago lo que es de mi p arte...» (23). A pesar de la contestación del padre general, desfavorable para sus deseos, el religioso de San M atías insiste en ellos de nuevo, en carta fechada en Oviedo a 14 de febrero de 1693 (24), especificando que sus pro­ pósitos se mantienen incólumes y que «en una ocasión estuvo re­ suelto de hacer voto de pedir pasar a tierra de gentiles para ayudar a su conversión con lo que pudiese y se le mandase, todas las veces que llegase a su noticia que se buscaban sujetos a este fin p o r los procuradores de estas provincias, mas no lo hizo p or decírselo así su superior, a quien quiso prim ero consultar», reiterando su volun­ tad de contribuir a tan gloriosa empresa con argumentos ya inclui­ dos en la carta precedente, a los que añade «el gozo de que se baña mi alma algunas veces con esta consideración. Tam bién el que no me propongo dificultad que me acobarde. Y finalmente... el aumen­ to de salud que Dios me d a...», concluyendo que en lo referente a elegir «provincia o lugar confieso ingenuamente que no me inclino más a una tierra que a otra, como en todas partes hay gentiles, porque a éstos solos y a su salud eterna me inclino... Y o quedo con esto consolado y con gran indiferencia para cuanto dispusiere de mí vuestra patern idad...» Todavía remite una nueva misiva desde

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Salamanca en m arzo de 1694 con el mismo propósito de m archar a Indias, y en la misma señala que «durante el tiempo del estudio podía aprender lenguas y conocer los naturales para comenzar des­ de luego a trabajar p or ayudarlos» (25), con lo cual demuestra una perfecta visión de la pastoral misional hoy plenamente válida. E l último testimonio elegido corresponde al cántabro Jerónimo Herrán, nacido en Pámanes el 13 de abril de 1672 y profeso el 22 de agosto de 1688 (26), quien eleva la súplica al padre general desde el Colegio de San Matías de Oviedo, a 29 de septiembre de 1691, con resultado favorable, ya que el 24 de septiembre de 1698 está en Buenos Aires, falleciendo en Córdoba (A rgentina) a 10 de di­ ciembre de 1743. El texto de la petición es suficientemente ilus­ trativo: «H abiend o oído leer la carta que vuestra paternidad movido con deseo de la salud de las almas envió a los colegios de esta provin­ cia... deseos que p or espacio de tres años he tenido de ir a esta ilustre conquista de la salvación de las almas, los cuales he mani­ festado a mis superiores por tres veces y ahora finalmente a vues­ tra paternidad como a pastor y padre de todos que como tal me sabrá guiar p or el camino que más me convenga. Lo que me mueve a esto es principalmente el ver que tantas almas redim idas con la sangre de Cristo se aparten para siempre de aquel dulce pastor a quien tanto costaron, la cual consideración me alienta mucho a abrazarm e con los trabajos que en esta empresa se pueden ofrecer. Las causas que me persuaden ser la vocación de Dios Nuestro Se­ ñ or es el reconocerme con su memoria alentado a servir a Dios y lo principal la indiferencia que tengo para quedarm e o irme, y si fuese allá, estarme en un colegio o en otra parte que más agradare a vuestra paternidad. Los trabajos que se pueden ofrecer me los dijo un superior a quien manifesté mi deseo, para que me mirase y meditase si podría sufrirlos cuando se ofreciere la ocasión; yo lo he hecho así y me hallo con la Divina Gracia alentado para eso. La edad es de 19 años cumplidos, la salud robusta, sólo siento mucha falta en la vista p or acudir a la cabeza mucho calor que me confun­ de las especies e impide estudiar, en particular cuando hay luz de candil o otra cosa semejante. De estudios tengo un año de artes. Esto es lo que principalmente se me ofrece y me parece delante de Dios debo proponer a vuestra paternidad, a quien suplico le dé acierto en cosa de tanta im portancia...» (27).

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2.

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VIDA DIARIA EN UN COLEGIO DE LA COMPAÑIA EN AMERICA Y ACTIVIDAD PASTORAL QUE DESPLEGABAN SUS RELIGIOSOS

Como testimonia el padre Pacheco (28) recogiendo la inform a­ ción de los propios jesuitas que le precedieron y fueron testigos directos de la disciplina y régimen interno de los colegios en la antigua provincia de Quito, salvando las pequeñas diferencias que pudieran encontrarse p or la distancia de la ubicación geográfica de los territorios hispanoamericanos y cometidos que asumían, una casa de la Com pañía de Jesús iniciaba su actividad diaria a las cua­ tro y media de la mañana, en que la campana señalaba la hora de levantar. A continuación tenía lugar la meditación, durante una ho­ ra, e inmediatamente seguía la misa, que era oficiada p or el padre rector para los hermanos, estudiantes y coadjutores a las 6 de la mañana. E l desayuno, llam ado entonces almuerzo, era facultativo y debía tomarse de pie, entre las 7 y las 8, en el anterrefectorio. Después de esta colación, cada uno de los religiosos se dedicaba a sus oficios respectivos, hasta que a toque de campana, a las once menos cuarto, se hacía examen de conciencia. A las once era la comida, en la que solamente se dispensaba un vaso de vino para los achacosos y ancianos. Concluida esta refacción, tenía lugar una quiete paseando hasta las doce y media, destinada aquélla a la con­ versación en grupo, tras la cual retornaba cada uno a sus ocupacio­ nes ordinarias. Estas finalizaban a las siete y media, con el rezo de las letanías en comunidad, seguido de la cena y un corto recreo. A las nueve se dedicaba un cuarto de hora a la preparación de la meditación del día siguiente y otro cuarto de hora al examen de conciencia, retirándose a dorm ir a las nueve y media de la noche. A tenor de la distribución horaria que hemos referido, los pe­ ríodos de tiempo más importantes para el apostolado venían com­ prendidos entre el desayuno y la comida, de 8 a 11 de la m añana y de doce y m edia a siete y media de la tarde. Cuales fueran las actividades de difusión del Evangelio, p or medio de la palabra o con obras de caridad, quedan reflejadas, a m odo de ejem plo, en la visita que el padre visitador, Andrés de Rada, señaló para el Colegio de San Pablo, de la provincia peruana, a 10 de noviem bre de 1659. En prim er lugar designa los oficios, entre los que se encuentran el de adm onitor y prefecto de salud, los consultores del colegio, comprendiendo al padre ministro y al prefecto de espíritu, los con­ fesores de los padres, de los hermanos estudiantes y de los herm a­ nos coadjutores, advirtiendo «ya se sabe que los confesores no han de entrar en las consultas en que se trata de moribus paeniten-

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tium, como está ordenado en el capítulo 1 de las Ordenaciones de los generales, número 7». A continuación, tras designar al prefecto de la Iglesia, nom bra al padre Diego de Avendaño «p ara platicar los martes a los hermanos coadjutores y darles puntos miércoles y sábado en la noche». Hay un prefecto de estudios mayores, que además se encarga de «resolver casos», y es prefecto de las enfer­ merías de los negros y negras de casa; otro prefecto de los «tonos y sermones del refectorio», con misión de corregir a los lectores de la comida, y otro para corregir a los de la cena; un prefecto de estudios de gramática; otros dos padres tienen p or encargo «cuidar de adelantar en virtud a los estudiantes de gramática e instruirlos para la frecuencia de sacramentos», y el último oficio consistía en «platicar los jueves en la noche a los donados e instruirlos en virtud». A continuación se enumeran las congregaciones existentes y sus prefectos: de los clérigos, de la Universidad, de los seglares, de los solteros y caxoneros, de los gramáticos, de los mulatos, de los ne­ gros criollos, de los negros de Guinea, de la cofradía de los indios, de la Congregación de la Concepción de los indios soldados de aque­ lla ciudad, de los indios de Chile, de la decuria de los niños españolitos, ba jo la dirección de dos hermanos, y otros dos hermanos se encargan de la decuria de los negritos, concluyendo los nom bra­ mientos en este apartado con los padres que han de adoctrinar a los indios de Chile y confesarlos, a quienes se recuerda además que deberán acudir frecuentemente «p o r lo menos cada uno su día em­ pezando desde la mañana a consolar los negros y negras de nuestras enfermerías, y a disponer a los que están de peligro de m uerte». Un padre y dos más, como ayudantes, se destinan para que vayan a las cárceles, y tanto en la de la corte como en la de la ciu­ dad, se ordena que haya una plática cada semana. Otro servicio importante es el referente a los hospitales: San Andrés, Santa Ana, del Espíritu Santo y de San Bartolomé;

en los dos prim eros se

alude exclusivamente al deber evangélico de «visitar» y se nom bra un responsable, mientras que en los otros dos se añaden nuevos actos: en el Hospital del Espíritu Santo los martes «p o r lo menos cada quince días a enseñar la doctrina a los morenos y consolar a los enfermos, destinando el resto de la tarde a visitar algunas es­ cuelas y hacer una breve exhortación a los niños a la devoción de Nuestra Señora contándoles un ejemplo, mientras que al Hospital de San Bartolom é, además de acudir, se m anda hacer a los morenos enfermos la doctrina y consolarlos, dedicando el resto de la tarde a «hacer la doctrina a los morenos de una ollería que está cerca de

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dicho hospital y a los de la Casa de la M oneda», afirm ando «acudan otros padres a este ministerio, que es muy de la gloria de Dios y propio de la Com pañía». Finalizadas estas asignaciones, se pasa al capítulo de las doctri­ nas, con la siguiente distribución: «H a c e r la doctrina el domingo por la tarde en nuestra portería principal a los pajes que tienen las muías de los congregantes se­ glares, el herm ano que señalare cada mes el padre rector. H acer la doctrina en la puerta reglar todos los días antes de com er a los indios que allí acuden el hermano Juan de Rosas. Los domingos p o r la tarde, todo el año, harán la doctrina a los morenos en los bailes de la plaza los hermanos estudiantes que el padre rector nom brare. A las siete de la mañana, todos los días de trabajo, se continua­ rá en hacer la doctrina a los morenos que se alquilan en la esquina de la plaza, junto a la iglesia mayor, por juntarse allí buen número de ellos; y en acabando allí pasar a la puente y hacer la doctrina a las morenas que pasan. Y después b a ja r al rastro y a las plazuelas de la pescadería a enseñar en todas la doctrina; y los viernes, sá­ bados y vigilias se hace la doctrina en la esquina del Señor Arzobis­ po a las m orenas que van p or pescado, y este ejercicio se ha de hacer en Cuaresm a todos los días a las morenas que van a com prar pescado. Los jueves p or la tarde irán a hacer la doctrina cristiana a los morenos que están en los obrajes y tenerías que hay en San Lázaro, que son diez y la Cuaresma se irá otro día a este empleo p or ser el del jueves ocupado en aquel tiempo. Todas estas doctri­ nas están a cargo del padre Francisco del Castillo, y conviene que otros padres también (d e los muchos que hay en este colegio) ( sic) se ocupen en estos ministerios, p or ser de tanta edificación y cré­ dito de la Compañía, y así encargo al padre rector no se dexen en ausencia del padre Francisco del Castillo». Un apartado singular se dedica al «B a ra tillo », comenzando p or señalar que «los domingos p or la tarde se predique a los indios como se ha hecho estos años en el Baratillo, haciéndoles antes la doctrina cristiana a los que fueren juntando, y en este sermón se conmuta el que en la plaza se predicaba, p or cuanto se experimentó no acudían tantos indios a oirle como acuden al Baratillo. Tam bién se predica en el Baratillo a los españoles dichos do­ mingos p o r la tarde, precediendo la leyenda de algún libro devoto mientras se juntan, para lo cual podrá tener el padre que cuida del Baratillo prevenida alguna persona seglar devota que lea;

luego

se hará la doctrina cristiana a los niños que allí acuden, para que

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todos la aprendan, y cuando el padre Francisco del Castillo faltare, se supla con los padres de casa, como se ha hecho, para que no cese lo que tan loablemente está entablado. En Cuaresma, los domingos por la tarde, se trae en procesión al Santo Cristo desde el Baratillo a la capilla de los Desamparados, y a la puerta de ella se hace un muy fervoroso acto de contricción para todos los que van en procesión. Los tres días de Carnestolendas p or las tardes se suele sacar el Santo Cristo del Baratillo a la capilla de los Desam parados y lle­ varse en presencia p or el barrio de San Lázaro al Baratillo, donde después de haber hecho la doctrina se hace una devota plática, y volviendo el Santo Cristo en procesión a su capilla, se hace un acto de contricción a la puerta de ella, acción muy devota y de mucha edificación para toda la ciudad, y así encargo que se lleve adelante. Esta capilla (de los Desam parados) está donada a la Compañía y se puede hacer una continua misión de grande fruto en ella en la form a siguiente, como se ha empezado con conocido fruto y prove­ cho de las almas, cuya ganancia es nuestro principal empleo: Los caballeros de esta ciudad y personas devotas acuden a di­ cha capilla los miércoles y viernes p or la tarde de cada semana; los miércoles asisten a una plática o conferencia espiritual que se les hace; los viernes se les instruye y dan puntos de oración, y lue­ go la tienen p or espacio de una hora; y un domingo de cada mes van dichos caballeros a comulgar a dicha capilla y el padre que cuida de ella va con otro padre a confesarlos y comulgarlos. Encar­ go se le dé siempre compañero que le ayude. P or la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz tienen dichos caballeros nueve días de ejercicios espirituales en dicha capilla, un día de estos nueve han de confesar y com ulgar los presos de la cár­ cel de la ciudad y otro los de la cárcel de corte; y para m ejor disponerlos, vaya la tarde antes un padre a hacerles plática e ins­ truirlos, y al día siguiente algunos padres irán a confesarlos y co­ mulgarlos, y este día sean preferidos dichos caballeros a darles la comida y será bien que al repartirla se halle un padre de casa con su compañero para echar la bendición y servir a los pobres. Lo mismo se hará otro tanto en los hospitales. La fiesta principal del Santo Cristo de la Agonía sea el Martes Santo, pues le han escogido los que acuden a la oración y ejercicios espirituales a la capilla de los Desamparados, y ese día tendrán (pues lo han alcanzado del señor arzobispo) ( sic) comunión general por la mañana en dicha capilla y por la tarde procesión de peniten­

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cia, y su ilustrísima ha concedido 40 días de indulgencia a los que salieren en ella. Cuidará de la capilla de los Desamparados y dichos ministerios en ella y también de los de El Baratillo y de lo demás concerniente a él, el padre Francisco del Castillo; encargo al padre rector le dé la ayuda que hubiere menester, así para los ministerios de dicha capilla como para los de la capilla de Nuestra Señora del Socorro, donde se acudirá las cuaresmas un día cada semana p or la tarde a hacer la doctrina cristiana y platicar a la gente de aquellos ba­ rrios que necesitan mucho del pasto espiritual, y será m ucha gloria de N uestro Señor enviar entre año, siquiera cada mes una vez, quien les confiese y comulgue y les haga alguna plática». E l último grupo de resoluciones del padre visitador concierne a los «Serm ones de la plaza»: «Llévese adelante la costumbre tan asentada de que se predique a los españoles en la plaza los viernes del año p or la tarde, empe­ zando desde Pentecostés hasta el Adviento inclusive, y en Cuaresma se predique los jueves, y el padre rector tendrá cuidado de señalar buenos predicadores y padres graves que lo hagan con satisfacción, como hizo el venerable padre Juan Sebastián y los que le sucedieron. En Adviento y Cuaresma predicarán en la plaza a los morenos e indios los domingos por la tarde, como se ha usado, y no se dejen dichos sermones p or cualquier ocasión, y todos los dom ingos del año p o r la m añana predicará en la grada de la iglesia m ayor a los indios el padre Juan Muñoz, mientras quien tiene la obligación no dispone otra cosa. Los sermones de nuestra iglesia no se dejen, si no es p or algún impedimento o causa grave que obligue a ello a juicio del provin­ cial, y así se predicará todos los domingos p or la mañana y días de apóstoles y demás días señalados». Los dos últimos párrafos de la visita tienen p or objeto recordar que la renta asignada a la librería debe necesariamente destinarse a la adquisición de libros exclusivamente y que los religiosos del colegio deben conocer igualmente las reglas vigentes en la Com pa­ ñía, así como las instrucciones dadas p or los visitadores, tanto p or lo que afecta a los estudios en sus diversos niveles, como a la litur­ gia o a la actividad misionera a favor de los indios, negros y espa­ ñoles (29), encomendando su lectura en actos de comunidad.

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3.

