Comprendiendo lo incomprensible Por el Dr. H. Spencer Lewis, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C

Comprendiendo lo incomprensible Por el Dr. H. Spencer Lewis, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Tal vez piensen nuestros amigos que al intentar la

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Comprendiendo lo incomprensible Por el Dr. H. Spencer Lewis, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C.

Tal vez piensen nuestros amigos que al intentar la solución de los misterios de la vida estamos tratando de comprender lo incomprensible, y que, desde el punto de vista práctico, es pérdida de tiempo el tratar de levantar el velo de la oscuridad para atisbar lo que hay detrás de éste. Pero el hombre es afecto a resolver misterios. Le complace confrontarse con dificultades mentales en su invasión de lo desconocido, y con persistencia notable, y ayudado por la divina revelación, a través de las edades ha penetrado en las tinieblas en pos de la sabiduría y ha escalado la cima de la montaña de la iluminación. Extraño como parezca, el hombre ha aceptado muchas de las cosas incomprensibles de la vida como si se tratara de algo trivial, creyendo entenderlas. Maneja en forma tan práctica y aceptable algunos de estos misterios que a menudo se engaña a sí mismo creyendo que entiende lo que no es comprensible, y que discierne aquello que no puede discernirse. Uno de los varios misterios incomprensibles de la vida es el del tiempo. No obstante, ordinariamente éste es regularizado en relación con nuestros asuntos diarios, o, a lo menos, así lo creemos, y aceptamos su existencia como cosa probada y fundamentalmente establecida por la naturaleza. La verdad es que el tiempo realmente no existe, pues es una de las creaciones artificiales del hombre. El tiempo y el espacio no pueden quizá existir en la comprensión del hombre y, por tanto, no está probado que existan en el universo como algo fundamental. Nadie ha podido probar jamás que un elemento como el tiempo exista en nuestra vida y, sin embargo, no sólo hemos adoptado una medida ficticia, sino, de hecho también un conjunto de normas ficticias de tiempo para usarlas como leyes que regulen nuestros asuntos. Trabajamos, vivimos, actuamos, pensamos y manejamos nuestros asuntos de acuerdo con estas normas ficticias, y a menudo permitimos que nos esclavicen o que nos lleven a situaciones críticas y a tremendos predicamentos. Si alguien le preguntara ahora mismo mientras lee usted esto qué hora es, y usted fuera a contestar de acuerdo con su reloj o con un marcador de tiempo de la oficina del telégrafo, o una señal de las que usa el gobierno, ni usted ni ningún oficial de compañía alguna, como tampoco ningún experto del gobierno, podrían probar que la hora indicada era correcta o que había alguna forma determinada por la cual pudiera establecerse “la hora del día.” Podemos argüir que el tiempo es un asunto a establecerse por reconocimiento colectivo, así como por consenso universal o general de opiniones. Podemos argüir además que como la gente, o al menos la mayoría de las personas de cualquier país o sector del mismo, está de acuerdo en cuanto a que cierto momento del reloj sea la hora correcta del día para ese lugar

en particular, queda ésta, por consiguiente, establecida y es fundamentalmente una ley. La falacia en tales argumentos es que la mayoría de las personas de cualquier parte del mundo tienen diferentes opiniones con relación al tiempo, y que nuestros gobiernos y cortes de justicia sustentan ideas diferentes. No existe el reconocimiento universal y establecimiento del tiempo, como creemos. Desde el punto de vista de nuestra conciencia, el tiempo es meramente una realización consciente de duración. Pero tan pronto analizamos esto nos damos cuenta de que el tiempo está pasando constantemente y que un momento de duración entra en el pasado tan pronto como nos hacemos conscientes de él o lo realizamos. No puede haber tal cosa como el futuro del tiempo puesto que no podemos comprender o concebir aquello que no ha causado todavía duración alguna en nuestra conciencia, y sólo apreciamos la duración mientras ésta pasa, pues el tiempo está constantemente moviéndose, sin venir de parte alguna, hacia el pasado. Con relación a la medida del tiempo, el hombre, a través de los distintos períodos de civilización, arbitrariamente ha adoptado métodos para medir su conciencia de la duración, o su comprensión de ésta. El hombre no puede pensar con entera concentración y con plena realización en dos cosas separadas. La conciencia del hombre y su equipo mental para realizar sus pensamientos no le permiten centralizar su comprensión en las palabras de esta revista y coincidiendo con ello, tener plena realización y conciencia de una pieza de música que se está tocando, o de palabras que se hablen a su derredor, o de algún pensamiento que ocupe su mente aparte del pensamiento contenido en las palabras que está leyendo. Con rapidez extraordinaria, la conciencia y realización de la mente puede oscilar alternadamente o vacilar y moverse de un pensamiento y una realización consciente a otros hasta que, como el movimiento de las vistas en la pantalla cinematográfica, de una vista fija a otra, la combinación parece producir una acción continua y todos los cuadros separados parecen coincidentes. Mas en el análisis final se verá que el hombre sólo puede estar consciente de una sola cosa a un tiempo, no obstante el hecho de que su mente pueda oscilar de una a otra tan rápidamente que el crea que está pensando en varias cosas en el mismo instante. Cuarta dimensión A fin de medir la diferencia entre el comienzo y el fin de la comprensión de algo y el movimiento hacia otro pensamiento o impresión, el hombre ha establecido métodos para medir la duración de su conciencia de las cosas y el lapso de conciencia entre impresiones, y a esta medida le llama medida de tiempo. Quizá hoy día en el mundo entero, la vara de medir más generalmente usada es el movimiento de la tierra sobre su eje, o, en otras palabras, la revolución de la tierra. Esta revolución marca días, períodos de meses y un ciclo de movimiento que llamamos año. Dividiendo los días matemáticamente en divisiones iguales obtenemos las horas, minutos y

