EL ESPACIO INTENSO J. Español, Dr. arquitecto

EL ESPACIO INTENSO J. Español, Dr. arquitecto El proyecto del espacio urbano contemporáneo contienen contrasentidos de una naturaleza que algunos exp

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EL ESPACIO INTENSO J. Español, Dr. arquitecto

El proyecto del espacio urbano contemporáneo contienen contrasentidos de una naturaleza que algunos expertos consideran ya la misma idea como una aporía, al mismo tiempo que, más que nunca, la invención del espacio feliz se percibe como una necesidad perentoria en una era en la que lo urbano invade el mundo. Intentaré aportar algunas conjeturas a una cuestión envenenada.

1.

En las sociedades de evolución lenta la construcción de la ciudad podía entenderse

como un proceso centrífugo que iba del vacío a los edificios, del espacio público a la arquitectura. Este espacio, sistema sanguíneo y nervioso de la ciudad, se componía de lugares identificables y creadores de identidad, constructores de vida colectiva y expresión de la continuidad y permanencia de la sociedad. En palabras de Maurice Merleau-Ponty1 era “espacio existencial”, lugar de la experiencia de la relación con el mundo de un ser esencialmente identificado con un medio y, por tanto, lugar donde los individuos tejían sus afinidades y dependencias para formar lo social orgánico. En este modelo urbano, el espacio público tenía carácter fundacional y fecundante, constituía el sistema genético de la ciudad.

La morfología de estos lugares premodernos es reconocible en los centros históricos levantados por sociedades parsimoniosas, ya sean las tramas de la ciudad medieval, ya las piezas de la ciudad barroca y neoclásica. En el primer caso son tejidos dominados por la presencia de un tipo arquitectónico que otorga esta “unidad en el detalle y tumulto en el conjunto” expresado por el estudioso iluminista Marc Antoine Laugier2; y surcando este tejido, un laberinto de espacios erráticos pero jerarquizados, con sus episodios singulares: vacíos insólitos y arquitecturas monumentales. En el segundo caso, las calles y plazas se trazaron con perfección geométrica y se configuraron por repetición exacta de modelos de fachadas, lo que dio lugar a tejidos de extrema unidad. En ambas tramas, a pesar de estas diferencias, reconocemos el atributo común de la vigorosa coherencia de los episodios urbanos. También en ambos casos se distinguen en la masa urbana partes cambiantes –las células del tejido- y permanencias –la estructura de espacios y monumentos-, expresión de un deseo de inmutabilidad social fuera de las contingencias temporales. Finalmente, en cualquier caso el vacío urbano se configura por los edificios del entorno que lo clausuran; la percepción del espacio es la percepción de las relaciones entre las arquitecturas que lo definen, y sus funciones se alimentan de los usos de esta arquitectura, pero también de las necesidades de representación social.

1 2

M. Merleau-Ponty. Fenomenología de la percepción Ed. Península, Barcelona 1975 M.A. Laugier Essai sur l’Architecture Paris 1755

2.

La modernidad urbana se caracterizó entre otros muchos aspectos, por la

superposición de los nuevos espacios de la industrialización con los de la ciudad orgánica heredada. Estos palimpsestos, a veces dramáticos pero a menudo integradores, se producen aún en la ciudad actual, pero el espacio más genuino de la contemporaneidad ha cambiado substancialmente. Para Marc Augé, la sobremordenidad “es productora de no lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos, y que, contrariamente a la modernidad... no integran los lugares antiguos” porque “el espacio del no lugar no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud. Tampoco le da lugar a la historia, eventualmente transformada en elemento espectáculo”3.

La forma de los no lugares, que vemos proliferar a ojos vista, no es tipificable a causa de su considerable heterogeneidad, pero sí identificable en los nuevos huecos del territorio. Aunque el no lugar es fundamentalmente una relación especial de los individuos contemporáneos con algunas áreas vacantes, pueden entenderse también por no lugares los espacios en los que esta relación se da de manera más específica: las autopistas, los aeropuertos, los centros comerciales, los parques temáticos, inclusive los centros históricos destinados al turismo, son ya “no lugares”, áreas en las que ha desaparecido lo social orgánico. Pero también deben entenderse por no lugares las zonas no proyectadas de la ciudad difusa, desde los aparcamientos de las carreteras-mercado a los vacíos periurbanos o a los residuos intersticiales entre macroequipamientos.