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ASTURIANOS DE LA COMPAÑIA DE JESUS EN HISPANOAMERICA

Hemos referido con anterioridad que el sistema norm al de reclu­ tamiento dentro de la Compañía para su traslado a las Indias partía de la solicitud del religioso, salvo casos excepcionales. N o todos los asturianos que solicitaron marchar a las naciones hermanas tuvie­ ron la fortuna de obtener el beneplácito de sus superiores, al igual que ocurrió con otros muchos, a causa de las necesidades de la provincia de Castilla; sin embargo, sus cartas sirven de testimonio del espíritu que les guiaba en la solicitud (30). Si hemos citado tres testimonios partiendo de las peticiones firm adas desde San Matías, séanos permitido exponer aquí al menos uno nacido en el Princi­ pado de Asturias. Pertenece a un jesuita de fam ilia ilustre, tanto en nuestra comunidad como en toda España, y que no marchó a las Indias, en parte por la solicitud del cardenal de Lugo, su fam iliar consanguíneo:

se trata del padre Juan de Llano, quien a 13 de

junio de 1623 escribe desde Salamanca al padre general en estos términos: «P a x Christi. Siete años ha que Nuestro Señor fue servido a traerme a la Compañía (siendo éste el tercero de mis estudios) ( sic) y otros tantos ha que me ha dado deseos de ir a Indias. Hice siem­ pre que se ofreció ocasión las que estaban en mi mano para que se me concediese, y aunque de no lo haber conseguido no he reci­ bido pena por ver la voluntad de Dios en mis superiores, con todo me pareció representar a vuestra paternidad las causas que a mí ver sirven de impedimento para alcanzarlo, para que juzgándolas vuestra paternidad por justas quede yo del todo satisfecho: La prim era creo será mi corto caudal en virtud y letras, pero supuesto que los mismos ministerios ejercita la Compañía en el Paraguay y Filipinas que en España, cuando allá no valga para el alto fin de ganar almas, podré emplearme en guardar el bagaje de los que en esto se emplean... guardar y fregar los platos en que han de comer. La segunda creo es la necesidad de los de mi tierra que como rústicos labradores son tenidos por otras Indias, las Asturias y mon­ tañas. Confieso que es muy grande y que me hace alguna fuerza por parecerme que con el conocimiento que tengo de ellos y ellos de mí les podré aprovechar algo, pero lo prim ero éstos están en Espa­ ña rodeados de religiosos y no más de veinte leguas distantes de la Compañía. N o se me ofrece otro impedimento si no es lo sean mis pecados que han sido muchos, pero sabe Nuestro Señor que solos deseos de

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satisfacer p or ellos me mueven. El cual guarde a vuestra paterni­ dad e inspire lo que conviniere para gloria suya y de la Compañía y bien de mi alm a». La respuesta desfavorable a la petición está fechada a 14 de agosto del mismo año (31) y, a tenor de la biografía posterior de este asturiano, su apostolado benefició directamente a los oveten­ ses, ya que se integró en la comunidad de San Matías. Siendo im posible resumir aquí en pocos minutos las biografías personales de todos y cada uno de los jesuitas naturales de la dió­ cesis ovetense y domiciliados familiarmente en el Principado de Asturias, debemos circunscribirnos a dos puntos: a)

Elenco de nom bres de religiosos con esa carta de naturaleza.

b)

Ciudades en las que evangelizaron y destinos que asumieron. Parece una p arad oja singular que de los tres nom bres de jesui­

tas cuyo prim er apellido es Oviedo y a los que se refiere Sommervogel en su «Biblioteca de la Compañía de Jesús» (32) ninguno sea natural de nuestra ciudad y tan sólo el último tiene raíces ameri­ canas. E l prim ero es Andrés de Oviedo, nacido en Illescas en 1518 y recibido p or San Ignacio en 1541, quien le envió a París para se­ guir los cursos de la Universidad en 1543. Fue rector de Gandía y Nápoles, estuvo en Goa y en Etiopía, falleciendo en 1577. El segun­ do, cronológicamente hablando, es Francisco de Oviedo, nacido en M adrid en 1602, quien enseñó en la Universidad de Alcalá de Hena­ res, falleciendo en 1651, tras 33 años de Compañía. Finalmente Juan Antonio de Oviedo, nacido en Santa Fe de Bogotá (N u e v a G ra­ n ada) el 25 de junio de 1670. Doctor en Teología p or la Universidad de Guatemala, ingresa en la Compañía en Tepotzotlán (M é jic o ) el 7 de enero de 1690. Enseña Retórica y Filosofía en M éjico y Teología en Guatemala. Procurador en M adrid y en Roma, visitador de las Filipinas y rector de Méjico, fue dos veces provincial de la Nueva España, falleciendo en M éjico el 2 de abril de 1757. D ejando a un lado al sobrino del Adelantado de la Florida, el herm ano G abriel de Solís que acompañó a la prim era expedición jesuítica a esta parte de América, el prim er grupo lo situamos, de Norte a Sudamérica, en la denominada Provincia M ejicana (33), para continuar con las provincias del Nuevo Reino, peruana y pa­ raguaya, concluyendo con los jesuitas chilenos, siguiendo siempre un orden cronológico derivado de la fecha de llegada al Nuevo M undo (34).

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A)

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De los jesuítas asturianos en M éjico 1.— Herm ano Pedro Nieto, natural de Vegas o Vega (Zum iedo),

de la diócesis ovetense, que figuraba por vez prim era en el colegio de M éjico en 1585, con 37 años de edad, habiendo ingresado en la Compañía en 1585; no tuvo estudios escolares, y sus oficios fueron los de ayudar en la hacienda de Santa Lucía, y en general cuidar las haciendas; estuvo también en el colegio de Tepozotlán, más tarde en el Seminario de San Ildefonso de aquella provincia, para con­ cluir en el colegio mejicano, en todos los cuales tuvo p or oficio «rem rusticam adm inistrare», y en los años finales de su vida tam­ bién se encargó de asuntos domésticos (35). 2.— Herm ano M artín de Rojas, natural de Tineo, diócesis de Oviedo, inscrito en el colegio mejicano ya en 1592 con 36 años de edad y con una antigüedad en la Compañía desde el 16-X-1587; sus ministerios son los de «procurador, com prador y otros oficios». M ás tarde estuvo en los colegios de Guadalajara y Tepozotlán, con los mismos oficios que el hermano anterior:

«dom estica et ru-

ra lia» (36). 3.— Herm ano Juan de Rojas, natural de Tineo y casi con segu­ ridad hermano del anterior;

figuraba en 1592 en el colegio m eji­

cano con 18 años, habiendo ingresado en la Compañía el 1 de julio de 1590; era novicio y estudiaba retórica (37). 4.— Juan Bautista Blanco, natural de Castiello (en otros catálo­ gos se dice de Oviedo, de Guijón y Xixonensis), de 21 años de edad, que en 1595 figuraba en el mismo colegio mejicano, después de in­ gresar en la Compañía el 24 de junio de 1593; tiene por oficios: «sastre y otros». Estuvo en el colegio de Puebla de los Angeles y acabó sus días como coadjutor form ado en la Casa Profesa de Mé­ jico, y p or ministerios los «dom ésticos» (38). 5.— Pedro Fernández, natural de Ováñez, diócesis ovetense, que ingresó en la Compañía en 1586, y en el catálogo de la Nueva Es­ paña de 1595 figuraba con 56 años de edad; coadjutor temporal form ado desde ese mismo año, eran sus ministerios los de «porte­ ro y otros» (39). 6.— Gonzalo Salgado, de Villaza, diócesis ovetense, que en el mismo catálogo y año referidos tenía 32 años, con antigüedad en la Compañía desde el 20 de agosto de 1592. Al igual que sus com­ pañeros, era coadjutor temporal form ado y p or ministerios se en­ cargaba de la cocina además de maestro de escuela: «docet pueros legere et scribere» (40).

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7.— G abriel de Ontoria, natural de Llanes, diócesis ovetense, que en el catálogo de 1600 pertenecía a la comunidad jesuítica de Oaxaca, con 22 años de edad, y religioso jesuita desde el 20 de agosto de 1598; era novicio, aunque ejercía la función de «cocinero» y otros varios empleos. M ás tarde pasó al colegio de Guadalajara, en el cual hizo de maestro de escuela; a la Casa Profesa, al colegio de Zacatecas y al colegio mejicano, donde concluyó su existencia en­ cargándose de los oficios domésticos (41). 8.— Pedro de la Sierra, encargado de oficios domésticos, es un coadjutor que en 1614 figura con 22 años de edad; natural de Can­ gas de Tineo, llevaba cinco años de Compañía; estuvo en la Casa Profesa y en el colegio mejicano, encargándose de los asuntos de la casa: «aedituus multis ab hinc annis» (42). 9.— Herm ano Toribio de Soto, natural de Cangas;

con 30 años

de edad, figura en 1626, en el colegio mejicano, ocupándose de «oficios dom ésticos» (es discutible su asturianía) (43). 10.— Herm ano Antonio Serán, asturiense, que figura entre los coadjutores de la residencia de Veracruz en 1620, y al igual que los precedentes, su ocupación era «los oficios dom ésticos» (44). 11.— Herm ano Alejandro Suárez, de las Montañas de Oviedo, que en 1626 residía en el colegio de Pázcuaro y destinado a «oficios do­ m ésticos» (45). 12.— Toribio Gutiérrez, asturiense, asturiano y llanisco, m iem bro de la comunidad del colegio de Pázcuaro en 1650, con 30 años de edad y 15 de Compañía; era un coadjutor todavía no form ado que se ocupaba de «oficios domésticos y maestro de escuela»;

de allí

pasó al colegio de Zacatecas, al colegio de San Luis de Potosí, al colegio mejicano, a la casa de probación del colegio zepotzotlanense y, finalmente, al colegio mejicano de San Pedro y San Pablo de M éjico, donde acabó sus días y en el cual fue procurador, adminis­ trador de la hacienda rural y encargado del molino llam ado Quantepec (46). 13.— Francisco Valdés, que llegó desde España como escolar de segundo año de teología al colegio mejicano y era natural de Lla­ nes. En 1667 tenía 23 años de edad y nueve de compañía, habién­ dose ocupado en el ministerio de enseñar gramática durante dos años. En 1671 ya es sacerdote y se ejercita en la misión tepehuana de San Andrés, liberado de los estudios; y de ahí pasó a la de Tarahum ara y Parres, en la que trabajó quince años, para convertirse en rector del colegio de Guadiana en 1687 (47). 14.— Herm ano M iguel de la Fuente, con 23 años en 1675 (d e pa­ tria Burgos, según el catálogo de dicho año), asturiano según los

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catálogos de 1681, 1687 y siguientes, estuvo en la casa de la Pro­ vincia, en la Casa Profesa mejicana, en el colegio de Querétaro, en el de Oaxaca y en el convictorio hispano de San Ildefonso; se en­ cargó inicialmente de asuntos domésticos; pasó a ser más tarde compañero del padre provincial; estuvo encargado de la ropa en la Casa Profesa y p or último maestro de escuela en el colegio de Que­ rétaro (48). 15.— Herm ano Pedro de Noriega, natural de Carreño; en 1681 contaba con 22 años de edad y dos y medio de Compañía. E ra es­ tudiante de lógica en el colegio Máximo, donde concluyó los estu­ dios de teología y se ordenó de sacerdote, pasando de ahí a la misión nueva de los tarahumares de San Joaquín y Santa Ana, en la que se empleó durante varios años (49). 16.— Francisco Arenas, asturiano, que en 1681, con 33 años de edad y tras dejar iniciados los estudios de lógica, pasó a form arse en casos morales;

en la misión nueva de Chiapa se le encargó la

hacienda rural, tras haberse dedicado a la enseñanza de la gram á­ tica. En esta residencia de Chiapa continuó largos años con igual cometido de adm inistrador de la hacienda rural, además de haber tenido los oficios de «m inistro y operario» (50). 17.— Herm ano Antonio García, que en 1708, con 30 años de edad, residía en el colegio de San Ildefonso de Puebla de los Angeles. Era natural de Oviedo y estudiaba física, llevando cinco años de Compañía. M ás tarde, tras abandonar estos estudios, pasó al cole­ gio Máximo, ya sacerdote, y se le ocupó como adm inistrador de la hacienda de Chalcó;

posteriormente fue procurador de la provin­

cia, vicerrector del colegio Máximo, superior de la residencia de Santa M aría de Parres y operario, en ésta, en el colegio de San Luis de Potosí y en el colegio mejicano de San Andrés (51). 18.— Herm ano Juan Alvarez Velasco, natural de Asturias, que en 1714, con 52 años de edad, llevaba cuatro de Compañía, en la que desempeñó los oficios de «portero y lim osnero» dentro de la Casa Profesa mejicana (52). 19.— Herm ano Andrés del Valle, natural de Benerós, en Astu­ rias; contaba con 30 años en 1714 y se encargaba en el colegio Máximo de oficios domésticos (53). 20.— Herm ano Pedro Blanco, natural de Asturias, que en 1726, con 27 años de edad y uno de Compañía, estaba como escolar no­ vicio en el colegio Máximo; tras estudiar casos de conciencia, pasó al colegio de Querétaro, donde enseñó gramática largos años, y siendo sacerdote tuvo el ministerio de «op erario» (54).

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21.— Herm ano Antonio Tejeiro, natural de Oviedo, que en el co­ legio de San Ildefonso de Puebla de los Angeles, en 1737, contaba con 27 años y tres de Compañía; estudiaba lógica y era un escolar todavía no ordenado de presbítero; en esta situación, tras cursar filosofía pasó al colegio de Valladolid enseñando gram ática y más tarde al colegio M áxim o mejicano para estudiar teología al mismo tiempo que proseguía en aquel ministerio. Ordenado sacerdote, es­ tuvo en la residencia de Parres como «o p e ra rio » y en el mismo concepto en la residencia de Chihuahua (55). 22.— Herm ano Francisco Javier González, natural de Zardón, en Asturias, que en 1741 estaba como escolar novicio en la casa de probación zepotzotlanense. Tenía 22 años y dos de Compañía; ha­ biendo obtenido anteriormente el grado de bachiller en filosofía, estudiaba humanidades en aquel momento. De allí pasó al colegio de San Ildefonso de Puebla de los Angeles, donde estudio metafí­ sica, y más tarde al colegio Máximo mejicano para cursar teo­ logía, habiendo enseñado gramática; finalmente pasó a la provincia nayarense, en la cual era en 1764 «visitador, superior y misio­ nero» (56). 23.— Herm ano Juan Antonio Ruidíaz, natural de Libardón, en Asturias, de 33 años en 1751. Residía dicho año en la casa de pro­ bación

zepotzotlanense.

Era coadjutor

novicio y llevaba

veinte

meses en la Compañía. En esta casa de probación permaneció, encargándose de la

hacienda rural,

como

adm inistrador

de un

predio (57). 24.— Padre Antonio de Paredes, cuya asturianía resulta muy du­ dosa, aunque en el catálogo de 1751 se le hace natural de Llanes (en el de 1758 de Llanos, diócesis de Puebla de Jos Angeles). Su biografía es una de las más interesantes dentro de la provincia m ejicana para el siglo X V I I I (58). B)

N u evo Reino de Granada y Quito Como señala Pacheco (59), en un principio por Nuevo Reino de

Granada sólo se entendía las «dos provincias de tierra fría que en­ señoreaban dos fam osos caciques o reyes, el de Bogotá y el Tunja, y lo que se dio por territorio a estas dos ciudades y a la de Vélez». Pero luego la denominación de Nuevo Reino se extendió a todo el territorio que caía ba jo la jurisdicción de la Audiencia de Santa Fe. Comprendía en 1666 las provincias de Antioquía y Popayán, y las de Cartagena, Santa Marta, Venezuela, Caguán, Mérida, Guayana, Cumaná, M aracapana y San Juan de los Llanos, es decir, toda Co­

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lom bia y Venezuela. Los religiosos jesuitas asturianos que trabaja­ ron en esta circunscripción fueron los siguientes: 1.— En 1610, dentro del Catálogo de la Viceprovincia del Nuevo Reino, figura la residencia de Panamá, en la que se incluye al prim er asturiano en esta parte de América: el hermano Pedro de Labra, natural de Ribadesella, junto a Oviedo, de 28 años de edad y seis años de Compañía. Sus ministerios eran los de cocinero y «otros oficios domésticos», e incluso el de sacristán. Desde 1607 había re­ sidido en el colegio de «E l Quito», al que retornó en 1613 (60). 2.— Herm ano Alvaro del Busto, natural de Rales, jurisdicción de Villaviciosa, en las Asturias, que en 1616 llevaba un mes de Com­ pañía y era coadjutor; residía en el colegio panamense, donde per­ maneció hasta los años centrales del siglo X V I I con oficios tales como el de procurador y otros domésticos (61). 3.— En 1688 y en el mismo colegio panameño residía el herm a­ no Ildefonso González Carvajal, natural de la ciudad de Avilés, en Asturias, de 31 años, que había ingresado en la Compañía el 7 de junio de 1644 y se ocupaba de oficios domésticos. De aquí pasó al colegio de Quito, con iguales ministerios (62). 4.— En el año referido y en la isla de Santo Dom ingo se encon­ traba el hermano Domingo Díaz, «asturiano en España», de 35 años; llevaba en la Compañía desde el 24 de febrero de 1659 y sus minis­ terios eran los de «portero y aedituus». De aquí pasó al colegio de Santa Fe, en el que hacía la labor de portero (63). 5.— En 1687, entre los religiosos de la comunidad del colegio lajacungense estaba el hermano Fem ando Mier, natural de Peñamellera, en España. De 28 años, había ingresado en la Compañía ese mismo año como coadjutor novicio (64). 6.— El hermano Juan Rodríguez, astur in Hispania, que en 1702 tenía 30 años y llevaba diez de Compañía; había estudiado tres años de filosofía y después casos de conciencia. Residió en el colegio M á­ ximo de Santa Fe de Bogotá, donde fue procurador de la casa y encargado de la hacienda rural, y más tarde tuvo este ministerio en el colegio hondense, retornando finalmente al colegio de San­ ta Fe (65). 7.— E l hermano Pedro Argollanes, natural de Sancto Juliano, en España, nacido el 1 de mayo de 1655 y admitido en la Compañía el 18 de enero de 1681. En 1702 se ocupaba de los oficios domésti­ cos y hacienda rural en el colegio pampilonense, pasando luego con el mismo cometido al colegio niviense o nivense y de aquí al colegio de Santa Fe (66).