segundos. Dividiendo los períodos de las estaciones llegamos a las unidades llamadas meses; dividiendo el año tratamos de ajustar los meses en divisiones iguales del año, encontrando en ello muchos tropiezos y dificultades. ¿Por qué el hombre ha tomado la revolución de la tierra como una ley fundamental del universo? La tierra sólo es uno de los muchos planetas visibles para nosotros, y cada uno de estos planetas tiene un ciclo diferente de tiempo en su movimiento. Si son correctos los argumentos de la ciencia, de que el universo es ilimitado en espacio (otra cosa incomprensible), y nuestro sol y nuestra tierra son sólo partes pequeñas del universo entero, y si Dios con su poder omnipotente rige y gobierna todo el universo, ¿por qué es que el hombre no ha encontrado en algún otro movimiento verdaderamente universal una mejor vara para medir el tiempo? Ciertamente debe haber un ciclo, una ley fundamental de movimiento en alguna parte del universo que se aplique a todos los planetas y a todos los seres que viven en estos planetas. Si otros planetas están habitados (y si hay muchos soles por todo el universo con sus propios planetas girando alrededor de ellos) entonces la revolución de nuestra tierra podría no significar nada para la gente de otros planetas, y sus días, horas y minutos serían diferentes de los nuestros, y los nuestros nada significarían para ellos. En otras palabras, no podríamos saber el tiempo de los movimientos en todo el universo y juzgar el tiempo de las cosas en todas partes de la creación de Dios con el uso de la vara terrestre de medir, porque esa medida es única y difiere de todas las otras. Sería esto equivalente a que unos cuantos hombres en la tierra llevaran relojes que recorrieran las veinticuatro divisiones completas en catorce horas en vez de veinticuatro, y a que intentaran estos hombres comprender, regular y controlar los asuntos de otra gente cuyos relojes requirieran las veinticuatro divisiones. El día y la noche La única excusa que la ciencia ofrece para nuestra arbitraria adopción del movimiento de la tierra como medida de tiempo es que la revolución de la tierra origina nuestros períodos de día y noche, y que las horas que dura la luz del día y las horas de la noche; como dos períodos del ciclo, constituyen un día. Siendo esto verdad, seria consistente decir que un día comienza al salir el sol y continúa hasta la siguiente salida de sol, dándonos un período de luz del día y un período de horas de noche como un ciclo completo llamado día. Pero aquí nuevamente se revelan los métodos arbitrarios del hombre de hacer cosas y crear normas ficticias, porque en todo el mundo civilizado, aun cuando la revolución de la tierra ha sido generalmente adoptada como medida de tiempo, el comienzo del día se considera de diferente modo en distintas partes del mundo, por grupos diferentes de personas y por diferentes aplicaciones de la realización del tiempo. Además, en el campo científico encontramos que hay tres clases de días, el día solar, el día sidéreo y el día lunar. El mes de nuestro año civil no es igual al mes lunar, porque el mes lunar se centraliza alrededor de veintiocho días aproximadamente, mientras que el mes del año civil puede ser de veintiocho a treinta y un días de duración, un ejemplo de los modos