A pesar de la pronunciada disparidad de formas y usos, estos espacios tienen algunas propiedades comunes. Su falta de identidad es una de ellas: los grandes equipamientos destinados a un mismo uso –por ejemplo los aeropuertos- se parecen considerablemente en la cosmópolis global. Esta semejanza del anonimato, intuida ya de manera crítica en algunos fenómenos de la modernidad, y no sólo por los analistas de la ciudad –Jacques Tati nos lo mostró en Playtime, Italo Calvino en ciertas ciudades invisibles- ha sido exaltada por críticos y estudiosos como J. Brinckerhoff Jackson4 y Rem Koolhaas. Éste se pregunta descarnadamente por las desventajas de la identidad y las ventajas de la inexpresividad, y se responde que “la identidad es como una trampa para ratones en la que más y más ratones tienen que compartir la carnada original, y que, inspeccionada más de cerca, puede haber estado vacía desde hace siglos”5 . Los lugares genéricos, liberados del cautiverio del centro y de la historia, sólo pueden adquirir una identidad provisional que “puede ser sentida como una liberación por aquéllos que, por un tiempo, no tienen más que atenerse a su rango, mantenerse en su lugar, cuidar de su

3

M. Augé Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. Gedisa ed., Barcelona 2000 4 J. Brinckerhoff Jackson A sense of Place, a sense of Time Yale University Press, 1994 5 R. Koolhaas La Ciudad Genérica. Ed. G. Gili, Barcelona 2006

aspecto”6. Otros autores abundan en el mismo sentido: “La no identidad... es un privilegio extraordinario, una promesa de futuro”7.

En consecuencia, otra característica de los no lugares es su falta de apropiación colectiva: ni el aeropuerto ni el espacio intersticial de una carretera-mercado están pensados como superficies para ser utilizadas por una sociedad orgánica. Su uso esporádico y exclusivamente utilitario no ofrece condiciones para que en ellos se proyecte ninguna red de relaciones sociales. En el mejor de los casos “aparecen como espacios de identificación y de identidad colectiva débil”8. Y esta carencia de lo social, esta acentuación de lo anónimo, les otorga otra condición: la falta de significación o, en otras palabras, la in-significancia.

Otras propiedades tienen que ver más con la morfología, por otra parte muy diversa. Es difícil comparar un aeropuerto con un aparcamiento al aire libre de una carretera-mercado. En un caso son conjuntos de arquitecturas genéricas agregadas por acumulación. En otro son espacios no proyectados, retazos de diversas actuaciones sobre el suelo y sobre la disposición de los edificios. Si tenemos en cuenta que éstos son predominantemente terciarios, o bien grandes equipamientos, nos damos cuenta de otro factor: dichas construcciones, autistas, a menudo hiperbólicas y extremadamente variadas en su uso y forma, no pueden formar tejido. Los espacios, en consecuencia, no son vacíos excavados en una masa de arquitectura más o menos homogénea, sino intersticios abiertos y residuales, excedentes de la construcción de infraestructuras y edificios.

El vacío contemporáneo muestra aquí su oposición al vacío histórico, porque a diferencia de éste, tiene escasa función social, es abierto en el espacio y en el tiempo, fluido, punteado de edificios desmedidos, y generalmente infraurbano. No es extraño que, a diferencia de Koolhaas o Lourenço, muchos vean la genericidad y la proliferación de los no lugares como el reflejo de una pérdida, una evolución hacia el desvanecimiento de los valores de la urbanidad9.

3.