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8.— El hermano Pedro Estrada, natural de Bimedes, in Hispania, que en 1718, con 27 años y cinco de Compañía, se ocupaba de oficios domésticos en el colegio de Santa Fe (67). 9.— Padre Bernardo Rotella, asturiano, nacido el 29 de agosto de 1700, quien había estudiado filosofía y casos de conciencia, y estaba destinado en las misiones de los Llanos, después de haber enseñado gramática. Era, pues, «m isionero de los gentiles» (68). 10.— En 1738, dentro de la comunidad del colegio de Mérida, está el padre Cayetano González, de Manzaneda, in Hispania, de 36 años y 16 de Compañía; había cursado 3 años de filosofía y otros tantos de teología dentro de los jesuítas, y enseñado gramática. Ejerció los ministerios de ministro y misionero de gentiles, así co­ mo el de operario de los españoles, además de viceprovincial (69). 11.— En 1763 encontramos al hermano Joaquín Zubias en el co­ legio de Santa Fe. E ra natural de Grado (grandensis hispanicus), donde había nacido el 7 de octubre de 1744 e ingresado en la Com­ pañía el 21 de marzo de 1760; en ésta había cursado dos años de filosofía (70). Por lo que concierne al territorio del Ecuador, los jesuitas as­ turianos son los siguientes: 12.— E l hermano Agustín Mier, natural de Peñamellera, que en 1693 contaba con 30 años de edad y seis de Compañía, ocupándose en el colegio M áxim o quítense de los oficios domésticos, además del cuidado de la hacienda rural y de la casa: «aeditu us» (71). 13.— El hermano Andrés Pedregal, natural de Torazo, en la dió­ cesis de Oviedo, que en el año citado más arriba contaba con 26 años de edad y dos de Compañía; asumió el mismo ministerio del servicio doméstico en el colegio de Quito (72). 14.— Juan de Oviedo, sacerdote, cuya patria se identifica siem­ pre b a jo el título «Cartensis in Hispania», quien a 25 de noviembre de 1707 contaba con 28 años. Quizás sea la misma persona que Som m ervogel identifica como natural de Santa Fe, y aquí encontra­ ríam os una de las varias atribuciones de naturaleza que no se corresponden con los manuscritos consultados. Este religioso in­ gresó en la Com pañía el 6 de diciembre de 1696, habiendo cursado tres años de filosofía y cuatro de teología; se ocupaba en 1707 den­ tro del colegio panameño de la enseñanza de la gram ática y era al mismo tiempo predicador de los españoles (73). 15.— Discutida es la asturianía del hermano Dom ingo Gómez Morán, natural de Santa M aría de Balonga in Hispania, a veces se intitula ballonjensis, ballongensis y «volgénsis in Gallecia»;

tanto

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en el colegio Máximo quítense, como en la casa de probación, en el seminario de San Luis de Potosí y en el colegio panamense se ocupó de oficios domésticos y de la tarea agrícola (74). C)

Provincia peruana

Pasamos ahora a la provincia peruana, en la cual encontramos la prim era referencia a un jesuíta asturiano con cierto lujo de de­ talles biográficos en los catálogos. Además form ó parte de la pri­ mera comunidad, integrada por 30 personas. 1.— Se trata del «herm ano Juan Ruiz, hijo de Juan Ruiz y de Te­ resa Ruiz, vecinos de la ciudad de Oviedo, en Asturias, de edad de 23 años. Tiene oficio de carpintero. H a que entró en la Compañía cuatro meses en el colegio de Lima, donde residía. Es humilde, tiene poquito discurso aunque menos deseos. Váse aprovechando», mati­ zándose en 1571 que ingresó en la Compañía estando ya en América, era oficial carpintero, de 23 años: «es virtuoso y devoto y humilde y hace bien su oficio», para concretar en 1572 y 1583 que era natu­ ral de Avilés, en las Asturias, y que además de adelantar en su profesión de carpintero, «hace con edificación su oficio» (75). 2.— En 1595, dentro de los hermanos coadjutores que viven en la misión de Chile se encuentra el hermano Miguel Teleña, natural de Avín, diócesis de Oviedo, en Asturias, de 34 años y diez de Com­ pañía; se ejercitaba en los ministerios de «sotom inistro y otros ofi­ cios». M ás tarde estuvo en el seminario de San Luis de Quito con igual empleo, y nuevamente en el colegio de Santiago de Chile (76). 3.— En 1619, en la comunidad del colegio de La Paz estaba el hermano Juan de Velasco, natural de Asturias de Oviedo, de 34 años, encargándose de oficios de la casa;

de aquí pasó al colegio

de Lim a y más tarde al colegio de Arequipa y al colegio de Potosí. En todos tuvo los mismos ministerios (77). 4.— En 1631 en el colegio de Lima, dentro de la comunidad de hermanos estudiantes, se encontraba el hermano Francisco López Gallo, natural de Castropol, Asturias, de 27 años, y en la Compañía desde el 6 de enero de 1627; habiendo cursado un año de artes, era lector de latín. Tras cursar los tres años de filosofía y los cua­ tro de teología, ya ordenado sacerdote, estuvo en la casa de pro­ bación, ocupándose como lector de latín. Tam bién form ó parte de la comunidad del colegio de Lima, que estaba b a jo la advocación de San Pablo, y finalmente en el colegio pisquense; tuvo p or mi­ nisterios ser lector de latín, obrero de españoles, ministro procura­ dor; en su última residencia fue operario de indios y españoles (78).

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5.— En el mismo colegio de Lima, en 1631 se encontraba el her­ m ano Antonio Muñiz, natural de la villa de Candás, Asturias, dé 28 años. Entró en la Compañía el año precedente y era escolar no­ vicio, habiendo cursado un año de artes. En 1637 estaba en el co­ legio del Cuzco entre los hermanos estudiantes, habiendo ya cursado tres años de artes y uno de teología; de este colegio pasó al colegio de Pisco; concluidos los cuatro años de teología y ordenado sacer­ dote, tuvo p or ministerios los de «obrero de los indios y espa­ ñoles, ministro y superior». Más tarde estuvo en el colegio de Lim a con los empleos de obrero de indios y españoles y de ministro, los mismos que en la casa de probación con posterioridad. Tras una corta estancia en el colegio de El Callao, donde además de opera­ rio de indios y españoles fue procurador, se le destinó al colegio límense, donde se dedicó exclusivamente a ser obrero de indios y españoles (79). 6.— En 1631 encontramos en la residencia de Santa Cruz al her­ m ano Dom ingo de Ramos, coadjutor novicio, natural de Oviedo, de 46 años, y que había ingresado en la Compañía el 19 de abril de 1629, ocupándose de oficios de casa (80). 7.— En 1637, en el colegio del Cuzco, dentro del grupo de her­ manos coadjutores, estaba el hermano Juan Rodríguez, natural de «las montañas de O viedo», de 36 años, y en la Compañía desde el año 1634; su ministerio consistía en los oficios de la casa (81). 8.— En 1666, en el colegio de San Pablo, principal de Lima, resi­ día el hermano coadjutor Lorenzo Alvarez Gutiérrez, natural de Asturias, de 33 años y cinco de Compañía; sus oficios eran los re­ lativos a la casa religiosa y a la hacienda rural. M ás tarde pasó al colegio de Arequipa, donde además de los oficios domésticos fue «cultivador de una viña», y finalmente estuvo en los colegios de Cuzco y de Pisco, donde fue adm inistrador (82). 9.— En este colegio de Cuzco, en 1672 se encontraba el hermano Antonio González, natural de Asturias, nacido el 2 de septiembre de 1647 y en la Compañía desde el 28 de junio de 1666. Coadjutor temporal, sus oficios eran los relativos a la casa; pasó más tarde al colegio de O ruro y finalmente al de Cuzco, siempre con el mis­ mo ministerio: «oficios domésticos» (83). 10.— En 1678, en la casa probación, dentro del grupo de herm a­ nos escolares novicios, encontramos al hermano Diego de Hevia, natural de Xixón, «in Asturiis», nacido el 31 de diciembre de 1651 y en la Compañía desde el 19 de octubre de 1676. De aquí pasó al colegio límense, ocupándose dé oficios domésticos y cultivador de un terreno agrícola. Más tarde estuvo en el colegio platense, y sus

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ministerios fueron los relativos a la casa, el de adm inistrador y tareas agrícolas. Tras una corta estancia en el colegio de Potosí retornó al de la Plata (84). 11.— En 1681, en la casa de probación encontramos al hermano Paulo Larín, natural de Pembes (Perabes), «in Asturiis», nacido el 24 de enero de 1661, que había ingresado en la Com pañía el año anterior. De aquí pasó al colegio limense, y sus ministerios fueron los «oficios domésticos y ser compañero del adm inistrador de los fru to s» (85). 12.— En 1685, en el colegio de Callao figura el hermano coadju­ tor Antonio de la Villa, natural de «A sturiae» (M ontañas in Hispania), nacido el 13 de enero de 1659 y que había ingresado en la Compañía el 16 de noviembre de 1682. Se ocupaba de oficios do­ mésticos y del cuidado de la ropa, y acabó sus días como adminis­ trador de un predio (86). 13.— En 1687, dentro de la comunidad del Colegio M áxim o de Lima, se encontraba el hermano Juan Pérez de la Fuente, natural de Colindres, en España;

nacido el 12 de abril de 1656 y en la

Compañía desde el 14 de octubre de 1676, se ocupaba de oficios domésticos y como administrador (87). 14.— En una lista de coadjutores temporales form ados encontra­ mos en 1703 a Ildefonso Cueto, natural de Bayono, «in H ispania», nacido el 3 de enero de 1635 y en la Compañía desde el 2 de diciem­ b re de 1669; su ministerio consistía en enseñar a los niños (88). 15.— En la misma lista de 1710 figura Alfonso o Ildefonso Pérez, natural de «V illa N ova in Asturia», de 18 años de edad y un mes de Compañía, quien se ocupó del cuidado de la ropa en el colegio M á­ ximo durante bastantes años (89). 16.— En el mismo año y grupo de religiosos figura Manuel de la Busta, natural de Colunga, «in Asturiis», de 19 años de edad y en la Compañía desde el 26 de julio del año de la lista, 1710. M ás tarde tuvo como ministerio el de «adm inistrador de un predio» (90). 17.— En 1728, dentro del grupo de escolares que hicieron los votos simples, se encuentra el padre Ildefonso de Argüelles, natu­ ral de Oviedo, «in H ispania»; nacido el 23 de enero de 1682 y en la Compañía desde el 14 de marzo de 1703, era operario de los espa­ ñoles, después de haber cursado los tres años de filosofía y los cuatro de teología. En 1748, siendo profeso de tres votos, enseñaba gramática y estaba encargado de la capilla de un predio rústico, concluyendo sus días como operario de los españoles (91). 18.— Entre los coadjutores temporales novicios encontramos en 1732 a Francisco del Frade, asturiano de Ribadesella, nacido el 28

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de septiembre de 1686 y en la Compañía desde el 31 de diciembre de 1731 (92). 19.— En 1741 y entre los padres escolares figura G abriel Díaz, natural de Valdesoto, «in dioecesi ovetensi»; nacido el 3 de mayo de 1721 y en la Com pañía desde el 7 de noviem bre de 1737, había cursado un año de filosofía. Tras concluir los estudios de filosofía y teología, estuvo de operario de misiones de gentiles entre los in­ dios. En 1758 era rector del seminario (93). 20.— En el mismo año, 1741, entre los coadjutores temporales no form ados se encuentra el ovetense Juan Monteserín, nacido el 17 de diciembre de 1719 y en la compañía desde el 23 de octubre de 1739, cuyo oficio era «enseñar a los niños». M ás tarde se en­ cargó de los oficios domésticos e incluso fue com pañero (d el p ro­ cu rad o r) (94). 21.— Ese mismo año, 1741, y en el mismo grupo figuraba Fran­ cisco Cuenya, natural de Quintana, diócesis de Oviedo;

nacido el

15 de octubre de 1703 y en la Compañía desde el 9 de enero de 1736, se encargaba de la hacienda rústica como adm inistrador, fi­ gurando en el último catálogo de 1758 como «adm inistrador de una viñ a» (95). 22.— En 1748, entre los profesos de cuatro votos se encuentra el padre Feliciano Gutiérrez, asturiano, nacido el 9 de junio de 1706 y en la Com pañía desde el 11 de agosto de 1725, cuyo ministerio era el de operario en misiones gentiles, en el que se ejercitó duran­ te bastantes años (96). 23.— Ese mismo año, 1748, y entre los escolares figura el padre José Corros, asturiano, nacido el 10 de enero de 1710 y en la Com­ pañía desde el 17 de diciembre de 1727; habiendo cursado tres años de filosofía y cuatro de teología, era «operario de los españoles», aunque también enseñó gramática (97). 24.— E l año susodicho, dentro del grupo de coadjutores tempo­ rales no form ados, figura Benedicto Díaz, asturiano de Xixón, nacido el 12 de abril de 1716 y en la Compañía desde el 28 de agosto de 1744; su ministerio consistía en enseñar a los niños, aunque más tarde se encargó de «lim osnero de la casa p rofesa» y fue adminis­ trador de un predio (98). 25.— En la misma lista se encuentra Miguel Fernández, oveten­ se, nacido el 15 de agosto de 1711 y en la Compañía desde el 11 de julio de 1746, cuyo ministerio era el de «p o rtero » (99).

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D)

Provincia del Paraguay, incluyendo Chile 1.— En 1614, dentro de la casa de probación de Córdoba figura

el padre Juan de Salas, natural de Oviedo, de 32 años y en la Com­ pañía desde el 1 de noviembre de 1607, que habiendo estudiado casos de conciencia era «ministro y obrero de indios y españoles». M ás tarde fue rector del colegio de Santa Fe (100). 2.— En 1669, entre el grupo de religiosos que se ocupan de las misiones del Paraná y Uruguay figura el padre Dom ingo Rodiles, natural de Solís, «in Principatu asturensi»; nacido el 3 de agosto de 1638, llevaba en la Compañía desde el 7 de octubre de 1662; habiendo cursado un año de filosofía y casos de conciencia, se ocu­ paba como operario de los indios. Fue también lector de gramática, y como operario de los indios en misiones durante más de 28 años, recorrió amplios territorios:

reducciones del Paraguay y doctrina

del Río Uruguay (101). 3.— En 1681, en la doctrina paraguaya figura el padre Arce, na­ tural de «Quintas iuxta Obíedum in Asturiis» o Quintai, nacido el 18 de junio de 1640 y en la Compañía desde el 8 de octubre de 1679. Estudió casos de conciencia, ejercitándose como operario de los indios en misiones durante más de once años (102). 4.— En 1689, residente en el colegio de Córdoba figura el herm a­ no Gregorio Alvarez, natural de Santa M aría de Grado, «in Asturibu s»; nacido el 19 de mayo de 1660 y en la Compañía desde el 31 de noviembre de 1684, había estudiado dos años de filosofía. En el mismo colegio cursó el tercero de filosofía y dos de teología, ejer­ citándose posteriormente como operario de los indios en misiones en la doctrina del Río Paraná durante más de 31 años (103). 5.— Discutida es la asturianía del padre Antonio Salgado, natu­ ral del «concejo de Franco, en Castilla», a quien se le sitúa (p o r el padre Storni, en Cádiz) en los catálogos en el concejo de Franco, «in Castella», expresión ambigua que sirve también para Asturias. Fue operario de indios y estuvo varios años en misiones. Se ocu­ pó asimismo de los españoles, de los indios y de los etíopes (ne­ g ro s) (104). 6.— En 1692, en el colegio de Tucumán aparece el hermano Be­ nedicto Caldevilla, natural de Vegas, «in Austuribus». Nacido el 21 de marzo de 1662, ingresó en la Compañía el 14 de diciembre de 1683, ocupándose de oficios domésticos y de la hacienda rural. De aquí pasó al colegio de Córdoba, donde fue procurador y prefecto de la fábrica de la casa; conservando las ocupaciones señaladas,

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mantuvo el oficio de procurador del colegio durante más de 20 años (105). 7.— En 1710, a propósito de los religiosos que se encargan de la doctrina del Río Paraná, figura natural de San Pedro, «in Asturiis», H abía ingresado en la Compañía el de su nacimiento era el 8 de mayo nisterios los oficios domésticos;

el hermano Pedro Fernández, de oficio cuidador de la ropa. 6 de marzo de 1685 y la fecha de 1660, ejercitando como mi­

doce años estuvo como compa­

ñero del procurador (106). 8.— En 1730 figura en la comunidad del colegio de C órdoba el hermano Juan Blanco, natural de Fresnedo, «in Asturibus»; nacido el 28 de julio de 1699, ingresó en la Compañía el 4 de febrero de 1726, encargándose como coadjutor de oficios domésticos. Poste­ riormente, en el colegio de Tari ja fue sastre y en el de Buenos Aires despensero, finalizando sus días en el colegio de Santa Fe ocupado en tareas domésticas (107). 9.— En el noviciado cordobés figura Cosme Antonio de la Cueva, en 1744. N atural de Lastres, «Castellae», había nacido el 31 de di­ ciembre de 1725 e ingresado en la Compañía el 6 de agosto de 1742. Estudió íntegramente allí la filosofía y la teología, se ordenó sacer­ dote y concluyó su vida en el colegio de Paragay como «m aestro de prim a y op erario» (108). 10.— En 1735 figura en la relación del colegio M áxim o cordobés el hermano Francisco Sama, natural de Oviedo, «in Castella», na­ cido el 25 de mayo de 1715; entró en la Compañía el 25 de marzo de 1734 como novicio. En el colegio de Santa Fe fue maestro de escuela durante algunos años, de donde pasó al bonaerense con igual ministerio y otros oficios domésticos, retornando al colegio de Santa Fe con el mismo cometido (109). 11.— Discutida es la asturianía de José Guerra, sacerdote, a quien se hace natural de «N ó v a la » (N o valla de Asturias), y que se ejercitó en las misiones del Río Uruguay más de 27 años, después de haberse dedicado al oficio de operario de los españoles. Nacido el 16 de abril de 1689, ingresó en la Compañía el 18 de noviem bre de 1709(110). 12.— En 1753 figura en la comunidad de Córdoba Fernando H a­ lles, natural de Santa Eulalia, «in Asturias»; nacido el 9 de junio de 1727, ingresó en la Compañía el 5 de octubre de 1747, habiendo cursado tres años de filosofía (111). P o r lo que respecta a los catálogos trienales de la provincia paraguaya, relativos específicamente a Chile, los religiosos asturia­ nos son los siguientes:

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13.— En 1640, el hermano Alonso de Arango, natural de Oviedo, de Asturias, de 53 años y 14 de Compañía, cuyo oficio es el de sastre (112). 14.— En 1742 figura Francisco Javier Cevallos, «castellanus asturianus»; nacido el 27 de mayo de 1721 y en la Compañía desde el 3 de julio de 1738, tenía el grado de maestro en filosofía y estu­ diaba teología; concluidos los cuatro años de teología, fue ministro de la casa de probación, preceptor de filosofía y profesor de teo­ logía (113). 15.— En 1771, en la relación de padres se incluye al ovetense Francisco Granda;

nacido el 3 de octubre de 1738, ingresó en la

Compañía el 23 de diciembre de 1758, muriendo en el destierro italiano (114). b) U n segundo punto a considerar se refiere a las biografías más significativas de aquellos religiosos que gastaron su vida o una parte importante de ésta en la evangelización americana. A m odo de ejemplo, pues, fácilmente se comprende que entre los nom bres que hemos referido existen testimonios muy aleccionado­ res cuya descripción nos exigiría una disertación más amplia, he­ mos elegido una experiencia vital tomada de cada una de las cuatro provincias hispanoamericanas, comenzando por el mismo orden que en el apartado precedente. En M éjico, donde abundan los hermanos coadjutores, no referi­ remos la biografía del hermano Pedro Nieto, quien llegó a la edad de 132 años, sino la del hermano Juan Bautista Blanco. Nació en Villaviciosa en 1572, y antes de 1590 se trasladó a la Nueva España en busca de plata. Entró en la Compañía en 1591, haciendo los votos del bienio en 1593. Asumió los oficios que se le encomendaron, distinguiéndose en el de refitolero que durante más de 15 años, 1610-1625, tuvo en el colegio del Espíritu Santo de Pue­ bla de los Angeles, falleciendo en este colegio en 1625, a los 53 años, con fam a de santo. El rector del colegio de Puebla, padre M elchor Márquez, relata su impresión personal de sus últimos años de exis­ tencia temporal: «Fue muy extraordinaria y rara la paz en que vi­ vió, pues ninguna cosa le perturbaba, ni le sacaba de su paz y de su paso ordinario... Sólo atendía sus oficios con la máxima puntua­ lidad. E ra notablemente sufrido... En la pobreza fue extremado, pues ni en su aposento se le conoció cosa que fuese de considera­ ción; ni se halló en su muerte en él más que una disciplina y un cilicio... Todo esto argüía muy grande despego de las cosas de esta vida y estar muy arraigado el am or de Dios en su corazón...» (115).

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Contrasta esta vida retirada en el colegio con la del compañero de religión y naturaleza, jesuita en el Nuevo Reino, Barn ardo Rotella. «N a c ió éste en Borines el 29 de agosto de 1700 e ingreso en la Compañía el 28 de septiembre de 1723, año en que se em barcó para América. Se ordenó sacerdote en Bogotá el 18 de septiembre de 1729. De 1731 a 1736 desarrolla una gran actividad para la afir­ mación de las reducciones jesuíticas a lo largo del Orinoco. El trie­ nio 1736-1739. se retira a los Llanos y en 1740 funda Cabruta, y con ello consigue una relativa pacificación de las misiones, que vivían en continuo sobresalto p or las incursiones caribes. M urió en esta ciudad el 20 de enero de 1748, distinguiéndose como lingüista, ya que supo las lenguas achagua, otomaca y caribe» (116). De la provincia peruana, aparte de los aspectos que hemos re­ m arcado en la biografía del hermano Juan Ruiz, destaca la del candasino Antonio Muñiz. Nació en esta villa m arinera el 13 de junio de 1602. Ingresó en la Compañía el 1 de diciem bre de 1630, en la casa de probación de Lim a como escolar novicio. En Lim a y Cuzco hizo los estudios filosóficos y teológicos, ordenándose de sacerdote y haciendo la profesión de cuatro votos el 5 de julio de 1648. Además de ministro y procurador, su actividad más relevante consistió en su ministerio como operario de indios y españoles, para atender los cuales de ordinario solían designarse religiosos con cualidades bien singulares, y que supo llevar a cabo con total entrega y am or a Dios durante unos treinta años, falleciendo en Lim a el 12 de abril de 1679. De la provincia paraguaya, además de los varios misioneros de indios que hemos mencionado, como recuerdo a quienes tuvieron que abandonar aquella tarea apostólica p or razones políticas, refe­ riremos sumariamente la biografía del padre

Francisco Granda

Díaz: «N a c ió en Oviedo el 21 de enero de 1738 y era hijo de Manuel de Granda e Isabel Díaz. Entró en la Compañía el 23 de diciembre de 1758 en Toledo, noviciado de M adrid. V iajó a Chile en 1760. En 1767 estaba estudiando tercero de teología y hubo de partir para el destierro, ordenándose en Italia. Vivió en Cesena y falleció en Génova el 19 de febrero de 1790» (117). CONSIDERACIONES FINALES

En las biografías de los aproximadamente setenta y cinco astu­ rianos m iem bros de la Compañía de Jesús que vivieron en casas, colegios, residencias y misiones americanas durante los siglos X V I, X V I I y X V I I I encontramos bastantes notas comunes y ciertos ras­

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gos singulares, en razón de la peculiaridad individual de cada ser humano. La generalidad de los jesuítas se form aron, al menos, parcial­ mente en tierras americanas, tanto en el caso de los coadjutores como de los escolares novicios, más tarde sacerdotes. La m ayoría de los asturianos contribuyeron a la evangelización en su calidad de coadjutores temporales, asumiendo diversos oficios y empleos, siempre relacionados con los «oficios domésticos» o con la «adm i­ nistración de la hacienda rural». Este hecho no debe dism inuir la estima que nos merecen sus personas en cuanto testigos de la fe, pues aparte de que colaboraban eficazmente y con destacado pro­ tagonismo en tareas de difusión de la palabra evangélica y en las obras de caridad atribuidas a cada comunidad jesuítica, la Compa­ ñía dedicó siempre extraordinaria atención a la form ación espiritual de estos religiosos, como lo demuestra la carta que el padre gene­ ral Vitteleschi escribió a los provinciales de España a 5 de julio de 1618 (118), en la que establecía los siguientes principios, de íntegra aplicación en América:

1) Que entendamos bien la obligación que

tenemos de encaminarlos a la perfección de su estado y hacerlos hombres verdaderamente espirituales, porque no se reciben, como en las casas de los seglares, meramente como ministros y oficiales, sino como m iem bros de este cuerpo para ser religiosos y servir al Señor atendiendo a alcanzar la perfección evangélica. 2) Mucho res­ guardo han de poner en la elección de las personas que para este grado se reciben, no mirando solamente la habilidad para los tra­ bajos corporales, antes mucho más la docilidad y capacidad para la vida religiosa... probándoles durante algún tiempo. 3) Que en los noviciados se atienda con todo cuidado para que echen sólidos fundamentos de todas las virtudes, principalmente de las que per­ tenecen a su grado, por lo que ordena que haya al menos un año de prueba. La parte final de la exhortación encomienda a los con­ fesores y padres espirituales les alienten y promuevan a la propia perfección, hablándoles a menudo, ayudándoles con meditaciones y direcciones según la necesidad de cada uno, ejercitándolos en el uso de las mortificaciones y penitencia públicas y secretas y con otros medios semejantes. Advierte el padre general que los supe­ riores no traten siempre con ellos de los ministerios domésticos, sino de cosas espirituales del alma, procurándoles se encaminen cada vez más a Dios Nuestro Señor, y, finalmente, recomienda que sean tratados con todo am or y suavidad, pues ante Dios no hay aceptación de personas, practicando la misericordia, benignidad, humildad, modestia y paciencia.

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En número siguen a los coadjutores temporales los escolares, algunos de los cuales llegaron a cursar íntegramente los tres años de filosofía y cuatro de teología en los colegios americanos, y en esas casas hicieron su noviciado. Con objeto de prepararles conve­ nientemente para la tarea pastoral de predicación y administración de sacramentos, que produjera el máximo fruto entre los natura­ les, hemos visto cómo se distribuyeron los ministerios en razón de las circunstancias concretas de cada núcleo de población: españo­ les, mestizos, indios, negros, etc. Para llegar rápidamente a las tierras que se iban descubriendo y entablar un apostolado eficaz, el general de la Compañía, en carta a los provinciales de las Indias, fechada a 20 de julio de 1668, al tratar de la form a de preparar los sujetos que se reciben allí, recuerda que esta form ación debe empezar p or el conocimiento de la lengua indígena, o m ejor de las «diversas lenguas indígenas», por lo que dispone:

1) Todos los

religiosos desde el noviciado han de iniciar con rigor la lengua in­ dígena. 2) Los escolares no pueden pasar a los estudios superiores sin un previo examen donde demuestren estar bien instruidos en la usual lengua indígena, y antes de su profesión debe constar en Roma, b a jo juram ento, la preparación de cada uno en el idioma. 3) Como la propuesta de profesión es singular, cada uno debe ex­ presar en la solicitud al provincial su conocimiento de la respectiva lengua, y 4) Los padres que han estado en tierras de misión, en contacto directo con los gentiles, deben ser propuestos para supe­ riores de las casas y colegios. Que el padre general era consciente de la importancia de las medidas que había adoptado, se comprue­ ba fácilmente si tenemos presente que la carta, cuyos puntos prin­ cipales hemos referido, debía leerse en el refectorio de todas las casas y colgios de las Indias, para luego transcribirla al libro de órdenes generales (119). Una adecuada formación intelectual, unida a una sólida m adu­ rez en la vida del espíritu al servicio del Evangelio, han permitido que la obra de aquellos religiosos, a pesar de los avatares de la experiencia histórica de aquellos pueblos, se mantenga viva y que la fe que les transmitieron conserve esa pujanza que hoy detecta­ mos en las naciones hermanas de Hispanoamérica. P or ello, hemos querido, con las anotaciones precedentes, además de testimoniar, siquiera sea superficialmente, lo que aquellos asturianos hicieron hace algunos siglos, reivindicar la obra de estos jesuítas en tierras americanas desde la perspectiva de la Buena Nueva que propaga­ ron, máxime cuando la proximidad de la celebración del Descubri­ miento nos incita e invita a una reflexión serena pero profunda

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si no queremos caer en errores pasados o ignorar la dura tarea asumida por otros españoles a los que no guiaba otro ideal más que la fe compartida, y por lo que debemos m ostrar no sólo admi­ ración sino eterna gratitud (120).

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M

,

(1) orges oran P., El envío de misioneros a América durante la época española, Salamanca, Univ. Pont., 1977. (2) A tenor de la información que facilita el autor citado, las expediciones jesuíticas según los manuscritos del Archivo General de Indias, fueron las siguientes: Año 1566: 2 padres y 1 hermano a Florida. Año 1567: 4 hermanos a Perú. Año 1568: 3 hermanos y 3 coadjutores a Florida. Año 1569: 5 padres, 5 estu­ diantes y 3 hermanos a Perú. Año 1570: 1 padre y 2 estudiantes a Perú. Año 1571: 2 padres y 1 estudiante a Perú. Año 1574: 1 padre, 6 estudiantes y 1 hermano a Nueva España. Año 1574: 6 padres, 5 estudiantes y 4 hermanos a Perú. Año 1576: 8 padres y 4 hermanos a Nueva España. Año 1577: 3 padres y 2 hermanos a Nueva España. Año 1578: 2 padres a Nueva España. Año 1579: 7 padres, 8 estudiantes y 2 coadjutores a Nueva España. Año 1579: 2 padres y 2 hermanos a Nueva España. Año 1580: 2 padres y 2 hermanos a Nueva España. Año 1580: 12 padres, 2 estudiantes y 2 hermanos a Perú. A ño 1584: 5 padres, 10 estudiantes y 8 hermanos a Nueva España. Año 1585: 8 padres, 9 estudiantes y 2 hermanos a Perú. Año 1588: 5 padres, 9 estudiantes y 1 her­ mano a Nueva España. Año 1589: 17 padres y 3 coadjutores a Perú. Año 1591: 8 padres a Perú. Año 1592: 14 padres, 10 estudiantes y 7 hermanos a Perú. Año 1594: 5 padres, 15 estudiantes y 12 hermanos a Nueva España. Año 1597: 7 padres, 3 estudiantes y 2 hermanos a Perú. Año 1598: 4 padres y 3 hermanos a Perú. Año 1599: 9 padres, 6 estudiantes y 8 hermanos a Nueva España. Año 1599: 4 padres, 1 estudiante y 2 hermanos a Perú. Año 1600: 3 padres, 3 estudiantes y 3 hermanos a Nueva España. Año 1602: 7 padres, 10 estudian­ tes y 5 hermanos a Nueva España. Año 1604: 20 padres a Nueva España. Año 1604: 6 padres a Nueva Granada. Año 1604: 15 padres y 30 hermanos a Perú. Año 1607: 7 padres y 1 estudiante a Nueva Granada. Año 1608: ? a Nueva España. Año 1608: 7 padres y 1 hermano a Río Plata. Año 1610: 5 padres a Nueva Granada. Año 1610: 4 padres, 7 estudiantes, 5 hermanos y 3 coadjuto­ res a Río Plata. Año 1612: 8 padres, 5 estudiantes y 2 hermanos a Nueva Gra­ nada. Año 1616: 30 padres a Nueva España. Año 1616: 30 padres a Paraguay. Año 1618: 10 padres, 11 estudiantes y 3 hermanos a Nueva Granada. Año 1620: 12 padres a Perú. Año 1627: 12 padres a Nueva Granada. Año 1628: 19 pa­ dres a Perú. Año 1628: 26 padres, 13 estudiantes y 4 hermanos a Paraguay. Año 1633: 30 padres a Nueva Granada. Año 1634: 12 padres a Nueva Gra­ nada. Año 1635: 1 padre y 1 hermano a Quito. Año 1636: 2 padres y 9 estu­ diantes a Perú. Año 1636: 20 padres y 2 hermanos a Paraguay. Año 1638: 14 padres a Nueva España. Año 1639: 20 padres y 3 hermanos a Paraguay. Año 1647: 13 padres a Nueva España. Año 1647: 12 padres, 17 estudiantes y 3 hermanos a Paraguay. Año 1650: 1 padre a Quito. Año 1650: 20 padres a Chile. Año 1657: 2 padres y 32 estudiantes a Chile. Año 1658: 20 padres y