ridículos del hombre de crear normas de medida. Por otro lado, el día solar no tiene la misma duración que el día sidéreo. No obstante, el día solar ha llegado a ser una unidad fundamental en las prácticas astronómicas y en la mayoría de los asuntos de la vida diaria. Medimos este día observando cuándo es que está el sol directamente en el cenit, sobre nuestra cabeza, en la localidad donde nos encontremos, lo que hace que la hora de mediodía sea diferente en diferentes puntos de la tierra; y, por supuesto, hay lugares donde si una persona camina sólo un cuarto de milla en una dirección u otra, tomando un lapso de tiempo de quince minutos, por reloj, encontrará que será mediodía a una hora más temprano o más tarde en cualquiera de los lados del punto de partida. Es posible que una casa esté situada en tal forma que pueda ser en uno de sus cuartos las once del mediodía y las doce en otro, o las doce en una y la una de la tarde en otro cuarto. En cuanto a las cortes de justicia y a la cuestión legal del tiempo, encontramos que hay dos clases de días, el día natural y el día artificial. El día artificial a menudo es considerado como el día civil. El día natural incluye las veinticuatro horas comenzada a medianoche y terminando a medianoche, y no comenzando a la salida del sol y terminando en la siguiente salida de sol. Por otro lado, en ciertas materias legales en que un estatuto requiere que ciertos actos se ejecuten dentro de un número determinado de días, la ley se refiere a lo que se llama días netos, o sea, en otras palabras, el número de días completos intermedios, en una serie de días, excluyendo el primero y el último. Si los estatutos de esta base no hacen referencia a los domingos, entonces los domingos están incluidos en el número especificado de días; mientras que en otros estatutos son excluidos los domingos y días festivos y cuatro días podrían convertirse en cinco o seis días en términos de tiempo actual. En ciertas formas de actividades humanas existen los renombrados días de estadía o de demora que son divisiones de la semana y no necesariamente períodos de veinticuatro horas. Los días civiles, por otra parte, siguen la vieja ley romana y comienzan a las doce del mediodía y terminan al mediodía siguiente. Todavía hay leyes civiles que describen el período de un día como extendiéndose desde la salida hasta la puesta del sol. Tales “días,” por lo tanto, pueden ser de doce a catorce horas de duración o sólo de nueve o diez horas. En otras reglas civiles y legales donde se establece la obligación de pagar dinero en cierto día, la ley permite que el período se extienda hasta la medianoche de ese día, aun cuando por otra parte se hubiera figurado éste comenzando a la puesta del sol del día anterior. En tal situación, un día tendría de treinta a cuarenta horas de duración. En ciertas sectas religiosas, como en el caso de la religión judía, el día comienza a la puesta del sol y termina a la siguiente puesta de sol. En conexión con ciertas líneas de negocios, un “día” es un período muy corto. Por ejemplo, si una obligación demanda el hacer un pago a un banco al día siguiente, queda entendido implícitamente que tal día sería el período que fuera más conveniente al banco o al lugar en que se lleve a cabo la transacción, para funcionar en una forma comercial normal. Eso haría el día de banco cubrir

aproximadamente, de las diez de la mañana a las tres de la tarde, o sea sólo cinco horas de duración en vez de veinticuatro horas. El tiempo es ficticio Así vemos que el intento del hombre de comprender una cosa incomprensible, tal como la condición ficticia llamada tiempo, le ha conducido a toda clase de predicamentos y contradicciones. No hay en las leyes universales una verdadera norma para una cosa tal como el tiempo, ya que este existe enteramente en la conciencia del hombre y no en la naturaleza misma. No es de maravillar, entonces, que el hombre, en su intento de comprender una cosa ficticia que sólo reside en su conciencia objetiva o exterior, recurra a muchos métodos extraños de medir para luego darse cuenta de que esas formas de medir, o normas de medida, no se adaptan a todos sus problemas y necesidades. Por tanto, él cambia las normas de medida para ajustarlas a las distintas condiciones y exigencias. Es como si tuviéramos una vara de medir de treinta y seis pulgadas, hecha de goma que pudiera estirarse de treinta y seis a cuarenta pulgadas para acomodar ciertas condiciones, o contraerse y reducirse a doce o catorce pulgadas para responder a otras circunstancias. Vemos, pues, que los llamados misterios reales de la vida, tales como las leyes de Dios establecidas al momento de la creación y que operan dentro y a través de nosotros, no son tan difíciles de comprender como las cosas artificiales y ficticias de la propia creación mental del hombre. La consciencia del hombre y la comprensión que de las cosas tiene este (incluyendo todos los errores de comprensión y de mala interpretación, todas las teorías particulares e ideas erróneas) constituyen los reales y grandes misterios de la vida y estos deben ser resueltos primero, así como también deben ser eliminados los yerros e ideas erróneas, antes de que el hombre pueda comenzar a comprender los llamados misterios del universo.

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