En el proyecto urbano contemporáneo debemos plantearnos, por tanto, unas preguntas

previas: ¿proyecto de qué espacio y proyecto para qué sociedad?. El espacio formalizado de un lugar en el sentido dado al inicio –lugar antropológico, fundador de identidad, de relación y de historia- ¿tiene sentido hoy día? Si no lo tiene y sólo tiene sentido el no lugar, el proyecto de un no lugar es un oxímoron, una contradicción en los términos: no se proyectan los suelos desocupados de una ciudad difusa ni, en el fondo, responden a un proyecto en sentido clásico los espacios del transporte o del ocio. El proyecto del espacio urbano se muestra así como un absurdo. 6

M. Augé. Obra citada E. Lourenço “¿Qué es Europa? Nada”. El País, 6 septiembre 2006 8 M. Torres Luoghi magnetici Ed. Franco Angeli, Milano 2003 9 M Sorkin Variations on a theme park. The new american city and the end of public space Hill& Wang, New York 1992 7

Sin embargo, no podemos plantearnos la cuestión en términos tan antagónicos. En la cosmópolis contemporánea los no lugares de la ciudad genérica deben coexistir con los espacios significativos de una nueva socialidad múltiple. Son categorías de espacios no excluyentes. Lugares y no lugares tienen que constituir una constelación compleja de nodos en las redes de la ciudad global.

Ciertamente la ciudad genérica es una realidad explosiva, resultado de infinitas apetencias individuales y de las condiciones globales de la sobremodernidad. Difícilmente nos sentimos ya vecinos del barrio o de la calle y, en cambio, habitamos autopistas y aeropuertos. En la era del acceso global y la movilidad nerviosa, nos sentimos a menudo ciudadanos de diversas partes del mundo. El turismo masivo y su contrapartida, la inmigración masiva, son los fenómenos más conocidos, pero aparecen otros que se incrementan vertiginosamente, como la creciente movilidad estudiantil, o el coomuting overseas, por el cual empleados cualificados con trabajo localizado en el norte de Europa, por ejemplo, tienen su residencia en ciudades mediterráneas10. Ciertamente, cada vez más en cualquier parte nos sentimos como en casa. Como intuyera Vincent Descombes, “las zonas fronterizas... ya no introducen nunca a mundos totalmente extranjeros”11, y uno podría pensar que en la ciudad-mundo la palabra extranjero no existe, si no percibiera la dura realidad de los emigrados a los países ricos que siguen sintiéndose intrusos, cuando no son refugiados. En esta hipermovilidad vivimos en un magma confuso de experiencias anónimas y homogéneas para cada latitud y función; y en el magma los espacios funcionan como puntos de cruce de una red de flujos de personas que pertenecen a una malla universal, y son espacios indiferentes al ámbito local.

Pero no se trata sólo de la constatación de los efectos de la movilidad espasmódica. Hay una categoría de no lugares –los intersticios vacantes no proyectados, los terrains vagues fluctuantes, vacíos indeterminados- que pueden entenderse como reflejos de nuestra condición alienada, de nuestra naturaleza de individuos en conflicto con nosotros mismos. Ignasi SolàMorales escribió al respecto. “El entusiasmo por estos espacios vacantes... representa, transportado en clave urbana, la respuesta a nuestra alineación en relación con el mundo, con nuestra ciudad, con nosotros mismos”12

No obstante, la ciudad genérica liberalizada que parece especialmente predispuesta a la solución obsequiosa de las pulsiones individuales ¿puede resolver otros requerimientos funcionales y psicológicos más refinados pero cada vez más perentorios?. La “apoteosis de la ‘opción múltiple’” que se identifica con la ciudad genérica ¿incluye estos requerimientos?

10

Informe Holiday 2016. Thomson Future Forum. La Vanguardia 12-8-2006 V. Descombes Proust, philosophie du roman Editions de Minuit 1987 12 I. Solà-Morales Territorios Ed. G. Gili, Batcelona 2002 11

En la era de la sobremodernidad la necesidad de lo social continúa existiendo a pesar de que los psicólogos hayan puesto de manifiesto una cierta tendencia al repliegue hacia nuestra individualidad. Aunque nos sintamos reflejados en los espacios genéricos o disfrutemos de su anonimato, con esta tentación narcisista que M. Augé puso de manifiesto, “tanto más fascinante en la medida en que parecen expresar la ley común: hacer como los demás para ser uno mismo”13, los disfrutamos por un tiempo, pero no siempre. Incluso los afortunados que podemos sentirnos ciudadanos de diversos continentes percibimos una necesidad evidente de reconocimiento de los lugares, de anclaje en un sitio largamente vivido, de identificación con determinadas calles y arquitecturas que han construido nuestra experiencia. Y esta apetencia individual tiene su reflejo colectivo en este resurgir de los localismos tan comentado. El uso abusivo de los centros con historia, no sólo por parte de los turistas sino por parte de los autóctonos, para fines diversos, pero entre ellos los de una cierta socialización, es síntoma de esta necesidad.