JESUITAS ASTURIANOS EN AMERICA: SIGLOS XVI-XVIII

953

3 hermanos a Nueva Granada. Año 1662: 1 padre, 17 estudiantes y 2 herma­ nos a Nueva Granada. Año 1663: 3 padres a Paraguay. Año 1663: 35 padres a Chile. Año 1665: 23 padres a Nueva Granada. Año 1673: 4 padres a Méji­ co. Año 1674: 7 padres a Nueva Granada. Año 1674: 7 padres, 22 estudiantes y 4 hermanos a Paraguay. 1675: 18 padres a Méjico. 1677: 7 padres a Nueva Granada. Año 1680: 6 padres a Méjico. Año 1680: 6 padres a Nueva Granada. Año 1680: 1 padre a Potosí. Año 1680: 11 padres, 40 estudiantes y 6 herma­ nos a Paraguay. Año 1681: 10 padres a Méjico. Año 1681: 5 padres, 1 estu­ diante y 1 hermano a Nueva Granada. Año 1681: 3 padres, 6 estudiantes y 3 hermanos a Nueva Granada. Año 1682: 5 padres y 6 estudiantes a Nueva G ra­ nada. A ño 1683: 10 padres a Méjico. Año 1684: 2 padres y 5 estudiantes a Santa F e -Q u ito . Año 1684: 15 padres y 2 hermanos a Chile. Año 1685: 4 pa­ dres, 14 estudiantes y 2 hermanos a Paraguay. Año 1687: 23 padres a Méjico. Año 1690: 9 padres, 6 estudiantes y 1 hermano a Nueva Granada. Año 1691: 29 padres, 11 estudiantes y 3 hermanos a Paraguay. Año 1694: 20 padres, 19 estudiantes y 5 hermanos a Nueva Granada. Año 1695: 11 padres a Perú. Año 1698: 7 padres, 27 estudiantes y 4 hermanos a Paraguay. Año 1698: 17 padres, 12 estudiantes y 5 hermanos a Chile. Año 1703: 40 padres y 3 herma­ nos a Perú. Año 1705: ? a Méjico. Año 1705: 19 padres, 14 estudiantes y 9 hermanos a Santa Fe-Quito. Año 1707 ? a Chile. Año 1708: ? a Méjico. Año 1711: 9 padres, 3 estudiantes y 5 hermanos a Paraguay. Año 1711: 9 padres, 21 estudiantes y 4 hermanos a Chile. Año 1712: 16 padres a Méjico. Año 1714: 20 padres a Quito. Año 1717: 7 padres, 11 estudiantes y 4 hermanos a Nueva Granada. Año 1717: 45 padres a Quito. Año 1717: 14 padres a Perú. Año 1717: 18 padres, 26 estudiantes y 13 hermanos a Paraguay. Año 1719: 21 padres a Méjico. Año 1721: 14 padres a Quito. Año 1722: 41 padres a Chile. Año 1723: 38 padres a Méjico. Año 1723: 36 padres a Nueva Granada. Año 1723: 28 pa­ dres a Quito. Año 1723: 25 padres a Perú. Año 1726: 60 padres a Paraguay. Año 1729: 2 padres a Méjico. Año 1729: 60 padres y 7 hermanos a Paraguay. Año 1730 : 25 padres a Méjico. Año 1731: 35 padres y ? estudiantes a Quito. Año 1733: 19 padres y 14 hermanos a Paraguay. Año 1735: 37 padres y 4 hermanos a Méjico. Año 1735: 17 padres, 33 estudiantes y 6 hermanos a Nue­ va Granada. Año 1736: 5 padres, 14 estudiantes y 3 hermanos a Perú. Año 1738: 8 padres, 16 estudiantes y 2 hermanos a Perú. Año 1743: 5 padres, 4 estudiantes y 2 hermanos a Nueva Granada. Año 1743: 3 padres, 11 estudian­ tes y 2 hermanos a Nueva Granada. Año 1743: 28 padres y 5 hermanos a Quito. Año 1744: 18 padres a Méjico. Año 1745: 21 padres, 36 estudiantes y 8 hermanos a Paraguay. Año 1747: 14 padres, 8 estudiantes y 37 hermanos a Chile. Año 1747: 29 padres, 14 estudiantes y 14 hermanos a Paraguay. Año 1749: 7 padres a Nueva Granada. Año 1749: 21 padres, 3 estudiantes y 2 her­ manos a Quito. Año 1749: 6 padres, 3 estudiantes y 1 hermano a Perú. Año 1750: 44 padres a Méjico. Año 1750: 2 padres y estudiantes a Nueva Granada. Año 1750: 5 padres, 13 estudiantes y 2 hermanos a Perú. Año 1754: 3 padres y 10 hermanos a Nueva Granada. Año 1754: 32 padres a Quito. Año 1755: 50 padres a Méjico. Año 1755: 4 padres, 22 estudiantes y 4 hermanos a Paraguay. Año 1755: 30 padres a Chile. Año 1757: 2 padres, 23 estudiantes y 2 herma­ nos a Perú. Año 1758: 1 padre y 6 estudiantes a Chile. Año 1760: 4 padres, 26 estudiantes y 4 hermanos a Nueva Granada. Año 1761: 6 padres, 17 estu­ diantes y 4 hermanos a Nueva Granada. Año 1763: 2 padres, 25 estudiantes y 2 hermanos a Perú. Año 1763: 6 padres, 20 estudiantes y 4 hermanos a Pa­

954

JUSTO GARCIA SANCHEZ

raguay. A ñ o 1764: 2 padres, 24 estudiantes y 4 hermanos a Paraguay. Año 1767: 5 padres, 13 estudiantes y 2 hermanos a Paraguay. Año 1767: 20 pa­ dres a Chile. (L os fondos del A rch ivo General de Indias de los cuales se han sacado los datos que perm iten el describir pormenorizadamente las expediciones se re­ fieren a: Contratación, núms. 5.539, 5.546, 5.548-5.551; Contaduría, núm. 1.385; Indifer. Gener., 3.872, lib. 13, y 2.870, lib. 8). (3) La bibliografía referente a la presencia jesuítica en Hispanoamérica es abundantísima. Es una obra clásica la de S t r e i t , R., O.M.I. Bibliotheca Missionum. Vol. II. Amerikanische Missionsliteratur, 1439-1699, Freiburg, 1924. Vol. III. Amerikanischeliteratur, 1700-1909, Freibur, 1927. De sumo interés los (Complementos a esta obra: Vol. X X IV , 1910-1924, Herder, 1967. Vol. X X V , 1925-1944, Herder, 1967. Vol. X X V I, 1944-1960, Herder, 1968. D e carácter ge­ neral para este período complementario tienen importancia los Vols. X X I I y X X I I I de esta colección. D e n tro d e la b ib lio g r a fía de la p ro p ia C o m p a ñ ía d e Jesú s o c u p a u n lu g a r d e stac ad o la o b ra d e l p a d r e P o l g a r , L ., Bibliographie sur l'histoire de la Com­

pagnie de Jésus, 1901-1980. T. II. Les pays Amérique, Asie, Afrique, Oceanie, R o m a, In stitu tu m H is to ric u m S.I., 1986. E n el elen co d e lo s c e n ten ares d e tra ­ b a jo s a llí re fe rid o s, ca b e citar la s o b ra s de M e d i n a , J. T., Noticias bio-biblio-

gráficas de los jesuítas expulsados de América en 1767, S a n tia g o d e C h ile, 1914. P o n s , N ., “J e su íta s fa m o s o s en H is p a n o a m é ric a . H e r m a n o s c o a d ju to re s je s u í­ tas, b a s e y sostén d e l a v a n c e de la Ig le s ia en H is p a n o a m é r ic a ” , Siglo de las M i­

siones, 50 (1964), 56-58. B a y l e , C., “L a s m isiones d e la C o m p a ñ ía d e J e sú s en E s p a ñ o la ” , en Revista de la Exposición Nacional Española, 1929, págs. 48-493. P e r e z , R., “L a C o m p a ñ ía de Jesú s en S u d a m é r ic a ” , en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, 10 (1933). P a c h e c o , J. M ., “L a s m isio n e s d e la C o m p a ñ ía de Jesú s en L a tin o a m é r ic a ” , en Vida Espiritual, 52

la A m é r ic a

(1976). L y n c h , M ., “J e su it m issio n a ry activities in N o r t h A m e r ic a , 1572-1773” , at the M a rq u e t t e U n iv e rs ity , W isc o ssin , 1934. Y b o t , L . A ., La Iglesia y los eclesiásticos españoles en la empresa de Indias. II. La obra y sus artífices, B a rc e lo n a . 1963... C o m p a ñ ía de Jesús, p á gs. 841-994, y sus fu n d a ­ ciones, 1.077-1.087. L o p e t e g u i , L ., y Z u b i l l a g a , F., Historia de la Iglesia en la América Española desde el descubrimiento hasta comienzos del siglo X IX . México, América Central, Antillas, B A C , M a d r id , 1965. E g a ñ a , A ., Historia dé la Iglesia en la América Española desde el descubrimiento. Hemisferio Sur, B A C , M a d r id , 1966. R i p p y , J. F., y N e l s o n , J. T h., Crusaders of the jungle,

D is se rta tio n

C h a p e l H ill

(U n iv . d e C a ro lin a d e l N o rte ),

1936, q u e d e d ic a g r a n p a rte a la s

m isio n e s de lo s je su ítas. P i c o n - S a l a s , M ., De la conquista a la independencia... E g a ñ a , A . de, “ J e su ítas en la p r im e r a e v a n g e liz a c ió n d e A m é r ic a

(H e m is fe r io

S u r), Jesuítas (1979-1980), 53-56. P az O t e r o , G., “E l es p íritu d e L o y o la en la co n q u ista d e A m é r i c a ” , en Boletín Cultural y Bibliográfico, 7 (1964), 2.155-2.166. T o r r e R e v e l l o , J., “ L a po testad d e l re y de E s p a ñ a s o b re la s m isio n es d e lo s je su íta s (1760-1767)” , Síntesis, 2 1928, 4, 43-56. Z u b i l l a g a , F., “ L a S a g r a d a C o n ­ g re g a c ió n de P r o p a g a n d a F id e y la A m é r ic a E sp a ñ o la d e l setecientos” , en Sacrae

Congregationis de Propaganda Fide memoria rerum, II (F r e ib u r g , 1973), 1.0661094. S i e r r a V i c e n t e , D ., El sentido misional de la conquista de América, M a ­ d r id (C o n s e jo de la H is p a n id a d ), 1944. E g a ñ a , A . de, “ F e lip e II y e l g e n e ra l je ­ suíta M e r c u r iá n ” , en Indias, 7 (1959), 79-138. M e t r a u x , A ., “L e c a ra c te re d e la coquete je s u it iq u e ” , A c to Americana, I (1943), 69-82. O t a z u , A ., “ E l p a d r e F e ijo o

JESUITAS ASTURIANOS EN AMERICA: SIGLOS XVI-XVIII

955

y los jesuítas de Indias (Una carta inédita del padre Feijoo)”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, 171 (1974), 577-582. I., “Suer les pas des jesuites (Candide en Am erique)”, en Etudes et recherches ser le siécle, X V III (1980), 239-252. P. de, Misioneros extranjeros en Indias según Diego de Avendaño, SI.., reed. en “Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica (1493-1835)” . I. Epoca del Real Patronato, 1493-1800, Roma, Univ. Gregoriana, 1959, págs. 453-467. Sobre la independencia americana y la expulsión de los jesuítas son conocidos los trabajos de Madariaga, Ballori, Martín, Norman, Pacheco, Furlong, Graviotto y Figuera, Levene. También será de interés ge­ neral el trabajo sobre “Las universidades de Indias y la enseñanza escolásti­ ca”, en el Homenaje a G. Feliú Cruz (Santiago, 1973), 619-632, Univ. de San Francisco Javier de Charcas.

Vissiere,

Leturia,

S i d e sc e n d e m o s a la

b ib lio g r a fía p o r

países

m o d o d e s u m a rio e lem en tal, la s ig u ie n te :

am e ric an os, p o d e m o s citar, a

A r g e n t in a :

M a e d e r , E. J. A ., “ N ó ­

m in a de g o b e rn a n te s civ ile s y eclesiásticos de la A r g e n t in a d u r a n te la ép oca e s p a ñ o la , 1500-1810” , en Resistencia (U n iv e r s id a d ), g o d e lo s je s u ít a s d e la

p ro v in c ia

de P a r a g u a y

1971; S t o r n i , H ., “ C a tá lo ­

(C u e n c a

de la

P la t a ),

1585-

1768” , R o m a , 1980; P a s t e l l s , P ., “H is to ria d e la C o m p a ñ ía de J e sú s en la p ro ­ v in c ia d e

P arag u ay

d o cu m en to s M a d r id ,

(A r g e n t in a ,

o rig in a le s

1912; IV

T.

II

del

(1638-1668),

1918;

T.

(1683-1704),

T. V I

(1715-1791), M a d r id ,

1751),

M a d r id ,

1949.

A s im is m o

P aragu ay

por

U ru gu ay ,

A r c h iv o

1948;

T.

están

M a d r id ,

M a d r id ,

1923;

de

y

I n d ia s )” ,

1915;

T.

T.

(1702-1715),

V

III

B ra s il T.

V III,

1

(sig lo

(1751-1760),

V III,

la s

a n u a le s

X V II);

C a rta s E g u ia

2

I

segú n

lo s

(1568-1638),

(1669-1683), M a d r id ,

1946 (cont. d e l P . F. M a te os, S .I .) ;

p u b lic a d a s

Leon h ard

P e rú , B o liv ia

G e n e ra l

M a d r id ,

1933;

T. V I I

(1731-

(1760-1768), de

la

M a d r id ,

p r o v in c ia

R u i z , C., España y

de

sus misio­

neros en los países del Plata, M a d r id (E d . C u ltu ra H is p á n ic a ), 1953 ; S t o r n i , H ., “ J e su íta s a rg e n tin o s e x ilia d o s p o r C a rlo s I I I en 1767” , en Archivum, 9 (1967), 39-56. B o li v i a : M a t e o s , A ., “J e su ítas esp a ñ o les en B o li v i a ” , en España Misio­ nera, 6 (1949), 210-224, 319-333; H o f f m a n n , W ., Las misiones jesuíticas entre los chiquitanos, B u e n o s A ir e s , 1979; V a r g a s U g a r t e , R., Historia de la Com­ pañía de Jesús en el Perú. I I I (La misión de Mojos, 1682-1767), B u r g o s , 1964; P a z , L ., La Universidad Mayor, Real y Pontificia de San Francisco Javier de la capital de las Charcas. S u cre, 1914. C h ile : H a n is c h E s p i n d o l a , W ., Las va­ caciones en Chile. 1536-1850, C u e rn a v a c a , 1970; H a n is c h E s p i n d o l a , W . Histo­ ria de la Compañía de Jesús en Chile (1593-1955), S a n tia g o de C h ile, 1974; y son im p o rta n te s lo s t r a b a jo s de H a r t e r y el d e O v a lle , so b re e l m ism o asunto. C o lo m b ia :

M o n t o y a , A .,

Los jesuítas en Colombia. Boceto histórico, B o g o tá ,

1935 ; M o r e n o , A ., Necrologio de la Compañía de Jesús en Colombia, M e d e llin , 1957. M u y im p o rta n te e s la o b ra de P a c h e c o , J. M ., Los jesuítas en Colombia, I (1567-1654) y I I

(1654-1696), B o g o tá , 1959 y 1962, resp ec tiv a m en te . R e p ú b lic a

D o m in ic a n a : V a l l e L l a n o , A ., La Compañía de Jesús en Santo Domingo du­

rante el período hispánico, C iu d a d T r u jillo , 1950. E stad o s U n id o s : P a r a el siglo X V I , Z u b i l l a g a , F., La Florida : La misión jesuítica ( 1566-1572) y la colo­ nización española, R o m a, 1941. S o b re el m ism o asu nto son n o ta b le s los t r a b a ­ jo s d e V a r g a s U g a r t e so b re la m isió n p r im e r a d e F lo r id a ; d e L e w is , s o b re la m isió n in ic ia l en V ir g in ia ; L a n n in g , sob re la de G e o rg ia , y p a r a el siglo X V I I : lo s je su íta s en

M a r y la n d .

G u a t e m a la :

F a l l a , O., “L a C o m p a ñ ía d e J e sú s en

G u a t e m a la ” , en Estudios Centroamericanos, 12 (1957), 18-22;

Saenz

de

S anta

M a r i a , C., “ E l p r im e r siglo de los je su ítas en G u a te m a la . 1606-1676” , Letras de

956

JUSTO GARCIA SANCHEZ

Deusto, 12 (1976), 23-55. T a m b ié n tienen in terés cierto s estu dios s o b re la U n i­ v e r s id a d d e S a n C a rlo s d e G u a te m a la . H o n d u r a s :

M a t e o s , F., “ U n inten to de

m isió n en H o n d u ra s (1567)” , en Misionalia Hispanica, 2 (1945), 377-384. M é ji ­ co : Z a m b r a n o - G u t i e r r e z , Diccionario bio-bibliográfico de la Compañía de Jesús en Méjico, V o ls . I - X I , Z a m b r a n o ; X I I - X V I , G u t ié r r e z p o r m u e rte d e l a u t o r ; Z a m b r a n o , F., Historia de la Compañía de Jesús en Méjico, M é jic o , 1940 ; Z e l i s , R., Catálogo de los jesuítas expulsados de Méjico el 25 de junio de 1767, M é jic o , Im p . E scalan te, 1871; G o n z á l e z d e l C o s s i o , Ensayo biblio­ gráfico de los catálogos de sujetos de la Compañía de Jesús en la Nueva Espa­ ña, con u n a lista d e lo s je s u íta s q u e e je rc ie ro n sus m in is te rio s d u ra n te el siglo X V I ; B u r r u s , E. J., y Z u b i l l a g a , F., Misiones mejicanas de la Compañía de Jesús, E dit. P o r r ú a , M a d r id , 1982. A d e m á s en esta n ació n e s fu n d a m e n t a l los Monumenta Mejicana y la s discintas h isto rias de la p ro v in c ia d e la N u e v a E s­ p a ñ a d e la C o m p a ñ ía d e Jesús com o son las d e l p a d r e F lo re n c ia o e l t r a b a jo d e l P a d r e S a lv a t ie r r a

s o b re la m isión de la B a ja

C a lifo rn ia , con e s p e c ia l es­

tu d io d e la s re la c io n e s en tre e l o b ispo P a la fo x y la C o m p a ñ ía d e J e sú s o la e x p u ls ió n b a j o C a rlo s I I I y sus consecuencias. P a n a m á : C a s t i l l e r o , E., Con­ vento y templo de la Compañía de Jesús. La expulsión y sus efectos. P a r a ­ guay:

A d e m á s d e la s r e fe r id a s o b ra s de lo s P P . P a s té is y S t o m i, m ere ce ci­

ta rse S t o r n i , H ., Jesuítas paraguayos de la antigua Compañía, y lo s t r a b a jo s s o b re la s re la c io n e s d e L u i s A n to n io M u r a t o ri y la s m isio n e s je su ític a s en e l P aragu ay , ya

q u e es a b u n d a n te la b ib lio g r a fía

so b re

la s

redu ccion es. P e r ú :

B a r t r a , E., y E g a ñ a , A . de, “L o s p rim e ro s je s u íta s en e l P e r ú v i r r e i n a l; gas

V ar­

U g a r t e , “ C a tá lo g o d e la p ro v in c ia de P e rú , año 1767” , en Jesuítas peruanos

desterrados a Italia ; M a t e o s , F., Historia general de la Compañía de Jesús en la provincia del Perú, y un lu g a r d estacado p a ra lo s Monumenta Peruana, u n o de cu y o s au to re s m ás sig n ific a tiv o s es e l susodicho p a d r e E g a ñ a ;

ta m b ié n es

in tere sa n te la

F e r r e s , C.,

b ib lio g r a fía sobre la m isión en

M a in a s . U r u g u a y :

Epoca colonial. La Compañía de Jesús en Montevideo, reed. M o n te v id e o , 1975 ; a d e m á s están

la s

ap o rtac io n e s d e C r a w f o r d

co lo n ia de S ac ra m e n to . V e n e z u e la : cos s o b re

con e stu d io s e s p e c ia le s so b re la

D e l R e y F a ja r d o , con estu dios m o n o g r á fi­

“lo s je su íta s en la s m isio n es de V e n e z u e la ” , q u e

in c lu y e

aspectos

b io -b ib lio g r á fic o s . T a m b ié n d e b e citarse el t r a b a jo d e l p a d r e P e lle p r a t s o b re la

h is to ria de la s m isio n e s je su ític as en la s islas y tie r r a fir m e d e A m é r ic a

M e rid io n a l, y

ex iste

una

a m p lia b ib lio g r a fía

racas, C o ro , M a r a c a ib o , M é r id a y T ru jillo .

(4) (5) (6) (7) (8) (9) (10) (11) (12) (13) (14) (15) (16) (17)

AR SI, Hisp., 69, fol. 58rv. ARSI, Hisp., 69, fol. 66r. ARSI, Hisp., 70, fols. 212v-213r. ARSI, Hisp., 86, fol. lOOv. ARSI, Cart., 7, fol. 272v. ARSI, Cast., 7, fol. 206v. ARSI, Hisp. , 88, fol. 50rv. ARSI, Cast. , 7, fol. 221v. ARSI, Cast.,, 7, fol. 235r. ARSI, Cast. , 10, fol. lOOv. ARSI, Hisp. , 80, fol. 121rv. ARSI, Ibidem, a 2 d e abril de 1621 ARSI, Cast. , 10, fols. 35v-36r. ARSI, Hisp., 86, fol. 134v.

re fe re n te a lo s co le gio s de

Ca­

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(18) (19) (20)

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ARSI, Ibldem, fol. 143rv. ARSI, Cast., 10, fol. 148r. ARSI, Ibídem, fol. 169v.

(21) AR SI, Hisp., 88a, recoge multitud de cartas solicitando incorporarse a la evangelización americana. Su simple enumeración sería excesivamente prolija. Entre ellas hay algunas de probables asturianos: fol. 26r., Isidoro de Llano; Juan Mier, en el fol. 35r; Manuel Antonio de Mier, fol. 87r; Francisco Cavia, fols. 89 y lOOr; Manuel Suárez, fol. 103; Alonso de Cifuentes, etc. Qui­ zás tengan más interés las del padre Antonio de Paredes dirigidas al general Tirso González. L a primera, fechada en Salamanca a 11 de febrero de 1693, indica cómo en el noviciado ya sintió “una grande inclinación a la conversión de los indios, la cual siempre fue constante y aumentándose cada vez más, tanto que en oyendo los trabajos que padecen y fruto que hacen los padres misioneros siento notablemente no hallarme ocupado en empleo tan del servi­ cio de Dios Nuestro Señor y agrado de nuestro padre San Ignacio, sin acobar­ darme los grandes trabajos que allí se toleran ni las muchas ocasiones que hay para faltar si no está uno bien fundado en la virtud. Otro motivo tengo no menos fuerte, que es suponiendo que esta predicación es la cosa más agra­ dable a Dios en un jesuíta y que yo con mis muchas culpas tengo muy ofendida la Majestad Divina, hacer a un Dios tan misericordioso para conmigo algún grato obsequio para satisfacerle en este empleo tan glorioso, algo por tantos y tan graves pecados. En esta consideración me parece estoy por la gracia divi­ na bien fundado con que parece no faltarán en mí los deseos movidos de este fin”. A continuación informa que estudia segundo de teología moral, conser­ vando vivos esos deseos desde hacía seis años y medio, esperando que el pa­ dre general ya indicado resolviera aquello que “fuere de mayor gloria de Nuestro Señor, de nuestro padre San Ignacio y de San Francisco Javier, a quien por todo el tiempo de los seis años y medio pedí me alcanzase de Dios lo más conveniente y al presente quedo haciendo una novena al santo en orden a este mismo efecto...”. Este llanisco insistió en su propósito unos me­ ses después, a 28 de octubre, en términos más directos: “Algunos padres... de este colegio (de Salamanca) me han representado tantos inconvenientes en mi ida a Indias que, viéndome oprimido del pesó de sus razones, empecé a escrupulizar creyendo más al parecer de los experi­ mentados que al mío, menos advertido por falta de experiencia en mis pocos años. Este me mueve no a desistir de mi intento sino a decubrir mi conciencia a vuestra paternidad con más extensión que lo hice en aquella carta en que comuniqué a vuestra paternidad mi vocación, huyendo de que me engañe mi amor propio. El principio de esta mi resolución nació de un despecho ocasio­ nado de una penitencia que justamente me puso un superior: en sus progresos sentí siempre esta inclinación de pasar a Indias con el fin de convertir almas; pero me incitaba más a la pretensión un disimulado pensamiento de librarme de los rigores de Salamanca y mi natural inclinación a ver más y más mun­ do; y este natural deseo prorrumpe en mucho gozo cuando pienso en mi viaje, parando más en el gusto de registrar las más remotas tierras que en amor de la salvación de aquellos bárbaros; aunque éste tiene algún lugar, pero corto en mi corazón... Nada de esto comuniqué a alguno, antes bien mi confesor (que es el padre Juan de Berriarza) (sic) me apartó de este pensamiento cuan­ do le dije que quería pedir licencia para ir a las Indias, de suerte que yo solo, sin dirección alguna, conferí conmigo estos intentos y resolví escribir a vues­

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tra paternidad la segunda vez (y aun a lo primero que fue en las artes resistió también mi confesor) (sic) alegando por razón el deseo de padecer y satisfacer por mis pecados, el cual hablando sinceramente, aunque cabe en mí, no tiene tanto lugar como el de pasear si pudiese todo el mundo. Esta es la imagen de mi conciencia, expresada con toda la viveza que me dicta mi sentimiento y la sinceridad con que pudiera hablar a la hora de mi muerte. No obstante todo esto, estoy con esta disposición: que si vuestra paternidad, después de ponderadas estas circunstancias, me mandare partir, iré con sumo gusto por conocer más perfectamente declarada la voluntad divina en la determinación de vuestra paternidad...” L a sinceridad de su tercera carta y la voluntad dis­ ponible que en ella manifiesta con nitidez fueron las premisas que permitieron al general tomar una resolución ajustada plenamente a la profundidad de sen­ timientos del religioso suplicante. (ARSI, Hisp., 88, fols. 53r y 36r.) Otro jesuíta vinculado familiarmente a Asturias, Juan de Grado, escribe desde Salamanca, a 26 de octubre de 1697, la siguiente carta al padre general: “consuelo y gozo que recibí cuando el padre provincial... había sido servido de cumplirme los (deseos) para pasar a Chile: por lo cual doy a su Divina Majes­ tad infinitas gracias, pues ha querido poner los ojos para una empresa tan de su gloria en quien le ha ofendido y sido ingrato: mas confío que habiéndome dado su Divina Majestad tan repetidos deseos y ofrecídome y dedicádome a padecer los trabajos y peligros tan frecuentes que hay de perder la vida en estas misiones (confío digo que no me desamparará) (sic) pues sabe que no me ha movido otra cosa a abrazarme con la cruz de tantos trabajos que el deseo de servirle y deshacer los hierros que con mis culpas he hecho; y dar la vida si fuere menester por su amor, pues dio la suya por quien merecía muerte eter­ na. Doy a vuestra paternidad, después de Dios, las gracias por haber depen­ dido de mi dicha (que por tal la juzgo) (sic) de la asignación que vuestra paternidad hizo de mí. Tendré siempre este beneficio con los demás que es­ pero recibir de vuestra paternidad muy en la memoria para tener presente en mis oraciones y obras buenas a quien tanto se digna de favorecerme. No puedo dexar de representar a vuestra paternidad cómo habiendo muer­ to un tío mío habrá dos meses entré en la herencia de un mayorazgo que tocaba por ser el mayor de mis hermanos y deseando mi madre y parientes que pase luego al que necesariamente después de mí le toca porque le importa que yo haga luego la renuncia y más ahora que nunca habiendo yo de salir de España y estar para ajustarse por un tanto con el colegio de San Ambrosio la cantidad que me puede tocar por la hacienda libre de mis padres, por tanto suplico a vuestra paternidad me dé su licencia para hacerla y juntamen­ te la profesión de tres votos si me halla capaz, que será para mí un gran consuelo” (AR SI, Ibídem, fol. 74r). Otra carta anterior que origina la acepta­ ción de su marcha, y primera que escribió, está fechada en Villagarcía, a 20 de febrero de 1693, con 21 años y dos meses y medio de edad, llevando en la Compañía entonces dos años. En cuanto a los estudios, había cursado antes de su ingreso como jesuíta dos cursos de leyes, y en aquel momento llevaba nueve meses en el Seminario jesuítico (ARSI, Ibídem, fol. 43r). Insistió en una segunda carta, a 31 de enero de 1966, con cinco años de jesuíta y después de cursar los tres años de artes, manifestando que pide ir a las Indias, “especial­ mente después de haber oído leer en el refectorio las últimas cartas del padre general en que a todos nos avisaba de la necesidad que hay de sujetos para las dilatadas misiones de la China y Chile”, esperando una respuesta positiva

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a estos deseos, que, como hemos visto, fueron satisfechos. (Ibidem, fol. 62r). L a biografía del padre Juan de Grado vid. torni H., “Catálogo de los jesuí­ tas de la provincia de Paraguay”, op. cit., p. 127. De las cartas llegadas desde el colegio de San Matías queremos referir dos en este lugar. Una sumamente ilustrativa de Francisco Deza, fechada en Ovie­ do, a 16 de junio de 1640: “P ax Christi. Con el deso grande que el Señor me ha dado de acertar en todas las cosas de su divino servicio y de dejarme go­ bernar en ellas por medio de mis superiores, me he determinado a escribir ésta a vuestra paternidad, en la cual propondré los deseos grandes que Dios Nuestro Señor se ha servido de ponerme en mi voluntad de pasar a Indias a ayudar a la conversión de aquella gentilidad, aunque sea a la parte más remota y más trabajosa que en ellas haya, porque ésta es la que más deseo y adonde iré de mejor gana ya que una vez me determino a salir de mi patria con el fin propuesto. Cinco años ha que viven en mi pecho estos deseos, si bien en el último de ellos más crecidos y con mayores ansias de alcanzar al­ gún término, supuesto que tiene tantos a la vista, cuantos procuradores han venido estos últimos años de diversas partes de las Indias. La que yo de ellas más deseo es Japón o la China, por ser más trabajosas y adonde según mi querer podré acaso alcanzar la gloriosa corona del martirio para la cual he procurado disponerme en todo este año, dándome a toda y a la mayor perfec­ ción a que pudiese subir y no poco me ha ayudado Nuestro Señor para ello, pues en medio del año me obligó a servirle con más veras con un extraordi­ nario y singular beneficio que me hizo sin merecerlo yo: y fue (sea por amor de Dios para vuestra paternidad solamente) (sic) el levantarme a un perfectísimo y altísimo grado de contemplación donde trato a su Divina Majestad familiarísimamente, para lo cual me dispuso antes con todas las cosas que piden los padres espirituales precedan a este soberano don. Basta esto para un breve modo de dar cuenta de mi conciencia a vuestra paternidad. Ahora, pues, me dicen partió de Sevilla a verse con vuestra paternidad el padre Alvaro, procurador de la China, y poco antes el padre Diego Bobadilla, procurador de las Filipinas, con cuya memoria crecieron sobremanera mis deseos, los cuales fui, como solía, a comunicarlos con mi confesor el padre Her­ nando de Lavan d era; di jome lo que otras veces, que le parecía era perder tiempo ir a las Indias antes de acabar los estudios y mejor era y más como­ didad había en estudiar acá en nuestra España que no quedarse en el camino de las Indias a estudiar lo que faltase. Lo que yo propongo a vuestra pater­ nidad para ir luego a esta empresa es el llevar la lengua sabida para poder, acabados los estudios, comenzar a trabajar y no estar detenido sin hacer nada por no saber hablar. Además, que yo tengo corta vista y habiendo de estudiar acá con la intensidad que solemos, será causa de menoscabo, el cual se podrá evitar con la menor intensión con que se estudia en las Indias, pues no son menester allá las sutilezas y delgadeces que por acá se usan. Finalmente son tales los deseos que padezco que me dan prisa muy grande a que suplique a vuestra paternidad me conceda mi súplica, enviándome primeramente a la China con el padre Alvaro o a lo menos a las Filipinas con el padre Diego en estas dos ocasiones que se ofrecen. Si no es que a vuestra paternidad le parece conviene hacer lo que mi confesor me aconsejó; pero con tal condición que esté asentado se me concederá entonces mi petición para ir a estas partes. Y o me he obligado con voto, vuestra paternidad se sirva de darme licencia para cumplirlo...” (ARSI, Hisp., 88, fol. 39rv).

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El segundo testimonio pertenece al hermano Sagardía, quien escribió al padre Antonio Caraveo a León expresando sus deseos de pasar a las Indias, y del que obtuvo por respuesta: “Yo no puedo enviar a ninguno porque nuestro padre general ha reservado para sí estas asignaciones. Recurra a su paterni­ dad, que tiempo hay para que le responda y le dé consuelo si lo juzgare con­ veniente”. Esta carta, fechada en León, a 19 de agosto de 1693, motiva la del padre general, suscrita por el hermano Ignacio Sagardía nueve días más tar­ de desde Oviedo: “Mi padre general: muchos días ha que tenía vocación de pasar a las Indias y me fue preciso declararme con el padre provincial y su reverencia me respondió eso que vuestra paternidad verá (la carta anterior). L a vocación es verdadera, pues le aseguro a vuestra paternidad que se lo he pedido a su Majestad muy de veras y a San Javier con algunas novenas que parece me quiere llevar por este camino y así vuestra paternidad me hará caridad de señalarme paraje a dónde tengo que ir, que a cualquier parte iré con mucho gusto”, contestando el padre general en 24 de octubre de 1693 (ARSI, Hisp., 88a, fols. 48r y 49r). En 25 de julio de 1663, Juan Rodríguez, valenciano, escribe al general en latín solicitando su partida para la provincia peruana (ARSI, Hisp., 88, fol. 53rv). (22) ARSI, Hisp., 88, fol. 74rv. (23) ARSI, Hisp. 88a, fol. 20r. (24) AR SI, Ibídem, fol. 37r. (25) ARSI, Ibídem, fol. 57r. (26 ) S t o r n i , H ., Catálogo de los jesuítas de la provincia del Paraguay. ( Cuenca del Plata)..., cit., p. 140. Llegó a ser procurador en Europa y pro­ vincial. (27) ARSI, Hisp., 88a, fol. 21r. (28) Ci. P a c h e c o , J. M., Jesuítas en Colombia, T. I, op. cit., págs. 479-480 (29) ARSI, Peruan., 5, 60r bis-62r. (30) Desde Salamanca, a 18 de marzo de 1640, se ofrece para ir a misio­ nes a Indias o a las Filipinas Fernando de Dóriga, pues “siente deseos conti­ nuados de emplearse en las ocupaciones más trabajosas de la Compañía y donde más falta de sujetos hay” (ARSI, Hisp., 88, fol. 38r). Y desde Alcalá de Henares, a 2 de marzo de 1627, escribe al padre Viteleschi, Francisco Alon­ so, en estos términos: “ ... la razón que me mueve es que en aquellas partes hay mucha falta y necesidad de obreros evangélicos, y siendo nuestra voca­ ción el acudir a la parte más necesitada de doctrina, me hace grande compa­ sión que se pierdan allí tantas almas por falta de obreros que las adoctrinen, y así quisiera yo ayudar a esto de mi parte, ofreciendo para ello mi persona. Mi virtud es mediocre; el natural blando y apacible... Acerca de mis estudios ordenóme de misa dos años ha, habiendo hecho acto de teología en este cole­ gio de Alcalá... En caso de que vuestra paternidad juzgue soy a propósito para las Indias, recibiré gran caridad en ser enviado al Paraguay, donde me parece que hay más necesidad de obreros, si no es que vuestra paternidad juzgue que conviene más que vaya a otra parte: que en tal caso me pongo en las manos de vuestra paternidad para que disponga como gustare” (ARSI, Hisp , 88, fcl. 21rv). Un siglo después, a 21 de noviembre de 1732, el provincial de Paraguay pide urgentemente misioneros para la provincia, pues es tierra de misión y padece extrema necesidad de apóstoles (ARSI, Paraq., 6, fol. 205r), lo que explica la llegada de nuevos jesuítas a aquellas tierras.