Desde luego, la reutilización de los espacios históricos es sólo una de las manifestaciones de la socialidad contemporánea. En realidad, esta socialidad –débil en las superficies específicas del transporte, de los centros comerciales o de los parques temáticos- se manifiesta de manera distinta en múltiples categorías espaciales. Pongamos dos extremos: las grandes plataformas requeridas por las nuevas metrópolis para usos abiertos y flexibles, y, en el polo opuesto, una “dispersión en una pluralidad de micro-espacios locales moleculares para la socialidad cotidiana de grupo”14

4.

El espacio genérico, liberado de condiciones rígidas y abierto a usos diversos tiene,

ciertamente, aspectos fascinantes. Pero no cualquier espacio anónimo y despersonalizado es flexible y apto para las exigencias complejas de los individuos y las colectividades. Hace muchos años, Kasimir Malévich intuyó algo semejante para la arquitectura, y estableció los criterios de un proyecto arquitectónico genérico realmente flexible. Polemizando con los arquitectos constructivistas de su tiempo, férreos defensores del funcionalismo moderno, Malévich sostenía que la arquitectura tenía que liberarse de la función para seguir los principios del arte; los arquitectos debían proponer edificios configurados de acuerdo con estos principios para que luego la sociedad los colonizara según sus exigencias “de la misma forma que un pájaro hace su nido en las ramas de un árbol que no ha crecido para este nido”.

Esta actitud extrema tiene su correlato en el perpetuo reciclaje de la ciudad histórica del que hemos hablado, y puede ser sugestiva para la construcción del espacio contemporáneo. En efecto, también en gran medida el valor de los tejidos y monumentos de la ciudad lenta premoderna radica –como las arquitectonas de Malévich- en su forma, apta para ser

13 14

M. Augé. Obra citada M. Torres. Obra citada

colonizada

según

necesidades

sociales

cambiantes.

Reutilizamos

estos

lugares

resignificándolos, ya sea en nuestra ciudad, ya como visitantes en otras ciudades, de la misma manera que los inmigrantes de culturas lejanas resignifican los centros históricos de las ciudades europeas donde a menudo forman sus guetos.

La sociedad que habita una ciudad muta mucho más rápidamente que la forma urbana. Los ciudadanos siempre somos huéspedes en la ciudad. La ciudad que habitamos actualmente parte de usos y condiciones sociales que fueron planteados antes, y los que planteamos ahora variarán pronto, mientras que los espacios y edificios persistirán más allá. ¿Debemos proyectar, pues, en función de usos actuales o, siguiendo el principio de Malévich, debemos preocuparnos de los principios del arte, a saber, de los criterios internos de la arquitectura?

En realidad la pregunta no debe plantearse en términos inconciliables. Ciertamente, las sociedades mutan velozmente, pero determinadas condiciones de la sociedad contemporánea son irreversibles y de largo alcance. Algunas son de carácter antropológico y general –como la sobreabundancia de espacios anónimos, la comercialización de la historia reducida a catálogo, las redes sociales que, cumpliendo la vieja intuición de Christopher Alexander, son cada vez menos en árbol y cada vez más en semiretículo, la progresión de lo genérico...- Otras derivan de la conjunción entre evolución técnica y nuevas funciones sociales –como la abundancia de infraestructuras, la terciarización de la producción, la proliferación de macroequipamientos-. Pero junto a estas condiciones, los proyectos deberían responder también a lógicas formales eficientes para el presente y para el futuro incierto, es decir, a valores morfológicos relativamente intemporales.

5.