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(31) ARSI, Hisp., 88, fol. 2rv. (32) ommervogel C., S.I., Bibliothèque de la Compagnie de Jesús, 1er. partie, T. VI. tazo odriguez Bruxelles-Paris, 1895, s.v. Oviedo. Col. 41, A n­ dré, de Oviedo ; col. 42, François, de Oviedo, y col. 43, Jean Antoine, de Oviedo. (33) En la exposición de las biografías hemos seguido la distribución en provincias que presenta el Archivo Romano de la Compañía de Jesús, pues sus 'fondos relativos a los catálogos trienales son la fuente de información más fiable que hemos consultado. (34) A tenor de la clasificación del ARSI, podemos señalar las siguientes fuentes manuscritas hoy consultables, de las que se han obtenido los datos que se aportan: Méj., Cat. Tiren., Vols. 4 al 8. Nov., Reg. et Quit., Cat. Trien., Vols. 3, 4 y 11. Paraq., Cat. Trien., Vols. 4-6. Peruv., Cat. Trien., Vols. 4-10. Para estudiar exhaustivamente la documentación allí conservada y relati­ va a las cuatro provincias es preciso analizar además, dentro de esa sección específica, las Epp. Gen., los Catál. Breves, las Cartas Anas, las Fundaciones de los Colegios y las Historias, sin olvidar algún fondo especializado. (35) AR SI, Méj., 4, fol. 44v: “En el colegio de Méjico el hermano Pedro Nieto tiene el cuidado de la estancia”, fols. 25r, 55v, 118r, 173v, 194r, 244v, 27Ir, 299r, 66v, 213r. (36) AR SI, Ibidem, fols. 55v, 67r, 120v, 156r, 176v, 192v, 211v. (37) ARSI, Ibidem, fols. 56r, 62r y 99v: “El hermano Juan de Rojas, es­ tudiante filósofo, murió en el colegio de la Puebla de los Angeles el 14 de enero de 1594”. (38) ARSI, Ibidem, fols. 74r, 169r, 195v, 249v, 274r, 148r, 214v. (39) ARSI, Ibidem, fol. 76r. (40) AR SI, Ibidem, fol. 78r. (41) ARSI, Ibidem, fols. 119r, 156v, 176r, 199v, 239r, 280v, 309r, 316v, 382r, 438r, 218v, 335v, 402r, 458r. (41) ARSI, Ibidem, fols. 199v, 240v, 270v, 298r, 317r, 382r, 438r, 218v, 335v, 402r, 458r. (42) ARSI, Ibidem, fols. 119v, 240v, 270v, 298r, 317r, 382r, 438r, 479v, 218v, 335v, 402r, 458r, 501v; Méj., 5, fols. 7v, 27v, 81r: falleció en Méjico, a 27 de octubre de 1662. (43) AR SI, Méj., 4, fol. 27Ir. (44) ARSI, Ibidem, fol. 253v. (45) ARSI, Ibidem, fol. 279v. (46) ARSI, Ibidem, fols. 489, 466v, 501v; Méj., 5, fols. 16r, 58r, 121v, 158v, 236r, 284r, 329v, 380r, 36r, 76r, 141v, 175r, 215r, 254r, 305r, 352r, 402v; Méj., 6, fols. 5v, 51v, 37v, 77r, 144r: Falleció en la fisca de Chicomozelo el 14 de di­ ciembre de 1693, donde se había retirado enfermo aunque la dirigía. (47) AR SI, Méj., 5, fols. 112v, 153v, 209v, 252r, 294v, 339r, 388v, 132v, 170v,

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226v, 270r, 315v. (48) ARSI, Ibidem, fols. 245v, 279r, 326r, 376v, 263v, 300r; Méj., 6, fols. 14v, 58r, 103r, 28v, 83v, 130v, 158r: El hermano Miguel de la Fuente falleció siendo coadjutor temporal formado en Puebla de los Angeles a 10 de mayo de 1698.

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(49) ARSI, Méj., 5, fols. 283v, 328v, 377v, 304v, 350v, 400v; Méj., 6, fols. 16r, 63r, 11 Ir, 27v, 88v, 138v. Fue admitido como escolar en Méjico a 19 de octubre de 1678: Méj., 5, fol. 275rv. (50) ARSI, Méj., 5, fol. 274: Cumplido el bienio de estancia en la Com­ pañía, hizo los votos de escolar el 25 de octubre de 1678; fols. 294r, 338v, 388v, 315r, 362r, 411r; Méj., 6, fols. 15r, 62r, llOr, 174v, 28r, 87v, 137v, 200r. (51) ARSI, Méj., 6, fols. 172r, 236v, 291r, 341r, 197v, 214v, 313r, 368r; Méj., 7, fols. 16r, 66r, 152v, 221r, 278v, 34v, 99r, 185v, 248r, 310v; Méj., 8, fols. 7r, 41r. (52) ARSI, Méj., 6, fols. 235r, 292r, 342r, 213v, 314r, 369r; Méj., 7 fols. 3r, 29r. (53) ARSI, Méj., 6, fols. 238r, 214v. (54) ARSI, Méj., 7, fols. 8v. 65r, 145v, 214r, 286v, 34v, 98r, 178v, 239v, 317v ; Méj., 8, fols. 17r, 121v, 51r, 157v. (55) ARSI, Méj., 7, fols. 64r, 148v, 204r, 293v, 97r, 181v, 231r, 324v; Méj., 8, fols. 17r, 121v, 51r, 157v. (56) ARSI, Méj., 7, fols. 139r, 212v, 276r, 172r, 239v, 307r; Méj., 8, fols. 29r, 134v, 200v, 63r, 170v, 235v. (57) ARSI, Méj., 8, fols, llr , 115v, 183r, 45r, 151v, 218r. (58) ARSI, Méj., 8, fols. 16v, 116v, 50v. (59) P a c h e c o , J. M ., L os jesuítas en Colomba, T. I, B o g o tá , s.a., p. 27. (60) ARSI, N. R. et Quit., 3, fols. 8r, 22r, 12v, 31r. (61) ARSI, Nov. R. et Quit., 3, fols. 22v, 58v, 31v, 73v. (62) ARSI, Ibidem, fols. 246v, 280v, 318v, 356r, 263v, 296v, 336v, 362r, 415v y 418v: Falleció en Popayán a 18 de diciembre de 1684. (63) ARSI, Ibidem, fols. 249v, 286r, 323r, 358r, 381r, 266v, 302r, 338r, 374r, 398v, 415v y 518v: Falleció en Santa Fe a 29 de junio de 1688; fol. 310: Ha­ bía sido recibido como coadjutor temporal formado en la isla de Santo Domin­ go a 15 de agosto de 1673. (64) ARSI, Ibidem, fols. 390r, 406r. (65) AR SI N. R. et Quit., 4, fols. 39r, 59v, 113v, 161v, 47v, 63v, 123v, 170v, 252r: Falleció como coadjutor espiritual en Santa Fe a 23 de mayo de 1734. (66) A R SI Ibidem, fols. 42r, 95r, 118r, 158r, 200r, 50v, 96r, 128r, 167r, 203r. (67) AR SI Ibidem, fols. 159r, 168r. (68) AR SI Ibidem, fols. 236r, 273r, 247v, 283v. (69) AR SI Ibidem, fols. 270v, 310r, 281r, 322r. (70) A R SI Ibidem, fols. 35 lv, 363v. (71) A R SI N. R. et Quit., 11, fols. 23v, 54v, 81r, 108v, 32v, 65v, 93r. (72) A R SI Ibidem, fols. 24r, 81r, 33r, 93r, 115r: Falleciô en Quito el 5 de noviembre de 1711. (73) AR SI Ibidem, fols. 84r, 1113r, 69v, 95v. (74) AR SI Ibidem, fols. 144r, 222v, 257r, 281v, 310v, 120r, 152r, 233v. (75) AR SI Perü, 4, I, fols, lv, 2v, 4r, 12v, 67v, 107v, 85v, 127r. (76) AR SI Peru, 4, I, fols. 47r, 70r, 109v, 88r, 129r; Parq., 4, I, fols. 8v, 16v, 48v, 77r, 98r, 60v, 86r, 107r. (77) ARSI, Ibidem, fol. 209v; Perú, 4, II, fols. 27lv, 346v, 378r, 296r, 402v. (78) ARSI, Ibidem, fols. 330r, 362r, 449v, 389v, 475v; Perú, 5, fols. 7v, 66v, 156r, 202r, 267r, 309r, 32r, 94v, 125v, 232r, 292r, 335r, 421r: Falleció en Lima el 14 de abril de 1683.

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SIGLOS XVI-XVIII

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(79) AR SI, Perú, 4, II, fols. 335r, 373r, 460r, 398v, 485r; Perú, 5, fols. 19r, 73r, 167r, 181r, 247r, 43r, lOlr, 136v, 211r, 272r, 357r: Falleció el padre Anto­ nio Muñiz en Lim a el 12 de abril de 1679. (80) ARSI, Perú, 4, II, fol. 350r. (81) AR SI, Ibidem, fols. 374r, 399v. (82) ARSI, Perú, 5, fols. 72v, 162r, 201r, 266r, 329r, 384r, lOOr, 131v, 231r, 291r, 353r, 410r; Perú, 6, fol. 20r. (83) AR SI, Perú, 5, fols. 173v, 198r, 261v, 142r, 228r, 286v, 357r: Falleció en Pachachac a 8 de febrero de 1681. (84) ARSI, Ibidem, fols. 361r, 388v, 341v, 414r; Perú, 6, fols. 29v, 59v, 122r, 240r, 310r, 371v, 439r, 84r, 150v, 215r, 266r, 338r, 400r, 471v, 487v: Falle­ ció en Lim a el 14 de marzo de 1714. (85) ARSI, Perú, 5, fols. 319r, 374v, 344v, 401r. (86) ARSI, Ibidem, fols. 381r, 407v. (87) AR SI, Ibidem, fols. 374r, 401r; Perú, 6, fols. 13r, 44r, 70r, 161r : Fa­ lleció el hermano coadjutor Juan Pérez de la Fuente en Lima el 10 de diciem­ bre de 1695. (83) AR SI, Perú, 6, fols. 309v, 265v, 328v, 418r: Falleció en Trujillo a 20 de octubre de 1707. (89) ARSI, Ibidem, fols. 379v, 408r, 445v, 51 lv, 478r, 547v; Perú, 7 fols. 47r, 22r; Perú, 9, fols. 26r, 88v, 127r, 154v. (90) AR SI, Perú, 6, fols. 380r, 445v, 512r, 408v, 478r, 548r; Perú, 7, fols. 47v, 22r; Perú, 9, fols. 26r, 89r, 127r, 195r, 265v, 339r, 51v, 154v, 230r, 296r, 366v; Perú, 10, fols. 18v, 45v; Perú, fol. 419v: Fue admitido como coadjutor temporal el 26 de julio de 1710. (91) AR SI, Perú, 7, fols. 34v, 16r; Perú, 9, fols. 15r, 78r, 117r, 184v, 256v, 330r, 33v, 144v, 220r, 287v, 357v; Perú, 10, fols, llr , 38r. (92) AR SI, Perú, 9, fols. 94v, 162r: Entre los “dimissi” figura, a 15 de abril de 1732, Francisco del Frede, coadjutor temporal novicio. (93) ARSI, Ibidem, fols. 192v, 261r, 332r, 228r, 292r, 359v; Perú, 10, fols. 9v, 36v. (94) ARSI, Perú, 9, fols. 199r, 269r, 235r, 299v. (95) ARSI, Ibidem, fols. 342r, 200v, 269r, 235v, 299v, 369v; Perú, 10, fols. 21v, 48v. (96) ARSI, Perú, 9, fols. 254r, 325r, 285r, 353r ; Perú, 10, fols. 5r, 48v. (97) ARSI, Perú, 9, fols. 258r, 328v, 288v, 356v; Perú, 10, fols. 8r, 34r. (98) ARSI, Perú, 9, fols. 270r, 343r, 301r, 370v; Perú, 10, fols. 22v, 49v. (99) ARSI, Perú, 9, fols. 270v, 301r. (100) ARSI, Paraq., 4, I, fols. 5r, 13r, 51v, 70r, 96r, 121r, 137v, 147v, 159r, 173v, 197v, 218r, 22r, 24r, 63r, 81r, 105r, 113: Se le califica de “observante, prudente, trata de ahorro, sabe mucho de haciendas, es muy eficaz, sabe ne­ gociar, tiene corta salud ; no ha estudiado” (juicio que parece no corresponder exactamente con su biografía personal, al menos en algunos puntos); 129r, 184v, 206v, 229r; Paraq., 5, fols. 7r, 17r. (101) AR SI, Paraq., 4, II, fols. 245v, 258r, 282v, 306v, 336v, 399v, 429r, 460v, 494v, 27Ov, 293r. 315v, 349r, 378r, 412r, 442v, 473r, 509r, 272r: En 1669 se refiere al tercer año de probación : “ ... sed propter operariorun penuriacum eis in aliquibus mensibus est dispensatum. Et in toto fere anno cum Pa­ iree Dominnico Rodiles : tum ob praedictam penuriam, tum etiam quia non vaca vit scholasticis facultatibus” ; fol. 380v: “In doctrina Sancii Nicolai:

JUSTO GARCIA SANCHEZ

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P. Christophorus de Altamirano professus et Fr. Dominicus de Torres”, era en 1686; fol. 385v: En la nueva colonia de Santo Tomás se encargan de la misma el padre Domingo Rodiles, formado, y el padre Francisco García, tam­ bién formado. (102) ARSI, Paraq., 4, II, fols. 364v, 400r, 430v, 376r, 350r, 412v, 44r: En 1686 estaba ocupado en la “doctrina lauretana” dentro de las misiones para­ guayas, compartiendo este oficio con el padre Salvador de Rojas; más tarde estuvo en Santa María de Fide con el padre Diego Miguel B azán : fols. 380v y 385r (123) ARSI, Ibídem, fols. 393, 421v, 460r, 494v, 405r, 435v, 472v, 509r; Paraq., 6, fols. 16v, 43r, 117r, 30v, 51r, 131v. (104) ARSI, Parq. 4, II, fols. 400r, 431r, 483v: Se dice que trabaja en la aldea Jesús María, en 1701; 412v, 444v, 471r, 498v; Paraq., 6, fol. 6v: En 1703 es lector de Derecho canónico en el colegio de Córdoba; fol. 21r. (105) ARSI, Paraq., 4, II, fols. 426v, 454r, 486r, 440r, 467r, 501r; Paraq., 6, fols. 8r, 38r, 61v, 23r, 47v, 71r. (106) ARSI, Paraq.. 6, fols. 43v, 52r. (107) ARSI, Ibídem, fols. 139v, 183r, 224r, 261v, 295r, 355r, 166v, 195v, 235v, 275r, 328r. (108) ARSI, Ibídem, fols. 256r, 290r, 249v, 368v, 270r, 323r, 373r. (109) ARSI, Ibídem, fols. 179v, 222r, 258r, 293v, 355r, 272r, 326v. (110) ARSI, Ibídem, fols. 264r, 299v, 277v, 332v,362v: Falleció en misio­ nes el 22 de octubre de 1750. (111) ARSI, Ibídem, fol. 348r. (112) ARSI, Chi., 2, fol. 5v. (113) ARSI, Chi., 3, fols. 47r, 79r, 146v, 261v, 55v, 89v, 121v, 158v. (114) ARSI, Ibídem, fol. 270v. (115) Cf. ambrano utierrez Diccionario bio-bibliográfico..., cit., T. IV, págs. 174-177. (116) Cf. D e l R e y F a j a r d o , Bio-bibliografía de los jesuítas en la Venezue­ la colonial, Caracas, 1974, págs. 485-488. (117) Cf. anisch W., Itinerario y pensamiento de los jesuítas expulsados de Chile (17671815), Santiago de Chile, 1982, p. 287. (118) ARSI, Hisp., 86, fols. 108v-109v. (119) ARSI, Ibídem, fols. 239r-240r. (120) La evangelización americana supuso una serie de medidas adopta­ das por la Santa Sede para favorecer la propagación de la fe y al mismo tiempo la práctica sacramental. Por lo que respecta a la Compañía de Jesús, además de los privilegios concedidos en orden a los colegios y universidades por razón de los estudios, vid. ernaez F. J., Colección de Bulas, Breves y otros documentos relativos a la Iglesia de América y Filipinas, T. I, Bruselas, 1879, 3.a parte, desde las págs. 379 y ss., especialmente 406-415, 464-468, 521525. También es de interés el Bullarium Romanum continuatio..., Romae, 1838, págs. 35-37 del Vol. I; Vol. IV, Clemente X IV , Roma, 1841, trata de la supre­ sión de la Compañía, adscripción de sus bienes y actividad de los jesuítas. De los innumerables asientos relativos a la evangelización americana, hoy conser­ vados en el Archivo Secreto Vaticano, a modo de ejemplo, en la parte que ha­ ce referencia a la Compañía de Jesús vid. Indice 756, fol. 142r: concesión de una indulgencia para el colegio de San Pablo de Lima de los jesuítas; en ge­ neral, p. ej., fol. 173r: indulgencia perpetua a la Cofradía de las Animas del Purgatorio en Indias.

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LIBROS M A R IA D E L C A R M E N B O B E S N A V E S : Teoría general de la novela. Semiología de «L a Regenta», M adrid, Gredos, 1985. Hace ya varios años que J. M. Broekman, en 1974, en sus pri­ m eras investigaciones, aseguraba que «la elección de una hipótesis de trabajo constructiva es frecuentemente el acto más creador de todo el trabajo científico». Hoy, a fines de 1988, reconocemos que aquel estructuralismo que había recurrido a la lingüística como m odelo en la investigación cultural y que, consiguientemente, había proporcionado a la investigación humanística de tales fenómenos culturales una pretendida garantía de objetividad y rigor científico, ha cedido su espacio en el campo de los estudios de la literatura a la semiótica o semiología, ciencia general de los signos cuyo ob­ jeto de estudio está constituido por todas aquellas creaciones hu­ m anas que remiten a un significado. El interés, cada vez más sorprendente y crecido, que en los años presentes tal disciplina está despertando en España y sus univer­ sidades — principalmente en la Universidad de Oviedo, donde se encuentra la que, ya con frecuencia, ha sido denominada Escuela Semiológica de Oviedo, dirigida p or M aría del Carmen Bobes N a ­ ves— ya no constituye una novedad en absoluto, ni tan siquiera una noticia. Sin em bargo, los resultados de los años de trabajo están ahí; las actividades y las investigaciones literarias de los estudios sem iológicos en España crecen diaria e interesantemente. La Sociedad Española de Semiótica ya ha celebrado su tercer encuentro de ca­ rácter internacional en M adrid, hace apenas unos días, acerca de las diversas y modernas teorías que, sobre la Retórica y el Lenguaje, se han presentado en diversos medios culturales y universitarios de E uropa y España durante los últimos meses. Los hechos resul­ tan tan evidentes como innegables:

la investigación semiológica

crece porque con ella crece paralela una importante dem anda en universitarios e investigadores que apetecen de su estudio. Sólo en el I I I Congreso Internacional de A.E.S. se han pronunciado más de doscientas comunicaciones y ponencias acerca de estos temas.



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Mas, no nos detengamos en digresiones informativas y hablemos de la Teoría general de la novela. Fuerza nos es confesar que desde 1979, en que M aría del Car­ men Bobes nos dio a conocer su libro titulado La semiótica com o teoría lingüística, sus investigaciones y publicaciones en este campo del saber han sido permanentes y renovadoras a cada paso. Novela, poesía, teatro... Y así, sus últimas investigaciones sobre teoría dra­ mática son bien recientes: Semiología de la obra dramática (1987) en la colección «Teoría y Crítica Literaria», que dirige Darío Villanueva, y sus Estudios de semiología del teatro (1988), que han visto la luz hace apenas unos meses. Efectivamente, como asegura M aría del Carmen Bobes, es La Regenta «un a de esas obras cuyo significado resulta inagotable en los análisis críticos desde todos los ángulos metodológicos, y su lectura literaria proporciona siempre renovadas satisfacciones ar­ tísticas». (V id., p. 10.) La autora de este estudio, catedrática de Teoría de la Literatura en la Universidad de Oviedo, se propone ofrecer a lo largo de estas páginas una lectura semiológica de La Regenta, de Leopoldo Alas, mediante la aplicación del método se­ miotico a los niveles sintáctico y semántico de la novela. Quizás pueda resultar útil para algún lector recordar que fue Charles M orris en 1946 (vid. Signs, Language and Behavior, N ew York, 1946. Trad. esp. Signos, Lenguaje y conducta, Buenos Aires, Losada, 1962) quien desarrolla una doctrina triàdica del signo: sin­ taxis semántica y pragmática. Diremos, parafraseando a José M aría Pozuelo Yvancos, que «las funciones y los personajes, el tiempo y el espacio configuran una sintaxis o componente formal, mientras que las relaciones narra­ dor-lenguaje y narrador-referencia configuran una semántica, don­ de intervienen la interpretación y los «valores». La «p ragm ática» contemplaría las actividades del narrar y leer o relación entre autor-lector». (V id . La teoría del lenguaje literario, M adrid, Cáte­ dra, 1988, págs. 232-233.) N o recoge, sin embargo, M aría del Carmen Bobes en este libro un estudio pragmático de La Regenta, pues tal propósito nos tras­ ladaría a los límites de un análisis textual, alejándonos de la preten­ sión principal que buscamos en esta investigación. En ella podemos distinguir dos partes diferentes. De un lado, una sintaxis, en que se estudian, como elementos estructurantes de la trama, las funcio­ nes, los personajes, el tiempo y el espacio. El conjunto de estos capítulos, en palabras de su autora, re­ presenta «en el análisis sintáctico la trama como un conjunto de acciones, situaciones y relaciones cuyos sujetos son unos determi-



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nados personajes construidos con un estilo literario y situados en un determinado tiempo y espacios también presentados en form a literaria». (V id., p. 11.) De otro lado está la semántica, uno de los niveles de la investigación semiológica acerca del cual más se ha escrito, quizás p o r ser, inevitable y necesariamente, uno de los más subjetivos. A lo largo de quince capítulos se distribuyen las diver­ sas reflexiones acerca de «la ironía del n arrad or» de La Regenta, de su discurso interior y exterior, de los índices personales, de los sistemas sémicos no lingüísticos, del conocimiento parcial o total de la historia... Hace ya tres años que este estudio crítico y creativo se ha pu­ blicado. Desde entonces hasta nuestros días se ha constituido en cita ineludible de bibliografías españolas y extranjeras sobre el tema. En él están introvertidos los presupuestos básicos de las teorías más generales y más particulares que se han form ulado y escrito acerca de la novela. La semiología representa aquí el méto­ do de investigación científica aplicado a una realidad cultural, que en este caso, concretamente, es La Regenta, de «C larín ». Mucho ha evolucionado nuestra moderna ciencia sobre la in­ vestigación literaria, desde que el inglés E. M. Forster ofreciera b a jo el título común de Aspects of the N o vel (Penguin Books Harm ondwords, 1970; tad. es., Aspectos de la novela, M adrid, Debate, 1985) una antología de conferencias pronunciadas en la prim avera de 1927 en el Trinity College de Cambridge, en m em oria del inves­ tigador inglés W illiam George Clark. N o se harían tardar, posteriormente, con el nacimiento del prag­ matismo americano, las primeras investigaciones de Ch. S. Peirce sobre la antemencionada doctrina triàdica del signo (vid. Schriften, 2 tomos, editados y presentados p or Karl-Otto Apel, Francfot, 1967). Finalmente, el mismo Karl-Otto Apel, en su Der philosophische Hintergrund der Entstechung des Pragmatismus bei Ch. S. Peirce (1967) y Peirces Denkweg vom Pragmatismus zum Pramatizismus (1970), aportaría nueva luz a los criterios de Peirce al h ablar del signo estricto (sintaxis), del objeto designado (sem ántica) y de los interpretantes (pragm ática). El proceso semiótico quedaba enton­ ces configurado como aquel «proceso en el cual algo funciona como signo» (vid., Ch. M orris , Foundations of the Theory of Signs, Chi­ cago, 1938, p. 20). Diremos, para terminar, que lo más importante de La teoría ge­ neral de la novela reside principalmente en que en este libro están reunidos los saberes más necesarios y más actuales exigidos para afrontar un estudio semiológico de cualquier obra narrativa de la

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historia literaria universal, pues, como ha escrito M aría del Carmen Bobes Naves — y a sus palabras debe atenerse todo estudio literario que busque objetividad y cientificidad— , «los únicos caminos que llevan a la literariedad son los que parten de las obras literarias, donde se objetiva la literatura». Je s u s G. M aestro

DEL HOMENAJE A DON JOSE SIMON Don José Simón Díaz, archivero, bibliotecario, catedrático, E l Bibliógrafo p o r excelencia, acreditado durante más de cuarenta años dedicado a prom over índices de prensa y bibliografías con el único afán de servir desinteresadamente al conocimiento e in­ vestigaciones de los demás, acaba de ser objeto de un cariñoso y m erecido hom enaje dedicado p or un grupo de compañeros, amigos y discípulos suyos con motivo de su jubilación como catedrático de la Universidad Complutense. Al mismo se han sum ado diversos centros de investigaciones y estudios regionales en reconocimiento y gratitud no solamente p or aquella labo r y servicio, sino además por el especial interés y desvelo que Simón Díaz prestó a los mis­ mos como presidente de la Confederación de Centros de Estudios Locales (C E C E L ), adscrita al C.S.I.C., y a la cual pertenece nuestro Instituto de Estudios Asturianos. Entre los actos de dicho homenaje tenemos que destacar la edición de un preciado tomo de trabajos eruditos sobre los más variados temas de su especialidad, titulado Varia bibliografhica, obra de casi 700 páginas bellamente impresas en Alem ania p or K laus Reichenberger y encuadernada en cartoné. Se inicia dicho volumen con el sumario y un prólogo de Fabrejas Lebrero, que contiene una semblanza muy breve pero certera y humana del homenajeado, a la que sigue un currículum cronoló­ gico del mismo, denso como toda la obra, y actividades de Simón Díaz. A continuación van 18 páginas conteniendo la relación com­ pleta de sus publicaciones, a partir de 1944. Lista que aparte de su interés científico, es un reflejo evidente de las múltiples facetas y particularidades de la sabiduría de don José Simón. Tras esta pri­ m era parte biobibliográfica comienzan una serie de estudios de acreditados especialistas españoles y extranjeros, hasta un total de 64 colaboraciones

sobre los temas más diversos del insondable

m undo del libro y manuscritos, literatura, colecciones, etc., plenos de erudición, sana crítica, hallazgos y sugerencias. De entre ellos, merece especial atractivo para el asturianista el trabajo de nuestro desaparecido amigo Odriozola, tan sabio e



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intuitivo en bibliografía del siglo X V , y en el cual establece un paralelism o entre las hojas sueltas que se conservan del Misal Compostela.no (1495) y del Auriense, impreso un año antes en M on­ terrey p or Gundisalvo Rodríguez de la Pasera, «natione astur», quien aparte de este incunable, imprimió en Santiago en 1495 la hoja volante a dos columnas, en folio y letra gótica, que con la re­ lación de las reliquias e indulgencias existentes en la Catedral de Compostela se conserva en el archivo de Simancas. Se cierra el tomo con un índice de ilustraciones y grabados, entre los que destacaremos el retrato del hom enajeado debido a Klaus Reichenberger. Y finalmente, la Tabula congratulatoria con la relación de cuantos organismos y personas se han adherido en su día al homenaje, rindiendo admiración y reconocimiento al maestro. Los que entonces no pudimos hacerlo, incluido el ID E A , expre­ samos hoy nuestra adhesión a la obra y labo r de Simón Díaz, tanto en su aspecto personal como investigador, cual como defensor de los centros de estudios locales, que tan denodadamente han demos­ trado ser el alma de la cultura española, que tanto han contribuido al fomento y publicación de lo m ejor de la bibliografía y que tan imprescindibles resultan, ya que nada puede ser nacional si antes no es regional. J L. P. DE C.

INDICE 1988

NUMERO

125

Págs. Algunos manuscritos poéticos de Campoamor, por Ricardo de la Fuente Ballesteros

.............................................................................................

3

Menéndez Pelayo, senador por la Universidad de Oviedo. Notas de su “Epistolario”, por Francisco Serrano Castilla ...................................

23

Estudio semántico y caracterización psicológica de los personajes en “Nuestra Natacha”, comedia de A. Casona, por Marina Villalba A lvarez ........................................................................................................

37

Ideas pedagógicas en la Ley Agraria, por Martín Domínguez Lázaro ...

49

L a corte de Pravia. Fuentes documentales, cronísticas y bibliográficas, por F. J. Fernández Conde - M. C. Santos del Valle ........................

59

Origen de los nombres del concejo de El Franco y su capital La Caridad, por Perfecto Rodríguez Fernández.......................................................

85

Cultura europea en La pata de la raposa, de Ramón Pérez de Ayala, por Gamal Abdel-Rahmán ...................................................................

97

Adiciones a la bibliografía de Juan Ochoa Betancourt, por Angeles Ezama Gil .....................................................................................................

103

Págs. La alimentación del hombre de los Castros, por Jesús Martínez Fer­ nández .....................................................................................................

115

La muerte y las funciones narrativas en Doña Berta, de “Clarín”. Clasi­ ficación e interpretación, por Jesús G. Maestro ...................................

123

Schulten, la historia antigua y Asturias, por Narciso Santos Yanguas ...

145

Situación regular y económica de los monasterios benedictinos asturia­ nos en la primera

mitad del siglo X V I,

por Ernesto Zaragoza

Pascual ...................................................................................................

169

Estrategias económicas entre los vaqueiros de alzada del concejo de Somiedo (Asturias), por Juan-Oliver Sánchez Fernández ....................

189

LIB R O S

La Cueva de La Riera, por J. Altuna y otros ..........................................

215

N E C R O LO G IC A

Celso Amieva, por José Ignacio Gracia Noriega ......................................

217

n u m e r o 126 Bibliografía histórico-artística del “Asturorum Regnum”, por Artemio Manuel Martínez Tejera ......................................................................

223

La Guerra de la Independencia en los archivos parroquiales del concejo de El Franco, por Perfecto Rodríguez Fernández...............................

259

La emigración asturiana en Magallanes (Chile), por Mateo Martinic ...

277

Toponimia euskera y prerromana en el Principado de Asturias, por José M .a Canal Sánchez-Pagín ......................................................................

291

Págs. La demanda sanitaria en Asturias en la segunda mitad del siglo X IX . por Juan Granda Juesas .......................................................................

331

San Juan Bautista de Santibáñez de Riomiera (A ller-A stu rias): Apro­ ximación a su estudio artístico e histórico, por Luis Ordóñez Fer­ nández ......................................................................................................

347

L a cuestión del magalitismo en Asturias, por José Manuel Gómez-Tabanera .........................................................................................................

367

Las comarcas mineras en la economía asturiana, por Germán Ojeda ...

395

Medidas adoptadas por la Junta de Sanidad del Principado ante la po­ sible invasión peninsular de la fiebre amarilla existente en Cádiz y Real Isla de León en el siglo X V III al X IX , por Melquíades Cabal

..

409

Recuerdo de Baldomero Fernández, por Luis Arrones Peón .....................

429

L a inscripción fundacional de la iglesia de San Miguel de Teverga. Año 1036, por Gracia Suárez Botas ....................................................... .

441

El concejo de Ribadesella según el Catastro del Marqués de la Ensena­ da, por Juan José Pérez del Valle .....................................................

447

L IB R O S Fichas sobre Leopoldo Alas, por David Torres ......................................

469

Los Generales de la Congregación de San Benito de Valladolid, por Er­ nesto Zaragoza Pascual..........................................................................

numero

472

127

Polémica epistolar entre el gran “cacique” don Alejandro Pidal y Mon y el obispo de Oviedo Fr. Ramón Martínez Vigil, por J. L. Pérez de Castro ................................................................................................

479

Nuevas obras y escritos del pintor José Robles, por José Tolivar Faes y Miguel Suárez-Cantón .......................................................................

507

Págs. El general Elorza: Apuntes para una biografía, por Roberto Suárez M e néndez y M.a Jesús García García ....................................................

539

Detracciones de la economía campesina asturiana: Las rentas de la catedral de Oviedo en el concejo de Tineo (siglos X V I-X IX ), por Francisco Feo Parrondo ......................................................................

555

Las parroquias de Piloña, según el “apeo” de Cepeda, por Andrés Mar­ tínez Vega ..............................................................................................

567

Una nueva estela procedente de Caravia (Asturias) y algunas reflexio­ nes sobre la iconografía funeraria indígena en el norte peninsular en época romana, por Mario Menéndez Fernández ............................

603

Vías de comunicación de época romana en el valle del río Narcea (con­ cejo de Cangas del Narcea), por Narciso Santos Yanguas .................

615

Antropología y pragmática de la literatura. Miguel de Unamuno, José María Quiroga Pía y dos cartas inéditas de Pedro Caravia, por Je­ sús G. Maestro ......................................................................................

641

Una faceta desconocida en la vida de Clarín: Firmante de una oposición a cátedra de Derecho mercantil, por José Alejo Rueda Martínez ...

nu m e r o

693

128

Breve contribución al folklore asturiano (Romances de Villayón), por Emilio Ruiz Granda .............................................................................

751

La crítica de la poesía en verso y un olvidado relato de Clarín, por An­ geles Ezama Gil .....................................................................................

779

Sociedad y cultura del libro en el siglo X V III. El ejemplo de Asturias, por Alfonso Menéndez González ..........................................................

805

“Covadonga, tres etapas” : Un artículo no recogido de Armando Palacio Valdés, por Brian John Dendle ...........................................................

831

Págs.

Antigüedad y nobleza de las casas y apellidos de Fernández Arias, Mén­ dez Lastra, Díaz Canel y Bermúdez, por Ramona Pérez de Castro ...

837

Mercados y ferias en la Asturias preindustrial, 1750-1850, por Daniel Peribáñez Caveda .................................................................................

859

Avance al estudio de los grabados parietales de la cueva de la Peña la Morca (Coviella, Cangas de Onís), por Antonio Juaneda Gavelas ...

875

Capitales y remesas de los emigrantes asturianos a U ltram ar: Formas y cauces de envío, por José Ramón García López ...............................

883

El hacendista Lorenzo Nicolás Quintana, por José Ignacio Gracia Noriega

893

Significado del general Rafael del Riego en la primera revolución ru sa: La “decembrista” de 1825, por Federico Fierro Botas ............................

911

Jesuítas asturianos en América: Siglos X V I-X V III. (Planteamiento ge­ neral), por Justo García Sánchez ........................................................

919

LIBR O S Teoría general de la novela. Semiología de “La Regenta”, por María del Carmen Bobes Naves ............................................................................

965

Del homenaje a don José Simón, por J. L. P. de C ..................................

969

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