El proyecto urbano contemporáneo debe sintetizar, pues, diversas ideas. Una de ellas

debe dar respuesta a una de las preguntas que nos hacíamos: ¿proyecto de qué espacio?. Tendríamos que partir del entendimiento de las complejas categorías del espacio contemporáneo: una constelación de lugares, huecos, suelos vacantes y arquitecturas amorfas de imposible tipificación, porque abarca desde el espacio natural protegido –hoy ya parque de la post-metrópolis- a los “espacios colectivos moleculares” de un asociacionismo difuso, pasando por las grandes áreas del transporte, el consumo, la diversión o el turismo. Pero aquí se propone una simplificación; de este conjunto heterogéneo seleccionamos los espacios más específicos de lo urbano contemporáneo: Por una parte, los espacios vacantes claramente residuales a los que hemos aludido, uno de los prototipos manifiestos del no lugar. Por otra los nuevos grandes vacíos abiertos a usos impensados y diversos con los equipamientos de nueva escala que requiere la ciudad actual, y los vacíos públicos y mancomunados de menor dimensión propios de los nuevos tejidos mixtos de residencia y terciario. Estos tipos contienen los nuevos temas urbanos anunciados: la aparición de áreas descartadas de la dinámica urbana, la genericidad de las arquitecturas del transporte, comercio y ocio; la progresiva

terciarización de los usos; la proliferación de grandes equipamientos; la importancia creciente de servicios e infraestructuras; el cambio de escala del espacio colectivo; su configuración abierta; la ambigüedad de los límites entre lo público, lo privado y lo colectivo...

Pero también nos preguntábamos: ¿proyecto para qué sociedad? Las respuestas son distintas para las distintas clases de espacio que tienen que coexistir. Muchos espacios libres debemos aceptarlos claramente como tierras de nadie, liberadas de la voracidad proyectual que tiende inevitablemente a la invasión, a la substitución, a la supresión casi siempre desconsiderada del espíritu del lugar y de la sugestión de lo inacabado. Si la intervención es perentoria, quizás deberíamos actuar con las pinzas de precisión que propone I. Solà-Morales: “¿Cómo puede actuar la arquitectura en el terrain vague sin transformarse en agresivo instrumento de poder y de razón abstracta? Indiscutiblemente con una atenta preocupación por la continuidad. No, sin embargo, la continuidad de la ciudad planificada, eficiente y legítima, sino escuchando en cambio, los flujos, las energías, los ritmos que el fluir del tiempo y la pérdida de los límites han establecido”15. Pero para los otros espacios apostamos por la recuperación de la dimensión social plena, aunque sea de una socialidad confusa y múltiple; y, en consecuencia, de un concepto clave, imprescindible para estos espacios: la “intensidad urbana”, que supone densidad de habitantes y de relaciones posibles, complejidad funcional, presencia de servicios y equipamientos, pero al mismo tiempo coherencia compleja de la morfología y poder significante, que son también necesidades psicológicas además de atributos intemporales de la pre y de la postmodernidad.

6.

Si nos preguntamos qué criterios funcionales y morfológicos podemos aplicar al

proyecto de tales espacios, debemos primero distinguir distintas naturalezas de la ciudad física. Por mucho que se extienda lo isótropo y anodino, la post-metrópolis no es uniforme; hay una diferencia que hace compleja y al mismo tiempo legible la ciudad: la distinción entre la masa urbana –las partes más o menos homogéneas, fundamentalmente destinadas a la residencia, sus usos complementarios y el terciario no estratégico-, y los elementos estructurantes: los vacíos principales, los equipamientos de escala, las arquitecturas de una nueva monumentalidad.

Para la masa urbana el proyecto se enfrenta a un desafío sugerente: el carácter de proceso abierto y no de forma cerrada que debe tener. Se requieren métodos proyectuales flexibles pero controlados. Como en el ajedrez, se trata de establecer el tablero, las piezas y las reglas de juego, pero deben ser las circunstancias mutantes las que muevan las piezas. En el proyecto urbano de los tejidos, la acción fundacional tendría que ser el establecimiento de las geometrías fundamentales, las tipologías y las reglas de relación. La concreción de la forma

15

I. Solà-Morales. Obra citada

urbana debe ser resultado de actuaciones posteriores generalmente heterogéneas, para hacer efectiva la incorporación del tiempo en la construcción del espacio.

Para las partes estructurantes, el proyecto, en cambio, debe concretar espacios y edificios como arquitecturas conclusas que funcionan como reactivos urbanos. La definición de la forma es , en este caso, imprescindible, y requiere el dominio de los materiales de dichos espacios y volúmenes. A diferencia de las calles, plazas y monumentos de la ciudad histórica insertados en una masa homogénea de tejido residencial, estos materiales son ahora más diversos y complejos. Por una parte, los edificios residenciales y terciarios, generalmente en tipologías de bloque abierto. Por otra, las arquitecturas desorbitadas y siempre distintas de los grandes equipamientos; además los tejidos del comercio; y aún las formas de las redes de servicio y de las infraestructuras que condicionan el suelo. El vacío urbano debe entenderse ahora como un suelo tridimensional, cuyos desniveles pueden colaborar a modelar un espacio difícil por su fluidez, apertura e imprecisión.

7. En este punto se plantea otra cuestión: ¿Qué criterios morfológicos hay que aplicar al proyecto? A nuestro parecer, los que garanticen los atributos persistentes en las formas urbanas felices; y creemos intuir que los más importantes son los de la coherencia compleja, la economía expresiva y la capacidad significativa, cualidades internas y, en gran medida, como ya dijimos, intemporales.

En la construcción de vacíos, por ejemplo, los edificios emergentes, las construcciones bajas y la topografía del suelo configuran espacios diversos, inseridos unos en otros y generalmente no clausurados. Cada uno de ellos y sus articulaciones tienen su forma, que debe responder a una lógica interna: una geometría simple o compleja, un ritmo regular, una repetición irregular de elementos parecidos, una inflexión... es decir, recursos que garanticen coherencia. Y esta coherencia, construida a ser posible con economía de medios, debe aceptar contradicciones propias del sitio y de las funciones complejas, es decir, las excepciones que dan vitalidad al proyecto, a la vez que lo hacen más implícito y sutil. Coherencia compleja y sobriedad: e aquí una buena guía porque evita una patología infantil del proyecto urbano: el abuso de recursos expresivos, reprobado con filo por el filósofo E. Kant: “En la belleza, nada cansa tanto como el arte trabajoso advertido detrás. El esfuerzo por impresionar resulta penoso y produce sensación de fatiga”16. La sensación de fatiga que experimentamos ante la estetización manierística de tantos espacios comerciales y, por influencia, de muchos espacios públicos recientes. Contra esta fatiga aún añadiría más: a menudo el proyecto óptimo es el que no se hace, y muchas áreas vacantes sin diseño cumplen mejor los atributos de la flexibilidad funcional y la economía expresiva que los espacios proyectados con orror vacui, tan repletos de nauseosa cosmética urbana. 16

E. Kant Lo bello y lo sublime. La paz perpetua Ed. Espasa Calpe, Madrid 1979

Por otra parte, en los proyectos hay una cuarta dimensión por explorar: la profundidad significativa. El proyecto de los significados se ha olvidado demasiado en la obra de los arquitectos y, no obstante, puede ser su cualidad más emocionante, aquélla que con más eficacia imprimiría carácter al lugar cuando construir lugar fuera el objetivo. La atención a la capacidad significativa requiere una sensibilidad especial para saber aflorar las vocaciones del sitio, y una cierta relación distante y sutil con la historia, que en ningún caso debe tener el carácter apócrifo que la sobremodernidad le ha otorgado.

Estas premisas pueden colaborar a la formación de una nueva urbanidad. Sin embargo conocemos los límites de esta buena voluntad, y sabemos que una urbanidad renacida requiere, sobre todo, una forma distinta de colonizar la tierra. R.M. Rilke escribió con su penetrante razón intuitiva: “Pues el hombre es un extranjero sobre la tierra”. Pero quizás el verso de Hölderlin sea aún posible: “Como poetas habitan los hombres la tierra”.

Joaquim Español

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